El señor de la guerra - Gena Showalter - E-Book

El señor de la guerra E-Book

Gena Showalter

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Beschreibung

Taliyah Skyhawk llevaba siglos preparándose para asumir el puesto de General de las Arpías, la líder del ejército más letal de la historia. Una de las condiciones era preservar su virginidad. Sin embargo, para conseguir la oportunidad de salvar a su pueblo, debía casarse con el comandante de los Astra Planeta, Alaroc Phaethon. Había llegado el momento de que Roc sacrificara a otra de sus esposas, una virgen, a su dios. Nunca había conocido a una mujer que lo atrajera tanto como para que perdiera el dominio y la razón. Hasta aquel momento. El tiempo pasaba inexorablemente y la guerra estalló entre el marido y su esposa, aunque Taliyah nunca hubiera imaginado que el despiadado rey pudiera poner en peligro el futuro. Y, ciertamente, jamás hubiera pensado que la emoción de sus batallas se convirtiera en un juego… El problema era que solo uno de los cónyuges podía sobrevivir.

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Seitenzahl: 463

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

2021, Gena Showalter

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

El señor de la guerra, n.º 313 - marzo 2025

Título original: The Warlord

Publicada originalmente por HQN™ Books

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410744325

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Dedicatoria

Cita

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Dedicatoria

 

 

 

 

 

A Jill Monroe y a Mandy M. Roth por la diversión, los ánimos y las tormentas de ideas. Y a Naomi Lane y Marie Dowling por toda la ayuda que me han prestado. ¡Sois tesoros llegados del cielo!

Cita

 

 

 

 

 

«Eh…, ¿chicos? ¡Chicos! Quizá deberíais prestarme atención y prepararos, porque están a punto de pasar cosas muy malas. Como, por ejemplo, la caída del asteroide. Bah, no importa. Será divertido… verlo».

 

Neeka, la No Deseada

Prólogo

 

Extraído de El libro de las estrellas

Autor desconocido

 

 

 

 

Son guerreros ancestrales, malvados hasta la médula y leales solo entre sí. Conocidos como los Planeta Astra, estrellas errantes, los señores de la guerra de los cielos, el principio del fin, viajan de mundo en mundo, aniquilando ejércitos enemigos en una sola batalla. Atraídos por la guerra, terminan incluso la más pequeña escaramuza con dolor y derramamiento de sangre. Ver a estos guerreros es saber que pronto saludarás a tu propia muerte. Carecen de ética: matan sin piedad, roban sin escrúpulos y destruyen sin sentimiento de culpabilidad, y, todo ello, con el objetivo de recibir una bendición mística: quinientos años de victorias, sin sufrir jamás una pérdida. Si no logran esa bendición, reciben automáticamente la maldición: quinientos años de derrota absoluta.

Página 1

 

Ha llegado el momento de la siguiente concesión. Cada Planeta Astra se ve obligado a llevar a cabo una tarea diferente. Para empezar, su líder, el comandante Alaroc Roc Faetón, emperador de la Expansión, Roca de Todas las Épocas, Gigante de las Profundidades, el Ardiente, debe casarse con una mujer inmortal de su elección. Treinta días después debe sacrificar a su esposa en un altar de su propia creación. Si su esposa muere virgen, mejor aún. Entonces sus hombres y él reciben una segunda bendición. De lo contrario, la recibirá su mayor enemigo. El comandante nunca ha vacilado a la hora de cumplir con su deber. No puede hacerlo. Si un Astra no cumple con su obligación, todos fracasan. No es de extrañar que Roc esté dispuesto a atravesar cualquier límite por tener éxito. Nunca ha habido una mujer tan atractiva como para tentarlo a desviarse de su camino. Ninguna guerrera tan poderosa como para superar su increíble fuerza. Ninguna hechicera tan deseable como para provocarle un deseo más allá de lo razonable. Hasta ella.

Página 10.518

Capítulo 1

 

Harpina, reino de las arpías 2248 d. de G. (después de la General)

 

 

 

 

La noche de su noveno cumpleaños, Taliyah Skyhawk merodeaba por los jardines reales de Harpina en medio del zumbido de las langostas y el canto de los pájaros. Se acercó a una hoguera donde crepitaban llamas multicolores. Tres lunas iluminaban los matorrales con un brillo cerúleo e inquietante y el aroma de las flores calavera y del humo flotaba en el aire.

Su madre, Tabitha la Sanguinaria, estaba hombro con hombro con su tía Tamera, la Hacedora de Viudas, y su prima de quince años, Blythe la Perdición, el ídolo de Taliyah. El trío armado formaba un muro de fuerza.

—¿Un escuadrón de la muerte? Justo lo que quería —dijo, bromeando.

Sin embargo, nadie sonrió. Su madre cambió la postura para mostrar mejor una espada hecha de hierro de fuego, un material que se usaba para luchar contra duendes y otras especies elementales.

—Arrodíllate —le ordenó, y la luz del fuego hizo brillar sus pequeños colmillos.

«¿Eh?».

Taliyah las miró una a una. ¿Qué estaba pasando? Blythe había solicitado una reunión a medianoche y ella se esperaba una fiesta sorpresa. Tal vez, algunos juegos. Meter la daga en el interior del enemigo siempre había sido uno de los favoritos.

—Arrodíllate —repitió la tía Tamera. Blandía una daga de cristal demoníaco, la mejor herramienta contra ángeles y enviados de los cielos.

Blythe asintió con firmeza en señal de aliento.

—Arrodíllate —le dijo, y agarró una estaca tallada en madera maldita, la mejor defensa contra demonios, brujas, vampiros e incluso arpías.

«Al diablo», pensó Taliyah, y entrecerró los ojos.

—Me arrodillaré ante mi General por respeto, pero solo ante mi General.

—Buena respuesta.

Su madre sonrió… y, rápidamente, le barrió los pies a Taliyah de un puntapié brutal. Ella se estrelló contra un suelo demasiado frío que nunca perdía la frialdad, sin importar la estación, y perdió el aliento.

Sin pausa, se levantó, pero su tía le dio un puñetazo en el estómago que la hizo caer de nuevo. Vio las estrellas, pero se puso de pie de todos modos. No había tiempo para lamerse las heridas. Blythe se lanzó detrás de ella, se agachó y le cortó los tendones de los tobillos.

El dolor fue aún más intenso cuando cayó de rodillas y se las golpeó, y respiró con más dificultad, pero, de todos modos, intentó incorporarse.

«No aceptes nunca la imagen de la derrota».

Tenía que elegir su veneno: el dolor de perseverar o la agonía del arrepentimiento. Ella siempre elegía la perseverancia,

Se esforzó, luchó. Aunque la parte inferior de su cuerpo se negó a cooperar y la mantuvo en una posición sumisa, ella no perdió la determinación. «Solo pierdes cuando te rindes».

 

 

Entre jadeos, luchando con más fuerza, miró con enojo a aquellas mujeres, que deberían alegrarse de que ella las amara y confiara en ellas.

—Será mejor que alguien me diga qué está pasando antes de que me enfurezca —dijo.

A su madre le brillaron los ojos en la oscuridad.

—Ha llegado el momento, hija. Dentro de doce meses dejarás a tu familia para comenzar tu entrenamiento de combate, como todas las arpías. Pero, al contrario que las demás, tú debes entrenarte para convertirte en quien se supone que debes ser, no como eres.

Un momento.

—¿Esto es algún tipo de ritual para obtener un estatus, o algo así? ¿Por qué no me lo habéis dicho? —preguntó, y se relajó un poco, hasta que pensó en lo que había dicho su madre—. ¿Quién se supone que debo ser?

Su madre ignoró las preguntas.

—¿Qué es lo que más deseas en esta vida, hija?

—Ya sabes cuál es la respuesta —respondió ella. Habían tenido muchas veces aquella conversación.

—Dímelo de todos modos —le ordenó su madre, con una expresión maliciosa.

La Sanguinaria tenía el pelo negro, los ojos del color del ámbar y la piel bronceada. Parecía tan frágil como un elfo y tan inocente como un enviado. Aunque llevara un traje de cuero y cota de malla, parecía que era incapaz de maldecir y, mucho menos, de matar a todos los que la rodeaban.

Taliyah tenía el pelo blanco y los ojos azules. Lo único que tenía en común con su madre era la delicadeza de la estructura ósea y su temperamento feroz.

—Lucho para convertirme en la General de las Arpías.

Ellas le habían repetido tantas veces las palabras que, en algún momento, aquel deseo se había convertido en el suyo. Para las arpías, una General era el equivalente a una reina. Era la gobernante que guiaba al pueblo a la grandeza. ¿Quién no querría gobernar?

La tía Tamera levantó la barbilla, tan fría, hermosa y letal como su hermana menor.

—¿Y qué estás dispuesta a hacer para lograr este objetivo?

—Cualquier cosa.

—Enuméralas —insistió su tía.

Cualquier arpía que quisiera llegar a ser general debía cumplir diez tareas específicas.

—Serviré en nuestro ejército durante un siglo y ganaré los Juegos de las Arpías.

Eran una serie de competiciones destinadas a demostrar fuerza, velocidad y agilidad.

—Convenceré a la general reinante de que haga algo que no quiera hacer, y también le entregaré la cabeza de su enemigo más feroz. Supervisaré una campaña militar victoriosa y negociaré una tregua importante, robaré la posesión más preciada de un miembro de la realeza, ganaré una batalla usando solo mi ingenio y sacrificaré algo que ame profundamente.

—Has enumerado nueve tareas. ¿Qué ocurre con la décima? —le preguntó su madre, enarcando una ceja—. Cuando llegue el momento, tendrás que desafiar a la general reinante y luchar contra ella, sea quien sea, sin importar lo que pueda significar para ti. ¿Tienes el coraje necesario para hacerlo?

—Sí —dijo ella.

Como mandaba la tradición, permanecería virgen mientras llevaba a cabo las tareas. Su cuerpo le pertenecería a su pueblo. Lo cual no era tanto sacrificio para ella, porque era asqueroso. Los chicos eran como bebés grandes. Les rompías la cara y se pasaban días lloriqueando.

—No habrá nada que pueda detenerme.

—¿Y por qué harás esas cosas? —le preguntó Tabitha.

—Porque soy Taliyah Skyhawk, y no permitiré que nada ni nadie me arrebate mi derecho de nacimiento.

Otras palabras que su madre le había grabado a fuego en la cabeza.

En cuanto empezó a andar, comenzó a prepararse para el privilegio de convertirse en General, algo que intentaban muchas arpías, pero que pocas conseguían. Sin embargo, ella había demostrado desde el principio que era más decidida que la mayoría. Mientras otros buscaban las formas de evitarse problemas, ella agarraba el problema por los testículos y apretaba. Otros se quejaban cuando perdían una oportunidad y esperaban a que se presentara otra. Ella perseguía la oportunidad que deseaba aprovechar con una concentración aterradora.

¿Que todo ocurría por un motivo? Sí. Ese motivo, a menudo, requería sus puños.

—Tú no eres solo Taliyah Skyhawk —dijo su madre, con una sonrisa de orgullo—. Durante tu vida vas a tener muchos nombres, hija. Para los demás, eres la del Corazón Helado. Para nosotras, siempre serás Taliyah, el Terror de Todas las Tierras.

—Soy el Terror de Todas las Tierras —dijo, sonriendo también.

Su madre asintió.

—Eres más fuerte, rápida y poderosa que las demás arpías. Me aseguré de que así fuera cuando elegí al hombre que debía ser el padre de mi primer hijo.

La elección de un padre para la procreación era algo obligado cuando una estaba emparentada con demonios y vampiros y todos se referían a tu especie como «hermosos buitres». Muchos ejércitos cazaban arpías por deporte.

Así pues, las arpías que decidían tener hijos seleccionaban machos poderosos que engendraran hijos más poderosos.

—Hablas del cambiaformas serpiente —dijo Taliyah, tratando de disimular su entusiasmo.

Su madre solo le había contado a qué especie pertenecía su padre y, durante todos los años de su vida, ella se había preguntado…

—No era un cambiaformas serpiente. No por completo. Es el creador de los cambiaformas serpiente… y solo es uno de tus padres.

—¿Qué? ¿Cuántos padres tengo yo?

—Son dos hermanos, uno capaz de poseer al otro, algo que nunca le contarás a nadie. Ni siquiera pueden saberlo tus hermanas.

Ella miró el vientre redondeado de su madre, donde crecían las gemelas llamadas Kaia y Bianka. Tragó saliva.

—¿Lo entiendes, Taliyah? Debemos llevarnos este secreto a la tumba. Si alguna vez alguien descubre el secreto de tu origen, tendrás que matarlo sin demora.

—¡Pero si ni siquiera sé lo que soy ahora!

—Te lo explico —intervino su tía—. Antes de que tú nacieras, los hermanos aparecían en Harpina cada cincuenta años. Uno aterrorizaba todas nuestras aldeas y no podíamos detenerlo. El otro curaba a los supervivientes. Hace dieciséis años aparecieron los dos en secreto y me ofrecieron perdonarnos la vida durante un tiempo… si pasaba la noche con ellos. Aunque yo estaba luchando para convertirme en General, acepté el trato. Nueve meses después, di a luz a una niña sana —dijo Tamera.

Su tía solo había tenido una hija, lo cual significaba que… ¿Blythe también tenía dos padres? Un momento. ¿Blythe era su hermana? Empezó a tambalearse…

—Cinco años después —prosiguió su madre—, los hermanos volvieron a aparecer. En aquella ocasión me ofrecieron el mismo trato a mí. Acepté, a pesar de que yo también estaba realizando mi propio intento de convertirme en General. Nueve meses después, te tuve a ti.

Taliyah se humedeció los labios. Era demasiado para asimilarlo de golpe. Se centró en lo más difícil de aceptar y trató de encontrarle sentido. Sus padres. En la clase de Historia había aprendido la historia de dos hermanos gemelos que habían hecho exactamente lo que acababan de contarle. Eran unos guerreros tan poderosos que causaban terror a todos aquellos a quienes se enfrentaban. No solo eran guerreros. Eran hijos de un dios.

—Soy una hija de Asclepius Serpentes y Erebus Phanthom, hijos de Chaos.

Aquellas palabras le dejaron un sabor extraño en la lengua.

Asclepius era conocido como el Portador de la Vida, puesto que era un dios de la Medicina que tenía el poder de traer de vuelta a ciertos inmortales de entre los muertes. También era el creador de los cambiaformas serpiente y de las gorgonas.

Erebus era lo contrario a él. Era conocido como el Portador de la Muerte y destruía todo aquello que tocaba. Su contribución a las especies inmortales era la creación de fantasmas, unos soldados sin mente capaces de adquirir forma espiritual y corporal. Para sobrevivir, aquellos fantasmas consumían las almas, la vida de los vivos. Aquello, para las arpías, era un acto grotesco. En realidad, para todos los inmortales.

Los dos provenían de un dios mayor llamado Abismo. Eso significaba que…

—Yo provengo de Abismo.

¡Por supuesto que sí! Sinceramente, era una arpía increíble. La defensora de toda la especie arpía.

—¿Y dónde están los hermanos ahora?

Su madre se encogió de hombros. Claramente, la respuesta no tenía importancia para ella.

—Se rumorea que buscaron pelea con los señores de la guerra equivocados, unos hombres que habían sido guardias personales de Chaos. Mataron a los dos hermanos, pero Erebus regresó… confundido.

Entonces, uno de los padres había muerto y el otro había desaparecido. Vivía, pero no vivía bien. Se le revolvió el estómago.

—¿Erebus y Chaos saben de mí? —preguntó, con un destello de esperanza. ¿La visitarían? Quizá quisieran conocerla, o algo por el estilo.

—Si saben algo de ti, hija, no les importa. No eres nada para ellos y ellos no son nada para ti.

—Cierto —dijo, y se le encorvaron un poco los hombros—. Pues ellos se lo pierden. ¿Quién los necesita?

Ella se las arreglaba muy bien sola. ¡Mejor que bien! La punzada que sintió en el pecho no tenía importancia en aquella situación.

—Tienes razón. No los necesitas. Muy pronto serás capaz de dominar habilidades que ahora ni siquiera te imaginas.

Al pensar en aquellos nuevos poderes, se animó.

—¿Qué habilidades? ¿Y cuándo?

—No lo sabrás hasta que hayas cambiado la primera piel —dijo Blythe.

Su bella prima, de cabello negro y ojos azules, sonrió, y a Taliyah se le escapó un jadeo. ¡Tenía motas negras en las profundidades del iris!

—Si eres como yo —prosiguió su prima—, expulsarás a tu espíritu de tu cuerpo, poseerás a otros, te comunicarás con los muertos, caminarás por el mundo espiritual para espiar a tus enemigos y te recuperarás de cualquier muerte…, incluso de la primera.

¿La primera? Miró las armas. Al darse cuenta de lo que iba a suceder, se quedó sin respiración. Su familia tenía la intención de matarla y criarla como fantasma. Tuvo impulsos contradictorios: huir, protestar, vitorear, ¿morir? Al final, se mordió la lengua y se quedó callada. ¿Qué podía importar más que su sueño? Caminar por el mundo de los espíritus, espiar a sus enemigos, resucitar… Podría hacer cualquier cosa. No habría una General mejor que ella.

—Yo también lucho por el derecho de gobernar —le dijo su prima…, su hermana.

—Cuando llegue el momento, las dos nos veremos obligadas a luchar por ese honor. Pero será una lucha justa. Justa y correcta.

—Justa y correcta —dijo Taliyah, asintiendo—. Pero, aun así, voy a ganar.

Blythe sonrió de nuevo.

—Ya veremos.

—Al igual que tu hermanastra, solo utilizarás tus nuevos poderes en secreto —le dijo su madre, con dureza, y ella se dio cuenta de que temblaba ligeramente—. Erebus y Chaos tienen enemigos que no se detendrían ante nada con tal de capturarte y usarte contra ellos si descubrieran tu identidad, ¿lo entiendes? Por lo que sabemos, los mismos dioses te querrán muerta.

Aunque no tenía miedo, Taliyah asintió. ¿Cuándo había temblado la Sanguinaria?

—Lo entiendo.

Satisfecha, su madre levantó la espada de hierro de fuego. El metal oscuro brilló a la luz de la luna.

—¿Estás preparada para morir y convertirte en fantasma, tal y como estabas destinada, hija mía?

¡No!

—Yo… no lo sé.

Aunque todavía no había vivido una década, ya había participado en dos batallas importantes. La primera contra los enviados, asesinos con alas que bajaban del cielo. La otra, contra los cambiaformas lobo. Había visto a sus amigos entrar en el más allá de las formas más dolorosas, sin poder hacer nada para salvarlos. Si morir aquel día significaba que podría proteger a las arpías el día de mañana, estaba dispuesta.

—Sí —dijo, con más seguridad, y alzó la barbilla.

—Pues así será —respondió su madre.

Adoptó una posición de batalla. Tamera y Blythe siguieron su ejemplo.

—Que tu final sea tu comienzo.

Dicho esto, Tabitha atravesó el corazón de Taliyah con el hierro de fuego. Ella sintió un dolor abrasador. Comenzó a sangrar por la boca y se ahogó. No podía respirar. Necesitaba respirar.

—Que tu pérdida sirva como ganancia.

Sin piedad, la tía Tamera clavó en su pecho el cristal demoníaco, junto al hierro de fuego. Más dolor, más sangre. La debilidad se apoderó de sus extremidades y brotaron las lágrimas.

—Que tu regreso sirva como recordatorio eterno. La muerte ha perdido su aguijón, la tumba ha perdido su poder.

Blythe clavó la estaca de madera bajo las otras dos armas.

¡El dolor era una agonía! Insoportable, interminable. Un fuerte zumbido estalló en los oídos de Taliyah. Frío. Desvanecimiento. Se quedó sin fuerzas y cayó al suelo. Entre la sangre, miró al cielo nocturno y vio las estrellas deslumbrantes, que la llamaban…

Su corazón deformado por las cuchillas, destrozado, latía a toda velocidad, pero se desaceleró de repente y se detuvo. Taliyah exhaló su último suspiro y todos los músculos de su cuerpo se relajaron. Tal vez muriese, tal vez, no. Una parte de ella permaneció constante, pero sin tiempo. Flotó en un mar de oscuridad en el que brillaban mínimos destellos de luz que le recordaban a las estrellas. El dolor desapareció. A medida que el mar la llevaba más y más lejos, empezó a sentir pánico. Deseaba volver con su familia. Volvería.

Comenzó a luchar de nuevo, dando patadas y arañazos. Las luces se encendieron cada vez más rápidamente y zumbaron juntas. Más difícil aún. Finalmente…

Se le escapó un jadeo y se le abrieron los párpados.

Su madre estaba sobre ella y sonrió.

—Enhorabuena, hija. Eres, oficialmente, la segunda arpía fantasma de la realeza. Harás grandes cosas o morirás de nuevo en el intento.

Capítulo 2

 

El Reino de los Olvidados, una dimensión semisecreta.

Mil años después.

 

 

Taliyah, con el torso desnudo, se sentó de rodillas. A su lado tenía un botiquín de primeros auxilios. Su mejor amiga acababa de perforarle el pezón, y le dijo:

—Es tu piercing de la suerte. Te va a salvar la vida, ¡lo juro!

Como su mejor amiga, Neeka, era una arpía oráculo que nunca se había equivocado en una predicción, ella lo creyó.

Estaban en una gran suite de una lujosa fortaleza. Era un dormitorio con cristales brillantes colgados del techo y una alfombra que se extendía delante de la chimenea encendida. Los muebles estaban hechos con huesos de hombres malvados y servían de recordatorio diario de que había que disfrutar de las pequeñas cosas. La familia había creado las obras de arte de la habitación, una mezcla ecléctica de los supuestos premios que le habían dado a Taliyah sus hermanas y cuadros que había pintado su única sobrina.

—Un truco profesional para marcar permanentemente a un inmortal. Asegúrate de que la víctima, es decir, el receptor, no sea un gritón —dijo Neeka.

Neeka, la No Deseada, estaba junto a la chimenea, esperando a que el hierro de marcar terminara de calentarse. La luz del fuego la envolvía e iluminaba su cabello negro y rizado, su hermosa piel morena y sus ojos, del color del whiskey. Aquella belleza había recibido su apodo de No Deseada de su miserable madre, hacía siglos. Neeks todavía no había aprendido a andar cuando un enemigo invadió su aldea y la apuñaló en ambos oídos. Era demasiado pequeña para que sus oídos se curaran, así que quedó sorda para el resto de su vida inmortal.

—Pero ¿para qué necesito esta cicatriz? —preguntó Taliyah—. ¿También me va a salvar la vida?

—Más o menos.

Bueno, no podía doler menos que sus estrellas.

Después de graduarse en el campo de entrenamiento de arpías, Taliyah había presentado la petición formal para competir por el título de General y, en ese momento, un místico le había grabado diez estrellas invisibles en la muñeca izquierda. Desde entonces, una de las estrellas se oscurecía cuando ella acababa una de las tareas. El dolor que provocaba la aparición de una de las estrellas no era comparable con nada. Seguramente era una forma de eliminar a los débiles de la competición.

—Por cierto, gracias por no matarme cuando me enteré de tu herencia secreta —le dijo Neeka.

Sí. Su amiga había descubierto la verdad, pero era de esperar: el padre de Neeka era un oráculo especializado en secretos y misterios. Así pues, ¿iba a matar a Neeka por eso? No.

—A veces tengo ganas de contarle a todo el mundo cuál es mi currículum. Mis habilidades son asombrosas y la gente tiene derecho a saberlo.

Como cambiaformas serpiente, podía hipnotizar y proyectar ilusiones, algo que le servía para espiar a su enemigo en cualquier momento. Además, explicaba su capacidad fantasmal para desmaterializarse y volverse tan insustancial como la niebla. Con unas gotas de su sangre tóxica podía matar a muchas especies inmortales y a la mayor parte de los seres humanos. Si se quitaba el anillo encantado que llevaba siempre, podía oír a los fantasmas gracias a una conexión mística. O, más bien, oía sus gritos. El anillo le servía para proteger la cordura.

—¿Sabes lo que necesitas? —le preguntó Neeka, con los ojos brillantes.

—¡No! No me digas que tener…

—¡Una joya para conmemorar esta ocasión tan feliz!

Ella gruñó. Al estar encerrada y aburrida, a Neeka le gustaba pasar el rato haciendo joyas. Muchos abalorios. Brillantes de imitación. Su amiga llevaba en el cuello diez collares muy llamativos, los brazos, llenos de pulseras, y varios anillos en cada dedo.

—¡No más joyas, por favor!

—De acuerdo, como quieras —dijo Neeka, con un resoplido—. Pero vas a lamentar no tener una pieza única de perlas auténticas.

—Esas supuestas perlas son los dientes que le sacaste a un guerrero fénix.

—Solo si no tienes imaginación —respondió Neeka, y se inclinó para inspeccionar el hierro de marcar antes de mirar a Taliyah para ver sus labios—. Casi estás lista. Por cierto, Hades está enfadado contigo. Bueno, todavía no, pero pronto lo estará. «No tienes derecho a usar mi nombre, bla, bla, bla». Empezó a gritar, así que yo empecé a desconectar.

¿Usar el nombre de Hades? ¿Para qué? Llevaban varias semanas sin hablar. O meses. A principios de año, ella lo había desafiado a una prueba de voluntades. Pasar dos meses en la cama con ella. Si conseguía convencerla de que renunciara a su virginidad, no lo mataría cuando se jactara de ello. Si se negaba a rendirse, él debía darle… lecciones de seducción.

Taliyah apretó la lengua contra el paladar. Neeka opinaba que, para ella, esas lecciones eran cuestión de vida o muerte, pero se trataba de algo más importante. Permanecer sin sexo siempre había sido difícil. ¡Y Hades tenía habilidades! ¿Quién podía resistirse a su voz de seda, sus manos pecaminosas y su boca escandalosa? Por no hablar de su fabuloso cuerpo.

Sin embargo, ella sí había resistido. Sonrió lentamente. Sería General o moriría en el intento. Llevaba toda la vida luchando por el título. Había muerto muchas veces por el título. Había nacido para ser una líder; el conocimiento saturaba cada fibra de su ser. Bajo su mando, las arpías prosperarían y los enemigos caerían.

«Nunca he estado tan cerca de mi objetivo. Entonces, ¿por qué me siento tan insatisfecha con mi vida?».

Se le agrió el humor. Parecía que tenía agujeros en el corazón, como si se los hubieran dejado las primeras cuchillas que le perforaron el órgano. Si se llevaba alguna satisfacción, la alegría desaparecía muy poco después. Pero, seguramente, todo cambiaría cuando llegara a ser General. La satisfacción duradera sería suya para siempre.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer después de esto? —preguntó Neeka.

—¿Ver a Henry Cavill lograr cualquier cosa? ¿Llamar a Jason Momoa? Su número apareció mágicamente en mi cabeza después de estar unas horas buscándolo. También podríamos actualizar la mitología de nuestros amigos online. ¡Ah! Vamos a adaptar la historia familiar de Hades, para que su primera esposa sea también su hermana.

—Sí, claro que vamos a poner al día la historia de Hades, pero, primero, tengo que hacerme la comida. Me apetece mucho italiana.

Ella solo comía alma, que consistía en energía pura.

Al contrario que Blythe, que pasaba semanas enteras sin comer, ella se permitía el lujo de comer una vez al día.

Su comida vivía en una mazmorra, su versión de una nevera. Los antiguos violadores se habían quedado demasiado débiles como para fortalecerla; sus almas ya no se regeneraban. Aquella noche los mataría y encontraría sustitución.

—Róbame un helado de malvavisco cuando salgas —le pidió Neeka—. Doble. Que no se te derrita, y que se enteren de que las cerezas que pongan serán el número de dedos que tendrán cuando te marches.

Pausa.

—¡Ya está!

Alzó el hierro de marcar del fuego de la chimenea y sonrió.

—Hora de que te lleves una quemadura.

Mientras Neeka se acercaba, ella tomó una gruesa cuerda y la mordió con fuerza. Inhaló y exhaló. De acuerdo. Estaba lista.

—Lo vas a hacer muy bien —le aseguró su amiga—. A la de tres. Uno…

Presionó el hierro candente contra la nuca de Taliyah. Ella contuvo un grito en la garganta. El calor la devoró y el sudor le empapó la frente y las sienes. El olor a carne quemada se extendió por el aire y ella tuvo náuseas.

—Um… —murmuró la otra arpía, chasqueando los labios—. Si te hubiéramos marinado en mantequilla, ahora te estaría digiriendo.

A Taliyah se le escapó un resoplido. Escupió la cuerda.

—El canibalismo… siempre tiene su gracia —dijo, a duras penas.

Las arpías bebían sangre, pero solo como medicina, cuando era necesario.

Se concentró en la respiración. Inhalar, exhalar. Inhalar, exhalar. Bien.

Neeka puso el hierro de marcar en su gancho y, después, le limpió y le vendó la herida a Taliyah.

—No te lo tomes a mal, pero creo que necesitas trabajar más para ganarte las estrellas que te quedan. Yo soy reina y quiero ser amiga de otras reinas, no de soldados ni de campesinos.

Otro resoplido. Había terminado ocho de las diez tareas y eso le había exigido un tiempo adicional, porque había duplicado o triplicado cada uno de los requisitos solo por dejar las cosas claras. Sin embargo, el noveno… era el sacrificio. La tarea que debía llevar a cabo antes de ganarse el derecho de desafiar a la General. Hasta aquel momento, le había resultado imposible. Había regalado cosas y había matado a gente importante. Había ofrecido libremente su tiempo, su fuerza y sus recursos a otras causas. El motivo del sacrificio debía ser puro para que tuviera valor. En aquel momento, ella no tenía ni idea de cuál podía ser su siguiente movimiento.

«Nunca aceptes la imagen de la derrota», se dijo, repitiéndose su mantra. Lucharía hasta que tuviera éxito o muriera de verdad.

—Creo que tu esposo, el rey, se divorció de ti cuando lo mataste por tercera vez —dijo, mientras su amiga le arrojaba una camiseta.

Hacía tiempo, la hermana de Taliyah, Kaia, estuvo comprometida con un rey fénix. Sin embargo, Kaia ya se había enamorado de un tipo que estaba poseído por un demonio y se había negado a casarse con otro hombre. Para evitar una guerra, Neeka había aceptado casarse con el rey en su lugar. Le debía un gran favor a Taliyah, enorme. Unas semanas antes, Taliyah había matado a su avatar favorito en su videojuego favorito para salvar al avatar favorito de Neeka. La pérdida había sido muy dolorosa.

La boda debería haber sido una típica noche de viernes. Asesinar a un rey antes de empezar la luna de miel, saquear sus tesoros, liberar a los inmortales a los que tenía esclavizados y mirar su palacio por el espejo retrovisor.

Y eso era lo que habían hecho. Sabían que el rey iba a resucitar y esperaban con ansias la guerra que se avecinaba. ¿Y qué era lo que no se esperaban? La capacidad del rey para encontrar a Neeka en cualquier lugar. Como Neeka necesitaba una guarida secreta, Taliyah había negociado con algunos amigos para comprar tiempo en un lugar llamado el Reino de la Sangre y las Sombras. Allí había extraído de las montañas oro de sangre, un material muy raro y valioso, y lo había utilizado para comprar tiempo en el mundo en el que estaban, el Reino de los Olvidados. ¿Cuál era la ventaja de aquel lugar? Tal y como sugería el nombre, todos los demás se olvidaban de una en cuanto entraba en aquel reino. A no ser, por supuesto, que llevara un tatuaje especial para ser recordada.

—En cuanto me haga con el control del ejército de las arpías —dijo—, destruiremos al fénix. Te doy mi palabra.

De repente, a Neeka se le contrajeron los músculos de los hombros.

—La colisión… ya se ha producido.

¿Qué colisión?

—¿De qué estás hablando?

La mirada de su amiga se desvió hacia un territorio que los demás no podían ver.

—El juego ha comenzado.

—¿Qué juego? —preguntó Taliyah. En aquel momento, se dio cuenta de que Neeka estaba en medio de una visión.

—Él ha sacado sus cartas. Ahora va a jugar. Preparaos. El siguiente movimiento es suyo.

La puerta del dormitorio se abrió de par en par con un chirrido de bisagras. Tabitha Skyhawk, madre de cuatro hijos, matrona del deshonor, asesina despiadada y soltera perpetua, entró tambaleándose en la habitación. Parecía que acababa de salir de una licuadora. Estaba maltratada, magullada y ensangrentada. Se apretó un brazo contra el pecho; le faltaba la mano. El miedo la envolvía como una segunda piel.

A Taliyah se le heló la sangre en las venas. Se puso en pie de un salto y, a pesar del dolor y la sensación de mareo, permaneció erguida.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó.

—Harpina —dijo Tabitha, con la voz enronquecida. Se tambaleó hacia delante dejando un rastro de sangre a su paso. Cayó a los pies de la cama—. Una niebla la cubrió por completo y, después, apareció una enorme pared. Había nueve monstruos frente a ella. Sonó la alarma de batalla y, rápidamente, nos enfrentamos a ellos. Los monstruos no tenían armas, pero en pocos segundos cortaron manos y pies a las arpías. Los cuerpos comenzaron a desaparecer sin más. Las que sobrevivimos hicimos lo impensable: rendirnos. Yo salí a buscar ayuda.

¿Las arpías se habían rendido? A Taliyah se le revolvió el estómago. Aquello era un horror insoportable. Sacó el botiquín de primeros auxilios y se puso a curar las heridas más graves de su madre.

—¿Quiénes han muerto? —le preguntó.

Sus hermanas vivían en el mundo mortal. La tía Tamera había muerto hacía un siglo en una batalla, porque sus heridas eran demasiado profundas como para regenerarse. Taliyah llevaba una cicatriz con su nombre.

—¿Qué monstruos?

—No lo sé —dijo Tabitha.

—Nissa está muerta —dijo Neeka, absorta en su visión—. La mató el líder —añadió, y dio un jadeo—. Blythe.

—¿Blythe estaba allí?

Taliyah sintió pánico. Blythe había encontrado a su consorte hacía ocho años, al varón que el destino había elegido para ella. Ella le había entregado su virginidad, renunciando de ese modo a su objetivo de ser General. Hacía siete años, había tenido una preciosa hija llamada Isla. Alguien a quien ella adoraba.

—¿Estaba con ella Isla?

Tabitha asintió.

—Sí. Y sí.

Taliyah se arrodilló frente a su madre.

—Dime todo lo que necesito saber.

—Ojalá pudiera —dijo su madre—. Lo único que sé es que Blythe e Isla salieron corriendo. Isla cayó y Blythe retrocedió. Me abrí paso, pero no conseguí encontrarlas de nuevo. No sé de quién eran los pedazos que estaban en el suelo.

A Taliyah se le formó un doloroso nudo en la garganta.

—Sean cuales sean sus heridas, se van a recuperar.

Su hermana había pasado por tantas muertes como ella y nunca había tenido problemas para resucitar. ¿Por qué iban a cambiar las cosas ahora?

Isla tenía sus propias habilidades de fantasma, a pesar de no morir nunca.

—Nunca había visto nada como esos monstruos. Eran demasiado fríos y crueles. Destrozaban a cualquiera que se acercara a ellos. Había tanta sangre…

Tabitha la Sanguinaria miró a su hija con una expresión grave.

—Salva a nuestra gente, hija. Sálvalos a todos.

Ver a su poderosa madre tan conmocionada, hablando como si se hubiera acabado el mundo, la afectó profundamente.

—Voy a ir a Harpina para evaluar la situación —dijo.

Se olvidó de su propia herida, fue al armario y sacó dagas, una ballesta y un par de espadas cortas. Al atarse aquellas espadas a la espalda, sintió un dolor insoportable, pero no le importó.

—No sé quiénes son esos monstruos, pero van a morir suplicando piedad.

—Toma mi llave —le dijo su madre.

Con movimientos cada vez más torpes, su madre se quitó una cadena con un pequeño colgante en forma de daga.

Las llaves del reino, fuera cual fuera su encarnación, permitían a quien las poseía teletransportarse a cualquier ubicación con un solo pensamiento. Ella podría aterrizar en el lugar de su elección. La llave del Reino de los Olvidados le facilitaría el regreso. Se la había tatuado en la parte baja de la espalda. Era un reloj de arena que desaparecería cuando terminara el tiempo que había comprado.

Se colgó la cadena del cuello y revisó su anillo encantado. Los tornillos que sujetaban el metal al hueso se mantenían firmes. Excelente. A medida que crecía, los gritos fantasmales se habían vuelto más y más estruendosos y, en algunas ocasiones, habían estado a punto de empujarla hacia la locura.

Se giró hacia Neeka.

—¿Alguna pista útil para mí?

Su amiga inclinó la cabeza, como si profundizara en su visión.

—Deberías decir que sí.

¿Decir que sí? ¿A qué?

—¿Algo más?

No hubo respuesta. La pitonisa estaba perdida en sus visiones.

Bien.

Taliyah asintió para despedirse de su madre y obligó a su cuerpo a convertirse en niebla. Sintió un frío gélido y, después, la ingravidez. Respiró profundamente y agarró la llave de Harpina. Con un pensamiento, se trasladó al otro reino. El dormitorio se desvaneció y, en su lugar, apareció el palacio. Las paredes estaban adornadas con murales dorados en los que aparecía retratada la General Nissa en plena batalla. De la bóveda colgaban varias arañas y el piso estaba pavimentado con ladrillos dorados.

Por lo general, aquella parte del palacio siempre estaba llena de arpías parlanchinas. ¿Aquel día? No había arpías ni parloteo. Reinaba un silencio sepulcral.

Taliyah se enfureció. Alguien iba a pagarlo.

Ante ella se alzaban las puertas gigantescas de la sala del trono. A cada lado de las puertas había un centinela armado con una espada. Había más hombres, algunos por los pasillos y otros vigilando diferentes entradas. Vampiros, cambiaformas lobo y banshees, todos ellos enemigos natos, estaban trabajando codo con codo. Sin embargo, no vio ningún monstruo.

Agarró la empuñadura de una daga, preparándose para atacar. En forma de niebla, nadie podía verla, oírla ni sentirla. Sería fácil aparecer, atacar y desaparecer, pero, antes, iba a espiar.

—¿Quién es el más sediento de sangre de entre todos vosotros? —preguntó alguien con una voz áspera, desde la sala del trono, con una intensidad brutal.

¿Era un monstruo? Se dispuso a averiguarlo. Sin perder un segundo más, atravesó las puertas cerradas…

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Taliyah se detuvo en seco. Se vio rodeada por cientos de soldados. Más vampiros, lobos y banshees reunidos con otros enemigos natos, elfos, brujos, tritones, duendes, minotauros, centauros, trolles, hadas y cambiaformas de todo tipo. Gorgonas e incluso otras criaturas a las que no podía identificar.

Todos estaban concentrados en… Aún no podía verlo. La multitud se lo impedía.

Avanzó, pasando entre los cuerpos, hasta que… se le escapó un jadeo.

Había diez arpías arrodilladas delante del estrado. Tenían las manos encadenadas a la espalda y los eslabones de metal estaban conectados a los tobillos. De esa manera, no podían protegerse y, mucho menos, ponerse en pie. Movían frenéticamente las alas intentando liberarse.

Su rabia se multiplicó. ¿Dónde estaban las otras arpías?

Detrás de las cautivas había cuatro hombres. Sin duda, eran los monstruos, seres gigantescos, increíblemente altos y musculosos. Tenían el torso cubierto de tatuajes que se movían. ¿Por qué? ¿Qué significaban?

Necesitaba un plan.

¿Qué haría una General? ¿Ayudaría a los prisioneros o atacaría a los otros?

En aquel momento, los invasores estaban distraídos y no sabían que había un poderoso fantasma entre ellos. No había mejor ocasión para una búsqueda y un rescate. Además, otras arpías podrían ayudarla a salvar a aquellos prisioneros.

Pero ¿qué pretendían hacer los monstruos con ellas? Los seres le recordaban a los berserkers, mutantes que se alimentaban de los huesos de sus enemigos. Aquellas criaturas mitológicas tenían la mandíbula inferior sobre los hombros y la superior, sobre el cráneo, con dientes de sable que formaban una jaula alrededor de la cara. Taliyah apretó los puños al ver que tenían las garras manchadas de sangre.

—Vamos, señoras —dijo el hombre que había hablado antes—. Seguramente, habrá alguien que querrá reclamar el título de Arpía Más Sanguinaria.

Aquella voz grave de tono petulante atrajo su mirada hacia el trono, donde había reclinado un quinto hombre. ¿Cómo había osado ocupar el lugar de la General? Su actitud era agresiva y arrogante y era más grande que los demás, aunque también estaba totalmente cubierto de tatuajes que se movían por su piel.

«Voy a matarlo».

Sería el primero que iba a caer por su mano.

Él tamborileó con las garras negras en el brazo del trono.

—La más sanguinaria será liberada. El resto pasará el próximo mes prisionera en las mazmorras. ¿Alguien se apunta ahora?

Las chicas comenzaron a responder en un tono edulcorado.

—Soy como el algodón de azúcar. Prácticamente me deshago en tu boca.

—No le hagas caso. ¡Un día me golpeó con un coche en la cara! Yo soy la más dulce.

—¿Dulce? ¡Acabas de reconocer que te gusta el sabor de tu propia cara! ¡Sanguinaria!

Mientras ellas hacían todo lo posible por ser liberadas, el líder siguió tamborileando con los dedos.

Taliyah quería observarlo mejor, así que se acercó flotando. En cuanto llegó al borde del estrado, el líder se movió.

—¿Se me ha olvidado mencionar que la arpía más sedienta de sangre ganará el derecho a desafiarme?

—¡Yo, yo, yo! ¿No has oído hablar de mi cara aplastada?

—Jacoline es ágil y rápida, y te empalará con un candelabro. Yo soy Jacoline.

—Te abriré en canal y te sacaré los órganos con los dientes.

Aquella última amenaza llegó de Mara, una mujer que ya había obtenido su novena estrella. Era rubia como ella e igualmente pálida.

El líder se puso en pie y se hizo el silencio en el salón del trono.

—Creo que he encontrado a quien estaba buscando.

No, todavía no. Ella cambió la daga por una ballesta pequeña y se materializó. No podía perder el tiempo. Se abrió paso entre empujones, oliendo la sangre y el sudor de los hombres.

—Me he enterado de que están haciendo un casting para la Arpía Más Sanguinaria y he venido a hacer mi audición.

—Tú —dijo el líder, en un tono de reverencia.

Su rostro permanecía oculto por las sombras que proyectaba el casco, pero ella sentía el ardor de su mirada sobre la piel fría.

¿Se conocían? Quizá la siguiera en redes sociales. No se lo reprochaba, porque sus publicaciones relataban los pasos para convertirse en General.

Los guardias desenvainaron las espadas para detenerla por cualquier medio necesario.

—No la toquéis —dijo el líder, con calma, y todos volvieron a envainar la espada.

Qué autoridad ejercía con una sola frase… Taliyah sintió envidia.

—Permite que me presente —dijo—. Soy Taliyah, el Terror de Todas las Tierras, la del Corazón Helado, la Enemiga de Enemigos. Entre mis ocupaciones favoritas están escuchar los gritos de mis enemigos, recolectar los huesos que corto y vengar las muertes de mi pueblo.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para pasar al lado de las arpías prisioneras sin ayudarlas, pero lo consiguió. Solo se detuvo al llegar al estrado.

«Te toca a ti, monstruo».

Él se movió y se levantó el casco. Ella sintió impaciencia por saber qué iba a encontrarse. ¿Un tipo común y corriente? ¿Una bestia horrible? ¿Quizá un apuesto príncipe de cuento de hadas?

Un denso trazado de venas llamó su atención y dirigió su mirada al tatuaje de una hermosa guerrera amazona en su…

De repente, Taliyah sintió un intenso mareo y se tambaleó. Se le oscureció la vista. La sala del trono desapareció.

¿Qué ocurría?

Aunque se resistió, apareció una escena en su mente… ¿Un recuerdo?

Estaba en un jardín, siguiendo a escondidas a una amazona que llevaba un vestido de color marfil salpicado de sangre. Era la chica del tatuaje. Ella tropezaba y trataba de huir hacia la derecha y la izquierda, pero aquellos monstruos con sus horribles cascos y tocados se interponían en su camino y la obligaban a continuar recto, hacia una enorme estructura de ónice con escalones, una plataforma elevada y un altar.

Tras ella había multitud de gente y, en el centro, un hombre de unos treinta años que irradiaba supremacía. A su lado, dos mujeres pequeñas con vestidos transparentes. A su derecha…

A Taliyah se le escapó un jadeo. Erebus. Su padre se parecía a los retratos que había visto de él. Era rubio, de cabello rizado y ojos negros. Tras él se extendía un ejército de mujeres fantasma silenciosas e inmóviles, vestidas con trajes negros que no les sentaban bien.

La amazona miró con pánico por encima de su hombro y dio un sollozo. Al llegar al altar, el líder la agarró por la nuca con una de sus manos grandes y tatuadas, con las garras listas. Ella luchó con una gran habilidad, pero perdió enseguida.

—¡Para! ¡No hagas esto! —le suplicó, en un idioma antiguo.

Él, sin dudarlo, sin demostrar el más mínimo sentimiento de culpabilidad, la obligó a tenderse en el altar.

—La primera vez es sorprendente, lo sé —dijo él, a través de la visión.

Mientras Taliyah luchaba por escapar de ella, su visión siguió oscurecida. Los demás sentidos cobraron vida, al menos. Sintió un calor increíble y un olor divino le llenó la nariz. Era un olor a ron especiado y azúcar derretida. Pero… ¿por qué no podía ver?

—Estás reviviendo mi recuerdo —dijo el hombre.

Él. El líder. Él era el responsable de aquello.

—Te despegaré de mi cerebro como sea necesario.

—Relájate y todo terminará.

¿Relajarse rodeada de enemigos? No, eso no iba a suceder. Luchó con todas sus fuerzas hasta que, por fin, llegó a la luz y el recuerdo murió. La sala del trono apareció primero y, después, el líder. Había acortado distancias y, en aquel momento, se erguía ante ella.

Taliyah se quedó boquiabierta. No era un tipo cualquiera ni una bestia horrible. Era todo perfección y atractivo sexual. Un príncipe azul con antecedentes penales.

No tenía tatuajes en el rostro y su piel era bronceada e impecable, con una nariz orgullosa y noble y los labios rojos y carnosos. Era la boca más suave que hubiera visto nunca. Llevaba el pelo cortado al estilo militar, pero también tenía una barba que necesitaba un recorte. Tenía las pestañas negras y puntiagudas y los ojos, de color dorado con estrías grises.

Conclusión número uno: el delicioso olor y el calor provenían de él.

Conclusión número dos: él la estaba observando con tanta atención como ella.

Aunque se le había cortado la respiración, fingió que le resultaba indiferente y ladeó la cabeza.

—Esto es trampa. Se supone que debes contar hacia atrás si vas a empezar una competición de miradas fulminantes.

—La cuenta es cosa tuya, arpía. Cuando fijo mi atención en alguien, debe saber que tiene cinco segundos para convencerme de que no lo mate.

Buena idea. La usaría. Sonrió con toda su intención y dijo:

—Vaya, sí que eres adorable.

—Soy Alaroc Faetón.

Faetón. Vaya, vaya. Un nombre familiar. ¿Dónde lo había oído?

—Puedes llamarme Roc.

¿Ah, sí?

—Gracias, pero no, Alaroc. ¿Dónde están las demás arpías?

—Vivas. Por el momento, es lo que necesitas saber.

—¿Vivas? Veo que sus manos y sus pies están por los jardines de palacio.

—Maté a tu General. No a otras arpías, solo a los consortes.

Aunque su madre le había dado la noticia de la muerte de Nissa, Taliyah sintió horror y tristeza. Ella no era la mayor admiradora de la General, pero su respeto por aquel puesto no disminuía nunca. Nissa se había ganado su sitio.

Por primera vez en la historia, las arpías no tenían líder.

—Las que nos atacaron perdieron las extremidades y fueron arrojadas a otro reino, en el que permanecerán y se curarán.

No podía ser cierto. ¿O sí? Nadie tenía el poder de arrojar a otros a otro reino, ¿verdad?

Territorio inexplorado…

—Demuéstrame que mis arpías siguen con vida —le exigió—. Llévame con ellas. Deja que las vea con mis propios ojos.

—Lo haré cuando te ganes ese derecho —respondió él. Miró su cuerpo de arriba abajo y se le dilataron las pupilas—. Eres la arpía más sedienta de sangre, ¿no?

—Sí.

Era la verdad.

Faetón… Aquel nombre seguía sonándole…

—Y qué es lo que te da derecho a llevar ese título, ¿eh? —le preguntó, inclinándose hacia él como si fuera a compartir un secreto, mientras acercaba la daga a su ingle—. ¿Tal vez el hecho de que yo vaya a usar tus testículos de monedero?

Entonces le clavó profundamente la daga en… ¿el muslo?

Él había adivinado su intención y cambió de postura, y la hoja de la daga se le clavó en el muslo. No se inmutó ni gritó.

Ella dio un resoplido de irritación. Los siglos pasados en el campo de batalla habían afinado su instinto y, en aquel momento, su instinto gritaba: «Para ganar, debes usar los trucos que has mantenido en secreto».

—¿Qué decías? —le preguntó él, con indiferencia.

—Algunas veces, una chica tiene derecho a golpear y fallar en alguna ocasión, ¿no? —respondió ella, encogiéndose de hombros.

—La próxima vez te daré una paliza, te lo prometo.

Él la examinó con un ligero brillo de entusiasmo en la mirada.

—¿Eres virgen, Taliyah?

¡Vaya! ¿Qué tenía que ver eso con la situación?

Ella preguntó, con una sonrisa forzada:

—¿Cuenta juguetear solo con el extremo?

Él se quedó inmóvil, sin dejar entrever sus intenciones. Pestañeó. La agarró de los hombros y la giró. De repente, ella se vio frente a su público, con el brazo musculoso de su captor colgando por debajo de sus pechos, sujetándola para que no se moviera de su sitio.

¡Su calor corporal! Emitía intensas oleadas de calor. Le estaba quemando la piel… y ella pensó que podría gustarle. ¡Humillante!

Ella miró a la gente, pero nadie la estaba mirando a ella. Los guerreros habían obligado a las arpías a tenderse en el suelo boca abajo.

El poderoso líder puso la boca justo encima de su oreja.

—Vamos a asegurarnos, ¿de acuerdo?

Aquella voz… era el equivalente sonoro a un prostíbulo. Capaz de darle placer a cada centímetro del cuerpo, siempre y cuando uno pagara por ello.

¿Qué iba a hacer? En vez de enfurecerse, su modus operandi de costumbre, se obligó a sí misma a apoyarse en él. ¿Qué tendría planeado aquel monstruo, y por qué?

—Nena, esta boca y estas manos han hecho cosas.

—¿Ah, sí?

A ella se le cortó la respiración al notar que él deslizaba la mano libre por debajo de su camisa. Notó el calor abrasador de la palma de su mano en la piel mientras él seguía deslizándola hacia abajo. Ella se quedó paralizada… No era posible que lo hiciera…

Lo hizo. Metió la mano por debajo de la cintura de sus bragas y, a través de la diminuta mata de rizos, introdujo dos dedos dentro de su cuerpo. A ella estuvo a punto de escapársele un gemido. ¡El calor!

Sentirse llena… Necesitaba detenerlo antes de…

Él soltó una maldición, sacó los dedos y se apartó.

Ella se sintió mortificada. Aquel tipo había conseguido que olvidara que tenían público. Y ella se había excitado. Se había humedecido por él.

¿Cómo se atrevía? Se giró y le dio un puñetazo brutal en la mandíbula. Él no se movió ni un centímetro, pero a ella, sin embargo, se le rompieron los huesos de los nudillos. El dolor se disparó por su brazo.

¡No era justo!

Él no estaba reaccionando como ella esperaba. Un momento… Incluso a través de la neblina, se fijó en cómo él cerraba un puño y abría la otra mano. La que tenía los dedos mojados.

Una parte de él había disfrutado tocándola. Taliyah sonrió complacida. Un resultado mucho mejor… para ella.

Él asintió como si acabara de tomar una decisión importante.

—Sí, creo que eres la mujer que busco.

Entonces, en aquel preciso instante, ella lo recordó, y se le cayó el alma a los pies. Faetón no era un nombre, sino un rango. Aquel hombre era el comandante de los Planeta Astra. El ejército más brutal que hubiera existido nunca.

Había descubierto quiénes eran mientras investigaba a sus padres. El ejército estaba formado por veinte señores de la guerra, algunos, muertos, otros, vivos. Cada uno de ellos tenía más de cien títulos diferentes. En el pasado, fueron guardias personales de Chaos, su abuelo secreto. No se sabía el porqué, pero ellos habían matado a los hijos de Chaos.

Se decía que Chaos apoyaba tanto a su hijo Erebus, que había regresado, como a sus antiguos guardias, negándose a elegir bando mientras los dos seguían luchando después de milenios.

¿Volvería Erebus a Harpina? ¿Sabía de su existencia? Ella siempre se lo había preguntado. ¿Podría conocerlo por fin, después de tanto tiempo? ¿Quería conocerlo?

Según la leyenda, los Planeta Astra eran capaces de conquistar mundos en menos de veinticuatro horas. Algunas veces, entraban a un estado conocido como anhilla y mataban sin piedad, sin pensarlo. Era parecido a lo que experimentaban los berserkers, pero diez millones de veces peor. Lo cual tenía sentido, porque eran los Planeta Astra quienes habían creado a los berserkers.

Los Planeta Astra vivían por la guerra y eran la encarnación de la conquista. Sus víctimas preferidas eran los fantasmas.

Se echó a temblar. ¿Acaso habían ido a Harpina a buscarlas a Blythe y a ella?

No. No era posible que supieran de la existencia de las hijas fantasma de su enemigo más odiado. Si tuvieran la más mínima sospecha, ya la habrían matado.

Alaroc irradiaba petulancia y satisfacción, y eso irritó a Taliyah.

—Veo que te has dado cuenta de lo que soy —dijo él.

—Sí —respondió ella. No tenía ningún motivo para negarlo—. Sois los Planeta Astra, un guerrero primigenio alimentado por planetas. Viajáis de reino en reino erradicando a todos aquellos que se niegan a serviros. Las pruebas de vuestros asesinatos os manchan la piel para que los demás puedan ver la horrible naturaleza de los crímenes. Algunos dicen que no tenéis debilidades. La mayoría afirma que sois invencibles.

A pesar de sus preocupaciones, sonrió con frialdad y prosiguió:

—Haré que te salgan por la boca cada una de las vértebras, individualmente. Serás mi propio dispensador de caramelos Pez. Después, utilizaré tu piel para hacerme un traje. Lo llamaré la Cáscara de la Derrota.

Su abuelo podía meterse a sus guerreros favoritos por donde le cupieran.

Al Astra se le dilataron las fosas nasales, pero… no con hostilidad. La miró de manera ardiente, presionó su cuerpo contra el de ella y les dijo a sus hombres:

—Traed al testigo. La boda es hoy.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

«No te lamas los dedos».

«¡Sí! Lame».

«¡Tonto! No te atrevas».

El comandante Roc Faetón observó a la belleza etérea que tenía delante, con desesperación por olvidar la miel femenina que cubría dos de sus dedos. Debería limpiársela y acabar con la tentación, pero no iba a hacerlo.

Taliyah Skyhawk le había enredado el pensamiento.

Nunca había visto unos rasgos tan delicados ni unos ojos tan insondables, de un color azul que le recordaba al de un océano helado. Tenía las pestañas muy espesas y pintadas con kohl.

Su pelo era blanco, plateado, y lo llevaba trenzado de un modo que la transformaba en una reina. Tenía la piel pálida y sedosa y su cuerpo era exquisito.