El Tratado anglo-cubano de 1905 - Jorge Renato Ibarra Guitart - E-Book

El Tratado anglo-cubano de 1905 E-Book

Jorge Renato Ibarra Guitart

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Beschreibung

A través del Tratado anglo-cubano de 1905, expresión de "la pugna sorda entre los Estados Unidos e Inglaterra por los mercados latinoamericanos", se analizan las contradicciones entre ambas potencias en relación con Cuba, y las posiciones de su gobierno en el diseño de la política exterior, en los albores de la República recién estrenada bajo la influencia de la Enmienda Platt, el Tratado de Reciprocidad Comercial y la política del Gran Garrote. Mediante estos hechos, el autor nos muestra la sumisión política y económica en que se encontraba el país en aquella época.

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Veröffentlichungsjahr: 2024

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Edición para e-book: Adyz Lien Rivero Hernández

Edición: Marianela Ramón Corría

Corrección y diseño interior: Pilar Jiménez Castro

Diseño de cubierta: Mónica García Ortega

Realización: Xiomara Gálvez Rosabal

Emplane: Irina Borrero Kindelán

Conversión a e-book: Belkis Alfonso García

© Jorge Renato Ibarra Guitart, 2006

© Sobre la presente edición:

    Editorial de Ciencias Sociales, 2022

Primera edición, 2006 Primera reimpresión, 2008

ISBN 9789590624087

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos, si nos hace llegar su opinión por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.

Instituto Cubano del Libro

Editorial de Ciencias Sociales

Calle 14 no. 4104, e/ 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba

Índice de contenido
Portada
Página legal
Agradecimientos
Agradecimientos
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Anexos
TRATADO DE AMISTAD, NAVEGACIÓN Y COMERCIO ENTRE CUBA E ITALIA
TRATADO DE COMERCIO, NAVEGACIÓN Y RELACIONES GENERALES CONCERTADOS ENTRE CUBA Y LA GRAN BRETAñA
Testimonio gráfico
Bibliografía
Datos del autor

A la memoria de mis colegas y amigos fraternos, María Antonia Marqués Dolz, Carlos del Toro González y Francisco Pérez Guzmán.

Agradecimientos

Mis agradecimientos a quienes fueron oponentes de esta investigación en el Instituto de Historia de Cuba: Oscar Zanetti, María Antonia Marqués Dolz y Arnaldo Silva. Un recuerdo especial merece la labor de nuestra colega y amiga María Antonia, quien llevó a efecto la revisión de este trabajo con el mismo empeño y rigor que puso siempre en todas las tareas que emprendió, siendo esta una de las últimas. Gratitud muy particular merecen los colegas británicos Christopher Hull y Jonathan Curry-Machado. Jonathan me ayudó a localizar los documentos en el National Archives y Christopher fue mi gran aliado en la búsqueda de esa información en Londres y quien me remitió toda la documentación que refiere el trabajo sobre la diplomacia británica ya que no tuve oportunidad de visitar el Reino Unido. Asimismo, quisiera agradecer a la profesora Pilar Gonzalbo de El Colegio de México, quien me brindó facilidades para consultar la documentación de la parte norteamericana que lamentablemente no pude hallar en Cuba y que, por suerte, encontré en la biblioteca de ese prestigioso centro universitario. A Louis Pérez (Jr.) por facilitarme fotocopias de la prensa norteamericana. A los trabajadores del Archivo y biblioteca del Ministerio de Relaciones Exteriores, la Biblioteca del Instituto de Literatura y Lingüística, el Archivo Nacional y la Biblioteca Nacional José Martí por complacer al máximo mis reclamos. A mi famillia por su constante respaldo cotidiano, en particular a mi esposa Alina Sánchez Vázquez y a mi madre Magdalena Guitart Rossell. También debo destacar el apoyo de mi padre, Jorge Ibarra Cuesta, quien me facilitó algunos textos y me ofreció sus consideraciones sobre este libro.

Introducción

El tema que hemos seleccionado forma parte del estudio de la inserción internacional de Cuba en los primeros años del siglo xx. La coyuntura histórica que se conformó como resultado de la guerra hispano-cubano-norteamericana, la primera ocupación y la imposición de la Enmienda Platt contribuyeron a que Cuba emergiese como una República dependiente de los designios de Washington. La concertación de un Tratado Comercial entre Gran Bretaña y Cuba debió enfrentar la fuerte resistencia de los Estados Unidos, interesados en que ninguna potencia europea fomentara importantes intereses económicos en la mayor de las Antillas. En aquellos momentos, de acuerdo con la doctrina Monroe, el naciente imperialismo se había propuesto mantener la cuenca del Caribe como traspatio ideal para expandir su influencia comercial y sus inversiones hacia el resto de América Latina.

El imperialismo británico, por su parte, dominaba las economías suda-mericanas por el alto monto de sus inversiones y el control que ejercía sobre los mercados de esa región. Respecto a las Antillas Mayores, el Reino Unido no había renunciado a estimular un comercio activo con estas, de manera que se integrase al intenso intercambio que mantenía con las Antillas Menores.

La pugna sorda entre los Estados Unidos e Inglaterra por los mercados latinoamericanos tuvo su expresión en la disputa de estas dos potencias alrededor del convenio comercial que habían acordado Cuba y el Reino Unido. Sin embargo, la mayor de las Antillas, que estaba interesada en diversificar su comercio internacional, tuvo que resignarse a su condición de neocolonia norteamericana sin poder hacer valer sus derechos, al menos formales, de República independiente.

El estudio de este proceso histórico nos hará reflexionar acerca de los presupuestos que deben regir la política exterior cubana. Las experiencias históricas que se deriven de este trabajo servirán como antecedente al estudio de la condición actual de Cuba en el mundo. Como entonces, la Isla pretende hoy abrirse al mundo cuando todavía los Estados Unidos desean hacer valer su fuerza hegemónica en América Latina.

A la caída del campo socialista, el gobierno revolucionario cubano ha debido reformular su política exterior para insertarse en el mundo actual dominado por la globalización capitalista y tiene frente a sí, como hace un siglo, a los Estados Unidos interesados en imponer su dominio neocolonial mediante la ley Helms-Burton para impedir la presencia de otros capitales foráneos en Cuba. El desafío a que estamos emplazados, en medio de un mundo unipolar, nos impone el estudio a fondo de nuestras realidades sin desdeñar las experiencias anteriores. Nuestro apóstol José Martí dijo: “Hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad. El pueblo que quiere morir vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse, vende a más de uno. El influjo excesivo de un país en otro, se convierte en influjo político”.

La advertencia martiana ha servido de legado histórico a las generaciones de cubanos que de alguna manera han procurado salvar a su tierra de las ambiciones hegemónicas de los Estados Unidos.

Así, el objeto de esta investigación se centra en analizar el despliegue de la diplomacia norteamericana ante la firma del Tratado anglo-cubano de 1905, las posiciones del gobierno y el conjunto de la sociedad cubana ante la disputa planteada por Washington, partiendo de la hipótesis siguiente: la sumisión política y económica de Cuba hacia los Estados Unidos en los primeros años de la República determinó que los nexos de La Habana con el resto del mundo se vieran limitados más allá de lo dispuesto por la Enmienda Platt y el Tratado de Reciprocidad Comercial.

De manera que serán analizadas las contradicciones interimperialistas, entre los Estados Unidos y Gran Bretaña, en torno a sus intereses hacia Cuba en este período histórico, las diversas posturas de las instancias de poder político y económico cubanas con relación a la firma del Tratado anglo-cubano, y las posiciones de las diversas instituciones norteamericanas y británicas encargadas de diseñar la política exterior en relación con el acuerdo comercial referido.

Los proyectos de carácter económico y social que no han impuesto un curso histórico determinado son regularmente obviados por la historiografía. En el caso de la historiografía cubana es comprensible que no se hayan priorizado porque ha debido enfrentar otros retos para poder completar una panorámica general de nuestra historia, en la cual todavía podemos apreciar no pocas lagunas. Pero cada día se nos hace más necesario abordar las diversas alternativas que surgen en cada coyuntura histórica específica.

El Tratado anglo-cubano fue una alternativa al curso de la economía dependiente neocolonial impuesta por los Estados Unidos, y pudo haber propiciado la diversificación de nuestro comercio, el desarrollo de una burguesía nacional más autónoma, así como el fortalecimiento de nuestro mercado interno. El referido convenio pudo haber sido, además, una válvula de escape a la carestía de la vida que tenía su origen en los efectos negativos del Tratado de Reciprocidad Comercial y el Decreto 44. Sería también oportuno agregar que el arreglo comercial con Londres pudo haber favorecido el comercio europeo de importación y la afluencia de capitales provenientes del Viejo Continente. Aprobar el Tratado anglo-cubano no era más que cumplir con el precepto martiano que establece la necesidad de diversificar el comercio para impedir el monomercado y la monoexportación. En el terreno diplomático, la batalla por la ratificación del Tratado anglo-cubano equivalía a defender nuestra soberanía nacional, después de los terribles golpes que había recibido con la imposición de la Enmienda Platt y el Tratado de Reciprocidad Comercial.

Aunque por esos años el comercio con Gran Bretaña mantuvo sus niveles habituales, los nexos entre Cuba y el Reino Unido se pudieron haber incrementado considerablemente si se hubiese ratificado el Tratado entre Londres y La Habana. La burguesía cubana, con representación en las corporaciones económicas y en los órganos de poder político, realmente no pudo superar la resistencia que le hizo el imperialismo norteamericano a sus tímidos proyectos de diversificar el comercio de la Isla con el resto del mundo. En lugar de llevar esta lucha hasta sus últimas consecuencias, cometió el desatino de procurar mayores beneficios de su nueva metrópoli.

Capítulo 1

Los gigantes anglosajones y la Perla del Caribe

Inglaterra, una potencia en franco desafío

El panorama que presentaba la economía capitalista a finales del siglo xix no era del todo favorable para Gran Bretaña, nación cuna de la Revolución Industrial. La “gran depresión” (1873-1896) había golpeado el desarrollo ascendente de la industria británica, pero la estrategia que siguió Londres para superarla se centró en explotar las posibilidades que le quedaban de su posición tradicional sin modernizar su economía. Mientras la productividad de su industria declinaba, sus finanzas triunfaban y sus servicios como transportista, comerciante e intermediaria en el sistema mundial de pagos, se hicieron cada vez más indispensables.

A pesar de que el Reino Unido era el eje de la lonja mundial por su decidida política librecambista y su consolidada economía, nuevas potencias capitalistas como los Estados Unidos y Alemania mantenían resguardados sus mercados internos con políticas proteccionistas e incursionaban en diversas plazas con relativo éxito. Sin embargo, las potencias emergentes no contaban con los acuerdos comerciales ventajosos que tenía Gran Bretaña con el resto del mundo por lo que su comercio arrojaba déficits1 notables. No obstante, entre 1870 y 1890, 5,5 % del comercio mundial que había pertenecido a Londres se redistribuyó entre el resto de las potencias capitalistas debido a la desaceleración de la industria británica.

La política librecambista británica sobrevivió al período de la “gran depresión” y se mantuvo porque el proteccionismo no favorecía al Reino Unido a quien le era más conveniente continuar recibiendo sin restricciones las exportaciones de otros países a cambio de sus productos. Al fin y al cabo las finanzas británicas triunfaban en medio de la recesión industrial. La city londinense funcionaba en una economía sin impedimentos para la libre circulación de capital. Los gobiernos británicos, puestos a escoger entre la industria y las finanzas, preferían estas últimas.

Otros factores también influyeron en la confianza de los ingleses hacia el libre cambio: aunque su industria se había contraído, el nivel de competitividad de sus equipos, maquinarias y artículos industriales era todavía elevado, su flota mercante era la mayor y más moderna y, por último, su vasto imperio colonial les garantizaba amplios mercados. Según Eric Hobswan: “Si alguna vez Londres fue el eje económico real del mundo y la libra esterlina su base, tuvo que ser entre 1870 y 1913”.2

En el orden de las inversiones inglesas en el extranjero el propio Hobswan afirma que se incrementaron principalmente en las décadas de 1860 y 1870 y que más tarde lo hicieron reinvirtiendo de sus propios intereses y dividendos. Ese proceso se extendió hasta entrado el siglo xx. Ya en 1913 Gran Bretaña tenía invertidos en el extranjero unos 4000 millones de libras esterlinas, mientras los Estados Unidos, Francia, Alemania, Bélgica y Holanda de conjunto llegaban a $ 5500 millones. Hacia 1914 las inversiones inglesas se concentraban principalmente en los Estados Unidos donde habían situado 3 667 400 dólares y constituían cerca de la mitad de las inversiones extranjeras en ese país.3 Hacia 1890 el total nominal de las inversiones inglesas en América Latina ascendía a 425 727 710 libras esterlinas. Si a esta cifra se sumaban los seguros de la corona británica y el capital nominal de las empresas del Reino Unido en la subregión latinoamericana hacía un total de 851 455 420 libras esterlinas.4

En 1890 los países latinoamericanos que contaban con un mayor número de empresas británicas operando en su territorio eran: Argentina con 67; Brasil con 48; Chile y México tenían 45 cada uno; Colombia con 22; Uruguay con 14; Venezuela con 9 y por último Perú y Cuba tenían 8 cada uno.5

Para 1900 el valor nominal de las inversiones inglesas en América Latina ascendía a 540 millones de libras esterlinas y en 1913 la cifra llegó a 2000 millones. En este último año se estableció el mayor número de empresas financiadas por capital británico.6 Las cifras de las inversiones norteamericanas en América Latina por esos años arrojaban índices inferiores. Por ejemplo, en 1897 ascendían a 308 200 000 dólares, mientras que en 1914 estaban en el orden de 1 648 700 000 dólares.7

América Latina, mercado codiciado por los Estados Unidos a partir de la proclamación de la doctrina Monroe en 1823, estaba penetrada ampliamente por el capital británico. Los ingleses también mantenían una hegemonía en el mercado importador de esa subregión.

Aun sufriendo un proceso de desaceleración industrial, Gran Bretaña se mantuvo como país líder de la navegación mundial, debido fundamentalmente a la última de las innovaciones técnicas que había capitaneado: el barco de vapor de hierro. En ese sentido, Londres sobresalía tanto en la construcción de estos barcos como en las exportaciones de carbón. Hacia 1860 los buques británicos habían transportado alrededor de 30 % del cargamento de Francia y una cifra similar de los Estados Unidos. Ya para 1900 transportaban 45 % de los franceses y 55 % de los estadounidenses.8

La superioridad de la marina inglesa respecto a la norteamericana la podemos distinguir en el cuadro 1.1.

En el terreno comercial Gran Bretaña mantenía la primacía mundial a pesar de la desaceleración sufrida por su industria, aunque la disputa tan intensa que sostenía con otras potencias europeas para garantizar la expansión territorial no le permitía mantener la calma. En la década del 1880, el mundo colonial británico estaba al acecho de Rusia, Francia, Bélgica, Alemania, Italia y Japón. Rusia avanzaba hacia Asia a través de Persia; Francia en África, a partir de Túnez y Argelia, ejercía presión sobre Marruecos y las colonias inglesas del África central y en Asia ocupaba Indochina y avanzaba por el sur hacia el Imperio chino; Bélgica se convertía en un poder colonial en África mientras que Alemania y Japón, potencias que llegaban últimas al reparto colonial, no podían ser desconocidas. Italia, por su parte, aunque había sido expulsada de Abisinia, mantenía intereses en África central y ambicionaba Trípoli. En China las esferas de influencia estaban en una situación de franca disputa entre Alemania, Francia, Rusia, Inglaterra y Japón. Entre las metrópolis no eran posibles las alianzas estables por el mundo colonial y Londres debía estar atenta de mantener la hegemonía mundial.

Las relaciones anglo-norteamericanas de 1850 a 1895

Las relaciones anglo-norteamericanas de mediados del siglo xix hasta principios del xx estuvieron signadas por la ambivalencia. Una relación de amor y odio, resentimiento y contención marcó los vínculos entre los Estados Unidos y Gran Bretaña. Las contradicciones entre estos dos grandes países imperialistas se manifestaron en diversos acontecimientos mundiales.

El nuevo imperio surgido en Norteamérica procuraba un espacio para extender sus capitales allende sus fronteras después de haber completado su expansión territorial. Las áreas geográficas que le eran más afines para iniciar la exportación de capitales y mercancías se ubicaban en Asia y América hacia donde apuntaban sus costas. El dominio mercantil de estos territorios le garantizaba a Washington cerrar un círculo de influencia cuyo eje marítimo se encontraba en la confluencia de los océanos Atlántico y Pacífico. Por esa razón la búsqueda de un canal interoceánico se convirtió en la manzana de la discordia entre la potencia de primer orden mundial, Gran Bretaña, y el imperio naciente de los Estados Unidos. Aunque Bismark solía decir que el hecho más importante de la era moderna tendría su origen en que tanto Gran Bretaña como los Estados Unidos hablaban el mismo idioma, el vínculo no se restringía a las coincidencias estrictamente lingüísticas, sino al nuevo reparto mundial de parte de estas potencias imperialistas. Paradojas, hipocresías, entendimientos circunstanciales y rivalidades van a caracterizar las relaciones entre Washington y Londres en este período histórico.

La búsqueda de una vía marítima que uniese Asia y América enfrentó a británicos y norteamericanos desde mediados del siglo xix. En 1850 se firmó el Tratado Clayton-Bulwer que regía la manera en que se administraría un posible canal interoceánico en Nicaragua. Los Estados Unidos tuvieron que ceder posiciones en esa oportunidad sin poder ejercer un control exclusivo sobre esa área que debía administrar conjuntamente con Gran Bretaña garantizando la seguridad y la neutralidad de la región en disputa. Las restricciones que impuso ese tratado no solo se tornaron ofensivas al orgullo del imperialismo norteamericano, sino que también constituyeron un obstáculo apreciable a la propia construcción del canal. Considerando los preceptos de la doctrina Monroe, la intrusión de una potencia europea en la administración de un canal situado en las Américas era intolerable para la arrogancia imperialista de Washington. Esto constituyó una espina clavada en el corazón del águila norteamericana, asunto pendiente para otros tiempos.

Entre 1850, año en que se firmó el Tratado Bulwer-Clayton, y 1895 cuando se produjo un giro de la política exterior inglesa respecto a sus vínculos con los Estados Unidos, tuvo lugar una disputa sorda entre ingleses, norteamericanos y españoles por el futuro de Cuba.

Si bien los ingleses terminarían por asociarse con los Estados Unidos para desplazar a España del hemisferio occidental, antes de 1895 Gran Bretaña procuró un entendimiento con España. Londres quería consolidar en Cuba un régimen autonómico lo suficientemente sólido que impidiese la expansión norteamericana. En ese sentido la experiencia británica del establecimiento de este tipo de régimen político en Canadá serviría de punto de partida para la maniobra que fraguaba.

En Cuba el Partido Autonomista proveía una base de sustento al proyecto británico que consistía en ofrecer un empréstito a la mayor de las Antillas por unos 300 millones de libras esterlinas los que serían resarcidos materialmente por un régimen político que asumiese a nombre de Cuba los contratos del empréstito. Por tanto, el empréstito se ofrecía a cambio de que en Cuba se estableciera un régimen autonómico. Los 300 millones se distribuirían de la forma siguiente:

• Para el Tesoro de la Metrópoli, en concepto de anticipo por 20 años de subvención, 100 millones de libras esterlinas.

• Con destino a la amortización de la deuda de Cuba, 100 millones.

• Para establecer en la Isla un banco de emisión para fomentar la construcción de obras públicas, 100 millones.9

En una junta central del Partido Autonomista de 2 de diciembre de 1892, Rafael Montoro expuso detalles de los encuentros que había sostenido con un representante de un sindicato de banqueros ingleses, Montgomery Gadd, quien le había trasmitido la propuesta del empréstito. El ministerio español de Canovas decidió darle curso al análisis previo de la propuesta y Gadd se entrevistó posteriormente con el presidente del Partido Autonomista, José María Gálvez.

De cualquier manera ni Gálvez ni Montoro podían aceptar algo hasta que el gobierno español no reconociese a fondo el carácter de la propuesta de Mr. Gadd. Este último, posteriormente le envió telegramas a Montoro para que se trasladase a Madrid a fin de dejar resuelta la contratación del empréstito. En esas circunstancias la junta autonomista acordó lo siguiente: “Que es de necesidad para resolver acerca del particular del viaje a la península de Montoro un llamamiento autorizado por el gobierno de la Metrópoli, trasmitido por conducto del Gobernador General, bien del Cónsul inglés y designar a Montoro para representar al Partido en Madrid en caso de cumplirse la condición antes indicada”.10

El asunto en cuestión se mantuvo en discusión durante 1893 no sin tener ciertos tropiezos dado que se trataba de algo bien delicado, lo que destaca Montoro en carta a Bernardo Portuondo de 18 de agosto:

He escrito a Londres trasmitiendo la indicación de usted sobre el negocio excelente que puede proponerme sin temor de que surjan dificultades como en el [ilegible] que ha dejado bien triste recuerdo; y me autorizan a pedir a usted los datos y bases del negocio para proceder a su estudio y preparación de proposiciones. Una sola observación me ocurre hacer a usted, [...], y es la necesidad de que asegure usted desde el primer momento que se ponga firme, como dicen los ingleses, el negocio ensus manos, a fin de que me lo pueda trasmitir a mí en igual forma, y podamos dar la necesaria opinión a los capitalistas extranjeros.11

Poco sabemos del curso último que tuvieron estas gestiones, pero evidentemente el proyecto de gobierno autonomista no fructificó.

Las negociaciones en Madrid, influidas tal vez por otro acontecimiento, no resultaron positivas. No obstante, la intención británica tenía sólidos fundamentos en las contradicciones que ya se manifestaban con el nuevo imperialismo que emergía en los Estados Unidos. En carta de Rafael Montoro a Pompeyo Sarial se analizan los fines últimos de Londres:

Cada día importa Cuba más a los Estados Unidos y a Inglaterra por consiguiente. Debajo de la gestión de Mr. Gadd tan quimérica a primera vista, agitábase una seria y profunda preocupación, bastante poderosa ya en Londres y París. Antes que ver a Cuba un stronghold de los Estados Unidos, querían que fuese un Canadá español, muy libre, próspero y tranquilo cuando no como usted indica una Suiza marítima y neutral. En los Estados Unidos han vuelto a preocuparse de nuestra casa de un modo que no nos tenían acostumbrados. Todo contribuye a crear aquí entre las gentes ilustradas de España [...] el convencimiento de que no es posible conservar a Cuba por los métodos antiguos.12

Montoro, sagaz analista, aprovechaba las contradicciones entre las grandes potencias interesadas en el futuro de Cuba para favorecer los propósitos del Partido Autonomista de capitalizar los dilemas de la nación cubana y asumir el poder con la venia de Madrid y Londres. En ese posible escenario, los Estados Unidos quedarían contenidos en sus ansias imperialistas aunque no anulados porque en definitiva ellos ofrecían el mayor y más cercano mercado al azúcar cubano.

La maniobra autonomista de utilizar el fantasma de una posible ocupación norteamericana para obtener concesiones de España no era nueva. En 1888 Rafael Montoro, en una intervención ante las Cortes españolas, se refirió a un comentario del periódico norteamericano North American Review que afirmaba que los Estados Unidos no necesitaban alentar las ideas anexionistas en Cuba, esta les pertenecía. Aunque Montoro elogió los avances de los Estados Unidos advirtió el peligro de que ante la ausencia de capitales en la Isla se produciría la expansión del “cada vez más absorbente vecino del norte”.13

Para los miembros del Partido Liberal Autonomista el régimen autonómico debía neutralizar la revolución pospuesta en 1878. A esos efectos necesitaban capitales constantes y sonantes que propiciaran una salida evolutiva a largo plazo del conflicto político entre Cuba y su metrópoli. Para ellos fundar un país se reducía a tener suficientes capitales con que disuadir a los cubanos intransigentes y lograr un entendimiento con España. Por eso, si los ingleses suministraban ese capital para repetir la misma fórmula de Canadá en Cuba, los autonomistas estarían satisfechos.

Cambio de posiciones en Londres

En medio de las tensiones que enfrentaba Inglaterra con el resto de las potencias europeas para mantener su hegemonía en África y Asia surgió un incidente con los Estados Unidos en el hemisferio occidental que marcó pautas sobre la estrategia diplomática londinense.

Hacia 1895 Venezuela y Gran Bretaña mantenían un litigio pendiente relativo a los límites entre la Guyana inglesa y el territorio venezolano. El gobierno de Caracas propuso someter la cuestión a un arbitraje internacional y la administración norteamericana de Grover Cleveland en su segundo mandato apoyó de inmediato la propuesta ofreciéndose como mediador en el conflicto. Para Washington era importante intervenir en la disputa anglo-venezolana para hacer valer los fueros de la doctrina Monroe, pero el jefe del gobierno inglés, lord Salisbury, no aceptó el ofrecimiento norteamericano. Entonces el secretario de Estado estadounidense, Richard Olney, le envió un agresivo mensaje a lord Salisbury donde acusaba a Inglaterra de pretender apropiarse del territorio de una nación americana en abierta violación de la doctrina Monroe. El jefe de gobierno británico respondió que Londres nunca había aceptado la doctrina Monroe en los términos expuestos por Olney.

El enfrentamiento entre ambas cancillerías llegó a extremos insospechados cuando el 17 de diciembre de 1895 intervino el presidente Cleveland ante el Congreso y solicitó un crédito para cubrir los gastos de una comisión que se trasladaría a Venezuela a analizar el caso en el terreno. En esa oportunidad dirigió duros ataques a Gran Bretaña y apoyándose en la doctrina Monroe declaró a los Estados Unidos protectores de todos los pueblos de América ante la expansión europea. El Congreso aprobó solícito la demanda de Cleveland.

El enfrentamiento diplomático había sido tan vigoroso que dejó preparado el terreno para una posible confrontación armada. De por medio estaba el orgullo imperialista de ambos contendientes porque ni Washington ni Londres querían ceder posiciones. No obstante, el conflicto alrededor de Venezuela aunque intenso era de poca trascendencia internacional comparado con las contradicciones que enfrentaba Inglaterra con Francia y Alemania. Un incidente diplomático con esta última hizo precisamente que la cuestión venezolana pasara a un plano secundario.

En ese momento se comenzó a concertar un entendimiento bajo cuerdas entre los Estados Unidos y el Reino Unido. Había intereses comunes entre estas potencias en Asia por lo que sería útil para ambos una alianza en esa región, proyecto que había sido diseñado desde Londres para lograr un equilibrio que le fuera favorable en el Extremo Oriente. Según Ramiro Guerra, la diplomacia de lord Salisbury, al acercarse a los norteamericanos, se ajustaba al principio cardinal de la política exterior inglesa: mantener la balanza del poder mundial en sus manos.14 A los efectos de contener al resto de las potencias europeas en su avance sobre Asia la alianza con Washington les era favorable. En realidad Gran Bretaña no podía tener aliados en Europa porque le exigirían un precio muy alto. En cambio con los estadounidenses podían hacer concesiones que en ese momento no les eran muy comprometedoras: darle manos libres contra España en América y Asia, así como admitir ciertos principios de la doctrina Monroe que no ponían en riesgo la penetración económica inglesa en América Latina.

Por esas razones el caso venezolano fue resuelto en negociaciones celebradas en Washington donde lord Salisbury admitió el principio monroista de que los Estados Unidos podían intervenir en los conflictos de los países de las Américas con los poderes europeos. Según el propio Ramiro Guerra fue en ese momento que el expansionismo norteamericano pudo reanudar su marcha, libre del único rival serio con que había tropezado, la Gran Bretaña.15

Otros acontecimientos en las Américas pondrían de manifiesto que la postura británica en el caso venezolano no había sido coyuntural. Respecto a Norteamérica, Londres había asumido una nueva estrategia diplomática duradera. Al irrumpir la revolución cubana de 1895 que causó daños al suministro de azúcar a los Estados Unidos, la administración norteamericana de Cleveland intentó la compra a España de la mayor de las Antillas. A esos efectos en junio de 1896 Henry White, secretario de la embajada norteamericana en Londres, recibió instrucciones para sondear a lord Salisbury sobre esos propósitos. El resultado fue favorable a Washington, lord Salisbury respondió: “Ese no es asunto de la Gran Bretaña. Somos amigos de España y veríamos con pena que se le humillase, pero consideramos que no tenemos nada que decir en la materia, cualquiera que sea el camino que los Estados Unidos puedan decidirse a seguir”.16

Fue así que el Reino Unido le dio luz verde a Norteamérica para que se lanzase sobre las últimas posesiones hispanas en América. La concertación anglo-norteamericana, aunque debía ajustarse a negociaciones en cada caso particular, tenía bases estables. Cierto es que habían algunos asuntos pendientes todavía por resolver en el hemisferio occidental por norteamericanos y británicos, pero el hecho real de que los Estados Unidos habían emergido como una potencia imperialista debido a su impetuoso y multifacético desarrollo de finales del siglo xix, creaba un nuevo escenario en el hemisferio occidental. El declive del imperio feudal español serviría a los intereses anglo-norteamericanos de concertación diplomática. Los sucesos alrededor de la primera guerra imperialista de la historia, donde contendieron España y los Estados Unidos en 1898, movieron los resortes de la diplomacia británica que pasó de una posición neutral a otra más comprometida con sus herederos en Norteamérica.

La guerra hispano-cubano-norteamericana

La crisis política de Cuba agudizada por los pasos riesgosos y desesperados de la metrópoli española por conservar su colonia, conmocionaron la opinión pública internacional. La Reconcentración ordenada por Valeriano Weyler, la consecuente debacle de la riqueza material, el estado crítico de las condiciones sanitarias y la muerte por inanición de miles de personas en la mayor de las Antillas movieron los titulares de la prensa británica. A comienzos de 1897 los rotativos londinenses condenaban al general Weyler como militar indigno y lo declaraban incompetente como capitán general en la dirección de los asuntos civiles. Mientras, las posiciones iniciales adoptadas por el presidente norteamericano, William MacKinley, eran respetadas y aprobadas.17

La historiadora Bertha Ann Reuter señala que esta postura de la prensa británica pudo deberse tanto a los orígenes anglosajones de ambos pueblos como al interés de Londres en que los Estados Unidos lo apoyara en su política europea.18 Sin descartar del todo las posibilidades que el uso de una lengua común provee, entendemos que la concertación que se intentaba iba más allá de las fronteras de Europa. En Asia y América había asuntos pendientes de resolver y el trance agónico del otrora poderoso imperio español facilitó la maniobra de acercamiento diplomático.

En la capital española precisamente se comenzarían a mover los hilos del entendimiento entre los anglosajones. En septiembre de 1897 el ministro norteamericano en Madrid, Stewart Lyndon Woodford, sostuvo un encuentro con su homólogo británico sir Henry para imponerlo de la situación cubana. En el informe de Woodford al Departamento de Estado relativo a ese encuentro señaló: “Me esforcé en hacerle patente que el azúcar de Cuba es tan vital para nosotros como lo son el trigo y el algodón de las Indias y Egipto para la Gran Bretaña. Que esta no era la única preocupación del gobierno, pues las pérdidas de capitales en las plantaciones azucareras y el tabaco, en las minas y los ferrocarriles eran cuantiosas”.19

Según el historiador Francisco Pérez Guzmán, el ministro norteamericano trataba de trasmitir el mensaje de que los Estados Unidos estaban llegando al límite de su paciencia y no deseaban tener un enfrentamiento con Gran Bretaña si se decidían a desafiar a España.20

Este cabildeo diplomático pretendía despejar incógnitas respecto a la postura de Londres en una posible guerra de los Estados Unidos con España. Washington aspiraba, cuando menos, a neutralizar al Reino Unido. Complacido de su gestión, Woodford informaba en agosto al Departamento de Estado:

El pueblo británico no tiene ningún interés preciso en los asuntos de Cuba. Su sola preocupación es que sus negocios y relaciones comerciales no se vean afectadas o dañadas. Probablemente esperan que Cuba caiga algún día bajo el control de los Estados Unidos, ya sea mediante la forma de un protectorado o mediante la anexión. No creo que el reconocimiento de una situación de beligerancia en Cuba por los Estados Unidos, sea seguida de ninguna protesta o acción inamistosa por parte de Inglaterra. El gobierno británico solo haría lo necesario para proteger los intereses comerciales y financieros de los ciudadanos británicos en Cuba.21

No imaginaban todavía en Londres que la futura presencia monopólica del capital norteamericano podría afectar sus intereses comerciales en Cuba. Además, la entonces colonia española tenía una posición geográfica estratégica en los propósitos hegemonistas de Washington. La llave de las Antillas estaba a medio camino entre Norteamérica y la vía interoceánica que se encontraba todavía en disputa con Gran Bretaña.

Un resumen de esta conversación se le envió al canciller británico, lord Salisbury, por su ministro en Madrid, sir Henry, y fue la primera declaración oficial que Gran Bretaña recibió de los Estados Unidos concerniente a la situación de crisis en Cuba. En octubre de 1897 lord Salisbury ratificó a los Estados Unidos que los intereses de Gran Bretaña en Cuba eran puramente comerciales y que estaría de acuerdo con favorecer cualquier medida tendente a restablecer la tranquilidad en la mayor de las Antillas.22

En noviembre de ese propio año la corona española aprobaba el régimen autonómico para Cuba con el consenso de las Cortes. Ese nuevo paso de la monarquía hispana fue rechazado tanto por los Estados Unidos como por Gran Bretaña que lo consideraron inadecuado a las demandas cubanas. Para los británicos las libertades autonómicas ofrecidas por España eran muy limitadas, si se le comparaban con las que Londres otorgaba a Canadá.

El Reino Unido procuraba influir en el futuro de las Américas en alianza con Washington. Con ese fin se combinaron los intereses británicos y norteamericanos en una concertación cuyo primer paso sería sacrificar a España. Si bien en la esfera diplomática se logró una inteligencia entre anglosajones, el naciente imperialismo estadounidense a la larga no renunciaba a alcanzar la hegemonía absoluta en las Américas como ya estaba previsto por la doctrina Monroe desde 1823. En los círculos militares de Norteamérica se mantenía la inquietud. El subsecretario de la marina en ese momento, quien posteriormente sería presidente de la Unión, Teodoro Roosevelt, escribía el 9 de febrero de 1898: “Me gustaría moldear nuestra política exterior con el objeto definido de arrojar de este continente a todas las potencias europeas. Empezaría por España y acabaría por Inglaterra”.23

Con posterioridad a la explosión del acorazado Maine, hacia abril de 1898, Sherman, secretario de Estado norteamericano comunicó a Woodford, su embajador en Madrid, que abandonase España y dejase todos los asuntos norteamericanos en ese territorio en manos de la representación diplomática británica. En vísperas de la guerra hispano-norteamericana, a pesar de las simpatías expresas de Londres por la causa norteamericana, Gran Bretaña proclamó la neutralidad en el conflicto.

Al comenzar las hostilidades en Cuba, la prensa europea tuvo una sensible división de criterios respecto a esta nueva contienda. Mientras la prensa francesa, alemana e italiana se declaraban a favor de España, la inglesa se puso de parte de Washington. Algunos escritores españoles consideraban esta última más apasionada que la propia norteamericana.24

Miembros del gabinete británico, incluido el propio lord Salisbury, elogiaron públicamente la misión de libertadores que se habían asignado los norteamericanos en la guerra contra España.

En general, la mayoría de los periódicos británicos opinaban que la guerra era imprescindible por varias razones: humanitaria, para salvar a Cuba del holocausto de la Reconcentración, y por otro lado, útil para proteger los intereses comerciales de los Estados Unidos y garantizar la seguridad de los ciudadanos norteamericanos residentes en la Isla.25

Aunque algunos autores como Bertha Ann Reuter sostienen que la neutralidad británica en el conflicto fue bastante estricta, otros alegan que hubo apoyo logístico de Londres a la flota norteamericana tanto en el Pacífico como en el Mar Caribe.

Según Bruce Russet, cuando el almirante Dewey bombardeaba Manila, la flota británica que se encontraba en la bahía recibió órdenes de interponerse entre la flota alemana, también presente, y la norteamericana. Se cree que esta operación se efectuó para evitar que los alemanes atacaran a los estadounidenses.

En 1898 Gran Bretaña declaró que aprobaba la anexión de Filipinas y Hawai a los Estados Unidos.26

Por otra parte, el capitán de navío español, Víctor M. Concas y Palau, en su obra La escuadra del Almirante Cervera asegura que Jamaica, posesión británica en el Caribe, sirvió de base de operaciones a la escuadra norteamericana mientras atacaba Santiago de Cuba.27

Cuando se firmó la paz de Versalles, los ingleses expresaron su satisfacción de que la gran democracia angloparlante de Norteamérica tomara el control sobre las últimas colonias españolas.28

Precisamente cuando los Estados Unidos asumían el arrogante papel de nueva potencia imperialista a escala mundial, Gran Bretaña le alentaba en todos los terrenos. En realidad el desastre español de 1998 sirvió para que norteamericanos e ingleses se decidieran a negociar las diferencias aún pendientes.

La corona inglesa estaba interesada en lograr acuerdos comerciales entre Canadá, territorio bajo la autonomía británica, y los Estados Unidos. En ese sentido, varios asuntos mutuos esperaban resolverse: el control de la pesca en el Mar de Bering y en el norte del Atlántico, un arreglo respecto a la navegación de las flotas de guerra en los Grandes Lagos y también una solución a los problemas de frontera en Alaska.29

Por otro lado, en el Extremo Oriente, Londres recibió el apoyo de Washington para enfrentar la rebelión de los bóxers y mantener la política de “puertas abiertas” en China. Asimismo, los británicos recibieron la solidaridad de los Estados Unidos en la guerra que sostenían con los boers en Sudáfrica.30

Respecto a los asuntos de Canadá debemos decir que no avanzó todo lo que quisieron los ingleses y norteamericanos. Una comisión negociadora se reunió en Québec desde agosto de 1898 a febrero de 1899, pero la diferencia respecto a la frontera con Alaska impidió un acuerdo más amplio. Según William Dunning “este primer intento había sido muy ambicioso” porque se quisieron negociar todos los asuntos pendientes de una sola vez en lugar de resolverlos uno a uno. De cualquier manera hacia octubre de 1899 se fijó una línea divisoria provisional en la frontera común de Alaska.31

Sin embargo otros asuntos espinosos entre británicos y estadounidenses se encontraban por resolver. Los Estados Unidos habían tomado posesión de territorios en el Pacífico y en el Caribe cuyo punto de confluencia seguía siendo el canal interoceánico todavía sin construir por los desacuerdos con Londres. Además, la presencia británica en la América Latina continuaba siendo un dolor de cabeza para los norteamericanos. El Tratado Clayton-Bulwer que tanta inquietud y duda había suscitado en Washington se firmó el 5 de febrero de 1900 por los secretarios norteamericano y británico, Hay y lord Pauncefote, respectivamente. Pero cuando el Senado norteamericano debatió el Tratado, se le agregaron nuevas enmiendas que no satisficieron al gobierno británico porque debía renunciar a todo derecho de participar en la construcción, posesión y mantenimiento del canal. Transcurrido un año las partes involucradas decidieron abolir el Tratado Clayton-Bulwer y se impuso la voluntad norteamericana de dominar el área estratégica del Caribe que comunicaba con Asia. En el nuevo convenio, que se ratificó el 16 de diciembre de 1901, ahora nombrado Hay-Pauncefote, los Estados Unidos tendrían el control absoluto del canal que se planeaba construir. Bertha Ann Reuter señala que las concesiones británicas a los Estados Unidos en el hemisferio occidental se debían a un acuerdo no escrito según el cual los norteamericanos protegerían el comercio británico en el Extremo Oriente a cambio de las facilidades otorgadas en las Américas.32

Pero las diferencias entre Londres y Washington no cesaron tras el acuerdo por la posesión del canal. Venezuela otra vez sería el escenario de la confrontación entre los Estados Unidos y Gran Bretaña. Con anterioridad la doctrina Monroe había sido desafiada abiertamente por la marina alemana cuando en 1897 efectuó demostraciones de fuerza en Haití para exigir el pago de una deuda pendiente. Ese mismo pretexto sirvió a las marinas alemana e inglesa para bombardear los puertos venezolanos de La Guaira, Maracaibo y Puerto Cabello en 1901. Pero en estos conflictos nuevamente el Tío Sam haría valer su poder. A juicio del presidente Theodore Roosevelt, los ataques a Venezuela debían terminar y las diferencias someterse a arbitraje. Los llamados a la conciliación, combinados con amenazas públicas, pudieron contener a las flotas británica y alemana en su ofensiva. Se logró que Gran Bretaña, Alemania y Venezuela recurrieran al Tribunal de la Haya para resolver sus asuntos objeto de discordia.

Estas altas y bajas en las relaciones entre Gran Bretaña y los Estados Unidos no le permitieron al imperialismo norteamericano sentirse confiado en sus ventajas para dominar el área del Caribe. La hegemonía del mercado latinoamericano aún radicaba en Londres y Washington estaba consciente de que para desplazar al capital británico debía empezar por la cuenca del Caribe. No le bastaba con ganar ese mercado mediante la libre competencia, la política del “Gran Garrote” debía preparar el camino a la supremacía norteamericana. Mecanismos de coerción militar y política ejercidos a los países del área, en particular Cuba y Puerto Rico, le ofrecerían nuevos horizontes a los monopolios norteamericanos. Mientras tanto el temor persistente a una guerra con Gran Bretaña y Alemania en el área, impulsó a los Estados Unidos a incrementar la construcción de barcos de guerra en las dos primeras décadas del siglo xx. Todavía en junio de 1916, el secretario asistente para las Operaciones navales analizaba las posibles necesidades de la marina yanqui “contra todo tipo de contingencias” incluida una guerra contra el Reino Unido.33

Los aranceles. Una puerta abierta

El primer arancel que rigió en Cuba después del cese de la soberanía española lo ordenó el presidente MacKinley según el Bando del secretario de Guerra norteamericano de fecha 17 de diciembre de 1898 publicado en la Gaceta de La Habana el 7 de enero de 1899. El segundo arancel lo decretó el propio MacKinley el 31 de marzo de 1900 y fue editado en LaGaceta el 15 de mayo del propio año. Respecto a este último arancel se establecieron seis tipos de mercancías: las que pagaban por peso bruto, por peso neto, por tara, ad valorem, por unidad, y las que estaban libres de derechos.

Aunque a estos dos aranceles se le hicieron ciertas modificaciones debido a órdenes militares aprobadas por el Poder Ejecutivo norteamericano, podemos decir que sus postulados básicos rigieron la nueva era de las relaciones cubanas con el mundo. Por primera vez en nuestra historia, aunque los ingresos fiscales del arancel los administraba el gobierno interventor, la nación se abrió al mercado mundial sin las cortapisas de barreras arancelarias prohibitivas que desestimulaban el desarrollo socioeconómico.

Según Leopoldo Cancio y Luna, quien durante el período de la intervención norteamericana ocupó los puestos de subsecretario y secretario de Hacienda, atrás quedaba el arbitrario arancel español:

Salimos de los laberintos arancelarios, de la histórica red de las cuatro columnas —derechos diferenciales de procedencia y de bandera, de cabotaje unilateral y de factores especiales— y entramos en un verdadero arancel fiscal, sobre la base, prevaleciente entonces en el tecnicismo de las relaciones internacionales económicas y mercantiles, bautizada con el nombre de la puerta abierta.34

Con esos ingresos se pagaban los gastos de la administración norteamericana, incluidos los del ejército de ocupación. Los nuevos aranceles permitieron diversificar nuestro comercio y obtener algunos recursos para los ayuntamientos provinciales y municipales. Pero la economía cubana había recibido el impacto negativo de la Guerra del 95 y requería de auxilios mayores. Los Estados Unidos, por su parte, se negaron a conceder préstamos para reanimar nuestra agricultura. No obstante, Robert Porter, quien fuera emisario personal del presidente MacKinley y luego secretario de Hacienda en el gobierno militar, señalaba que estos aranceles los había redactado “con el propósito de proveer al gobierno que se habría de inaugurar el primero de enero de 1899 de recursos monetarios suficientes para atender los servicios públicos”.35

El atractivo que representaba Cuba para el capital extranjero como mercado ávido de recursos para la reconstrucción nacional hizo que la reducción arancelaria no fuera obstáculo para que se generasen suficientes ingresos por medio de los nuevos adeudos. Los Estados Unidos, ciertamente, mediante algunas circulares, pudieron beneficiar a sus tropas e inversores, pero en general la apertura era tan inusitada y amplia que los capitalistas de otras naciones aprovecharon bien la oportunidad. Según la Circular No. 117 de 15 de diciembre de 1900 se liberaba de impuestos a los bultos y artículos destinados como regalo de pascuas a oficiales y soldados ubicados en Cuba y de acuerdo con la Disposición Especial No. 318 se concedían privilegios a determinadas compañías de ferrocarril o hacendados para importar ciertas maquinarias a razón de 10 % ad valorem de la mercancía.36

Sin embargo, el espíritu de quienes administraban entonces la aduana era contrario a cualquier tipo de rebajas adicionales aunque fuese para beneficiar productos norteamericanos lo que se reflejó en la Circular No. 124 de 3 de octubre de 1900, firmada por Tasker H. Bliss, comandante y administrador de las Aduanas de Cuba:

En Cuba muy especialmente sucede que se intenta por todos los medios posibles influenciar las Aduanas por “consideraciones sentimentales o éticas” intentos que se hacen con el fin de obtener una clasificación más baja pretendiendo que esto o aquello protegiera la industria azucarera, industria ganadera, industria minera, etc. Pero debe recordarse que el objeto de un arancel en Cuba es levantar fondos para el sostén del gobierno. Al hacer esto, el gobierno otorga aquellas concesiones que estima necesarias.37

Aunque hubo concesiones a mercancías norteamericanas por disposiciones anteriores no podemos compararlas con las que posteriormente se le otorgaron por el Tratado de Reciprocidad Comercial de 1903 que tenían un carácter más amplio e integral. Por esa razón los productos europeos que podían competir con los norteamericanos se abrieron espacio en el mercado cubano, sobre todo en el momento en que España perdía su posición privilegiada.

Los ingresos que dejaban las aduanas eran tan amplios que según una información del embajador ruso en Washington de fecha 10 de mayo de 1900 “a 300 trabajadores de correo norteamericanos se les paga del tesoro cubano un sueldo que en conjunto asciende a 40 000 dólares, mientras en Estados Unidos al mantenimiento de 2100 trabajadores de correo se destinan solamente 24 000 dólares”.38

Según Leland Jenks el gobierno interventor no utilizó los recursos que obtenía de las aduanas para la restauración económica del país. Los hacendados se dirigieron al Gobernador militar para que dispusiera de financiamiento con vistas a recuperar la agricultura, pero su demanda no tuvo feliz curso. Los ingresos provenientes de las tarifas arancelarias pudieron haberse utilizado para facilitar préstamos agrícolas o para construir carreteras pero no hubo la voluntad favorable de parte de Washington. Al respecto Jenks señaló: “No hubo más desembolso por nuestra parte que los tres millones pagados a los soldados de Gómez [...]. Los gastos de nuestra ocupación fueron pagados de las rentas públicas cubanas”.39

El dominio de los ingresos de aduana por autoridades norteamericanas para su directo beneficio explica la renuencia de estas a conceder demasiadas rebajas arancelarias a las acordadas por el presidente estadounidense. Bajo la tarifa vigente durante la ocupación militar norteamericana se importaron mercancías por valor de 237 641 844 dólares. Estas importaciones superaron incluso a las exportaciones que fueron de 190 327 474 dólares. Del total de las importaciones 45,9 % provino de los Estados Unidos, o sea, 109 123 523 dólares, mientras que las mercancías de otros países ascendieron a $ 128 514 421. Por concepto de impuestos se ingresaron $ 53 028 554 al Tesoro del gobierno interventor.40

Durante el período de ocupación los norteamericanos efectuaron un interesante experimento que si bien los benefició económicamente y permitió cubrir los gastos de su ejército, también le hizo comprender que en un régimen de puertas abiertas sus productos no podían desplazar en toda la línea a los productos europeos. Sobre esa base tampoco podían aspirar a que hubiese un equilibrio en la balanza comercial con Cuba ya que el monto de las exportaciones de azúcar cubana a su mercado era muy superior al monto de las mercancías norteñas en la Isla. Según el propio Tasker Bliss:Casi desde el principio los canales de comercio estaban bien definidos y parecía evidente que los volúmenes procedentes de cualquier dirección, como por ejemplo desde los Estados Unidos, no podían ser absorbidos sin alguna obstrucción artificial que impidiese el flujo de otros canales41

Los yanquis no estaban satisfechos con 45,9 % del comercio de importación cubano a pesar de que reconocían que esta era la cifra más alta en toda Latinoamérica. Algunos como Robert Porter se quejaban amargamente por la presencia tan arraigada de los capitales ingleses en la Isla los que, según su parecer, amenazaban la supremacía de su nación. Agregaba que los comerciantes del Reino Unido explotaban la incertidumbre que existía sobre el futuro político de Cuba y que la solución sería la anexión ya que así “afluirían los capitales norteamericanos en abundancia”.42

Pero el propio Tasker Bliss, en un informe a sus superiores, señaló que la desventaja de algunos productos norteamericanos no se debía a prejuicio alguno de los cubanos o a la incertidumbre reinante, en realidad otros factores de índole estrictamente comercial conspiraban contra su éxito:

Tenemos que buscar otras causas que no sea el prejuicio para dar una real explicación al hecho de que los Estados Unidos hayan fracasado en controlar el comercio exterior de Cuba. La primera de ellas es la indiferencia mostrada por los manufactureros norteamericanos a requisitos que son esenciales para asegurar el mercado exterior. Esperamos vender nuestro excedente en Cuba donde no hemos consultado los gustos y preferencias a nadie. Los manufactureros ingleses, franceses, españoles y alemanes consultan los prejuicios locales de Cuba y como resultado ellos capturan el mercado.43

Otras consecuencias negativas de la desinformación de los vendedores estadounidenses sobre el comercio cubano era que sus mercancías, producidas básicamente para su propio mercado interno, se destinaban a obtener el mejor beneficio posible según su precio. Bliss señalaba que a los ingleses, sin embargo, lo que más les interesaba era el mejor beneficio que pudiera vencer el arancel.44

Agregaba que los europeos ofrecían salarios menores, tenían menos gastos e invertían menos por cada mercancía vendida y además, contaban con asistencia gubernamental lo que les había permitido competir con los Estados Unidos.45

Los yanquis, impotentes para desplazar a los europeos del mercado cubano bajo el régimen del laizzez faire, se dieron cuenta que debían apelar a otros mecanismos para poder competir con ventajas, las tarifas arancelarias existentes no les satisfacían. Según Bliss:

O nos contentamos con esta condición o nos aseguramos mayores ventajas mediante el único método práctico y amplio de obtener de Cuba una tarifa especial para los productos de los Estados Unidos que entren en la isla. Si fuera posible esto se debe combinar con algún arreglo que favorezca el comercio directo entre nuestros países en barcos bajo una bandera común.46

Cuba no era el mero mercado local que debían controlar más allá de sus fronteras, Washington aspiraba a expandirse por toda América Latina desplazando a cualquier otra potencia europea. Al respecto Bliss señalaba:

Cuba es nuestra primera y más necesaria posición estratégica en la lucha por la supremacía comercial en los países que se encuentran al sur de los Estados Unidos. Con cargamentos remunerativos desde y hacia Cuba nuestra marina mercante puede costear otros riesgos más y tomar la oportunidad inicial de trasladar nuestros productos a las más remotas partes del continente. Debemos ganar las ventajas del comercio directo a menores tarifas, lo que ahora le permite a Europa controlar el comercio con esos países.47

Aunque esta pretensión grandilocuente como declaración de principio les era muy grata, en la práctica tenían que admitir que no podían sustituir las producciones europeas en Cuba tan fácilmente. Productos tan básicos como los sacos de azúcar traídos de Inglaterra y Alemania eran sencillamente insustituibles. El propio Robert Porter tenía que contener su prepotencia imperialista y admitir que

Un prominente azucarero norteamericano, dueño de grandes propiedades en Cuba, recomendó un arancel bajo para los sacos de azúcar, que no sea superior al 25 % de su valor, esto se basa en el fundamento de que ni los Estados Unidos ni Cuba pueden competir con Inglaterra o Alemania excepto bajo aranceles altamente discriminatorios.48

Los nuevos aranceles adoptados por el gobierno norteamericano de ocupación comprendían una rebaja amplia de las tarifas para las mercancías que entraban en Cuba y habían beneficiado a todos los socios comerciales de la mayor de las Antillas por igual. Los Estados Unidos habían sido uno de los más beneficiados en el primer año de ocupación: duplicaron sus exportaciones al país y se confirmaron como el primer socio comercial de la isla. El cuadro 1.2 demuestra las bondades de la nueva tarifa que favorecía una recaudación mínima de las aduanas.

A pesar de que el porciento ad valorem de los impuestos fiscales era relativamente bajo, ello no impidió que aumentasen las recaudaciones de aduana. Las medidas dirigidas a liquidar el complicado sistema aduanero que mantenía España abrieron las puertas del país al capital extranjero. De esa manera se acrecentó el interés financiero internacional por comerciar con Cuba. No obstante, Washington no estaba complacido del todo, deseaba tener el control monopólico del comercio exterior cubano bajo el pretexto de que se debía equilibrar la balanza comercial entre ambos países.

Una nueva coyuntura internacional favorecería los intereses yanquis. Con la caída brusca de los precios del azúcar entre 1901 y 1902 la burguesía cubana, endeudada con la banca extranjera, comenzó a generar un activo cabildeo con las autoridades norteamericanas para obtener una rebaja del arancel al azúcar. Por esa época se mantenía una tarifa proteccionista que limitaba la colocación de nuestro principal producto en el mercado estadounidense. Comenzó así un rejuego de las autoridades norteñas para chantajear a las corporaciones económicas cubanas que representaban los intereses de la burguesía criolla.

La Comisión mixta de propaganda asumió la representación del conjunto de las corporaciones económicas de la Isla (la mayoría se habían constituido en el siglo xix). Se destacaba en ese conjunto el Centro de Comercio, Industria y Navegación que a principios del mes de octubre de 1901 había convocado una manifestación pública con el objetivo de reclamar el ejercicio de la Reciprocidad Comercial.49

Esta Comisión mixta de propaganda designó a Louis V. Placé como su emisario en Washington para negociar la reducción del arancel azucarero. Comenzaba entonces a manifestarse el carácter servil de la burguesía cubana. En carta de Luis Galbán a Louis V. Placé de fecha 20 de noviembre de 1901 se insinuaba que había que hacerle concesiones significativas al imperio:

Las dificultades subirán de punto hasta hacerse acaso insuperables, si no se brindase a los Estados Unidos para sus productos compensaciones en estos aranceles, proporcionadas a nuestras pretensiones.

Individual y aun colectivamente, la Comisión reconoce cuánto podría aproximarnos al logro de nuestras aspiraciones la circunstancia de ofrecer algo, a cambio de lo que con tanta necesidad pedimos. Pero ella [...] se encontró con una barrera infranqueable que se opuso a sus propósitos: la falta de personalidad legal para brindar recíprocas concesiones.50

En esta maniobra no solo se estaba negociando, el futuro de las relaciones económicas de Cuba con el resto del mundo, sino también el carácter del ulterior gobierno nacional. Para poder otorgarle concesiones comerciales a Washington era necesario conformar una representación política que avalase esos favores. Por tanto, la futura República nacería comprometida al imperialismo norteamericano que estaba consciente de que en el chantaje económico tendría un arma bien efectiva.

Por esos días había llegado a Washington una comisión de las corporaciones económicas que fue recibida el 26 de noviembre en audiencia por el presidente Roosevelt, los secretarios Root, Gage y Wilson, el senador Platt, y el general Beveridge, entre otros. Con posterioridad a este encuentro enviaron una carta al presidente Roosevelt de fecha 3 de diciembre de 1901, en la cual se ofrecía en bandeja de plata el mercado cubano a los yanquis:

Conocemos las necesidades y los deseos del pueblo de Cuba. Él reclama acceso a los mercados de los Estados Unidos para la venta de sus productos; esto es esencial para su prosperidad. Cuba desea que aumente la venta de productos americanos en sus mercados, lo cual es imposible bajo las actuales condiciones. La venta de mercancías americanas disminuye en Cuba y la razón es clara. Con un arancel uniforme, los productos europeos pueden venderse más baratos que los americanos. De no asegurarse los Estados Unidos derechos diferenciales a favor de sus productos, los comerciantes americanos no podrán luchar en el mercado de Cuba.51

Debemos aclarar que aunque las ventas de mercancías norteamericanas habían sufrido un ligero descenso en esos años estas mantenían la supremacía en el mercado cubano, pues eran casi el triple de las de sus más cercanos competidores, Inglaterra y España. El descenso se puede explicar por una causa lógica: la disminución de los precios del azúcar. De cualquier manera si Washington deseaba continuar ascendiendo en el nivel de ventas a nuestro mercado lo que debía hacer era elevar la competitividad de sus productos y no chantajear económicamente a las corporaciones cubanas. Estaban renuentes a aceptar el desafío de la libre competencia en una tierra que habían ocupado a sangre y fuego, les pertenecía casi por derecho de conquista. En realidad los productos norteamericanos se fabricaban para venderse en su propio mercado debido a que los Estados Unidos estaban emergiendo como potencia imperialista, mientras los países europeos ya tenían un trecho recorrido en ese camino. Sobre todo Inglaterra tenía experiencia en penetración económica, sus éxitos en América Latina lo demostraban.

La burguesía cubana, si bien se encontraba afectada por las deudas y el descenso de los precios del azúcar, todavía estaba en condiciones de competir en el mercado azucarero norteamericano. Según el historiador Oscar Zanetti, durante 1901 y 1902 los rivales de Cuba en dicho mercado no podían cubrirlo convenientemente.52 Por otro lado, esta burguesía nacional, en su desespero por garantizar la venta de su azúcar, perdía de perspectiva las ganancias que le ofrecía el comercio de importación europeo. Si bien no podía ganar mucho por la caída coyuntural de los precios del dulce, al menos podía ahorrar dinero adquiriendo productos a crédito en Europa. En cambio, la mayor parte de los productos norteamericanos se debían pagar al contado, además de otras desventajas que tenían, resultado del desconocimiento de los comerciantes e industriales norteños del mercado cubano.

Según el profesor Alejandro García: “La práctica de la Reciprocidad con los Estados Unidos, si por una parte podía beneficiar a los asociados al Centro de Comerciantes e Industriales] vinculados a la exportación de azúcar y sus derivados; por la otra, podría afectar de forma negativa la importación de materias primas procedentes de otros países [...] utilizadas por pequeños industriales”.53

Un mercado en auge

La revista El Economista de julio-agosto de 1903, haciendo un recuento del período de ocupación en el terreno comercial refirió en tono pesimista las consecuencias de los cambios producidos. Señalaba que la tarifa arancelaria probó ser adversa para los Estados Unidos a pesar de ser elaborada por los propios norteamericanos y puesta en práctica por el gobierno interventor. A continuación reproducimos el cuadro citado por la mencionada publicación (cuadro 1.3).

En este cuadro podemos apreciar que en cuanto a las exportaciones hay un retroceso promedio, si se toma como punto de partida el año 1895, debido a que Cuba todavía se encontraba recuperándose de los efectos de la guerra. También podemos distinguir que los Estados Unidos se mantienen como mercado más amplio para los productos cubanos. Llamamos la atención en cómo surge un segundo mercado alternativo para nuestras exportaciones en la Gran Bretaña, país que mantiene un crecimiento sostenido de compras a los productos cubanos. Es significativa también la decadencia de España como país receptor de nuestras exportaciones, superado por todos los países europeos referidos hasta 1902. Este cálculo debe ser conservador porque las cifras de los Estados Unidos incluyen también a Filipinas y Puerto Rico. De cualquier manera, esto no cambia la esencia del análisis porque el comercio entre La Habana y Washington era muy superior al de las colonias referidas.

En cuanto a las importaciones se aprecia el efecto tan profundo que tuvo la aprobación de los nuevos aranceles en la apertura de Cuba al mundo. Entre 1895 y 1899 el cambio es notable, todos los países aumentan sus cifras de exportación hacia la mayor de las Antillas, con excepción de España. Esto demuestra que los recaudos de aduana debieron verse favorecidos por esa medida. Los primeros beneficiados por el cambio fueron los Estados Unidos que ya tenían un segundo lugar y pasaron a encabezar la lista.

El problema que se le planteaba a Washington era que a partir de 1900, aunque mantenía su posición cimera, sus exportaciones a Cuba sufrían de un ligero descenso, mientras los demás países europeos, como regla, aumentaban su presencia en el mercado cubano. Otro elemento significativo es que se mantiene una pugna entre España y Gran Bretaña por la segunda posición. Partiendo de la cifra del año 1895 también podemos apreciar la decadencia de España que perdió el control sobre los aranceles en Cuba, cuyo comercio en 1899 se redistribuyó entre todos los demás países. En esas condiciones, los norteamericanos hubiesen deseado abarcar para sí un mayor porciento de lo que perteneció a la antigua metrópoli. El Economista afirmaba, en forma algo absoluta, que Europa, y no los Estados Unidos, había sido la principal beneficiada de la debacle española.54

En cuanto al equilibrio de la balanza comercial de Cuba, con este conjunto de países podemos afirmar que el único con un saldo adecuado era Alemania. El resto de los países europeos exportaban a Cuba más de lo que importaba. Mientras, con los Estados Unidos sucedía lo contrario, importaban mucho más de Cuba de lo que exportaban a ese destino. En El Economista lamentaban que esa diferencia entre Cuba y los Estados Unidos se estuviese desviando hacia los países europeos y que “solo mediante un precio diferenciado, o una rebaja de la tarifa en las aduanas podía el comercio con los Estados Unidos escapar de esas condiciones”.55