Rescate de honor - Jorge Renato Ibarra Guitart - E-Book

Rescate de honor E-Book

Jorge Renato Ibarra Guitart

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Beschreibung

No voy a presentar un libro. Tampoco ustedes leerán un libro. Vamos, más bien, al encuentro de una sensibilidad que resume el callado heroísmo del segundo capítulo del asalto al cuartel Moncada. Después de la acción, el 26 de julio de 1953, […] había también que salvar a los muertos, a los mártires del olvido, del anonimato. Porque ellos, como dijo Julio Antonio Mella, aún después de muertos, seguirían siendo útiles. Ellos seguirían indicando, con el índice de su sacrificio, que el único camino era ser libres o mártires. Ese combate tuvo en René Guitart, padre de Renato, su adalid. Conservo la impresión de la firmeza y la entereza de Renato. La misma entereza del padre que, muerto su hijo, se consagró a preservar sus restos junto con los de sus hermanos muertos como resultado de esa acción. Este libro es […] la historia concentrada de aquel episodio, de aquella operación de rescate que se entronca esencial y emotivamente con la historia de Cuba. Vamos a pulsar la enorme carga de abnegación que René Guitart empleó para sobreponerse al dolor y a la depresión. Pedro Trigo López

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Seitenzahl: 160

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Edición: Malvis Molina Armas

Diseño y realización: José Ramón Lozano Fundora

Corrección: Catalina Díaz Martínez

Cotejo de citas: Jorge Renato Ibarra Guitart

Fotos:Fondo René Guitart Rodríguez y Oficina de Asuntos Históricos de la Presidencia de la República

© Jorge Renato Ibarra Guitart, 2023

© Sobre la presente edición:

Ediciones Unhic, 2023

Editorial Oriente, 2002 (Primera edición)

ISBN 9789597260479 (Segunda edición corregida y ampliada)

Todos los derechos reservados. Esta publicación

no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,

en ningún soporte sin la autorización por escrito

de la editorial.

Ediciones Unhic

Muralla no. 71-A e/ Inquisidor y Oficios,

La Habana Vieja, La Habana, Cuba, CP 10100

E-mail: [email protected]

www.historiadores.cult.cu

Índice de contenido
Portada
Página legal
Agradecimientos
A modo de prólogo
Introducción
El autor Rescate de honor René Guitart Rodríguez Vista completa de la bóveda de los moncadistas en Santa Ifigenia, 1955.
Relato #1
Relato # 2
Relato # 3
Relato # 4
Epistolario
René Guitart-Melba Hernández
René Guitart-Haydée Santamaría
René Guitart-Haydée Santamaría
De la familia Guitart
Anexos
Testimonio gráfico
Bibliografía

Agradecimientos

En la realización de este libro debo agradecer la ayuda brindada por mi abuelo, René Guitart Rodríguez, quien es el verdadero autor de la obra, por su consagración plena a la restitución moral y al rescate de honor de los restos de los moncadistas y porque, además, se ocupó de reconstruir la memoria de sus acciones.

Cuando era niño mi abuelo René siempre me motivó a conocer lo sucedido el 26 de julio de 1953, me apasionaba la manera en que me introducía en las memorias de la familia como parte de la historia de Cuba, y él, al notar el interés que le manifestaba, me brindaba un cariño pleno. En carta a mi madre Magdalena le expresó sobre mí:

Yo trato a Jorge Rena como si fuera un amigo mío. Comento con él, cosas de hombres. Lo que él quiera y que esté a mi alcance se lo doy. Lo que él quiera de esta casa se lo regalo. Para mí tenerlo aquí es una gloria y una felicidad. Además, es un hombrecito perfecto y con él se puede ir donde sea y como sea.*

* Fondo René Guitart Rodríguez. Carta de René Guitart a Magdalena Guitart, 19 de mayo, no precisa el año.

Por eso, en 1986, tan pronto como me gradué de licenciado en Historia, decidí escribir una biografía de mi tío Renato Guitart Rosell, y en medio de la ejecución de la misma me surgió la idea de confeccionar un libro en recordación de la actividad revolucionaria de mi abuelo, René Guitart Rodríguez.

A mi madre, Magdalena Guitart Rosell, y a mi tío, Pablo Guitart Fonseca, quienes me aportaron sus vivencias, recomendaciones y parte significativa de los documentos que se muestran. Debo también reconocer la contribución de instituciones y personas que me ayudaron en la compilación de materiales de archivo, tales como: Haydée Díaz y Jorge Luis Aneiros, directores en distintos momentos de mi investigación de la Oficina de Asuntos Históricos de la Presidencia de la República; José Leiva Mestres, investigador, quien me concedió la tabla informativa sobre la ubicación de los restos de los caídos al cesar la acción combativa; Museo Abel Santamaría, en cuyo evento De 25 y O al Moncada di a conocer los primeros resultados de mi pesquisa, y donde conté con la colaboración de sus entusiastas museólogas, las que me facilitaron dos nuevas cartas de Haydée Santamaría a mi abuelo René Guitart que no habían aparecido en la primera edición del libro. Al mismo tiempo, quiero destacar el apoyo de mis amigos, el combatiente Antonio Fernández Arbelo, profesor de la Universidad de Oriente, quien gestionó la primera publicación de la obra en Santiago de Cuba, y Oscar Belliard, que se inspiró en mi familia para escribir los versos que generosamente nos ha facilitado para esta publicación. También a mi esposa, Alina Sánchez Vázquez, por su apoyo diario a mi labor.

A modo de prólogo**

** Palabras del combatiente moncadista Pedro Trigo López en la presentación de la primera edición del libro Rescate de honor, La Habana, 2003.

Compañeros y compañeras:

No voy a presentar un libro. Tampoco ustedes leerán un libro. Vamos más bien, ustedes y yo, al encuentro de una sensibilidad que resume el callado heroísmo del segundo capítulo del asalto al cuartel Moncada.

Después de la acción, el 26 de julio de 1953, la lógica de los acontecimientos exigía que aquel combatiente que había sobrevivido, tenía que seguir viviendo, que aquel que hubiera logrado evadir la persecución tenía que continuar libre. Solo así había posibilidades de que el impulso que el Moncada dio a la entonces estancada historia de Cuba pudiera proyectarse hacia el futuro. Ahora bien, había también que salvar a los muertos, a los mártires del olvido, del anonimato. Porque ellos, como dijo Julio Antonio Mella, aún después de muertos, seguirían siendo útiles. Ellos seguirían indicando, con el índice de su sacrificio, que el único camino era ser libres o mártires.

A veces, por contradicciones que uno de pronto no puede explicar, las víctimas de la opresión se convierten en fantasmas que aterran a los opresores, y estos intentan hacerlos desaparecer por segunda vez. Es decir, no les basta con arrancarles la vida, sino que quieren también arrancarles el pasado y el recuerdo, hurtando la presencia venerable de sus despojos. Había, pues, que librar el otro combate del Moncada. Había que asaltar los ruines designios de los asesinos y torturadores, y evitar que fuesen sepultados en un campo sin nombre, en una fosa sin lápida, sin bandera y sin flores.

Ese combate tuvo en René Guitart, padre de Renato, a su adalid. Podemos imaginar que lo movía en particular el inmenso amor que sentía por su hijo. ¿Y quién podría reprocharle que quisiera rescatar y preservar los huesos del hijo amado? Pero para René, desde su hijo, en su hijo, por su hijo, todos los mártires del Moncada fueron sus hijos. Y la causa del Moncada fue también su causa, y Fidel también su jefe.

Este libro que presento es, como ya dije, más que un libro, la historia concentrada de aquel episodio, de aquella operación de rescate que se entronca esencial y emotivamente con la historia de Cuba. Como ustedes saben, los mambises nunca dejaban el cuerpo de un hermano abandonado en el campo de batalla; como ustedes saben, en África, donde fuimos en gesto de hermanos, no quedó tampoco el hueso de ningún combatiente. Así ha sido y así es. La justicia de la Revolución comienza por aquellos que murieron por conquistarla. Este libro está marcado por la sencillez y sobre todo por la sinceridad. Vamos a pulsar la enorme carga de abnegación que René Guitart empleó para sobreponerse al dolor y a la depresión. Lo veremos en el espíritu de sus cartas. ¿Quién puede ignorar el dolor de un padre o de una madre al enterrar a su hijo? Y más cuando era un ciudadano ejemplar que enriquecía a la patria con la sola honradez de su cuna.

En el caso de Renato, como en el de Abel, y en el de tantos caídos, caben las palabras de Fidel al conocer el asesinato de Frank País, y cito de memoria: “¡Bárbaros, no saben la inteligencia que han matado!”.

Conocí a Renato Guitart en el apartamento de Abel y Haydée, allí junto a Fidel me lo presentaron. Después, Renato fue quien me trasladó de la casa de Celda # 8 a la Granjita Siboney. Conservo la impresión de la firmeza y la entereza de Renato. La misma entereza del padre que, muerto su hijo, se consagró a preservar sus restos junto con los de sus hermanos muertos como resultado de esa acción.

Ahora vemos cómo este libro lo escribió, en parte, lo estructuró y anotó un nieto de René y un sobrino de Renato. Y así comprobamos cómo la historia se traslada y se comunica en el viaje de las generaciones. ¡Qué gran conquista que la misma sangre de donde partió la sangre insurrecta continúe corriendo, haciendo de la historia un fuego, un sentimiento, un noble aliento que continúa marcando nuestro destino de justicia e independencia!

Introducción

Época

El 26 de julio de 1953 se abrió una nueva etapa en la historia de Cuba. Ese día, un grupo de valerosos jóvenes, nucleado alrededor del líder Fidel Castro, decidió asaltar los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en la antigua provincia de Oriente. Esta vanguardia revolucionaria se había conformado tras un proceso de maduración política en las filas de la juventud ortodoxa, combatiendo a los gobiernos auténticos y en largas jornadas conspirativas contra el régimen golpista del 10 de marzo de 1952.

De esa manera presentó credenciales en el panorama político cubano la alternativa de la insurrección popular con un claro programa transformador de la sociedad contenido en el histórico alegato La historia me absolverá. Hasta el momento, la dictadura castrense bajo el mando de Fulgencio Batista se había consolidado en el poder y logrado neutralizar a los partidos tradicionales de oposición que ni pudieron ni quisieron articular un frente amplio de resistencia activa al golpe de Estado del 10 de marzo. Los inútiles llamados a la reconciliación y al entendimiento de los líderes oposicionistas que aún actuaban en la política, dejaron claro que a la dictadura no se le podía impresionar con simples apelaciones a la conciencia cívica. La casta político militar sedienta de poder que afianzó a Batista en el gobierno de la nación no respetó la voluntad de la mayoría de los ciudadanos que vio trunca sus esperanzas en las instituciones republicanas. Hacía falta no solo liberar al país de una cruenta tiranía, sino también remover los cimientos de la sociedad neocolonial cubana.

Los jóvenes de la Generación del Centenario se propusieron rescatar los preciados ideales de justicia social y democracia política alentados por la prédica de José Martí y Eduardo Chibás mediante una acción que convocase al pueblo a hacerse dueño de su destino tomando parte activa del combate que se iniciaría con la toma de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Como en el 68 y en el 95, los cubanos iban a ser convocados a una lucha frontal contra fuerzas retrógradas y conservadoras. En el siglo xix se trataba de una potencia colonialista que impedía a los de la mayor de las Antillas ser dueños de sus destinos; en los años 50 del pasado siglo, una sangrienta dictadura apoyada por el imperialismo norteamericano no solo hacía trizas el modelo de democracia representativa neocolonial, sino que entregaba todavía más nuestro país a las transnacionales estadounidenses y apelaba a la represión para consolidarse en el poder por tiempo indeterminado.

El 26 de julio de 1953 fue una jornada gloriosa, pero también amarga y triste. Los revolucionarios no pudieron ver coronado su objetivo de hacerse dueños de los cuarteles orientales y, en los días siguientes, la soldadesca batistiana, tras recibir órdenes precisas de sus superiores, sació su sed de sangre y venganza asesinando a los combatientes que sobrevivieron a aquella acción. Esos crímenes conmovieron a la ciudadanía en general y a otros factores constitutivos de la opinión pública como la Iglesia católica de Santiago de Cuba, destacando dentro de ella la labor del arzobispo Enrique Pérez Serantes. La sociedad civil de conjunto no solo se manifestó a favor de que cesara la ola de violencia y asesinatos, se ofreció, además, para asegurar la vida de los revolucionarios sobrevivientes que aún no habían sido apresados. En esas circunstancias es que detienen a Fidel Castro en compañía de un grupo de sus seguidores el 1.o de agosto de 1953, momento crítico en el cual sus vidas fueron salvaguardadas por el proceder profesional y cívico del teniente Pedro Sarría.

En septiembre se inició el proceso penal de la Causa 37 contra los revolucionarios, que más allá de sus resultados —la condena a prisión de los moncadistas— sirvió como tribuna para denunciar los crímenes de la dictadura y enarbolar la bandera de la Revolución como recurso legítimo para transformar la sociedad cubana.

El 13 de octubre parten los primeros moncadistas condenados a prisión para el Reclusorio de Isla de Pinos, y el 17 del propio mes los acompaña su líder Fidel Castro, quien un día antes había sido juzgado a puertas cerradas en el hospital Saturnino Lora.

Se inicia así un período de nuevos tanteos y búsquedas ante la grave crisis institucional que afectaba al país. La etapa que transcurre entre el asalto al cuartel Moncada y el desembarco del yate Granma —quiere decir desde el primer intento por insurreccionar el país y el reinicio de la gesta libertaria en las montañas orientales— es muy importante. Durante esos años se definieron las alternativas de solución a la problemática social cubana. Por un lado, quedó demostrada la incapacidad del régimen golpista de ejercer el gobierno de la República con el consenso de la mayor parte de los sectores, partidos e instituciones representativos de la nación. Además, los partidos tradicionales quedaron desacreditados ante la opinión pública por sus continuos fracasos en la búsqueda de una solución pacífica al conflicto político cubano y emergió, en las masas juveniles y más radicales del pueblo, la alternativa revolucionaria como solución de fondo a los problemas de la sociedad neocolonial. Aunque esos fueron los resultados generales del período, cabe señalar que los cambios constituyeron parte de un proceso paulatino de reajustes institucionales, desarrollo de diversas tácticas políticas y despliegue de la tendencia revolucionaria. Se trataba de la batalla por conquistar la hegemonía política en medio de la encarnizada lucha de ideas que tuvo lugar en este interregno incierto. La fuerza política que fuese capaz de atraer el espontáneo consenso de la mayor parte de la opinión pública estaría en condiciones de trazar los destinos de la futura Cuba. Estaba el país en la batalla de un presente neblinoso por un futuro despejado.

Las fuerzas revolucionarias que se preparaban para emerger eran conscientes de la necesidad de desatar un movimiento de masas que se convirtiese en sostén operativo de una insurrección popular. Única forma de detener las maniobras del régimen castrense por legitimar el golpe de Estado, y de sobreponerse a las campañas que encabezaban los líderes de los partidos tradicionales para acceder al poder.

Es por ello que Fidel Castro, incomunicado en prisión y aislado del resto de sus compañeros, redactó el 12 de diciembre de 1953 el Manifiesto a la Nación, en el que exhortó al pueblo a denunciar los crímenes de la tiranía a los combatientes moncadistas:

Denunciar los crímenes, he ahí un deber, he ahí un arma terrible, he ahí un paso al frente formidable, y revolucionario. Las causas correspondientes están ya radicadas, las acusaciones ratificadas todas. Pídase castigo a los asesinos [...]. La simple publicación de lo denunciado será de tremendas consecuencias para el gobierno.1

1 Autores varios: Mártires del Moncada, p. 15.

Mientras, otros líderes radicales encendían la llama revolucionaria. Tras los hechos del Moncada, José Antonio Echeverría se entregó a la tarea de alcanzar la dirección de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Consideraba que desde esa posición podía movilizar al estudiantado y al conjunto de la sociedad cubana hacia una lucha frontal contra la dictadura batistiana. Echeverría dio un primer paso en el logro de su objetivo cuando el 2 de febrero de 1954 resultó electo presidente de la Escuela de Arquitectura y hacia marzo fue elegido secretario general de la FEU.

Fidel Castro, con la mirada puesta en movilizar la conciencia de los cubanos, desde una oscura celda solitaria en el Reclusorio de Isla de Pinos, se dio a la tarea de redactar un documento trascendental: La historia me absolverá. En carta del 17 de abril de 1954 a Melba Hernández refirió que preparaba: “un folleto de importancia decisiva por su contenido ideológico y sus tremendas acusaciones al que quiero le prestes el mayor interés”.2

2 Mario Mencía Cobas: La prisión fecunda, p. 126.

Fidel comprendió que los moncadistas en presidio debían participar en la batalla por ganar un espacio en la sociedad cubana y que la propaganda revestía especial importancia. En carta de 18 de junio de 1954 señalaba: “Sin propaganda no hay movimiento de masas y sin movimiento de masas no hay revolución posible”.3 Para el mes de junio se culminó la labor de mecanografiar La historia me absolverá y comenzó la divulgación de los primeros ejemplares. En carta del día 19 a Melba Hernández y Haydée Santamaría, Fidel ampliaba sus ideas relativas a la concepción táctica que debía seguir el movimiento revolucionario en la difícil coyuntura de esos años:

3Ibidem, p. 103.

La tarea nuestra ahora de inmediato es movilizar a nuestro favor la opinión pública; divulgar nuestras ideas y ganarnos el respaldo de las masas del pueblo. Nuestro programa revolucionario es el más completo, nuestra línea, la más clara, nuestra historia la más sacrificada: tenemos derecho a ganarnos la fé del pueblo, sin la cual, lo repito mil veces, no hay revolución posible.4

4Ibidem, pp. 130-131.

La dictadura pretendía engañar a la opinión pública nacional e internacional, mientras que el movimiento revolucionario, desde las prisiones, la actividad clandestina y la movilización estudiantil, no cejaba en su empeño por hacer valer su capacidad de movilización. Los personeros del gobierno intentaron disfrazar la cruenta tiranía que padecía el país convocando a elecciones espurias el 1.o de noviembre de 1954, aspirando al poder desde el poder. Hacia fines de julio de 1954 Batista se postuló para presidente por una coalición conformada por los partidos de Acción Progresista, Liberal, Demócrata y Unión Radical. La tiranía intentó manipular la ciudadanía adoptando diversas medidas como la restricción del derecho a organizar nuevos partidos, el mantenimiento de una ley de orden público que restringía la libertad de expresión, el voto columnario y por último un decreto remache para reconocer todos los partidos que no tuvieran el mínimo de afiliados y les pudieran servir de aliados políticos.

En julio de 1954, a raíz de conmemorarse el primer aniversario del asalto al cuartel Moncada, se convocaron diversas actividades públicas en recordación de los héroes y mártires de la gesta del 26 de julio. En Santiago de Cuba una misa en honor a los caídos en aquella memorable fecha movilizó a una parte de la ciudadanía que de la Catedral santiaguera se decidió trasladar al cementerio de Santa Ifigenia.5 En el Salón de los Mártires de la FEU se develó un retrato de Raúl Gómez García y en la revista Alma Mater se publicó un artículo sobre Renato Guitart, mártir de la heroica gesta, presentado como “un grande amigo de la universidad […] que peleara con las armas en la mano en el ensangrentado cuartel Moncada”;6 al propio tiempo una manifestación encabezada por Melba y Haydée en el cementerio de Colón fue agredida por fuerzas de la dictadura. En medio de la campaña electoral que recién se iniciaba, al régimen no le quedó otra alternativa que ofrecer mínimas libertades a la prensa. En esas circunstancias la revista Bohemia