El vuelo del tigre - Daniel Moyano - E-Book

El vuelo del tigre E-Book

Daniel Moyano

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Beschreibung

En Hualacato, pueblito ficticio del noroeste argentino, los habitantes perdieron todas sus libertades. Nabu, un «percusionista» que se escuda en su obligación de cumplir órdenes, fue designado como el salvador de la familia Aballay, a quien estos deben aceptar de buen grado para evitar represalias. Cuando les prohíbe la comunicación entre los propios miembros de la familia, los Aballay se ven forzados a crear un código secreto de sonidos, señas y gestos para lograr sobrevivir a los castigos físicos y psicológicos. Daniel Moyano comenzó a escribir esta historia en Argentina los días previos al golpe de Estado de 1976, en un clima de violencia estatal y represión política; pero ese primer borrador nunca vio la luz: fue enterrado en el fondo de su casa, y la novela, reescrita en Madrid, algunos años después, durante su exilio. De gran riqueza poética, «El vuelo del tigre» es una clara alegoría de los regímenes dictatoriales latinoamericanos.

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Seitenzahl: 256

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Daniel Moyano

El vuelo del tigre

 

Saga

El vuelo del tigre

 

Copyright © 1981, 2022 Daniel Moyano and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726938883

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

I

Belinda, trepada en la veleta, miraba distraída los techos de Hualacato, ese pueblo perdido entre la cordillera, el mar y las desgracias. Se distraía mirando cómo la luna cambiaba de color en los pedazos de botellas rotas que los Aballay habían puesto sobre las nuevas hiladas de ladrillos agregados a las tapias para evitar sorpresas. Era uno de los pocos momentos de la noche sin un solo ruido de vida, ni insectos ni pájaros ni reptiles parecen existir; todo coincidiendo con la memoria de la gata, que guardaba esos momentos desde antiguo y la impulsaban todas las noches a trepar a la veleta para esperarlos. Momentos de seguridad, de ceremonias naturales no interrumpidas, ahora que cambiaban tanto las cosas en Hualacato; cosas nuevas que ella no tenía en su memoria de la noche.

El viejo Aballay sí las tenía y las contaba a su manera, fabulando sin alterar los fundamentos, mezclando a los animales con los hombres, en parte para poder llegar a la verdad, en parte para atenuar ciertas imágenes que dañarían la memoria, transfiriéndolas a cosas menos sensibles que la carne.

Cuando ellos llegan montados en sus tigres Hualacato se inclina, modifica su paisaje. Se apoderan del tiempo y las cosechas, las calles son cerradas o desviadas, los caminos no llevan a los lugares de siempre. Hualacato se arruga. Las fachadas chorreantes llorando desde sus grietas enfermas, especie de nuevo orden arquitectónico que turistas de diversas lenguas corren a fotografiar ávidamente. Los albañiles sacan sus plomadas y comprueban que las casas son un maizal al viento. Están torcidas, dicen los albañiles; y les quitan las plomadas. Sin plomada, usan el ojo clínico. Están torcidas, no hay vuelta que darle, dicen. Entonces se los llevan. Están torcidas sea como sea, alcanzan a decir mientras desaparecen entre grandes puertas, mientras los edificios quieren caerse, inclinándose bajo vientos impensados. Entonces las vicuñas dejan de reproducirse, porque todo tiene su respuesta, contaba el viejo Aballay, que venía peleando desde hacía cuarenta años, a su manera, claro, desde una silla de ruedas, con puras invenciones.

Todo prohibido en Hualacato, pero la gente afina sus instrumentos en otro tono para no perder la alegría. Y a medida que se va prohibiendo cualquier tono ellos suben o bajan sus cuerdas, ya se sabe que la música es infinita. Con esto consiguen vivir en un mundo por lo menos paralelo a la realidad, y para no perder el rumbo se refugian en sus antiguas supersticiones .

Desmontando sus tigres van apropiándose de todo. A los hualacateños en sus casas solamente les quedan dos lugares, uno para el hambre y otro para el frío. Hasta el agua es envasada y sellada, incluso la de lluvia, captada por inmensos aparatos. No llueve más en Hualacato, madrecita.

No es la primera vez que vienen. En cuarenta años el viejo los ha visto llegar en caballos, en camiones, siempre de noche, desde todos los puntos cardinales llegan ellos siempre, cambian todo de sitio llamando sur al norte, lo miran todo sospechando, pueden derretir una flor o una persona cuando miran, lo miran todo con los ojos que debe tener la tristeza del mundo cuando se siente muy enfermo. Llegan de noche mezclando su percusión, sus ruidos, a los ruidos de la vida.

Los hualacateños tienen buen oído. Hay ruidos detrás, dicen; como respiraciones a destiempo, como percusiones. De noche no podemos dormir, como si hubiera tigres husmeando por las puertas. Calumnias, gritan las radios y tevés, aquí no hay tigres, excepto el ejemplar enfermo del Zoológico.

Un buen día los hualacateños se ponen de acuerdo como en una orquesta y hacen un compás de espera, interrumpen la vida para escuchar los ruidos que hay detrás. En las calles y en las fábricas cada habitante tapa su sonido. Han plegado los atriles. En el silencio colectivo salen claros los ruidos. Lo que parecía una respiración muy fuerte es una percusión arrítmica; duelen los oídos.

¡A tocar! ¡A tocar! gritan los percusionistas en las calles castigando a los silenciosos. Se trepan a los camiones y hacen sonar las bocinas, ponen en marcha los motores, hacen ladrar los perros; y con todo, los ruidos se escuchan todavía. Entonces llegan unas patrullas parlantes que recorren la ciudad dando gritos, día y noche sincrónicas las patrullas según las necesidades aparecen ululando, doblando en las esquinas como si se las llevara el viento, corriendo a disimular los ruidos en los barrios, corriendo y ladrando como grandes perros negros para que no se escuche el ruido.

Si no quieren tocar los obligaremos, dicen los percusionistas, y de noche los camiones van por las calles de Hualacato, paran en las esquinas, bajan hombres y golpean las puertas en busca de gente silenciosa, a costa de cualquier cosa van a salvar ruidos.

Los hualacateños que todavía pueden visitarse llaman a las puertas tamborileando apenas con las yemas de los dedos al mismo tiempo que hacen oir sus voces. Somos nosotros, Juani y los chicos, no se asusten. Porque golpear con los nudillos podía parecerse al golpe seco de los percusionistas, que pueden confundir el día con la noche pero nunca se equivocan de puerta, las saben de memoria.

Ya se sabe que es inútil trancar puertas o agregar un par de hiladas de ladrillos a las tapias, ellos pueden entrar por cualquier parte. Se agotaron los candados en las ferreterías, y sin embargo más de la mitad de las casas de Hualacato están tomadas, un modesto estandarte en el techo señala la presencia de un percusionista.

Los más débiles ni siquiera se animan a cerrar sus puertas. Dejan las luces encendidas. Si ha de ser así que entren, somos viejos, enfermos, para qué estar en el mundo entonces. Los ingenuos las trancan, ponen mesas y sillas, troncos de árboles, un letrerito recordando que el domicilio es inviolable. El domicilio es una cáscara muy débil, dice el viejo Aballay acariciando a contrapelo el lomo de Belinda. Hay que buscar otras defensas, dice sintiendo una puntada en la pierna que le falta, provocada por el miedo.

Belinda también tenía miedo, como todo el mundo en Hualacato. En distintas casas, muchas veces al mismo tiempo, se prendían las luces como grandes lastimaduras, había gritos y tumultos, sombras saltando detrás de las ventanas, estruendos, como si hombres y cosas se quebraran, camisas blancas sacadas de sus lechos y mucho olor a tierra abierta no para sembrar. Feo olor de la tierra abierta, sin necesidad, nadie siembra así y menos de noche según la memoria de la gata. Feo Hualacato de noche con lastimaduras que se encienden y se apagan. Feo el chillido de los animales en el monte, los grillos alterados en sus ritmos, pájaros que pían a destiempo, arañas dormidas que tiemblan al ver que saltan sus sismógrafos, escarabajos que se protegen en sus cáscaras, ellos también tienen miedo; los animales andan lejos del hombre en sus cuevas o en sus nidos pero pertenecen al cuerpo de los hombres, son sus alrededores aún desconocidos.

Ahora no había lastimaduras a lo lejos, todo estaba en silencio profundo coincidiendo con su memoria. Los Aballay dormían bajo el techo de zinc y ella misma iba a dormirse trepada a la veleta ahora que la noche recuperaba su ritmo, pero un pájaro, un grillo, cualquier cosa que vive y es memoria se movió o gimió por algo que no estaba en su recuerdo de la noche, y la gata primero oyó y después vio el camión en la calle, los hombres que salían del camión y se repartían las puertas, las tapias, las ventanas, las golpeaban con sus batutas y se encendían las lastimaduras.

Cuando Belinda vio que el hombre y sus pasos se dirigían a la casa sin prisa y casi con aburrimiento, gritó llenando el aire de una superstición virgen. El grito pasó por la médula del hombre removiéndole miedos olvidados. Apuntó la batuta hacia el lugar del grito y sólo vio la veleta. Belinda ya estaba en la cocina, escondida entre las begonias, aguantándose sola todo el miedo de los Aballay. Desde tapias vecinas y árboles invisibles gritaron otros gatos. Los Aballay saltaron de sus camas. Ya están aquí, gritó una mujer, y a medio vestir corrían bajo la luz imposible de esas horas, se concentraban en la cocina, el último en llegar fue el viejo en su silla rodante cuando ya se oían los pasos del hombre que se acercaba para llamar o voltear la puerta: se miraban, se despedían como si fuese a viajar alguno de ellos, con abrazos agradecían las dichas compartidas, se pedían perdón por estúpidas ofensas, en adioses iba un barco alejándose, los chicos no entendían una despedida a esas horas y querían volver cuanto antes a la cama.

El hombre golpeó dos veces en la puerta. Cuando estuvo adentro, aunque era de noche, dijo rápidamente buenos días, soy el Percusionista.

Bueno, bueno, bueno. Aquí están los músicos que se negaron a tocar, ¿nok? No asustarse, que estas son cosas de rutina. Así, apoyados contra la pared buscando una arañita. Mirando fijo la pared llega un momento en que aparece la arañita. Cuidado con hablar o con moverse. Ustedes también muy quietecitos contra la pared. Portarse bien o no habrá postre, ¿ehk? Más separados por favor y sin hablar ni mirar a los costados, siempre buscando la arañita.

Hablaba como tragándolos mientras los cacheaba. Removía hilachas y bolsillos en los cuerpos quietos como trapos colgando en las paredes. Con un pie daba vueltas las piedras, los insectos nocturnos exponían al sol un cascarón descolorido, él los miraba con interés científico y los bichos iban tragando su saliva. Los que se niegan a tocar, caramba. Realmente una lástima. ¿Están todos? ¿Esto es todo? ¿Estarán verdaderamente todos? ¿Alguno debajo de la cama? ¿O en la pieza del fondo? ¿Sobre el techo? ¿Alguien metido en los armarios? ¿En los árboles? ¿En los telares? ¿En una cueva? ¿O detrás de las puertas? ¿O en el tanque del agua? ¿O en los baúles? ¿Alguno en el terreno baldío del lado? ¿En hormigueros? ¿En acequias? ¿O en la pila de leña? ¿O debajo de las sillas, de las mesas? ¿Hay entretechos, pozos ciegos, cámaras subterráneas? No quiero respuestas, no estoy haciendo preguntas. Simplemente pienso en voz alta. Lo sé todo. El niño de la cuna puede quedarse en ella. Los demás, siempre buscando la arañita. Un abuelo, un matrimonio, cinco hijos sin contar el de la cuna. La explosión demográfica, está claro. ¿Esto es todo? ¿Están todos pero absolutamente todos? Me parece que no, falta la gata que estaba en la veleta.

Y bien, dijo sin soltar la batuta. Ahora pueden darse vuelta y dejar la arañita para otro momento. Quiero que me miren bien y me conozcan. No vengo a hacerles daño. He venido a salvarlos, no a perderlos. He salvado a muchas familias como ésta y en peores circunstancias. Ustedes tienen la obligación de aceptarme de buen grado. De lo contrario me veré obligado a poner en marcha el operativo número dos, que es ligeramente violento les advierto. Ustedes tenían la obligación de solicitar voluntariamente un salvador, según se ha dicho por radio y televisión hasta el cansancio. No lo han hecho. Inocente resistencia. En cambio se negaron a tocar, ¿nok?

El hecho de no haber solicitado un salvador los pone a ustedes en una situación muy delicada. Pero por otra parte permite suponer que no lo necesitan, como tanta gente en Hualacato. Pero tendrán que demostrar con hechos que es así, que no hay en ustedes ningún propósito de rebelión y que aceptan todas las disposiciones. Aquí hay un hecho consumado. Se terminó la ridícula resistencia, vamos a dialogar. Pero van a tocar. De eso que no les quepa la menor duda .

Esta noche dormiré en cualquier parte. Mañana, cuando comencemos un nuevo orden de vida, habilitarán para mí una habitación con las comodidades mínimas, ya que el tiempo que vamos a pasar juntos es más o menos largo. Mi indumentaria y los papeles y aparatos que me acompañan garantizan la seguridad de todos en esta casa. Incluida la mía, en vista de los alarmantes casos de salvadores asesinados por delincuentes sin entrañas. Mi permanencia en esta casa dependerá solamente de ustedes. Vengo a organizar las cosas, a enseñarles a vivir en la realidad y sacarles los pajaritos de la cabeza, que ya les han causado muchos sufrimientos si lo piensan bien. No soy un iluminado. Soy un hombre práctico que ha aceptado lo real. Soy salvador porque elegí serlo. Cualquiera de ustedes puede ser salvador si así lo quiere. Pero van a tocar desde mañana, sobre esto no puede haber ninguna duda.

Ahora se retirarán todos a dormir y pensar ordenadamente las preguntas que podrán hacer mañana, descartando las obvias y las tontas por supuesto. Por ahora callados. Tome cada uno su cepillo de dientes aunque ya se hayan lavado. Otra vez hablaremos de su uso correcto. Porque estoy seguro de que el viejo, por ejemplo, no sabe usarlo científicamente.

Los Aballay acabaron de vestirse para ir a acostarse. Por orden de estatura esperaban su turno ante el cuarto de baño, los ojos fijos en el aire buscando una arañita.

— ¿Podemos saber su nombre por lo menos? —dijo el viejo.

— Mi nombre es un poco largo. Pueden llamarme Nabu simplemente.

El Percusionista selló las puertas de las piezas advirtiendo sobre el peligro de romper los sellos sin permiso, puso trampas eléctricas, se tendió en el catre y apagó la luz. Todo se desarrollaba de acuerdo a lo previsto, salvo el bebé de la cuna, que no había nacido cuando se inició el expediente para la toma de esa casa, y la gata, omitida por algún estúpido escribiente. Conectó en sus orejas un aparato sólo audible para él que lo despertaría en un par de horas y empezó a relajarse. Estaba entrando en sueños profundos cuando el estallido lo retorció en el catre arrugándolo por dentro y por fuera hasta convertirlo en una caricatura, en un poco de papel, los pelos cualquier cosa sobre los ojos, una cara pintada en un globo que se desinfla, convirtiéndolo en cualquier cosa imperdonable. Jamás hubiera creído que tantos gatos pudieran gritar al mismo tiempo. Despeinado, sin trincheras, armándose como un rompecabezas iba Nabu corriendo para el patio. Los gatos gritaban como si supiesen que eso destrozaba sus nervios. Tiró la granada con ganas de llorar de rabia. Y tan perfecto que iba todo. En la llamarada pudo ver las tapias y los árboles infestados de orejas y bigotes. Se destripaban en el aire, inarticulados, como grandes gotas de lluvia caían sobre el zinc del techo, giraban sobre la pendiente, chocaban en la canaleta de la lluvia y caían al suelo, del techo de la casa llovían gatos en desgracia.

Cuando Nabu tranquilizado volvió a su catre, Belinda, desde un cono de sombra sobre alguna repisa de las tantas que había en las paredes, mimetizada entre bigotes, asomó primero un pelo, después una oreja que se quedó un largo rato escuchando la respiración agitada del Percusionista. Cuando ésta entró en el ritmo del sueño, asomó toda la cabeza. Erizada, miraba a Nabu con grandes ojos amarillos.

II

De los primeros días de salvación quedan imágenes aisladas, bultos que se mueven, cicatrices que se agregan a la naturaleza. Con piernas bamboleantes sentado en una mesa Nabu agita una campanilla para despertar a la familia, recién afeitado y con olor a lavanda tocando siempre en el sitio la misma campanilla, los objetos que le cuelgan del cuello son otras campanillas cuando se mueve Nabu haciendo formar fila por orden de estatura, toalla y cepillo de dientes en la mano, tienen cuatro minutos para lavarse y después todos aquí otra vez decía Nabu dice Nabu dirá Nabu para siempre, aún apretando los párpados ese bulto estará siempre delante de los ojos. Levantar más los brazos, mover bien el cuello y la cabeza girando, nunca habían hecho gimnasia, ¿nok? Y la lectura de sermones moralidad buenas costumbres, caramba, los que se negaron a tocar pero antes tocaron otras cosas, tengo fechas y nombres de lugares que tocaron no hace mucho tiempo, cosas que están frescas todavía, y muchas más si miramos para atrás. Usted ha tocado trenes, casas de negocios, monumentos públicos, símbolos sagrados antes de perder la pierna. Lo dicen claramente los papeles, y su hijo lo acompañaba; también lo tengo escrito. Inventando trenes y monumentos que entonces no existían, con un tono de voz que los creaba y obligaba a creer, una voz sin estridencias, él para gritar usaba la cara y sobre todo los ojos, que alcanzaban alturas donde no llegaría ninguna voz. Y ahora cada uno a su habitación, dice con la misma voz de nombrar trenes incendiados, vayan pensando qué cosas han tocado. Y las ventanas tapadas con cartones negros y no saber qué hay afuera, madurarán los higos en la huerta quién lo sabe; cicatrices. Y el cartero que llega y Nabu cuando dice toda carta que llegue la leeré yo primero por supuesto, ridículo pensar que vamos a permitirles una libre comunicación con el exterior en estas circunstancias. ¿Puedo salir de compras? preguntando la Coca tontamente: Nabu sonriente tolera la burrada y llegan los proveedores externos con sus cajas que son saldos de fábrica, lípidos y almidones, hoy tampoco hay azúcar la escasez es tremenda. Pero por lo menos el abuelo podría salir a tomar sol en la huerta o en el patio. Es muy peligroso, dice Nabu, son zonas en conflicto, hay piedras y pozos, podría caerse y romperse la otra pierna. Y el timbre de la puerta y los que llegan trayendo más reglamentos y aparatos, Nabu que firma y ellos que se van, cada cosa que llega significa más tiempo, como el papelito de la fábrica donde trabaja el Cholo, comunican de la fábrica que le han concedido la licencia especial que yo solicité para usted por el tiempo que sea necesario, imágenes, imágenes, y pueden retirarse a sus habitaciones sin hablar, y la noche interminable, afuera hay ruidos y gallinas que aletean, se oyen truenos sin lluvia, después todo silencio con patrullas que pisan algodones y amanece otra vez, amanecen campanillas y lavanda, uno dos la gimnasia y el uso correcto del cepillo, un día más y todavía no me han contado nada de importancia (son todas cicatrices), y usted señora quítese ese vestido, no es ropa para usted, es que me hace calor, se lo quita inmediatamente, y la Coca va a desvestirse mientras Julito succiona su chupete y Sila contesta preguntas en una de las piezas y Kico espera su turno mirando el techo y el viejo talla una cánula para la pipa. Y Nabu que pasa apurado buscando más papeles y le dice qué es eso quitándole el cortaplumas, un cortaplumas me parece, es un arma cortante dice Nabu, por qué no la declararon cuando se hizo el inventario, son cosas que uno olvida dice el viejo sin cortaplumas y sin cánula, aprendizaje de Nabu, cicatrices. Y los relojes detenidos y prohibidos, qué hora es por favor, dice tontamente Cholo, usted está incomunicado, le dice Nabu lleno de relojes y carteras. Ya es de noche me parece, dice el Cholo en voz muy baja; no puede ser, dice la Coca, ha pasado muy poco tiempo, te parece que es de noche porque debe estar nublado, y allá lejos Nabu abre la puerta de calle, firma papeles recibe más paquetes, atiende al cartero y dos o tres días después entregará las cartas, no tiene tiempo de leerlas. Nos escribe la tía Francisquita, no dice casi nada, apenas que hay que tener fe y muchos besos a los chicos y saludos de Carlos. Coca en la cocina pelando papas y en la otra pieza está Nabu interrogando a su marido. Yo no toqué esas cosas, dice Cholo. Vamos a ponernos de acuerdo con el tiempo, porque estamos hablando de tiempos distintos. No las tocaste cuándo. Ya sé que antes de tocarlas no las había tocado. Así es muy fácil decir yo no toqué. Yo pregunto después, después que las tocaste te pregunto, y en ese caso es una falsedad decir yo no toqué. Porque tocaste y aquí están las fechas. Usted bien sabe que yo no toqué, esas son todas invenciones, yo no toqué, yo no tocaba. Así que no tocabas pero ibas a tocar. ¿Habías de tocar o ya habías tocado? ¿Hubiste de tocar o habiendo tocado ya tocabas? Porque entonces hubiste de tocar o habrías de tocar habiendo lo que hubo. ¿No es verdad? Yo, señor, no comprendo. Porque hubiste de tocar, porque todos hubieron, tengo fechas y lugares precisos. ¿Hubo de haber habido o había de haber habiendo habido? Entonces no hubiste pero hubieras habido, ¿nok? ¿Hubiste lo que hubo o habías de haber lo que ya había? No hube lo que había, yo no he. Ah, pero entonces había, hubo. ¿Por qué negaste entonces que había lo que hubo? Queda claro que hubiste de tocar, o sea que tocaste. Yo no toqué, no había. Mentiras, falsedades, dijiste recién que no hubiste lo que había, o sea que hubo. Yo no sé lo que hubo, pero yo no hube. No hubiste porque habías habido. Poco a poco van aclarándose las cosas. ¿Hubiste habido sí o no? No, no hube habido ¿Habrías habido o habías habido? Quiero respuestas claras. No, yo no habría habido. Caramba, no habrías habido si qué. No habrías habido si no hubiera habido lo que hubo, es decir, lo que haya habido. No señor, yo no hube lo que haya habido, yo no sé nada del hubiese habido. Vamos, hubiste de haber habido lo que hubo si hubo de haber habido lo que había. ¿Hubieres habido lo que hubiere habido? ¿Haste hubido? ¿Huste? ¿Histe? ¿Habiste hubido? ¿Habreste hubido hayendo? No, yo no hi, yo no hu. Entonces también hubos lo que haya hayido, y esto pone las cosas peor, porque entonces quiere decir que hubriste, hubraste, hayaste, histe. Conque histe, ¿nok?, son bultos, cicatrices. Y Kico mira el techo esperando su turno, y a las nueve el silbato y todos a la cama y el sueño que no llega y relámpagos en las ventanas de lluvias que no llegan, son las bengalas de Nabu buscando gatos en las tapias, cicatrices, todo fijándose en la memoria, en la piel, son cinco continentes con sus mares cicatrices. Por fin una alegría cuando Nabu cuelga un calendario y ya sabemos en qué día vivimos. Hoy es domingo, dice Nabu para que podamos empezar a contar otra vez el tiempo; qué maravilla dice el viejo y el salvador sonríe satisfecho, nos ha regalado el tiempo cicatrices. Pero el tiempo de ellos no es el de los almanaques, tiene sus propios números, se mide en otros términos dice el Cholo. Sus números son las horas de encierro en la habitación y tener que pedir permiso para todo, Nabu paseándose a la hora de la comida y leyendo sus sermones, y el tema de hoy es la violencia paradójica. Y a la tarde las preguntas, hoy le toca al Kico veamos lo que hubo, de todos modos todos hubimos, ya lo ha resuelto Nabu, mientras tratamos de inventarnos alegrías, cortarse las uñas es una alegría, el novio que podría tener Sila otra alegría, el hijo del compadre, qué duda cabe, medio tonto el muchacho pero todo se irá arreglando en su propio sentido. Íbamos al monte a juntar fruta silvestre, a cortar leña. Íbamos a la casa de Juanjo a tomar café, a la de tía Céfira a pasar el año nuevo, a la del Yeyo a ver sus choclos. Íbamos. Y ahora Nabu nos regala un almanaque como el almacenero de la esquina a fin de año. Nunca habían hecho gimnasia, ¿ehk? y ahora cada uno a su habitación sin decir nada, Nabu silbato y campanillas en la madrugada, Nabu permiso para bañarse, Nabu leyendo cartas que nos entregará otro día, lípidos y almidones y todo sin azúcar, y no ver el sol en tanto tiempo, ni siquiera los chicos, qué lindo estar ahora en el patio, a lo mejor caigan las hojas de la parra, a lo mejor recién están brotando, lindo estar ahora en el patio pareciera que hace un día espléndido, sin embargo estaba lloviznando pero sólo el Percursionista lo sabía cicatrices, son todas cicatrices.

III

El Percusionista les concedía un recreo interno de dos horas. Pueden hablar pueden asearse córtense las uñas; pueden dibujar pueden tejer pueden hacer papirolas; los niños puede jugar al Martín Pescador a la Escondida o a la Ronda Ronda, y los grandes a la Lotería. Pero no quiero ruidos ni estridencias, tengo que trabajar y ya saben cómo son mis nervios.

Y se encerró en el cuarto acristalado ubicado en el medio de la L que formaba la casa, desde donde podía hacer sus cosas sin dejar de vigilar las dos partes de la L. Clic los ojos del Percursionista cuando alguien iba a tomar agua, clic cuando iba o volvía del baño, clic si alguien se desplazaba por error por alguna de las zonas vedadas de la casa clic, los Aballay fotografiados siempre por los ojos clic de Nabu en medio de la L, siempre la cara el cuerpo de Nabu, uno iba para el baño y decía no, no voy a mirarlo, iba bajando la vista pero no se podía, siempre había un momento en que uno la levantaba y lo miraba, tenía que mirarlo, justo cuando él levantaba los ojos del papel o de los planos y clic hacía su mirada, yendo o volviendo siempre estaba Nabu con su clic, de pie o sentado y en cualquier posición le alcanzaban los ojos para el clic.

¿Cómo era el Percusionista? No era una cara a describir o a recordar. Imposible decir de él ojos como, nariz de, así el cabello, el mentón, cejas o manos. Era pero no era. Estaba allí, donde de algún modo había estado siempre. Estaba ahora, pero abarcaba el antes y el después. Más que una cara era la cicatriz de algo. De los dientes del perro que nos mordió cuando éramos chicos no queda nada, la cicatriz no parece una mordedura, es una mancha, podría haber sido una quemadura o también un raspón. Es una marca. De Nabu se podría decir que uno recuerda sus ausencias, aunque siempre estaba. Y la arañita, qué duda cabe, aunque nunca la encontramos.

¿Y si le escribiésemos una carta? dijo atontándose la Coca y vio que le caía encima un racimo de miradas indulgentes. Qué ocurrencia. Bueno, no es para tanto; aunque no sea para él, qué sé yo, una carta para que él se la entregue a alguien. O una carta a él mismo, por qué no. Será una tontería pero a él por lo menos lo conocemos, ¿no? Yo he escrito muchas cartas para gente que no sabe escribir, pidiendo cosas que le faltan, y a veces se las dan. Por el correo llegaron un día las muletas de don Floro; una carta, y ya estaban aquí.

¿Y si miráramos fotos? ¿Dónde están las cajas? Antes, cuando llovía o hacía mucho frío y no se podía salir afuera, nos pasábamos las horas mirando fotografías y comiendo tortas fritas, ¿se acuerdan? Las fotos del casamiento de la tía Francisquita, por ejemplo, son preciosas. Cuando venían visitas largas y ya estábamos aburridos también mirábamos las fotos. ¿Y este es usted? Se ve que siempre ha sido un hombre fuerte, decían las visitas aburridas. Y era el Cholo pero no le decíamos nada a las visitas, total miraban por mirar. También están las de los carnavales: de ésas hay un montón. Tenemos los tres mosqueteros, que no me acuerdo quiénes eran, muchos diablos con capas llenas de espejitos, el Cholo de Alí Babá, de ésa me acuerdo bien y los apaches, donde estaban el Kico y la Sila aunque no se los reconoce. Y las de los chicos cuando eran más chicos: primera comunión con traje marinero, primer diente y el primer guardapolvo. Y las del día que fuimos a la capital, las luces, el tren, la estación y todo eso, cuando la Sila se enojó y no quiso salir en ninguna fotografía porque no querían comprarle todo lo que ella quería. Es cierto, podríamos buscar las cajas y mirar las fotos. Por lo menos no es tan aburrido como jugar a la Lotería. Sí, pero ni llueve ni tenemos fotos ni tortas fritas. ¿Cómo que no tenemos fotos? Las tiene él, ¿no lo sabían? Las fotos y las cartas. Fue lo primero que guardó con llave en su escritorio.

Bueno, es lo mismo, las sabemos casi de memoria. Si cada uno recuerda algo podemos reconstruirlas. Qué les parece el cumpleaños de Sila por ejemplo. De ésas cualquiera se acuerda. Quince años, quién diría. La edad del pavo, claro, presumiéndole a todos. Hay una bajo la parra, ella partiendo la torta con cara de idiota. Y llena de granitos. Y a su lado el Bocha, que no se le despegaba, con los dientes así de grandes como queriendo darle un beso. A ver si se dejan de decir estupideces y me ayudan a escribir la carta. Hay otra del abuelo el día que llegó Belinda, preciosa con su moño, y los dos tan campantes, cada cual con su bigote. Y está también la del Tite, pobrecito. Ustedes no lo conocieron. Estaba entre la Sila y el Kico. Cuatro años. La diarrea estival, los insectos, las moscas.