Enemigos en el paraíso - Emmy Grayson - E-Book

Enemigos en el paraíso E-Book

Emmy Grayson

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Beschreibung

Se quedó embarazada… tras una tórrida noche hawaiana   Anika Pierce no iba a permitir que el hotel de su familia cayera en manos del multimillonario Nicholas Lassard, por generosas que fueran sus ofertas. Pero las acaloradas negociaciones que mantuvieron en Hawái acabaron en un encuentro eléctrico que no habría cambiado la opinión de Anika... si no hubiera descubierto que se había quedado embarazada. Nicholas no tenía intención de ser padre; pero, al recibir la noticia, se prometió que daría a su hijo la felicidad que él nunca había tenido. Sin embargo, eso implicaba que tendría que conquistar el corazón de una mujer que le llevaba constantemente la contraria; y no lo conseguiría si no admitía que su relación iba mucho más allá de su ardiente pasión.

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Seitenzahl: 163

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Emmy Grayson

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Enemigos en el paraíso, n.º 3104 - agosto 2028

Título original: An Heir Made in Hawai

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410741843

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Anika Pierce estaba sentada en su toalla, contemplando las prístinas aguas de la bahía de Hanalei, en Hawái. Viendo sus aguas tranquilas, nadie habría imaginado que una tormenta de finales de noviembre las había convertido la noche anterior en un desbocado caos de enormes olas. Normalmente, la temporada de lluvias no empezaba hasta diciembre, pero la tormenta se había saltado el guion, dando un tono negro a la añil superficie del océano.

Anika había disfrutado del espectáculo desde la terraza del hotel, hechizada con los rayos que iluminaban el cielo y los truenos que hacían temblar las ventanas del hotel. Su feroz belleza le había llegado al alma, y había despertado algo primario en su interior.

O, más que despertar, se había limitado a avivar lo que ella ya llevaba dentro. Y todo, por culpa de él.

Nicholas Andrew Lassard, ese canalla.

Aquella mañana, después de desayunar, Anika había salido a la terraza que daba al Pacífico y se había empapado con el paisaje de palmeras y montañas del valle de Hanalei. Adoraba Eslovenia y la pequeña localidad de Bled, que se había convertido en su hogar; pero estaba más que decidida a disfrutar del agradable clima de Hawái, así que alcanzó un libro y su taza de té con intención de echarse en una de las tumbonas.

Y entonces, se dio de bruces con Nicholas y derramó el té sobre su inmaculada camisa blanca.

Él no se enfadó, aunque su camisa debía de ser más cara que pasar una noche en el hotel. Le dedicó una de sus encantadoras sonrisas escocesas, le dijo que se alegraba de verla y, cuando ella se interesó por su presencia allí, contestó que había ido a la Conferencia de Turismo y Hospitalidad Internacional.

La expresión de suficiencia de su atractiva cara reavivó la irritación de Anika. Nicholas se había presentado tres semanas antes en el Zvonček, con una nueva oferta para comprarle el hotel; esta vez, cien mil euros más alta que la anterior. Y ella no tenía ninguna duda de que había visto el folleto de la conferencia en el mostrador, porque le había preguntado si iba a asistir.

¿La habría seguido a Hawái? ¿Estaba tan obsesionado con el hotel como para cruzar medio mundo en su busca?

Sí.

Lo había subestimado cuando apareció en Bled el año anterior para iniciar la construcción del hotel Lassard en el Lago de Bled: un establecimiento de lujo, de tres plantas, con spa, restaurante y bar en la azotea; un establecimiento elegante y ridículamente caro.

Por desgracia, el proyecto de Nicholas estaba en la misma carretera que el hotel que había pertenecido a la familia de la madre de Anika desde la I Guerra Mundial. Y no tardó en enviarle un representante, una joven de traje negro y sonrisa de tiburón que le enseñó todos los planos del futuro hotel como gesto de buena vecindad, según dijo.

A Anika no le hizo ninguna gracia, porque el nuevo establecimiento tendría servicios y comodidades de las que el suyo carecía; pero se dijo que no le haría la competencia, porque los clientes del Lassard no serían como los del Zvonček: querrían bañeras de mármol y lámparas de araña, no colchas hechas a mano y pequeñas chimeneas en las habitaciones.

Nicholas y ella coincidieron por primera vez a la semana siguiente, en una reunión de la junta de turismo local. Su atractivo rostro, su cabello castaño rizado y el hoyuelo que se le hacía en una mejilla cuando sonreía le ganó el afecto de la mitad de las mujeres de Bled, que ya se habían enamorado de él antes de que se sentara.

Hasta Irena, la anciana dueña de una de las tiendas, que siempre llevaba unas enormes gafas apoyadas en la punta de la nariz, se quedó prendada del desconocido. De hecho, se inclinó hacia ella y le susurró que el reloj plateado que llevaba era un Cartier y que el perfecto traje de color gris marengo que enfatizaba sus anchos hombros y su estrecha cintura era definitivamente de Savile Row, de Londres.

–¿Has visto lo bien que se ajusta a su trasero?

El recuerdo del comentario de Irena le arrancó una sonrisa a regañadientes. Sí, Nicholas era un hombre atractivo; incluso estaba dispuesta a admitir que era muy guapo. Lástima que su alma fuera un pozo de avaricia.

Su riqueza y su encanto la pusieron en guardia de inmediato. Nicholas era de un mundo muy diferente al suyo. El hecho de que no se hubiera molestado en ir a verla en persona para anunciarle la construcción de su hotel demostraba que solo se encargaba de cosas importantes, sin prestar atención a pequeñeces como ella.

El día de la reunión de la junta, estuvo coqueteando con mujeres de todas las edades antes de pasar a una empalagosa presentación de su nuevo negocio. Y, cuando terminó de hablar, la gente estaba convencida de que no solo iba a ser extremadamente beneficioso para la localidad, sino de que él era una especie de altruista enamorado del sector hotelero.

Pero, cuando Nicholas quería algo, jugaba sucio. Anika lo había descubierto por las malas la primavera anterior, cuando entró de repente en el Zvonček y pidió hablar con ella en privado. Llevaba otro de sus preciosos trajes, y logró que la desgastada alfombra de su despacho y los tiestos del alféizar parecieran ridículos y anticuados en comparación.

Empezó con una sonrisa, y ella se la devolvió, sin imaginar que la dejaría sin habla instantes después, cuando Nicholas le dio una carpeta con el plateado logotipo del Lassard. En su interior, había una oferta de compra del Zvonček, superior en cincuenta mil euros a su valor de mercado.

Por supuesto, él aprovechó su silencio con un discurso fluido, suave y tan potente como el brandy. Al parecer, se había dado cuenta de que el Zvonček podía ser una extensión perfecta del Lassard por algo a lo que no había dado importancia cuando compró su propiedad: que estaba en la orilla del lago, que tenía un muelle y una playa y que podía ofrecer viajes en góndola a los turistas. Hasta utilizó el término esloveno para ese tipo de embarcaciones: pletna.

Cuando terminó de hablar de las obras que llevaría a cabo, de su intención de respetar el edificio original y de todo el lujo y el glamour que insuflaría en él, se echó hacia delante y pronunció unas palabras que aún la indignaban cada vez que las recordaba:

–Sé que tu hotel tiene problemas, pero yo los puedo solucionar.

La respuesta de ella fue tajante: «No». Él preguntó por qué sin inmutarse y ella respondió que su hotel no estaba en venta, lo cual provocó que Nicholas aumentara en cien mil euros su oferta inicial.

Anika se quedó tan atónita que sintió la tentación de aceptar. Sí, el estado de su hotel no era precisamente bueno. Cada vez que lo miraba, veía ventanas que reparar, calentadores de agua a punto de estropearse y colchones que habían conocido tiempos mejores. Y ella, que había asumido la dirección del hotel cuando su abuela Marija cayó enferma, estaba tan preocupada con la situación que a veces no podía ni dormir.

Aceptar la oferta de Nicholas habría sido una salida fácil. Pero el hotel llevaba más de cien años en su familia. Su madre, Danica, había crecido en él y, cuando Danica falleció y ella dejó los Estados Unidos para marcharse a vivir con su abuela, dio un sentido nuevo a su vida.

Sin embargo, no se trataba solo de la historia y el legado familiar. El Zvonček era bastante más que un hotel para muchos de sus clientes, que regresaban a él todos los años: era un segundo hogar, y no iba a permitir que un hombre como aquel convirtiera su hotel en un establecimiento para ricos por el simple y puro hecho de que estaba mejor situado y tenía mejores vistas que el futuro Lassard.

Al final, Anika reiteró su negativa. Y entonces, Nicholas dejó de sonreír y le enseñó su verdadera cara: la de un astuto e implacable hombre de negocios que nunca aceptaba un no por respuesta.

Ahora bien, Anika no iba a permitir que también le arruinara su viaje a Hawái. Estaba allí por la conferencia, con la esperanza de escuchar ideas nuevas sobre el sector hotelero y, quizá, de hacer contactos que llevaran más clientes a su negocio. Pero ese no era el único motivo de su presencia. Antes de morir, Marija le había dado un sobre con un billete de avión y una reserva de hotel y le había dicho:

–Ve a esa conferencia y diviértete un poco. Hazlo por mí, Anika. Seré más feliz si sé que tienes la oportunidad de disfrutar de la vida.

Anika protestó con el argumento de que no se podían permitir el lujo de gastarse ese dinero, cuando el hotel necesitaba tantas reformas; pero Marija insistió, y ahora estaba allí, disfrutando de las preciosas vistas del muelle.

En otros momentos del día, el lugar estaba lleno de gente que se acercaba a nadar o a comer en las mesas de la terraza; pero, a las ocho de la mañana, no había prácticamente nadie, y solo se veían unas cuantas embarcaciones de vela a lo lejos y un par de turistas que cruzaban la bahía o el río Hanalei en canoa.

Anika echaba de menos su hogar, y se acordó de la nieve que empezaba a cubrir los Alpes y la propia Bled en esa época del año, cuando el otoño empezaba a dar paso al invierno. Sin embargo, el abrupto paisaje de Hawái había despertado en ella un espíritu viajero que creía olvidado. De hecho, no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba salir de Eslovenia hasta que aterrizó en el aeropuerto de Kauai y sintió la caricia del calor en su piel.

Una caricia tan dulce como la de un amante.

Decidida a disfrutar de la vista de las palmeras y el cielo de color turquesa, se tumbó en su toalla y dejó que su cuerpo se relajara poco a poco bajo el suave sol. En cuestión de minutos, había olvidado todas sus preocupaciones. Su mente se había empezado a liberar, y estaba tan contenta con el sencillo placer de vivir el presente que soltó un suspiro.

–Sería una pena que el sol quemara una piel tan bonita.

Anika se quedó helada al oír la profunda y grave voz del hombre que se acababa de detener a su lado, tapando el sol. Se puso tensa al instante, y su pulso se aceleró igualmente deprisa. Pero se dijo que no había reaccionado así porque Nicholas le resultara atractivo, sino porque era terriblemente irritante.

–Vaya, estaba equivocada –dijo ella, abriendo los ojos.

–¿Con qué?

–No estoy en el paraíso, sino en el infierno.

Él echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír. Ella se incorporó lo justo para poder apoyarse en los codos y le dedicó una mirada fulminante.

–Bueno, aún no hace tanto calor, pero esta tarde parecerá el infierno, sí –dijo Nicholas.

–¿Qué estás haciendo aquí?

Él arqueó una ceja.

–Lo mismo que tú.

–¿Intentar estar solo?

–Sí.

–Pues no sé si lo sabes, pero estar solo implica que no haya nadie alrededor –declaró ella, apretando los puños.

Nicholas admiró la bahía durante unos segundos y dijo:

–Hum. No sabía que estuviera en un muelle privado. Puede que haya un cartel que lo indique, pero no lo he visto.

Nicholas se quitó las gafas de sol que llevaba y la miró de nuevo. Anika se quedó sin aire, dominada por un súbito calor que no tenía nada que ver con el clima. Era la primera vez que su presencia provocaba en ella una reacción tan intensa. ¿Sería porque estaba muy cerca? ¿Por el fresco aroma de su loción de afeitado? ¿O por el simple hecho de que llevaba demasiado tiempo sin estar con un hombre?

Fuera por la razón que fuera, escapó del hechizo de su angulosa cara y sus profundos e irónicos ojos azules y se recordó que estaba delante de su enemigo. Fantasear con él era lo peor que podía hacer.

–Basta de tonterías, Nick. ¿Qué estás haciendo aquí? –repitió.

Él sonrió con toda la seguridad del mundo.

–Me encanta que seas tan directa.

–Y a mí me encanta que no estés cerca de mí.

–Vas a herir mis sentimientos, Anika. No solo somos colegas, sino también vecinos. Lo menos que debemos hacer es tener una relación cordial.

–Bueno, estoy dispuesta a aceptar que somos vecinos. Desgraciadamente –dijo ella–. Sin embargo, que seamos colegas no significa que estemos en lo mismo. Yo tengo que trabajar para vivir, pero tú te limitas a salir en las revistas y recoger el dinero que ganas gracias a tus empleados y a los pequeños negocios que intentas sumar a tu imperio, como el mío.

Nicholas volvió a sonreír, y ella volvió a sentir otra oleada de calor.

Sí, era inmensamente guapo, no lo podía negar. Pero también era una serpiente venenosa.

–Esto ha sido divertido. Deberíamos hablar más a menudo.

–No ha sido una conversación. Te estaba insultando.

–Ya, pero hacía tiempo que no me divertía tanto.

–¿Me has seguido a Hawái? –preguntó ella, retomando el asunto que le preocupaba.

–La organización me invitó a hablar en una de las conferencias. Está programado desde hace meses.

–Pues ya me lo podrías haber dicho cuando te comenté que pensaba venir.

–¿Para qué? ¿Para arriesgarme a que cancelaras el viaje? No, no podía hacer eso. Sobre todo, porque puede ser una ocasión perfecta para mejorar nuestra relación.

Anika se estremeció.

–¿Nuestra relación? Ni tenemos una relación ni la tendremos nunca, Nick.

Lejos de darse por derrotado, Nicholas la miró con más intensidad, sin dejar de sonreír. El hombre que aparentemente había heredado un imperio económico de su padre no se detenía ante nada cuando quería algo. Se lo había demostrado la primera vez que intentó comprarle el hotel, y se lo demostró la segunda, cuando apareció en el Zvonček con una oferta aún más generosa que la anterior.

Pero, cuanto más insistía él, más decidida estaba ella a no venderle su negocio. Sobre todo, porque había llegado hasta el extremo de violar groseramente su privacidad por el procedimiento de investigar a fondo sus bienes y finanzas con tal de convencerla y salirse con la suya

–¿Por qué te resistes tanto? Mi oferta te sacaría de la situación en la que estás.

–Querrás decir que me arruinaría –replicó ella, odiando que estuviera tan tranquilo cuando ella se encontraba al borde de un ataque de nervios–. ¿Cómo es posible que seas tan engreído y… ?

Anika dejó la frase sin terminar, porque él alzó súbitamente una mano y le apartó un mechón de la cara, desequilibrándola por completo.

–Venga, admite que me echabas de menos.

Anika respiró hondo.

Sí, Nicholas era un hombre muy atractivo. Y, para empeorar las cosas, ella llevaba dos años sin salir en serio con nadie, porque su breve relación sexual con Zachary había sido bastante insatisfactoria. Pero lo que le estaba pasando era una simple reacción física, nada más, una cuestión puramente biológica.

–Lo que echo de menos es la paz que siento cuando no estás cerca. Lárgate de aquí. Deja que disfrute de mi mañana… y por favor, aleja tus cuidadas manos de mi propiedad, que tampoco me interesa tu manicura.

En lugar de obedecer, Nicholas bajó una mano y la pasó por los dedos de Anika, en una suave caricia de increíble intensidad.

–No me he hecho la manicura en toda mi vida.

La voz de Nicholas resonó en su interior y aumentó el calor que sentía con tanta facilidad como el sol, que cada vez estaba más alto. Anika supo que debía retirar la mano, pero no fue capaz; y no solo porque su contacto le gustara, sino porque, cuando lo miró a los ojos de nuevo, vio algo completamente inesperado en ellos.

Deseo.

La imagen de la última fotografía suya que había visto en las revistas apareció en su mente. Nicholas estaba en compañía de una antigua novia, a la que miraba con la misma intensidad que ahora le dedicaba a ella. Solo era una de las muchas amantes que había tenido, porque no estaba hecho para las relaciones serias.

Pero ella no era como él. Buscaba una relación estable, y hasta quería tener hijos. No tenía ninguna intención de convertirse en la última mujer de su largo historial de conquistas amorosas.

Aquel pensamiento le dio la fuerza que necesitaba para apartar la mano, dejar de mirarlo, volver a respirar hondo y concentrarse en su verdadero problema.

Desde luego, tenía que hacer algo. Su hotel necesitaba reformas con urgencia, pero no tenía dinero ni para cambiar las desgastadas alfombras. Y, aunque la oferta de Nicholas resolvería todos sus problemas económicos, destruiría lo único que le quedaba de su familia y lo convertiría en otro hotel chabacano para turistas adinerados. Acabaría con el encanto del Zvonček, con su alma.

–Mira, tú diriges hoteles que cobran mil dólares por noche y ofrecen servicio de habitaciones veinticuatro horas al día, pero yo trabajo en uno donde las llaves siguen siendo de verdad –comentó ella, mirando su camiseta negra y sus pantalones de lino–. Vivimos en mundos distintos. Quédate en el tuyo, que yo me quedaré en el mío. Y los dos estaremos contentos.

–¿Tanto deseas que me aleje de ti, Anika?

–Sí.

–Me ofendes.

Frustrada, Anika se levantó tan deprisa que estuvo a punto de golpearlo y tirarlo al suelo. Luego, le dio la espalda, se llevó las manos al dobladillo del vestido y se lo quitó por encima de la cabeza con toda la tranquilidad que pudo, quedándose sin más prenda que su bikini de color naranja.

Nicholas suspiró, y ella lo volvió a mirar para saber por qué.

Sorprendentemente, se la estaba comiendo con los ojos. No había mejor forma de describirlo. La miraba de arriba abajo, incapaz de contenerse.

–¿Qué vas a hacer? –acertó a preguntar él.

–Nadar.

–Ni se te ocurra. Las mareas de esta época del año son muy fuertes, y…

–Y como soy una turista inteligente, hablé con los vigilantes de la playa y les pregunté si meterse en el agua era peligroso –lo interrumpió Anika, intentando controlar las emociones que había avivado su tórrida mirada–. No me subestimes, Nicholas. Si me subestimas, perderás siempre.

Anika se alejó de él, avanzó por el muelle y se lanzó a las aguas de la bahía de Hanalei.