Riesgo y pasión - Emmy Grayson - E-Book

Riesgo y pasión E-Book

Emmy Grayson

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Beschreibung

Él estaba fuera de su alcance… ¡Pero era el único hombre al que ella había deseado!   Evolet Grey poseía el talento y la experiencia que el multimillonario Damon Bradford necesitaba para conseguir el mayor contrato en la historia de su empresa. Pero ella también tenía algo especial que puso a prueba el férreo control que Damon siempre había ejercido sobre su sí mismo…  A Evolet siempre le había resultado complicado dar rienda suelta a sus deseos, ¡pero apenas podía pensar con claridad cuando estaba con su nuevo jefe! Revelar la fuerte atracción que sentía por Damon era arriesgado, pero ¿sería más arriesgado alejarse de él?

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Seitenzahl: 173

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Emmy Grayson

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Riesgo y pasión, n.º 3099 julio 2024

Título original: His Assistant’s New York Awakening

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. N ombres, c aracteres, l ugares, y s ituaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410741812

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

La música penetró bajo la piel de Damon Bradford como si fuera el efecto de la caricia de un amante. Bebió un sorbo de su cóctel y percibió el sabor suave de la ginebra sobre su lengua. Prefería fijarse en eso y no en el calor que invadía su cuerpo mientras miraba a aquella mujer.

La violonchelista.

La música nunca había sido una parte importante de su vida. Conocía la diferencia entre el rock y la música clásica y había pagado grandes sumas de dinero para que grupos y cantantes actuaran en los eventos que él celebraba durante el año. Pero la música en sí siempre le había parecido ruido de fondo.

No obstante, aquella… las notas de su instrumento en solitario subían y bajaban con perfecta precisión, el lánguido compás invocaba a los oyentes a relajarse, a olvidarse de las exigencias de la vida por un momento…

Era completamente diferente a todo lo que había escuchado antes.

Igual que la mujer que tocaba el violonchelo era completamente diferente a todas las que había visto antes.

Damon la habría descartado nada más verla si no hubiese estado tocando. Tenía el cabello rubio y lo llevaba recogido en un moño en la base de la nuca. Lucía un vestido negro suelto con las mangas hasta los codos y la falda hasta las rodillas.

Sencillo. Aburrido.

Fueron sus dedos los que captaron su atención. Eran pálidos, delgados y elegantes. Con una mano movía el arco con precisión. La otra, la deslizaba por las cuerdas con tanta maestría que provocó que Damon se pusiera tenso.

«Excitado por un maldito violonchelo».

Damon bebió un poco de su cóctel y saboreó el sabor a ginebra y lavanda mientras confiaba en que el líquido frío calmara su libido.

No tuvo suerte. La música había penetrado en su cuerpo a través de la tela del esmoquin y de la pose serena que solía proyectar al mundo. Deslizó la mirada hacia el rostro de ella.

Sus labios con forma de corazón, su barbilla afilada destacando entre sus mejillas redondeadas. … «Sorprendente», fue la primera palabra que se le ocurrió. Sin embargo, ella evitaba resaltar su aspecto llevando ropa sencilla y un peinado serio. Una mujer que intentaba que le prestaran atención a la música y no a ella.

El resto de la orquesta comenzó a tocar, y el sonido de unos cincuenta instrumentos inundó el salón. Era una sinfonía compuesta por músicos voluntarios que todavía trataban de abrirse camino. Él había dudado cuando Kimberly, su manager, le había mostrado el horario donde figuraba que la música de apertura correría a cargo de la New York City Apprentice Symphony. Al verlo dudar, ella le había dicho que sería la oportunidad para implicarse con una organización de la comunidad.

Mirando una vez más a la mujer que había cautivado su atención, Damon se alegró mucho de que Kimberly se hubiera salido con la suya.

Damon apartó la mirada de aquella mujer y se fijó en el salón de baile donde se habían reunido las personas más ricas de Nueva York.

La mayoría de los asistentes a la gala benéfica anual que celebraba Bradford Global estaban allí para lucir su ropa exclusiva, disfrutar de los cócteles y, quizá, conseguir un nuevo amante o cerrar un negocio mientras comían caviar. Muy pocos estaban allí porque realmente querían que se construyera una nueva ala en el hospital infantil, el beneficiario que se había elegido para ese año.

Nadie había ido allí por la música.

«Una pena», pensó Damon mientras observaba a la gente hablando y riéndose. Por desgracia, él se parecía bastante a ellos y no solía fijarse en las cosas buenas y sencillas que tenía a su alrededor. Siempre estaba centrado en otra cosa, en la siguiente meta de su lista inacabable. Pasaba de una meta a otra a una velocidad que impresionaba a sus empleados y clientes, enojaba a sus competidores y, sobre todo, lo mantenía avanzando siempre hacia delante.

Sin embargo, había terminado en un lugar donde nunca había imaginado que terminaría, en un cruce de caminos. Bradford Global era uno de los mejores fabricantes de diversos productos y estaba en la recta final para firmar un contrato con una compañía aérea de lujo europea. Él poseía casas en cuatro continentes, hablaba tres idiomas y solía aparecer en las portadas de revistas como Fortune. Edward Charles Damon Bradford lo tenía todo.

Entonces, ¿por qué se sentía tan vacío?

Debido a la falta de entusiasmo y alegría que sentía, se había ido a sentar en una esquina del salón. Y el aburrimiento había hecho que lo hiciera alejado de las miradas de los otros y muy cerca del escenario. Necesitaba algo diferente, un cambio, por muy pequeño que fuera.

Y lo había encontrado en la mujer que estaba sentada con un violonchelo entre las piernas, con los ojos cerrados, la cabeza hacia atrás y una expresión de tristeza, entregada a la música que estaba tocando.

Debía levantarse y regresar con la multitud. Sí, quería algo diferente y emocionante, pero el deseo que surgía en él al ver a aquella mujer era demasiado, como un fuego que estaba a punto de emerger y de llevarlo al infierno. Sí, quería un cambio.

También quería, o necesitaba, mantener el control

Comenzó a levantarse para continuar saludando a los políticos, multimillonarios y estrellas de cine. Para alejarse de la tentación que lo había cautivado de pronto.

En ese momento, la música se detuvo. La gente continuó charlando como si nada hubiera cambiado.

La violonchelista abrió los ojos. Desde la distancia, él no podía discernir el color. La observó hasta que ella se inclinó para oír lo que le decía otro músico con una sonrisa. La organizadora del evento se subió al escenario para anunciar que dejaban quince minutos de descanso hasta que el próximo grupo saliera a tocar.

La violonchelista dejó el instrumento en su apoyo y se puso en pie. Era más bajita de lo que él había imaginado, pero se la veía fuerte y segura de sí misma.

Entonces, levantó la vista y sus miradas se encontraron, provocando una especie de descarga eléctrica entre ellos.

Oh, sí. Él debía marcharse y regresar entre la multitud, a ese lugar seguro donde la gente solo quería un minuto de su tiempo y algunos millones de su fortuna.

No obstante, ¿qué tenía eso de divertido?

 

 

Evolet Grey regresó a salón de baile y, a pesar de sus intenciones, se encontró mirando hacia una esquina de la habitación. Cuando su mirada se encontró con la del hombre tremendamente atractivo que estaba sentado en una butaca, se estremeció. Otros quizá habrían pensado que tenía una postura relajada, pero a ella le parecía un depredador esperando a su presa. Lo peor era que no conseguía apartar la mirada.

Se fijó en el esmoquin negro que llevaba y en cómo contrastaba con la butaca blanca. Después, volvió a mirarlo a la cara.

Era atractivo. Tenía el cabello castaño oscuro y lo llevaba más corto por los lados. La expresión de su rostro era distante, excepto por sus ojos. Había algo salvaje en el fondo de su mirada que provocaba que a ella se le acelerara el corazón y se derritiera por dentro.

«Basta».

Ella miró a otro lado, tratando de cortar el rumbo de su pensamiento. Se dirigió a la barra más cercana al escenario. No todos los días tenía la oportunidad de tomarse una copa en un hotel como el Winchester. El salón de baile era un poco más moderno de lo que ella hubiera elegido. Tenía grandes columnas y enormes ventanales con vistas a Central Park y lo habían decorado de forma muy elegante para la gala. La persona que había organizado aquel evento tenía mucho dinero. Una pista de baile de madera oscura dominaba la habitación. En los lados, había sillas y sofás de color blanco, creando espacios de intimidad para tomarse un respiro o terminar un negocio. Las paredes estaban iluminadas en color azul y violeta, lo que conseguía crear un ambiente íntimo a pesar de que había cerca de quinientas personas vestidas con sus mejores galas.

Una mujer pasó con un vestido de seda roja abierto por la espalda y con una larga cola. Un hombre llevaba un monóculo engarzado con diamantes.

Evolet sintió un nudo en el estómago. Aquel no era su mundo. En el escenario no se había dado cuenta. Ahí se encontraba en su elemento y tenía el control, pero fuera de allí, entre las joyas, la ropa de alta costura y el olor a dinero, se sentía insignificante.

¡Para!

Al oír la voz de Constanza, su madre adoptiva, en su cabeza, sonrió. Era encantadora y siempre la había apoyado, pero tenía tolerancia cero hacia la autocompasión y nada de paciencia hacia aquellos que daban más valor al dinero que a la familia.

Estaba llegando a la barra cuando alguien la agarró del codo.

–Eres un regalo para los ojos.

El olor a alcohol que desprendía aquel hombre era excesivo y ella se disponía a darse la vuelta justo cuando la rodeó por la cintura y la estrechó contra su cuerpo.

–¿Cómo te llamas? No te había visto nunca en una de estas galas.

Ella se encontró cara a cara con un hombre rubio de ojos enrojecidos. Si Constanza estuviera allí, habría arqueado una ceja al ver la cola del vestido arrastrándose por el suelo y habría dicho algo así como: «Te has ganado tu sitio aquí, así que, deja de quejarte y disfruta».

Evolet continuó andando. Se tomaría una copa, disfrutaría de pasar unos minutos en el salón más elegante que había estado nunca y regresaría a casa para darse un baño.

Y después, pensó con una sonrisa, quizá fantasearía con el hombre misterioso que había provocado que se le acelerara el pulso. A raíz de las pocas citas que había tenido sabía que solía disfrutar más de las fantasías que de la propia experiencia.

–Formo parte de la orquesta sinfónica –dijo ella, tratando de mostrarse educada. Le agarró la mano y la apartó de su cintura para poder dar un paso atrás.

–He oído cosas maravillosas sobre los músicos. Dicen que tienen manos muy talentosas –la expresión de su rostro la hizo estremecer con repulsión–. Quizá después de la gala podríamos descubrir si es cierto.

Ella estuvo a punto de sentir náuseas. Era evidente que el dinero no implicaba clase o encanto. Se fijó en sus manos y vio que con una sujetaba un Martini y que en la otra llevaba un reloj de plata y una alianza ornamentada.

Evolet forzó una sonrisa y trató de ignorar la repulsión que sentía.

–Tengo la suerte de tocar junto a un grupo de músicos muy talentosos –repuso con frialdad–. Por desgracia, solo tocamos en grupo. No estoy disponible para actuaciones privadas.

Él pestañeó y enarcó las cejas.

–No estoy pidiendo un musical. Estoy pidiendo…

–¿Esta es tu esposa?

El hombre giró la cabeza y una expresión parecida al miedo cubrió su rostro. Evolet aprovechó la oportunidad para inclinarse hacia delante, colocar un dedo bajo la copa de Martini y tirársela sobre la camisa blanca. La copa se cayó al suelo y se rompió. La música y las voces de los invitados, camuflaron parte de la situación, pero un grupo de personas se volvió para ver a quién se le había caído la copa.

El hombre se puso colorado al ver su camisa y la pila de cristales rotos.

–¿Tú has…? –la miró un instante.

Ella estuvo a punto de sentir lástima por él al ver que intentaba dilucidar lo que había pasado.

–¿Que si lo he hecho yo?

–Has sido tú, Harry.

Evolet se quedó paralizada. Una voz grave que provenía desde detrás provocó que se estremeciese y se le acelerara el corazón. ¿El dueño de aquella voz seductora había visto todo lo que había sucedido?

Harry palideció.

–Oh… Creo que he bebido demasiado.

–¡Harry!

Una mujer con el cabello rizado y oscuro, se acercó a él mirándolo fijamente.

–Cariño, aquí estás –lo agarró del brazo–. Los Jones han preguntado por ti –le dedicó una breve sonrisa a Evolet y a la persona que estaba detrás de ella y se llevó a Harry del brazo.

Evolet respiró hondo, como preparándose para descubrir quién estaba detrás de ella y, se volvió.

«Tú».

Capítulo 2

 

 

 

 

 

El hombre misterioso estaba detrás de ella. Era alto y fuerte y la miraba con sus ojos de color esmeralda y el ceño fruncido. La sonrisa que mostraba indicaba que había visto el pequeño truco que ella había empleado.

–Gracias –dijo ella.

–¿Por qué? Parece que lo tenías todo controlado.

Ella se sonrojó.

–Solo ha sido…

–Una manera inteligente de lidiar con un idiota insufrible que bebe demasiado y liga con cualquiera que no sea su mujer.

Evolet se mordió el labio inferior para evitar sonreír.

–Bueno… Gracias –miró a su alrededor. Por suerte, la gente había retomado sus conversaciones y un camarero ya había recogido los cristales–. Te agradezco tu discreción.

El hombre sonrió.

–De nada –repuso, y gesticuló hacia la barra–. Anthony hace magia con las bebidas. Después de tu encontronazo con Harry, seguro que te sienta bien una copa.

Evolet trató de concentrarse en la carta y no en el hombre que tenía a su lado.

–Quiero un Lavender Spy, por favor –pidió antes de mirar a su acompañante y ver que él estaba mirando hacia la multitud con cara de aburrido. Anthony le entregó una copa llena de un líquido morado claro. Ella le dio las gracias y se llevó la copa a los labios.

–Guau –comentó mientras el sabor a ginebra, lavanda y lima penetraba en su lengua–. Está delicioso.

–¿Bebes ginebra a menudo?

–Es mi primera vez –repuso ella, y bebió otro sorbo–. No bebo mucho alcohol. Nada, en realidad. Siempre estoy ensayando o actuando –o trabajando como secretaria temporal, pero evitó comentarlo. Era solo una parada antes de conseguir su meta y llegar a ser músico profesional–. No tengo mucho tiempo para salir de copas.

–¿Cómo te dio por tocar el violonchelo?

Una vez más, el sonido de su voz provocó cierto revoloteo en su estómago.

–La primera vez que oí uno fue en el metro. Iba caminando y oí música. Fue increíble.

El recuerdo se apoderó de ella. Solo llevaba unas semanas con Constanza y todavía le dedicaba a su madre de acogida hirientes insultos o intensos silencios. El hecho de que Constanza hubiese reaccionado sirviéndole deliciosas comidas haitianas, lavándole la ropa y sonriendo, la había hecho sentirse culpable, y mucho más enfadada. La coraza que se había forjado durante años se resquebrajaba con cada gesto amable y ella no lo soportaba. No quería encariñarse con nadie porque sabía que podrían separarse en cualquier momento.

Y descubrió, al oír la melodía del violonchelo, que sentía como si alguien por fin comprendiera todo su dolor, sufrimiento y pérdida.

Entonces, siguió el sonido de la música esquivando la multitud. Todo lo demás desapareció, el sonido de los trenes, las voces, el incesante sonido de los teléfonos.

Solo percibía la música.

–¿Cómo si fueran ángeles cantando?

Evolet pestañeó y se centró de nuevo en el hombre que tenía delante.

–No, lo contrario. Él… –levantó la mano e imitó los movimientos que había visto el día que su vida cambió. El día que dejó de sobrevivir y comenzó a vivir–. El músico hacía que el violonchelo llorara.

–¿Llorara?

Evolet bebió otro sorbo para disimular su expresión. Describir cómo se había iniciado en la música no era la mejor manera de hacer amigos. La gente quería glamour y alegría, no historias deprimentes.

No obstante, había algo en su forma de mirarla que provocó que ella se sintiera como si él pudiera ver todo lo que había detrás de aquellos años de práctica, y deseo contárselo. Hablarle sobre cómo había pasado de un apartamento pequeño en East Harlem a tocar en una orquesta de cuerda en uno de los mejores hoteles de Nueva York.

«No lo hagas».

¿No había aprendido la lección? Confiar en otros abría la puerta a tener esperanzas. Y a que le hicieran daño. Constanza había sido un milagro, un regalo que no esperaba recibir, pero también una excepción. Antes de conocerla, nunca había tenido a nadie dispuesto a ayudarla.

El recuerdo la ayudó a retomar el control de su pensamiento. Evolet soltó una risita.

–Los músicos pueden ser un poco dramáticos. Yo disfrutaba de la música. El violonchelista fue lo bastante amable como para responder a mis preguntas cuando terminó de tocar, así que, aquí estoy –gesticuló señalando hacia las mesas decoradas con velas y centros de flores.

El hombre frunció el ceño.

–Eso no era lo que ibas a decir.

–¿Perdona?

Él se inclinó hacia ella y, en lugar de sentirse incómoda, como le había pasado con Harry, notó que se le aceleraba el pulso y separó los labios. Cuando él le agarró la mano, estuvo a punto de dejar caer su copa al suelo.

–Baila conmigo.

Evolet siempre había pensado que no podía haber nada más seductor que el sonido de su violonchelo.

De pronto, al oír su invitación, tuvo la sensación de que su mundo se tambaleaba y, si aceptaba, se tambalearía todavía más. No volvería a ver a aquel hombre después de esa noche, sin embargo, el recuerdo de su mano alrededor de la de ella, permanecería siempre en su memoria.

–Está bien.

Antes de que ella cambiara de opinión, él le retiró la copa de la mano y la dejó en el bar. Después, colocó una mano sobre su espalda y la guio hasta la pista de baile.

–Lo has hecho antes.

–¿El qué? –sonrió él con una pícara sonrisa y estrechándola contra su cuerpo.

–Seducir a una mujer para que baile contigo.

–¿Sientes que te estoy seduciendo? –preguntó con un brillo en la mirada y arqueando una ceja–. No sé cómo te llamas.

–Eso no importa –repuso ella.

Él soltó una carcajada.

–Hagamos un intercambio, ¿te parece?

Evolet se fijó en sus labios. ¿Cómo sería besarlo?

–¿Un intercambio?

–Tú me dices tu nombre y yo te digo el mío –le dedicó una amplia sonrisa.

Evolet sintió que se le aceleraba el corazón.

Oh, no. Estaba disfrutando de aquello con un hombre atractivo y rico que, por algún motivo, estaba interesado en hablar con ella. Para alguien que no estaba acostumbrada a que alguien se interesara por ella, a que un hombre la sacara a bailar o quisiera pasar tiempo a su lado, era emocionante.

Aumentó el ritmo de la música y ella se tambaleó. El hombre la sujetó con fuerza para estabilizarla.

–Relájate.

–Me resulta difícil relajarme cuando no sé lo que estoy haciendo.

–Confía en mí.

Hablaba con humor, pero su mirada era intensa y parecía que trataba de atravesar la barrera que ella había erguido a su alrededor. Dividida entre la vulnerabilidad y el desafío, Evolet hizo una pausa.

Hasta que él esbozó una sexy sonrisa, como retándola.

Ella alzó la barbilla y se forzó a relajarse entre sus brazos. Cuando él la giró, se dejó llevar. El primer momento fue aterrador. ¿Cuándo había sido la última vez que había confiado por completo en otra persona?