La seducción del sur - Emmy Grayson - E-Book

La seducción del sur E-Book

Emmy Grayson

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Beschreibung

Él reclamará su empresa. ¿Pero puede reclamarla a ella también? Everleigh Bradford no cederá fácilmente el control del viñedo familiar que espera heredar. Ya ha perdido demasiado. Si debe enfrentarse al nuevo y rico propietario, Adrián Cabrera, ¡lo hará! aunque tenga que luchar contra su ardiente respuesta al inquietante millonario. Traer a Everleigh a su casa en el sur para demostrar que protegerá su herencia es esencial para su relación laboral, pero es peligroso. La inocencia de Everleigh es embriagadora y ella merece todo lo que el pasado de Adrián y su férreo autocontrol no le permiten darle. Por muy tentadora que sea...

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Seitenzahl: 202

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2021 Emmy Grayson

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La seducción del sur, n.º 210 - abril 2024

Título original: His Billion-Dollar Takeover Temptation

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411808804

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Las torres y los rascacielos de Nueva York resplandecían sobre el fondo de un cielo estival cada vez más oscuro. Adrián Cabrera saboreó un trago de merlot, dejándose cautivar por las vistas de la ciudad desde el balcón del segundo piso del concurrido salón del Hotel Kingsworth.

La presencia de la mujer a su lado, a cuyos comentarios apenas prestaba atención, no lograba distraerlo de la panorámica. Jackie –si es que su memoria no le fallaba tras la rápida presentación– no había tardado en intentar seducirlo.

–Cabrera –murmuró ella con un tono insinuante–. Un apellido muy sexi.

–Es un apellido con solera –respondió él, sin ocultar su irritación–. Lleva cuatro generaciones con nosotros, desde que un antepasado plantó las primeras vides al pie de Sierra Nevada.

–¿Las montañas de California? –preguntó ella, ingenuamente.

Adrián apretó los dientes con impaciencia.

–Sierra Nevada es una cordillera en el sur de España…

–Una bodega al pie de una montaña. –Jackie se rio–. ¡Qué emocionante!

Sí, era emocionante dirigir la bodega más exitosa de España y formar parte del acaudalado clan Cabrera. Pero dudaba que Jackie comprendiera la emoción de una adquisición empresarial o la anticipación de catar un vino nuevo, fruto de años de esfuerzo. Lo que ella buscaba era una aventura nocturna con el enigmático Adrián Cabrera y, quizás, unas semanas recorriendo el mundo en uno de los jet privados de la familia.

Al mirar hacia abajo, observó el vestido naranja de escote generoso que ceñía la figura de Jackie. Su cabello oscuro caía en cascada sobre su hombro, enmarcando unos pómulos afilados y una sonrisa deslumbrante. A pesar de la atracción física que ella despertaba, Adrián no sentía más. Tras años de relaciones con modelos, políticas, empresarias y actrices, había aprendido a ser selectivo. Las mujeres casadas y aquellas que no disimulaban su codicia estaban descartadas de su lista.

–Me encantaría saber más sobre tu bodega –dijo Jackie, sonriendo de nuevo y presionando su cuerpo contra el de él.

El contacto hizo que el vino de su copa se derramara sobre el puño blanco de su camisa. La irritación de Adrián se transformó en un frío desdén.

–¡Oh, no! Lo siento mucho… –balbuceó ella, captando la mirada helada de Adrián–. Umm… Te dejo para que te limpies.

Se alejó rápidamente, descendiendo las escaleras hacia el salón, donde se perdió entre trajes de gala y esmóquines.

Adrián contempló la mancha en su camisa con resignación. En su armario de la suite Roosevelt Penthouse del hotel había suficientes camisas para cambiarse y volver en diez minutos. Sin embargo, la interrupción de su rutina le resultaba molesta. Acostumbraba a pasar los primeros treinta minutos de cada presentación en soledad, contemplando la sala que su organizador de eventos había preparado, saboreando el éxito que lo había llevado hasta allí.

Desde la evaluación de los niveles de minerales en los suelos de los viñedos hasta la colaboración con el jefe de marketing en las campañas internacionales que habían llevado a Vinos Cabrera a la cima del sector, cada lanzamiento de vino era el colofón de un proceso largo y arduo. Cabrera, con su posición, bien podría haber exigido mucho más. Sin embargo, lo único que deseaba eran treinta minutos para sí mismo.

«Se ha ido. Concéntrate en la fiesta. No permitas que te arruine la noche».

Las lámparas de araña Tiffany centelleaban bajo el techo dorado mientras los asistentes se congregaban en el salón de baile. Los camareros se deslizaban entre los invitados con bandejas de plata repletas de delicias culinarias.

Adrián sintió un escalofrío al recordar cuando Calandra Smythe, la organizadora de eventos de Vinos Cabrera, le había descrito el menú. Se preguntaba si era necesario que los americanos añadieran salsa barbacoa a todo. No obstante, la cata final del día anterior lo había hecho reconsiderar; tuvo que admitir que las recetas innovadoras realzaban los matices del merlot. Y, efectivamente, esas propuestas habían conquistado tanto a los clientes estadounidenses como a los internacionales.

Observó a Calandra moverse entre la multitud, sus ojos de águila detectando cualquier imperfección con precisión quirúrgica. Reavivaba velas y ajustaba el ángulo de los jarrones repletos de campanillas y claveles blancos. Todo estaba bajo su control, como siempre.

Estaba a punto de girarse cuando una mujer captó su atención. Se movía con una elegancia y seguridad que contrastaba con la rigidez de los demás invitados, su cabello rubio fluyendo sobre sus hombros.

Por un instante, la multitud se dispersó y pudo verla con claridad. Alzó la vista y sus miradas se encontraron, se enlazaron. A pesar de la distancia, sintió un calor repentino en su sangre. ¿Quién era ella? ¿Y por qué se sentía tan atraído por esa desconocida?

Ella desvió la mirada y la gente volvió a rodearla. Adrián frunció el ceño al no estar acostumbrado a ser ignorado. Con su gran atractivo, la fortuna familiar y su reputación de amante considerado, rara vez necesitaba buscar compañía; siempre le sobraba.

Una sonrisa se esbozó en sus labios. La idea de perseguir a una mujer que lo había rechazado con una simple mirada era tentadora. Quizás era el desafío que necesitaba.

–¿Te escondes, hermanito?

Adrián apartó la mirada del salón para enfocarla en Alejandro, que se acercaba por el balcón. Su hermano menor, con sus hombros anchos apenas contenidos por el esmoquin, compartía los oscuros cabellos y los rasgos marcados de los Cabrera, pero su complexión robusta era la pesadilla de los sastres.

A pesar de su aspecto imponente, Alejandro dirigía Cabrera Shipping con mano firme. Nunca rehuía la oportunidad de embarcarse en uno de los cargueros que surcaban el Atlántico, trabajando codo con codo con la tripulación en cubierta mientras navegaban por mares turbulentos, entregando mercancías a lo largo y ancho del mundo.

–No me escondo, solo busco un respiro de la multitud –replicó Adrián, dándole la espalda a la fiesta y aproximándose a la ventana. Corrió la cortina y se sumergió en la contemplación de la noche.

Alejandro se posicionó a su lado.

–He visto a Jackie Harold salir corriendo. Se supone que debes atraer a las mujeres, no ahuyentarlas.

Adrián ignoró el comentario y giró suavemente la copa, observando el vino.

–El merlot está siendo un éxito.

La sonrisa socarrona se esfumó del rostro de Alejandro, y le dio una palmada afectuosa en la espalda a Adrián.

–Y tanto que sí. Felicidades, hermano.

Por un instante, compartieron el silencio, perdidos en el vasto horizonte de Nueva York. A pesar de que el alma de Adrián pertenecía a España, sus visitas a América le brindaban un necesario descanso de la vida tumultuosa en su tierra.

Bajo su liderazgo, Vinos Cabrera había evolucionado de ser una modesta empresa en las afueras de Granada a una marca de renombre internacional. Pero tal éxito exigía mucho tiempo y esfuerzo. Las interminables reuniones y los viajes constantes apenas le dejaban espacio para el ocio.

Se encogió de hombros. El imperio de Vinos Cabrera era su prioridad, una decisión tomada hacía once años y nunca cuestionada.

–¿Y Antonio?

Alejandro soltó una carcajada.

–El pequeño está festejando su último triunfo con una modelo en el Caribe.

Antonio, el benjamín de los Cabrera, había sorprendido a todos al tomar las riendas de una pequeña firma inmobiliaria y abrir un hotel de lujo en la Riviera francesa, su tercer gran éxito en tres años.

El orgullo infló el pecho de Adrián. Nada empañaría lo que él y sus hermanos habían conseguido.

–Mamá está preocupada, pero él sigue comportándose como si tuviera cinco años en lugar de casi treinta.

La mención de su madre ensombreció el ánimo de Adrián, pero rápidamente desplazó esa emoción a un lado y volvió su atención a la fiesta.

Había construido su vida sin ella. Las visitas eran esporádicas; ella no tenía un papel en su día a día.

–Antonio sabe cuidarse solo.

Alejandro notó la tensión en la voz de Adrián y cambió de tema.

–¿Piensas volver abajo?

–Sí, pero primero quiero terminar mi copa. Solo…

Alejandro alzó las manos en señal de rendición.

–Entendido. Mientras disfrutas de tu soledad, yo buscaré a alguien con quien celebrar –dijo, alejándose.

Adrián dejó pasar el comentario. Era cierto, no había sentido atracción por nadie desde que su última relación concluyó de mutuo acuerdo. El lanzamiento del merlot había acaparado su tiempo, incluso sus sueños. No había espacio para el romance. Y con el tempranillo madurando, el próximo año prometía ser aún más exigente.

Aunque prefería las relaciones con condiciones previamente establecidas, una noche de pasión podría ser justo lo que necesitaba.

No con una mujer como Jackie, pensó. Una mujer inteligente, astuta y sofisticada.

–¿Señor Cabrera?

La voz femenina, ronca y cautivadora se deslizó por sus sentidos, provocando un torrente de calor en su piel. Tomó otro sorbo de vino antes de dirigir su atención a la segunda mujer que había perturbado su tranquilidad esa noche.

Era ella.

La rubia con la que había intercambiado una mirada antes de que Alejandro llegara estaba ahora frente a él. El escote en V de su vestido azul oscuro se sumergía hasta encontrar una cinta plateada que abrazaba su esbelta cintura.

Sus ojos ascendieron lentamente hasta encontrar su rostro. Exuberantes rizos rubios platino enmarcaban sus delicadas facciones. Y ella le sostuvo la mirada con sus enigmáticos ojos violeta.

–Sí –dijo al fin, su voz fría y distante, demostrando que, a pesar del inusual efecto que ella ejercía sobre él, mantenía el control.

Ella avanzó y le extendió la mano. Adrián tomó sus dedos, sorprendido por la firmeza de su apretón.

–Mi nombre es Everleigh Bradford. Felicidades por su merlot. Es exquisito.

–Gracias –respondió él, elevando una ceja–. Aunque valoro sus elogios, ¿cree que era imprescindible ignorar el cartel de «Balcón cerrado» e irrumpir en mi zona privada?

Everleigh alzó la barbilla, sus ojos chispeaban con una obstinación ardiente.

–Sí.

Era intrigante. Muchos se habrían retractado ante la menor señal de su desaprobación, pero no esa mujer.

–Sé que es un hombre muy ocupado, señor Cabrera. Pero tengo que hablarle de un asunto urgente. Lamento haber irrumpido en su espacio, pero necesitaba un momento a solas con usted.

La sinceridad en su voz era refrescante. Una noche con alguien tan audaz y atractiva como Everleigh bien podría compensar los últimos meses de celibato.

–Creo que ambos disfrutaríamos mucho de un momento a solas… –dijo él con una sonrisa sensual.

Las mejillas de Everleigh se tiñeron de rojo.

–Esto no tiene nada que ver con el sexo, señor Cabrera.

–Adrián –corrigió él.

–Yo… ¿Perdón? –titubeó ella.

–Llámame Adrián, por favor.

Sus ojos violeta se estrecharon ligeramente.

–Esta es una discusión de negocios, señor Cabrera. Los nombres de pila son para los amigos y la familia.

–Podríamos hacernos amigos, Everleigh.

Adrián no entendía qué era lo que lo impulsaba a comportarse de esa manera con una mujer. Generalmente, su acercamiento incluía halagos y seducción, pero con Everleigh, su conducta se tornaba burlona, algo que no podía contener.

–Nunca seremos amigos, señor Cabrera –replicó Everleigh con firmeza–. Mi presencia aquí tiene un único propósito: discutir su oferta por Viñedos Fox.

El deseo que Adrián había sentido se disipó, reemplazado por la frialdad calculadora que lo caracterizaba en el mundo de los negocios.

–Hablemos entonces –aceptó él.

Observó cómo su cambio repentino de actitud la desconcertaba. Everleigh desvió los ojos hacia el salón de baile, respirando hondo. Luego se enfrentó a él con una mirada acerada.

–Está intentando intimidar a mi padre, que está gravemente enfermo, para que venda los viñedos y la bodega familiares a su empresa. Exijo que cese toda comunicación con él y me permitas asumir su lugar.

Adrián terminó su copa de merlot mientras asimilaba sus palabras. Había visto a Richard Bradford, el padre de Everleigh, en varias ocasiones durante las negociaciones para adquirir Viñedos Fox. El hombre estaba más delgado en su último encuentro, pero Adrián había supuesto que se debía al exigente estilo de vida de un viticultor.

Viñedos Fox, aunque solo contaba con una sede en el norte de Nueva York, había ganado renombre en los últimos dos años. La expansión de Vinos Cabrera en Estados Unidos era una meta clara para Adrián, así que cuando el abogado de Richard le propuso la venta, la recibió con entusiasmo. En ningún momento Richard mencionó su enfermedad, ni mucho menos la existencia de una hija dispuesta a tomar las riendas del negocio familiar.

No importaba. Adrián no pensaba dejar pasar la oportunidad de adquirir los viñedos solo para satisfacer a la joven desafiante que tenía ante él. Así que decidió que lo mejor sería mantener la mayor distancia posible entre ambos.

–Para que me quede claro, señorita Bradford, ¿me acusa de haber intimidado a su padre para que venda Viñedos Fox?

–Sí –respondió ella, sus ojos brillando con una emoción contenida.

Adrián rezó internamente para que no empezara a llorar; no deseaba consolar a una mujer al borde del llanto en medio de una multitud.

–Comprendo… ¿Y ha hablado con su padre sobre cómo iniciamos nuestras negociaciones?

Las manos de Everleigh se convirtieron en puños tensos.

–Se niega a hacerlo. Solo repite: «No tuve elección». Puede que sea un hombre de negocios exitoso y respetado en ciertos círculos, pero también sé de su reputación despiadada. No permitiré que eche a mi familia de nuestro hogar.

Adrián depositó su copa en una mesa cercana con un gesto controlado, ocultando la ira que lo recorría. Si bien era un hombre decidido en sus negocios, para nada se consideraba despiadado. Las acusaciones de Everleigh lo alteraban más de lo que le gustaría admitir.

–Señorita Bradford, podría demandarla por difamación.

Ella lo miró, sorprendida.

–¿Está negando que…?

–¿Amenazar yo a un hombre querido en la comunidad vinícola? Sí, lo niego. Porque no es verdad.

Everleigh se inclinó hacia él, desafiante, esperando que retrocediera, pero Adrián permaneció inmóvil, con la barbilla alzada y los labios de ambos casi rozándose. Por un instante, sintió el impulso de abrazarla y besarla.

«No». Jamás besaría a una mujer que lo despreciara de tal manera…

–No vuelva a acusarme falsamente, Everleigh Bradford. La próxima vez no seré tan indulgente.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Everleigh permaneció inmóvil, observando cómo Adrián Cabrera se alejaba.

Aquel hombre era una bestia exasperante. Sus maneras seductoras la habían pillado desprevenida. La última cosa que necesitaba era que la atracción por su enemigo complicara aún más las cosas.

Había visto incontables fotos suyas en Internet durante su investigación. Pelo castaño oscuro peinado hacia atrás. Una mandíbula fuerte y cuadrada con una sutil hendidura en la barbilla. Pómulos marcados, cejas espesas sobre unos ojos azules penetrantes y unos labios carnosos que, en todas las fotografías, rara vez se curvaban en una sonrisa.

Por eso, cuando él le sonrió, Everleigh no estaba preparada para el calor desconcertante que se extendió por su cuerpo. «Tal vez necesites salir más», pensó. No había experimentado una reacción tan intensa hacia nadie en mucho tiempo.

Relajó el cuerpo y anduvo con pasos lentos hacia la barandilla del balcón. Su confianza se tambaleó ante la opulencia que se desplegaba bajo ella. Nunca había estado en un lugar tan ostentoso. ¿Cómo iba a enfrentarse a un hombre cuya infancia había transcurrido entre tantos lujos y privilegios?

La familia Cabrera poseía más riqueza de la que podía gastar. Entonces, ¿por qué Adrián Cabrera había puesto sus ojos en Viñedos Fox?

El negocio familiar había sido su mundo desde que tenía memoria. Tras la muerte de su madre por cáncer durante su último año de instituto, Fox se convirtió en su refugio. La bodega había llenado el vacío dejado por su progenitora. Había trabajado en cada área posible: mantenimiento, bodega, sala de catas. Después de la universidad, había ascendido a directora de marketing, y cada día se acercaba más a la posibilidad de suceder a su padre.

Un nudo se formó en el estómago al recordar cómo su padre había tirado a la basura años de esfuerzo al aceptar vender a un rico mimado sin siquiera consultarle. Lo único que él le había dicho era que ella necesitaba algo más en su vida aparte de Viñedos Fox.

Su carrera en marketing no dejaba mucho espacio para una vida social. Pero, a pesar de lo que su padre pensara, había tenido citas con hombres bastante atractivos.

Adrián Cabrera pertenecía a una clase social completamente diferente a la que Everleigh estaba acostumbrada. Las fotografías que había visto de él palidecían en comparación con su presencia en vivo. La fuerza que emanaba de su figura era palpable, desde la firmeza de su mandíbula hasta la intensidad de su mirada. Sus ojos azules destilaban una mezcla de frialdad y determinación. No obstante, había percibido un destello de pasión en su mirada que ahora le provocaba una oleada de calor por todo el cuerpo…

«No vayas por ese camino, Ev», se amonestó.

Tomó un vaso de agua de una mesa de bufé cercana. El frescor del líquido atenuó su acaloramiento momentáneo y la reconectó con la realidad.

Había pasado casi un año desde que había roto con su último novio, pero no era de las que buscaban encuentros efímeros, y menos con el hombre que amenazaba con despojarla del legado familiar.

El recuerdo de su padre, antes un hombre robusto y lleno de vida, ahora consumido por la leucemia, la golpeó de lleno. Richard Bradford estaba muriendo.

La música de la banda la sacó de sus pensamientos y la trajo de vuelta al presente. Su padre se resistía a explicarle los motivos de la venta, pero ella estaba decidida a descubrir la verdad.

 

 

Adrián se sirvió otra copa de merlot de una bandeja de plata. Lo que realmente ansiaba era un buen whisky para olvidar su encuentro con Everleigh Bradford.

Echó un vistazo discreto al balcón. La irritante mujer había desaparecido. Si tuviera sentido común, estaría ya de camino al ascensor, alejándose de su vida. No haría pagar a Richard Bradford por la actitud de su hija, pero necesitaba aclarar las cosas con él.

Sus acusaciones aún hervían en su mente. Era cierto que era un hombre de negocios perspicaz, pero jamás forzaría a un colega a vender contra su voluntad.

¿Qué le había dicho exactamente Richard Bradford a Everleigh? ¿Por qué habría de mentir sobre su acuerdo?

Estaba a punto de dar otro sorbo de vino cuando Everleigh reapareció en el umbral de la sala. Se apoyó contra la pared y se ajustó la falda del vestido antes de adentrarse en la multitud, mirando a su alrededor de tanto en tanto.

Estaba buscándolo. Adrián sonrió, aunque una punzada de decepción lo sorprendió. Parecía ser una más de tantas que lo buscaban no por quién era, sino por lo que podían obtener de él.

«Otra Nicole».

Su único intento serio de relación había fracasado seis meses después de comenzar. La noche en que Nicole terminó con él, con sus maquinaciones y una actuación digna de un Oscar.

Everleigh se detuvo para saludar a una pareja. El hombre le dijo algo y ella respondió con una carcajada. Verla tan relajada, con su risa genuina, disipó la imagen de la sonrisa calculadora de Nicole y encendió de nuevo el deseo en él. Observó que Everleigh apenas llevaba maquillaje. Tenía una gran belleza natural, no necesitaba gestos forzados ni poses estudiadas para seducir. Aunque había ido con un propósito, en ese momento de despreocupación, sin saber que estaba siendo observada, revelaba una capacidad de seducción que residía en su autenticidad.

Quizás debía hablar con ella. Y, tal vez, si resolvían ese asunto pendiente, ella consideraría pasar una noche en su compañía…

 

 

Everleigh se abrió paso entre la multitud, reconociendo rostros familiares en su búsqueda de Adrián. El mundo del vino se extendía por continentes, pero mantenía la cercanía de una gran familia. Era una pena que Adrián Cabrera no comprendiera que el respeto y la cordialidad no solo eran buenas prácticas comerciales, sino que también forjaban amistades duraderas con quienes compartían los desafíos de dirigir una bodega.

Los comentarios sobre él eran unánimes: su éxito era indiscutible, pero Adrián, el hombre, no generaba las mismas loas. «Distante» y «reservado» eran los adjetivos más repetidos.

Escudriñó nuevamente el salón de baile sin encontrarlo. Tras felicitar a Cora y Cole Owens por el enlace de su hija, se detuvo ante el bufé de postres. La mesa exhibía exquisiteces y una bandeja llena de galletas espolvoreadas con azúcar glas. Polvorones, según decía un elegante cartel. Una nota en letra menuda acompañaba el plato:

 

Mi abuela preparaba polvorones cada fin de semana en su humilde cocina. En Vinos Cabrera incluimos estos polvorones en cada evento para honrar su memoria.

 

La firma al final, destacada en negrita, era de Adrián Cabrera.

La sorpresa se mezcló con la adrenalina que aún palpitaba en su interior. No había imaginado a Adrián como alguien sentimental.

Movida por la curiosidad, tomó una galleta y le dio un mordisco.

«Oh, cielos».

El sabor de la canela y el chocolate inundó su paladar mientras la galleta se deshacía suavemente. Cada sentido vibró con la intensidad del sabor. Aunque no era experta en placeres carnales, se atrevió a pensar que aquellos polvorones podrían superar, con creces, las delicias del amor.

–Están muy buenos, ¿verdad?

Everleigh abrió los ojos de golpe al escuchar la voz. Adrián Cabrera estaba ante ella, erguido, con las manos en los bolsillos del pantalón.

Con la boca aún saboreando el dulce, asintió bajo la intensa mirada de él.

–Umm… Sí –respondió con una sonrisa tímida–. Es la mejor galleta que he probado nunca. –Y señalando hacia el cartel, dijo–: Es un bonito homenaje a su abuela.

Un destello de algo indescifrable cruzó la mirada de Adrián, pero se esfumó antes de que ella pudiera interpretarlo.

–Me estaba buscando –afirmó él.

–¿Lo estaba?

–Sí.

«Imbécil arrogante», pensó ella, pero se contuvo. No permitiría que su irritación la dominase, no cuando tenía una nueva oportunidad para conversar con él.

–Quiero disculparme por lo que dije antes –consiguió decir, aunque le costó.

Adrián inclinó la cabeza y la observó con escepticismo.

–¿De verdad?

Ella apretó las manos, desviando la mirada momentáneamente.

–No suelo ser tan… directa. La salud de mi padre ha… –La emoción le atenazó la garganta, pero se obligó a continuar–: Me precipité y le acusé injustamente.

El silencio se extendió entre ellos como una tela invisible. Everleigh volvió a mirarlo a los ojos, decidida a no mostrar debilidad. Tras unos segundos que se sintieron eternos, la tensión entre ellos cambió, vibrante y eléctrica, como un campo magnético que los uniera.