La venganza equivocada - Emmy Grayson - E-Book

La venganza equivocada E-Book

Emmy Grayson

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Beschreibung

Bianca 3005 El jefe casi nunca perdonaba… ¡Y jamás olvidaba! Bajo la férrea influencia de su padre, la heredera Alexandra Moss se vio obligada a destrozar el corazón de Grant Santos para salvar su prometedor futuro. Pero la situación cambió y ella se encontró sin un céntimo, trabajando de sol a sol… mientras que él se había convertido en un legendario CEO de Manhattan cuya firma ella necesitaba sobre el contrato de un negocio esencial. Grant contrató a Alexandra para ejercer una fría venganza, salvo que cada mirada ardía. Quemarse dos veces no entraba en sus planes. En esa ocasión, cuando su pasión se volvió irresistible, Grant estaba decidido a ser quien ejerciera el control.

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Seitenzahl: 185

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Emmy Grayson

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La venganza equivocada, n.º 3005 - mayo 2023

Título original: Cinderella Hired for His Revenge

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411417938

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ALEXANDRA Moss recorrió Central Park con la mirada. La hierba resplandecía, los cerezos estaban en flor y las aceras abarrotadas de corredores, ciclistas y paseantes. El invierno había durado hasta finales de marzo, pero al fin la primavera había llegado en su hermoso y colorido esplendor hacía una semana.

Apretó con fuerza la carpeta de cuero negra. Solo faltaba un clavo para sellar su ataúd. El casero había subido la renta de la pequeña tienda del SoHo el mismo día que su mayor cliente había cancelado un gran pedido de flores. Había tenido que despedir a su empleada a tiempo parcial, Sylvia, quedando ella sola para preparar arreglos, gestionar pedidos y supervisarlo todo en su floristería.

Se volvió hacia la mesa de reuniones. La financiera Pearson Group acababa de trasladarse a la planta cuarenta y seis del Carlson, un exclusivo edificio de oficinas de empresas de relaciones públicas, agencias de publicidad y organizaciones financieras.

Cuando su amiga, Pamela, gerente de un catering de lujo, le había sugerido intentar conseguir un contrato corporativo, Alexandra había dudado. Había trabajado para alguna empresa, pero cuando pensaba en los eventos a los que podría dar servicio The Flower Bell, siempre imaginaba bodas, baby shower, y aniversarios. Pero cada vez estaba más convencida. Pamela le había entregado una lista de empresas con eventos en el horizonte.

Lo primero que había hecho era buscar algún apellido familiar. Hacía siete años que su padre, David Waldsworth, había ingresado en prisión tras caer su negocio de estafa piramidal. La mayoría de las víctimas habían sido obreros y familias de clase media. Alexandra había empezado a vestir ropa de segunda mano, incapaz de soportar la idea de que su ropa de marca hubiera sido comprada con los ahorros de un veterano de guerra o la exigua pensión de una abuela. Casi todas las pertenencias familiares, incluyendo el ático, el avión privado, la casa de los Hamptons y la residencia en Martha’s Vineyard, habían sido vendidas para cubrir las deudas de su padre y crear un fondo de compensación para las víctimas. Pero aún faltaban varios cientos de millones para reunir lo que su padre había robado.

Y nueve años después, estaba a punto de volver a perderlo todo.

«Eso nunca», se dijo a sí misma. «Conseguirás otro contrato y The Flower Bell triunfará».

Pearson Group sonaba a la clase de empresa que David había intentado crear, a costa de trabajadores que habían confiado en él, para mantener el apellido familiar entre la élite de Nueva York tras haber dilapidado la fortuna Waldsworth.

En Nueva York aún recordaban el escándalo, pero, según Pamela, el CEO de Pearson acababa de llegar. Lo peor que podía pasar era que la echaran. Lo mejor, conseguir un contrato que salvara su negocio y demostrara a Nueva York de qué era capaz antes de que descubrieran quién era su padre.

Mientras buscaba un local para The Flower Bell, su lugar preferido había sido uno cerca de la librería de su cuñada.

Estaba disponible… hasta que el agente inmobiliario había descubierto quién era su padre y le había contado cómo el suyo había perdido los ahorros de una vida invirtiendo en la Fundación Waldsworth.

Alexandra ignoró la vergüenza que sentía cada vez que recordaba la mirada de repulsión del agente mientras le señalaba la puerta, y fijó una mirada crítica en el arreglo floral que había llevado. Según Pamela, Pearson Group tenía previsto ofrecer un brunch en la biblioteca pública de Nueva York, una serie de comidas en una dirección privada de los Hamptons y una recepción formal en el museo de arte metropolitano.

–Están agasajando a potenciales inversores –le había contado–. He oído que están en la lista Forbes. Van a por todas. Únicamente han revelado un par de contactos clave antes del lanzamiento oficial. Todos están hablando de ellos. Las invitaciones que han enviado para los próximos eventos están entre las más codiciadas de la ciudad.

Alexandra había preparado un sencillo arreglo floral para el brunch. El diseño incluía rosas blancas, hisopos y flores de lavanda, una mezcla elegante en los suaves tonos de la primavera. Sin ser excesivamente llamativo, era lo bastante original como para suscitar comentarios y demostrar que Pearson podría ser tan tradicional como innovador.

Deslizó un dedo por el aterciopelado pétalo de una rosa. La delicada textura despertó un recuerdo de olor a violetas y cedro mezclado con ámbar. De mariposas revoloteando en sus venas y su cuerpo ardiente de deseo. De un rostro a escasos milímetros, los carnosos labios sobre los de ella.

–¿Seguro que quieres? –había gruñido él con deseo contenido.

A Alexandra no le había parecido posible amarlo más, y había asentido, besándolo, hundiendo los dedos en los espesos cabellos mientras pegaba las caderas desnudas contra él.

Apartó la mano de la rosa. Habían pasado ocho años y medio, nueve en septiembre.

«Quizás las rosas han sido una mala idea».

Antes de eliminar las rosas del arreglo, la puerta de la sala de conferencias se abrió y apareció la delgada mujer de peinado perfecto que la había guiado hasta allí. Cuando los Waldsworth eran los Waldsworth del bajo Manhattan, su padre y su tercera esposa, Susan, la habían presionado para iluminar ese «aburrido pelo marrón», con mechas que destacaran sus ojos castaños. Últimamente, cualquier cosa que no fuera recortar las puntas se salía de su presupuesto.

Aun así, podría haberse esmerado un poquito más antes de aparecer sin anunciar en un edificio como el Carlson y preguntar por el coordinador de eventos de Pearson Group. La página web de la compañía había anunciado el lanzamiento en dos semanas, animando a los interesados a contactar con la secretaria del CEO, Jessica Elliot. Por suerte, Pamela había estado trabajando con la coordinadora de eventos, Laura Jones.

–El CEO la recibirá ahora.

–¿CEO? –el corazón de Alexandra falló un latido.

–Sí.

–¿No la señorita Jones?

–¿Ha hablado directamente con ella? –Jessica entornó la mirada.

Tras infructuosos mensajes y llamadas a las otras empresas de la lista de Pamela, se había presentado en Pearson Group con un arreglo floral que demostrara a la señorita Laura Jones de lo que era capaz. Al menos sabría que lo había intentado.

Pero no había previsto tener que enfrentarse al misterioso CEO.

–Supuse que siendo la coordinadora de eventos…

–Casi toda la plantilla está en un seminario en Shanghái.

Podría con ello, aunque no entendía qué interés podría tener el CEO en reunirse con una agonizante florista.

–Es muy amable por su parte.

–No es amabilidad –la secretaria enarcó una impecable ceja–. Ha despertado su interés.

–Espero que para bien.

–Eso ya se verá –la mujer se encogió elegantemente de hombros–. Dispone de cinco minutos. Empezando ahora mismo. Sígame, señorita Moss.

Alexandra sujetó la carpeta bajo un brazo, tomó el arreglo floral y siguió a la secretaria.

«Esto es lo más que has conseguido en toda la semana. No te rindas».

Su vocecilla interna no ayudó a mitigar el repentino mareo mientras seguía a Jessica por un pasillo bordeado de oficinas acristaladas y vacías con impresionantes vistas de Nueva York.

Su nerviosismo se elevó cuando la secretaria se detuvo frente a una lustrosa doble puerta de caoba. ¿Cómo podía latir tan deprisa un corazón sin reventar? El futuro de su negocio dependía de esa reunión. No se sentía para nada presionada…

–Está esperando.

–De acuerdo, gracias. ¿Su nombre?

–Ya se lo dirá él.

–Pero…

Jessica la miró de nuevo antes de regresar por el pasillo, los tacones repiqueteando en el suelo.

Alexandra se volvió lentamente hacia la puerta. Siendo Alexandra Waldsworth, había conocido a muchos millonarios excéntricos. El hombre que aguardaba detrás de la puerta seguramente disfrutaba de su poder.

Llamó a la puerta.

–Adelante.

La voz gutural le recordó a…

«Céntrate».

Invocó la imagen que siempre la ayudaba: la de su padre vestido de naranja en la prisión, fulminándola con la mirada desde el otro lado del cristal. Ella se había marchado mientras él le lanzaba un último insulto: «Jamás triunfarás. ¡No sin mí!».

Su padre había intentado aniquilar su confianza, pero había conseguido lo contrario, la había liberado, e iba a demostrarle su error.

Comprender, hacía poco más de un año, que había herido al hombre al que amaba, le había generado un profundo dolor que todavía la golpeaba de vez en cuando.

«Céntrate en el futuro».

Alexandra se cuadró de hombros y alzó la barbilla. Pasara lo que pasara en los siguientes cinco minutos, saldría de allí con la cabeza alta, habiéndolo intentado.

–Buenos días –abrió la puerta sonriendo cálidamente–. Gracias por recibirme…

Alexandra enmudeció y parpadeó varias veces, esperando sin esperanza estárselo imaginando.

Pero la imagen siguió allí. Un hombre alto de anchos hombros, impecablemente vestido con un traje Armani negro y corbata roja, sentado tras un enorme escritorio. El rostro se había endurecido con los años, la ausencia de barba resaltaba la angulosa barbilla y la larga y elegante nariz. Llevaba los cabellos cortos a los lados y más largos arriba. La miró con sus agudos ojos ambarinos, con tal frialdad que ella se sintió bajo un microscopio.

–Alexandra Waldsworth.

El profundo timbre de su voz le caldeó las venas a pesar del frío desprecio con que había pronunciado cada sílaba de su nombre.

Debía haberla investigado, comprendió, mientras intentaba controlar las náuseas.

Sus miradas se fundieron. Alexandra apenas consiguió mantener la compostura. ¿Por qué había aceptado verla y no había hecho que Jessica la echara? Quizás quería decirle a la cara que no volviera a aparecer por Pearson Group.

–Ahora es Moss –contestó ella, orgullosa de mantener la calma.

–¿Te casaste con uno de tus ricos pretendientes?

–Es el apellido de soltera de mi madre. Hace años que no utilizo Waldsworth.

–Lo último que supe fue que salías con el hijo de un magnate del petróleo de Princeton –él sonrió con desprecio–. Con nombre de coche.

–Royce.

¿Qué sentido tenía contarle que su padre prácticamente la había obligado a salir con Royce en un intento de que sus padres invirtieran en la Fundación Waldsworth?

–¿No funcionó?

–No –Alexandra señaló las increíbles vistas de la ciudad–. Veo que te va bien, Grant. Enhorabuena.

–Señor Santos –le corrigió él–. Presidente, CEO y fundador de Pearson Group –Grant contempló el arreglo floral y enarcó una ceja–. Y tú ahora utilizas un apellido falso y vendes flores–. Cómo han cambiado las tornas.

Una ardiente sensación de culpa clavó a Alexandra al suelo. Merecía todo su desprecio. Él la había amado, apoyado, animado. Y a la hora de la verdad, ella había cedido a la ira de su padre en lugar de dar la cara por el hombre que amaba.

El hombre que, claramente, había tenido más suerte. Los ventanales a un lado de la habitación ofrecían una impresionante vista de Central Park y la ciudad. Detrás del escritorio, las paredes estaban cubiertas de estanterías con libros sobre economía, política e historia, junto con esculturas, premios y fotos de Grant con personas de aspecto muy importante.

–Discúlpeme, señor Santos –Alexandra lo miró a los ojos–. De haber sabido que era el jefe de Pearson Group, no le habría molestado –dio un paso adelante, consciente del roce de los pantalones de segunda mano contra las piernas. Dejó el arreglo floral sobre una mesita de cristal–. Por favor acepte esto con mis saludos y mis disculpas por abusar de su tiempo. Ya salgo sola.

Alexandra se dio media vuelta y echó a andar, como la última vez. De nuevo ardientes lágrimas quemaban sus ojos. De nuevo sentía el corazón a punto de partirse en dos. Pero en esa ocasión no deseó volverse y arrojarse en sus brazos. Solo quería salir de allí.

Tenía la mano sobre el picaporte cuando oyó su voz.

–Te quedan dos minutos.

Armándose de valor, Alexandra se volvió y lo miró.

–¿Disculpe?

–Le dije a la señorita Elliot que tenías cinco minutos –él señaló el arreglo floral–. Te quedan dos para venderme lo que sea –miró el hisopo con desdén–. ¿Buscas un inversor para un vivero de flores silvestres?

Alexandra se sintió irritada. La única constante en su vida eran las flores. En los pocos años que había disfrutado de su madre antes de que muriera, Amelia Waldsworth le había inculcado un profundo amor por las flores.

Era lo único bueno surgido de los negocios fraudulentos de su padre. Poder empezar de nuevo, alejarse del puesto que él le había asignado y perseguir su auténtica pasión.

–Tiene buen ojo, señor Santos. Esos son hisopos gigantes morados, una flor silvestre nativa de Nueva York.

–¿Y por qué has traído flores silvestres?

Ella respiró hondo mientras abría la carpeta y dejaba su propuesta sobre el escritorio. Grant posó la mano sobre la primera página, pero no la leyó. Su mirada seguía clavada en ella.

–Está buscando nuevos clientes que se unan a Pearson Group.

El rostro de Grant no mostró ninguna emoción. La expresión congelada, aunque atractiva. Años atrás, ese rostro le había mostrado todo, desde la alegría mientras saboreaba una limonada, hasta la desgarradora expresión cuando ella le dio la espalda.

–¿En qué te basas para decir eso?

–Parece que va a celebrar varios eventos para impresionar a potenciales clientes –Alexandra tocó el papel, asegurándose de que sus dedos no se tocaran–. Puedo ayudarlo.

–Aparte de mi curiosidad sobre quién sería tan indiscreto como para compartir detalles de mis asuntos privados, ¿cómo ayudarían tus flores a convencer a clientes multimillonarios para invertir en Pearson Group?

–Los arreglos florales en los eventos corporativos mejoran la percepción del espacio, del evento mismo, e incluso del anfitrión –explicó ella con voz más firme a medida que profundizaba en su especialidad–. Las flores frescas incrementan la atención y demuestran que invierte en los posibles clientes –señaló un grupo de flores de color morado–. Dado que acaba de mudarse aquí, incluir una rara flor local junto con la flor de Nueva York es un sutil, aunque explícito, gesto que indica que es detallista, que no ha venido solo para enriquecerse antes de volar al siguiente destino.

–¿Y crees que los neoyorquinos millonarios conocen la diferencia entre un hisopo y un narciso?

–Lo harán con las tarjetas que incluiré en los eventos, explicando el significado de cada flor.

«Si me contratas».

La mirada de Grant se posó en su mano y apretó los labios. Los dedos de Alexandra temblaron ligeramente al dejar caer los brazos a los costados, resistiéndose al impulso de abrazarse por la cintura.

–¿Cuánto tiempo lleva tu tienda abierta?

–Seis meses.

–¿Y qué puedes hacer tú que no haga un negocio más consolidado? –él soltó un bufido.

Alexandra tomó la hoja, la volvió y la colocó de nuevo frente a él.

–Ofrezco tarifas muy competitivas. Me he formado durante cinco años con algunos de los mejores floristas de la Costa Este. Y, sobre todo, no hago los típicos arreglos.

–Sí, eso ya lo veo.

Ella no supo si era un cumplido o un insulto, ni le importaba, comprendió sorprendida y orgullosa. Sus arreglos eran de lo mejor que había.

–The Flower Bell estaría encantada de realizar los arreglos florales para sus eventos, señor Santos. Mi número está en la tarjeta que le entregó su secretaría, por si tiene alguna pregunta más.

Echó a andar hacia la puerta. Había consumido sus cinco minutos y él no había llamado a seguridad ni la había insultado. Había ido mejor de lo esperado.

–¿Por qué, señorita Waldsworth, debería contratarla después de cómo terminó lo nuestro?

Alexandra casi tropezó mientras el corazón fallaba un latido. La pregunta estaba destinada a provocar el mayor dolor posible, pero era justa. Ella ya le habían arruinado la vida una vez, y no soportaría volver a hacerle daño. No tenía la menor posibilidad de que la contratara.

Se volvió y lo miró a la cara, como debería haber hecho años atrás.

–Soy buena en mi trabajo, señor Santos. Mi negocio tiene excelentes reseñas, pero comprendo su preocupación, dada nuestra historia, y si eso le impide intentar alcanzar sus metas, entonces no soy la mejor elección. Gracias por su tiempo.

Alexandra salió y cerró la puerta antes de que él pudiera contestar. Sus pies la guiaron por el pasillo hasta el ascensor. Mientras bajaba, se dejó caer contra la pared evitando mirarse a los espejos que la rodeaban. Se mordió el labio para que el dolor le permitiera mantener la tristeza encerrada en su pecho.

De todas las personas que podrían haber accedido a recibirla, tenía que ser Grant Santos. El primer y único hombre al que se había entregado. El único al que había amado, hasta que había permitido a su padre arruinar sus posibilidades de ser feliz.

El hombre que había engendrado a su hijo, al que había perdido pocas semanas después de arrancar a Grant de su vida.

Alexandra cerró los ojos con fuerza. Mientras salía del Carlson y paraba un taxi, se preguntó, y no por primera vez, si intentar hacer carrera en Nueva York no habría sido un error. Quizás debería haberse marchado de la ciudad, incluso del estado.

Al parecer, por mucho que corriera, su pasado siempre la seguía de cerca.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

GRANT Santos contempló en la pantalla de seguridad a Alexandra Waldsworth, o Moss, o como demonios se hiciera llamar, dirigirse hacia el ascensor.

¿Cómo podía sentir simpatía hacia la mujer que le había roto el corazón y causado su despido años atrás? Aun así, fue simpatía lo que tironeó en su pecho.

Había descendido varios peldaños desde la última vez que la había visto nueve años atrás. Tenía buen aspecto, demasiado bueno, vestida con una blusa color marfil y unos pantalones verdes que se ajustaban a las largas piernas. Pero no le había pasado desapercibido que Alexandra ya no compraba en Chanel o Saint Laurent. Las huellas de desgaste en los zapatos, el ligero deterioro de la blusa y la ausencia de mechas en sus cabellos castaños, estaban muy lejos de la refinada joven de la que se había enamorado. La primera vez que la había visto le había parecido una sirena bañada por el sol, con sus brillantes dientes blancos resaltando en una bronceada piel mientras reía al confundirla él con una jardinera. Una suposición razonable, había asegurado ella, ya que arrancaba hierbas sentada en el césped. Había necesitado dos días de paseos por los jardines y unas largas e íntimas conversaciones para que ella revelara su apellido. Para entonces, ya estaba enamorado.

Quizás si le hubiese dicho quién era el primer día, jamás lo habría hecho. Jamás habría creído en la ilusión que ella había creado.

Pulsó un botón bajo el escritorio.

–¿Está listo el informe, Jessica?

–Sí, señor. Se lo estoy enviando.

Mientras esperaba el mensaje de su secretaria preferida, abrió la página web que había minimizado al oírla llegar con su inesperada invitada. La sección de «Nosotros», de la página web de The Flower Bell mostraba una foto de Alexandra con una sencilla camiseta amarilla y vaqueros azules, el rostro iluminado, sujetando un tiesto de barro con unas flores blancas.

Cuando Jessica le había entregado la tarjeta de visita se había sentido irritado por la interrupción en su cuidadosamente planificada agenda. Aun así, había buscado en internet, intrigado por saber quién tenía las agallas de aparecer sin cita.

Al ver la sonrisa de Alexandra en la pantalla del ordenador, le había llevado uno segundos comprender que el zumbido en sus oídos era la sangre rugiendo en sus venas. Parecía feliz.

Tiempo atrás, él había provocado esas sonrisas. Pero, se recordó amargamente, no había sido más que una actuación. Alexandra era una excelente actriz. ¿A qué jugaba apareciendo repentinamente en su despacho después de tantos años? No solo había conseguido averiguar el nombre de su coordinadora de eventos, sino también la lista de eventos que Laura había preparado para atraer a los clientes más deseados. Había demostrado ser astuta y manipuladora. Ni en sus más locos sueños se habría figurado que la dueña de una pequeña floristería a las afueras del SoHo, tuviera alguna conexión con su pasado.

Aunque si él hubiese estado relacionado con un hombre tan sádico y codicioso como su padre, seguramente también se habría cambiado de apellido. David Waldsworth había sido condenado por múltiples crímenes, incluyendo intimidación a testigos. En un maravilloso día de primavera, había sido declarado culpable de todos los cargos y sentenciado a una condena que aseguraba que moriría en la cárcel.