Enséñame a amar - Heather Macallister - E-Book

Enséñame a amar E-Book

Heather Macallister

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Beschreibung

La respuesta estaba en la falda... Después de que el hombre con el que creía estar saliendo le dijera que ella no era una mujer de la que un hombre podía hacerse novio, Marnie LaTour decidió hacer algunos cambios en su vida. Iba a convertirse en una mujer fatal costase lo que costase. Pero no había previsto que fuera a resultarle tan fácil atraer a los hombres... especialmente cuando llevaba puesta aquella falda que su casera consideraba todo un imán para el sexo opuesto. Y era obvio que no pasaría mucho tiempo antes de que el duro Zach Renfro sintiera el poder de la falda sobre él...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Heather W. MacAllister

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Enséñame a amar, n.º 1331 - septiembre 2016

Título original: Male Call

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8743-5

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Prólogo

Queridísima señora Higgenbotham:

¡Saludos desde la soleada y ventosa San Francisco! Espero que Pierre y usted estén sumidos en las ansias de la felicidad conyugal. Me encantaría conocer todos los detalles de la boda, en especial los que están relacionados con las joyas y los vestidos. Me hubiera gustado tanto estar allí, en Nueva York… Sin embargo, había llegado el momento de seguir adelante con mi vida. A pesar de todo, echo de menos la ciudad, el edificio de apartamentos y a usted.

No puedo olvidar lo mucho que su amistad significó para mí durante los últimos y difíciles momentos de mi vida. Tanto Marlon como yo pensamos que estaríamos juntos para el resto de nuestras vidas y yo, por mi parte, no hice nada que amenazara esa situación. Me había dedicado a nuestra relación en cuerpo y alma. Me pasaba los días cuidando el edificio de Marlon y a sus inquilinos sólo para estar cerca de él… aunque todo eso es agua pasada, según sabe usted muy bien. Es muy triste que los tribunales deban intervenir para proteger a los que lo hemos dado todo en una relación. Uno pensaría que habría una distribución equitativa de los bienes al comprenderse que no se puede aplicar un valor monetario a ciertas contribuciones. Aparentemente, las mías sólo valían el precio de un modesto apartamento en San Francisco.

No obstante, no siento amargura. Al menos ahora tengo un hogar. El apartamento de Marlon, mejor dicho, el anterior apartamento de Marlon, ya que recientemente he recibido las escrituras, es uno de los cuatro que hay en una encantadora casa victoriana, pintada de rosa y verde, de San Francisco.

Esta casa y sus habitantes sobrevivieron al gran terremoto de San Francisco, aunque desde que empezaron a remodelar una casa que hay enfrente me parece que vuelvo a vivir ese terremoto todos los días.

El apartamento está muy bien decorado, Marlon siempre tuvo un gusto exquisito, y consta de un dormitorio, un salón en el que puedo trabajar en mi guión y una cocina bastante grande. ¡Ah! Y un balcón en el que me puedo sentar y observar la actividad de Mission Street mientras respondo a la llamada de mi musa.

Hablando de eso, no sabe lo mucho que le agradezco que me regalara la falda.

Como mi musa parece haberse quedado en Nueva York, me concentraré en el estudio de los efectos de la falda a la hora de conquistar a un hombre. Me parece un tema fascinante, aunque algo desconcertante, y creo que podría haber en él una buena historia. Las leyendas urbanas son siempre muy populares en películas y obras de teatro. La idea de que una falda tan sencilla, a pesar de tener un buen corte, pueda tener el poder de atraer a los hombres me parece completamente descabellada y, sin embargo, A.J., Sam y Claire e incluso usted juran que es verdad. ¿Ha tenido noticias de las chicas? Las echo mucho de menos. ¿Están bien? Sam, en especial, era una valiosa fuente de chismorreos.

He decidido poner a prueba la falda. Da la casualidad de que me hace falta algo de dinero. ¡No hay que preocuparse! Los residentes de este edificio y otros de la manzana nunca se habían dado cuenta de la conveniencia de contar con un portero hasta ahora. Por unos pequeños honorarios, he ofrecido mis servicios para encargarme de los que vienen a hacer reparaciones, aceptar paquetes y vigilar el vecindario. Sin embargo, hasta que se reconozca mi talento como actor y guionista, debo proporcionarme un sustento. Por lo tanto, me he mudado a la vivienda del servicio que hay en el sótano y tengo la intención de alquilar mi apartamento por pequeños periodos de tiempo a los que necesiten un alojamiento temporal en la ciudad.

No, no se apiade de mí, señora H. Uno debe sufrir por su arte, aunque me parece que yo sufro más que la mayoría. Mi plan es alquilarle el apartamento a jóvenes solteras que puedan utilizar la falda… y que luego me cuenten sus aventuras. Tal vez mi musa se sienta interesada y me ayude a transformar estas historias en una obra de teatro.

Hasta ahora, he encontrado dos jóvenes que están dispuestas a alquilarme el apartamento y otra que se lo está pensando. La he visto pasar por aquí todos los días y me parece que ella podría someter a la falda a una dura prueba. Mujeres atractivas conquistando a hombres atractivos… ¿Qué desafío supone eso para la falda? Sin embargo, esta mujer no practica ninguna de las artes femeninas. De hecho, parece desconocerlas por completo. ¡Qué maravilloso sería ser testigo de ver cómo las descubre…!

En cualquier caso, quiero que sepa que estoy bien, contento, y sabiendo que, sin duda, me espera la grandeza.

Hasta entonces, la saluda atentamente:

Franco Rossi.

Capítulo Uno

Al escuchar el típico silbido masculino, Marnie LaTour levantó la vista de su ordenador portátil, que en aquellos momentos estaba encima de la barra del Deli Dally, al lado de su bocadillo de ternera fría. Sus tres compañeros de Carnahan Custom Software, todos hombres, se habían girado sobre sus taburetes para mirar por la ventana.

–¡Vaya! ¡Mira eso! –murmuró uno de ellos.

Marnie miró. Una rubia de largas piernas y con una minúscula falda que amenazaba con levantársele con el viento de San Francisco iba caminando por la acera. Pegado a su lado, iba uno de los hombres de Soporte Técnico.

–¡Muy bien, Gregie, muchacho!

Dos de sus compañeros chocaron los cinco. Marnie estuvo observando a la pareja el tiempo suficiente para ver que Greg llevaba a la rubia a Tarantella, el nuevo restaurante italiano de la zona. A continuación, se centró de nuevo en el código que estaba tratando de limpiar. Si ella hubiera creado aquel código, seguramente no habría error alguno que encontrar.

–¿Crees que lleva tanga?

Aquel comentario provenía de Barry Emmons, que estaba sentado al lado de Marnie dado que era precisamente su programa el que ella estaba tratando de arreglar. Dio por sentado que se trataba de una pregunta retórica y no se molestó en contestar.

Los tres hombres se levantaron y se dirigieron a la ventana.

–Lo único que pido es una buena ráfaga de viento antes de que lleguen a la puerta –dijo uno de ellos, probablemente Doug.

–Oh, sí… –respondió Barry.

Marnie deseó que Barry se hubiera quedado a su lado en vez de acercarse a la ventana con los demás. También deseó estar cenando a solas con él en Tarantella, en vez de salir con sus amigos y él al Deli Dally. Después de todo, acababa de pasarse tres horas arreglándole el código de su vídeo del campo de petróleo. Al menos, la había invitado al bocadillo de ternera.

Bueno, en realidad había pagado el suyo y le había dado a ella el que le habían regalado, ya que aquella noche había una oferta de dos por uno. Sin embargo, era algo. Un comienzo, justo lo que necesitaba Marnie en aquellos momentos.

Llevaba trabajando en Carnahan desde que se graduó en la universidad hacía seis años y había eliminado todas las posibilidades de una cita con sus compañeros de trabajo. Barry llevaba trabajando en Carnahan menos de un año y seguía en la columna de los «posibles». Se decía que había pasado algún tiempo en las columnas de «posibles» de un par de mujeres, pero no salía con nadie en aquellos momentos.

Marnie se imaginaba que le tocaba a ella, pero Barry estaba mostrándose algo escurridizo. Por eso, ella se había ofrecido voluntaria para ayudarlo con sus proyectos. En varias ocasiones.

Miró a los hombres por encima del hombro. Evidentemente, Barry necesitaba un empujón.

Mientras los tres estaban en la ventana, Marnie encontró y corrigió un error repetido en varías ocasiones en una línea del código. Con eso debería estar todo arreglado. Rápidamente, comprobó que el vídeo funcionaba correctamente.

–¡Eh, lo has arreglado! –exclamó Barry, cuando los otros y él se apartaron de la ventana. Evidentemente, el viento no había cooperado–. Eres un genio –añadió, mirándola con una sonrisa en los labios.

Marnie lo miró a los ojos y sintió que el corazón le daba un vuelco. Aquél era un momento de película. Sólo unos pocos centímetros separaban las bocas de ambos. Si Barry hubiera querido, podría haberla besado…

En vez de eso, extendió la mano sobre el teclado e hizo que el programa arrancara de nuevo.

–Estoy en deuda contigo, Marnie.

–Llévame a cenar a Tarantella y estaremos en paz –replicó ella, casi sin pensárselo.

–Tarantella –repitió él. Entonces, emitió un grosero sonido–. Muy bueno, Marnie.

–¡Eh, lo digo en serio! –exclamó ella. Había oído que el restaurante era caro, pero tampoco tanto. Podía pedir unos espaguetis en vez de la lasaña de siete pisos.

–Venga ya –repuso Barry–. Tarantella es la clase de restaurante donde se lleva a una mujer para una noche muy pero que muy especial.

–A mí me parece que haberme pasado tres horas de mi tiempo libre arreglándote el programa se merece una noche especial.

–¿Qué te parece si te compro un pack de seis botellas de cerveza? De la marca que tú quieras, incluso las importadas.

Marnie extendió las manos con las palmas hacia arriba, imitando una balanza.

–Veamos… Seis botellas de cerveza… cena en Tarantella… sacar a Barry de un buen lío… dejar que él se pasara toda la noche tratando de ver dónde había metido la pata antes de la demostración que tiene que hacer mañana al cliente… Mira, Barry, no sé.

–¿Prefieres vino?

Sus amigos se echaron a reír. Marnie decidió insistir.

–No. Quiero cenar en Tarantella.

Los tres hombres se miraron.

–Mira, Marnie. Tarantella es la clase de restaurante donde se lleva a una cita. Ya sabes, está oscuro, hay velas, mesas muy íntimas… Todo eso. Incluso hay un tipo que toca el violín.

–Sí, a las chicas les encanta todo eso –dijo Doug.

Barry bajó la voz y se inclinó un poco más sobre ella.

–Es la clase de restaurante donde un hombre lleva a su novia… –susurró.

–¿Y? –preguntó ella.

–Tú no eres el tipo de chica que uno tendría por novia –replicó él, entre risas.

–¿Qué quieres decir con eso? –quiso saber Marnie. Hasta hacía unos segundos, había pensado que estaba a punto de convertirse en la novia de Barry.

–Ya lo sabes… –respondió él, aún riéndose.

–Aparentemente no.

Al notar el tono de la voz de la joven, Barry dejó de reírse y se rebulló encima del taburete. Los otros dos hombres se habían quedado muy callados.

–Bueno… No emites las ondas adecuadas…

¿De verdad creía Barry que lo había ayudado porque le gustaba trabajar horas extra? Además, acababa de pedirle que la llevara a un restaurante romántico. Evidentemente, no sabía mucho de lo de las ondas…

–¿Qué clase de ondas?

–En primer lugar, no te vistes…

Señaló los vaqueros y el amplio jersey que ella llevaba puesto. Él mismo llevaba unos chinos y una camisa que tenía una mancha de salsa. Tampoco era el aspecto ideal. Marnie pensó en la rubia.

–Minifaldas y tacones de aguja… Te refieres a ese tipo de prendas, ¿verdad?

–Sí, claro –comentó Doug.

–No se trata tanto de eso –añadió Barry–, sino de una cierta actitud que comunica a los hombres que eres candidata a convertirte en novia.

–Entiendo –susurró Marnie.

–Pero no te preocupes. Nos gusta que seas uno de nosotros. Es un cumplido –añadió Barry, al ver el rostro de la joven.

–Pues a mí no me lo parece –repuso ella.

–Créeme, lo es. Resulta fácil trabajar contigo porque no hay nada de eso que suele ocurrir entre hombres y mujeres.

–Es decir, las ondas que indican que una está disponible para el sexo. Ya lo he entendido.

Marnie guardó el programa en un CD, lo extrajo del ordenador y se lo entregó a Barry. Él pareció aliviado.

–Gracias, Marnie. Eres una buena compañera.

–Sí, eso es lo que soy. Una buena compañera –murmuró ella mientras cerraba el ordenador.

–Además, te aseguro que no te gustaría ese restaurante. No es tu estilo.

–Podría serlo –replicó ella.

¿Barry quería ondas? Pues ella se las daría. ¿Una de los suyos? Nunca más. ¿Actitud? Ella se la demostraría. Iba a demostrarle tanta actitud que terminaría por suplicarle que lo acompañara al Tarantella. Conseguiría que todos desearan llevarla al Tarantella.

Barry entornó los ojos y sacudió la cabeza.

–Yo no lo creo –afirmó–. Es mejor que aceptes mi oferta de la cerveza. ¿De qué marca te gusta?

«No eres el tipo de chica que uno tendría por novia. Sin ondas. Uno de nosotros».

A Barry sólo le había faltado decir que era un ser completamente asexual. Tal vez se lo había dicho. De todos modos, le había dejado muy claro que ella no tenía ningún atractivo para él ni, ya puestos, para todo el género masculino. Lo peor era que sus dos amigos no lo habían contradicho.

Era cierto que Marnie se había enorgullecido con ser una jugadora de equipo y de que los hombres la hubieran incluido en su círculo. Le resultaba cómodo trabajar con ellos. No había comprendido que era porque a ellos se les había olvidado que era una mujer. Por eso, tendría que encontrar el modo de recordárselo.

Siguió rumiando mentalmente las palabras de Barry de camino a casa, mientras se bajaba del autobús y se dirigía hacia la estación de la calle 24, donde tomaba un tren que la llevaba a Pleasant Hill. Allí, efectivamente, vivía con su madre. ¿Qué había de excitante en eso?

En realidad, si se paraba a pensarlo, su existencia era algo monótona. Nunca se había imaginado que, a la edad de veintiocho años, seguiría soltera y viviendo con su madre. De joven, seguramente habría tenido una imagen muy clara de cómo sería su futuro. Aunque ya no la recordaba, estaba completamente convencida de que esa imagen no tenía nada que ver con vivir con su madre e incluso compartir el dormitorio con ella.

Marnie estaba dispuesta a dar el gran paso, pero, desgraciadamente, no había encontrado a nadie que quisiera darlo con ella. ¿Cuándo había sido la última vez que había salido con alguien?

De repente, se detuvo frente a una boutique de moda para poder pensarlo. Había salido con Darren, aunque no por mucho tiempo. Su relación había consistido en comidas baratas y en ir de vez en cuando al cine, como había sido siempre con los hombres. Eso había estado bien al principio, pero últimamente Marnie había empezado a desear más.

Decidió que, de algún modo, iba a conseguirlo.

Había tenido la mirada perdida en la distancia, pero en aquel momento la centró en el escaparate de la boutique. Faldas. Minúsculos jerséis. Bolsos demasiado pequeños para resultar de utilidad. La ropa que se ponía una posible novia.

Marnie llevaba vaqueros, sudaderas o camisetas, justo igual que el resto de las personas que trabajaban en su departamento. ¿Resultaría muy estúpido que, de repente, comenzara a llevar ropas como las de aquel escaparate a trabajar? Además, ¿por qué tenía que cambiar el modo en el que se vestía y comenzar a preocuparse del cabello y del maquillaje? Al principio solía maquillarse, pero prefería dormir un poco más por las mañanas. Además, el viento que siempre reinaba en San Francisco hacía que le lloraran los ojos y el rímel se le corría por lo que, al llegar a trabajar, tenía que volver a empezar otra vez. Una pérdida de tiempo.

¿De verdad importaba? ¿Tan superficiales eran los hombres?

Por supuesto que sí.

Tras lanzar un gruñido, dio la vuelta a la esquina y se dirigió hacia la calle 23, la parte favorita del paseo que llevaba a la estación. Pasaba por delante de una hilera de las típicas casas victorianas de San Francisco. Llevaba pasando por allí casi seis años, sin novedad hasta muy recientemente. Primero, unos pocos días atrás, Marnie había visto que había un cartel en una de las casas, que ofrecía alquileres por días. Debajo de la parte principal del cartel, había unas frases adicionales.

No depende de mí proporcionar las razones por las que alguien podría necesitar un apartamento durante dos días a la semana. Si ése es su caso, hablemos. Si no, siga andando.

Marnie se lo había estado pensando. Incluso había conocido al portero, que había insistido en que ella se llevara un folleto. Sería tan maravilloso poder evitar el tedioso viaje de ida y vuelta a casa al menos dos días por semana…

En segundo lugar, habían empezado las tareas de reforma de una de las casas del otro lado de la calle. La casa se estaba renovando por completo y, sin duda, se alquilaría o se vendería a alguien muy rico. Marnie se detuvo para comprobar los progresos de las tareas… y también para ver si el atractivo capataz estaba por allí. Teniendo en cuenta el estado de ánimo en el que se encontraba en aquellos instantes, le vendría muy bien verlo.

Sí. Su furgoneta estaba allí. Llevaba escrito en las puertas el nombre de Restauraciones Renfro y estaba aparcada justo delante de los escalones de entrada a la casa, tal y como lo había estado aquella mañana. Aquel hombre era el único responsable de que Marnie hubiera adquirido un carísimo hábito de tomar café. Todas las mañanas, cuando pasaba por delante de la casa, lo veía tomándose un café, apoyado contra la puerta de su furgoneta. Aunque casi estaban en el mes de mayo, las mañanas seguían siendo frías. Ver cómo rodeaba la taza con las manos hacía que Marnie casi pudiera saborear el café que él se llevaba a los labios. De camino a su trabajo, no hacía más que pensar en ello, lo que la obligaba a parar en la cafetería que había al lado del edificio Carnahan.

Sin poder evitarlo, Marnie observó cómo trabajaban los hombres, en especial cómo trabajaba uno de ellos, mientras arrojaban los maderos viejos que habían estado retirando a la furgoneta. La cazadora vaquera y la carpeta del capataz estaban sobre el capó de su furgoneta. Sólo una camiseta lo separaba del fresco aire de la tarde… Una camiseta muy bien rellena, como los vaqueros. No había que pasar por alto que los vaqueros enfatizaban un liso y firme vientre…

De repente, uno de los maderos rebotó sobre la furgoneta y fue a caer cerca de Marnie. Asustada, ella dio un salto atrás.

–¡Cuidado! –exclamó el capataz mientras se acercaba a ella.

De cerca era mucho más… Los músculos y los tendones trabajaban en perfecta sincronía mientras avanzaba hacia ella. El serrín y trozos de escombro de la casa le manchaban los hombros y el cabello. La testosterona parecía flotar en el aire. Todo su ser parecía gritar a los cuatro vientos que era un hombre… Lo que parecía implicar, por supuesto, que aquel hombre quería una mujer que hiciera cosas muy femeninas…

Marnie dudaba que ocuparse de códigos informáticos fuera una de esas cosas tan femeninas, pero estaba dispuesta a tratar de convencerlo.

Se detuvo delante de ella. Su cabello más bien corto se revolvía muy atractivamente con el viento. Se limpió la frente con el reverso de uno de los guantes que llevaba puestos antes de colocarse las manos sobre la cintura. Su postura indicaba que estaba acostumbrado a estar al mando. Marnie suspiró. No le importaría que le diera también órdenes a ella…

–¿Se encuentra bien?

Marnie consiguió asentir. No sabía exactamente lo que hacer. Aparentemente, no tenía que hacer nada. Él tomó el madero y lo lanzó hacia la furgoneta.

–Es peligroso estar tan cerca –añadió. Entonces, regresó con sus compañeros y siguió cargando madera. Cuando la miró y levantó las cejas, Marnie se dio cuenta de que él estaba esperando que siguiera andando. Efectivamente, no emitía las ondas adecuadas…

¿No podría haber encontrado algo que decir? ¿Se pasaba todo el día trabajando con hombres y no había conseguido pronunciar ni siquiera una frase? El hecho de que fuera una clase de hombre completamente diferente no era excusa. Había sido su descarada masculinidad la que la había dejado completamente muda. Evidentemente, necesitaba ayuda.

Asqueada consigo misma, se arrebujó en su abrigo y bufanda y cruzó la calle, lo que la llevó justo delante del cartel que indicaba que se alquilaba un apartamento por días. Sin embargo, no miró el cartel. Utilizó el reflejo del cristal para observar durante unos minutos más a los obreros.

Era tan atractivo… Desgraciadamente, ella ni siquiera había conseguido llamar su atención. En realidad, aquella clase de hombre tampoco le había llamado nunca la atención a Marnie. Siempre le habían gustado los hombres más cerebrales. Evidentemente, el capataz de aquella obra pertenecía a una clase de hombres más físicos.

Mientras estaba sumida en sus pensamientos, la puerta de la casa se abrió. Era el portero.

–Aminorad el paso u os vais a estrangular, chuchos irritantes.

Los perros no le hicieron caso alguno y siguieron tirando del collar para bajar las escaleras. Una vez en la acera, comenzaron a olisquear los zapatos de Marnie.

–Les ordenaría que se estuvieran quietos, pero seguramente tan sólo creerían que les estoy indicando otra parte de su pie –dijo el portero, sin dejar de tirar de la correa–. ¡Oh! Es usted. ¿Se ha decidido ya sobre el apartamento?

–Oh… Bueno, yo sólo estaba…

Sabía que necesitaba realizar cambios en su vida y se le estaba ofreciendo una oportunidad en bandeja. Quería tener novio, un novio en serio. Un novio que pudiera convertirse en esposo. Teniendo en cuenta el tiempo que tardaba en ir y regresar de su trabajo, le resultaría muy difícil salir con alguien en la ciudad o en Pleasant Hill. Si alquilaba aquel apartamento tendría una base temporal en la ciudad.