Hazle caso al corazón - Heather Macallister - E-Book
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Hazle caso al corazón E-Book

Heather Macallister

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Beschreibung

La abogada Alexis O'Hara estaba harta de salir con hombres y luego acabar odiándolos. Quería sentar la cabeza y había decidido que no quería que su corazón interfiriera. Por eso cuando su mentor Vincent Cathardy le ofreció todo lo que siempre había deseado, aceptó su proposición de matrimonio sin pensarlo dos veces.El abogado Dylan Greene creía estar elaborando un acuerdo prematrimonial más... hasta que se enteró de que la futura novia era Alexis, la única mujer a la que había amado en su vida. Después de tantos años separados, la atracción entre ellos parecía más poderosa que nunca. ¿Entonces por qué Alexis estaba tan empeñada en seguir adelante con su boda con Vincent?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Heather W. Macallister

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Hazle caso al corazón, n.º 136 - octubre 2018

Título original: Can’t Buy Me Love

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-089-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

—Hoy tengo un buen presentimiento —Sunshine se sentó en el sofá que había junto a la ventana y se ató la cinturilla de los bombachos—. Hace un día soleado y siempre tengo buenos presentimientos los días soleados.

—Tienes buenos presentimientos todos los días. No comprendo cómo puedes ser tan animada y tan mortecina al mismo tiempo. Ya sería bastante conseguir que mi cuerpo, si tuviera un cuerpo, bebiera. Si pudiera beber —Flo se recolocó el chal sobre los hombros.

Sunshine miró a Flo y al resto de las chicas que estaban en el salón de lo que había sido uno de los burdeles más selectos de Colorado.

—Eres tan gruñona porque llevas el corsé demasiado apretado.

—¡Soy gruñona porque estoy muerta! Estoy muerta y condenada a pasar el resto de la eternidad en este corsé porque Mimi nunca vino a deshacer los nudos.

Todas miraron a Mimi, que iba vestida con un salto de cama. Ella se encogió de hombros.

—Estaba demasiado ocupada muriendo.

En la esquina, Rosebud estaba sentada leyendo Madame Bovary y levantó la vista del libro:

—¿Podríamos hablar de otra cosa, por favor? Desde hace ciento nueve años, todos los días hablamos de que estamos muertas. Hubo un escape de gas. Fallecimos todas. Es hora de continuar.

—¡Me encantaría continuar! —comentó Flo—. No puedo creer que Belle Bulette se haya marchado ya al Gran Picnic en el Cielo y yo siga aquí.

—Echo de menos a Belle —dijo Sunshine con añoranza, pero sin dejar de sonreír.

—Supongo.

—Nunca nos aburríamos cuando ella estaba aquí —dijo otra de las chicas.

—Lo sé, siempre estaba tan animada.

—Animada… Ja, ja.

—Oh, Flo, ya sabes lo que quiero decir.

—Nosotras mismas tenemos que buscar cosas emocionantes y sacarles beneficio, ¿no es así? —dijo una mujer elegante y vestida con bata de seda que estaba en la puerta. Señaló a un hombre que estaba registrándose en la recepción del hotel Maiden Falls—. Concretamente, me gustaría hacer algo emocionante con aquel joven.

—Condesa, ya conoces la reglas —le recordó Sunshine.

—Querida, por él, quebrantaría las normas.

Sunshine observó cómo un hombre se registraba en el hotel. Tenía un rostro agradable y se movía con seguridad, algo que también prometía seguridad en el dormitorio.

Sin embargo, todas conocían las reglas de la señorita Arlotta, especialmente la regla de nada de aventuras, y lo que sucedería si alguna de las chicas la quebrantaba: una muesca negra en el poste de cama ficticio del libro de hazañas de cama de la señorita Arlotta. Con demasiadas muescas negras nunca tendrían la oportunidad de ganar las diez muescas que necesitaban para llegar al Picnic Eterno.

Después de haberse lamentado sobre su destino durante décadas, la señorita Arlotta y el juez Hangen, quien, por desgracia, había ido a visitar a la señorita Arlotta el día del escape de gas, habían decidido que, puesto que durante sus vidas habían ofrecido amor falso, podrían compensar sus actos ofreciendo amor verdadero después de la muerte.

Parecía que el plan estaba funcionando.

Sunshine no sabía si lo que les esperaba era el Gran Picnic o el Picnic Eterno, pero durante el tiempo que estuvieron vivas, cada domingo, las chicas de la señorita Arlotta se vistieron con sus mejores ropas y se dirigieron a un prado donde hacían un picnic, se reían y se bañaban en las pozas que había junto a las cascadas.

A Sunshine y al resto de las chicas les encantaban los picnics de los domingos, incluso a Belle, la mujer que bebía, jugaba y disparaba de maravilla. Habían hecho falta muchos hombres para manejar a Belle. Y bastantes lo habían conseguido.

En cualquier caso, estar en el exterior, sentir la hierba bajo los pies, jugar en la poza y tumbarse bajo una sombra era lo que Sunshine más echaba de menos.

Ni ella ni el resto de las chicas podían salir del hotel. Bueno, podían ir a la azotea, pero no era lo mismo.

¿Y si ni siquiera tuvieran eso? Podría ser mucho peor. Pero todas sabían que había una manera de llegar, si no al Gran Picnic, como solían llamarlo, a un lugar agradable. Un lugar al que Belle ya había llegado. Un lugar al que Sunshine también iba a marcharse, en cuanto ayudara a una pareja más a encontrar el camino hacia el amor verdadero. Así que, no merecía la pena correr el riesgo de obtener una muesca negra por aquel hombre, por muy atractivo que fuera.

—Oh-la-la. Sin duda es atractivo —dijo Mimi.

—Debe de ser el novio —dijo Sunshine, flotando por el recibidor junto a sus compañeras—. Este fin de semana hay una boda —juntó las manos—. Me encantan las bodas.

—Ah, ésa se ha anulado—dijo Lavender.

—Ha vuelto a convocarse —les informó Rosebud. Estaba más interesada en el libro, a pesar de que había tenido más de cien años para leerlo, que en los hombres. La pobre Rosebud había tenido la desgracia de llegar a la casa de la señorita Arlotta justo antes del escape de gas, así que su experiencia con los hombres era extremadamente limitada.

—Si va a celebrarse la boda, entonces, la novia y el novio deben necesitar ayuda —dijo Sunshine.

—La misma boda, pero con una novia y un novio diferentes —le dijo Rosebud.

—A mí me encantaría darle a ese hombre una ayuda muy especial.

Lavender suspiró.

—Oh, Mimi, creo que a todas.

—A mí no —soltó Flo—. No merece la pena renunciar a la posibilidad de que te aflojen el corsé por ningún hombre.

—Amén —se oyó una voz que provenía del pasadizo secreto—. Escuchad, señoritas, y Glory Hallelujah os aclarará las cosas. Desdemoaner y yo hemos estado en la azotea y, ese hombre no es el novio. Mirad hacia la puerta.

En ese momento, un hombre de pelo cano entró en el recibidor como si fuera el dueño del lugar.

Sunshine había visto antes a ese tipo de hombre, normalmente con un mazo en la mano o una placa en la solapa.

—Mirad, el novio.

—Oh, entonces es una pareja mayor. Un segundo matrimonio, ¿quizá? Qué bien —Sunshine ignoró la mirada de las demás. Ella siempre elegía mirar el lado positivo de las cosas. Y disfrutar de la vida, o de la muerte.

—No exactamente —Glory señaló a la mujer joven que se reunió con el hombre en la recepción.

—¿Es su hija? —preguntó Flo.

—La novia —anunció Glory.

—¡Y yo digo bravo! —La Condesa aplaudió despacio.

—Y yo digo que depende del dinero que él tenga —Mimi se frotó las manos.

—Cariño, a mi no me haría falta mucho —dijo Flo.

—Nunca te hizo falta mucho, Flo, nunca —murmuró La Condesa.

—¡He oído eso!

—¡Y yo también! —una voz invadió la habitación.

Sunshine nunca comprendería cómo la señorita Arlotta, que pasaba la mayor parte del tiempo en el ático, era capaz de ver, oír y hablar con ellas, estuvieran donde estuvieran.

—¡Sunshine, la novia va a quedarse en tu habitación! —Lavender estaba flotando detrás del mostrador de la recepción.

—¿Y el novio? —preguntó Mimi.

—En la nueva sección.

—Eso no puede ser bueno —dijo Glory.

—¿Por qué no? Ya sabes que el novio no debe ver a la novia el día de la boda hasta que no caminen hacia el altar —suspiró Sunshine—. Es tan romántico.

—Sunshine ayudará a esta pareja —intervino la señorita Arlotta—. Los caballeros maduros son su especialidad.

—¡Gracias, señorita Arlotta! —Sunshine suspiró hondo mientras las otras chicas protestaban un poco antes de retirarse a otras zonas del hotel. Los hombres maduros a los que les gustaba el aspecto juvenil y la conversación inocente de Sunshine habían sido su especialidad.

Notó que alguien tiraba de su bata de gasa. Rosebud había abandonado la lectura y estaba mirando a la pareja que acababa de registrarse.

—Ya puedes dejar de actuar —murmuró—. Estamos solas.

—¿Cómo? —Sunshine batió las pestañas.

—Ahora bromearán sobre las rubias, ya sabes.

—¿Disculpa?

—Bromas acerca de que las chicas rubias son tontas —acarició uno de los rizos de Sunshine—. Sólo que tú no eres tonta.

Sunshine sonrió.

—No lo olvides, cariño.

—Quiero decir toda esa charla tan romántica. Éste era un lugar de negocios.

Sunshine se rió.

—Sin duda, era un lugar de chanchullos.

—Sexo por dinero —Rosebud se recolocó las gafas—. Los hombres nos daban dinero y nosotras les dábamos sexo. Tan sencillo como eso.

Sunshine miró a la pareja que estaba en el recibidor. Aparte de tener la mano sobre su espalda, el hombre no tocaba para nada a la mujer. Y ella tampoco a él. Sonreían de manera educada en lugar de tener la amplia sonrisa de los que no pueden evitar sonreír. De los que están enamorados.

—Rosebud, nunca fue tan sencillo como eso —murmuró ella.

1

 

 

 

 

 

Cuando Alexis O’Hara llegó al hotel de Maiden Falls, en Colorado, donde iba a celebrar su boda, y se encontró con que un ex novio suyo también se estaba registrando allí, lo miró con frialdad y una sonrisa que decía: «mira qué guapa estoy. Seguro que te arrepientes de haberme dejado». Y cuando él la informó de que representaría a su novio en el acuerdo prematrimonial, ella hizo lo que haría cualquier mujer moderna e independiente cuando se enfrenta a lo impensable: llamar a su madre.

Tras dejar el equipaje sobre la alfombra de su habitación, Alexis se acercó a la ventana con el teléfono móvil pegado a la oreja.

—¿Mamá?

—Has cambiado de opinión —le dijo Patty O’Hara.

—¡No! ¿Por qué dices eso cada vez que llamo?

—Oh, no lo sé, ¿quizá porque te has comprometido hace una semana con un hombre del que nunca te había oído hablar en un contexto romántico?

—Éste no va a ser de esa clase de matrimonio.

—¿Y qué clase de matrimonio va a ser?

Alexis comenzó a hablar con intención de ensalzar las virtudes de la compatibilidad, admiración e intereses compartidos, pero se encontró diciendo:

—Es un matrimonio del tipo «estoy cansada de salir con chicos».

—Ah, uno de esos. Pensaba que era uno de: «mujer anticuada se casa con hombre maduro por dinero».

Alexis apretó los dientes y después dijo:

—Tiene cincuenta y cuatro. Eso es dos años menos que tú. ¿Estás diciendo que eres vieja?

—Estoy diciendo que he estado casada con un hombre de cincuenta y cuatro años y sé lo que es.

Se refería al padre de Alexis. Alexis prefería no pensar en su padre en ese contexto.

—Pero no has estado casada con un hombre rico de cincuenta y cuatro años.

Se hizo un silencio.

—¿Mamá?

—Te estaba dando tiempo para pensar. Has ido corriendo de un lado a otro como una loca y sé que no has reflexionado sobre lo que vas a hacer.

—En el avión he tenido mucho tiempo para pensar —de hecho, se había quedado dormida durante el vuelo—. No voy a cambiar de opinión.

—No voy a cortar las etiquetas de mi vestido hasta que tenga que ocupar mi asiento el día de la ceremonia.

—Mamá —Alexis se presionó el entrecejo.

—Alexis, como cualquier madre, sólo quiero que seas feliz. Sé que no has llamado para discutir y estoy haciendo la maleta. ¿Qué ocurre?

—Dylan está aquí —dijo, orgullosa de que su voz pareciera calmada.

—¿La conozco?

—Es un hombre.

—Bueno, hoy día nunca se sabe, con esos nombres que sirven para todos.

—¿Pat, por ejemplo? —preguntó Alexis.

—Es el apodo de Patricia. ¿Dylan de qué es el apodo?

Alexis suspiró.

—De Problemas.

—¿Por qué?

¿Cómo podía haberse olvidado su madre?

—¿La facultad de Derecho? ¿El chico que puso mi corazón en la órbita del planeta Tristeza?

—Ah. Ese Dylan.

—¡Sí, ese Dylan! ¿Cómo puedes haberte olvidado de ese Dylan?

—Ha habido tantos…

Sí, su corazón había hecho varios viajes al planeta Tristeza desde entonces. Pero con Dylan había sufrido más que con los demás.

—Mamá, él se encargará del acuerdo prematrimonial de Vincent.

—Ten cuidado con ese acuerdo. No firmes nada sin leerlo primero.

—¡Mamá! ¡También soy abogada! No lo entiendes. Dylan es el representante de mi prometido.

—¿Todavía sientes algo por él? —le preguntó su madre con cautela.

—Sí… ¡odio!

—Creía que lo habías superado.

—Así es. Y no lo odio. No había pensado en él. ¡Pero va a negociar mi acuerdo prematrimonial con Vincent!

—Al parecer no cree que vaya a haber un conflicto de intereses.

—Eso es porque no está interesado. Olvídate de lo que he dicho —aquella conversación no iba bien.

—Entonces… ¿qué quieres de mí? —preguntó su madre.

—¡Dime lo que tengo que hacer!

—Espera… Alexis le pide consejo a su madre. Déjame que lo anote en el calendario.

—A lo mejor, si no fueras tan sarcástica, te pediría consejo más a menudo.

—No, no lo harías.

—Probablemente tengas razón. Pero te lo estoy pidiendo ahora.

—Retrocedamos un par de pasos y mirémoslo de forma global. ¿Qué es lo que quieres? Y no estoy escurriendo el bulto.

—Quiero que él no esté aquí.

—¿Por Vincent o por él?

—Porque es extraño.

—Si Dylan fuera una mujer, ¿sería igual de extraño?

—Síííí —dijo Alexis despacio—. Si hubiese sido muy amiga de una mujer y estuviéramos enfadadas, me resultaría extraño tenerla como consejera de mi prometido. Sí —dijo con convencimiento—. Es ese tipo de extrañeza.

—Hmm. Si Dylan fuera una mujer, ¿le pedirías a Vincent que buscara otra representante?

—Es demasiado tarde.

—¿Denver no está cerca? Seguro que hay otros abogados disponibles. Pero la cosa es que, si Dylan fuera una mujer, posiblemente se lo comentarías a Vincent. Entonces, ¿por qué no le dices que te resulta incómodo de todos modos? Vas a casarte con ese hombre. Deberías poder hablar de esas cosas con él.

—Porque… porque… No quiero que Dylan se entere de que me incomoda.

—¿O no quieres arriesgarte a que Vincent descubra que estuviste liada con su abogado? —su madre había llegado al centro del problema, tal y como Alexis esperaba.

—Suena mucho peor de lo que es. En serio, no es tan grave y no quiero que se convierta en algo grave. Pero si no lo menciono y Vincent se entera, pensará que se lo estaba ocultando. Si le cuento que hubo algo entre Dylan y yo, entonces, estaré llamando su atención hacia el tema, sobre todo si no lo sabe ya. Y no sé si Dylan se lo ha contado. Y no puedo preguntárselo a Dylan porque entonces pensará que me importa si Vincent lo sabe o no y Dylan creerá que todavía me afecta. Una tontería, porque ya no importa si estuve enamorada de él en el pasado. Pero puede que Vincent piense que sí —se calló y respiró hondo—. Me duele la cabeza.

—Pobrecita.

—Ay, mamá, ¿qué voy a hacer?

—De acuerdo. Te sugiero que trates a Dylan del mismo modo que tratarías a cualquier compañero de clase, hombre o mujer. Que sonrías, que le des conversación, soluciones tu acuerdo prematrimonial y permitas que siga su camino.

«Sonreír. Conversaciones. Acuerdo prematrimonial. Dylan se va», repasó en voz baja. De acuerdo, podría hacerlo.

—¿Y si él dice algo?

—Si tiene el mal gusto de sacar a relucir vuestra relación personal del pasado delante del hombre que es su cliente y tu prometido, tú sonríes, le dices que te da pena haber perdido el contacto con él, pero que no tienes tiempo de ponerte al día, y te marchas.

Aquello podía funcionar. Sobre todo lo de marcharse.

—Gracias, mamá.

—¿Alexis?

—¿Sí?

—Tomarte un trago de tequila después no te sentará mal.

 

 

—Y en el primer aniversario del matrimonio, si no se ha solicitado la disolución, Alexis O’Hara tendrá derecho a recibir de la Propiedad Individual de Vincent Cathardy, la suma de cien mil dólares más el salario que esperaría cobrar, en el caso de no tener empleo. Dicho salario se computará de acuerdo a las fórmulas que figuran en el adjunto A. En el segundo aniversario del matrimonio, si no se ha solicitado la disolución del mismo, la señorita O’Hara tendrá derecho a recibir de la Propiedad Individual de Vincent Cathardy, la suma de doscientos mil dólares más el salario que esperaría cobrar, en el caso de no tener empleo. En el tercer aniversario…

Y continuaba de esa manera. Era una maravilla de acuerdo prematrimonial, pero es que Dylan Greene siempre había considerado que Alexis O’Hara era una maravilla de mujer.

Sin embargo, Dylan debía concentrarse en las cláusulas que estaba leyendo. Alexis y su abogado lo harían. Vincent también, aunque había sido él quien había escrito la mayor parte del contrato.

Dylan debía permanecer atento. Sí, era un buen abogado y tenía cierta fama merecida que debía mantener. Después de todo, se había enfrentado con éxito al importante abogado Vincent en varios contratos prematrimoniales, y se había quedado de piedra cuando Vincent Cathardy lo había contratado para negociar el acuerdo prematrimonial de su futuro enlace.

Vincent, uno de los socios de Swinehart, Cathardy y Steele, era una leyenda. Un abogado que se enfrentara a Vincent Cathardy podía recibir, al menos, media docena de botellas de whisky como consuelo. Puesto que Vincent Cathardy era abogado corporativista y Dylan se había especializado en derecho de familia, Vincent no era un oponente habitual. Y cuando se encontraban, el caso solía tratar negocios familiares, herencias o divorcios. Divorcios caros.

Dylan no era gran bebedor y creía que todavía le quedaban cuatro botellas de la última vez que se enfrentó a Vincent Cathardy. De todos modos, aún esperaba descubrir la trampa. Vincent y él no se movían en el mismo círculo legal ni social. Entonces, ¿por qué lo había contratado?

Y además había leído el nombre de la novia en los papeles. Alexis O’Hara. Alexis. La brillante y ambiciosa Alexis.

¿Habría sido ella quien lo había recomendado? No, a juzgar por la expresión de sorpresa que puso cuando entró en el recibidor.

Él no se había preparado para encontrarse con ella porque no pensaba que fuera a necesitarlo. Su cuerpo se encargó de advertirle que se había equivocado. Se le había acelerado el corazón, se le había calentado la sangre y se le había revolucionado la parte baja del cuerpo. Así, sin más. Había pasado siete años sin verla y sin embargo todos sus nervios reaccionaban ante ella. Había tenido que contenerse para no tomarla entre sus brazos y besarla con tanta pasión que habría dejado claro que en el pasado habían mantenido una relación. Pero lo había logrado y había mirado a Alexis con una sonrisa fría y educada.

Vincent había estado presente y era la clase de hombre al que le hubiera importado que Dylan y Alexis hubieran estado liados en el pasado. Pero eso había sucedido cuando asistían a la Facultad de Derecho. Mucho tiempo atrás. Un recuerdo agradable. Demasiado agradable, a juzgar por la reacción de su cuerpo, pero nada más. Desde luego no suponía una amenaza para el gran hombre.

No, Vincent lo había contratado por su experiencia. Eso debía de ser. El hombre lo respetaba. Lo consideraba uno de los mejores.

Lo era, pero a los hombres con la situación y la experiencia de Vincent no les gustaba admitirlo.

Dylan continuó leyendo, consciente del silencio que había en la habitación excepto por el sonido de su voz. Nadie tenía ninguna objeción. ¿Y Alexis por qué iba a objetar? Iba a obtener un salario y un bonus por cada año que permaneciera casada con aquel hombre. Y lo cobraría durante el matrimonio, no en caso de que se separaran. No, Alexis recibiría un pequeño regalo de aniversario cada año. Los fondos se convertirían en sus bienes privados.

Él nunca se había imaginado que ella fuera el tipo de mujer que disfrutara de los lujos que te permite el dinero. No antes de que su esplendor en el ámbito legal tuviera la oportunidad de brillar por sí mismo.

Pero su opinión era completamente inapropiada. Se suponía que él no debía tener opiniones.

Y no debería estar pensando en Alexis. Verla de nuevo le había provocado una extraña sensación. Era como si hubiera entrado en un aula y la hubiera encontrado esperándolo, como siempre, y él tuviera derecho a experimentar los sentimientos ardientes que tenía por ella. Pero no tenía derecho. Por desgracia, no podía evitarlo. Recordaba las largas horas que había pasado entre sus brazos, besándose hasta que los labios se les quedaban dormidos, mirándola hasta que ambos quedaban dormidos. El aroma de su piel, y de su cabello. La curva de su cintura. El… «No, olvida los recuerdos, Dylan», pensó.

Alexis se había convertido en una mujer muy atractiva y él iba a tener que controlarse ese fin de semana.

Dylan levantó la vista y vio que ella lo miraba. Él siempre se había sentido fascinado por sus ojos. Eran los ojos marrones más oscuros que había visto nunca y, cuando los miraba, se ponía nervioso, y ella lo sabía y se aprovechaba de ello.

Dylan había visto sentimiento en su mirada en un par de ocasiones, pero no a menudo. Y no en ese momento.

 

 

Alexis se percató de que Dylan seguía sin poder ocultar sus emociones. Siempre le había resultado sencillo interpretar sus expresiones, así que cuando rompió con ella sin avisar unas semanas antes de la graduación, se quedó sorprendida porque no se lo había imaginado. Todavía recordaba lo que expresaban sus ojos. Sorpresa por que ella se hubiera disgustado tanto. Y lástima… Alexis odiaba lo último.

Pero nada de arrepentimiento. Ninguna duda.

En esos momentos, sus ojos color caramelo expresaban desaprobación al otro lado de la mesa.

Como si él tuviera derecho a juzgar lo que ella hacía.

¿Y qué si él u otra persona no daban su aprobación? Si Alexis quería casarse con Vincent, eso era lo que haría. Tenía derecho a hacer lo que le apeteciera. Había trabajado muy duro durante años para conseguir cierto nivel de vida y, una vez que había conseguido el dinero suficiente para mantenerlo, no tenía tiempo ni energía para disfrutar de ello.

Alexis estaba cansada de trabajar a ese ritmo insano. Y quería tener hijos, pero no quería quedarse en casa, relegada para siempre al papel de madre, sólo por no poder seguir trabajando ochenta o noventa horas a la semana, o por tomarse dos años libres.

Eso es lo que le había sucedido a todas las mujeres que habían dado a luz mientras Alexis trabajaba en Swinehart, Cathardy and Steele. Y no ocurría sólo en ese despacho, ni entre los abogados. Incluso Marisa, que había entrado en el despacho a la vez que ella, y que tenía a su madre, a su hermana pequeña y a una niñera que vivía con ella, había abandonado y trabajaba desde su casa.

Así que había que elegir entre la familia o el trabajo. ¿Pero por qué las mujeres tenían que tomar esa decisión? ¿Por qué no podían compaginar ambas cosas? Nunca había oído que los hombres de su despacho se quejaran de ello. Sabía que tenían familia, y fotos de sus esposas e hijos sobre el escritorio, aunque quizá era para que pudieran reconocerlos cuando se cruzaban con ellos en casa.

Ellos tenían algo que ella no tenía, pero que deseaba. Y casándose con Vincent, podría tenerlo. Podría tenerlo todo.

Una semana antes, estaba deseando dormir hasta tarde el fin de semana. Rara vez tenía un fin de semana libre y solía convencerse de que merecía la pena sacrificar su vida personal, las horas de sueño, las fiestas de cumpleaños y el conocer a su sobrina de tres años, por ser una de las asociadas principales del equipo de Vincent.