Un amor de fantasia - Heather Macallister - E-Book
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Un amor de fantasia E-Book

Heather Macallister

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Beschreibung

Se busca novio. No se necesita experiencia Hayley Parrish creía que su vida sin hombres no podía empeorar más… hasta que su madre decidió que necesitaba un marido. Antes de que empezara a buscarle un hombre, Hayley optó por inventarse un prometido. Fue entonces cuando consiguió la boda de sus sueños y de pronto se dio cuenta de que necesitaba un novio… urgentemente. Justin Brooks no sabía qué había pasado ni cómo se había convertido de pronto en Sloane Devereaux, el imaginario amado de Hayley. Por supuesto, no le importaba dejarse amar por aquella mujer tan guapa, pero la idea de casarse le aterraba tanto como le tentaba la posibilidad de pasar la noche de bodas con Hayley.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1998 Heather W. MacAllister. Todos los derechos reservados.

UN AMOR DE FANTASÍA, Nº 1505 - marzo 2012

Título original: Manhunting in Memphys

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2007

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-578-8

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Prólogo

Hayley Parrish se detuvo frente a uno de los stands de la feria y miró alrededor. Estaba en el gran salón de baile Versalles del famoso hotel Peabody, en Memphis, donde la Asociación de diseñadores de vestidos de novia intentaba llamar la atención de cientos de futuras novias… y sus madres.

Pancartas en las que decía El amor está en el aire colgaban de las paredes, los espejos enmarcados en pan de oro y el escenario donde tendría lugar la famosa rifa por la que una pareja conseguía la boda de sus sueños.

–Hayley, ¿todos estos preciosos vestidos de novia no hacen que quieras convencer a ese hombre tuyo para que elija una fecha?

Ella miró los ojos esperanzados de su madre, Lola, que estaba observando varios retales en diferentes tonos de blanco.

–Aún no estamos preparados para eso, mamá.

–Una vez que has pescado a uno, no es bueno esperar demasiado tiempo –replicó su madre–. Tienes veinticinco años, hija. El tiempo pasa y tú quieres casarte de blanco. De hecho… –Lola puso uno de los retales alrededor de su cara–. No, aún estás bien… mientras recuerdes que debes ponerte crema hidratante alrededor de los ojos. En cuanto empiecen a aparecer las arruguitas, tendrás que ponerte un blanco roto o algún tono marfil.

Hayley no pensaba ponerse a discutir sobre los tonos de blanco de su supuesto vestido de novia.

–No puedo casarme sin un novio, mamá. Y ya sabes que Sloane tendrá que seguir trabajando en El Bahar unos meses más.

Su madre soltó los retales haciendo una mueca de disgusto.

–¿Cuántos meses más?

–No lo sé –Hayley se la llevó del stand–. Pero recuerda que está ganándose la vida para poder mantenernos a las dos.

Lola levantó una ceja.

–¿Seguro que no se ha escapado?

–¡Madre!

–Bueno, ¿cuándo voy a conocerlo de una vez? Te lo juro, Hayley, estoy empezando a pensar que te lo has inventado.

Como eso era precisamente lo que Hayley había hecho, se llevó a su madre hasta otro stand igualmente interesante. Así no tendría que hablar del inventado Sloane Devereaux.

Recordaba la noche, casi un año antes, en la que «nació» Sloane. Acababa de volver de una cita con un hombre que tenía un primo que conocía a alguien que era vecino de la sobrina de una señora que jugaba al bridge con su madre. Su madre estaba desesperada por casarla y, para llevarse bien, Hayley aceptaba de vez en cuando salir con alguien que ella le hubiera recomendado.

Aquél era un tipo llamado Morris. Hayley había decidido no tomar eso en cuenta.

Morris era dieciocho años mayor que ella. A Hayley le gustaban los hombres mayores.

Morris era más bajito que ella. Hayley estaba cansada de usar tacones.

A Morris le gustaba bailar. Hayley decidió que tenía posibilidades y se había puesto unos zapatos planos.

Desgraciadamente, pronto se había dado cuenta de que la razón por la que a Morris le gustaba bailar era porque así tenía oportunidad de arrimarse; sin duda la única oportunidad que podía tener en la vida.

Cuando empezó a sonar una canción lenta, Morris puso las dos manos en su trasero y atrajo a una sorprendida Hayley hacia él. Su cabeza le llegaba por debajo de la barbilla, convenientemente pegada a sus pechos.

Abrumada por el olor del spray «cabello instantáneo», que debía haberse echado antes de salir de casa para tapar una enorme calva, Hayley soportó un baile intentando apartarse por todos los medios mientras, por todos los medios, Morris intentaba acercarse.

Pero por fin logró escapar al lavabo para respirar un poco de aire fresco y, cuando estaba buscando alguna excusa para marcharse de allí, vio su imagen frente al espejo.

Manchurrones oscuros del «cabello instantáneo» de Morris adornaban la pechera de su nueva blusa blanca de seda y parte de su cuello.

Hayley había abandonado a Morris en ese mismo instante. Volvió a casa y se inventó a Sloane Devereaux, el nombre del protagonista de una novela que acababa de leer.

Sloane la salvó de los otros Morris de este mundo, mejorando además la relación con su madre. Ahora que Hayley, la más joven de las tres hijas de los Parrish, estaba supuestamente comprometida, su madre y ella se llevaban mejor que nunca.

Hayley quería mucho a su madre y sabía que Lola la quería a ella, pero eran dos personas completamente diferentes, tanto en aspecto físico como en temperamento. Cada una aceptaba a la otra, sin entenderla del todo.

Pero en cuanto Hayley dejó caer que Sloane y ella «tenían muchas cosas en común», las cosas cambiaron por completo. Las diferencias dejaron de importar y Hayley no quería poner eso en peligro. Y si una de las consecuencias de inventarse un novio era tener que ir a la Feria Anual para Novias de Memphis, estaba dispuesta a hacer ese sacrificio.

Hayley sonrió mientras su madre tomaba una tarjeta del stand. Planear cada detalle de su boda era la misión en la vida de Lola Parrish, una que, evidentemente, llevaba esperando mucho tiempo.

Y a ella no le preocupaba que todos esos planes no sirvieran de nada. Rompería con Sloane, arguyendo que tantos meses de separación habían destruido el noviazgo, sólo cuando hubiera encontrado un sustituto… de verdad.

–Hayley, tengo solicitudes para el concurso de la boda de tus sueños –dijo su madre, deteniéndose frente al stand del cátering para tomar dos vasos de ponche.

–Ya me he apuntado –dijo ella.

–Pero sólo una vez. Cuando estuve aquí con tus dos hermanas, rellenamos por lo menos cien solicitudes.

«Porque ellas querían ganar», pensó Hayley, temblando al recordar las elaboradas bodas de sus hermanas.

Su madre tomó un sorbo de ponche e hizo una mueca.

–El mango hace que el ponche tenga demasiada consistencia, pero el color es perfecto para los vestidos de las damas de honor. Y en las bodas de tus hermanas, los vestidos de las damas de honor eran del color del ponche.

La implicación era clara: en su boda ocurriría lo mismo.

Sus hermanas mayores, Gloria y Laura Jane, eran una réplica de su madre, rubias, pechugonas y bajitas, mientras que ella era igual que su difunto padre, alta, más bien poco pechugona y de pelo y ojos castaños.

Echaba de menos a su padre. Añoraba su cariño y cómo se entendían el uno al otro. Aunque había muerto cuando ella estaba en la universidad, Hayley estaba segura de que él no se habría preocupado de que siguiera soltera a los veinticinco años. Pero para su madre, que no estuviera casada era un descuido imperdonable.

Hayley no estaba en contra del matrimonio. Todo lo contrario. Pero aún no había encontrado al hombre de su vida. Y francamente, no tenía ninguna prisa en encontrarlo. Le gustaba estar «prometida». Amigos y parientes habían dejado de presentarle hombres y ella había dejado de tener que soportarlos.

Pero que el cielo la ayudase si su madre se enteraba algún día de lo que había hecho.

–Vamos a rellenar más solicitudes –sugirió Lola–. Van a cerrar el stand enseguida.

Hayley tomó un sorbo de ponche.

–¿Eso no es hacer trampas?

–Hayley, este concurso es para conseguir la boda de tus sueños –suspiró su madre, tirando el vaso a una papelera adornada con un lazo blanco de satén–. Además, recuerda que en el amor y en la guerra todo vale.

–Pues yo espero más amor y menos guerra –replicó Hayley, observando a las futuras novias y a sus madres pasear alrededor de los stands.

–Eso es porque nunca has tenido que contratar a una empresa de cátering en el mes de junio.

No, era verdad. Y tampoco pensaba tener que contratarla para aquel mes de junio, por mucho que lo quisiera su madre.

–La boda de una mujer es el momento más importante de su vida –siguió Lola–. Y el de su marido, claro. Tiene que ser un evento serio, Hayley. Tan serio que tu marido no tenga la menor duda de que está casado.

Las bodas serias costaban un dinero muy serio, pensó Hayley. Cuando llegase la hora de casarse, tendría que convencer a su madre de que ella quería algo más íntimo. No pensaba pasar por el circo que habían organizado sus hermanas. Aunque los detalles habían sido discutidos durante meses, seguía sin entender por qué era necesario elegir entre veintiocho tonos de azul para las servilletas, los manteles y los lazos.

–Escribe, Hayley –le ordenó su madre, poniendo un bolígrafo en su mano.

Para contentarla, ella empezó a escribir.

En ese momento, un anuncio por los altavoces interrumpió las dulzonas baladas que llevaban soportando toda la tarde.

–Señoras, por favor, acérquense al escenario… estamos listos para anunciar el nombre de la ganadora del Concurso anual «La boda de tus sueños», organizada por la Asociación de diseñadores de vestidos de novia de Memphis.

–Y tú sólo has rellenado una solicitud –suspiró su madre.

–Mamá, no pasa nada.

Hayley y su madre se abrieron paso hasta el escenario, donde un maestro de ceremonias, de esmoquin, charloteaba sin parar mientras dos modelos metían papelitos en una especie de bola de plástico transparente.

–Dadle a la rueda, jovencitas –estaba diciendo el hombre–. Voy a presentarles a nuestros invitados de honor, el señor y la señora Martínez, ganadores del año pasado.

La pareja apareció en el escenario, sonriendo de oreja a oreja ante los aplausos.

–¿Qué tal la vida de casados? –preguntó el presentador, acercando el micrófono al señor Martínez.

–Bien.

La señora Martínez le dio un codazo.

–Maravillosa. Es maravillosa. Somos muy felices.

La señora Martínez sonrió.

–Se casaron el día de San Valentín del año pasado, ¿no es así?

Los dos asintieron y el presentador se volvió hacia el público.

–Como saben, si están dispuestas a esperar hasta el Día de los Enamorados para casarse, hay muchos premios especiales.

Se oyeron risitas entre el público asistente.

–Nuestras cámaras han capturado algunos de los momentos especiales antes del gran día de los Martínez.

Las luces se apagaron y en la pantalla que había al fondo del escenario aparecieron unas imágenes.

–Para celebrar su compromiso, nuestra pareja cenó en el exclusivo restaurante Justine…

El público lanzó todo tipo de exclamaciones al ver la imagen de los Martínez brindando con sendas copas de champán.

En la siguiente imagen, el señor Martínez, un poco tieso, le ponía el anillo de compromiso a su esposa.

–Y para sellar el compromiso, pueden elegir un anillo en la joyería Robertson’s… ¡con un cupón del treinta por ciento de descuento!

Exclamaciones del público.

–Con lo que valen los diamantes, ya podían hacer un cincuenta por ciento de descuento –murmuró su madre–. Pero eso será problema de Sloane –añadió luego, mirando descaradamente la mano desnuda de Hayley.

Hayley no tenía intención de comprar un anillo falso. Su madre descubriría que era una circonita a veinte metros de distancia.

–Las tarjetas de descuento de Marnie’s y de la joyería Slocum les vendrán muy bien cuando tengan que elegir los regalos de recuerdo para sus invitados.

La siguiente imagen eran unos gemelos de oro y una pulsera con dijes.

Su madre suspiró.

–Son como para morirse, ¿verdad?

Hayley se sentía un poquito mareada, sí, mientras imagen tras imagen la pareja elegía los muebles para su casa, los electrodomésticos, la vajilla y la cristalería o posaba con los modelitos para la luna de miel. Se le había olvidado que había muchísimas cosas asociadas a una boda.

Pero ni siquiera sus hermanas habían tenido todo lo que tuvieron los Martínez.

–Si ganas, te ponen la casa –murmuró su madre.

No era la única persona que estaba hablando en voz baja, pero todo el mundo se quedó en silencio cuando aparecieron las imágenes de las damas de honor.

Como era el día de San Valentín, las damas llevaban vestidos de terciopelo rojo y ramos de rosas del mismo color.

–Esos ramilletes debieron costar por lo menos ciento cincuenta dólares cada uno –dijo su madre.

–Y con el terciopelo de esos vestidos se podría haber tapizado un sofá –murmuró Hayley.

El público rompió en un espontáneo aplauso cuando apareció la imagen de la señora Martínez con su vestido de novia.

–¡No hay un solo centímetro de su cuerpo que no lleve perlas o lentejuelas! –exclamó su madre–. Desde luego, quería llamar la atención. Recuerda eso, cariño.

–¿No te parece un poquito… excesivo? –preguntó Hayley. Ese vestido de novia era para alguien a quien le gustase llamar la atención. Alguien que no se parecía nada a ella–. Ponle unas plumas en la diadema y parecería una bailarina de Las Vegas.

–Calla –la regañó su madre–. Tú no tienes por qué elegir un vestido así. La idea es llevar un vestido de acuerdo con la magnitud de la boda.

Hayley intuyó futuras peleas con su madre sobre el tema de «la magnitud».

–Muy bien, pero yo no pienso llevar un vestido que me haga parecer una nube de algodón y no quiero que mis damas de honor parezcan sofás de un burdel victoriano.

–No, claro que no, cariño –asintió su madre.

Había sido demasiado fácil. Hayley se preguntó qué clase de boda tendría en mente para ella. Aunque no importaba porque cualquier discusión sobre su boda no era más que un cuento de hadas por el momento.

Pero, curiosamente, Hayley se encontró deseando que su madre y ella estuvieran planeando una boda de verdad. El público estaba nervioso y madres e hijas se daban la mano y cruzaban los dedos. A ella le habría gustado compartir ese sentimiento con su madre…

Pero en lugar de eso le dolían los pies y quería irse a casa.

Imágenes del banquete aparecieron en la pantalla. Lola le sonrió mientras cruzaba los dedos.

–¡… fabuloso banquete a bordo del Mississippi Princess donde ustedes y sus invitados viajarán por el río hasta el histórico Vicksburg!

Gritos, aplausos del público.

–¡Desde allí, los novios seguirán hasta Nueva Orleans y después disfrutarán de su luna de miel en Puerto Rico!

Gritos. Más aplausos.

–¡Un crucero! Oh, Hayley, los cruceros son tan románticos –su madre aplaudía más que nadie–. Sería la luna de miel perfecta para Sloane y para ti.

Un crucero en el mes de febrero sonaba estupendo. De hecho, una luna de miel en la que sirvieran cócteles exóticos sería genial. Estaba empezando a sufrir un ataque de autocompasión, pensó.

–Y ahora… por favor, un redoble de tambor… El batería de la orquesta obedeció.

Las modelos dejaron de girar la bola de plástico y la señora Martínez sacó un papelito.

–¡Y la ganadora del concurso anual «La boda del año», creado por la Asociación de diseñadores de vestidos de novia de Memphis, la persona que podrá celebrar la boda de sus sueños es… la señorita Hayley Parrish!

Qué raro, pensó Hayley, tenía que haber otra Hayley Parrish en el hotel.

Pero su madre lanzó un grito que la dejó momentáneamente sorda y la orquesta empezó a tocar una versión disco de la Marcha Nupcial.

–¡Hayley, qué maravillaaaaaaaa!

Atónita, se dio cuenta de que la Hayley Parrish que habían anunciado era ella misma. Había ganado. Con su madre empujándola, subió al escenario seguida de aplausos no muy entusiastas. Aún le dolían los oídos cuando, de repente, se vio cegada por los focos.

–¡Enhorabuena, Hayley! ¿Tu novio está contigo? –le preguntó el presentador.

–No –contestó ella, como hipnotizada por el mar de envidiosas novias que la miraban como si quisieran matarla.

–¿Ya habéis fijado una fecha?

–No.

El presentador se acercó a ella, con gesto confidencial.

–¿Crees que podrías convencerlo para que esperase hasta el día de San Valentín?

Hayley sonrió débilmente.

–Esperar no será un problema.

No, tenía problemas mucho más importantes. Al borde del escenario, su madre parecía como si hubiera visto las puertas del paraíso. Había lágrimas rodando por su rostro.

Y en ese momento, Hayley supo que tendría que dedicar los próximos once meses de su vida a encontrar a alguien con quien casarse el día de San Valentín.

Capítulo Uno

Dos meses antes del día de San Valentín

Hayley Parrish era una mujer que tenía una boda pendiente… una boda y sin novio.

Y había llegado la hora de contárselo a su madre.

Sí, después de pasar meses eliminando a todos los solteros de Servicios Industriales McLauren, donde trabajaba como redactora técnica, y a todos los que había conocido por Internet, Hayley había decidido tirar la toalla. O el anillo, o lo que fuese que tiraba una mujer cuando estaba claro que el destino había decidido que permaneciese soltera por el momento.

Lo había intentando, de verdad lo había intentado. Pero como había llegado el momento de empezar a organizar la boda y no podía poner más excusas, tendría que contarle a su madre que había roto con Sloane.

Sabía que habría lágrimas, gritos y escenas, pero ¿no era por eso por lo que había dejado una jarra de martini ya preparada en la nevera de su apartamento?

Cuanto antes le diese la noticia, antes podría emborracharse.

–Mamá, Sloane y yo nos hemos peleado.

Hayley y su madre estaban comiendo juntas, como hacían todos los sábados, sentadas frente a la mesa del comedor en la casa en la que había crecido.

–Ya me parecía a mí que estabas un poco rara estos días. Pero no te preocupes, todas las parejas se pelean, cariño –Lola abrió una revista de novias por una página que tenía ya marcada–. Es por el estrés de la boda.

–Sloane no está estresado.

–Claro que lo está –Lola se quitó las gafas de leer para mirar a su hija–. Debe sentirse muy frustrado estando al otro lado del mundo mientras tú te encargas de organizarlo todo. Deberías ser más comprensiva, hija.

Hayley se encontró odiando a una persona que no existía en realidad.

–Además, no puede volver para la boda, mamá. Y, en estas circunstancias, yo creo que…

–Tonterías –la interrumpió su madre–. Después de todo, es su boda. Seguro que si le explicas la situación podrá pedir unos días de vacaciones. Lleva fuera más de un año, debe tener montones de días de vacaciones guardados.

–Sí, pero es que su trabajo está en un momento crítico.

–Pero sabe lo de la boda desde hace meses.

–Por eso. Si Sloane no tiene tiempo para una boda, tampoco lo tendrá para el matrimonio –replicó Hayley. Eso había sonado bien–. Yo creo que casarme con él sería un error, mamá.

–Sólo necesita un poco de reeducación, Hayley –Lola siguió mirando la revista y luego le enseñó una fotografía–. ¿Qué te parece este vestido para las damas de honor? Es igual que el de esta otra revista… pero sin los lazos a la espalda. A mí me gustan los lazos y tus hermanas están delgadas, así que pueden llevarlos. Si hay algo más feo que un lazo que vaya dando saltos cada vez que das un paso no sé qué puede ser.

–Que te dejen plantada en la iglesia –contestó Hayley–. Sloane no va a aparecer.

–Oh, cariño –murmuró Lola, exasperada–. No creo que haya habido una sola novia que no pensara eso en algún momento –le dijo, señalando el catálogo de una tienda de ropa interior de la que Hayley tenía una tarjeta-regalo por doscientos cincuenta dólares–. Iremos de compras esta misma tarde. Y luego tú encárgate de que Sloane vuelva una semana antes de la boda. Un recordatorio de por qué va a casarse le vendrá bien.

–¡Madre!

Pero Lola levantó las cejas cómicamente. Algo que jamás habría hecho antes de que Hayley estuviera «prometida».

Que las relaciones con su madre empeorasen sería lo peor de todo aquello. Eso y que sus hermanas la envidiaban por primera vez en la vida… Pero se alegraban por ella y estaban deseando volver a Memphis para la boda. Su madre también estaba loca por esa reunión. Porras.

–¡Casi se me olvida! –Lola se levantó de un salto y volvió poco después con un montón de retales en la mano–. Terciopelo rosa y encaje crema. ¿A que es perfecto?

Hayley miró el rostro de su madre y se dio cuenta de que tendría que dar la noticia de su ruptura con Sloane en otra ocasión. Porque aquel día no tenía nada que hacer. Pero la semana siguiente Sloane Devereaux sería historia.

–Las bodas en el día de los enamorados son siempre en rojo y blanco, pero el terciopelo rosa… así, con esta tonalidad antigua, también quedará muy bien. Y es más primaveral –su madre puso la tela sobre la mesa–. ¿Qué te parece? ¿No te encanta?