Fiebre en la cabaña, parte 1: Escrito en piedra - Ane-Marie Kjeldberg - E-Book

Fiebre en la cabaña, parte 1: Escrito en piedra E-Book

Ane-Marie Kjeldberg

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2020
Beschreibung

"Luego, por supuesto, estaban los ojos de James Black. Nunca antes había reparado en su color. Eran verdes, como los trozos de cristal que una vez halló en el suelo de bosque, junto a una vieja fábrica de vidrio del siglo XVI, con su antiguo novio. Nunca podría olvidar aquel día en el bosque, aunque esos trozos de cristal habían desparecido hacía mucho tiempo. Fue especial. Una conexión con el pasado, aunque fue más que eso, fue una conexión con la vida. Algo que no podía explicar, pero que podía sentir mientras buscaba vidrio verde bajo las grandes hayas. Y ahora ese mismo color volvía a ella. Reluciente y brillante en un par de ojos masculinos que observaban su mano herida."El verano de 1968 es caluroso y húmedo. Hay algo en el aire: algo más que truenos y relámpagos. Sally y su marido Otis van a pasar el verano en una cabaña en el Mar del Norte. La carrera profesional de Sally como bailarina ha finalizado, y está preparada para tener hijos. Durante el verano, planea disfrutar del sol, pensar en el futuro e intentar seducir a su marido Otis, que es parte de una congregación religiosa. Pero cuando se hace daño en la playa y conoce al doctor del pueblo, James Black, sus planes cambiarán, y mucho.-

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Seitenzahl: 39

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Ane-Marie Kjeldberg

Fiebre en la cabaña, parte 1: Escrito en piedra

LUST

Fiebre en la cabaña, parte 1: Escrito en piedra

 

Translated by Raquel Luque Benítez

Copyright © 2017 Ane-Marie Kjeldberg, 2020 LUST, Copenhagen.

All rights reserved ISBN 9788726693508

 

1st ebook edition, 2020. Format: Epub 2.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

Fiebre en la cabaña, parte 1: Escrito en piedra

 

Verano de 1968

 

Sally se puso sus nuevas bragas blancas Vanity Fair y también su nuevo camisón de nailon en color turquesa. El camisón era tan ligero como una tela de araña, y le caía favorecedoramente sobre sus pequeños senos y estrechas caderas. Las mangas cortas y ondeantes camuflaban ligeramente sus fuertes hombros. Se miró al espejo. Parecía una bailarina, de eso no había duda. Después unas cuantas gotas de Blue Grass, de Elizabeth Arden, en lugares estratégicos. Otis le regaló el perfume en mayo, después de su último espectáculo.

Otis ya se había ido a la cama. Estaba leyendo Historia de un Alma, escrita por la monja católica Teresa de Lisieux. Sally se metió en la cama junto a él con un suspiro. Había llegado a la cabaña aquella misma noche y Sally estaba ansiosa por comenzar las vacaciones, que prometían ser el principio de un capítulo completamente nuevo en sus vidas. Otis la miró y sonrió. A continuación, retomó el libro y siguió leyendo. Ella deslizó su mano bajo la manta, encontró una abertura entre los botones de la camiseta del pijama y le acarició el suave torso. Otis colocó su libro sobre la mesilla de noche, se quitó las gafas y apagó la luz.

—Estoy muy cansado—. Dijo, besándole en la frente.

—Buenas noches, cariño—. Otis se dio la vuelta, y Sally pudo vislumbrar la silueta de su espalda contra la reluciente noche que se asomaba tras las cortinas blancas.

 

A la mañana siguiente, el aire era fresco y olía a tierra mojada. Grandes y transparentes huevas de pescado descansaban sobre la playa, rodeadas de grandes huellas en forma de V que la marea había dejado a su paso. Otis aún seguía dormido cuando Sally salió de la cabaña. En la distancia pudo ver algunos alegres caminantes que se acercaban, pero, aparte de ellos, la playa estaba desierta. Respiró hondo y, de repente, sus pies y todo su cuerpo sintieron ganas de bailar. Oh, las primeras lecciones en el bar. La alegría se extendió por todo su cuerpo. Primera posición, segunda, tercera. Y luego: plié, changement, grande battements. Había pasado mucho tiempo, pero todavía podía sentir la vida en cada fibra de su cuerpo, exactamente como cuando tenía seis años. No pudo evitar adoptar la cuarta posición. Fue solo un instante —y sin los brazos en Haute—, lo que le hizo perder el equilibrio y reírse silenciosamente.

Cuando volvió a mirar hacia abajo, lo vio. Uno más para la colección. Un pequeño sílex, pulido por el agua con una incrustación caliza. La incrustación tenía forma de J.

Se dio cuenta de que había alguien en la duna, junto al Sea Room. Se parecía al Doctor Black. Resultó que su médico era uno de sus vecinos durante las vacaciones. Reconoció su figura alta, y el cabello grueso y voluminoso que ni el peine ni la grasa podían controlar. Sally levantó la mano para saludarle, pero él no la vio. Estaba contemplando el mar de tonos azules y verdes.

 

—Mira lo que he encontrado, —dijo al regresar a la cabaña. Otis estaba leyendo el periódico con su pijama de rayas azul.

—Mm, —dijo, y la miró fugazmente.

—Es bonito. Tu colección se está ampliando bastante, ¿no?

—No sé. Tengo muchas con letras, algunas con números. Creo que las que tiene números son las más raras. O quizá simplemente no soy buena para detectarlas.

—Mm. He preparado té. —Otis señaló el agradable té naranja.

Sally había conseguido llevarlo a escondidas a la cabaña. Por otra parte, en cuanto a la tetera, había estado en la casa desde la época de los abuelos de Otis, al igual que la porcelana blanca con flores de color azul brillante.

—Gracias, Otis, —le contestó. Se acercó a él y le besó en la mejilla.

Él apartó la cara, solo unos pocos milímetros, pero ella lo notó. Buscó algunas rebanadas de pan y encontró queso y leche en la nevera. Tomó el periódico de la mesa y fingió leerlo.

Luego, lo volvió a dejar en la mesa.

—Otis, ¿qué ocurre?

Él la miró. Su rostro estaba tenso.

—Nada, —le contestó. —¿Por qué siempre piensas que ocurre algo?

—Me estás evitando, —le dijo en voz baja.