Fiebre en la cabaña, parte 2: Una fruta prohibida - Ane-Marie Kjeldberg - E-Book

Fiebre en la cabaña, parte 2: Una fruta prohibida E-Book

Ane-Marie Kjeldberg

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2020
Beschreibung

Es octubre, y los eventos del verano que ya ha desaparecido dejaron a Otis solo. Su matrimonio con Sally nunca había funcionado, y aunque iba en contra de sus creencias, estaba aliviado por su finalización. Además, por fin tenía el tiempo que necesitaba a solar para trabajar en el libro que llevaba intentando escribir desde hacía años. Todo el mundo ha vuelto a la ciudad, y la soledad en el Mar del Norte es el sitio perfecto para empezar su nueva vida. Sin embargo, cuando el escritor Frederik Gray le invita a almorzar, Otis accede a ello. Su extraña amistad empezará a desarrollarse y poco después, Otis empezará a sentir algo que nunca antes ha experimentado; algo que cambiará su mundo. "—Se acabó, —dijo. —No nos volveremos a ver. A partir de ahora, nos evitaremos.—Ok, —contestó Frederick. —Con una condición. Un abrazo de despedida.—Esto es de locos, —dijo Otis y negó con la cabeza.—Ven aquí, —dijo Frederick con voz profunda.Otis quería mostrarle su reticencia y luchó contra el abrazo. Frederick lo acercó a él y entonces Otis lo sintió: el olor de su piel.Comenzó a balancearse desde lo más profundo. Había algo en su pecho y en sus labios que quería quedarse, algo que quería acercarse, estar mucho más cerca. Se inclinó hacia el pecho de Frederick y fue lo más agradable que jamás había sentido. Estaba mareado y a punto de desmayarse."-

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Seitenzahl: 40

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Ane-Marie Kjeldberg

Fiebre en la cabaña, parte 2: Una fruta prohibida

LUST

Fiebre en la cabaña, parte 2: Una fruta prohibida

 

Translated by Raquel Luque Benítez

Copyright © 2017 Ane-Marie Kjeldberg, 2020 LUST, Copenhagen.

All rights reserved ISBN 9788726693553

 

1st ebook edition, 2020. Format: Epub 2.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

Fiebre en la cabaña, parte 2: Una fruta prohibida

 

Octubre de 1968

 

Otis cerró la compuerta de la estufa de leña que tenía en su despacho. El fuego crepitaba. Se le había concedido un permiso en la congregación para que pudiera escribir su libro sobre el poder de la oración, y ya había pasado cinco días solo en la cabina.

Sally se había mudado en cuanto se enteró de que estaba embarazada de James. Justo antes de que Otis se fuera al mar del Norte, la vio por casualidad junto al Teatro Real, y sintió algo al verla. Especialmente porque ya se notaba que estaba embarazada, aunque solo estaba de cuatro meses. Hablaron con educación y tranquilidad. Sally le contó que ella y James habían encontrado un apartamento en Fredericksburg. Otis la felicitó y ella le respondió con una hermosa sonrisa.

Se sintió aliviado de no ser él quien iba a tener el bebé. Fue ese sentimiento el que lo acompañó aquel día en el centro. Y el que lo envolvía en ese momento cuando pensaba en su matrimonio fallido con Sally. Aquellos días se sintió bien. Los pasó escribiendo, leyendo la Biblia y bibliografías de santos, orando y escribiendo de nuevo. De vez en cuando daba un paseo por la playa, pero nunca se encontraba con nadie, era una zona de vacaciones que estaba prácticamente desierta en esa época del año. Pero aquella noche volvió; esa inquietud que no era capaz de definir realmente pero que durante los últimos meses aparecía en ocasiones como un invitado inesperado.

Era una sensación de vacío, de no estar totalmente presente en sí mismo, pero era tan confusa y vaga que no encontraba las palabras correctas para definirla. Trató de pedir ayuda a Dios, pero no la halló. El malestar era cada vez mayor. Al final, se sumergió en el viento otoñal. El ambiente era más oscuro de lo que pensaba. Había luna nueva, el cielo estaba cubierto de nubes y solo fue capaz de ver las ventanas amarillas a su alrededor. Debía comprar una linterna. Caminó a ciegas hacia su casa. El viento le golpeó el rostro y aullaba entre los tejados como si todos los demonios hubieran salido a jugar.

Se detuvo en la esquina de la hilera de casas. Vagamente podía distinguir la cabaña vecina. Las luces estaban encendidas. Frederick Gray había regresado a Dinamarca. Extraño, pensó Otis. Debe de ser mucho más agradable para un autor escribir en Nueva York en esta época del año. Sonrió para sí mismo. Por supuesto, él mismo también estaba allí cuando podría haberse quedado en Copenhague. Al día siguiente, trabajó desde las ocho hasta las tres y media de la tarde. Después, se sentía melancólico y tuvo que salir. Eso normalmente lo ayudaba.

Aquel día, la luz sobre la playa era sombría, las olas eran grises y ásperas con sus puntas de espuma blanca, y se sentía peor. Vio una sombra a lo largo de la playa. Claramente era un hombre alto, de espalda recta, pequeñas caderas y amplios hombros. Hasta que no estuvo bastante cera, no se dio cuenta de que se trataba de su vecino, Frederick. Frederick le había visitado a menudo en el hospital y en la cabaña aquel verano, tras su aterrador desplome. Y también lo ayudó durante la noche en que Sally lo abandonó. Durante el verano, Frederick lucía bronceado y usaba ropa ligera, pero ahora estaba frente a un extraño, pálido y con ropa formal, y su cabello castaño parecía haber crecido. A Otis no le gustaba ese cabello tipo Beatles. El rostro de Frederick se suavizó con una sonrisa.

—Oh, ¿eres tú, Bay? No te reconocía con toda esa ropa.

—Igualmente, Gray, igualmente, —dijo Otis reparando en que sonaba demasiado afectuoso cuando su fachada de sacerdote se deslizaba y era reemplazada por una gran sonrisa.

Se aclaró la garganta e intentó simular un gesto adecuado.

—¿Qué haces aquí en esta época del año? —Preguntó Frederick.

Otis se lo explicó.

—Oh, entonces somos dos, —sonrió Frederick.

Otis asintió y no supo qué decir. Frederick escribía novelas policíacas realistas, y normalmente se traducían al noruego y al sueco. Otis sabía que una de ellas también se había traducido al inglés hacía poco. Él nunca había leído una novela policíaca.

—¿Te gustaría visitarme mañana por la tarde? —Preguntó Frederick Gray. —Podríamos cenar juntos.