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Una antología de Teodoro Baró con varios relatos de corte clásico. Usando las frutas y las flores como motivo principal en cada cuento, Baró reflexiona sobre algunos de los pecados capitales y sobre la bondad y la humildad que deberían impedir su existencia. Una antología de cuatro fábulas con moraleja final que igualan a los cuentos más clásicos.
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Seitenzahl: 34
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Teodoro Baró i Sureda
CUENTOS PARA NIÑOS
Saga
Flores y frutas
Copyright © 1895, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726686906
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Rafaelito tenía un humor muy negro porque su padre le había castigado. Verdad es que el castigo no es cosa agradable y que ponga la cara alegre, pero también lo es que los niños deben portarse bien para que los padres no se vean obligados á recurrir á tan duro trance, que siempre lo es para ellos castigar á sus hijos. Rafaelito daba motivo, cuando menos dos veces por semana, á que le aplicasen una corrección.
Figuraos que un día se le antojó coger á Minina, una gatita de pelo blanco con una mancha negra en el lomo y otra en la oreja derecha; y mientras la tenía en sus rodillas, le ató traidoramente á la cola un cordel del cual pendía una sartén inservible. Luego puso á Minina en el suelo y dió unas cuantas palmadas y patadas acompañadas de gritos que produjeron su efecto, pues la gatita escapó; y como la sartén rebotara por encima de los ladrillos con ruido estridente, Minina se asustó y echó á correr hacia la calle. A su vista y á los golpes de la sartén sobre el empedrado, los perros emprendieron su persecución dando desaforados ladridos, y en breves instantes corrieron todos los del pueblo detrás de la pobre gatita, que no sabiendo dónde hallar amparo, salió al campo y subióse á un árbol en busca de refugio. Precisamente aquel árbol era una higuera en la que estaba encaramado su propietario cogiendo higos. El buen hombre oyó el estrépito de la sartén al golpear el tronco; se espantó; y como el miedo no le permitiera ver qué era lo que por el árbol subía, más bien se dejó caer que se bajó, con riesgo de desnucarse. Dióle alas el pánico y comenzó á vocear diciendo que había encima de la higuera una espantosa fiera que tenía escamas de acero que sonaban como cadenas. Todas las puertas del pueblo se cerraron y los hombres se asomaron á las ventanas armados de escopetas, que cargaron con bala por si la fiera se presentaba; aumentando la creencia, de que se trataba de un animal monstruoso, los ladridos de los perros, que formaban círculo amenazador al rededor del árbol donde Minina se había refugiado.
Otra vez fuése Rafaelito á casa de Josefina, una mujer de muy mal genio, y deteniéndose al pie de la escalera para que la mujer, que estaba en la cocina, no pudiese verle, gritó fingiendo la voz:
— Señora Josefina...
—¿Quién es?
—Soy el aprendiz del droguero, y me ha dicho mi amo que cuando le paga usted aquella libra de azúcar que le tomó al fiado.
—Nada le debo—chilló Josefina.
—Ya me ha prevenido que contestaría eso; pero me ha ordenado le diga que si no le da los cuartos, mandará el alguacil.
— ¡Desvergonzado! ¡Con alguaciles á mí...!
No oyó Rafaelito el resto de las exclamaciones, porque echó á correr. Y Josefina, que estaba en muy malas relaciones con la mujer del droguero, porque un día ésta había dicho si aquélla era fea, fuése á la tienda hecha un basilisco y armóse la gorda entre el marido y la mujer y la vecina, con gran contentamiento de Rafaelito, que presenciaba la escena desde la calle, y con suma indignación del droguero, que no sabía de qué le hablaba la señora Josefina.