Habanísima - Leonardo Depestre Catony - E-Book

Habanísima E-Book

Leonardo Depestre Catony

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Beschreibung

En poco más de veinte artículos periodísticos, Leonardo Depestre se detienen en algunos de los elementos arquitectónicos, sociales, lingüísticos, musicales y humanos que dan color a la capital cubana y sus habitantes. La brevedad e independencia de los textos permiten abrir por cualquier capítulo y leer a retazos; por supuesto, si lo desea también puede hacerlo de principio a fin. Sin aburrir, "Habanísima" nos deja conocer mejor la ciudad, escudriñar en su pasado y en su presente. Es una invitación a recorrerla con la pupila entrenada para descubrir lo que muchas veces se nos escapa.

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Seitenzahl: 113

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Título original: Habanísima

Edición y corrección: Cecilia N. Valdés Ponciano

Edición para e-book: Claudia María Pérez Portas

Diseño: Enrique Mayol Amador

Diseño y composición para e-book: Alejandro Fermín Romero

Composición: Nydia Fernández Pérez

Primera edición: 2012

© Leonardo Depestre Catony, 2014

© Editorial José Martí, 2014

ISBN: 978-959-09-0644-2

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

Editorial JOSÉ MARTÍ

Publicaciones en Lenguas Extranjeras

Calzada No. 259 e/ J e I, Vedado

La Habana, Cuba

E-mail: direccion@ejm.cult.cu

http://www.cubaliteraria.cu/editorial/editora_marti/index.php

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

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LA HABANA COLONIAL, CIUDAD FORTIFICADA

Si algo tuvieran los cubanos de hoy que «agradecer» a los numerosos ataques de piratas padecidos por sus compatriotas desde mediados del sigloxvies su sistema de fortificaciones, que aún perdura, y constituye uno de los atributos más bellos de la ciudad capital.

Tres construcciones militares, de carácter defensivo, se erigieron a partir de la segunda mitad del sigloxvi,y fue tal la importancia de estas que hasta pasaron a integrar el escudo de San Cristóbal de La Habana. Por suerte, ahí las tenemos, como testimonio de la maestría de quienes fueron sus creadores.

Primero se levantó el Castillo de la Real Fuerza, cuya construcción, encargada a Bartolomé Sánchez, se inició en 1558 y finalizó casi dos décadas después. Se trató de una fortaleza segura, tan segura que devino residencia de los capitanes generales enviados desde España.

El pionero de los historiadores de La Habana, don José Martín Félix de Arrate, escribía hacia 1761 que la citada fortaleza «está circundada de un buen foso donde se ha labrado en estos tiempos una gran sala de armas; tiene el ángulo saliente que mira por un lado a la entrada del puerto, y por otro a la Plaza de Armas, un torreón con su campana con que se tocan las horas y la queda de noche».

La muy gráfica descripción se completa sumándole que en lo alto de su torre campanario, una figurita en bronce se ha convertido en uno de los símbolos de La Habana: la Giraldilla.

El desastre de la armada española —la supuestamenteinvencible,que entre los ingleses y las tempestades terminó en el fondo del mar— en 1588, acrecentó el interés por seguir adelante con las fortificaciones en la Cuba colonial.

El 2 de julio de 1587 había arribado a la Isla un nuevo gobernador, Juan de Texeda, y con él un ingeniero militar italiano proveniente de una familia renombrada: Juan Bautista Antonelli. Nadie podía entonces siquiera imaginar lo que representaría la presencia de este talentoso constructor para el devenir arquitectónico de la ciudad.

El experto revisó las locaciones propuestas, inspeccionó el estado de las defensas habaneras, se marchó y regresó cargado de lo indispensable para la ejecución de sus planes: herreros, carpinteros, albañiles, maestros de obra. En 1589 principiaron los trabajos en las fortalezas de San Salvador de La Punta y Los Tres Reyes Magos del Morro, situados uno frente al otro a la entrada de la bahía.

La atención prestada por la Corona a los proyectos del italiano exacerbó los celos de Texeda y de otros funcionarios de la metrópoli. El gobernador era partidario de priorizar la fortificación de La Punta, Antonelli lo era de hacerlo con El Morro.

En carta de finales de 1591, Antonelli argumentaba que «todas las fortificaciones que se hicieron en La Punta son de muy poco efecto estando El Morro abierto, mas si está fortificado con presidio y artillería podrá S.M. evitar muchos gastos que se ofrecen en socorros que se envían a España».

Antonelli sabía lo que se traía entre manos. Las obras marcharon lentamente y no fue hasta 1630 que se dieron por concluidas; de tal modo se completó el triángulo defensivo de La Habana. De esa fecha datan las primeras observaciones acerca de la cadena tendida entre una y otra fortaleza, y que cerraba el puerto en caso de agresiones foráneas.

Pero todo resultó inútil cuando en 1762 los ingleses decidieron tomar la ciudad, que ocuparon por un año. Luego de la retirada británica, los españoles estimaron que era necesario construir más fortificaciones y entonces erigieron los conocidos castillos de Atarés y El Príncipe.

El 6 de julio de 1763 tomó posesión del gobierno de Cuba, en nombre del rey de España, el teniente general Ambrosio de Funes y Villalpando, conde de Ricla. Entre sus prioridades y las de sus asesores estuvieron el fortalecimiento militar de la Isla y la modernización del sistema defensivo.

Para la erección del Castillo de Atarés se seleccionó la Loma de Soto, en la zona de extramuros, con una amplia visibilidad del litoral, además de guarnición y armamentos adecuados según la época. Las obras se encargaron al ingeniero Agustín Crame, que las inició en 1763 y quedaron concluidas cuatro años más tarde.

El Castillo de El Príncipe se levantó en la Loma de Aróstegui, y de sus planos se hizo cargo don Silvestre Abarca. La construcción se extendió entre 1767 y 1779, y su capacidad era tal que podía albergar una guarnición próxima a los 1 000 hombres.

Pero no vaya a pensar que las autoridades coloniales se dieron ya por seguras. En 1763 iniciaron las obras de San Carlos de la Cabaña, la mayor de las fortalezas españolas en la América de aquella época.

Vecina del Morro y enlazada con él, desde La Cabaña se tiene —probablemente usted, lector, ya lo ha comprobado en alguno de sus recorridos— una visión panorámica de la ciudad y de su puerto. La protección rocosa natural y el acceso al mar ofrecen a la plaza una grata sensación de inexpugnabilidad.

Al sistema defensivo de La Habana sumáronse otras tres edificaciones del tipo de los torreones. El de La Chorrera, en la boca del río Almendares, por el oeste, y el de Cojímar, en las afueras, por el este, constituyeron excelentes atalayas para otear el horizonte a la caza de intrusos. Estas construcciones son de mediados del sigloxvii.

Un tercer torreón, localizado en un área hoy muy urbanizada, es el de San Lázaro. Nunca fuegran cosaen materia de defensa, aunque sí era un magnífico punto de observación.

Y ahora detengámonos en las Murallas, concebidas para rodear la ciudad, y cuyos restos pueden palparse en la antigua calle Egido, a la altura de la Terminal de Ferrocarriles; en la intersección de esta misma calle con la de Teniente Rey; y en la Avenida de las Misiones, frente a la terraza norte del antiguo Palacio Presidencial, hoy Museo de la Revolución.

Las Murallas representaron un gasto enorme... e inútil, pues sus resultados prácticos como bastión de defensa fueron muy cuestionados. Las obras se emprendieron entre los años 1667 y 1674, y se prolongaron hasta entrado el sigloxviii. Vetustas y sólidas, para el viajero de nuestro tiempo no pasan de ser un lugar más de interés desde el cual tomar una excelente fotografía.

Ahora ya sabe qué itinerario seguir cuando emprenda su recorrido por las fortalezas, castillos, torreones y murallas de La Habana colonial. ¡Que lo disfrute a plenitud es nuestro deseo!

LA HABANA DE 1900

En los años postreros del sigloxixhablaban ya los habaneros de la antigüedad de sus fortificaciones, porque La Fuerza, El Morro, La Punta… eran huellas más que centenarias del talento constructivo de sus creadores.

También dentro del orden arquitectónico, contaba la ciudad con varias lujosas residencias de criollos y peninsulares acaudalados, pues no hay que olvidar que a través del puerto bullía un rico comercio marítimo y un tráfico incesante de gentes de nacionalidades diversas que hacían escala en su camino hacia el Nuevo Mundo.

Como gran ciudad, requería La Habana de establecimientos para la distracción. Abundaban los teatros. El Payret, de Prado y San José; el Albisu, en San Rafael entre Monserrate y Zulueta; y el Irijoa, en Dragones y Zulueta, nada envidiaban a los coliseos de otras capitales.

Y sobre el Tacón, de las esquinas de Prado y San Rafael, opinaba un viajero que «ir a La Habana sin visitar el teatro Tacón es como residir en Pisa y no conocer la Torre Inclinada».

En cuanto a hoteles, a la cabeza figuraban el Inglaterra, en cuya Acera del Louvre la juventud revolucionaria se nucleaba para saludarlo; el Trotcha, en la calle Calzada, que acogió a Sarah Bernhardt en enero de 1887 y el Pasaje, en el Paseo del Prado, todos de primer orden.

Viajar por ferrocarril no era ninguna novedad, pues Cuba tuvo ese servicio aún antes que España. Novedad sí fueron el automóvil, que apareció en el panorama citadino en diciembre de 1898, traído de París por el señor José Muñoz, y el triciclo —antecesor de la motocicleta— que irrumpió el 3 de septiembre de 1899, adquirido por el comerciante italiano H. Avignone.

De todos modos, el coche tirado por caballos continuaba siendo el dueño de las calles empedradas y la manera más elegante de llegar a cualquier sitio.

Los que gustaban de hacersport—así, en inglés, se recogía invariablemente en la prensa— podían montar una pintoresca bicicleta, tomarse una fotografía en la ejecución de una sencilla acrobacia y enviarla a un amigo como «recuerdo».

Si del cielo se trataba, solo era surcado por las aves, pues el aeroplano se inventó en el sigloxxy a Cuba no llegó hasta 1910. Así que, en el mejor de los casos, podía contemplarse un globo aerostático en el que viajaba de seguro algún intrépido navegante dispuesto a caer quién sabe dónde, ¡si en tierra, o en el mar!

Otros adelantos técnicos sí podían disfrutarse, como el fonógrafo, el servicio telefónico, con undirectorioen el cual toda familia aristocrática aspiraba a ver incluido su apellido, y el servicio de alumbrado público, que para 1890 se extendía a varios cientos de residencias que disponían de las conocidas lámparas de Edison.

Desde 1887, en bufetes y oficinas ocupabasumesa de trabajo la máquina de escribir, que pronto popularizaría a las escuelas de mecanografía, en tanto las amas de casa, o al menos algunas de ellas, conocían desde finales de la década del cincuenta los beneficios prácticos de la máquina de coser doméstica, que abría una posibilidad de empleo para la mujer.

En 1893 los capitalinos resolvieron, por un tiempo, un grave problema: el del agua, con la inauguración de las obras de los manantiales de Vento, en la margen izquierda del río Almendares. Se denominó Acueducto de Albear, en honor a don Francisco de Albear y Lara, habanero insigne y coronel de ingenieros, quien diseñó los planos y presentó el proyecto.

Aunque los amantes delbase-balltenían para su esparcimiento los terrenos del Almendares Park, en la hoy Avenida Salvador Allende, la llegada del cinematógrafo, el 23 de enero de 1897, diversificó las opciones de recreación.

La Habana y Cuba toda vivían desde el 1ro. de enero de 1899 el período de la intervención norteamericana, llegada para frustrar los afanes libertadores de los cubanos quehabíancombatido por la independencia a lo largo de décadas. El tratado suscrito en París entre Estados Unidos, el vencedor, y España, la derrotada en la llamada Guerra Hispano-Americana, dejaba fuera de la mesa de negociaciones toda representación cubana, en acto de deliberada injusticia.

En la capital podían aún percibirse las secuelas de muerte y miseria dejadas por la inhumana política de Reconcentración dictada por Valeriano Weyler, cuando pensó que con el exterminio de la población rural sometería el espíritu de la independencia.

Desarrollo científico como tal existía muy poco y esepocoestaba representado por individualidades como Felipe Poey, Carlos Juan Finlay, Álvaro Reynoso, Juan Guiteras Gener, Joaquín Albarrán y algunas personalidades más de la segunda mitad delxix.

Quienes enfermaban, recurrían por lo común a uno de los tónicos y patentes anunciados en los diarios y que con un poco de suerte podían aliviarlos y hasta sanarlos: el vino Nourry para la anemia, la solución Clin para el reumatismo, el jarabe Aubergier para la tos y el catarro. ¡Hasta 1899 no introdujo el alemán Hermann Dresser la aspirina con fines terapéuticos!

A las puertas del sigloxx, para La Habana, vista a más de cien años de distancia, no se vislumbraba ciertamente un mañana muy promisorio. Aun así, nuestros compatriotas de entonces se aprestaban a recibir el nuevo siglo con una sonrisa y la íntima esperanza de que cualquier tiempo futuro siempre habría de ser mejor.

DE PLAZA EN PLAZA Y ENTRE VECINOS

Quizá no fuera tal cual es el de hoy, aunque pienso que el habanero de tres o cuatro centurias atrás no debió ser del todo diferente al de nuestros tiempos. Menos aún cuando empezó a mezclarse, a convertirse en criollo, a pensar, sentir y ver las cosas como se expresan en la ribera caribeña del océano.



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