Hacia una espiritualidad liberadora - Juan José Tamayo - E-Book

Hacia una espiritualidad liberadora E-Book

Juan José Tamayo

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¿Hay lugar para la espiritualidad en la era de la revolución científico-técnica, la inteligencia artificial, el transhumanismo, la robótica, la crisis ecológica y el avance del neoliberalismo? En este ensayo, el teólogo Juan José Tamayo, consciente de que va a contracorriente, responde afirmativamente. La espiritualidad es una de las dimensiones fundamentales del ser humano, como lo son la corporalidad, la sociabilidad, la subjetividad y la intersubjetividad, la racionalidad, la imaginación y el carácter utópico. Implica cargar con la compleja realidad que nos toca vivir para desvelar todo tipo de desigualdades en aras de una transformación hacia una sociedad mejor. En la espiritualidad es donde se juegan la verdadera identidad del ser humano, su humanización o deshumanización, su carácter conformista o cuestionador. El autor propone un nuevo paradigma de espiritualidad: liberadora, integral, interidentitaria, pacifista, ecofeminista, antiimperialista, compartida con las personas no creyentes, solidaria con los colectivos más vulnerables y conforme al tiempo de interespiritualidades que estamos viviendo. Con la misma convicción de André Malraux, para Tamayo el siglo xxi será espiritual o no será.

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Seitenzahl: 168

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Juan José Tamayo

Hacia una espiritualidad liberadora

Herder

Diseño de la cubierta: Ferran Fernández

Edición digital: José Toribio Barba

© 2023, Juan José Tamayo

© 2024, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN EPUB: 978-84-254-5153-9

1.ª edición digital, 2024

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

herdereditorial.com

A Lola Josa, catedrática de la Universidad de Barcelona y maestra de Mística del Siglo de Oro español A Enric Subirà, rector emérito de la parroquia de Sant Medir, y al Grup de Drets Humans que anima

Índice

INTRODUCCIÓN

Tiempo de interespiritualidades

¿Hay lugar para la espiritualidad en la era de la tecnocracia?

I. LA ESPIRITUALIDAD: DIMENSIÓN FUNDAMENTAL DEL SER HUMANO

II. LA ESPIRITUALIDAD, DIMENSIÓN FUNDAMENTAL DEL CRISTIANISMO

1. Cambios en la espiritualidad cristiana

2. El seguimiento de Jesús y su praxis liberadora: guía de la espiritualidad cristiana

• Vida itinerante

• Ética a-familiar radical

• Liberación de las estructuras patriarcales

• Incompatibilidad entre Dios y el dinero

• Hospitalidad y comensalía

• Amor al prójimo, amor al enemigo

• Humildad y renuncia al propio estatus

• Obediencia a la autoridad de las víctimas

• Actitud crítica frente al poder

• Dimensión social y comunitaria del seguimiento de Jesús

• Orar y practicar la justicia

III. NUEVO PARADIGMA DE ESPIRITUALIDAD EN EL HORIZONTE DEL PLURIVERSO CULTURAL Y RELIGIOSO

1. Más allá de la cultura, la racionalidad, la ética y la religión únicas

2. La filosofía intercultural

3. Pluriverso antropológico, cultural, ético y religioso

4. Riqueza y problemas de la diversidad

5. ¿Constituye la diversidad religiosa una amenaza para la propia religión?

6. La interculturalidad, signo de los tiempos e imperativo ético

7. La espiritualidad en el diálogo de civilizaciones

8. Interidentidad

9. La interespiritualidad como alternativa

• Cruce de fronteras y surgimiento de nuevas espiritualidades

• La mística, lugar de encuentro de espiritualidades

10. Interliberación

11. Espiritualidad ecofeminista

• Espiritualidad ética y política

• La jerarquía contra la espiritualidad de género

• Espiritualidades feministas de la Sabiduría

• Espiritualidad ecofeminista holística

• En el camino de Míriam, María de Nazaret y María Magdalena

12. Espiritualidad antiimperialista

13. Espiritualidad vivida en el mundo de la marginación

IV. ESPIRITUALIDAD DE LAS PERSONAS NO CREYENTES: JOSÉ SARAMAGO

1. José Saramago: «Dios, el gran silencio del universo»

2. Ateísmo y «el factor Dios»

3. Sentido solidario de Saramago

4. Creyentes y no creyentes: juntos para sufrir el mal y combatirlo

V. FILOSOFÍA, MÍSTICA Y ATEÍSMO

1. Ciencia, filosofía y mística

2. De la filosofía a la mística: el ejemplo de María Zambrano

3. De la mística al ateísmo: ateísmo místico

CONCLUSIÓN. EL GENTIL Y LOS TRES SABIOS: UNA ESPIRITUALIDAD ABIERTA

Información adicional

Introducción

Tiempo de interespiritualidades

Esto no es un tratado de espiritualidad. ¿Cómo puede encerrarse la espiritualidad en un tratado? Sería como matar el espíritu y eliminar el dinamismo vital de los seres humanos. Ni siquiera es un libro de espiritualidad. Nada hay en él que se asemeje a aquellos libros espiritualistas de piedad que ponían en nuestras manos los «padres espirituales» de mi generación, incluso después del Concilio Vaticano II, para acallar nuestras preguntas incómodas, domesticar nuestra libertad, someter nuestra mente y nuestra conciencia a las personas que decían guiarlas cuando, en realidad, las manipulaban y nos impedían pensar, vivir y sentir con autonomía.

Todos los seres humanos tenemos derecho a la autodeterminación en el estilo de vida, en la intimidad y en la sexualidad. Sin embargo, creo que aquellas sesiones de dirección espiritual pueden calificarse de «abuso espiritual», ya que violaban la intimidad y la autodeterminación de las personas. «Del mismo modo que forzar la entrada en el cuerpo de otra persona es una violación, forzar la entrada en la vida interior de otra persona es una especie de violación del alma».1

Era todo lo contrario al lema ilustrado que Kant formulara hace dos siglos y medio en respuesta a la pregunta ¿qué es la Ilustración?: «la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad». A su vez, la minoría de edad significa «la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía del otro». La permanencia en dicho estado resulta culpable cuando su causa «no reside en la carencia del entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía del otro». Según esto, Kant resume el lema de la Ilustración en esta fórmula: «Sapere aude! Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento».2

Lo que pretendo con este libro es contribuir a liberar la espiritualidad del secuestro al que estuvo sometida durante siglos en los manuales de ascética, que partían de una concepción dualista de los seres humanos, rechazaban su corporeidad y el disfrute del cuerpo, convertían a las personas en seres angelicales, espíritus puros, que no hacían pie en la historia y, además, no alimentaban el espíritu ni tampoco la mente y el corazón. Era lo contrario al carácter unitario e integrador de todas las dimensiones del ser humano.

Desvinculo la espiritualidad de las religiones o, al menos, no la fundamento en ellas, ya que algunas religiones la han pervertido e instrumentalizado para fines espurios o la han eliminado de su horizonte. Así pues, lo que hago es una fundamentación antropológica, que constituye la base del desarrollo posterior.

Pero ¡cuidado!, la espiritualidad tampoco puede reducirse a —o deducirse mecánicamente de— las condiciones materiales de la existencia. Posee autonomía, ciertamente, pero es relativa, ya que se sustenta en las condiciones políticas, sociales, económicas, culturales y biológicas en que vive el ser humano, al tiempo que las ilumina y transforma.

A lo largo de estas páginas propongo y desarrollo la idea y la experiencia de espiritualidades en diálogo. Espiritualidades, en plural, como un hecho a constatar, un derecho a reconocer, un valor a promover y una riqueza a cultivar. Esto contrasta con la tendencia a uniformar y jerarquizar las espiritualidades desde planteamientos hegemónicos y, en el caso de Occidente en particular, desde la hegemonía de la espiritualidad cristiana.

Tal tendencia uniformadora y jerárquica lleva a juzgar las otras espiritualidades desde criterios cristianos, a minusvalorarlas e incluso a anatematizarlas. Peor aún, conduce a la «guerra de espiritualidades», que a menudo sirve de fundamento a las guerras de religiones y al choque de civilizaciones, tan frecuentes en la historia de la humanidad hasta tiempos muy recientes.

Es necesario desactivar el falso fundamento de la «guerra de espiritualidades», todavía hoy vigente en determinados entornos geopolíticos, culturales y religiosos, y poner las bases para pasar de la espiritualidad única al pluriverso espiritual, de la actitud anti a la interespiritualidad, del anatema al diálogo y del enfrentamiento al encuentro. Así será posible que un nuevo paradigma de espiritualidad se instale en un mundo global caracterizado por la pluriversidad.

Y todo ello no desde la neutralidad política, sino en el horizonte de la liberación de las personas más vulnerables, de las clases sociales explotadas, de las mujeres sometidas a múltiples discriminaciones por razones de género, etnia, cultura, religión, clase social —hasta llegar incluso al feminicidio—; liberación de los pueblos originarios, de las comunidades negras, de la naturaleza depredada por causa del modelo de desarrollo científico-técnico androcéntrico de la Modernidad; liberación de las culturas, sabidurías y espiritualidades despreciadas y negadas hasta llegar al epistemicidio, y de las identidades afectivo-sexuales no reconocidas. Es el planteamiento del nuevo paradigma de la interespiritualidad liberadora, feminista, ecológica y contrahegemónica que este libro pretende fundamentar.

Mi propuesta de espiritualidades en diálogo constituye una respuesta argumentada y una alternativa a los fundamentalismos y exclusivismos que pretenden imponer la uniformidad en todos los ámbitos de la existencia humana. Con ella deseo contribuir al nacimiento de un tiempo nuevo: el «tiempo de las interespiritualidades».

¿Hay lugar para la espiritualidad en la era de la tecnocracia?

En la era de la cibernética, de la comunicación informática, de la tecnología convertida en tecnocracia, de la revolución científica, de la inteligencia artificial, del transhumanismo, de la revolución ecológica, de la revolución informática, del Homo sapiens, del Homo oeconomicus, de la robótica, del poshumanismo, del Antropoceno, del capitaloceno, de la zoonosis ¿hay lugar para la espiritualidad? ¿Tiene sentido hablar de espiritualidad y apelar a ella como respuesta a la pandemia y a la pospandemia de la COVID-19, que ni los economistas ni los sociólogos más perspicaces fueron capaces de prever y que causó más diez millones de muertos y doscientos millones de personas contagiadas, amén de unas consecuencias psicológicas, sociales y económicas tan destructivas?

Soy consciente de que en amplios sectores de la sociedad las preguntas mismas resultan ya de por sí incómodas, provocan malestar e incluso indignación. Suponen la desviación de los verdaderos problemas de fondo que aquejan a la humanidad y se alejan de las respuestas que hemos de dar a los grandes interrogantes y desafíos que plantea la actual crisis civilizatoria, alimentaria, ecológica, energética, etc., y, en especial, el problema de las brechas de pobreza y desigualdad que, lejos de reducirse, se tornan cada vez más profundas y más extensas. Más aún, se cree que la respuesta «políticamente correcta» tendría que ser negativa: no, no hay lugar para la espiritualidad, ni tiene por qué haberlo, ya que constituye una desviación y un freno para el progreso de la humanidad en todos los terrenos.

Seguro que recordarán a James Carville, politólogo y consultor político de candidatos a cargos públicos en los Estados Unidos, cuando dijo: «¡La economía, estúpidos, la economía!». Afirmación que reducía al ser humano hasta la estrecha dimensión del mundo económico sin entrañas, que él representaba. ¡Qué empobrecimiento!

Hoy el aforismo de James Carville se reformularía así: «¡La tecnoeconomía, estúpidos, la tecnoeconomía! Fuera de ella no hay salvación». Es el grito de los tecnoeconomistas, para quienes la espiritualidad pertenece a un estilo de vida ya superado, a un paradigma de otras épocas, es contraria a la ciencia, suena a música celestial y, en todo caso, resulta una evasión y una huida de la realidad. Y lo será aún más en el futuro.

Tanto a Carville como a los tecnoeconomistas y a los transhumanistas habría que recordarles lo que afirmara Ludwig Wittgenstein:

Sentimos que aun cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han rozado en lo más mínimo. Por supuesto que entonces ya no queda pregunta alguna, y esta es la pregunta.3

De la misma opinión es Ernst Bloch,4 quien asevera que en una sociedad donde estuvieran resueltos los problemas sociales y se estableciera la justicia de manera generalizada, seguirían planteándose las preguntas fundamentales sobre el sentido y el sinsentido de la existencia humana y sobre la teleología de la historia.

Yo creo que es en la espiritualidad donde se juega la verdadera identidad del ser humano, su humanización o deshumanización, su carácter conformista o interrogativo ante los problemas fundamentales en torno al sentido y sinsentido del ser humano y del mundo, su carácter compasivo o inmisericorde en la crisis civilizatoria que vivimos y su actitud solidaria o insolidaria en los momentos dramáticos acontecidos durante la pandemia y la pospandemia, que han afectado a toda la humanidad, sobre todo a los sectores más vulnerables de la sociedad, dejando consecuencias negativas difíciles de reparar.

Diría más: la espiritualidad constituye una de las dimensiones fundamentales de las religiones. Sin embargo, estas la han sepultado con frecuencia bajo el peso de la institucionalización, el clericalismo, el dogmatismo, el patriarcado, la mercantilización de lo sagrado y los fundamentalismos, que suelen desembocar en violencia, e incluso del espiritualismo, que es una perversión de la espiritualidad.

No pocas de las críticas que se hacen a las religiones, tanto desde dentro como desde fuera de las mismas, inciden en su olvido de la espiritualidad. Y llevan razón. A menudo envueltas en luchas por el poder y en alianzas con los poderosos, han renunciado a la dimensión de profundidad, que es donde habita la espiritualidad. Recluidas en un discurso autorreferencial, no logran ver el espíritu que aletea en el mundo y que está presente en experiencias humanas de sentido radical. Refugiadas en la seguridad que les proporcionan sus doctrinas, mientras vivimos tiempos de intemperie cognitiva, no reparan en que su identidad no se encuentra en certezas pétreas, sino en la búsqueda de nuevas experiencias espirituales en sintonía con los nuevos climas culturales, inciertos e inseguros. Preocupadas por la felicidad de las almas en el más allá descuidan la salud integral aquí y ahora, elemento fundamental de la espiritualidad de la vida.

En mi opinión, solo si las religiones retornan a la espiritualidad, a una espiritualidad integral, recuperarán la credibilidad perdida y encontrarán su sentido y su razón de ser. De lo contrario, corren el riesgo de desaparecer y no podrán culpar a instancias externas de su fracaso e incluso de su posible muerte.

Pues bien, aun a sabiendas de que voy contra corriente y de que me muevo dentro de lo política y religiosamente incorrecto, mi postura es, emulando a André Malraux, que el siglo XXI será espiritual o no será. También coincido con el teólogo Karl Rahner:

El cristiano del futuro será místico o no será cristiano […]. El hombre espiritual del futuro o será místico, es decir, una persona que ha experimentado algo, o no será más. Porque la espiritualidad del futuro no será transmitida ya más a través de una convicción unánime, evidente y pública, o a través de un ambiente religioso generalizado, si esto no presupone una experiencia y un compromiso personal.5

Y añadía: «Sin la experiencia religiosa interior de Dios, ningún hombre [sic] puede permanecer siendo cristiano a la larga bajo la presión del actual ambiente secularizado». Estamos, sin duda, ante uno de los pensamientos teológicos más profundos y proféticos del cristianismo de los últimos cincuenta años.

Tristemente, la institución oficial de la Iglesia, y dentro de ella el magisterio eclesiástico, no prestó atención a muchas de las lúcidas propuestas de reforma eclesial que hizo Karl Rahner a lo largo de su extenso y riguroso magisterio teológico, de un profundo compromiso reformador, como tampoco hicieron caso los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI.

JosephRatzinger 6 se mostró siempre muy distante de su colega Karl Rahner desde que ambos fueron asesores del Concilio Vaticano II, como el propio Ratzinger declara en su obra Mi vida, en la que reconoce que ya entonces se encontraban en distintas galaxias. La distancia fue todavía mayor cuando Ratzinger fue nombrado por Juan Pablo II prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

*

Este libro está dividido en cinco capítulos. El primero se refiere a la espiritualidad como dimensión fundamental del ser humano, más allá de las creencias o increencias religiosas.

El segundo centra su atención en la espiritualidad como dimensión fundamental del cristianismo en el seguimiento de Jesús de Nazaret.

El tercero analiza el fenómeno de la diversidad religiosa y cultural como hecho, necesidad y riqueza de lo humano y de una experiencia religiosa a potenciar, y propone un nuevo paradigma de espiritualidad para el siglo XXI con las siguientes características: intercultural, interidentitaria, en diálogo de civilizaciones, interespiritual, interliberadora, en perspectiva feminista, en lucha contra el Imperio desde la lógica del reino de Dios y ubicada en el mundo de la exclusión.

El cuarto reflexiona sobre la espiritualidad de las personas no creyentes a partir de mis encuentros con José Saramago, y vincula la espiritualidad con la salud integral en el compromiso por aliviar los sufrimientos de los seres humanos.

El quinto analiza, brevemente, la relación entre filosofía y mística en autores como Henri Bergson y María Zambrano y la vinculación de la mística con el ateísmo, siguiendo el rastro de algunos místicos como el Maestro Eckhart, san Juan de la Cruz y Angelus Silesius y la lectura que de ellos hacen autores como Ernst Bloch, que desemboca en la propuesta, por paradójica que resulte, de un «ateísmo místico».

1 Doris Lydia Friederike Resinger, «El abuso espiritual. Definición, formas y condiciones que lo propician», Concilium. Revista Internacional de Teología 402, septiembre de 2023, p. 114.

2 Johann B. Erhard et al., ¿Qué es la Ilustración?, estudio preliminar de Agapito Maestre e introducción de A. Maestre y R. Rumagosa, Madrid, Tecnos, 21989, p. 17.

3 Cf. Ludwig Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, traducción, introducción y notas críticas de Jesús Padilla Gálvez, Madrid, Trotta, 22021.

4 Ernst Bloch, Derecho natural y dignidad humana, edición, estudio introductorio y notas de Francisco Serra, Madrid, Dykinson, 2011, pp. 460ss.

5 Citado en Johann Baptist Metz, Por una mística de ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad, Barcelona, Herder, 2013.

6 Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Mi vida. Autobiografía, Madrid, Encuentro, 2013.

I. La espiritualidad: dimensión fundamental del ser humano

Arthur Schopenhauer define al ser humano como «animal metafísico» y el filósofo francés André Comte-Sponville como «ser espiritual».1 La espiritualidad es «el aspecto más noble del ser humano, su función más elevada», afirma.2 Negarla es como amputar una parte de nuestra humanidad, como castrar el alma. Quien lo afirma no es una persona vinculada a alguna religión, sino un ateo confeso y convicto.3

Para Comte-Sponville, la espiritualidad es la vida en el espíritu. Pero ¿qué es el espíritu? Descartes lo define como una cosa pensante, es decir, una cosa que duda, que concibe, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que también imagina y siente. Comte-Sponville presenta el espíritu no como una sustancia, sino como una función, una potencia, un acto de pensar, de querer, de imaginar, incluso de bromear. Es la apertura del ser humano finito a la infinitud, del ser humano efímero a la eternidad, del ser humano relativo al absoluto.

La espiritualidad es su dimensión fundamental. Es tan inherente a él como su corporalidad, su sociabilidad, su praxicidad, su subjetividad, su racionalidad, su historicidad, su laboriosidad, su creatividad, su libertad, su afectividad, su emotividad, su projimidad, su eticidad y su carácter proyectivo y utópico. Pertenece, por tanto, a su sustrato más profundo.4 El ser humano no puede renunciar a ella, como tampoco a las otras dimensiones citadas. De lo contrario, caería en la reducción unidimensional, como ya afirmara Herbert Marcuse en El hombre unidimensional.5 Bien podríamos afirmar que la espiritualidad es patrimonio de la humanidad, de todos los seres humanos, sean o no personas religiosas.6

Ahora bien, no es independiente de otras dimensiones ni puede aislarse de ellas. Una espiritualidad desvinculada de la corporalidad desemboca en espiritualismo; desconectada de la razón, acaba en sentimentalismo; sin relación con la praxis termina siendo pasiva; desarraigada de la historia es evasión de la realidad; sin intersub­jetividad se torna impersonal; sin sociabilidad desemboca en solipsismo; sin horizonte utópico acaba en fatalismo; sin compasión por las víctimas se queda en actitud angelical; sin solidaridad con las personas sufrientes no pasa de ser puro asistencialismo; sin identificación con los sectores empobrecidos se torna arrogante y elitista; sin comunicación con las otras personas termina en individualismo; sin experiencia vital acaba en intelectualismo; sin amor, como afirma Pablo de Tarso, es como campana que suena o címbalo que retiñe (1Cor 13,1).

Pero la espiritualidad tampoco puede reducirse a —o deducirse mecánicamente de— las condiciones materiales de la existencia. Como mencioné con anterioridad, está dotada de autonomía, si bien es relativa, ya que se sustenta en las condiciones políticas, sociales, económicas, culturales, biológicas, ambientales, educativas, laborales, étnicas o psicológicas en las que vive el ser humano, al tiempo que las ilumina y modifica en pro de una concepción integral de este. Es necesario, por ello, evitar dos peligros: la total separación de la espiritualidad de las demás dimensiones del ser humano, que desembocaría en dualismo, y la identificación con dichas dimensiones, que conformaría un todo indiferenciado.

La relación entre las distintas dimensiones es dialéctica: todas ellas son codeterminantes y se codeterminan.7 Lo espiritual y lo material, lo individual y lo social, lo personal y lo estructural, lo trascendente y lo inmanente, lo humano y lo religioso, la contemplación y la acción, la fe y la justicia, el trabajo y la oración no se identifican, pero tampoco existen separadamente; entre todas ellas se da una «unidad diferenciada».8