Italo Calvino, una ardilla en Einaudi - Carlos Clavería Laguarda - E-Book

Italo Calvino, una ardilla en Einaudi E-Book

Carlos Clavería Laguarda

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Beschreibung

El infatigable Italo Calvino habría cumplido cien años el 15 de octubre de 2023 si el esfuerzo excesivo que conlleva ser, entre otras cosas, «diligente redactor editorial» no hubiera acabado con él. El presente volumen pretende ser una «semblanza demediada» del meticuloso editor y del perseverante amigo que fue; quiere reconstruir los primeros pasos del Calvino escritor, su afilada visión de la industria cultural y su forma de trabajar con las personas que le rodeaban, con especial atención a la relación con Cesare Pavese, quien le abrió las puertas de Einaudi, le puso el apodo de «ardilla» y marcó decisivamente, en vida y después de muerto, su forma de ejercer «el oficio más discreto del mundo»: el de editor.

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Seitenzahl: 110

Veröffentlichungsjahr: 2023

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E soprattutto Calvino si dedicò, con la saltuaria

collaborazione di Natalia Ginzburg, alla cura,

quasi da discepolo, dell’opera di Pavese.

 

L. MANGONI, I verbali… [2011:XLIV]

Premisa

 

 

 

 

 

Hay quien sostiene que Alejandro Magno murió de viejo a los treinta y tres años porque los que vivió los vivió con una intensidad que los multiplicaba por tres. Ernesto Ferrero afirma que Italo Calvino murió «agotado» (di fatica) poco antes de cumplir los sesenta y dos años porque el cerebro y el cuerpo del inventor de senderos de nidos de araña no resistieron los esfuerzos que les exigía el escritor. Mientras preparaba en la casa que tenía en Toscana la última de las seis conferencias que debía dictar en Harvard,1 Calvino sufrió un ictus.

No es difícil darle la razón a Ferrero si sabemos que las conquistas de Calvino son tan grandes, en tiempos y lugares, como las del guerrero macedonio. El escritor desbrozó caminos en tiempos de guerra, conquistó el pasado con tres antepasados inolvidables, inventó el futuro y creó cientos de ciudades invisibles hasta reunirlas en una sola (¡un imperio de ideas!), ideó la figura del guía universal, recogió en volúmenes memorables los cuentos y fábulas de todo un pueblo, viajó las noches de invierno por el mundo con diez novelas en una y ayudó a consolidar otro imperio duradero, y también universal, en el que se llevan editados miles y miles de libros. Además, todo lo hizo como era costumbre en él, con la agilidad y determinación de las ardillas, con la convicción de que ser una oveja negra es una condición vitalicia que merece ser defendida con todas las fuerzas a disposición. Y se ocupó de cientos de libros de otros, también, con todas sus fuerzas, y es sabido que ocuparse de los libros de los otros en una editorial es una empresa que agota el cuerpo y la mente tanto como conquistar Mongolia.

Las páginas que siguen pretenden ser un recorrido superficial por los primeros años de Calvino en la editorial Einaudi, aquellos en los que se mantuvo viva la presencia de Cesare Pavese y en los que aquel aprendió y enseñó a escribir libros y aprendió también a editarlos. Esta semblanza demediada está cuarteada en siete capítulos: uno recorre por encima las primeras veces que Calvino se acercó a Einaudi; el segundo, las relaciones con los primeros lectores y lecturas editoriales; el tercero copia detalles de la publicación de El sendero de los nidos de araña; el cuarto se centra en por qué no publicó la segunda novela (ni la tercera, ni la cuarta), el quinto habla de los días que se sintió huérfano tras la muerte de Pavese, el sexto recuerda los trabajos de Calvino para editar un libro póstumo de Pavese en 1951. El retrato acaba con un capítulo dedicado a la edición de los poemas de su amigo en 1962.

El trabajador infatigable habría cumplido cien años el 15 de octubre de 2023 si el esfuerzo excesivo que conlleva ser, entre otras cosas, «diligente redactor editorial» no hubiera acabado con él. Esta semblanza es un recuerdo al incansable y meticuloso editor y al amigo conspicuo que fue, y para hacerla se han recogido fragmentos de aquí y de allá con la intención de presentar no una biografía («¡qué sentido tiene hacer mal lo que ya está hecho bien!», soltó Pavese en uno de los primeros consejos editoriales a los que asistió Calvino), sino para recordar una forma de trabajar con las personas y de relacionarse con las editoriales que publican libros «de cultura», como le gustaba decir al editor.

I. «Me he presentado en lo de Einaudi. Quizá hayas oído hablar de él2»

 

 

 

 

 

Cesare Pavese fue el primero de los generales bajo cuyo mando estuvo Italo Calvino en el imperio Einaudi. Pavese llamó «ardilla» a Calvino en 1947 porque este era astuto y se subía a los árboles más para jugar que para esconderse como consecuencia del miedo. Desde lo alto, podía «observar la vida partisana como una fábula en los bosques, clamorosa, variopinta, “diferente”». Calvino no había perdido la astucia en 1949.3 La ardilla ágil, fresca, rampante y adoradora de lo vegetal sentía devoción por el antipático, misántropo y severísimo Pavese, pero sentía aún más devoción por la sinceridad y por la verdad, y no se echaba para atrás si tenía que decirle a un escritor (se llamase como se llamase) que el libro que proponía a la editorial no le había gustado o que era, en una palabra, impublicable.

Calvino fue, pues, un maestro en el arte editorial de comunicarse con los más vanidosos de todos, los autores. Compartía con su amigo una característica: decían lo que pensaban, y no les importaba hacerlo de forma insolente si así quedaba más claro. Pavese escribió a un colaborador en Roma en 1948: «La traducción de Barucca es infame. ¿De dónde has sacado a ese analfabeto?».4 Calvino escribió con tono semejante a alguien que le pidió un favor de carácter editorial en 1958: «Es también descortés pedir un nuevo favor cuando se pide perdón por una incorrección. Por eso me veo obligado a decirle que no tengo tiempo de leer otros de sus libros».5

Ah, y compartían otra convicción, tenían una forma parecida de entender la «ética del trabajo». Para ambos, la conciencia de que trabajar mucho y bien era motivo de orgullo y demostración de responsabilidad formaba parte del cometido moral que debe hacer feliz a quien lo da todo por la causa. Ferrero cataloga a Calvino entre los trabajadores infatigables, y cita una frase del escritor: «Mi moral forma parte de la ética del trabajo». Natalia Ginzburg, por su parte, consideraba a Pavese un trabajador incansable y modélico; como la ciudad en la que vivía, el editor turinés se obstinaba en demostrar «una laboriosidad febril y testaruda».6 Calvino recordó que Pavese trabajaba incluso las fiestas de guardar y el día de Navidad, y que admiraba semejante dedicación.

«Oveja negra» se llamó a sí mismo Calvino —que estudiaba en Turín Ciencias Agrarias en 1942— cuando decidió abandonar los estudios que seguía por tradición familiar y se matriculó en Lettere. La oveja negra es el hijo que le suele crecer a muchas familias en las que abundaban los científicos; es el heredero que, de repente, decide que le apetece pasearse por la ciudad con manuscritos literarios bajo el brazo.

La ardilla con forma de oveja negra y el editor malcarado formaron pareja, discordante, desde muy pronto. A pesar de las desavenencias literarias, siguieron siendo pareja complementaria mucho más tarde, incluso después de muertos. Una pareja conflictiva, sin duda, pero lo que había unido el divino Giulio Einaudi no lo podían desunir ni el éxito editorial ni el fracaso personal; mucho menos la crítica y los lectores futuros. El editor que los unió en 1946 pensaba en 1991 que seguían siendo un matrimonio discorde, obligado a convivir porque representaban, y representan, las dos mitades del mundo:

 

Pavese, y con mayor razón Calvino, están de moda por lo que supieron intuir hace cuarenta años: uno de manera trágica, el otro porque consiguió analizar la duda, la negatividad y la muerte y dejar testimonio en la escritura.7

 

Veamos cuáles son los pasos que transforman una oveja negra en una ardilla atada a la rueda imparable del trabajo editorial.

Estamos en 1942. Calvino estudia en Turín, pasea por la ciudad y conoce algo la editorial Einaudi porque hace poco que esta se dedica a publicar «autores jóvenes». Escribe lo que escriben todos los jóvenes: cartas, cuentos, teatro, y lo hace todo bien. No ha cumplido aún los veinte años, pero Calvino toma en mayo una «decisión histórica»:

 

He sacado del cajón en el que dormitaba el raído manuscrito de Pazzo io y me he presentado prontamente en lo de Einaudi. Habrás oído hablar, sin duda: es uno de los editores más aparentes hoy día, sobre todo en asuntos literarios. Publica, entre otras cosas, una «colección del avestruz» en la que aparecen novelas de autores jóvenes e inéditos.8

 

La línea de narrativa contemporánea a la que se refiere la inauguró Pavese, un «joven» de treinta y tres años en 1941, con Paesi tuoi. Durante casi dos quinquenios, Pavese condujo la colección con escondida mano de hierro, que golpeó incluso a Calvino. Giulio Einaudi recordó así el comienzo del interés de la joven editorial por la joven literatura: «De tu tierra [fue] la primera obra de narrativa contemporánea publicada por Einaudi, un riesgo total en un campo dominado por escritores consagrados».9 Calvino, pues, se presenta en la editorial, hace sala de espera (dice) durante una hora, que aprovecha para leer una revista, ver el tráfago de empleados, dactilógrafas que entran y salen. Tras la paciencia, alguien le pregunta «¿qué desea?». Calvino dice que quiere hablar con el señor X. Añade que no hace falta ser anunciado con nombre al señor X («total, no me conoce»). Lo encuentra, le entrega el manuscrito y se ve obligado a oír lo que muchos antes y muchos después hemos tenido que oír de boca de un editor: no publicamos cuentos, pero nos gustaría leer lo que ha escrito, ya le diremos algo. Calvino se toma la entrevista como muchos nos las hemos tomado: no pretende que le publiquen el libro, «pero un consejo, unas palabras son siempre mejor que nada». Ni en el epistolario publicado de Calvino, ni en el de Pavese, se aclara quién fue la persona que, con carácter de editor, recibió a aquel el 21 de mayo de 1942. Pavese trabajaba ya a tiempo completo en la editorial. Hay muchos editores más en la sede de Einaudi, pero pocos tan cerca de la joven literatura italiana como lo estaba el malcarado piamontés. Sí se sabe que Pavese estaba en Turín por esos días, que Leone Ginzburg no estaba para historias, que el «patrón» estaba de viaje. Pavese no es un escritor excesivamente conocido,10 pero como tenía ya a su cargo buena parte de la gestión de Einaudi era una puerta que había que atravesar y de la que esperar consejo.

Fuese como fuese, la respuesta que recibió el joven Calvino fue la que hemos recibido todos, desde 1942 hasta 2022. El 11 de junio de aquel año, apenas veinte días después de entregar el original (¡qué tiempos aquellos!), Calvino vuelve a escribir a Scalfari:

 

Respuesta de Giulio Einaudi editor a Italo Calvino atrapanubes. Muy Sr. Nuestro: Hemos examinado sus cuentos, pero lamentamos comunicarle que nuestra editorial acepta solo, por principio, libros unitarios. Le devolvemos el manuscrito y le saludamos atentamente…11

 

No es de extrañar. Eran los tiempos en los que los no fascistas suspiraban por cosas completamente orgánicas. Lo pusieron en práctica apenas el partido orgánico puso en funcionamiento un periódico orgánico y exigió militantes y colaboradores y editores orgánicos; fue una vez acabada la guerra. Calvino participó en la organicidad desde un principio: en la política hasta 1957, en la editorial casi hasta el final, pero no pretendo llegar tan lejos.

Un quinquenio fue todo lo que necesitó Calvino para pasar del «ya le diremos algo» al «el libro aparecerá de aquí a poco». Pero cinco años dan para mucho en tiempos de fascismo, guerra mundial, guerra de resistencia, cambio de régimen y reorganización editorial, más si uno se siente «testigo o actor de una época histórica y se siente tocado por una responsabilidad especial».12 Entre el otoño de 1943 y la primavera de 1945, la editorial turinesa trabajó poco o nada. El poco por culpa de la economía de guerra, el nada porque la guerra se convirtió en civil y total: «Todas las guerras son guerras civiles». Calvino y Pavese pasaron escondidos algunos meses, pero el primero decidió salir a la luz y participar activamente en la Resistencia para no sentirse un desertor. Tomó conciencia, colaboró con el PCI y se descubrió anarco-comunista; Pavese no participó en nada, sobrevivió, pero con sentimiento de culpa; viajó a Roma y allí intentó poner en marcha de nuevo la editorial, en suspenso desde 1943; no se hizo cargo del despacho de Turín hasta el verano de 1946. Cuando Pavese volvió a Turín, Calvino ya estaba allí. Entonces, la relación entre ambos se estrechó.

Calvino había conocido en persona a Einaudi en febrero de 1946. El editor le dijo que no había sitio en la redacción de la editorial para él, pero que como estaba muy contento con la «tarea propagandista» realizada por Calvino en Liguria, le proponía contratarlo para un trabajo semejante en Turín. Como muchos, el creador de barones rampantes también empezó a escalar el árbol editorial desde las ramas del departamento comercial, aunque se negase a llamarlo así. Calvino tenía conciencia de clase, también intelectual:

 

Habré de visitar las fábricas, las asociaciones, los despachos y oficinas e intentar colocar libros y publicaciones de la casa. No un viajante de comercio, sino una especie de propagandista cultural, un trabajo para el que se necesita un intelectual, no un comerciante.13

 

El escritor dijo que no era el trabajo ideal, pero que le podía servir para conocer gentes, lugares y ambientes. Cobraba un fijo y un porcentaje, como los vendedores —y como los escritores—. Escritor de día y vendedor a plazos por la tarde, o al contrario, Calvino compaginaba un trabajo de cuatro o cinco mil liras al mes (la edición en rústica de una novela de Enrico Pea costaba unas setenta y cinco a finales de 1945) con la publicación de artículos en el Politecnico,