La coleta del barón Münchhausen - Paul Watzlawick - E-Book

La coleta del barón Münchhausen E-Book

Paul Watzlawick

0,0

Beschreibung

Los distintos capítulos de este libro de Paul Watzlawick se ocupan de la realidad de "estilos de vida" que impiden que no sólo individuos sino también sistemas enteros de relaciones humanas puedan ver posibilidades alternativas. Con muchos ejemplos el autor muestra cómo mediante reestructuraciones constructivas se desvanecen imágenes anticuadas del mundo y surgen "realidades" nuevas.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 356

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



PAUL WATZLAWICK

LA COLETA DEL BARÓN DE MÜNCHHAUSEN

Psicoterapia y realidad

Herder

www.herdereditorial.com

Diseño de cubierta: A. Tierz

Maquetación electrónica: José Toribio Barba

Versión castellana de JOSÉ A. DE PRADO DIEZ y XOSÉ M. GARCÍA ÁLVAREZ, de la obra de PAUL WATZLAWICK. Münchhausens Zopf oder Psychotherapie und «Wirklichkeit», Verlag Hans Huber, Berna 1988.

© 1988, Paul Watzlawick, Palo Alto

© 1992, Editorial Herder, S.A.

© 2013, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3182-1

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Herder

www.herdereditorial.com

ÍNDICE

Prefacio

1. Esencia y formas de las relaciones humanas

2. El cambio de la imagen del hombre en la psiquiatría

3. Tratamiento de una depresión, cono y centrado en el problema

4. Métodos hipnoterapéuticos en la terapia familiar

5. Tratamientos breves de trastornos esquizofrénicos

6. Comunicación imaginaria

7. ¿Adaptación a la realidad o «realidad» adaptada? Constructivismo y psicoterapia

8. Estilos de vida y «realidad»

9. Management o construcción de realidades

10. La coleta de Münchhausen y la escalera de Wittgenstein

Epílogo: Una perspectiva hacia el futuro comunicativo

Bibliografía

Índice de fuentes

Índice de nombres

Índice analítico

PREFACIO

Esta miscelánea intenta ofrecer una panorámica sobre el desarrollo del modelo de pensamiento, que como miembro del Mental Research Institute (MRI) en Palo Alto (California) he conocido de cerca y expuesto en artículos y conferencias. Es un desarrollo que va unido inseparablemente al influjo de cuatro personalidades extraordinarias y determinantes en la orientación seguida.

A principios de los años cincuenta, el antropólogo y experto en comunicación Gregory Bateson había comenzado, en el marco de un encargo de investigación de gran envergadura, a sustituir la concepción de causalidad lineal (de causa a efecto), en la que se basa la psicoterapia clásica, por la perspectiva antropológica, circular. Dicho de otro modo: En lugar de preguntar «¿por qué?» (p. ej., «¿Por qué, es decir, en base a qué causas determinantes en el pasado individual este hombre se porta hoy día de esta forma irracional?»), Bateson preguntaba: «¿Qué efectos del efecto tienen influencia sobre sus propias causas?» o «¿Cómo tiene que estar formado el contexto actual, interpersonal, en el que el comportamiento en cuestión es adecuado, lleno de sentido e incluso la única reacción posible?» Con este modo de plantear el problema Bateson fue uno de los primeros que introdujeron en la psiquiatría la concepción teórica, y por consiguiente sistémica, de la comunicación. (El capítulo 5 de este libro aborda detalladamente esta temática.)

Cuanto más el grupo de Bateson se dedicaba, en el marco de sus investigaciones generales, a los efectos relativos al comportamiento (pragmáticos) de la comunicación e interacción humana, también a los fenómenos perturbados del comportamiento, tanto más crecía la necesidad de la colaboración de un especialista formado en este ámbito. Bateson lo encontró en la persona del psiquiatra y psicoanalista Don D. Jackson, ya entonces famoso internacionalmente. La elección difícilmente habría podido ser más afortunada. Para esa época Jackson ya se había apartado del análisis clásico de las causas en el pasado y había empezado a tratar sistemas de relaciones humanas (matrimonios y familias). Lo que tan especialmente le caracterizaba, era su extraordinaria capacidad para comprender en el aquí y ahora modelos de interacción que originaban y afianzaban los problemas y para influir a través de intervenciones terapéuticas atinadas y activas. De la época de su cooperación tiene su origen una serie de publicaciones que abren nuevos rumbos, sobre todo la primera formulación de la teoría del doble vínculo.

En el año 1959 Jackson fundaba el MRI. Originariamente fue un Departamento de la Palo Alto Medical Research Foundation y en 1963 se hizo autónomo. El encargo de investigación de Bateson terminó en 1962, y hasta ese momento ambas instituciones estuvieron en una estrecha cooperación; de aquí que con frecuencia fuese considerado por los profanos como un grupo con el nombre imaginario de «Palo Alto Group».

Las otras dos personalidades que influyeron mucho en nuestro pensamiento e investigación fueron el famoso hipnoterapeuta Milton H. Erickson y el biocibernético conocido internacionalmente, el profesor Heinz von Foerster. En las introducciones a los capítulos 4 y 7 se hace constar la importancia de sus contribuciones,

La evolución posterior se va describiendo brevemente en la nota en cursiva que se pone al principio de cada capítulo.

Mayo 1989

Paul Watzlawick

1ESENCIA Y FORMAS DE LAS RELACIONES HUMANAS

El capítulo primero se basa en los resultados de la colaboración del llamado «Palo Alto Group», descrita en el prólogo, y al mismo tiempo hace una reseña del desarrollo ulterior de los aspectos cibernéticos, teórico-sistémicos y pragmáticos de la comunicación humana y de sus problemas.

Cibernética, teoría general de sistemas y pragmática como base del estudio de las relaciones humanas

Supongamos que un inexperto en ajedrez observa en un país extranjero a dos personas que están realizando una actividad claramente simbólica: están moviendo figuras en un tablero. Puesto que no conoce el idioma del país, no les puede pedir una explicación de su comportamiento. En cambio, a través de una observación suficientemente larga de los diferentes comportamientos entre los dos jugadores (probablemente a lo largo de varias partidas), le es posible deducir todas las reglas del juego de ajedrez y reconocer el jaque mate como su meta. Lo conseguirá analizando el comportamiento de los jugadores en su regularidad y constatando de este modo que ciertas formas de comportamiento (jugadas) se producen frecuentemente para determinadas figuras y nunca para otras. Esto le hace suponer que los jugadores siguen determinadas reglas deducibles de la observación.

De esto tenemos que retener: el observador sacó sus conclusiones sin tener la posibilidad de preguntar directamente. Consiguió este resultado sin la necesidad de atribuir al mismo juego ningún sentido más profundo ni de explicar nada en el sentido habitual. El resultado de sus observaciones es más bien un conjunto de reglas sencillas (una «gramática» o un algoritmo, cálculo, código, programa o plan; Miller 1960), que es válido para las miríadas de las posibles variantes de comportamiento entre los jugadores. Y finalmente el observador consiguió esta deducción de las reglas del juego sin necesidad de ninguna comprensión de los motivos, intenciones, sentimientos o personalidades de los jugadores. El intento de una definición del punto de partida de este procedimiento se puede efectuar según tres puntos de vista que se complementan mutuamente:

1. En la medida en que a este respecto se estudia la totalidad de las posibles formas de comportamiento y en la medida en que se analiza la regularidad de la aparición o no aparición de estas formas, el método es cibernético. Lo fundamentalmente nuevo en la cibernética es precisamente el hecho de que no analiza las características de partículas elementales sueltas o de variables aisladas artificialmente, sino las interacciones entre estos componentes.

Así, por ejemplo, W. A. Ashby (1956, p. 11) en su discusión sobre transformaciones (o sea, cambios de estado) llama la atención sobre el hecho de que desde un punto de vista cibernético no importa ni definir en qué consisten «realmente» las transformaciones ni investigar los motivos del cambio aparecido; sólo es esencial el establecimiento de un conjunto de operadores y la descripción de sus cambios de estado. Por tanto, la transformación se refiere a loque sucede y no a porqué sucede.

2. En la medida en que el observador comprende a los dos jugadores y su comportamiento recíproco como totalidad, su procedimiento es sistémico. Dondequiera que totalidades se conviertan en objeto de análisis, se hace patente que éstas están sujetas a regularidades en cuanto a su estructura, a su éxito y a su eventual fracaso, las cuales son más complejas y cuantitativamente diferentes de lo que se podría deducir de la suma de las características de cada uno de sus componentes. El biólogo von Bertalanffy (1950, p. 134-165) basó su teoría general de sistemas en este hecho fundamental cuyo objetivo, como es sabido, es la investigación de isomorfias en el comportamiento de totalidades sea que estas últimas se compongan de átomos, moléculas, células, grupos de células, organismos, individuos, sociedades, culturas, etc.

3. El orden inmanente a todos los sistemas presupone, sin embargo, que en ellos todas las partes están relacionadas mutuamente, es decir, que comunican entre sí. En la medida en que el observador investiga el comportamiento comunicativo de los jugadores (sus jugadas), es decir, en la medida en que analiza el empleo de signos (las figuras de ajedrez) y la acción de éstos sobre los que los emplean (los jugadores), su comportamiento cae en el ámbito de la pragmática.

De las tres disciplinas que acabamos de mencionar, es sin duda la pragmática la más importante para la comprensión de las relaciones humanas. Morris la ha definido como aquella parte de la semiótica (de la teoría general de los signos e idiomas) que trata del uso de signos y de su acción sobre los que los emplean. Morris se apoya, entre otros, en Peirce (1934), Gallie (1966),)ames, (1907), Dewey (1950) y Mead (1968), mientras que por su parte, su obra influyó en el Círculo de Viena de los positivistas lógicos (Kraft 1968), entre los que hay que mencionar ante todo a Carnap (1934, 1942). También para Carnap la investigación de un idioma no consiste sólo en el estudio de su estructura formal (de su sintaxis), sino también de su relación con los objetos significados por ella (semántica) y con los individuos que la emplean (pragmática).

Por lo que se refiere a la interdependencia de estos tres ámbitos se ofrece, por su fácil retención, la formulación que hace George de la semiótica (1962), según la cual «es pertinente, desde muchos puntos de vista, decir que la sintaxis corresponde a la lógica matemática, la semántica a la filosofía y/o a la teoría de la ciencia y la pragmática a la psicología y, sin embargo, no se pueden separar claramente estos ámbitos unos de otros». Sobre el mismo tema Cherry (1967, p. 263) señala, en su libro sobre análisis de la comunicación que realmente merece la pena leer, que estos tres ámbitos parciales no están completamente separados unos de otros «sino que más bien se superponen, de la misma forma que se superponen, por ejemplo, la química, la geología y la física».

Ahora bien, sucede que la escasa literatura sobre la pragmática se ocupa casi exclusivamente de la relación entre el usuario de un signo (es decir, el emisor o el receptor) y el signo mismo. Sin embargo, no nos parece solamente permitido sino imprescindible el concebir la tríada emisor-signo-receptor como la unidad más pequeña de cualquier análisis pragmático y el tratarla como indivisible. No es la intención de este trabajo responder a la pregunta del buen obispo Berkeley si el árbol que se está cayendo en el bosque aislado causa un ruido aun cuando no hay nadie que lo oiga. Creemos que incluso desde el punto de vista de la investigación básica (por no hablar ya desde una perspectiva de la investigación práctica de la comunicación) es inútil analizar la relación entre emisor y signo sin tener también en cuenta al receptor y la reacción de éste, o la relación entre receptor y signo dejando de lado al emisor —de la misma forma que no merecería la pena estudiar el comportamiento (las jugadas) de un jugador de ajedrez sin hacer referencia a las jugadas de su compañero de juego. Ya Peirce (1934) llamó la atención sobre el hecho de que los signos no existen por así decir en el espacio vacío, sino que cada signo produce otro en el receptor como reacción y éste produce a su vez un tercero en el emisor originario, etc. De esta forma se ha dado un paso decisivo: Nuestra perspectiva se desplaza del individuo hacia la relaciónentre individuos como un fenómeno sui generis, y en el momento en que esto sucede entramos en conflicto con viejas concepciones tradicionales del hombre y de su comportamiento. (El lector notará que mencionamos una relación casi exclusivamente diádica. Esto hay que comprenderlo solamente como una simplificación de nuestras explicaciones y no significa que lo dicho no se pueda aplicar análogamente también a relaciones múltiples. Lo mismo se puede decir del hecho de que casi no mencionamos la comunicación no verbal. Si por ello se da ocasionalmente la impresión de que la pragmática sólo trata sobre las formas de comunicación verbal, hacemos constar explícitamente aquí que en todas las estructuras que se van a describir se pueden producir tanto tipos de comunicación verbal como no verbal. Mencionemos finalmente que nuestras explicaciones se basan principalmente en material angloamericano. Somos conscientes de esta unilateralidad por la que los autores y fuentes europeos no se tienen suficientemente en cuenta.)

Fundamentalmente existen dos contenidos bastante diferentes de la percepción humana: objetos y relaciones. Respecto a los objetos en el sentido más amplio, es decir, las cosas en el mundo exterior, es oportuno considerarlos tal vez como mónadas en el sentido de Leibniz y preguntar por las propiedades que los caracterizan. Si en ello se produjeran diversidades de opinión éstas podrían ser contrarrestadas a menudo gracias a investigaciones objetivas, aunque a veces éstas puedan ser sumamente difíciles. Y entonces es además oportuno decir que en esta diversidad de opiniones, una sería verdadera y la otra falsa. La tradición del pensamiento occidental descansa en este fundamento monádico; éste divide el mundo en sujeto y objeto, se refleja en la estructura de los idiomas indoeuropeos y es desde Aristóteles el esquema básico de la lógica clásica.

Completamente en oposición a los objetos, las relaciones humanas no son fenómenos que existen objetivamente, es decir, como cosas por sí mismas y sobre cuyas propiedades debería ser posible igualmente un consenso. Ante todo, en modo alguno es cierto que, en el caso de diversidades de opinión sobre la naturaleza de una relación humana, uno de los interlocutores tiene razón y el otro no o, para tocar de paso uno de nuestros temas fundamentales, uno es «normal» y el otro está «loco». Las relaciones, los contenidos de nuestra realidad pragmática interpersonal no son reales en el mismo sentido que los objetos; éstas tienen realidad más bien en la visión del interlocutor y esta misma realidad es sólo más o menos compartida por los otros en el caso más favorable. Si A esboza su visión de la relación con B con la apreciación: «Yo sé que tú no me puedes aguantar», a lo que B replica con la afirmación: «Tú siempre piensas lo peor de mí, como su definición de la relación, entonces, de acuerdo con la naturaleza de la comunicación humana, no existe ninguna posibilidad de resolver esta controversia recurriendo a pruebas objetivas. Los datos pragmáticos no se dejan determinar monádicamente. Sin embargo, si se intenta esto y si los fenómenos relacionales o bien se descuidan o bien se consideran como epifenómenos, es inevitable atribuir a la mónada propiedades hipotéticas que ésta no tiene en absoluto o que son indemostrables. Para nuestras consideraciones es de especial importancia que este problema pase a través de las concepciones del hombre y de su comportamiento, por incompatibles que puedan ser estas concepciones bajo cualquier otro punto de vista. Puesto que la psique no se puede estudiar objetivamente, la mónada humana se presta muy especialmente para la adjudicación de propiedades que no se pueden probar, y en las que con demasiada facilidad incoherencias puramente lógicas, lingüísticas y semánticas pueden hacer de las suyas. Este peligro ya se encuentra omnipresente en las ciencias exactas; basta pensar en la hipótesis aparentemente tan inocente y simple de la astronomía clásica de la simultaneidad de dos acontecimientos como punto de partida de deducciones fundamentales, pero sin valor teórico. Para nosotros profanos resulta cada vez más difícil entender que esta hipótesis deba ser científicamente inútil porque indemostrable. Ayer, simpatizante con el Círculo de Viena, en Language, Truth and Logic (s.a., p. 152) llama la atención sobre el hecho de que precisamente la definición de Einstein sobre la simultaneidad hacía evidente «lo necesario que es para los físicos experimentales disponer de análisis claros y definitivos de los conceptos empleados por ellos. Y esta necesidad es aún mayor en los sectores de la ciencia menos evolucionados. Así, p. ej., el fracaso hasta ahora de los psicólogos en la liberación de la metafísica y en la coordinación de sus investigaciones, es en primer lugar una consecuencia de su utilización de símbolos como “inteligencia” o “empatía” o “yo inconsciente”, que no están definidos con precisión. Especialmente las teorías de los psicoanalistas están llenas de elementos metafísicos que serían eliminados con un examen filosófico de sus símbolos».

Una vez que se atribuye a la mónada humana determinadas propiedades, es absolutamente razonable invocarlas como principios explicativos del comportamiento. En la perspectiva monádica, el comportamiento tiene un sentido porque detrás está una causa (p. ej., un instinto, una necesidad, un acto de voluntad, una represión, un rasgo del carácter). La naturaleza ilusoria de estos conceptos, que cuanto más rigurosamente uno los analiza, más confusos se vuelven, ha producido, especialmente en los últimos años, un creciente escepticismo. En cambio, la investigación sobre el comportamiento animal ha demostrado que en principio es posible sistematizar desenvolvimientos del comportamiento sin la ayuda de conceptos de este tipo, a saber, en una forma de observación que se basa exclusivamente en redundancias del comportamiento, que no «explica» nada en el sentido tradicional y que responde a la analogía del ajedrez mencionada al principio. Evidentemente, nuestro observador imaginario hubiera podido atribuir al juego en su totalidad, ya cada figura aislada en particular, un sentido muy determinado, «más profundo» o «simbólico», sin embargo, semejante interpretación mitológica o metafísica contribuiría tan poco a la comprensión del comportamiento de los jugadores como las interpretaciones astrológicas a la comprensión de la astronomía.

Con esto creemos haber perfilado una diferencia fundamental entre el modo de ver monádico y el pragmático. En una perspectiva monádica preguntamos por el motivo, el origen, la causa, es decir, ¿por qué?; en una perspectiva pragmática preguntamos qué sucede aquí y ahora.

Con lo dicho hasta aquí parece que hemos echado tierra sobre nuestro tejado y que nos hemos convertido en representantes de una concepción superficial y sin alma, que niega la dignidad y libertad del hombre y con ellos la realidad y la riqueza de su mundo interior. Por supuesto no se pretendía eso. Aquí se trata más bien de un modo de proceder que trata de no perder de vista las restricciones propias de la naturaleza. Exactamente como en la física también aquí todo depende del punto de vista del observador. En la experienciapropia el punto de vista monádico será siempre el único posible, seguirán siendo decisivas las predisposiciones, las experiencias más tempranas, los sentimientos, las convicciones, etc. En su esfera privada incluso el pragmático más radical estará convencido de su libre voluntad y por tanto de sus deberes éticos. Los filósofos cada vez más han llamado la atención sobre esto; así, por ejemplo, Sartre, para quien la única libertad que no tenemos es la de no ser libres. Para los fines de una investigación científica del comportamiento, sin embargo, todos los conceptos mencionados, a pesar de su respetabilidad, son inservibles, puesto que se sustraen a una investigación objetiva. De aquí que el investigador se debe conformar con un punto de vista totalmente diferente: Él tiene que investigar el comportamiento humano renunciando a todos aquellos criterios que su propia experiencia subjetiva le susurra permanentemente. Esta restricción nos ayuda no sólo a evitar las fatales consecuencias de la confusión de sujeto y objeto, de principios monádicos y pragmáticos, sino que nos ofrece —como se mostrará— perspectivas nuevas y fecundas como es el caso ya hace tiempo en todas las demás disciplinas, que han dado el paso de lo monádico al ámbito de la interacción entre mónadas. Ya Morris (1938, p. 77-137) observa que para la semiótica no es necesario negar «vivencias privadas» de desenvolvimientos semióticos, sin embargo, tiene que ser cuestionado por el punto de vista de la teoría del comportamiento «que tales vivencias sean de importancia fundamental o que el hecho de su existencia haga imposible o incluso sólo defectuoso el estudio objetivo de la semiótica (y, por consiguiente, de los signos, de los designata y de los interpretadores)».

Regularidad, o sea, patología de los sistemas de relación

El estado actual de nuestro conocimiento sobre la esencia de las relaciones es fragmentario. Por un lado, esto es comprensible ya que la falta de un lenguaje no orientado monádicamente dificulta sobremanera cualquier estudio sobre las relaciones e incluso la reflexión sobre los fenómenos de relación. Pero, por otro lado, si uno considera que la relacionalidad es uno de los aspectos más inmediatos de la existencia humana, entonces el grado de nuestra ignorancia es asombroso y prueba una vez más que lo más inmediato es de lo más difícil de comprender. En el marco de este informe no es posible abordar cuán poco nuestra comprensión de la realidad se basa en los «hechos», y hasta qué punto lo que llamamos «real» es el resultado o bien de las convenciones interpersonales encontradas por uno mismo, o bien de aquellas en las que nosotros, como pertenecientes a una determinada cultura, estrato de sociedad, familia, etc., somos literalmente introducidos al nacer. Real es, al fin y al cabo, lo que es denominado real por un número suficientemente grande de hombres. En este sentido extremo, la realidad es una convención interpersonal, precisamente como la utilización de un lenguaje se basa en una convención tácita, la mayoría de las veces totalmente inconsciente, de que determinados sonidos y signos tengan un determinado significado. La «realidad» de un billete de banco, p. ej., no consiste principalmente en que es un trozo de papel impreso en diferentes colores, sino en el acuerdo interpersonal de que este objeto represente un valor específico. Bateson (comunicación personal) refiere que los habitantes de una determinada región costera de Nueva Guinea para transacciones importantes se servían de pesadas piedras desbastadas como una piedra de molino (como dinero corriente usaban conchas). En una ocasión para el pago de una compra importante una de esas piedras fue trasportada de una aldea a otra a través de un ancho estuario. La barca zozobró en el rompiente y la piedra desapareció para siempre en el agua profunda. Dado que el accidente era de todos conocido, esta piedra fue utilizada aún posteriormente como medio de pago, aunque, por así decir, sólo existía en las mentes de todos los implicados.

Ya Epicteto hacía constar que no son las cosas por sí mismas las que nos preocupan sino las opiniones que tenemos de las cosas. La antropología moderna, desde Durkheim hasta nuestros días, ha proporcionado material contundente de hasta qué punto estas opiniones son de índole interpersonal.

A pesar de las dificultades ya mencionadas, es posible esbozar al menos los principios de una pragmática de la comunicación humana —por tanto, una teoría de las relaciones humanas— y documentar clínicamente los trastornos de lo interpersonal relacionados con ella. (Una exposición detallada del material que sigue a continuación se encuentra en Watzlawick [1964], del que fueron tomados algunos de los ejemplos aquí utilizados.)

Los rasgos fundamentales que se presentan en lo que sigue no pretenden ser completos ni ser la mejor formulación posible.

1. Mientras apenas puede haber dudas sobre el hecho de que el comportamiento en el presente es determinado por experiencias vividas en el pasado, la esencia de una relación humana —rigurosamente en el sentido de Wertheimer— es más que y de índole diferente a la suma de todas las actitudes, orientaciones, disposiciones, expectativas, etc., que los partners aportan a la relación a partir de su vida individual anterior. La esencia de una relación se manifiesta como un fenómeno complejo sui generis que tiene sus propias regularidades y sus propias patologías y cuyas propiedades no se pueden reconducir ni a uno ni a otro partner. Se proponen analogías de otras disciplinas: el agua es más que y algo diferente a la simple suma de las propiedades del hidrógeno y el oxígeno; los biólogos trabajan con el concepto de las cualidades emergentes; los economistas hace tiempo que han renunciado a comprender el comportamiento económico de grandes grupos de población a través de la adición o multiplicación del comportamiento de individuos aislados.

Está, pues, en la esencia de la naturaleza suprapersonal de los fenómenos de relación el que su estructura parezca sencilla para los observadores de fuera y sin embargo no resulte accesible a los propios partners, algo así como resulta imposible percibir el propio cuerpo como un todo, porque los ojos en cuanto órganos de esta misma percepción son parte integrante del cuerpo apercibir. Esto lleva inevitablemente a que, cuando aparecen conflictos de relación, la culpa de los mismos se achaca a la mala intención o a la locura del otro, pues «evidentemente» ésta no se encuentra en uno mismo y, puesto que no hay más que dos partners, parece que no puede existir una tercera posibilidad. Por más que desde esta perspectiva sea comprensible este punto de vista unilateral de los conflictos humanos en el caso de los partners mismos, éste se vuelve peligroso cuando se hace incluso sobre la base de explicaciones patológicas. Pero esto es inevitable mientras el comportamiento humano se considere desde una perspectiva monádica, y por eso hablamos de «pacientes». de «enfermedades mentales» y cosas por el estilo. Una de nuestras tesis consiste en que existen realmente relaciones perturbadas, pero no individuos perturbados, o dicho más exactamente, que los trastornos del comportamiento son una función de las relaciones humanas, pero no de psiques enfermas. (No es necesario que se ponga especial énfasis en que esta tesis se refiere sólo a los trastornos llamados funcionales y no a los trastornos condicionados orgánicamente.) He aquí dos ejemplos:

Cuando tanto A como B ven su realización esencial en el dar, su relación conducirá con gran probabilidad a un conflicto muy determinado. Ya que todo donante depende de un receptor, cuya existencia le convierte en donante, ambos tratarán de mover al otro a recibir y ambos verán una prueba de frialdad y de repulsa en el intento del otro por disputar el monopolio del dar. Esta forma de conflicto interpersonal se agudiza especialmente por el hecho de que en la perspectiva de cada uno no se pone claramente de manifiesto la «falta de cariño» del otro, sino que se camufla diabólicamente bajo la fachada intangible de afecto y altruismo. Sin embargo, en «realidad» ambos sienten cuán poco el otro le quiere.

Una relación que depende más o menos exclusivamente de la ayuda de A a B queda abierta por su propia naturaleza sólo a dos posibilidades de desarrollo. O los esfuerzos de A resultan inútiles, en cuyo caso la relación fracasará, porque A tarde o temprano se sentirá utilizado por B y desanimado abandonará la relación. En cambio si A tiene éxito y por consiguiente B finalmente ya no tiene necesidad de su ayuda, la relación queda privada de su fundamento y se desmorona.

De los dos ejemplos hay que retener: por lo que se refiere a la comprensión y, como se mostrará, a la influencia en tales trastornos de la relación, es secundario cómo, cuándo y por qué se han elaborado en el pasado estas actitudes básicas de los dos partners. Además debiera ser evidente que los conflictos descritos no se pueden reducir a uno o a otro de los partners. Como en química aquí se trata de la unión entre dos elementos; por sí solos o incluso en relación con partners de otro tipo no se producen los trastornos en cuestión. Por desgracia saldría de nuevo del marco de este informe mostrar a qué trastornos en el ámbito interpersonal tienen que conducir inevitablemente estructuras de relación básicamente parecidas, pero mucho más complejas.

2. En presencia de otra persona todo comportamiento —activo o pasivo, intencionado o no— tiene carácter comunicativo y es por tanto comunicación. Ya que no existe un no comportamiento, tampoco puede existir la no comunicación. Esta constatación aparentemente trivial tiene una importancia pragmática capital. No resulta difícil imaginarse situaciones interpersonales en las que sería altamente deseable que uno se pudiese abstener de cualquier participación en ellas. Sin embargo, incluso esta posibilidad, de acuerdo con la naturaleza de la comunicación humana, no se produce, lo cual lleva a soluciones de evitación muy determinadas que denominamos descalificaciones. Con este término se quieren señalar todas aquellas formas de comportamiento cuya finalidad consiste en privar de un significado claro las propias afirmaciones o las del otro, de manera que uno no puede ser comprometido, y por tanto ser hecho responsable, por el otro de un significado determinado. Hemos descrito en otro lugar (Watzlawick 1964; Watzlawick y otros 1969) estas maniobras (como contradicciones, incongruencias, cambios repentinos de tema, frases incompletas, falsas interpretaciones, frases idiomáticas no claras o idiosincráticas, concretizaciones de metáforas o, al revés, metaforizaciones de afirmaciones que se pretenden concretas, etc.). Muchos individuos diagnosticados como esquizofrénicos ofrecen un ejemplo extremo. Cuando observamos su comportamiento aquí y ahora, es decir, independientemente de las suposiciones etiológicas tradicionales, parece que estas personas tratan de no comunicar. Pero dado que el mismo chapurreo, mutismo, inmovilidad (silencio de postura) y prácticamente cualquier otra forma de evitación o negación de la misma comunicación es una comunicación, ellos se encuentran de este modo ante una regresión de negaciones prácticamente insoluble y teóricamente infinito. Y una vez más es inútil preguntarnos cuáles son los mecanismos psíquicos y las causas en su vida personal anterior que determinan a los interesados a este comportamiento; en una perspectiva pragmática lo esencial es que él se comporta así y que un comportamiento semejante debe conducir a este dilema específico.

3. Otra propiedad importante de la realidad interpersonal resulta del hecho de que toda comunicación tiene inevitablemente dos aspectos. En primer lugar toda comunicación (verbal o no verbal) proporciona una información determinada, que representa su contenido. Pero, además, tiene también un aspecto metacomunicativo, es decir, una comunicación sobre cómo el receptor debe interpretar esta comunicación. A veces este segundo aspecto se refuerza con una observación adicional, p. ej., «es una orden» o «evidentemente sólo lo decía en broma». Como muestran estos dos ejemplos, la metacomunicación define al mismo tiempo también la manera en que el emisor comprende su relación respecto al receptor; por esto, la denominamos el aspecto de relación. «Es una orden» significa evidentemente que el emisor ve al receptor en una relación subordinada respecto a él. Sólo en contados casos nos servimos de semejantes refuerzos explícitos; las mayoría de las veces es suficiente la definición de la relación contenida en cada comunicación. Así tenemos, p. ej., las dos expresiones: «Es importante embragar de forma suave y rápida» y «suelta sencillamente el embrague, es bueno para el mecanismo de cambio», tienen prácticamente el mismo contenido, sin embargo definen claramente relaciones bastante diferentes entre el monitor de auto escuela y el alumno.

Estos dos aspectos de la comunicación humana son, como se comprende, de una importancia trascendental para la esencia de las relaciones. Depende de las formas de relación y sus trastornos muy específicos y claramente definibles, si y en cuál de los dos niveles habrá acuerdo o desacuerdo. Para citar sólo una de las posibles variantes:

Supongamos que los partners están de acuerdo en el nivel de contenido pero no en el de relación. Esta relación será estable durante tanto tiempo como necesidades externas exijan este acuerdo en el nivel de contenido. Tan pronto como éste no es el caso, los dos no podrán hacer la vista gorda durante más tiempo a su conflicto de relación hasta ahora latente. Aquí encontramos a aquellos matrimonios que se rompen precisamente cuando han desaparecido las dificultades externas que hasta ese momento obligaban a los cónyuges a esfuerzos comunes. Lo mismo es válido para las coaliciones políticas o internacionales entre partidos o Estados con diferente orientación ideológica, como, p. ej., las de EE.UU. y la URSS hasta su victoria común en 1945. Finalmente, en este contexto se deberá aludir al papel, con frecuencia tan importante, que para el equilibrio de las familias desempeña un hijo cuyo problema (fracaso escolar, neurosis, psicosis, criminalidad juvenil) obliga a los padres a una acción común y cuyo matrimonio adquiere prestada una pseudoestabilidad que en realidad no tiene. En la práctica clínica se observa frecuentemente que a la mejoría en el comportamiento del hijo le sigue una crisis matrimonial de los padres, que parece forzar al hijo a volver a desempeñar su papel.

4. Aunque acabamos de establecer que toda comunicación tiene dos aspectos, el de relación es con mucho el más sobresaliente. El hecho experiencial de que en el contacto diario con las personas allegadas a nosotros intercambiamos mucha menos información que definiciones de relación (si se exceptúan, al menos en parte, aspectos puramente materiales, como, p. ej., conversaciones profesionales), suscita la pregunta de qué objetivo persigue este comportamiento comunicativo. Tanto la psicología evolutiva como los modernos experimentos con las restricciones de excitación sensorial (sensory deprivation) nos enseñan que las personas no podrían sobrevivir ni corporal ni psíquicamente la falta total de comunicación con otros. La afirmación del misterioso Kaspar Hauser1 según la cual se le había retenido solo en un aposento oscuro, tanto tiempo como podía recordar, es sencillamente inverosímil. En cambio, parece totalmente creíble aquella descripción de un temprano experimento psicolingüístico, aunque o tal vez precisamente porque va mucho más allá del fenómeno del marasmo y del hospitalismo, descrito por Spitz (1960): Según la crónica de fray Salimbene de Parma (1926), el Emperador Federico II quería establecer el lenguaje originario del hombre haciendo criar a varios niños desde su nacimiento por nodrizas que tenían la orden de cuidar a los niños en todos los aspectos, pero sin hablarles o sin hablar en su presencia. De este modo el Emperador esperaba descubrir si ellos comenzarían a hablar espontáneamente hebreo, griego o latín. Lastimosamente, el experimento no condujo a ningún resultado a pesar del excelente método de ensayo, «fue un esfuerzo inútil, pues todos los niños murieron». Según Frey (1965), ya Herodoto informa de un ensayo semejante en Egipto.

Según el estado actual de nuestro conocimiento no se puede responder todavía de una forma terminante por qué los hombres (y probablemente hasta un cierto grado todos los mamíferos), pase lo que pase, dependen de la comunicación. Que dependemos de ella, sin embargo, no se pone en cuestión. Si examinamos nuestro comportamiento comunicativo cotidiano, veremos que en éste, por lo que se refiere al nivel de relación, se trata de un proceso continuo de ofrecimiento, aceptación, rechazo, descalificación o reformulación de definiciones de relación. Nuestras propias investigaciones confirman los resultados de muchos otros investigadores (p. ej., Bateson 1960, p. 90-105; Johnson y otros 1956; Laing 1961; Laing & Esterson 1964; Laing y otros 1966; Lidz y otros 1958; Wynne Y otros 1958) según los cuales el reconocimiento de nuestras percepciones interpersonales, por tanto, la aceptación y confirmación de nuestras definiciones de relación a través de nuestros partners, es de una importancia fundamental para nuestra salud psíquica. Ser comprendido por otro significa que el otro comparte con nosotros nuestro propio punto de vista de la realidad interpersonal y que, por consiguiente, la ratifica. En las relaciones sanas y estables parece que las personas han encontrado un acuerdo implícito y profundo; en cambio, en las relaciones «enfermas», cargadas de conflicto, las personas se defienden desesperadamente de ser sometidos a la definición de los otros, con lo que para todos los interesados parece que el someterse está literalmente vinculado con la angustia de muerte. Las declaraciones que hacen los esquizofrénicos de estar «vacíos», o de ser «marionetas» o «robots», expresan esto en un lenguaje más que elocuente.

5. Las definiciones de relación, pues, como ya se ha mencionado, no son ni verdaderas ni falsas, sino que en el mejor de los casos son más o menos compartidas. Este «más o menos», sin embargo, tiene una importancia profunda. Típicamente sabemos mucho más de las características patológicas que de las características positivas de la comunicación humana en el ámbito metacomunicativo, «en el que la realidad es cosa de fe», por repetir una atinada formulación de Bateson (1951, cap. 8). Si a continuación tratamos de resumir en tres grupos las formas de comunicación patógenas descalificadoras del yo, esto no quiere decir que consideremos exhaustiva esta clasificación, ni que entre estas formas de comunicación y las «más normales» haya una diferencia cualitativa; como en otros lugares, también aquí existen sólo gradaciones y no fronteras nítidas.

a) Cuando A reacciona a una comunicación de B con una declaración que, por un lado, confirma la recepción de la comunicación hecha por A, pero, por otro, descalifica no sólo su contenido sino también su aspecto de relación, hablamos de una tangencialización en el sentido de Ruesch (1957). En uno de sus ejemplos, un hijo muestra orgulloso a su madre un gusano que acaba de encontrar. La madre le mira y le dice con voz fría, de rechazo: «Lávate enseguida las manos.» De este modo, al fijarse en las manos sucias de su hijo deja, por así decir, en suspenso, la comunicación de éste e introduce, de su parte, un rumbo distinto de comunicación no relacionado con el del hijo. Ruesch observa a este respecto: Si la madre hubiese dicho: «Realmente es un gusano hermoso», y luego intercalada una pausa, habría podido introducir la nueva comunicación: «y ahora ve a lavarte las manos.»

Un grupo de investigadores argentinos encabezado por Sluzki (1966) describieron una serie de estructuras semejantes de comunicación, denominadas transacciones descalificadoras. Su denominador común consiste en que la comunicación de un partner es desvalorizada por una declaración del otro cuyo aspecto de relación es ambiguo o no resulta claro y que está en contradicción con el contenido de la declaración del otro o con la situación en que tiene lugar este curso de comunicación. Estas descalificaciones pueden producir risa o cólera y más probablemente perplejidad, ya que para el A está poco claro si B está de acuerdo con el contenido de su comunicación, lo rechaza, se siente ofendido por ella, se burla de ella o ya la conocía. En uno de los ejemplos el hijo se queja: «Tú me tratas como un niño», y la madre responde: «Pero tú eres mi niño.» Una respuesta semejante puede producir en el caso dado un efecto francamente paralizante; se trata prácticamente de una forma de la «técnica de la confusión» en hipnosis descrita por Erickson (1964, p. 183-207). Para superar el efecto de esta descalificación y para reconducir la conversación en cierto modo al sólido fundamento de la lógica, el hijo debería efectuar una interpretación metacomunicativa, no fácil de hacer, y remitir al hecho de que él usaba «niño» en el sentido de «inmaduro», mientras que su madre lo usaba en el sentido de «hijo». Pero especialmente cuando el hijo es un así llamado paciente, podría resultarle bastante difícil esta rectificación, mientras que para la madre sería fácil interpretar, e ignorar cariñosamente, este intento como una prueba más de su enajenación mental. Un ejemplo de este tipo tomado de una de nuestras investigaciones es el de una madre cuyo hijo psicótico comenzó un día a disparar dentro de la casa en todas direcciones. A la pregunta de qué había hecho en esta situación peligrosa, respondió ella: «Le dije por enésima vez que no debe jugar en la habitación.»

b) En el segundo grupo, las mistificaciones, se produce la contradicción no entre la comunicación y la respuesta, sino entre la comunicación y el contexto en el que tiene lugar el curso de la comunicación. En la forma más abstracta una mistificación dice: «Lo que tú ves (o piensas, oyes, sientes) es falso. Yo te digo lo que es verdadero (o sea, lo que tú debes ver, oír o sentir).» En las personas que han aprendido a confiar en sus propias percepciones, esto tendrá un efecto insignificante. Pero en las relaciones de importancia vital (especialmente entre hijo y padres) o en situaciones extremas (como persecución política o lavado de cerebro) una mistificación coloca al receptor en una situación insostenible. Cuando, a saber, le resulta imposible o no le es permitido desmitificar la situación a través de una metacomunicación adecuada, él está prisionero en su dilema y finalmente la trampa puede hacerse totalmente inevitable por el hecho de que la mistificación se hace extensiva a su percepción de la mistificación misma. Como observa a este respecto el psiquiatra londinense Laing (1965, p. 343-363), quien introdujo este concepto en la psicopatología, «toda persona mistificada está confusa; pero esto no quiere decir que también tiene que sentirse confusa.

En sus investigaciones en la Clínica Mayo, Johnson y otros (1956, p. 143-148) encontraron prácticamente esta misma estructura de comunicación en las familias que observaron de pacientes esquizofrénicos: «Si, como sucedía con frecuencia, los hijos percibían la cólera o la hostilidad de uno de los padres, éste negaba inmediatamente su cólera y se empeñaba en que también el hijo la negase, de manera que el hijo se encontraba ante el dilema si debía creer a sus padres o a las percepciones de sus propios sentidos. Si él confiaba en sus sentidos mantenía su contacto seguro con la realidad; en cambio, si confiaba en sus padres se aseguraba con ello esta relación importante, pero falsificaba su percepción de la realidad.» En otras palabras, las comunicaciones de los padres colocaban al hijo en un callejón sin salida, por el hecho de que ellos creaban un dilema irresoluble entre el aspecto de contenido y el aspecto de relación de sus comunicaciones.

Un ejemplo de Laing ilustra cómo en un contexto de este tipo la mistificación intentada (aquí rechazada, sin embargo) por parte de la madre sólo deja a su hija esquizofrénica la elección entre la locura y la mala intención:

Madre: Yo no me siento ofendida contigo porque me hables así. Yo sé que tú no quieres decir eso realmente.

Hija: Pero es eso lo que quiero decir.

Madre: No, yo sé que tú no lo quieres decir así; sencillamente tú no puedes hacer otra cosa.

Hija: Pues claro que puedo.

Madre: No, yo sé que tú no puedes hacer otra cosa porque estás enferma. Si por un solo momento tuviera que aceptar que no estás enferma, estaría enojada contigo.

Una variación importante de este tema se produce cuando A define su relación con B en un primer momento de una determinada manera y, tan pronto como B acepta esta definición, A cambia de repente y acusa a B de locura o mala intención, porque B no ha visto siempre así la relación. Tan pronto como B se somete a esta segunda definición, A puede condenarle por no reconocer la definición de la relación originaria. El primero que describió procesos de este tipo fue Searles (1959, p. 1-18). Éste menciona seis variantes que pudo comprobar con mucha frecuencia en su trabajo sobre esquizofrénicos en su relación con sus padres y / o cónyuges y a veces también con sus psicoterapeutas. Así A puede tratar un mismo tema primero de forma graciosa y luego de forma muy seria y en consecuencia criticar a B por no tener humor o por no mostrar la seriedad necesaria. De manera semejante, A se puede comportar de manera sexualmente provocadora en una situación que excluye cualquier aproximación sexual y acusar al otro, según sea su reacción, de reprimido o de sinvergüenza.

c) Finalmente, hay una forma de comunicaciones que contiene en sí su propia contradicción. Se parecen fundamentalmente a las clásicas paradojas de la lógica. Parece que fue Wittgenstein (1956) el primero que llamó la atención sobre la importancia pragmática de las paradojas: «Las formas diversas y medio chistosas de la paradoja lógica son sólo interesantes en cuanto recuerdan a uno que una forma seria de la paradoja es necesaria para comprender adecuadamente su función. La cuestión es: ¿Qué papel puede desempeñar un error lógico semejante en un juego lingüístico?»