La mirada horizontal - Luisa Valenzuela - E-Book

La mirada horizontal E-Book

Luisa Valenzuela

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Beschreibung

La pasión de Luisa Valenzuela por la escritura y su obra literaria son reconocidas en el mundo entero, pero su ejercicio del periodismo no ha sido tan visitado. Este libro es una selección de sus mejores artículos desde 1966 hasta la actualidad, que descubren su insaciable curiosidad, eclecticismo y desorganizada sed de conocimiento.  Como una caja de Pandora, van surgiendo las entrevistas a Carlos Fuentes, Susan Sontag, Juan Filloy, Elena Poniatowska, Carlos Alonso, Guillermo Roux y otras más sorprendentes como el Nicolino Locche aviador o el Martín Karadagián de relato enigmático. Su pluma voladora se zambulle en el caldo de la cultura, donde se mezclan mujeres luchadoras como Juana Azurduy y las Madres de Plaza de Mayo, con los cafés de Bajo Belgrano y la ciudad de Nueva York. "Hacerse periodista en la acción", dice Luisa, y los viajes se objetivan en la punta de sus dedos que recorren la magia de Bahía, las selvas del Amazonas, el corazón de Londres, los cielos de Borobudur o las cremaciones en Bali. La mirada horizontal es la dimensión periodística que se nutre de su mirada vertical de escritora y constituye un material de conjunto inédito que seguro será recibido con mucho agrado por sus lectores y lectoras, estudiantes, docentes, investigadores y la crítica literaria.

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Contents

Prólogo. La dimensión periodística de Luisa Valenzuela

Introducción. Ser Periodista

Los Jouhandeau. Perro y gato de la literatura

Alonso y los juegos con el tiempo

Filloy del derecho y del revés

¿Groucho Marx en la Argentina? Sí, Martín Karadagián

Les Luthiers. El sonido del humor

Ricardo Molinari. El duro oficio de la sencillez

Antonio Seguí. Desmesuradas imágenes de la nostalgia

Guillermo Roux. El cajón de los milagros

Alberto Girri. Yo no existo

Encuentro con la mexicana Elena Poniatowska. Libros como espejos

¿Cómo anda, Nicolino? Aburrido, muy aburrido

Guillermo Maci. La secreta memoria del olvido

Susan Sontag. La amante de los amantes

Encuentro con Rushdie

En memoria de Julio Cortázar

Erica Jong y la temperatura del agua

Carlos Fuentes en México D. F. Ciudades de los grandes escritores

El día de las máscaras en el jardín

¡Que “pirtada” Carlitos!

Homenaje a las Madres de Plaza de Mayo

Viaje a Juana Azurduy

Nueva York, hoy

El inasible mal

Fidel/y/dades

El alma de los cafés

Mi Belgrano de ayer y hoy

Qué vemos en Hugo Chávez

Pachamama en pandemia

Palabras nuevas y Cristóbal Colón

La cultura del insulto o el insulto culto

Creatividad vs. violencia

Bahía. La magia cotidiana

Bolivia. Una magia americana

Swinging London y el otro Londres

Mujeres de la tierra colorada

Mercado Mapuche

Un mundo de totora

La casa a flote

Tres hombres de tres fronteras

La vida a filo de hacha

Isla Mujeres. El sueño del pirata propio

Caracas. Cara y ceca

Más de veinte puntos sobre Bogotá

El libro de Chichicastenango

La guardiana de los monstruos

Sabaleros a un paso

Domingo de Tepoztlán

El oficio de vivir con el agua a los tobillos

Indonesia. Ascenso a Borobudur

Bali. Cremación en el paraíso

Carnaval volvé y perdonanos

Landmarks

Cover

Valenzuela, Luisa

La mirada horizontal : textos periodísticos / Luisa Valenzuela ; compilación de Marianella Collette ; prólogo de Marianella Collette. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Marea, 2021.

Libro digital, EPUB - (Periodismo de colección)

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-8303-63-5

1. Periodismo Cultural. 2. Feminismo. 3. Crónica de Viajes. I. Collette, Marianella, comp. II. Collette, Marianella, prolog. III. Título.

CDD 070

Dirección de colección: Constanza Brunet

Edición: Víctor Sabanes

Corrección: Brenda Wainer

Diseño gráfico de tapa e interiores: Hugo Pérez

Imagen de tapa: Luisa Valenzuela en la redacción de La Nación.

Fotografía de Higinio González. Archivo personal de Luisa Valenzuela

© 2021 Luisa Valenzuela

© 2021 Marianella Collette, por la compilación y el prólogo

© 2021 Editorial Marea SRL

Pasaje Rivarola 115 – Ciudad de Buenos Aires – Argentina

Tel.: (5411) 4371-1511

[email protected]

www.editorialmarea.com.ar

ISBN 978-987-8303-63-5

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Depositado de acuerdo con la Ley 11.723. Todos los derechos reservados.

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin permiso escrito de la editorial.

Prólogo

La dimensión periodística de Luisa Valenzuela

Entrar a la casa de Luisa Valenzuela es como transportarse a un estado alterado de conciencia, ingresar a un vórtice donde lo temporal y lo espacial colapsan como en un sueño lúcido. Cada detalle en el interior de la vivienda contribuye para generar esta sensación onírica: los amplios ambientes de elevados y curvos cielo rasos que preservan reminiscencias de un antiguo establecimiento fabril; la multitud de máscaras rituales colgadas de la pared central del estudio que custodian con sus vacuas miradas los cientos de libros de una poblada biblioteca; los enormes ventanales que importan el bullicio urbano junto al eco silvestre del parloteo de los loros y el gruñido de los perros; y las vibrantes tonalidades de las paredes interiores que evocan esa contradictoria sensación de encontrarse en la casona de Frida Kahlo en pleno barrio porteño de Belgrano.

Inmersas en esta sensación cuasi onírica, nos sentamos a compartir un almuerzo con cuatro escritoras argentinas. Nuestra anfitriona, con esa cordialidad rioplatense que la caracteriza, compartió algunas experiencias vividas en su último viaje y la conversación se extendió sobre sus más recientes proyectos literarios. El fluir del intercambio de ideas se tornó inagotable, mientras la merma de luz natural se convirtió en el único recordatorio del paso del tiempo. Entrada ya la tarde las tres escritoras invitadas decidieron regresar a sus respectivas realidades. Como se trataba de mi última jornada en Buenos Aires, me quedé con Luisa y café de por medio nos trasladamos a su estudio. Me sentí privilegiada al ingresar en su territorio creativo, un espacio donde probablemente hayan madurado tantos de sus escritos. Me senté en un sillón mientras Luisa se acomodaba en la silla ubicada al otro lado de su mesa de trabajo. Nuestra conversación se deslizó hacia un tiempo pretérito, en el cual Luisa rememoró sus primeras incursiones en la actividad periodística. Me comentó cómo esa pasión había quedado plasmada a lo largo de su carrera de escritora, en innumerables artículos publicados en diversos diarios y revistas. Esta actividad le proporcionó en un comienzo la posibilidad de escribir sobre temas regionales y conocer el interior del país. Con el correr del tiempo, esta veta informativa se nutrió de la pasión literaria y antropológica que la llevó a viajar y conocer diversas culturas del mundo. Fue entonces cuando le pregunté si alguna vez había pensado en editar y publicar sus artículos periodísticos. Me respondió que no había tenido la oportunidad, pues sus nuevos proyectos literarios, conferencias internacionales y otros viajes particulares, se diputaban la mayoría de su tiempo. Me ofrecí entonces para compilar, transcribir y editar ese material para publicarlo. Luisa no proporcionó una respuesta verbal, pero con una destreza cuasi felina, dio un brinco hacia una de las repisas situada en la parte inferior de su biblioteca y comenzó a extraer docenas de recortes de diarios y revistas. Con otro movimiento similar, como si estuviera practicando una rutina de arte marcial, se deslizó ágilmente hacia un armario, ubicado en una de las esquinas de su estudio, abriendo compartimientos, portezuelas y cajones. Allí continuó extrayendo otra considerable cantidad de material periodístico. Entonces se sentó en una butaca situada en el centro de su estudio y como si estuviera distribuyendo cartas del Tarot, comenzó a apilar a su alrededor parvas de diarios y revistas. En aquel momento pensé para mis adentros que la crítica literaria, docentes y estudiantes de literatura, al igual que lectoras y lectores, recibirían con mucho agrado este material inédito publicado a lo largo de toda una vida.

De regreso a Toronto, la ciudad donde vivo, comenzó el trabajo de transcripción y edición de este vasto material periodístico. Al retirar los recortes de diarios y revistas de las bolsas y cajas en las cuales venían empacados, estos comenzaron a adquirir aceleradamente esa pátina amarillenta que solo otorga el paso del tiempo. De a momentos me sentía abrumada cuando estos escritos, de una era precibernética, se resquebrajaban al simple contacto de mis dedos. Tenía la extraña sensación de que, si no transcribía ese material con premura, terminaría desbaratándose y se perdería para siempre. Me sentí aliviada una vez concluida la transcripción y entonces continuó el trabajo de investigación, destinado a completar este material, previo paso por archivos de casas editoriales de diarios y revistas. Una vez concluida la tarea de compilación, tomé conciencia sobre el verdadero volumen de artículos publicados durante más de medio siglo. En ese momento, coincidimos con Luisa sobre la conveniencia de realizar una selección para facilitar el acceso a este material diverso e inédito.

Si bien la obra literaria de Luisa Valenzuela es internacionalmente reconocida, siendo una de las escritoras latinoamericanas más estudiadas a nivel universitario en Norteamérica, no existe trabajo de investigación sobre su dimensión periodística. Quizás se deba a que estos artículos fueron publicados en diversos diarios y revistas en forma esporádica, durante un prolongado período de tiempo. Este libro provee un valioso muestrario de ese material. Espero que las personas que se aproximen a este compendio disfruten de la irreverencia y sutileza que caracteriza el enfoque periodístico de Luisa Valenzuela.

Marianella Collette

Introducción

Ser periodista

Ha llegado el momento de abrir la caja, la gran caja donde están agolpados sin ton ni son una gran cantidad de mis artículos periodísticos. Marianella Collette ya ha pasado por esta experiencia y ha culminado su meticulosa investigación, más allá de la caja, en las muy diversas redacciones. Hoy tenemos su selección de artículos transcriptos y me toca a mí completar alguna fecha y/o procedencia. Levanto con resquemor la tapa de esta especie de caja de Pandora y es un vórtice, es el túnel del tiempo, y me dejo llevar no sin cierta euforia por los escenarios entremezclados y hechos de sorpresas. Entre los recortes entremezclados me topo con la página de un muy antiguo currículum que empieza así “A los 17 años LV no sabía qué carrera elegir por eso se hizo periodista, para meterse en todos los mundos sin comprometerse demasiado por ninguno”. El término hacerse es crucial, porque no habiendo en aquel entonces una carrera oficial hube de largarme de cabeza a la acción.

En la caja encuentro, dispersos, artículos o columnas o lo que fuere de 1957. Todo amarillento pero vivo, porque hoy me sorprenden las vueltas atractivas que les encontraba a temas tan disímiles como un largo artículo sobre la Comisión Nacional de Energía Atómica (revista Esto Es) o el rescate del barrio de San Telmo (diario Democracia, Rosario). Y me salta a la memoria la vieja pregunta despectiva: “¿Sos o te hacés?”, dándome a entender que además de hacerme periodista, quizá siempre lo fui gracias a mi insaciable curiosidad y mi ecléctica y desorganizada sed de conocimiento.

Al periodismo lo llevé conmigo cuando a los 20 años, recién casada con un francés, me radiqué en Francia y fui corresponsal del viejo diario El Mundo y esporádicamente del Suplemento Gráfico del diario La Nación, dirigido entonces por el gran escritor Augusto Mario Delfino. Fue en París que mis carreras (por llamarlas de alguna manera) periodística y literaria se cruzaron: vi nacer y me hice amiga del grupo Tel Quel, frecuenté las Éditions du Seuil y sobre todo Les Éditions de Minuit donde Jérôme Lindon agrupaba a la crema del nouveau roman. Y escribí en París mi primera novela y muchos de los cuentos de mi primer volumen.

Así se largó a rodar la rueda, y a mi regreso en 1962 Delfino me siguió encargando notas hasta que la dirección de ese mismo suplemento la asumió Ambrosio Vecino, quien me tomó como cronista de planta y fue mi verdadero y único maestro durante diez enriquecedores años.

El llamado Suplemento Gráfico no era el famoso Suplemento Cultural, no, era su pariente pobre. Pero mucho más vital. Encaraba todos los temas imaginables en textos comprimidos pero sustanciosos, ilustrado por fotos cuyos epígrafes añadían a la información.

Fue así como aprendí el valor de cada vocablo, el ceñirme a la esencia, el no dejar escapar los detalles sabrosos. Perfecta escuela para ejercitar aquello que mucho más tarde pasaría a adquirir categoría de género literario y hoy es el famoso microrrelato.

¿Y el ejercicio de la literatura, la escritura de cuentos y novelas, lo aprendí en esa redacción? Sí y no. Sí porque lo tuve a Vecino de jefe puntilloso, y era un hombre egresado del profesorado de letras, gran amante de la alta literatura, y nos exigía un rigor lingüístico digno de Borges. Y no, porque periodismo y literatura son agua y aceite, o al menos lo eran en tiempos más compartimentados.

Pude moverme de un plano al otro, intentando no mezclar la mirada horizontal de la periodista con la mirada vertical, en profundidad, de la escritora.

Y se fueron armando, año tras año y en muy diversos medios, las notas, reportajes y columnas, varias de las cuales aparecen en este libro. La punta de un verdadero iceberg.

En el Suplemento Gráfico hubo tiempos de “Imágenes del Interior Argentino” que resultaron únicos. Alternativamente, José María Cantilo o yo zarpábamos con algún fotógrafo del diario a recorrer tres provincias en tres semanas. Había que llegar hasta los confines y traer la información más sustanciosa. Lo transité con enorme entusiasmo y caradurez, exigiendo apoyo logístico de los diversos gobernadores para acceder con avioneta, helicóptero o lo que pudieran brindarnos a los puntos más remotos, tales como la entrañable Santa María a orillas del Pilcomayo, asentamiento mataco (era el término de entonces) aislado de la llamada civilización.

Las notas de viaje supieron ser mis favoritas. Un viejo sueño que se fue haciendo realidad cada vez más imperiosa; viajes y más viajes y a veces hasta me animaba con las fotos.

Los años en aquel icónico suplemento merecen un libro aparte. Éramos solo tres de planta pero tuvimos grandes colaboradores y sobre todo colaboradoras: las inolvidables Enriqueta Muñiz, Celia Zaragoza, Alba Picaso, Inés Malinow, Greta Dávila. Al punto que cuando Vecino cumplió 50 años le organizamos una “fiesta en el harem”. Fueron tiempos creativos y festivos que el jefe sabía disfrutar a pesar de su natural parquedad. El suplemento era entonces lo que se llamaba un “sábana sepia”, algo absolutamente fuera de época ya a en los sesenta. Luchamos denodadamente para que se convirtiera en revista. Cuando por fin lo logramos y la dirección del diario se negó a nombrarme subdirectora como pedía Vecino renuncié, acepté la invitación al extenso (en el tiempo) International Writing Program de Iowa y partí a la deriva de las colaboraciones. Y de la literatura, pero es la víaperiodística la que estoy siguiendo ahora. En vuelo raudo, porque se me agolpan las anécdotas.

Ahora por ejemplo estoy durmiendo plácidamente, por fin, mecida por las aguas del Titicaca. El vapor de pasajeros nos está llevando de Puno, Perú, a Bolivia en viaje de regreso. Con mi pareja de entonces, Adolfo García Videla (Miki) culminamos un agotador recorrido de notas por las altas cumbres peruanas hasta Pucallpa y de allí hasta el Trapecio Amazónico y vuelta a la montaña y ahora, fin de aventura. Solo nos queda en el tintero lo que fue una de las propuestas iniciales: reportaje al Comandante Cousteau que se suponía estaba en Lima cuando llegamos nosotros. Pero no, a cada paso nos eludió el bulto y bueno, teníamos tanto material con estupendas fotos de Miki y yo solo quería dormir. Pero al alba él me despertó y casi lo mato. Lo salvó Cousteau. Mejor dicho su mujer, su equipo y sus dos minisubmarinos individuales que estaban subiendo a nuestro barco. Le habían hecho dedo, como quien dice, en medio de esa inmensidad azul que es el lago Titicaca. Pude hablar con ellos el resto de la travesía.

El periodismo tiene sus momentos de serendipia, de golpes de fortuna, de triunfo de la candidez. Gracias a esta última me convertí por un tiempo en redactora estrella de la entonces muy popular revista Gente. Tiempos de Chiche Gelblung, que tendrá lo suyo pero tiene gran ojo periodístico. Cierto día me llamaron inesperadamente para proponerme una nota que en realidad sería una nota a mí haciendo una nota. En el auto que me llevaba a La Reja para supuestamente entrevistarlo al Toto Lorenzo me enteré de la trampa. El susodicho no quería saber nada de la revista Gente. Y ahí iba yo de señuelo y el tipo casi nos saca, por decirlo en fino y antiguo, con cajas destempladas. Hasta que me surgió la vital pregunta. “Yo solo quisiera saber” le dije, “qué es eso del offside. Sé que el alma está en orsay, ché bandoneón, pero ¿cómo es la cosa?”. Y el Toto se lanzó a explicarme, Gatti andaba peloteando por ahí, apareció el preparador físico que a la sazón era Jorge Castelli que se largó a contarme del libro que estaban escribiendo con el Toto y bla bla. Y yo volví con una primicia.

De ahí al tiempo me enviaron a Belo Horizonte a asistir al partido Boca-Cruzeiro que me proporcionó un regio cuento verídico, “El mundo es de los inocentes” y la vuelta olímpica en la Bombonera. Y me enviaron a San Remo y Viareggio a presenciar sendos matches de box épicos. Mi vida de periodista deportiva tuvo solo esos puntos culminantes pero en verdad sorprendentes si se tiene en cuenta que hasta esos memorables momentos había presenciado un único partido de fútbol y ni un match de box. “Vas como escritora”, me dijo el Chiche, gestor de las locas ideas. Fui como lo que soy: alguien abierta a las sorpresas y dispuesta a indagar.

La maravillosa década del ochenta, vivida en Nueva York, me deparó un nuevo oficio: profesora universitaria. De posgrado. En inglés (Columbia University). Se lo debo a la literatura. El periodismo se coló de refilón. Alguna nota larga en el New York Times Book Review, unas cuantas en Vogue USA y, más entrañable para mí, en The Village Voice. Tras mi necrológica por la tan sentida muerte de Julio Cortázar (Julio Cortazar’s Dream Book) me ofrecieron escribir lo que quisiera. Quise ir a Nicaragua. 1984, plena revolución sandinista, cosa que le habría gustado al querido Julio. Objetaron un poco pero por fin accedieron a condición de que trajera toda la información sobre la cultura local. Caminé miles de cuadras bajo el sol rajante de una Managua diezmada por el terremoto y la guerra, entrevisté a todo el mundo, fui en misión cultural al frente de batalla, y agotada y exultante volví a Nueva York con una valija llena de reportajes. ¿Qué hacer con eso? Cartas. Páginas y páginas de The Village Voice con las más dispares cartas en las que fui colando todas las entrevistas y reflexiones: a Sandino, al Papa, a Claribel Alegría, a Rubén Darío… hasta a la inventada Neuróticos Anónimos American Center enumerando los motivos para renunciar y permanecer en la tan estimulante Nicaragua sandinista.

El regreso a Buenos Aires a mediados de 1989 significó –al tiempo– la rápida escritura de la breve novela Realidad nacional desde la cama, hecha de hiperinflación y revueltas carapintadas, y el lento retorno al periodismo, que en algunos períodos se transformó en columnismo consuetudinario, valga la expresión. Algunas muestras del cual están en el presente libro. Lo que no está explicitado en parte alguna son los eventuales cruces de las dos vías, la horizontal del periodismo y la vertical de la literatura, cuando en algunas instancias lo aprendido en la una redunda en beneficio de la otra.

Y hubo mucho aprendido a lo largo de estos tantos tantísimos años.

Sin ir más lejos (pero resultó lejos en aquel entonces) fui la primera mujer nombrada “redactora” en La Nación. Eran tiempos cuando las mujeres solo llegaban al rango de “cronista” después de pasar años en calidad de “reportera”. Entre el magma de mis artículos encontré la carta oficial fechada el 20 de septiembre de 1963. En papel membrete de la dirección del diario me informan:

“Estimado señor (sic): De acuerdo con la Ley N° 12.908, Estatuto del Periodista, le comunicamos a usted que ha sido calificado (sic) como REDACTORA (artículo 53, inciso E)”. La firma Luis M. Biancardi, jefe de personal. Al tiempo me entregaron el vistoso carnet oficial de periodista, de cuero, con mi foto y mis datos, que abría puertas y servía hasta para un descuento del 50% en los vuelos de cabotaje de Aerolíneas Argentinas.

El carnet se perdió y Aerolíneas Argentinas no sueña con dar descuento alguno, pero la marca queda y sigo sintiéndome una periodista, no sé si oficial pero sí de alma. Por lo cual celebro este libro y agradezco a la radiante Marianella Collette, gestora y compiladora, y a Constanza Brunet, editora, por devolverme a este espacio que también es el mío.

Luisa Valenzuela

Luisa Valenzuela realizando una entrevista en 1974.

Foto: Archivo personal de Luisa Valenzuela.

Fotografía de Norberto Mosteirín.

Los Jouhandeau

Perro y gato de la literatura

Si la entrevista con Marcel y Élise Jouhandeau resulta tan ardua como encontrar su casa perdida en medio del Parque de Malmaison, entre los infinitos senderos que llevan al castillo, la cosa no va a ser fácil.

Y no lo es, al menos al principio: “Recuerdo de una visita que empezó muy movida para terminarse, gracias a los dioses, pacíficamente”, escribió Jouhandeau al despedirse como dedicatoria a su último libro La vida es una fiesta.1 Al llegar al chalet, extraña mezcla mal dosificada de casa de campo y museo de recuerdos y antigüedades, nos recibió nada cordialmente un perrazo de policía que tenía por mal nombre Hello y que no hacía pensar en lo más mínimo en esa otra perrita entrañable, Lorente, de la que Marcel Jouhandeau tanto ha hablado en sus libros.

Después de la espera apareció el escritor, respuesta fiel a la imagen que nos habíamos formado de él: vestido de terciopelo negro, con un gran ópalo en el índice, muy monacal y bastante ascético.

–Es tan lamentable… Élise no los quiere recibir. Está de mal humor, como de costumbre. Y pensar que hoy cumplo 79 años. ¿Se dan cuenta? Toda una vida y mi mujer ni se acuerda de saludarme.

La pelea también, claro está, venía prevista en el programa. Los Jouhandeau forman la pareja más duradera y peor avenida de las letras francesas; eso les confiere cierto pintoresquismo, y ellos lo saben.

Ya en el segundo piso de la casa, en el escritorio de Marcel, de pesados cortinados y maderas antiguas, esperamos que una artista terminara su retrato al pastel –que iría a engrosar la ya abundante colección que adornaba la casa– y la entrevista empezó a correr por sí sola como un río dócil y bien encauzado.

–El matrimonio es como un masaje. No deja que uno se duerma; lo mantiene constantemente en juego. Aunque todavía creo que seguimos solteros. Fueron Cocteau y Marie Laurencin que nos casaron casi a pesar de nosotros. Y ahora, hace unos años, Élise me sorprende con la cosa más inesperada del mundo: se ha puesto a escribir. Solo falta que yo empiece a bailar.

Se oye un grito desde abajo:

–Élise los va a recibir, qué suerte. Hay que ir en cuanto esté lista, no hacerla esperar. Yo me quedo acá, suban cuando terminen.

En el primer piso de la casa Élise Jouhandeau reina entre muebles chinos y una cama drapeada de brocado rosa. Sobre una mesa ha dispuesto sus libros, no tiene la pretensión de que su literatura se conozca. Allí están Joies et douleurs d’une belle excentrique, donde habla de su infancia y de Eric Satie; L’Altesse des hasards, que hace referencia a su vida con Charles Dullin; Le spleen empanaché, de la época con Cocteau, y el último, Le lien de ronces, desde su casamiento hasta 1934. Ahora está escribiendo la continuación. No puede dejar abandonados sus recuerdos de Gide, su amistad con Jean Paulhan. Y sobre todo no puede dejar de contestarle a su marido, que en todo momento hace referencia a ella –y no de la manera más generosa– en sus libros.

Pero lo que Élise no permite que se ignore ni un instante es la época en que se llamaba Caryathis y bailaba las danzas más modernas en el Vieux-Colombier. Eran danzas de carácter según su propia definición, que la llevaron a conocer todo ese mundo de las artes, a intimar con ese período brillante que ahora hace de ella la mujer museo, la apasionada memoria que todo lo ha registrado y conservado, hasta una enorme colección de fotografías que la biblioteca Dusset espera con avidez. Élise lo sabe, lo clasifica todo con amor, lo acaricia sabiendo que gracias a esos álbumes va a pasar a la posteridad junto con su época. Tiene una especie de juventud que no la traiciona a pesar de sus años, que se traduce en sus pantalones verdes y en su blusa de seda floreada y la mantiene alerta y dispuesta a seguir luchando.

Arriba, Marcel ha terminado con sus sesiones de pose y espera entre los ramos de flores que ha recibido para su cumpleaños:

–La muchacha dice que esto parece un cementerio. Y a mí me gusta así, me gusta sentirme un poco muerto, a veces. Un escritor debe probarlo todo, siempre que después tenga la valentía de volcarlo en su obra. Lo que más me interesa es el diario íntimo, y de mis 90 libros el que prefiero es Monsieur Godeau. Allí puse todo porque creía que no iba a escribir nunca más.

Por una vez el matrimonio Jouhandeau está de acuerdo. Élise también prefiere Monsieur Godeau, pero lo dice en secreto, encerrada en su boudoir. Mientras pasean por la casa mostrándonos los dibujos de Marie Laurencin tienen algo de perro y de gato, un poco sonrientes, eso sí, conscientes del papel tan literario que se les ha asignado en la vida.

Suplemento Gráfico, La Nación,

París, 4 de diciembre de 1966

1 Su título original en francés es Que la vie est une fête (París, Gallimard, 1966). Marcel Jouhandeau publicaría luego otras obras como Du our amour (1970) y Pages égarees (1980).

Alonso y los juegos con el tiempo

Una sonrisa de chico bueno y, colgadas en las paredes de la Art Gallery, toda la crueldad y la fuerza. Es la ambivalencia de Carlos Alonso –38 años–, como él mismo la define con su voz baja y cálida. Cualquier camino es válido para llegar hasta su pintura, pero eso lo pensamos después de haber esperado en el palier dudando cuál de las cuatro puertas correspondería a su estudio. Tocamos un timbre, al azar, y apareció Alonso. Hubiera contestado al llamado de cualquier otro timbre: las cuatro puertas son suyas como lo son las claves a su mundo de colores tan despiadados y voraces como sus temas.

–La mía es una búsqueda constante por encontrar nuevos caminos para la comunicación. Más que conciencia es esta una manera de orgullo porque ya la búsqueda está en pleno hallazgo, en esa segunda etapa que es la de mostrar.

También lo obsesiona “la esperanza del artista por conseguir una mejor relación con su medio”, e insiste:

–La no vigencia de la tela, del pincel, del color, me desespera. Intento por todos los medios encontrarles una nueva forma de actualidad. No desdeño en absoluto las modernas búsquedas plásticas, la integración de objetos. El trabajo de hombres como Julio Le Parc me parece sumamente valioso, pero en mí la pintura de caballete sin elementos ajenos a ella es una auténtica vocación.

Es un intento desesperado de correr a la par de los cambios en el mundo de la plástica y al mismo tiempo de mantenerse fiel a esa postura que ha elegido. Y en ese intento descubre algo nuevo para ver, para captar, para transmitir.

–Me remonto en el tiempo y pienso en Rembrandt: su pintura es tan latente que aún hoy sigue latiendo. Quiero encontrar algo para que la pintura siga viva, incorporar en ella una nueva dimensión. Hablar del movimiento es muy pretencioso: quizá deba hablarse de tiempo. Eso es: quiero que el tiempo se incorpore al cuadro.

Nació así la serie “Juegos de los niños”, donde chicos un poco feroces en blanco y negro se obstinan en sacudir un sonajero o tirar una muñeca que en su caída llena la tela de color. Hay en esas realizaciones gran alegría y también la desesperación de saber hasta qué punto es breve el lapso que se puede encerrar entre los cuatro lados de un bastidor.

Para romper un poco la solemnidad de la entrevista, Alonso acaricia la gata: “Se llama Gris, pero cuando tuvo gatitos nos vimos obligados a feminizarle el nombre y le pusimos Lila”. Se ríe. En su salón quiere dejar de hablar de su vastísima exposición actual y descansar de todos esos meses de trabajo agobiador. Por eso baja un gato metálico de una repisa y lo pone en el suelo para estudiar las reacciones de Lila; la gata de carne y hueso se le acerca, lo husmea, ronronea. Alonso exulta:

–Lo fabriqué yo, con piezas de máquinas agrícolas. Pero, ya ve usted, estos objetos tienen alma. El hierro es muy noble.

En un corralón de General Villegas o andando no más por las calles, Alonso hace acopio de todas esas piezas sueltas, inservibles, para las que él recrea una nueva vida al soldarlas formando pequeñas esculturas que pueden ser un búho de manija, un guerrero con su lanza o un robot hecho con el freno de un caballo. Es un nuevo y apasionante juego donde basta con no transgredir demasiado las leyes y no dejar que un realismo último se le escape a uno de las manos.

Hay que jugar para que la inspiración venga, y por eso dibujó los “monumentos”, que muy pronto irán a exponerse en Estocolmo, donde el humorismo tiende a la alegría mordaz y aparecen feroces personajes como el inventor del semáforo o la oreja de Van Gogh.

Y jugando, un día llegó a una gran tela el retrato de Lino Enea Spilimbergo, así, casi sin querer. El que había sido maestro de dibujo de Alonso en 1951 fue surgiendo pincelada tras pincelada, compuesto de medio cuerpo. Empezó así una serie de 15 cuadros en la que Alonso va destruyendo a Spilimbergo minuciosamente, cruelmente, como deber ser un parricidio.

–Sin embargo, sigo sin entender por qué muere en él la pintura 29 años antes que su cuerpo. Quiero explicarme con estos cuadros, por qué un hombre de semejante talento no logra redondear su pintura. Creo que lo que pasa es que él sufre mucho su relación con el medio; por eso abandona su modo de expresión –la pintura–, que no es una forma de gloria sino de comunicación que no debe decaer.

Y es impresionante escucharlo hablar de Spilimbergo así, en presente, como si el maestro no se hubiera muerto ya, como si él lo hubiera resucitado para emprender, una vez más, su destrucción entre antiguos cotines, cubriéndolo de vendas o poniéndole un nuevo vaso de vino en la mano.

–Hay seres que uno debe mantener siempre vivos, presentes, en su taller para poder crear –explica. Y agrega: –Usted me echa en cara la crueldad, pero, hay algo más que eso: es la dualidad que hay en todo ser humano. Claro que yo me crié en el campo mendocino, donde siempre veía matar pollos como si nada. En una de esas me familiaricé con la sangre.

Suplemento Gráfico, La Nación,

5 de noviembre de 1967

Filloy del derecho y del revés

Decir “Juan Filloy ama la literatura” resulta trivial y no colma en absoluto la medida de ese gran amor y de la devoción. Quizá habría que rotular, esta nota: “De la literatura como objeto”, ya que para Filloy las letras parecen ser un objeto precioso del que pueden surgir todos los maravillamientos y al que hay que tener todo el tiempo al alcance de la mano para jugar y divertirse, o para ser muy grave, sin perder el entusiasmo.

Poco se sabe de este nombre lleno de vitalidad que le da vuelta la espalda a la gloria, burlándose de ella, para poder escribir como lo hace desde 1930, sin preocuparse por hacerse conocer más que por sus amigos. Solo unos datos sueltos: Juan Filloy, 63 años, cordobés, ex magistrado. Y una gran sonrisa campechana:

–La misión del escritor es escribir, no publicar. Hasta ahora solo tiraba unos 500 ejemplares de mis libros, por mi cuenta, para poder regalarlos a quienes me interesaba. Es fantástico trabajar así: uno está libre de críticos y mojigatos. Eso da mayor libertad a la prosa, se puede escribir con toda naturalidad.

Naturalidad verdaderamente revolucionaria en nuestro país, en la década del treinta nada menos.

Bernardo Verbitsky consiguió solo ahora sacarlo a Filloy de su escondite literario, y logró su consentimiento para publicar Op Oloop, una novela que será pronto seguida de otras. Y Verbitsky hace referencia a un “mito Filloy” entre nuestros escritores, que se cubrían de misterio y de deleite al mencionarlo, pero pocos habían sido los elegidos que habían podido llegar hasta sus libros. Y menos aún hasta sus secretos, múltiples y cabalísticos.

Filloy se ríe siempre, con una risa franca, sólida, que lleva el cansino acento de provincia. Se ríe de las supersticiones, pero los títulos de todas sus obras tienen siete letras: Caterva, Balumba, He dicho, Lysiska y tanto más. Por otra parte, Filloy ha hecho editar sus anteriores libros con las letras metidas unas dentro de otras sin dejar blancos, quizá para que no se cuelen los malos espíritus. Además, están los palíndromos, esas frases capicúas que se leen igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. “Soy el campeón mundial de la palindromía”, se jacta con un orgullo que es de verdad. “El campeón anterior era León VI de Bizancio. Tenía recopiladas 27 frases. Yo, en cambio, he logrado reunir 6.000”.

Y empieza el juego apasionante de leerlo todo al revés a ver qué se descubre. Y pocas cosas aparecen. Hasta que Filloy, generoso, dé algunas de sus frases: “Noel liga la renga Wagner al ágil león”, “Ateo por Arabia iba raro poeta”, “No di mi decoro, cedí mi don”, y cuenta que ya tiene antecedente en Chaucer y Dante, que habían compuesto sus palíndromos propios.

–Los griegos los llamaban carcinogramas, por karcino, cangrejo, el que camina de costado. Por eso estoy armando un libro que se llamará Karcino;2 va a ser el único libro en castellano que se podrá leer a la manera hebraica o musulmana, de atrás para adelante...

En cuanto a los otros libros, los corrientes, los que solo se leen en un sentido, Filloy acaba de terminar una novela titulada (siempre fiel a las siete letras) La potra. Es la historia de una mujer excepcional, que maneja su hacienda como si fuera un tirano:

–Todas mis novelas son imaginarias, claro que tomando siempre algo de la realidad circundante. Lo que más me conviene, una parte de uno, otra de otro. Algunos me reprochan que yo, viviendo tan cerca del campo, no tome la vida de algún paisano simple, que siempre elija personajes complejos, atormentados. Pero, ¿qué quiere que haga con un tipo que solo sabe perder a la taba o jugar al truco?

La literatura de Filloy tiene dos pautas sagradas: los personajes de alma jugosa y el odio total al eufemismo. Al pan, pan, y a lo que ya tiene su nombre, con su nombre.

–Ahora dicen que eso es moderno. Yo ya lo vengo haciendo desde ¡Estafen!, la primera novela que publiqué, en el 32. También en Op Oloop, que apareció por primera vez (500 ejemplares) en el 34. Es la tragedia en 20 horas de un finlandés metódico que de golpe se descubre a sí mismo y a los monstruos que lo habitan. Es la exaltación de Buenos Aires de una época, del amor y de las frustraciones.

Filloy no se cansa de vagar por el mundo, y cuando llegó a Finlandia descubrió que el carácter de su Optimus Oloop había sido exacto, que su intuición no le había hecho una mala pasada. Y fue feliz: tenía la base sólida que necesitaba para su creación:

–El hombre que escribe prosa debe ser muy sabio en esa ciencia que atañe al mundo: la mundología. Por eso el escritor debe estar metido en todos los menesteres, en todos los andurriales. Tanto los más abyectos como los más sublimes. Porque si usted está metido solo en sublimidad, va a escribir merengue.

Así, para escribir Filloy, y también para leerlo, hay que aceptar un axioma que este extraño escritor de Río Cuarto larga como quien no quiere la cosa:

–Si usted no tiene mundología, está listo.

Suplemento Gráfico, La Nación,

21 de enero de 1968

2 La obra sería publicada bajo el título Karcino. Tratado de palindromía (Río Cuarto, Blanco y Barchiesi Editores, 1988).

¿Groucho Marx en la Argentina?

Sí, Martín Karadagián

¿Groucho Marx en la Argentina? Y sí, se llama Martin Karadagián. El mismo, el de corpacho algo retacón y fornidísimo, como mandado a hacer para la doble Nelson y una cabeza que anda por las nubes robándoles el color y cargándose de ideas. Insólitas. Imaginación pura. Algo que no siempre –pocas veces– prolifera entre los músculos. ¿Por qué tu cabeza es tan blanca y tu barba tan negra? Porque mi barba es 16 años más joven, hija mía. ¿Por qué los chicos te quieren tanto, y también los grandes, aunque no lo confiesan? Eso tienes que decirlo tú, hija mía…

Y contesto: porque debajo de la piel de lobo está el cordero, porque has dado vuelta el mundo de las convenciones, has trastocado una realidad bastante sádica hasta hacerla risueña. Todo depende del color del cristal…, y para esa gran farsa ubuesca que es Titanes en el Ring has repartido cristales de todos los colores, abigarrados, y entonces vemos las imágenes más farsescas, las más divertidas y coloridas –y el blanco y negro de la pantalla chica, aunque ustedes se quejen, no les quita intensidad a estos colorinches del alma–. El humor es así, pone colores en todas partes. Y lograste meter chispitas en el catch, y la tijera invertida, por ejemplo, se convierte en una treta supercómica.

Unas cuantas líneas atrás dije ubuesca. Adj. Fem. Calificativo. Se lo robé al Rey Ubú. ¿Conocés al rey Ubú? ¿Y eso qué importa? Vos sos el rey Ubú. Personaje que debería ser colérico y tiránico, pero en realidad la imaginación lo vence y entonces crea la Patafísica. Madre espiritual del surrealismo. Ubú proponía, entre otras cosas igualmente esenciales, no tomarse lo serio en serio. ¿El catch es serio, fue alguna vez una lucha de verdad o siempre fue tongo? Las solemnes federaciones internacionales de deportes racionales o lo que fuera nunca quisieron homologar a los campeones de catch (al campeón, mundial campeón, único campeón, tralalala, Martín Karadagián desde 1947, y si no lo creen, ver célebre cinturón de oro y piedras preciosas con telúricas reminiscencias de rastras criollas que cada domingo se expone en el ringside de Canal 11.

“Es circo, pero del bueno”

“Ya que dicen que es circo y no deporte, decidimos darle circo, pero del bueno”. Diversión sana, como explican. Algo que los acerque al deporte, a la historia, al amor por su país, a un montón de cosas que aparentemente no guardan relación unas con otras, pero queda demostrado que sí. En una de esas la fuerza de Karadagián (“Me entreno todos los días de 18 a 21 en mi gimnasio de Olivos”) les quita el miedo.

La vida, los dichos y los enigmas de Karadagián

Nació, aparentemente, el 30 de abril de 1926. En algunas declaraciones dijo que en Armenia, que se naturalizó argentino y que llegó a la Argentina a los 7 años. Pero en otras, dijo que en San Telmo y en 1923.

En 1951 declaró que su padre lo obligaba, a los 8 años de edad, a estudiar violín. Estudió primero contra su voluntad y después entusiasmado. A los 17 años abandonó su casa y quiso triunfar con la música. Su ídolo, su ejemplo, era Niccolò Paganini.

Trabajó como músico, mal pago. Cuando un día protestó, argumentando su talento, alguien le dijo: “El talento no se pregona, se demuestra, y por lo que yo veo y escucho usted tiene más aptitud para cargar reses o meterse a luchador que a violinista. No lo tome usted como ofensa sino como un consejo oportuno y atinado…”

Sepultó el violín y empezó a cargar reses vacunas ayudando a su padre, que era distribuidor de carne.

Un día se presentó al gimnasio del Luna Park. Tenía 18 años. Allí empezó su carrera de catcher. Tenía paralelamente una joyería en la calle Libertad. Corría el año 1962. Ese año declaró que su rival más difícil fue el japonés Takeo Yano, con quien peleó en Londres el 20 de junio de 1961. La mujer que más admira: la reina Isabel de Inglaterra. El recuerdo más hermoso: cuando ganó el campeonato del mundo en 1946 en el Madison Square Garden. El país más maravilloso: Uruguay. Su plato preferido: las pastas, aunque desde 1959 es naturista.

Le enorgullece que le griten payaso.

Según Karadagián, en 1960 perdió 1 300 dólares por una estafa. Vendió la joyería, una quinta y volvió al ring.

Su troupe empieza a ser popular en 1967. Por ese año la integraban, entre otros, La Momia, Pepino el 9, El doctor Karate, El Agente Secreto 009, Rubén Peucelle, Frankenstein, El Gran Gross, Raúl Adoré, El Indio Comanche.

Al ómnibus que trasladaba a la troupe lo llamaban El Titán, La Máquina Infernal o La BatiAlbóndiga.

En 1967 volvió a declararse argentino y dijo que hizo la conscripción en el 3 de Artillería de Campo de Mayo. En 1966 había muerto su madre atropellada por un auto. Confesó su amor por cinco sobrinos y proclamó que habla más de diez idiomas y once dialectos.

Sin embargo, dijo un día que abandonó la escuela primaria en segundo grado.

A aquella troupe de 1967 hay que agregar a Rudolf Schell el alemán, Freddy el marinero, Yusikawa el japonés, José Luis, Jack Curtis el norteamericano, El Cavernario, Il Bersagliere, el Gitano Ivanoff, Iván Kowalsky el ruso, Benito Durante Il Commendatore, Hans Águila, Pájaro Loco escocés.

Algunos personajes usan máscara y otro aditamento que los hace irreconocibles, y Karadagián se negó siempre a revelar sus identidades: son Pepino el 9, El Payaso, La Momia, Frankenstein y El Murciélago.

El 30 de noviembre de 1970 Karadagián entró en prisión condenado a dos años y seis meses, acusado de lesiones y extorsión contra el ingeniero León Patlis.

Salió en libertad condicional a los ocho meses, el 5 de agosto de 1971. Según sus declaraciones, trabajando en Canal 7 en Titanes en el Ring, en octubre de 1969, le avisaron por teléfono que se había derrumbado una estructura de hormigón de Avenida del Libertador 2335, de Olivos. El edificio Titán I, que Karadagián pensaba destinar a un asilo de ancianos en memoria de su madre y que ocupaba en su parte baja el gimnasio de sus atletas. Karadagián increpó a Patlis, quien prometió resarcirlo. Pero Patlis presentó una denuncia de agresión.

Cuando salió de la cárcel escribió el libro ¿Mereció una celda?, que editó Revancha, firmado por Juan Claudio Rival. Según Karadagián, era la historia de su vida. También escribió en la cárcel lo que él llamó canciones de protesta. Una de ellas dedicada a la barba.

Volvió en 1972 con Titanes en el Ring (Canal 13) con todos sus luchadores, y además El Hielero, El Bombero y La Viuda.

Peleaban entonces el Cacique Pampeano, Ararat, Ulises, El Quijote, Sancho, El Mochilero, El Príncipe Valiente, El Superpibe, El Mercenario, El Caballero Rojo, El Hombre Invisible, La Momia, El Vikingo, Happy Hair, Hippy Jimmy. Karadagián entonces ostentaba el título de Barón de Aramián.

Karadagián apareció entonces como un hombre orquesta. Organizó todo. Rezó antes de combatir. Lloró. Dijo que descendía de luchadores. Que su padre, Amparzum, era luchador, igual que su abuelo. Realizó funciones a beneficio de entidades de bien público, que para esa fecha de 1972 eran más de cinco mil.

El 28 de agosto de 1972 se le fueron a Karadagián quince luchadores: El Vasco Quipúzcoa, Tufi Neme, Don Quijote, Superpibe, El Payaso Pepino, La Momia, Caballero Rojo, Ulises, Barba Roja, Goitía, El Conde Schiaffino, Hippy Hair, Hippy Jimmy y el Gitano Ivanoff. Todos argumentaron que Karadagián “les pagaba sueldos miserables”. Se presentaron en el Canal 9 con el nombre de Los Fabulosos Titanes.

Volvieron a trabajar con Karadagián en abril de 1973, donde presentó entonces a El Tío Rico, Ulus el Mongol, El Gran Otto, El Pastor David, Nacapone y el Príncipe de Nápoli.

En 1974 Karadagián no habló más de sus estudios musicales de la infancia y dijo que había sido muy pobre, que lustraba zapatos y que a los 8 años fue Campeón Panamericano de Lucha, categoría Cadetes, en Detroit, y que a los 12 fue Campeón Mundial en la categoría de Cadete Mayor. Además, confesó 51 años de edad y una hija de pocos meses, Paulina Valeria.

¿Qué rating tiene hoy Titanes en el Ring?

En julio tuvo 6,7. En agosto, 7,0. En setiembre, 8,2. En octubre, 7,6. El promedio de estos últimos cuatro meses es de 7,4. Que equivale a decir que 555 000 personas ven el programa en cada una de sus emisiones. Esa cifra corresponde a la Capital Federal únicamente. Entonces las cosas más absurdas que se le ocurren de golpe ya no son tan absurdas: pueden hasta ser gloriosas. Como eso de regalar banderas reglamentarias a las escuelitas perdidas de provincia. ¿Por qué? Porque sí, porque son necesarias: pocos pueden pagar esas banderas. Ellos pueden, y lo hacen.

Las reglas del juego

Eso de por qué es una pregunta que no tiene sentido cerca de ese cuadrilátero. ¿Por qué el hombre de la barra de hielo? Ese tipo que pasa con la barra que se va derritiendo bajo los focos del set. Una añoranza. O, ahora, el paso del bombero de los ojos tristones. “Un homenaje a los bomberos voluntarios. Gente que siempre merece que la recordemos”.Y por ahí anda Karadagián armando sus caseros homenajes de destreza. Al dogo argentino, por ejemplo, ese perro blanco, nuestro, valiente, que ahora pelea encarnado en un hombre todo vestido de blanco. ¿Vida de perros? Parece que no. Los muchachos de Karadagián la pasan chiche, viajan por el mundo, hacen su espectáculo, nunca se lastiman. Pero como soldaditos, ¿eh? “Si llegan tres minutos tarde, los suspendo. Si se ponen mal el traje, los suspendo. Si se arreglan mal el pelo, los suspendo. Esto tiene que funcionar como un mecanismo de relojería: el absurdo y el humor también tienen sus reglas muy precisas”. Titanes en el Ring: a veces, también afuera. Cada personaje imbuido de su rol, responde al máximo. “Porque todo está hecho con mucho cariño”, se oye siempre alrededor de Martín. ¿Cómo nace ese extraño paso del catch-as-catch-can al cariño? “Mi hijita Paulina, de 4 años. Siempre va a ver el espectáculo. Entonces yo me pregunto ¿qué puedo hacer por ella, por todos los chicos, para que se lleven un recuerdo aleccionador? Y bueno, los personajes históricos. Todos guerreros, sí, pero buenos. Solo Remo es malo, pero Rómulo siempre lo alecciona. Y la loba los amamanta. Algo lleno de cariño. Como Frida, que ama a Fritz, el temible luchador alemán”.

“No hay que copiar, hay que inventar”

Personajes. Capítulo aparte. Todos nacidos de la alba cabeza de Martín (“No hay que copiar, hay que inventar”).

“Yo los estudio en el gimnasio, y de golpe se me ocurre: este podría hacer tal personaje. Siempre les encuentro el físico adecuado, o algo que me sugiera el personaje. D’Artagnan, por ejemplo. Lo llevábamos en las giras, de bufón, para divertirnos nosotros porque es un muchacho muy alegre, y de golpe dije, pero si es igualito a D’Artagnan. Y ahí lo tenés, un homenaje a la literatura”.

“Con el ejecutivo fue distinto. Yo buscaba un hombre de unos 40, 45 años para hacer de ejecutivo. Un tipo siempre ocupado, con su secretaria que le toma las cartas, un tipo que mira el reloj mientras lucha. Y no es fácil enseñarle a luchar a un hombre de esa edad. Entones, un día estábamos con uno de los muchachos y unas chicas, en un bar, y al pibe le dio como un tic de los hombros. Por nervios. Entonces me dije acá está: como un tipo angustiadísimo por sus negocios”.

“Eso sí, tenemos muchísimo cuidado con los trajes. Nos documentamos a fondo. El samurái es la exacta réplica de los nobles soldados japoneses, hasta con la trenza en el medio de la cabeza, hecha con su propio pelo. Y para confeccionar la ropa de Píndaro, el poeta griego que cantó a los juegos olímpicos, llamamos a la modista del Teatro San Martín. Tenemos mucho respeto por todo”.