La Moni - Norma Ferreyra - E-Book

La Moni E-Book

Norma Ferreyra

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Beschreibung

Al escribir La Moni, Norma Yvon Ferreyra quiso plasmar, en una pequeña biografía, los primeros años de su vida: la relación con su madre, las carencias, las mudanzas, la ilusión de un primer cumpleaños. Detrás de las anécdotas, sin embargo, lo que en realidad subyace es una instantánea, en primer plano, de la violencia machista y sus consecuencias.  Norma y su mamá sufrieron todo tipo de violencia: física, sexual, económica, simbólica… y sobrevivieron. Como sucede con la mayoría de las víctimas, no salieron indemnes. Las cicatrices (las suyas, las nuestras) queman en cada una de las historias de este texto, que puede servir de espejo para que, al mirarnos, sigamos cuestionando nuestra pretendida normalidad.

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La Moni

A través de mis ojos

Ferreyra, Norma

La Moni : a través de mis ojos / Norma Ferreyra. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-8492-56-8

1. Autobiografías. 2. Memorias. 3. Novelas Realistas. I. Título.

CDD 808.8035

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

ISBN 978-987-8492-56-8

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

Mi autobiografía

Me dicen «la Moni» desde siempre. Nací en Santa Fe capital el jueves 13 de septiembre de 1979, a las 13:15 h. Mi mamá me contó que, cuando estaba embarazada de mí, nunca tuvo dolores de parto. Ya estaba en término cuando almorzó pescado con mi abuela, se dio un baño y empezó a tener una pequeña molestia. Se colgó el bolsito de parto en el hombro y caminó hacia el hospital esas seis cuadras; cuando llegó a la sala de partos, a los cinco minutos nací yo. Me esperaban en la casa de mi abuelita paterna mi papá y mi hermanito. Sabe decir mami siempre: «El mejor parto que tuve fue el tuyo». Yo solía ser una beba muy tranquila: podía estar varias horas sentada y terminar durmiéndome, con los deditos en la boca. En mi familia siempre que recuerdan que llevaba a mi boca el dedo medio sobre el anular, todos se ríen, porque papá un día me puso pimienta en polvo para sacarme el hábito, pero, aun llorando, lo hice igual. Siempre me sacaban los dedos de la boca y solían pegarme en la mano si me descubrían haciéndolo.

No recuerdo esta parte de la historia que voy a narrar, es el relato de mamá y de los testigos involucrados, quienes sabían lo que ocurría en casa.

Cuando mamá se juntó con papá para formar nuestra familia, como toda mujer enamorada, me gusta pensar a mí, ella nunca se imaginó la vida que allí la esperaba.

Con el correr de los meses, el clima de intolerancia de mi padre hacia mi madre se hacía notar. Él le decía, con palabras subidas de tono o empujones, que ya no tenía por qué seguir usando la ropa que a él lo había enamorado de ella, que los zapatos que lucía con elegancia ya no los necesitaba. Papá tenía, bajo sus parlamentarios discursos, sus motivos por los cuales ella tenía que respetar sus decisiones. Mamá llegó a doblegarse tanto para ser complaciente que empezó a aceptar situaciones anormales, como, por ejemplo, acortar el tiempo que ella estaba fuera de la casa haciendo simplemente mandados. De alguna forma, papá siempre se enteraba cuánto era el tiempo que mamá demoraba, de qué color solía salir vestida y hacia dónde iba. Mamá nunca nos dijo cómo era que se enteraba.

Fue tanto el tormento de mi madre por ser reprimida que casi no hablaba; empezó a callarse las cosas; a vivir encerrada en su piecita con nosotros, sus dos hijitos; a olvidarse de ella misma hasta tal punto que un día, limpiando, pasó frente al espejo y no se reconoció.

Mamá, cansada del maltrato, tanto físico como psicológico, decidió idear un plan de escape, sin saber ella en ese momento que aquel heroico acto sembraría en mi adolescencia un sentido esperanzador de ver la vida y que esa decisión, años más tarde, le daría una nueva versión a la historia.

Había decidido escribirles una carta a sus hermanas para contarles que la situación la había desbordado y les pedía auxilio inmediato por temor a un desenlace fatal. Mi madre, a escondidas de mi abuela, le alcanzó la carta a una vecina, que estaba al tanto de lo que pasaba; solo separaba la casa de ellos un alambrado. Cautelosamente, redactó la situación extrema a la cual tuvo que llegar para tomar esa decisión determinante de huir conmigo y mi hermanito, un año y dos meses mayor que yo. Estaba todo detallado a la perfección, nada podía fallar.

Sin embargo, esa mañana todo tomaría otro rumbo. Mi tía llegó en taxi; mi madre —que solo llevaba lo puesto— y nosotros, con el motor en marcha, subimos al vehículo para partir hacia Buenos Aires, donde vivían mis otras tías. Pero mamá no contaba con que papá se enteraría. Cuando estábamos todos en la parte trasera a punto de partir, violentamente se abrió una de las puertas y con fuerza bruta papá arrebató de los brazos de mi madre a mi hermanito y, con tono amenazante, le dijo: «Si me dejás y te vas, no te doy el nene». Quería dejarle en claro que ella no se iría como si nada, la libertad tendría un precio muy alto. Mi madre estaba aterrada por la situación inesperada, la mirada prejuiciosa de mi tía, la de mi abuela y la ira de mi padre fueron demasiado, y a eso se le sumaba el temor a la represalia por parte de él, ya que esa situación a él lo exponía al ridículo. Aun así, mi madre sacó coraje y se alejó de él aquella mañana para buscar un nuevo rumbo cerca de mis tías en Buenos Aires. No puedo ni siquiera imaginarme el dolor de ella en ese momento. Nunca la juzgué por ese acto, era y es mi madre, pero puedo entenderla porque también fui testigo de lo que era capaz mi padre.

Si bien mis tías la ayudaron desinteresadamente en todo lo que pudieron —porque ellas también tenían a sus familias y sus respectivos trabajos—, mami no podía disfrutar de nada. Tanta violencia le había causado estragos, había contaminado su esencia; todo el martirio sufrido durante mucho tiempo al lado de mi padre estaba generando efectos negativos en ella.

Mamá vivió unos meses conmigo en casa de mis tías. Ella trabajaba de planchadora en una tienda de ropa, me llevaba muy temprano a la guardería y de ahí se iba al trabajo. En momentos del día, solía pensar en mi hermanito; estaba incomunicada totalmente de él, la angustia la devastaba. Lejos del maltrato, olvidó todo lo malo que había pasado al lado de nuestro padre y empezó a pensar que seguramente ella no hablaba lo suficiente como para que él la comprendiera, quizás tendría que ser más amable y él la escucharía. Extrañaba tanto los momentos que vivía con su hijito que los recuerdos hermosos ocuparon en su corazón todos los espacios. La curiosidad por saber cómo estaba su nenito la cegó completamente; la necesidad del alma de volver a tenerlo entre sus brazos le había quitado el sueño.

Durante un periodo de seis meses, ella no dejaba de sentirse culpable.

Un día papá la sorprendió en el trabajo. Había viajado desde Santa Fe con mi abuelita y mi hermanito enfermo del corazón a raíz de la melancolía, diagnosticado por un pediatra, según mi padre. Le puso una condición: si quería verlo, tendría que ir al hotel donde se alojaba con la abuela y el nenito desde hacía unas semanas.

Mamá, en ese momento, no pudo ver con claridad la situación, solo quería ver a su hijito, pensaba que todo el dolor que sentía se desvanecería aquel día al verlo. Nada en el mundo sería insoportable con los hijos a su lado. Fue la actitud de arrepentimiento de papá lo que determinó su decisión de intentar reconstruir la familia. A las horas del rencuentro, él ya estaba imponiendo órdenes nuevamente: terminaría obligando a mamá a dejar el trabajo, me sacaría de la guardería y el sueldo, que ella prácticamente ya tenía destinado, terminaría pagando la estadía del hotel; lo que restaba lo entregaría como parte de pago de un alquiler.

A pesar de la sospechosa actitud de mi padre, mis tías no pudieron hacerla cambiar de opinión. Ellas al principio iban a visitarnos, pero no fue mucho el tiempo que él pudo guardar su amable apariencia. De a poco fue mencionando a mi madre que cuando ellas iban le llenaban la cabeza en su contra.

Todo terminó en un escándalo terrible. Mi padre agredió a trompadas al marido de una de ellas, ya que un día llegó a casa de imprevisto y se enteró de que, aun prohibiéndoles que fueran, nos visitaban a escondidas.

Ellas no solo iban a visitarnos, siempre llegaban con regalos y mercadería, muchas veces comimos gracias a ellas. Mi madre, bajo presión, se encargó de dejarles en claro que lo mejor era que no fueran más, mi padre sabía cómo manipularla emocionalmente. Su cometido era terminar aislándola. Hasta ese momento mucho no recuerdo, todo lo que conté lo sé por boca de mi madre. Yo en ese entonces solo era una niñita.