La mujer que venció al mal - Gabriele Amorth - E-Book

La mujer que venció al mal E-Book

Gabriele Amorth

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Beschreibung

El padre Gabriel Amorth ofrece en este libro 31 meditaciones espirituales sobre la Virgen María, estructuradas a modo del tradicional «mes de María». Los textos del P. Amorth, apoyados en la Sagrada Escritura y la enseñanza eclesiástica, recorren el itinerario terrenal de María de Nazaret (su nacimiento, la anunciación, la visitación, la natividad, la epifanía, la huida a Egipto, las bodas de Caná, la pasión o pentecostés), así como las principales tradiciones sobre la Virgen (los dogmas de la Inmaculada y la Ascensión, el nombramiento de Madre de la Iglesia, el reconocimiento de su inmaculado corazón, las apariciones, el Rosario o su papel como Mediadora). El acercamiento a la vida de la Virgen, la primera redimida, la primera discípula y la primera colaboradora, lleva al lector al conocimiento de la relación tan especial y fuera de lo común que se estableció entre María y su hijo Jesús.

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Índice

Portada

Portadilla

Créditos

Presentación

Primer día. La mujer nueva

Segundo día. María Santísima

Tercer día. Tres veces virgen

Cuarto día. Un matrimonio querido por Dios

Quinto día. Exulta, alégrate, goza

Sexto día. Dos madres y dos hijos

Séptimo día. El canto de la alegría

Octavo día. Cómo sufre un justo

Noveno día. Esposos felices unidos por Dios

Décimo día. Belén, la casa del pan

Undécimo día. La fe de los más pequeños

Duodécimo día. El nombre de la salvación

Decimotercer día. Jesús ofrecido al Padre

Decimocuarto día. El homenaje de los paganos

Decimoquinto día. Vuelta a casa

Decimosexto día. Un niño desconcertante

Decimoséptimo día. Un silencio precioso

Decimoctavo día. Las bodas de Caná

Decimonoveno día. En el escondimiento de Nazaret

Vigésimo día. Mujer, ahí tienes a tu hijo

Vigesimoprimer día. El sábado, día de María

Vigesimosegundo día. Fuego del cielo

Vigesimotercer día. Enteramente glorificada

Vigesimocuarto día. Apareció una gran señal en el cielo

Vigesimoquinto día. Madre de la Iglesia

Vigesimosexto día. El corazón inmaculado de María

Vigesimoséptimo día. Las apariciones marianas

Vigesimoctavo día. Me consagro a ti

Vigesimonoveno día. Una cadena de Avemarías

Trigésimo día. Mediadora de todas las gracias

Trigésimo primer día. Madre que reúne a la familia

2.ª edición

© SAN PABLO 2013 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

Tel. 917 425 113 – Fax 917 425 723

E-mail: [email protected] – www.sanpablo.es

© Edizioni San Paolo s.r.l., 2012

Título original: Il Vangelo di Maria. La donna che ha sconfitto il male

Traducido por Ezequiel Varona Valdivielso

Distribución: SAN PABLO. División Comercial

Resina, 1, 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 – Fax 915 052 050

E-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-285-6520-2

Depósito legal: M. 10.378-2013

Impreso en Afanías

Printed in Spain. Impreso en España

Presentación

El beato Juan Pablo II, en su carta apostólica Tertio millennio adveniente, encomendaba al Espíritu Santo el cometido de conducir a las almas a entrar con las justas disposiciones en el nuevo milenio. Y continuaba: «Confío esta tarea de toda la Iglesia a la materna intercesión de María, Madre del Redentor. Ella, la Madre del amor hermoso, será para los cristianos del tercer milenio la estrella que guía con seguridad sus pasos al encuentro del Señor. La humilde muchacha de Nazaret, que hace dos mil años ofreció al mundo el Verbo encarnado, oriente hoy a la humanidad hacia Aquel que es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn 1,9)».

Es hermoso pensar en María como en la estrella que nos conduce con seguridad al Señor. Los Magos siguieron la estrella y encontraron a Jesús con su madre. Pidamos a la Virgen que nos lleve de la mano y nos guíe.

En estas páginas, que constituyen el quinto libro que escribo sobre María, siguiendo la estela de la Sagrada Escritura y de la enseñanza eclesiástica, he tratado de recorrer ese camino que nos hace conocer a la Madre de Jesús y Madre nuestra. El conocimiento de la Madre nos lleva al conocimiento del Hijo, porque Dios ha dispuesto que la relación entre María y Jesús fuera mucho más allá de la relación natural, pero que la Virgen fuese la primera redimida, la primera discípula, la primera colaboradora de su divino Hijo.

Ruego al Señor que bendiga este modesto trabajo para que, si es de su agrado, pueda hacer algún bien.

P. GABRIELE AMORTH

Primer día

La mujer nueva

Cuando cada año, el 8 de septiembre, la Iglesia celebra la fiesta litúrgica de la Natividad de María, el pensamiento más repetido es que surge la aurora, anunciadora del día: la natividad de la Virgen prefigura el nacimiento de Jesús. El Vaticano II se expresa con una frase felicísima sobre el nacimiento de la Virgen. El capítulo VIII de la constitución sobre la Iglesia Lumen gentium (LG), dedicado por entero a la Virgen María, afirma en el n. 55: «Con ella, excelsa Hija de Sión, tras la larga espera de la promesa, se cumplen los tiempos y se instaura una nueva economía».

Para comprender el papel de María y cómo su aparición supuso un giro decisivo en el desenvolvimiento del plan salvífico, conviene adelantar algún concepto sobre el plan divino en la creación y, por ende, sobre la absoluta centralidad de Cristo. Él es el primogénito de todas las criaturas: todo ha sido hecho para él y con vistas a él. Él es el centro de la creación, el que recapitula en sí todas las criaturas: las celestes (ángeles) y las terrestres (hombres). En cualquier caso, creo que Jesús se habría encarnado y aparecido triunfante en la tierra, pero es difícil decirlo. La realidad es muy otra. Tras el pecado de nuestros progenitores, que esclavizó al hombre a Satanás y a las consecuencias de la culpa (sufrimiento, cansancio, enfermedad, muerte…), Jesús vino como salvador, para redimir a la humanidad de las consecuencias del pecado y reconciliar con Dios todas las cosas, en el cielo y en la tierra, por medio de su sangre y de la cruz.

Todo ha sido creado en vista de Cristo: de este planteamiento cristocéntrico depende el rol de toda criatura, de cada uno de nosotros, ya presente en el pensamiento divino desde toda la eternidad. Si la criatura primogénita es el Verbo encarnado, no se podía no asociar a ella, antes que cualquier otra criatura, en el pensamiento divino, a aquella en la que se llegaría a efectuar tal encarnación. De aquí la relación única entre María y la Santísima Trinidad, como se manifiesta claramente en la página de la encarnación.

Centralidad de Cristo y su venida como salvador: así, toda la historia humana está orientada al nacimiento de Jesús, que es conocida como «plenitud de los tiempos». Los siglos precedentes son «tiempo de espera»; los siglos siguientes son «los últimos tiempos». Con el nacimiento de María la historia humana sufre el gran vuelco: cesa el período de la espera y se inicia el período de la realización. Ella es la Mujer nueva, la nueva Eva; de ella procede el Redentor y en ella se da inicio al nuevo pueblo de Dios. Los primeros Padres, como Justino e Ireneo, ya recurren a la comparación Eva-María: Eva, madre de los vivos; María, Madre de los redimidos; Eva da al hombre el fruto de la muerte, María da a Cristo, fruto de la vida, a la humanidad.

En este punto nos gustaría conocer muchos particulares respecto a María, pero carecemos de datos. Los evangelios no son libros histórico-bibliográficos, sino histórico-salvíficos. Son la predicación de la «buena nueva». En ellos no hay lugar para lo que solo tendría un interés humano, pero ningún valor para la salvación. Por eso faltan tantas noticias que nos interesarían a nosotros por su valor biográfico, pero que no tienen importancia alguna con respecto al mensaje que han querido transmitir los evangelistas.

Proponemos algunas de estas preguntas, carentes de respuesta segura, pero a las que podemos aproximarnos: al menos podemos darnos cuenta de ciertas opciones de los evangelistas.

¿Cuándo nació la Virgen? Respecto al día, antiguamente se barajaban varias fechas, sugeridas siempre por motivos de culto y no por motivos históricos. Después se impuso la fecha del 8 de septiembre, aunque infundada históricamente, y de ella se ha hecho depender la fecha de la concepción de María, nueve meses antes, fiesta de la Inmaculada Concepción. En cuanto al año, solo podemos partir de la fecha del nacimiento de Jesús, también ella incierta pero razonablemente calculable, teniendo en cuenta que las chicas se casaban a la edad de 12-14 años. Puede resultar sugestivo pensar que la Virgen naciera en el año 20 a.C., cuando Herodes el Grande comenzó la reconstrucción del Templo de Jerusalén. Es sugestivo porque así, mientras el hombre construía el templo de piedra, Dios se preparaba su verdadero templo de carne. Pero es solo probable, aunque sea una fecha que se aproxima a la real, que no conocemos.

¿Dónde nació la Virgen? Entre las diversas ciudades que se podrían asignar para el nacimiento de María, las dos más probables que se disputan este honor son Jerusalén y Nazaret. Ambas gozan de una tradición muy antigua, con pruebas arqueológicas y culturales. Nos inclinamos por Nazaret, dado que es allí donde encontramos a esta humilde doncella, rodeada del máximo escondimiento: pueblo de media altura, que contaba entonces con unos doscientos habitantes que vivían en grutas, a cuya entrada se podía añadir una habitación. Fuera de las líneas de comunicación, a Nazaret no se la nombra nunca en el Antiguo Testamento, ni en el Talmud, ni en Flavio Josefo. «¿De Nazaret puede salir algo bueno?», le preguntará Natanael a Felipe (Jn 1,46).

De María tampoco sabemos a cuál de las doce tribus de Israel o familias pertenecía. Sin duda a una tribu muy humilde, pues en caso contrario Lucas nos lo habría dicho, dado que tiene el detalle de recordarnos la familia de Isabel y de la anciana Ana, las otras dos mujeres de las que se habla en el evangelio de la infancia. Dios aprecia la humildad y el escondimiento; no sabe qué hacer con las grandezas humanas, con lo que cuenta a los ojos de los hombres.

Reflexiones

Sobre María – «Más sublime y humilde que criatura alguna», según expresión de Dante, no poseía ningún título de grandeza humana. Todo su valor depende de haber sido elegida por Dios, de haber desempeñado un rol superior a cualquier exaltación humana (¿quién tiene el poder de elevar a una mujer a la dignidad de Madre de Dios?) y de haber correspondido siempre plenamente, con inteligencia y libertad, a las expectativas de su Señor.

Sobre nosotros – También cada uno de nosotros ha sido pensado por Dios desde la eternidad y debe ganarse ese título de salvación, para sí y para los demás, que Dios le asigna y hace conocer a través de las circunstancias de la vida, así como a través de los «talentos» (bienes materiales y personales) que ha recibido de su Señor. Nuestra grandeza depende de cómo correspondemos y somos a los ojos de Dios.

Segundo día

María Santísima

Dios nos ha pensado a cada uno de nosotros desde toda la eternidad y nos ha asignado una tarea que nos ha hecho nacer en el momento y lugar justos, dándonos las dotes necesarias para el desarrollo de nuestro rol. Lo mismo hizo con María. Como además quería confiarle una tarea extraordinaria, la preparó a conciencia. Podemos resumir tal preparación con tres palabras, que serán objeto de nuestras reflexiones en este capítulo y en los dos siguientes: Inmaculada, Virgen, Esposa de José.

El primer don, el gran regalo que Dios hizo a María en el instante de su concepción, fue el hacerla inmaculada, aplicándole anticipadamente los méritos de la redención de Cristo. Tenía que ser madre de aquel que venía para destruir las obras de Satanás, o sea, el pecado con todas sus consecuencias. Así, María, concebida inmaculada, muestra su semejanza con nosotros, porque ella necesitó ser redimida por el sacrificio de la cruz; por otra parte, su condición de inmaculada la predispone para la altísima misión que se le confiaría más tarde.

Uno de los títulos marianos más antiguos, muy apreciado por los ortodoxos, es el de Santísima. Expresa perfectamente los dos aspectos que pretende representar, invocando a María Inmaculada.

Un primer aspecto es de puro privilegio: la exención del pecado original en vista de la maternidad divina. Aquí debemos contemplar solo las maravillas realizadas por el Señor. Pero hay más; hay un segundo aspecto por el que se afirma que María no cometió la menor culpa actual, aun siendo una criatura inteligente y libre. Contrariamente a lo que podría parecer, en esto palpamos la imitabilidad de María, que tanto puede influir en la formación cristiana: vemos en María la belleza de la naturaleza humana impregnada por la gracia. La Inmaculada es un ideal que nos atrae, sin deslumbrarnos ni alejarnos de la figura de María, sino que nos impulsa a su imitación con la gracia bautismal, con las gracias actuales y la lucha contra el pecado.

Una de las faltas más grandes de la mentalidad moderna contra la humanidad es la de querer abolir el sentido del pecado y de la tremenda presencia de Satanás. Así se ignora la redención, que es la victoria de Cristo sobre el pecado y el demonio; se deja al hombre hundido en su miseria y no se le ayuda a levantarse, a hacerse mejor, a recobrar su belleza original, de criatura hecha a imagen de Dios. La Inmaculada nos dice: yo soy así por la gracia de Cristo y por mi correspondencia a la misma; también tú, correspondiendo a la gracia, debes aspirar a vencer el mal y a purificarte cada vez más. La Inmaculada no es un ideal abstracto, formado simplemente para contemplarlo; es un modelo que imitar.

Es hermoso asimismo recorrer el largo camino que llevó a la definición dogmática de la Inmaculada Concepción en 1854. La sensibilidad de los creyentes intuyó inmediatamente la santidad completa de María y la ensalzó conforme a su profecía: «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1,48). Nótese que, al proclamar a María Santísima, se pretendía subrayar sobre todo que nunca había cometido culpas actuales, y en tal sentido se pronunció el concilio de Trento. Pero ya anteriormente la reflexión y la convicción del pueblo de Dios habían ido más allá, intuyendo que la santidad total de María era incompatible con la culpa original, por lo que debía haber sido excluida de ella.

Era preciso profundizar la reflexión bíblica y teológica acerca de esta verdad. Sabemos que los dogmas son «puntos firmes», que no bloquean los estudios y enriquecimientos, sino que los orientan en el sentido justo. Sabemos que la proclamación dogmática de una verdad significa que está contenida en la Sagrada Escritura. Pero no todas las verdades están contenidas con la misma claridad: algunas están afirmadas explícitamente (piénsese, por ejemplo, en la resurrección de Cristo), otras están contenidas solo implícitamente, y hacen falta tiempo y luz del Espíritu Santo para ponerlas en evidencia. Por eso no sorprenden las vacilaciones y dificultades. Es sabido que santo Tomás de Aquino era contrario a la Inmaculada Concepción porque temía que de este modo la Virgen estuviera excluida de la redención: para ella habría sido una ofensa, no una exaltación. La duda era real, bien fundada; había que resolverla. Y la resolvió Duns Scoto, comprendiendo que María debía su exención del pecado original a los méritos de Cristo, que se le aplicaron preventivamente. Así María es el primero y más bello fruto de la redención.

Otra pregunta que con frecuencia se ha planteado es esta: si la Virgen fue tentada por Satanás y si habría podido pecar. La Virgen, como todos nosotros, tenía ciertamente ese don de la libertad que nos ha dado el Señor y que respeta en todas sus criaturas superiores. En el pasado, cuando se acostumbraba a exaltar los privilegios, se pensaba que María tenía una «imposibilidad moral» de pecar. En cuanto a las tentaciones del demonio, como las tuvo Jesús, así ciertamente, aunque el evangelio no hable de ello, las tuvo también María, pues tal es la condición de la humanidad incluso antes de la culpa original. Hoy, que se insiste menos en los dones extraordinarios, se suelen poner de manifiesto los aspectos más humanos de María: su duro camino de fe y sus continuos sufrimientos. En esta línea insiste la encíclica Redemptoris Mater, de Juan Pablo II, pero se formulan también dos consideraciones:

a) La pecabilidad no es necesaria para la libertad; los ángeles y los santos son plenamente libres, pero impecables.

b) A la Virgen se le aplicó enteramente la redención de modo previo: también en nuestro caso la redención logrará su pleno cumplimiento cuando, una vez alcanzada la gloria celestial, aun permaneciendo criaturas inteligentes y libres, ya no tendremos la posibilidad de pecar.

Reflexiones

Sobre María: – Correspondió perfectamente a la gracia, que se le concedió en plenitud. Concebida inmaculada, en vista de la maternidad divina, fue la más fiel oyente y discípula de su Hijo. La santidad de María, que la aproxima a Jesús lo más posible para una criatura humana, no la eximió en absoluto del duro camino de la fe, del sufrimiento y de las cruces más dolorosas.

Sobre nosotros – La Inmaculada Concepción nos estimula a la lucha incesante contra el pecado, nos exhorta a mejorarnos a nosotros mismos y a hacer de nuestra vida un camino de conversión y purificación, para tender a esa santidad a la que Dios nos llama. Jesús nos invita a ser santos como su Padre, perfectos como su Padre, misericordiosos como su Padre. La Inmaculada nos dice que, con la gracia divina, es posible conseguir acercarse a la santidad de Dios, en la medida en que se le consiente a una criatura humana.

Tercer día

Tres veces virgen

Hay un libro apócrifo muy autorizado por su antigüedad, puesto que podría remontarse a los primeros decenios del siglo II: el Protoevangelio de Santiago. Por este libro conocemos el nombre de los padres de María, Joaquín y Ana; conocemos también otros episodios, pero han de entenderse como es debido. La clave de lectura de este libro es su intención de proporcionarnos relatos inventados para decirnos verdades. Es, en algún modo, como un maestro que instruye a los niños con fábulas de contenido real. Cuando este antiguo autor nos narra que María fue presentada a los tres años en el Templo para ser instruida en él, en realidad quiere decirnos que María, desde el comienzo de su uso de razón, se ofreció como templo de Dios. Así también la celebración del 21 de noviembre, que lleva el solemne título de «Presentación de la Bienaventurada Virgen María» y que tuvo su origen el año 543 en recuerdo de la dedicación de Santa María la Nueva en Jerusalén, en realidad es la fiesta de la virginidad de María.

Asimismo la virginidad es un don de Dios cuando es elegida por quien quiere pertenecerle solo a Él y ponerse a su total disposición. Es un don que le hizo el Espíritu a María, como le hiciera el don de la concepción inmaculada. Afirmamos esto porque la historia de Israel no nos ofrece nada parecido. Tampoco se sabía que la virginidad consagrada fuera un estado de vida agradable a Dios; en efecto, todas las grandes mujeres de Israel presentadas como modelo y que en ciertos aspectos prefiguran a la Virgen (Sara, Débora, Judit, Ester…), eran casadas o viudas. Israel apreciaba solo la maternidad; la falta de hijos se consideraba una vergüenza, una maldición, un castigo divino.

¿Cómo puede haber concebido la Virgen, con un valor que no tiene explicación humana, el propósito de permanecer virgen? Después llegará Jesús a enseñar lo que es más perfecto, y lo seguirá un puñado de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, vivirán enteramente consagrados a Dios. Pero la Virgen no tenía ante sí ningún modelo de este tipo. Solo el Espíritu Santo puede haberle sugerido una opción tan singular y dado la fuerza necesaria para cumplirla. Tal vez comprendiera, desde que tuvo uso de razón, el gran precepto continuamente repetido por los piadosos israelitas: «Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» y quisiera vivirlo de modo absoluto. Pero es inútil querer buscar una explicación humana a una elección divina. Creo que también aquí María tuvo una anticipación de las enseñanzas de Jesús y fue verdaderamente «hija de su Hijo», por usar una expresión de Dante.

Creo, igualmente, que actuó con plena libertad y simplicidad: sin darse cuenta de que inauguraba o seguía una vida nueva; sin pasión de ánimo sobre cómo vivir esta opción que carecía de precedentes, sobre todo cuando los padres se la dieron como esposa a José. Es propio de María vivir una fe absoluta, sin crearse problemas o pedir explicaciones, sino abandonándose enteramente en el Señor. Pablo VI subraya otro aspecto: con la opción de la virginidad, María no renuncia a ningún valor humano; seguir el camino de la virginidad no supone menospreciar el matrimonio o poner límite a la santidad a que todos estamos llamados. Es seguir con generosidad una vocación particular del Señor.

María es tres veces virgen: antes, durante y después del parto. Es necesario exaltar la virginidad en este mundo donde está tan maltratada, con la consecuencia de que no solo sufrimos un pavoroso descenso de vocaciones, sino que con mucha frecuencia resulta destruida la misma unidad de la familia. Parece que viviéramos en un mundo tan sucio, tan inmerso en el sexo y en la violencia, que el vicio se pasea con la cabeza alta por nuestras calles, defendido a menudo por leyes permisivas, mientras pareciera que la virtud tendría que esconderse avergonzada. Pero el juicio de Dios y el bien de la sociedad se desarrollan en un sentido completamente opuesto.

No hay duda de que la virginidad de María nos remite también a aquella virtud de la pureza que el Decálogo defiende en dos mandamientos y que san Pablo casi identifica con la santidad, ilustrando sus motivos de fe, como no había hecho nadie hasta entonces. Él supera el concepto de simple dominio de sí, importante pero meramente humano, apreciado por los mismos paganos. Es importante que las mujeres sean respetadas, pero también es importante que ellas sean las primeras que se respeten. San Pablo nos invita a dar un salto de calidad. Mientras, reparemos que la impureza está indicada en la Biblia con la palabra griega «porneia» (la palabra «porno» resulta fácil de entender), derivada de un verbo que significa «venderse».

San Pablo parte de este punto para sugerirnos tres motivos de fe, que inculcan horror a la porneia, la impureza: 1) No puedes venderte porque no te perteneces; has sido rescatado por Jesús a gran precio, por lo que le perteneces a él. Pensemos en lo claro que se tenía el concepto de rescate de un esclavo en aquellos tiempos. 2) Tú perteneces a Cristo no como un objeto externo de su propiedad, sino como miembro suyo. ¿Te atreverías a tomar un pedazo de Cristo, un miembro suyo, entregándolo a la prostitución o la porneia? 3) El cuerpo es sagrado por ser templo del Espíritu Santo. Pensemos en lo respetados que son los lugares de culto en todas las religiones. ¿Y tú te atreverías a profanar el templo del Espíritu? ¿Cometerías este sacrilegio? Debemos reconocer que ninguna religión ni filosofía respetan tanto el cuerpo humano como el cristianismo: miembro de Cristo, templo del Espíritu, destinado a la resurrección gloriosa.

«Creo en Jesucristo, pero no creo en la castidad de los curas», me decía una profesional. «Mi ideal es convertirme en una “pornostar”», me confiaba una joven de dieciséis años. «Padre, rece por mi hijo, que convive con una mujer casada, veinte años mayor que él», me rogaba una mujer. «¿Cómo es posible? Nuestra hija, que no salía de casa ni de la iglesia, ahora convive con un chico drogado y no quiere ni pensar en volver a casa», se desahogaba un matrimonio. Podría continuar; son hechos de todos los días, mientras, los periódicos parece que solo hablan de violencia contra las mujeres y los niños.

Que nuestra Madre celestial, tres veces virgen, ella que es la Virgen por excelencia, nos ayude a sanear nuestra sociedad con su pureza inmaculada. En todos los iconos ortodoxos la triple virginidad de María se expresa con tres estrellas: en la frente y en los hombros.

Reflexiones

Sobre María – El candor de María nos encanta. Su secreto fue la obediencia a las solicitudes del Espíritu Santo: se enfrentó con humildad y decisión a la moda imperante, a los temores de incomprensión y de desprecio, a las dificultades que podían parecer insuperables. Pero así es como quiso Jesús a su madre. El que se preocupa por agradar a Dios confía en su ayuda y tiene la gracia de vencer obstáculos que parecen inquebrantables.

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