La rebeldía de la infancia - Esteban Levin - E-Book

La rebeldía de la infancia E-Book

Esteban Levin

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Posee movimiento y deviene palabras, imágenes, trazos, velocidades, fuerzas, volúmenes, texturas; se niega a adoptar un formato establecido y único. Travieso, caótico, juega con nosotros. En lugar de sostenerse sobre pilares fijos y estáticos, los recrea; fiel e infiel a la rebeldía, transgrede la clasificación. La rebeldía de la infancia no es un libro teórico ni uno práctico; no es una guía ilustrada ni un artefacto para jugar o contemplar, aunque tenga algo de todo eso. Rebelde, plebeyo en su esencia, configura la hospitalaria sensibilidad de una escritura en potencia, de un ritmo ficcional que puede ser o no la metamorfosis de un gesto. Nos convoca a todos a una creativa e intensa travesía y, al recrear ese recorrido en estas páginas, nos ofrece la posibilidad de recuperar y donar lo infantil de la infancia venidera. ¿Acaso existe alguna curiosidad que no traiga consigo la chispa de la niñez?

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Esteban Levin

La rebeldía de la infancia

Potencia, ficción y metamorfosis

Ilustraciones: Bárbara Briguez (Sentipensamientos)

Levin, Esteban

La rebeldía de la infancia : potencia, ficción y metamorfosis / Esteban Levin ; ilustrado por Bárbara Briguez. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico, 2021.

(Conjunciones ; 70)

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-538-839-0

1. Psicología Infantil. 2. Infancia. 3. Terapia Lúdica. I. Briguez, Bárbara, ilus. II. Título.

CDD 155.4

Colección Conjunciones

Corrección de estilo: Liliana Szwarcer

Diagramación: Patricia Leguizamón

Diseño de cubierta: Pablo Gastón Taborda

Ilustraciones: Bárbara Briguez

Los editores adhieren al enfoque que sostiene la necesidad de revisar y ajustar el lenguaje para evitar un uso sexista que invisibiliza tanto a las mujeres como a otros géneros. No obstante, a los fines de hacer más amable la lectura, dejan constancia de que, hasta encontrar una forma más satisfactoria, utilizarán el masculino para los plurales y para generalizar profesiones y ocupaciones, así como en todo otro caso que el texto lo requiera.

1º edición, agosto de 2021

Edición en formato digital: septiembre de 2021

Noveduc libros

© Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico S.R.L.

Av. Corrientes 4345 (C1195AAC) Buenos Aires - Argentina Tel.: (54 11) 5278-2200

E-mail: [email protected]

ISBN 978-987-538-839-0

Conversión a formato digital: Libresque

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

ESTEBAN LEVIN. Licenciado en Psicología. Psicomotricista. Psicoanalista. Profesor de Educación Física. Profesor invitado en universidades nacionales y extranjeras. Director de distintos cursos de formación en psicomotricidad, psicoanálisis, clínica con niños y trabajo interdisciplinario.

Es autor de numerosos artículos en diversas publicaciones especializadas nacionales e internacionales y de los libros La función del hijo. Espejos y laberintos de la infancia (Nueva Visión, 2000); La experiencia de ser niño. Plasticidad simbólica (Nueva Visión, 2010); Discapacidad. Clínica y educación. Los niños del otro espejo (Noveduc 2017); Constitución del sujeto y desarrollo psicomotor: la infancia en escena (Noveduc, 2017); Autismos y espectros al acecho, la experiencia infantil en peligro de extinción (Noveduc, 2018); ¿Hacia una infancia virtual? La imagen corporal sin cuerpo (Noveduc, 2018); La dimensión desconocida de la infancia. El juego en el diagnóstico (Noveduc, 2019); Pinochos: ¿marionetas o niños de verdad? (Noveduc, 2020), Las infancias y el tiempo. Clínica y diagnóstico en el país de Nunca Jamás (Noveduc, 2020); La niñez infectada. Juego, educación y clínica en tiempo de aislamiento (Noveduc, 2020) y La clínica psicomotriz. El cuerpo en el lenguaje (Noveduc, 2021).

BÁRBARA BRIGUEZ (SENTIPENSAMIENTOS). Licenciada en Psicología (UBA). Especialista en clínica psicoanalítica con niños y adolescentes (Hospital Infanto Juvenil Dra. Carolina Tobar Garcia). Ilustradora. A través de Sentipensamientos pone en juego ilustraciones que nacen de diferentes devenires, especialmente en relación a la experiencia infantil.

@senti.pensamientos

Índice

CubiertaPortadaCréditosSobre los autoresDedicatoriaParte I. Deseo de ficciónIntroducción. Hacia el país en el que no “Había una vez”…Metamorfosis poética I. El garabatoCapítulo 1. Los movimientos que saltan hacia el gestoCapítulo 2. Los patososCapítulo 3. Un juguete abre la ficción de la posibilidadCapítulo 4. El artificio móvil del garabatoCapítulo 5. La curiosidad del deseo. El enigma de la plazaCapítulo 6. Las alas de la ficción vuelan en lapiceras traviesasParte II. Entre ficcionesIntroducción. Hacia el país en el que “Había y no había una vez”…Metamorfosis poética II. DestinosCapítulo 7. Los niños originan el deseo de ficción. Los escultores de la imagen del cuerpoCapítulo 8. La metamorfosis en acto abre el caminoParte III. Ficción del deseoIntroducción. Hacia el imposible país en el que siempre y nunca “Había una vez”Metamorfosis poética III. La arena del tiempoCapítulo 9. La plaza que abraza rescata al sujetoCapítulo 10. Inventar la curiosidad y abrir la plaza: Juani frente a los espectrosCapítulo 11. La plasticidad como resistencia frente al sufrimiento del niñoCapítulo 12. Pablo no es un espectro autista: existe a través de un gestoCapítulo 13. Modos de existir en la ficción: Rafael, Kevin y MartinaCapítulo 14. Frente al diagnóstico, Amadeo abre un mundo posible: la ficción hace el juegoParte IV. La comunidad de la metamorfosisIntroducciónMetamorfosis poética IV. Las luciérnagasHacia las mil y una “Había una vez…”Bibliografía

Sin el mundo de la ficción

no podría existir el de la realidad…

 

A Bárbara, con quien compartí la pasión de escribir este libro; ella ilustró las sensaciones que se transformaron en ritmos, garabatos, colores, líneas y formas que recrean la vida de la escritura.

 

A los niños y niñas, que nos enseñan y nos permiten día a día jugar con la imaginación,nos abren las puertas de la experiencia ficcional y nos dejan, por unos breves e inagotables instantes, ser otros junto a ellos.

 

A todos aquellos que conforman la red de alianzas y complicidades que nos relanzan una y otra vez al enigma indescifrable, rebelde, de la infancia.

PARTE I DESEO DE FICCIÓN

Introducción HACIA EL PAÍS EN EL QUE NO “HABÍA UNA VEZ”…

Antes de nacer, en lo anterior al origen, somos una ficción aún sin nombre, luego hacemos del nombre la ficción del origen. Somos la metamorfosis en acto de la experiencia infantil.

La rebeldía de la infancia no es un libro teórico ni uno práctico; no es una guía ilustrada ni un juguete para jugar o contemplar. Ni siquiera sé qué es, pues, a la vez, es todo eso al mismo tiempo. Tiene movimiento; deviene palabras, imágenes, trazos, velocidades, fuerzas, volúmenes, texturas. Se niega a adoptar un formato único y elige otro que –travieso, caótico– juega con nosotros. En lugar de sostenerse en pilares fijos y estáticos, los recrea; fiel e infiel a la rebeldía, transgrede. A medida que se lee, trama el sinsentido de una sensibilidad que no llego a comprender.

Rebelde, plebeyo en su esencia, no se adapta, no llega a un lugar preestablecido con anterioridad y ni siquiera tiene un objetivo a alcanzar. Configura la hospitalaria sensibilidad de una ficción que puede ser o no la potencia de un gesto que, al recrearse en estas páginas, nos convoca a la intensa travesía de un viaje. Tal vez seamos la tentativa efímera de ser otros… Partamos, entonces, hacia donde aún no “había” nunca “una vez”.

La rebeldía de los niños es deseo; gracias a ella los pequeños producen la plasticidad, cuya potencia provoca la metamorfosis de la infancia.

El gesto es corpóreo y efímero; existe al ser lo que no es. Si alguien pretende apresar la ficción, ella, epifánica, se escapa; increíble, carece de imágenes porque las genera. Solo soporta lo intocable del toque; háptica, convoca a la errancia. Movimiento en sí mismo nómade e indeterminado.

Lo incierto del sinsentido ficcional hace de la repetición el detalle inverosímil de un gesto dado a ver a un otro. Gestualidad significante, inimaginable antes de ser realizada, que sorprende para olvidarse inmediatamente como tal y advenir tiempo en devenir en una memoria aún no concluida.

El gesto puede ser la rebelión de una ficción en movimiento. Toma al cuerpo, entrelaza la postura y articula la motricidad en el lenguaje. Es un juego móvil, corpóreo, erógeno, que significa más de lo que dice y dice más allá de la significación. Juega, entre el lenguaje y la palabra; se subsume en ella, la precede y sucede en una secuencia heterogénea dada a leer a un otro.

Metamorfosis poética I EL GARABATO

La niñez garabatea,

abre el mundo en el mundo,

busca lo que no es

sino la intuición sensible

del placer corporal.

Los chicos alzan los ojos,

desposeen la mirada,

aparecen en los trazos coloridos

en donde, sin cesar de narrar,

desaparecen.

Audaces,

oscilan el azar,

exploran las formas del otro

al reflejarse,

dibujan,

esculpen la imagen

hasta ofrendar la presencia

de una huella

validada en los contornos

florecidos para un otro.

Las líneas sin espesor,

torpes,

dan vueltas,

giran,

curvan la superficie,

crean agujeros,

envuelven,

desatan el movimiento,

remolino espiralado,

pululan en el espacio,

irrecuperable origen

del sinsentido.

Capítulo 1 LOS MOVIMIENTOS QUE SALTAN HACIA EL GESTO

Un día cualquiera, mi hijo adolescente y yo salimos a correr por un parque. Mientras avanzamos, distendidos, concentrados en encontrar el ritmo de la respiración, miramos el hermoso paisaje rodeado de imponentes montañas, con un cielo atardecido sin igual. De pronto, frente a nosotros aparece una niña de seis años, que se desplaza sobre un monopatín; detrás de ella, su hermana, un año menor, grita exultante: “Te voy a alcanzar, voy como si fuera una pelota”. A continuación, rueda, dando volteretas hacia adelante. Salta, mientras avanza sin parar. Ágil, gira una y otra vez, apoya muy rápido las pequeñas manos en el pasto; cabeza abajo, dobla magistralmente las rodillas, afirma la cabeza, arquea la espalda, adopta una postura en forma de bola e impulsa con fuerza el movimiento hacia adelante. Toda esta serie de equilibrios y desequilibrios posturales vestibulares, sensitivos, propioceptivos y cenestésicos van enlazados al placer, la sonrisa y la actividad corporal gozosa, devenida gestual.

Sorprendido por la escena que acabo de ver mientras corro, no puedo dejar de pensar en ella. Para alcanzar a su hermana, la pequeña niña, al rodar, juega espontáneamente a ser una pelota. En esta experiencia, imagina lo que siente y siente lo que imagina. El deseo de ficción entreteje y enlaza el movimiento corpóreo y el placer sensoriomotor, mediado por la ficción del deseo, genera un ritmo afectivo, pulsional, que desborda el cuerpo en sí, pone en juego el uso móvil de la imagen corporal e insufla vida a la escena.

La pulsión motriz articula la sensibilidad cenestésica, sensación que emana del movimiento del cuerpo como un tacto interior, independiente de los otros sentidos. Da la sensación de continuidad del cuerpo entrelazada a la imagen corporal y a la gestualidad convocante abierta a la relación con el otro y a la realización ficcional. La experiencia psicomotriz deja huellas móviles; el tiempo se divide en lo actual, el pasado y el futuro virtual de una historicidad que engendra la memoria del devenir.

En ese momento, mientras corro, el sendero gira sobre sí mismo, por lo que avanzo en sentido inverso y vuelvo a encontrar a las niñas. La más pequeña salta al lado de su hermana y del monopatín, que parece acompasar el instante con el movimiento sonoro de las ruedas que giran en el pasto. Cuando estoy frente a ella, la niña me mira con ternura, como si percibiera mis pensamientos acerca de lo que acabo de ver. Continúo ideando cuando, inesperadamente, ella detiene un poco mi marcha y me grita: “¿Cómo te llamás?”. Mi cuerpo frena su impulso, giro, la postura se acomoda y le respondo: “Esteban”. De inmediato, con una gestualidad inquieta y traviesa, vuelve a lanzarme una pregunta: “¿Cuantos años tenés?”. Sin intervalo, le respondo; ella me devuelve una amplia, hermosa y vivaz sonrisa. Entonces le digo, sin dejar de moverme y de saltar en el lugar: “Y vos, ¿cómo te llamás?”. “Sol”, me grita, contenta. “¿Cuántos años tenés?”. “Cinco”. Lo dice y, sin parar de moverse, da media vuelta y sale a correr a su hermana.

Una sensación de perplejidad me invade e inunda la escena. Mientras prosigo hacia adelante por el camino, hago una torsión para volver a verla. Ella se aleja y salta alegremente entre el monopatín y las piernas de su hermana.

Corro y me evado en pensamientos móviles, nómades: ¿cómo transmitir, cómo transcribir el ritmo corporal, gestual, la tonalidad de la enunciación postural, cenestésica y latente de la experiencia escénica recién vivida? La gestualidad corporal, ¿potencia lo ficcional? ¿Deja un trazo, una huella inconsciente, móvil, a habitar y recorrer? El placer postural cenestésico interoceptivo erógeno, en su precoz realización, ¿configura la pulsión motriz? ¿Por qué, a partir de la nada (creación ex nihilo), me pregunta el nombre y luego, en el después del antes, averigua mi edad? ¿Qué es lo que quiere saber la niñita de mirada chispeada y traviesa?

En esta experiencia psicomotriz de Sol, ¿qué nos dona ella? ¿Hay amorosidad? ¿Afectividad? ¿Hay nada? ¿Acaso el mundo no adviene a esa sutil diferencia entre la mecánica motriz y el gesto, dado a ver a un otro? Las miradas coexisten, se tocan en ese instante, mezclándose en la ficción del deseo sensible que da tiempo y espacio al origen de las creencias. ¿Qué es todo esto que pienso sin parar de moverme? ¿Será un deseo de ficción? ¿Un modo de existir en relación a la niñez que pasó, pasa y pasará...?

Queda claro que el límite del cuerpo no es nunca el organismo, sino la potencia relacional y ficcional. La sensación rítmica propia del uso de la imagen corporal es a la vez sujeto y objeto, mueve y es movida, toca y es tocada. Una sensibilidad que, por un lado, abre las vías de la plasticidad neuronal, de la transmisión intrasináptica propia del entretejido cerebral y, por el otro, al unísono, rompe el cliché y deviene apertura a nuevas experiencias subjetivas, de cuyas huellas móviles se desprende la plasticidad simbólica de la experiencia vivida.

Continúo corriendo. Mi hijo se adelanta unos metros y, de pronto, comienza a intercalar en su carrera saltos con los que se eleva, extiende las piernas y vuelve a caer. En un ritmo intermitente, realiza el cambio postural, impulsa el eje axial desprendiéndose del suelo, salta, desequilibra el sostén y continúa el movimiento. Al hacerlo, lanza un grito que resuena en la libertad y el placer del movimiento sensitivo, espontáneo, rítmico, de alguna escena íntima y ficcional.

Sorprendido, al verlo se me impone un recuerdo que viene de un pasado casi oculto. El tiempo se diluye en el horizonte montañoso que nos rodea. Durante mi niñez me encantaba saltar e inventé un salto “estilo cosaco”, que repetía cada vez que podía. Con mucha intensidad, tras una breve carrera, impulsaba todo mi cuerpo hacia arriba, elevaba el tronco y extendía las piernas, como suspendiéndome en el aire, hasta volver a caer al piso.

El movimiento sensoriomotor, vestibular, postural, de desequilibrio y equilibrio kinestésico (sensaciones en la piel, articulares, musculares) estaba atravesado por el deseo de volar; tenía la impresión de vencer la gravedad, superar el obstáculo y sostener la libertad de dominar el cuerpo, impulsándome a elevarme por los aires. Saltaba hacia arriba, arqueando el cuerpo al mantener la vertical equilibrante, los brazos y piernas extendidos, estirados, como “El hombre elástico”.

Recuerdo la sensación cenestésica de cierta altura que alcanzaba sin pensar en el final, en el aterrizaje de esa hazaña, como si el mundo se tornara ingrávido. Vencía la fuerza de la gravedad y, en esa realidad intemporal –suspendido por unos segundos en el aire, con el pelo agitándose en mi cabeza y la tensión tónico-postural–, la curvatura de la espalda compensaba el desequilibrio. En esos momentos estaba convencido de que volaba; esa sensibilidad propioceptiva alimentaba, sin darme cuenta, la potencia de la ficción, la fantasía de un vacío que podía alcanzar por el simple placer de sentir que el cuerpo sin peso flotaba por un instante, sin embargo, infinito.

El deseo ficcional entrelazado al placer sensitivo-motor producía la potente intensidad de una experiencia que aún hoy, en esta escena, no deja de conmoverme.

El tiempo de la infancia inervado por el deseo de imaginar inunda y configura el espacio, produce sensaciones kinestésicas interoceptivas por las que pone en juego al cuerpo y su imagen en movimiento. La realidad sensoriomotriz de los gestos tiene allí su origen más vibrante en el anverso y reverso de una escena significante, en la que un niño comienza a memorizar lo que aún no existe sino como una ficción deseante.

Capítulo 2 LOS PATOSOS

Con Gabriela, una niña de siete años, estamos reunidos virtualmente y jugamos a dibujar. Ella hace un pato y yo un oso. Me muestra lo que hizo a través de la pantalla del celular; previamente, mientras el otro dibujaba, hubo que cerrar los ojos. A la cuenta de diez los abrimos y, cada uno a su turno, revela su figura. Nos reímos de los dibujos; el placer y la intriga en la realización atraviesan las pantallas. En ese tercer tiempo componemos una experiencia, un territorio “del medio”, compartido; el ritmo escénico nos lleva a conjugar una zona ficcional. Gabi propone: “La pata y el oso tienen hijitos, se llaman patosos, ¡dibujémoslos! Cuando los dibujamos, los imaginamos y ya viven, porque todo es posible, dale Esteban, ¡dibujémoslos!”. A continuación, comienza a contar: “Uno, dos, tres...”.

Asombrados, no dejamos de jugar: dibujamos en el “entredós” que nos convoca. La ficción precede a los niños, preexiste a ellos, los rodea y los aloja, trascendiéndolos en imágenes móviles plenas de vida. Los pequeños, sensibles a ellas, multiplican el pensamiento a medida que sienten; eso los transporta a otra dimensión desconocida en la que son otros: devienen aquello que, en acto, imaginan en un ritmo imperceptible que genera deseo de ficción.

En la infancia, los cambios y las metamorfosis hacen surgir posibilidades entre lo que los chicos experimentan y les pasa, relaciones secretas íntimas entre las cosas, las palabras y los movimientos. De este modo componen analogías, correspondencias, metáforas, significaciones aún por correlacionar en cada escena. La novedad de la ficción es vivida como una instancia originaria y a la vez original que conmueve el universo infantil.

Al crear la ficción, los pequeños son creados por ella; entretejen la ocasión de un asombro primario acerca del mundo que los rodea; quieren saber y conocer lo que les pasa en el cuerpo con la naturaleza, las cosas y las imágenes. Les resulta fascinante cualquier hecho para indagar “por qué”, “cómo es”, “para qué sirve”. En esta experiencia psicomotriz, no se cansan de jugar con el tiempo; van y vienen con la chispeante curiosidad en permanente búsqueda. Cuando toman cierta conciencia, la imaginación ya sucedió y el tiempo vuelve a dividirse en ficcional, virtual.

La historicidad se compagina a partir de esas huellas móviles, afectivas, hasta recrear el próximo quehacer escénico. Los chicos juegan con el mundo que los pone en juego. Así, lo habitan y habilitan un modo de existir exuberante, sin escrúpulos, abierto a lo potencial que concatenan en el próximo encuentro. La versatilidad gestual compone una vibración tan singular como simbólicamente imaginaria. Sin condiciones, el niño inviste las relaciones afectivamente o, dicho de otro modo, es afectado al mismo tiempo que afecta. Para los niños, es tan esencial recibir lo que el otro dona como tener la sensación de donar, de ser capaces de afectar a través de la amorosidad del deseo encarnado en lo corporal.

El movimiento de las escenas ficcionales durante la niñez no se detiene; ellas potencian nuevos posibles, sucesos que de otra manera no existirían; en ellas, los chicos usan la imagen del cuerpo, apertura y mezcla de sensaciones de donde surge un estilo que luego, con el tiempo, será el propio. La ficción crea otro territorio; sale del cuerpo (en tanto organicidad), salta sin saber adónde caerá, confía y sostiene la creencia sin esperar llegar a parte alguna, mientras ellos, los niños, son guiados por la curiosidad y el enigma.

En todo este trayecto –no exento de azares, controversias, berrinches, miedos, intensidades y mezclas–, los pequeños organizan la percepción sensible de un pensamiento asociativo libre, abductivo y artesanal.

Gabriela se levanta, comienza a dar vueltas alrededor de la mesa y me invita a correr como ella. Lentamente, comienzo a hacerlo; cada uno recorre el contorno de su propia mesa. Ella va adquiriendo más velocidad e intensidad. Gabi exclama: “¡Son vueltas al infinito! ¡Dale! Una vuelta más y más, y me voy al infinitooo...”. Corre para alcanzar el artificio móvil de la experiencia; la sensibilidad cenestésica afectiva encarna el deseo ficcional para descubrir sin duda el indeterminado más allá.

Capítulo 3 UN JUGUETE ABRE LA FICCIÓN DE LA POSIBILIDAD

Federico, un niño de cuatro años, toma un autito, lo mira y comienza a moverlo. Quiere ver qué hace, cómo rueda y se desplaza, por dónde puede ir, qué fuerza tiene, hasta dónde puede llegar en un solo impulso. Al mover el pequeño auto, experimenta la sensación con todo su cuerpo. La postura se reacomoda según los movimientos del juguete. Lo hace andar entre las sillas, debajo de una mesa, lo acomoda entre maderitas para estacionarlo. Dialoga con el autito, espontáneamente lo transforma en un personaje. Le dice: “Quedate por acá… Voy a buscar a otro… No te muevas…”. Me mira y al mismo tiempo exclama: “Esteban, dame otro, así los ponemos juntos… ¡Y vos también jugá!”. Le alcanzo un auto, al mismo tiempo tomo otro y, debajo de la mesa, con las maderitas (como las del juego “Jenga”), trazamos un caminito semejante a un laberinto, jugamos. La ficción y el artificio nos llevan a construir una casa-garaje para cada uno de los autos.

De a poco, en complicidad, armamos una ciudad subterránea. La mesa se transforma en una fortaleza secreta debajo de la que sucede de todo: choques, caminos, túneles, puentes, carreras… El deseo de la ficción conforma un ritmo que inventamos en resonancia con el otro. Una cierta musicalidad propia de la singular escena fluye sin palabras. Fede pone en juego la fuerza ficcional y, al hacerlo, dona el afecto que nos afecta: he allí sin duda la potencia en el entretiempo del encuentro. Los dos, metamorfoseados en autos.

Al jugar, los pequeños ponen en acto el afectar y ser afectados por el don del otro. Fede deviene auto al hablar con él, al moverlo, al dialogar y hacer las casas-garaje que componen una “verdadera” ciudad subterránea. De este modo, expande y acrecienta la potencia. Es una composición que impulsa el movimiento de la imagen corporal, lo mueve, disminuye el estado de inhibición y tristeza en el que se encontraba (Federico había llegado a la consulta con un diagnóstico de trastorno del espectro autista, TEA) y crea un pasaje-túnel a otro territorio, o sea, una forma de existir de otro modo. Juega otras posibilidades que no se vislumbraban ni aparecían como opción. La ficción del deseo inventa nuevas experiencias a recorrer y transitar, muchas veces azarosas e impredecibles.