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"No existe ninguna representación del ser humano que abarque totalmente su complejidad. Precisamente por eso no hay que extrañarse de que las religiones y los distintos sistemas filosóficos no hayan tenido la misma concepción de su estructura. Todos están en la verdad; todo depende del punto de vista de cada uno. Para facilitar la comprensión, cuando se quiere dar una idea de la anatomía del ser humano, necesariamente hay que hacer distintas láminas que representen los diferentes sistemas: óseo, muscular, circulatorio, nervioso... Lo mismo ocurre para el organismo psíquico: exactamente como un anatomista, un Iniciado emplea distintos esquemas, o divisiones según los aspectos del ser humano y los problemas en los que quiere profundizar".
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Seitenzahl: 156
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Omraam Mikhaël Aïvanhov
La vida psíquica: elementos y estructuras
Izvor 222-Es
ISBN 978-84-939263-6-6
Traducción del francés
Título original:
LA VIE PSYCHIQUE: ÉLÉMENTS ET STRUCTURES
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I CONÓCETE A TI MISMO
“Conócete a ti mismo...” Pocas personas han sabido interpretar verdaderamente esta fórmula inscrita en el frontispicio del Templo de Delfos. ¿Quién es este “sí mismo” que debemos conocer? ¿Acaso se trata de nuestro carácter, de nuestras debilidades, de nuestros defectos y cualidades?... No; si conocerse fuese únicamente eso, los sabios nunca habrían inscrito este precepto en el frontispicio de un templo. Este conocimiento es necesario también, desde luego, pero resulta insuficiente. Conocerse es mucho más. Conocerse es Regar a ser consciente de los diferentes cuerpos de que estamos compuestos, desde los más densos hasta los más sutiles; de los principios que animan estos cuerpos, de las necesidades que nos hacen sentir y de los estados de conciencia que les corresponden, de los que no sabemos nada. Todos nos observamos un poco, tratamos de conocer algunas de nuestras tendencias buenas o malas, y decimos: “¡Ya me conozco!” Pero todavía no nos conocemos.
En realidad, no existe ninguna representación del ser humano que abarque completamente su gran complejidad; por ello no hay que extrañarse de que las religiones y los diferentes sistemas filosóficos no hayan tenido la misma concepción de su estructura. Los hindúes, por ejemplo, lo dividen en 7, y los teósofos también han adoptado esta división. Los astrólogos lo dividen en 12, en correspondencia con los 12 signos del zodíaco, y los alquimistas en 4, de acuerdo con los 4 elementos. Los cabalistas han escogido el 4 y el 10: los cuatro mundos y los diez sefirot. En la religión de los antiguos Persas, el mazdeísmo, y después en el maniqueísmo, el hombre se divide en 2, de acuerdo con los 2 principios del bien y del mal, de la luz y de las tinieblas, Ormuzd y Ahrimán. En cuanto a los cristianos, a menudo lo dividen en 3: cuerpo, alma y espíritu. Aún añadiré que ciertos esoteristas han escogido la división en nueve, porque repiten el 3 en los 3 mundos, físico, espiritual y divino.
¿Dónde está la verdad? Está en todos. Depende del punto de vista con el que se observe al hombre. Por eso no rechazo ninguna de estas divisiones. A menudo, por comodidad, divido al hombre en 2: la naturaleza inferior o personalidad y la naturaleza superior o individualidad, porque esta división facilita la comprensión de ciertos problemas.1 Para otras explicaciones escojo la división en 3, 6, ó 7, sí me parecen más claras para vosotros. Estas divisiones sólo son medios fáciles para presentar tal o cual aspecto de la realidad. No se contradicen entre ellas porque cada una es verdadera desde un punto de vista distinto.
Cuando queremos dar una idea de la anatomía del ser humano no lo representamos todo a la vez, sino que, para facilitar su comprensión, tenemos que confeccionar diferentes láminas que correspondan a los distintos sistemas: óseo, muscular, circulatorio, nervioso... En geografía también se hacen varios mapas: físico, político, económico, geológico, etc... Pues bien, lo mismo sucede en todos los niveles. Exactamente igual que el anatomista o el geógrafo, los Iniciados utilizan diversos esquemas o divisiones según los aspectos del ser humano y las cuestiones que quieren profundizar.
1 Naturaleza humana y naturaleza divina, Colección Izvor nº 213.
II EL CUADRO SINÓPTICO
“Como es abajo es arriba, y como es arriba es abajo”2, dijo Hermes Trismegisto. Existen en el hombre unos principios sutiles con sus necesidades y actividades propias, lo cual es fácilmente comprensible si tomamos como punto de partida las necesidades y las actividades del cuerpo físico. Esto es lo que voy a tratar de enseñaros gracias a este cuadro sinóptico, en el que he querido reunir los principales elementos de nuestra vida física y psíquica.
Empecemos, pues, por el cuerpo físico. ¿De qué tiene necesidad? De salud. Para tener salud necesita alimentarse, debemos comer. Para conseguir este alimento, nos hace falta dinero. Y para tener dinero, hay que trabajar. Ved que es sencillo. Pues bien, puesto que lo que hay abajo, en el mundo físico, es como lo que hay arriba, en el mundo espiritual, hay que saber que volvemos a encontrar los mismos procesos en los planos sutiles para los demás principios de los que está constituido el hombre: la voluntad, el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu. Cada uno de estos principios tiende hacia una meta: para alcanzar esta meta, necesita ser alimentado; para tener este alimento, hace falta dinero; y el dinero sólo se gana trabajando.
Consideremos la voluntad: tiene como meta el movimiento, es decir, el poder. Necesita actuar sobre las cosas, los seres y las situaciones, para modelarlas y transformarlas. Pero no puede ser activa si no se alimenta, y su alimento es la fuerza: alimentada por la fuerza, la voluntad puede manifestarse. Ahora bien, para comprar esta fuerza necesita dinero, y este dinero es el gesto: tenemos que salir de la inmovilidad y de la inercia para desencadenar estas energías. Acostumbrándose a actuar, a moverse, la voluntad “compra” la fuerza y se vuelve poderosa. Todos los esfuerzos físicos que podáis hacer, fortalecen vuestra voluntad.
A continuación consideremos el corazón ¿De qué tiene necesidad el corazón? Necesita
sentirse colmado, busca el calor, el gozo, la felicidad. Su alimento es el sentimiento, y la moneda que sirve para pagarle es el amor. Cuando amáis, este amor es el “dinero” que os permite “comprar”, es decir, adquirir y sentir todo tipo de sentimientos, de sensaciones, de emociones. Si perdéis vuestro amor, perdéis la felicidad y vivís en el frío ¿Cómo conservar esta riqueza del amor? Cultivando cada día la armonía con las criaturas y con todo el universo.
¿Y el intelecto? Necesita ser instruido, busca la luz, el conocimiento. Su alimento es el pensamiento. El dinero que le permite comprar los mejores pensamientos es la sabiduría. Y la actividad que permite obtener la sabiduría es la meditación. Únicamente la sabiduría puede alimentar vuestro intelecto con los mejores pensamientos, permitiéndole así obtener la luz que busca.
El ideal del alma es el espacio, la inmensidad. El alma humana es una pequeñísima parte del Alma universal y se siente tan limitada y comprimida en el interior del hombre que su único deseo es crecer, expandirse a través del espacio. Para alcanzar este ideal tiene, asimismo, necesidad de ser reforzada. El alimento para ello son todas las cualidades de la conciencia superior: la impersonalidad, la abnegación, el sacrificio. El dinero gracias al cual se compra este alimento es el éxtasis, la fusión con el mundo divino. El trabajo que permite obtener esta fusión es la oración, la contemplación. Sí, realmente, la actividad propia del alma es la contemplación.
El ideal del espíritu es la eternidad, porque el espíritu, cuya esencia es inmortal, trasciende al tiempo. Pero para obtener la eternidad, el espíritu necesita alimentarse, y este alimento es la libertad. Así como el alma necesita expansionarse, el espíritu, en cambio, tiene necesidad de cortar todos los lazos que le retienen encadenado. La verdad es el dinero con el que el espíritu compra la libertad. Cada una de las verdades que llegáis a descubrir sobre cualquier tema os da la posibilidad de liberaros. Jesús decía: “Conocedla verdad y la verdad os hará libres...” Sí, la verdad libera. La actividad que permite alcanzar la verdad es la identificación con el Creador. Aquél que se identifica con el Creador llega a ser uno con El, posee la verdad, ¡y se libera! Cuando Jesús decía: “Mi Padre y yo somos uno”, resumía este proceso de identificación.
En este cuadro he querido resumir y encajar los principales elementos de la vida física, y sobre todo psíquica, que se encuentran generalmente dispersos, para formar con ellos una unidad: y naturalmente, podríamos desarrollar y precisar estas nociones hasta el infinito.
Debido a que este cuadro no puede contenerlo todo, evidentemente, hay un cierto número de nociones que no encontraréis en él; no obstante podemos situar los diferentes niveles de consciencia: inconsciencia, subconsciencia, consciencia, consciencia de sí mismo y supra-consciencia.
Muchos filósofos, psicólogos y psicoanalistas han estudiado el problema de los diferentes niveles de la consciencia. Lo que han dicho es muy interesante, pero, a menudo, muy difícil de relacionar con la experiencia de la vida cotidiana. Por ello os daré un ejemplo sencillo que os permitirá comprenderlo fácilmente. Imaginad que en una caída habéis recibido un golpe violento en la cabeza y os habéis desmayado: estáis sumidos en la inconsciencia. Tratan de reanimaros y empezáis a moveros ligeramente, sin abrir aún los ojos: estáis en el estado de subconsciencia. Después de algunos segundos, abrís los ojos y os dais cuenta de que estáis tumbados en el suelo, rodeados de gente, pero sin saber todavía lo que ha sucedido: es el estado de consciencia. Después volvéis en sí completamente; sentís el dolor, comprendéis lo que os ha sucedido y cómo os ha sucedido: es el estado de consciencia de sí mismo. Finalmente os encontráis totalmente restablecidos, felices, comprendiendo que hubiera podido ser peor y dando gracias al Cielo por haberos protegido: es el estado de supra-consciencia. Como veis, todo resulta claro.
Veamos ahora de qué manera los diferentes elementos que constituyen nuestro ser corresponden a estos diferentes estados de conciencia. El cuerpo físico corresponde a la inconsciencia. Todas las manifestaciones de la vida fisiológica (incluyendo la respiración, la digestión, la circulación, la eliminación, el crecimiento) corresponden a la subconsciencia. La conciencia corresponde al campo de la voluntad y del corazón, y en el nivel del intelecto comienza a nacer la consciencia de sí mismo. La supra-consciencia pertenece al alma y al espíritu; e incluso para el espíritu, podemos hablar de supra-consciencia divina.
Volviendo a lo esencial, este cuadro os muestra claramente cómo trabajar con los diferentes principios que hay en vosotros, sin descuidar ninguno. Sólo aquél que aprende a trabajar cotidianamente con su cuerpo físico, su voluntad, su corazón, su intelecto, su alma y su espíritu, alcanzará un día la plenitud.
2El hombre a la conquista de su destino, Col. Izvor nº 201, cap. V: “La ley de analogía”.
III VARIAS ALMAS Y VARIAS CUERPOS
Los grandes Iniciados, a quienes la clarividencia proporciona un saber indiscutible sobre el hombre y el universo, están de acuerdo en lo siguiente: el alma – este principio que, como su nombre indica, tiene la propiedad de animar el cuerpo físico – no es dada al ser humano por entero en el momento del nacimiento, sino que se instala en él a través de sucesivas etapas en el transcurso de su vida.
Por eso, no os extrañéis de que los filósofos neoplatónicos o incluso ciertos Padres de la Iglesia hayan afirmado que el hombre posee varias almas. La primera, que llamamos alma vital, es puramente vegetativa y gobierna los procesos fisiológicos: la nutrición, la respiración, la circulación... La segunda, más evolucionada, es llamada alma “animal”; la tercera, alma emocional; la cuarta, alma intelectual o racional. Finalmente, está el alma divina, que es pura luz, y que sólo, reciben plenamente los Iniciados cuando han terminado su evolución.
Al alma vegetativa, que es la primera que anima al embrión, ya en el seno de la madre, se suma hacia los siete años el alma llamada “animal”, o si queréis, voluntaria. En general, se cree que el alma se instala definitivamente hacia esta edad, llamada “edad de la razón”. No; se trata solamente del alma voluntaria. Desde el nacimiento hasta los siete años el niño no cesa de moverse, de andar, de correr, de gesticular, y a los siete años, cuando el alma animal se ha instalado por entero en él, puede decirse que el niño ha adquirido una autonomía de movimientos suficiente como para ser capaz de dominar sus gestos.
Pero ya desde hace algún tiempo ha comenzado un nuevo período en el que la vida afectiva toma cada vez más importancia: es el alma emocional que aparece poco a poco. Hacia los catorce años, en la pubertad, cuando esta alma emocional llega a su madurez, entra ya definitivamente y le impulsa a dejarse guiar por su sensibilidad.
Sin embargo, al mismo tiempo, también se desarrolla la capacidad de reflexionar y, finalmente, hacia los veintiún años, se aposenta el alma intelectual, racional. Eso no quiere decir que a partir de los veintiún años el ser humano sea automáticamente sabio y razonable; no es así. ¡E incluso en este período puede cometer las mayores tonterías de su vida! Sin embargo, este es el momento en que entra en posesión de sus facultades de comprensión y de razonamiento.
En cuanto al alma divina, su entrada en nosotros depende de la vida que hayamos decidido llevar y de nuestro deseo de recibirla. Precisamente lo que llamamos “Iniciación” es el camino que el ser humano debe recorrer para “encontrar” su alma divina y atraerla, para que se instale y habite en él Iniciado es aquél que ha trabajado para transformarlo todo dentro de sí, a fin de atraer a su alma divina; todo su ser se ha vuelto armonioso, vibrando al unísono con la Inteligencia cósmica de la que llega a ser un conductor, un servidor.
Pero, en realidad, eso sólo es verdaderamente posible para algunos seres excepcionales que han trabajado en este sentido durante numerosas encarnaciones. Sólo deseaban reencontrarse, realizarse y atraer su alma divina para manifestarla plenamente. Durante años y años se han ido preparando con ejercicios de purificación, de meditación, de oración y de sacrificio, a fin de atraer a su Yo superior, a su Yo divino. Cuando lo consiguen, se dice que han recibido al Espíritu Santo.
También los cabalistas dicen que el hombre tiene varias almas. Al alma emocional, astral, la llaman Nephesh; al alma intelectual, Ruah; y a las almas superiores, Nechamah, Hayah y Iehida. En cuanto a los hindúes, ellos no hablan de almas, sino de cuerpos, lo cual también es exacto, ya que toda partícula de materia contiene una energía. Esta energía es el principio masculino, y la materia el principio femenino.
En todas partes, en el universo, la materia posee una energía; por tanto el cuerpo físico, que es materia, posee en sí una energía, y es a esta energía a lo que llamamos alma. Sin embargo, además del cuerpo físico, el hombre posee otros cuerpos más sutiles, y cada uno tiene su alma: para el cuerpo físico está el alma vital, para el cuerpo astral el alma emocional, y para el cuerpo mental el alma intelectual; para el cuerpo causal, el cuerpo búdico y el cuerpo átmico, también existen tres almas superiores. Cada cuerpo contiene, pues, su alma: el cuerpo es la forma, el contenido, y el alma la energía que lo anima. Ambos son inseparables. La propia naturaleza, el cosmos, es un cuerpo, el cuerpo de Dios, y tiene un alma, el Alma universal. Todo esto está claro, resulta transparente.
Pero volvamos a estos diferentes cuerpos. Las tres actividades fundamentales por las que se caracteriza el hombre son: el pensamiento (que tiene por instrumento el intelecto), el sentimiento (que tiene por instrumento el corazón) y la acción (que tiene por instrumento el cuerpo físico). No creáis que únicamente el cuerpo físico está hecho de materia: el corazón y el intelecto son también instrumentos materiales, sólo que su, materia es más sutil que la del cuerpo físico.
Una vasta tradición esotérica enseña que el cuerpo astral es el soporte y el vehículo del sentimiento, y que el soporte del intelecto es el cuerpo mental. Pero esta trinidad, cuerpo físico, cuerpo astral y cuerpo mental, constituye nuestra naturaleza humana imperfecta. Estas mismas facultades del pensamiento, sentimiento y acción se encuentran nuevamente en nosotros a un nivel superior, y allí sus vehículos son los cuerpos causal, búdico y átmico, que forman nuestro Yo divino. Los tres grandes círculos concéntricos indican las relaciones que existen entre los cuerpos inferiores y los superiores,
El cuerpo físico, que representa. la fuerza, la voluntad, el poder en el plano material, está conectado con el cuerpo átmico que representa la fuerza, el poder y la voluntad divinas.
El cuerpo astral, que representa los sentimientos y los deseos egoístas y personales, está unido al cuerpo búdico, que representa el amor divino.
El cuerpo mental, que representa los pensamientos corrientes e interesados, está conectado con el cuerpo causal, que representa la sabiduría divina.
Así pues, en nuestro yo terrestre, somos una trinidad que piensa, siente y actúa. Pero esta trinidad no es más que un reflejo minúsculo de la otra trinidad celeste que espera que nos unamos a ella. Esta fusión se realizará algún día.
Y éste es el sentido oculto del Sello de Salomón,, símbolo de gran profundidad, el cual, por otra parte, era muy anterior a Salomón.3 Los Iniciados resumen a menudo en un símbolo, en una figura geométrica muy sencilla, las realidades psíquicas y espirituales que tienen una gran profundidad.
Así pues, el ser humano está constituido por tres cuerpos (se puede decir también por tres almas) que componen su Yo superior. Todas las experiencias felices o desgraciadas por las que pasamos en nuestra vida sólo tienen, en realidad, una finalidad: la de permitir reencontrarnos. Cuando estas dos partes, inferior y superior, llegan a fusionarse, el Cielo y la Tierra se unen en nuestro interior plenamente, a raudales, gozosamente.
3La Balanza cósmica, Col. Izvor nº 237, cap. VIII: “Para hacer los milagros de una única cosa”.
IV CORAZÓN, INTELECTO, ALMA, ESPÍRITU
I
Uno de los pasajes más conocidos de los Evangelios es aquél en que, habiéndole preguntado un escriba cuál era el primer mandamiento, Jesús respondió: “Amarás al Señor tu Dios contodo tu corazón, con toda tu alma, con toda tumente y con todas tus fuerzas...”4 Con estas palabras Jesús presenta al hombre como constituido por cuatro principios: el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu. En efecto, la palabra “fuerza” concierne al espíritu, ya que, según la Ciencia iniciática, únicamente el espíritu posee la verdadera fuerza.