Las Criptas Del Edén - Rick Jones - E-Book

Las Criptas Del Edén E-Book

Rick Jones

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Las Criptas Del Edén

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Las criptas del Edén

Rick Jones

––––––––

Traducido por Juan Manuel Baquero Vázquez 

“Las criptas del Edén”

Escrito por Rick Jones

Copyright © 2015 Rick Jones

Todos los derechos reservados

Distribuido por Babelcube, Inc.

www.babelcube.com

Traducido por Juan Manuel Baquero Vázquez

Diseño de portada © 2015 Stanley Tremblay

“Babelcube Books” y “Babelcube” son marcas registradas de Babelcube Inc.

Tabla de Contenidos

Página de Titulo

Página de Copyright

las criptas del Edén | Rick Jones | traducción de juan manuel baquero vázquez

Índice

1

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∑ыбарতাসভ্যতার | স্থাপনা সমূহকেФіў,дра цоўলিকাএক টিতালিকাданьнеьайвыдаকটিপ্রাচীনকালেসালের ейшых паэтаў, філёзафаў,  палкаводцаў, অবশ্যই вялікіх цহেলেনীয় ароўяк цтва

найстараবিশ্বকোষ жытнымপৃথীবীর і | তালিকা হয়েছে। ўяўленьнямі бпа২০০৭ ўц তারিখে | чанасьউইকিপিডিয়া, ці дасканалযাতে асьমুক্ত ціцудаў | жанр প্রকাশিনির্মিত

ейшых паэтаўфілёзафаў | палкаводцаў, অবশ্যই вялікіх цহেলে | নীয় ароўяк цтва дыцыйны ы যুজনপ্রিয় গেই грэцкай эліністычнаথেকে й паэзіі і йооду пথেকে

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€ ╥ ῴ ԋ ƾ ¤ | A D E I A M

ῴ ԋ ῐ῟ ῴ | E I V E

las criptas del Edén

Rick Jones

traducción de juan manuel baquero vázquez

Índice

prólogo

capítulo i

capítulo ii

capítulo iii

capítulo iv

capítulo v

capítulo vi

capítulo vii

capítulo viii

capítulo ix

capítulo x

capítulo xi

capítulo xii

capítulo xiii

capítulo xiv

capítulo xv

capítulo xvi

capítulo xvii

capítulo viii

capítulo ix

capítulo xx

capítulo xxi

capítulo xxii

capítulo xxiii

capítulo xxiv

capítulo xxv

capítulo xxvi

capítulo xxvii

capítulo xxviii

capítulo xxix

capítulo xxx

capítulo xxxi

capítulo xxxii

capítulo xxxiii

capítulo xxxiv

capítulo xxxv

capítulo xxxvi

capítulo xxxvii

capítulo xxxviii

capítulo xxxix

capítulo xl

epílogo

––––––––

––––––––

PRÓLOGO

En algún lugar de Turquía oriental

––––––––

El anciano sintió una gran euforia cuando descubrió el templo de Edín.

Tres días después, corría con el objetivo de salvar su vida.

Llevándose la mano al pecho, donde amenazaba un corazón con detenerse, el profesor Jonathan Moore y su ayudante Montario corrían dificultosamente mientras huhían despavoridos de lo que moraba en los túneles.

Sea lo que fuere, siempre se mantuvo oculto tras la luz, vigilando calladamente al profesor, nunca mostrándose en su totalidad. Aquella cosa era rápida, tranquila y experimentada en sus movimientos; iba acabando uno por uno con los miembros del grupo, agarrándolos y llevándoselos a las oscuridades más profundas y tenebrosas, hasta que sus gritos acababan ahogándose en un silencio sepulcral.

El profesor se rezagaba y se alejaba cada vez más de su ayudante Montario.

—Montario, ¡vas demasiado rápido! —.

Montario se paró y volvió la vista atrás, apuntando con su linterna por delante del profesor, partiendo en dos un espeso velo de oscuridad que lo cubría todo.

Al mirar nuevamente, vislumbró a la criatura, vió sus diáfanas dimensiones, y un grandioso cuerpo que asomaba estrepitoso por detrás del collar de su cuello, un collar que se esparcía como un robusto collar isabelino. Entonces, cual mensaje subliminal, desapareció entre las sombras, azotando su pesada cola por el haz de luz hasta que finalmente solo pudo divisarse un impenetrable y opaco muro de oscuridad.

—¡Detrás de usted, profesor! —.

—¡Lo sé! —gritó este último con dificultosa respiración—. Lo sentía a mis espaldas cuando me estaba quedando detrás.

Montario dirigió la luz de su linterna por todo el lugar. Todo estaba completamente oscuro, no se vislumbraba siquiera la más remota rendija de luz que les diera la esperanza de que podrían escapar del espaciado corredor en el que se encontraban.

—Continúa andando —dijo el profesor—. Por aquí es por donde entramos.

¿Seguro?

Montario alumbraba con la linterna como escaneando el lugar. Los muros, el techo, el suelo... todo era igual, construido con sílice negro, un material delicado como el cristal.

—Continúa —dijo el anciano en tono impelente mientras empujaba a Montario hacia adelante.

Los corredores y galerías parecían un gran laberinto, cruzándose y entrelazándose entre sí en una maraña de piedras y rocas.

El profesor, sin embargo, no dudó ni un momento. Utilizando su memoria y su intelecto como brújula; avanzaba entre curvas y recodos hasta que finalmente advirtió un leve atisbo de luz al final del túnel.

—¡Allí! —dijo el profesor Moore señalando con el dedo —. ¡Allí está la salida!

Entre muecas, el profesor hincó una rodilla en el suelo a la vez que se llevaba una de sus manos al pecho.

Montario se apresuró a agacharse y levantar al viejo anciano, que continuaba de rodillas en el suelo; sin embargo, sus intentos fueron infructuosos.

—Ya casi estamos —le dijo serenamente al viejo.

Se oyeron bramidos que salían de la más absoluta oscuridad.

Montario alumbró con la linterna.

No vio nada.

No obstante, ambos sabían que había algo, esperando.

—No va a dejar que nos vayamos, ¿verdad? ¡Vamos a morir aquí! —.

El anciano apretó los dientes conteniendo la pesadumbre de su frágil pecho, esperando a que el corazón le latiese por última vez.

—¿Qué edad tienes, Montario? ¿Veinticuatro? ¿Veinticinco? —.

El ayudante lo miró inquisitivo.

—Tengo veintiocho —.

El anciano asintió con la cabeza.

—Te diré algo —dijo esforzándose por ponerse de pie—. Tengo mucha más edad que tú, así que no hables de esa forma.

Gracias a la tenue luz que arrojaba la linterna, Montario pudo ver que en la camisa del profesor comenzaban a aparecer unas sudorosas manchas que dibujaban sobre su cuerpo unas grandes manchas de Rorschach que se extendían por su espalda y sus axilas. Su cara comenzó a palidecer y su rostro adquirió el grisáceo blancor del vientre de un pez.

—No le va a pasar nada —le dijo Montario en voz baja—. Todo va a salir bien.

El profesor simuló una sonrisa. Lo sabía.

—¿Cuánto más hay que andar? —.

Montario apuntó la luz de la linterna hacia la dirección de salida.

—No mucho —contestó.

El profesor calculó la distancia y dijo:

—Para mí quizás sí, Montario. Pero habrá que intentarlo —.

Con una mano que recordaba al movimiento de los pájaros, sacó del bolsillo de su camisa un pequeño librito de color negro para después alzarlo sobre la columna de luz.

—Quiero que te quedes con esto —le dijo—, y que se lo des a Alyssa.

—Profesor, por favor... —.

—Montario, ¡no hago más que frenarte! —.

Montario miró al anciano y la sorda oscuridad que se cerraba detrás de él.

Luego, el anciano llamó la atención de Montario golpeando levemente su pecho con el dedo índice.

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