Las mil y una noches - Anónimo - E-Book

Las mil y una noches E-Book

Anónimo

0,0

Beschreibung

Sherezade salvó su vida contándole al visir un cuento cada noche. Esos relatos fueron pasando de generación en generación como un preciado tesoro que llenaba de fantasía las mentes de los que los escuchaban o los leían. En este volumen se presenta una recopilación y adaptación de esas mismas historias, pero conservando la atmósfera mágica y la singularidad de sus personajes que a tantos han hecho soñar.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 156

Veröffentlichungsjahr: 2017

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Índice

Introducción

Las mil y una noches

Las mil y una noches de Sherezade

El pescador y el genio

Las tres manzanas

Los viajes de Simbad el marino

Aladino y la lámpara maravillosa

Alí Babá y los cuarenta ladrones

Apéndice

Créditos

El origen de Las mil y una noches

¿No es verdad que la gente, cuando habla de una historia maravillosa y exótica, suele decir: «Parece un cuento de Las mil yuna noches?». Esta expresión ha pasado a formar parte del lenguaje popular. Pero ¿cuándo y cómo nacieron estos cuentos? ¿Quién fue su autor? ¿Cómo han llegado hasta nosotros? ¿Cuál es el secreto de su longevidad?

De hecho, estos cuentos no tienen un solo autor: son hijos de una antiquísima tradición oral. Algunos de ellos provienen de Egipto; otros, de Persia; otros, de la India. Incluso los hay que son adaptaciones procedentes de culturas más lejanas (un hecho bastante habitual: algunos de los cuentos de El conde Lucanor, del infante don Juan Manuel, proceden de la tradición árabe, de los fabulistas griegos, etc.). Los cuentos (y las canciones) populares tienen necesariamente un primer autor, pero, al no quedar fijados por escrito —al menos hasta mucho después de su creación—, viajan por el mundo, desperdigándose mediante la lengua oral y, durante su periplo, van siendo modificados por aquellos que los explican, que los alargan o los acortan, y que a veces modifican sus referentes para hacerlos más cercanos al auditorio de un lugar y de un tiempo determinados.

Parece ser que quien compiló en árabe los cuentos que acabaron formando Las mil y una noches fue un hombre del siglo IX llamado Abu Abd-Allah Muhammad el-Gahshigar, pero la primera compilación moderna en lengua árabe se publicó en El Cairo en 1835. Sin embargo, y aunque durante el siglo XII algunas historias ya eran conocidas en el mundo occidental, la auténtica divulgación de estos cuentos por Europa empieza el año 1704, cuando Antoine Galland, orientalista y arqueólogo francés, traduce un antiguo manuscrito sirio donde se hallan muchos de los cuentos de la obra, y añade otros (como el famoso «Aladino y la lámpara maravillosa») que un sirio le explicó de viva voz, y que no se encontraban en el manuscrito. Hay que decir que Galland decidió expurgar el texto de los abundantes elementos sexuales explícitos y de muchos de los hechos violentos que abundan en el original, con lo que las narraciones de Las mil y una noches han sido consideradas a menudo, erróneamente, como cuentos infantiles.

¿Y cómo se explica que los cuentos de Las mil y una noches se divulgasen por escrito en Occidente antes y con más intensidad que en los países árabes modernos? Tal vez porque los sectores árabes más cultos nunca los apreciaron demasiado —también nosotros debimos esperar al Romanticismo para que los intelectuales europeos reivindicasen una cultura popular que la Ilustración consideraba irrelevante—. Aquellos que pensaban que la literatura debía ser no una diversión sino un conjunto de ejemplos didácticos y morales, los encontraban groseros y vulgares, y los despreciaban, a pesar de su antigüedad y de que, a su manera, también contenían buenas dosis de sabiduría popular. De hecho, esta compilación de historias anónimas no cumplía ningún requisito de la literatura árabe clásica: tener un autor concreto, un estilo noble y una forma fija e inalterable. Además, en ellos encontramos un lenguaje lleno de dialectalismos y alejado del árabe literario. No sería una exageración pensar que si Galland no hubiese traducido y dado forma a Las mil y una noches —un texto que, según el escritor y crítico belga Jacques Finné, «aún no existía oficialmente» cuando Galland se hizo cargo de él—, estas narraciones habrían acabado desapareciendo.

De hecho, en algunas versiones editadas en los países árabes, aparece un narrador masculino, impuesto para evitar el protagonismo «excesivo» de una mujer tan inteligente e independiente como Sherezade. Y no hace tanto tiempo —fue en 1980—, una edición del libro fue prohibida en Egipto. Aún más cercano es el hecho siguiente: otra edición de la obra, publicada en 2010, fue atacada por un grupo de abogados islamistas egipcios que la acusaban de obscenidad y de promover, según ellos, el vicio y el pecado. Curiosamente, pues, algunos sectores del mundo árabe han tendido a considerar Las mil y una noches como una obra literariamente marginal y, al mismo tiempo, moralmente peligrosa.

En Europa, en cambio, y gracias a Galland y a otras traducciones y adaptaciones posteriores, muchísima gente se dejó seducir por el exotismo que emanaba de los cuentos, por los países lejanos que describían, por las costumbres extrañas, por los paisajes insólitos… Hemos de tener en cuenta que, hasta no hace mucho, los viajes se hallaban solamente al alcance de una pequeña minoría, y que muchas personas no salían jamás de su pueblo. No era extraño que alguien que vivía a unos pocos kilómetros de la costa muriese sin haber visto nunca el mar.

Por el mismo motivo por el que, a lo largo del siglo XIX, las novelas de viajes de Julio Verne tienen un gran éxito (son un motor del sueño, un estímulo de la fantasía, un incentivo para la imaginación), los cuentos de Las mil y una noches pasaron a formar parte del imaginario colectivo, y parece que no saldrán de él durante mucho, mucho tiempo aún.

La estructura y los cuentos de la obra

Es bien conocido que en Las mil y una noches una historia engloba todas las otras: la de Sherezade, una doncella que acepta casarse con un rey que, habiendo sido engañado por su mujer, decide tomar cada día a una joven diferente como esposa y hacerla ejecutar a la mañana siguiente. Ella salva la vida explicando al monarca, con una gran habilidad, unas narraciones que, sistemáticamente, interrumpe al llegar el alba. La curiosidad del rey por conocer el desarrollo y el final de los cuentos hará que vaya aplazando la ejecución de Sherezade hasta que, después de mil y una noches, le acaba perdonando la vida, se arrepiente de sus actos y la convierte para siempre en su esposa.

¿Cuántas historias explica Sherezade durante tantas noches? ¿Cómo son? Explica muchísimas, aunque no llegan al millar —algunas son muy largas y ocupan varias noches—. A menudo, unos cuentos contienen otros, a la manera de las muñecas rusas o de las cajas chinas: un personaje de un cuento se pone a explicar un cuento donde aparece un personaje que a su vez comienza a explicar un cuento…, y así sucesivamente. Las narraciones son de todo tipo: historias de amor y de aventuras, fábulas, parodias, sátiras, cuentos didácticos, leyendas religiosas… En algunos cuentos aparecen elementos terroríficos y, en otros, aspectos que casi podríamos considerar de ciencia ficción. Es decir, que son de una enorme diversidad, y los hay para todos los gustos. A menudo, en ellos los seres reales (como el califa Harún al-Rashid) se mezclan con personajes de ficción y con seres fantásticos (genios, magos, animales míticos, como el pájaro Roc), y los lugares reales (como Bagdad) alternan con ciudades y países totalmente imaginarios.

Esta edición

Evidentemente, lo que leeréis no es una versión íntegra de Las mil y una noches, que cuenta con unas tres mil páginas. Hemos partido de varias ediciones —en castellano, una de las más conocidas es la de Rafael Cansinos Assens (1955), que fue la primera versión directa, literal e íntegra en esta lengua, y que Jorge Luis Borges consideraba inmejorable. Posteriormente (1964), apareció la versión de Juan Vernet, que es considerada la más aceptable desde un punto de vista filológico— y hemos seleccionado seis narraciones, que hemos adaptado intentando eliminar digresiones y repeticiones, y haciendo que la lectura resulte lo más fluida posible.

¿Cuál ha sido nuestra selección? Por pura lógica, debíamos comenzar por la historia de Sherezade, el cuento que contiene todos los otros cuentos, donde la crueldad del rey es vencida por la inteligencia y la astucia de la bella hija mayor del visir, y que hemos convertido en una narración introductoria.

A continuación, «El pescador y el genio», un cuento que incluye otros cuentos, como la «Historia del rey Yunán y el sabio Ruyán» —una historia que tiene a la ingratitud como tema principal—. Es interesante constatar que el genio que aparece en esta narración es, a pesar de su gran poder, bastante más bobalicón que los que encontraremos en la historia de Aladino, y se deja engañar fácilmente por un pescador pobre pero avispado.

Tal vez «Las tres manzanas» sea el primer ejemplo existente de narración de misterio o detectivesca. Efectivamente, en él hallamos un crimen horroroso, una investigación a la busca del culpable, y múltiples giros argumentales que hacen que nada sea lo que en un primer momento parecía.

Los tres últimos cuentos de esta selección son, sin duda, los más populares de Las mil y una noches, aunque paradójicamente no formaban parte del manuscrito traducido por Galland, sino que el francés los añadió a su versión después de escucharlos por transmisión oral:

«Simbad el marino», uno de los cuentos más extensos del texto original, formado por siete viajes, de los cuales hemos reducido notablemente el tercero, el cuarto, el quinto y el sexto. Se convirtió en un modelo para muchas futuras historias de aventuras, y presenta una estructura repetitiva propia de la narrativa popular: inicio del viaje – naufragio – aventuras peligrosas – supervivencia y retorno – nostalgia de los viajes – nueva partida… Y así sucesivamente, hasta que nuestro marino decide dejar atrás para siempre su antigua vida llena de peligros.

«Aladino y la lámpara maravillosa», cuento conocidísimo pero que, para sorpresa de muchos lectores, no está ambientado en el mundo árabe, sino en la China. Tal vez también sorprenderá constatar que Aladino, al principio de la historia, no tiene madera de héroe, sino que se trata de un tarambana inmaduro e irresponsable.

«Alí Babá y los cuarenta ladrones», un cuento donde destacan los elementos crueles y escalofriantes —el descuartizamiento de Kasín, la muerte de los ladrones, víctimas del aceite hirviendo— y el protagonismo que asume, hacia el final de la narración, la joven y bella esclava Morgana, un personaje femenino que, como Sherezade, demuestra ser más astuta que los hombres en un mundo —el islámico— donde la mujer casi siempre debe ejercer un inmerecido papel de sumisión e inferioridad.

Las mil y una noches de Sherezade

Hace mucho tiempo, un gran rey gobernaba las tierras de la India y de la China. Era sabio y poderoso, y tenia dos hijos. El mayor se llamaba Shariar, y sucedió a su padre cuando este falleció. El pequeño se llamaba Shaseman, y fue nombrado rey de Samarcanda. Ambos eran buenos caballeros, gobernaban con justicia y eran amados por su pueblo.

Reinaron sin problemas durante veinte años, hasta que un día el hermano mayor empezó a sentir añoranza por el pequeño, y le envió a uno de sus visires1 para invitarle a hacerle una visita. Shaseman aceptó la propuesta de buena gana, y en seguida comenzó a preparar el viaje: hizo sacar las tiendas, los camellos y las mulas, y dio órdenes de abastecer la caravana con víveres de todo tipo. Encargó a un visir que llevara a cabo las tareas de gobierno durante su ausencia, y se puso en marcha hacia el reino de su hermano.

Hacia medianoche, Shaseman cayó en la cuenta de que había olvidado en palacio un regalo que deseaba ofrecer a su hermano, y decidió volver a buscarlo él solo. Pero al entrar en sus aposentos, ¡encontró a su mujer en la cama, abrazada a un esclavo negro! Se quedó de piedra y pensó: «Si esto pasa justo cuando acabo de marcharme, ¿qué no hará esta desvergonzada cuando lleve un tiempo viviendo en las tierras de mi hermano?». Cegado por la rabia, desenvainó la espada, mató a su mujer y al esclavo, y volvió al campamento. Ordenó reemprender la marcha y pronto llegó al reino de Shariar, el cual lo recibió con festejos y con la ciudad bellamente adornada de un extremo al otro. Pero muy pronto el hermano mayor constató que el menor ocultaba alguna cosa, ya que no estaba de buen humor y parecía como ausente. Al principio pensó que su comportamiento se debía al cansancio del viaje, pero unos días después, al ver que Shaseman si iba debilitando y estaba cada vez más pálido, decidió averiguar qué le pasaba.

—Shaseman, tienes mal aspecto. ¿No te encuentras bien? —le pregunto Shariar.

—No mucho —respondió su hermano. Pero no le dio más explicaciones.

Shariar intentaba animarlo por todos los medios, y un día le propuso ir de caza. Shaseman declinó la invitación, y Shariar se marchó solo.

Así pues, Shaseman se quedó en el palacio. Y he aquí que, asomándose a un ventanal que daba al jardín, vio salir por una puerta veinte esclavas y veinte esclavos que iban en dirección a un surtidor. En medio de ellos, caminaba la bella esposa de su hermano. Llegados a la fuente, se desnudaron, y la esposa del rey dijo en voz alta:

—¡Massud!

Un esclavo negro se le acercó y la abrazó, sin que ella opusiera resistencia alguna, al tiempo que los otros esclavos hacían lo mismo con las esclavas, y así estuvieron hasta el amanecer.

Shaseman, que no daba crédito a sus ojos, se dio cuenta de que el mal que lo atormentaba no era nada comparado a la desgracia que afectaba a su hermano. A partir de entonces, y al comprobar que una cosa así no le pasaba solamente a él, se sintió aliviado y, al volver de caza Shariar, encontró a su hermano con mucho mejor aspecto, y comiendo y bebiendo con buen apetito.

—Hermano, ¿por qué estabas tan triste cuando me fui y ahora, al volver, te veo tan alegre?

—Te explicaré por qué estaba triste antes, pero no te diré cómo me he recuperado.

Y le narró todo lo que había sucedido en su palacio con su esposa así que había partido para reunirse con él. Shariar, perplejo a causa de lo que acababa de oír, le suplicó que le explicase también la causa de su recuperación. Tanto insistió que Shaseman acabó accediendo y le explicó lo que había visto en el jardín. De inmediato, la voz de Shariar, agria y amarga, retumbó como un trueno.

—¡No lo creeré si no lo veo con mis propios ojos!

—Haz creer a todos que te vas de caza, y escóndete en mi habitación. Así tú mismo podrás comprobar que lo que te he dicho es la pura verdad.

Shariar hizo lo que su hermano le sugería y pudo ver cómo sucedía aquello que Shaseman le había explicado. Cegado por la indignación, pensó que, para vivir así, más valía morir; sin embargo, propuso a su hermano que ambos dejaran el reino y fueran por los caminos para ver si hallaban a alguien a quien le hubiera sucedido algo similar. Camina que caminarás, llegaron cerca del mar, y vieron una gran columna de humo negro que de él salía, y se asustaron tanto que treparon a un árbol para esconderse. De la columna, surgió un genio alto y robusto, con un baúl a cuestas, que avanzaba hacia la playa, en dirección al árbol donde se habían ocultado. El genio abrió el baúl y sacó de él un cofre, del cual salió una muchacha tan bella como un sol resplandeciente. Entonces, el genio dejó que su cabeza reposase sobre las rodillas de la joven y se durmió. Ella alzó la vista y, al ver a los dos reyes en lo alto del árbol, apartó la cabeza del genio, la puso con cuidado en el suelo y se levantó.

—¡Venid, no tengáis miedo del genio!

Los dos hermanos vacilaban, pero ella les amenazó diciéndoles que, si no obedecían, despertaría al genio, y este los mataría sin contemplaciones. Atemorizados, los hermanos bajaron del árbol y ella les obligó a hacerle el amor. Una vez satisfecha, la muchacha les enseñó un collar que llevaba ensartados quinientos setenta anillos.

—Todos y cada uno de los propietarios de estos anillos han yacido conmigo, y este estúpido genio no lo sospecha ni remotamente. Ahora os toca a vosotros: dadme vuestros anillos para mi colección.

Los dos reyes obedecieron, y entonces ella les explicó su historia:

—Este genio me secuestró en mi noche de bodas, arrebatándome a mi prometido, y me encerró en una caja, que metió dentro de un baúl provisto con siete candados, que lanzó al fondo del mar. ¡Pero este estúpido no sabe que, cuando una mujer desea una cosa, nada ni nadie puede impedir que se salga con la suya!

Habiendo comprobado que a todo un genio le habían pasado cosas más graves que a ellos, Shariar y Shaseman se sintieron consolados y volvieron a palacio. Una vez allí, Shariar hizo decapitar a su esposa y a los esclavos y esclavas. Y a partir de aquel momento, convencido de que la traición anidaba en el corazón de todas las mujeres sin excepción, el rey adoptó una costumbre terrible: cada día elegía una muchacha virgen, se casaba con ella, pasaban juntos la noche y, así que despuntaba el alba, ordenaba que le cortasen la cabeza.

Hizo lo mismo durante tres años, hasta el punto que los padres y las madres, aterrorizados, comenzaron a abandonar el reino, llevándose con ellos a sus hijas, y llegó el momento en que en todo el reino no había ni una jovencita. El visir, que era el encargado de suministrar las muchachas al rey, se las veía y deseaba, pues, para cumplir con su obligación.

Y llegó el día en que el visir no encontró ninguna joven y, temiendo un castigo severo del rey, fue hacia su casa, donde vivía con sus dos bellísimas hijas. La pequeña se llamaba Dinarzade, y la mayor, Sherezade.

Y cuentan que Sherezade era una gran lectora, acostumbrada a libros de todo tipo: historias, biografías de los antiguos reyes, crónicas de civilizaciones remotas, poesía… Al ver a su padre preocupado y triste, le preguntó qué le ocurría. El visir le explicó que temía por su cabeza si no llevaba aquel mismo día una doncella al rey Shariar.

—Padre, ¡casadme con el rey! Si sobrevivo, tal vez pueda librar de sus garras a muchas otras muchachas.

El visir quedó horrorizado al oír tales palabras.

—¡No sabes lo que dices, hija mía! ¡Mira que el rey te hará ejecutar así que se haga de día!

Pero Sherezade, convencida de que aquel era su deber y su destino, no quiso cambiar de opinión. Él, a regañadientes, la vistió elegantemente para presentarla al rey. Mientras el visir iba a comunicar a su señor su boda inminente, Sherezade habló con su hermana:

—Dinarzade, cuando yo esté con el rey, haré que te vengan a buscar, y tú me pedirás que te explique un cuento. Si todo sale bien, esa será la llave de nuestra salvación.

Muy pronto, el visir fue a por su hija mayor y la llevó ante el rey, que se puso muy contento al ver a una muchacha tan bella. Cuando Shariar se disponía a poseerla, Sherezade se echó a llorar. Al preguntarle qué le ocurría, la joven respondió:

—Señor, tengo una hermana pequeña a quien quiero mucho, y me gustaría que viniera para poder despedirme de ella.