Letizia, una mujer real - Carmen Duerto - E-Book
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Letizia, una mujer real E-Book

Carmen Duerto

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Beschreibung

El próximo 15 de septiembre Letizia cumple 50 años. En este libro, Carmen Duerto, experta en Casa Real, nos hace una semblanza de los 50 años de una presentadora de televisión que se ha convertido en una Reina admirada y respetada por todos. Pero por encima de todo este libro quiere mostrar el lado más humano y desconocido de la Reina. ¿Cómo es Letizia Ortiz en zapatillas? ¿Qué hace en su día a día? En definitiva, ¿Cómo es la trastienda de la Reina?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B – Planta 18

28036 Madrid

 

Letizia, una mujer Real

© 2022, Carmen Duerto

© 2022, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

 

Diseño de cubierta: LookAtCia

Imagen de cubierta: Getty Images

Foto de solapa: facilitada por la autora

 

ISBN: 978-84-9139-839-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

CAPÍTULO 1. UN COMUNICADO QUE LO CAMBIARÁ TODO

Letizia se instala en la Zarzuela

CAPÍTULO 2. NO NACE REINA

Por qué su nombre con zeta

La sociedad española en 1972

CAPÍTULO 3. UN NOVIAZGO BREVE Y SECRETO

Qué hace que la presentadora del telediario sea la escogida

CAPÍTULO 4. LA MÁQUINA DE PICAR CARNE SE ACTIVA

El amigo misterioso

CAPÍTULO 5. LA INTRAHISTORIA DE UNA BODA

Treinta y dos días de luna de miel

CAPÍTULO 6. UN ANTES Y UN DESPUÉS

La familia del rey

CAPÍTULO 7. LA ZARZUELA, UN PALACIO A ESCALA HUMANA

Marivent, la residencia de verano

Al palacio en autobús de línea

«Acaso esto son vacaciones»

CAPÍTULO 8. COSTUMBRES ADAPTADAS A LOS NUEVOS TIEMPOS

Más cambios en la monarquía

CAPÍTULO 9. UNA AGENDA CON POCOS DÍAS LIBRES

Batallas libradas

CAPÍTULO 10. UNA REINA QUE SE ESCRIBE SUS DISCURSOS

Cómo interactúa

Los viajes de cooperación

CAPÍTULO 11. SALUD Y ALIMENTACIÓN: DOS GRANDES OBSESIONES

La comida

Cocinando para reyes

CAPÍTULO 12. UN ARMARIO QUE HABLA POR SÍ SOLO

Recupera, recicla y póntelo: el mantra de la reina

Hay vida más allá de Felipe Varela

El traje de Pertegaz que la convierte en princesa

Los «letizios»

El equipo de estilismo

CAPÍTULO 13. UN REFERENTE DE ESTILO

Fotos y más fotos

Pocos complementos y joyas

Un anillo chapado en oro y no su alianza

CAPÍTULO 14. LETIZIA Y FELIPE, PADRES ADEMÁS DE REYES

Disciplina y cariño

El padre en el que se fijan la princesa y la infanta

Escolarización y planes familiares

La educación de Leonor y Sofía

Los Ortiz, protagonistas de una historia de la que ellos hablaban

CAPÍTULO 15. LEONOR SERÁ LA REINA QUE LA INFANTA ELENA NO PUDO SER

El precedente, su padre

Sus últimos cumpleaños confinada

Cómo afrontar los primeros novios

 

 

 

 

 

 

 

Este libro se lo dedico a Letizia. Reunir en estas páginas la transformación de su vida merece que nos sentemos en el jardín del palacio de la Zarzuela con unas sidrinas para que me lo explique de periodista a reina o de reina a periodista, aunque en este caso el orden de los sumandos sí altera el producto.

CAPÍTULO 1

UN COMUNICADO QUE LO CAMBIARÁ TODO

 

 

 

 

 

–Está claro que a partir de ahora y de forma progresiva voy a integrarme y a dedicarme a esta nueva vida, con las responsabilidades y obligaciones que conlleva y con el apoyo y cariño de los…

Y es entonces cuando su prometido quiere intervenir, pero su novia, con una mirada y una sonrisa, le dice por primera vez a un príncipe en público más o menos que se calle:

—Déjame terminar…

Murmullos, carcajadas y Letizia consigue acabar una frase que ya es historia:

—Con el cariño de los reyes y el ejemplo impagable de la reina.

El 2 de noviembre de 2003 España se levanta con la sorprendente noticia de que la presentadora del telediario de Televisión Española, Letizia Ortiz, es la prometida del príncipe Felipe. Es domingo y la joven no aparece por su piso en el número 40 de la calle Ladera de los Almendros en Valdebernardo, Vicálvaro, donde ha trascendido que vive la novia. En el séptimo piso nadie contesta al telefonillo y todo el barrio está conmocionado. La panadera, el del bar, el del quiosco de periódicos y, en especial, los vecinos.

Los vecinos la encuentran muy maja, pero la conocen poco, más de verla en la tele que en el ascensor. La casa real ha anunciado la boda para dentro de cuatro o cinco meses. Aún hay tiempo, piensa Letizia, que, además, tiene intención de seguir trabajando y viviendo en su piso, del que todavía le queda hipoteca por pagar.

Aunque puede salir a la calle en su coche desde el garaje, siempre hay una nube de compañeros periodistas tratando de captar imágenes o de recoger declaraciones. Se trata de complacer su deseo porque ama su libertad de movimientos y el periodismo. Quiere ir dejando ambos, trabajo y piso, poco a poco:

—Es deseable, y lo que vamos a intentar, es que de forma gradual yo me desvincule de Televisión Española, no inmediatamente.

Pero el equipo de seguridad del palacio de la Zarzuela, y en especial su novio, en el corto espacio de un fin de semana, que es cuando se anuncia el compromiso, se dan cuenta de que es imposible, y aunque ella afirma que como periodista sabe despistar a los suyos, se rinde.

Desde el lunes pos-Día de Difuntos Letizia está oficialmente de vacaciones. El viernes por la noche presenta el último telediario de su vida. Se acuesta siendo periodista y se levanta siendo la prometida del príncipe Felipe. Diez días más tarde acude a Televisión Española para firmar el fin de su contrato y despedirse de los que han sido sus compañeros.

La expectación por cualquier cosa relacionada con la novia es inmensa. Se produce un tsunami por conocerlo todo sobre ella y nadie está exento. La familia, las amigas del colegio, la peluquera, el estilista que le compra la ropa del telediario… Cualquiera es candidato a ser noticia por lo que pueda contar, porque Letizia Ortiz Rocasolano es presentadora, pero no mediática. Apenas se saben detalles sobre la novia. Y eso significa una guardia de cámaras permanentemente en todos los lugares que suenen a Letizia.

En esas condiciones, seguir viviendo como hasta ahora es imposible. El rumor es tan insistente el viernes que en el breve espacio de cuarenta y ocho horas la presentadora sacrifica su alma de reportera para emprender el camino de reina de España.

Tenían idea de hacerlo público entre finales de noviembre y principios de diciembre, pero algo se filtra y se precipita el comunicado.

—Hubiéramos necesitado más tiempo —admite el propio Felipe.

Con un par de maletas abandona su piso y pone rumbo a una urbanización cercana a la Zarzuela. En casa de unos buenos amigos de su novio parece que puede estar más tranquila. Confían en que la valla de seguridad en la entrada del recinto pueda aislarla. Poco dura el secreto, y su paradero se descubre en unos días. La vivienda del amigo tampoco parece segura. Definitivamente, lo mejor es ubicarla en el palacio de la Zarzuela, no en la casa del príncipe, que sería lo normal. Es la versión oficial que me dan y en aquellos días tan solo yo tengo acceso a una información cercana y puntual, que luego reproducen el resto de periodistas.

Se inclinan por buscarle acomodo en la residencia de los reyes, donde doña Sofía la acoge encantada. Es lo mejor para ir tomando contacto con la realidad de su nueva vida y, de paso, poder conocerse más, ya que el noviazgo ha sido muy corto. Así que, en noviembre de 2003, la prometida del príncipe se instala en la Zarzuela invitada por los reyes. Solo vuelve a su casa para recoger un par de cajas y despedirse, simbólicamente, de una vida que abandona para siempre. Letizia deja su pasado, su profesión, sus recuerdos, un piso recién amueblado y treinta y un años vividos a su aire.

Sofía y Letizia parecen encajar divinamente. La reina se da cuenta del bien que el carácter y la cultura de la prometida le aportarán a su hijo para la nueva monarquía que se avecina, donde la plebeyización es una realidad. Y no es un fenómeno aislado en España, para nada. En el resto de Europa y de Asia todos los herederos han tomado el mismo rumbo: abrir los palacios a los plebeyos. Unos con mejores resultados —Noruega, Países Bajos o Suecia— que otros —Japón, donde su actual emperatriz, una diplomática de carrera, lleva sumida en una depresión desde que llegó al palacio imperial, o Inglaterra, donde Lady Di estuvo a punto de hacer saltar por los aires los viejos muros de Windsor—.

 

 

LETIZIA SE INSTALA EN LA ZARZUELA

 

Tras los gruesos muros de granito del antiguo palacete de caza del rey Felipe IV amanece Letizia sobre las siete y media u ocho de la mañana. No le cuesta saltar de la cama. Hay mucho que hacer, como dice su prometido:

—Trabajo no le va a faltar.

Tiene que aprender cómo funciona el palacio, quién es quién, dónde se ubica todo, las normas, y lo más importante, preparar una boda de Estado en tan solo seis meses. Es verdad que la prometida ya ha vivido la experiencia de casarse, pero el enlace con Alonso Guerrero —que fue más bien una reunión de amigos y un papeleo civil— no es una referencia para la que se avecina, y gracias a que solo fue civil, la Iglesia no pone impedimentos para el matrimonio. Es algo que consultaron. Según el derecho canónico en su número 1.055, al que complementa el 1.071, para la Iglesia católica Letizia es soltera. El matrimonio civil entre dos bautizados es inexistente y no contribuye un impedimento para la boda por la Iglesia. La palabra divorciada es un término exclusivo del derecho civil.

Con la tranquilidad de saber que no hay obstáculos, se levanta como un resorte. En la Zarzuela se duerme fenomenal, no hay ruido del vecino tirando de la cadena del aseo, ni perros correteando por el parqué, ni el camión de la basura recogiendo cubos. En su habitación solo entran los sonidos de la naturaleza, vive en lo alto de un monte y todo lo que la rodea es arboleda, pajarillos, ciervos y gamos.

Con la ilusión de su nueva vida, se pone la bata y lo primero que hace mientras desayuna copiosamente —me dicen que come como una lima, es de genética delgada, igual que sus hermanas— es leer el resumen que el equipo de comunicación del palacio elabora a diario cada mañana. También recibe y ojea la prensa, nacional e internacional, escucha la radio e incluso ve las noticias. En especial le gusta dar una vuelta por el Canal 24 horas de televisión, la CNN y la BBC, que la ayudan con su inglés.

El desayuno se lo sirven en la salita anexa al dormitorio que ocupa en el ala derecha de la zona privada del palacio. Prefiere lo salado a lo dulce. Con unas tostadas empapadas en aceite de oliva virgen extra y unas lonchas de jamón por encima es feliz. Y aunque le gusta el café con leche, prefiere las infusiones. Su favorita es el poleo —en la tele no era raro verla con una taza en la mano— y si puede, por tiempo y ganas, termina con una ensalada de frutas o un buen zumo natural de naranja. La fruta le encanta. Y cuidar su alimentación también.

Sus amigos coinciden en que no le gusta beber alcohol, aunque en ocasiones acepta un vaso de buen tinto o un gin-tonic. Su novio tiene fama de ser un experto en prepararlos en copa de balón, en la que alguna vez incluye un trozo de manzana.

Se asea, se aplica la crema hidratante, un poco de colorete en las mejillas y brillo en los labios. Y así, con un maquillaje muy natural, se dispone a empezar la jornada. No sin antes darse olor con unas gotas de Allure de Chanel o Thé Vert de Bvlgari, aunque también le encanta Cool Water de Davidoff.

Suele escoger para estar por palacio un atuendo sencillo y cómodo, prefiere los colores pastel y el azul. El pelo le resulta más cómodo recogido en una coleta y se calza los zapatos. Siempre ha llevado tacón, en la vida se la ve desaliñada. Entre informarse y el desayuno, que toma sola, se le va fácilmente una hora.

Después de leer la prensa recibe al profesor de inglés. Un docente prestigioso que ha preparado a unas cuantas generaciones de diplomáticos españoles. Con él perfecciona su vocabulario y pronunciación «porque necesita un nivel altísimo». Suelen practicar dos o tres veces a la semana y el profesor le pone montañas de deberes que ella cumple a rajatabla.

La salita, que no tiene chimenea y da a la piscina y a los jardines interiores, es acogedora. Está pintada en tonos ocres y allí pasa muchas horas en este tiempo de aprendizaje y adaptación a su nueva vida. Cuenta con una amplia mesa con ordenador, varias estanterías y un televisor.

Lo primero que hace es trasladar sus libros, la ropa, las cartas, los marcos con fotos y sus discos con su música favorita: Dire Straits, Pretenders, Coldplay, Billy Joel, Robbie Williams —le encanta la banda sonora de Moulin Rouge—, Supertramp, Pink Floyd, Celia Cruz, Víctor Jara, Joaquín Sabina y los clásicos con Wagner y el Réquiem de Mozart, «con el que se le saltan las lágrimas». Son sus imprescindibles para crear un ambiente familiar, y qué mejor que rodeada de sus cosas. Y añade un detalle entrañable a esos objetos con los que se traslada al palacio: unos cojines de colores que tenía en el sofá de su piso.

En la Zarzuela se siente como en su propia casa. La reina la trata como a una hija. Le dejan su espacio para que se encuentre a gusto, pero tiene tanto trajín que tampoco le da tiempo a echar de menos nada. Además, mantiene un par de costumbres nocturnas fijas. Todos los días habla por teléfono con su madre y su sobrina Carla. A Letizia le gusta que la niña le cante una canción o le haga dibujos. Esas llamadas no son rutinarias, son necesarias para continuar conectada con una realidad que poco a poco siente que se aleja.

Como no tiene agenda oficial ni personal asignado a su servicio, ella misma atiende el teléfono por la línea que le han instalado con su propio número. Una de las tareas que más tiempo le ocupa es contestar el ingente correo electrónico que se le acumula. Y aunque la cuenta que tenía con Yahoo quedó desactivada coincidiendo con su nueva vida, en la de ahora es incesante la marea de felicitaciones, igual que las sacas de correo postal que le dejan todos los días. Para responder dispone de unos tarjetones blancos alargados con su nombre y apellidos grabados en relieve. Después de la boda, en ellos se colocará el escudo real y el título de princesa de Asturias.

Y precisamente son los preparativos del enlace los que la tienen más ocupada con reuniones constantes para decidir todo tipo de detalles: si la vajilla será la verde, la del filo dorado o la de Santa Clara. Para elegir la música, gracias a Dios, cuenta con la inestimable ayuda de la reina como gran melómana que es. También para revisar las listas larguísimas de invitados; habrá cientos de personas, desde compromisos institucionales hasta miembros de la realeza, que al fin y al cabo son familia, porque los Borbones están emparentados con casi todas las casas reinantes y no reinantes. Además, hay que invitar a representantes de todos los ámbitos de la sociedad y amigos. Al mismo tiempo sigue muy de cerca —y eso es más por devoción— los pormenores de la retransmisión de su boda por Televisión Española. Quiere conocer los tiros de cámara, los medios técnicos, los detalles de la operativa, los realizadores y periodistas que lo cubrirán y lo que no desea que se muestre. Quiere saber todo sobre la seguridad, las invitaciones o el circuito por Madrid.

Son jornadas diversas y novedosas porque a los preparativos nupciales se le une su afán por entender el día a día del palacio y no es raro verla por los pasillos y estancias con su libreta, apuntando los pormenores de todos los departamentos que dan servicio a la Corona. Pregunta muchísimo sobre protocolo, seguridad, comunicación o cómo enfrentarse a diferentes situaciones. Sus dudas se las resuelven en cada departamento, pero hay otras en las que su novio y su suegra son sus oráculos más efectivos. No le hacen falta clases de Historia ni de protocolo, ella lee mucho y se documenta.

Esos meses de preboda en la Zarzuela son muy interesantes para la pareja porque les permiten pasar tiempo juntos de forma relajada, ya sin la presión de ser descubiertos. Unas veces almuerzan solos y otras con los reyes. A las dos si es comida y sobre las nueve si optan por cenar con los reyes. La encargada de escoger el menú siempre es doña Sofía, como jefa de la casa. Lo decide el mismo día por la mañana o la tarde anterior según el cuaderno de menús que le presentan, y siempre teniendo en cuenta que a Letizia no le hace gracia el cordero. Sin embargo, no pone reparos al pescado, a la verdura o a las legumbres, como las lentejas, que adora su suegro y que tan bien preparan en las cocinas de palacio. Por supuesto también la carne, aunque su consumo se irá reduciendo con el tiempo. Letizia prueba de todo, es de las que al llegar a un país pregunta qué se come en él. Es capaz de comer hormigas fritas si es la costumbre del lugar. Está con permanentes ganas de aprender y se deja aconsejar.

Las sobremesas en palacio son de lo más divertidas porque los cuatro, más la princesa Irene que vive en la Zarzuela, son personas muy informadas. Todos conocen hasta los chistes que se cuentan sobre ellos —en esos días el último es: «¿Sabes de qué equipo dicen que soy aficionado? De la Leti»—.

Excepto Letizia e Irene, el resto tiene agenda oficial, así que se van a sus asuntos y ella aprovecha para darse una vuelta por el barrio de Chueca o visitar el taller de algún diseñador para hacerse con un buen fondo de armario. Tiene que encontrar su estilo. Recibe muchas propuestas de diseñadores y de momento «va probando».

Si decide quedarse en palacio, una opción para relajarse es acercarse a la piscina para nadar un rato. En esa época aún no se ha iniciado en el yoga. Antes nunca había ido al gimnasio, un espacio inédito para ella y del que hoy es forofa. Su conexión con el deporte hasta entonces se había limitado a ir de vez en cuando a la piscina municipal que quedaba cerca de su casa. Ahora que entra en una familia deportista, comienza a aficionarse por esas ganas de aprender y verse bien.

La vela no le entusiasma, y eso que es consciente de que sus suegros, tanto el rey Juan Carlos —Múnich, 1972— como la reina Sofía —Roma, 1960— han participado en las Olimpiadas en los equipos de vela; sus cuñadas han navegado toda la vida y a los sobrinos de su novio se les apunta a la escuela de vela de Mallorca desde que aprenden a andar. Es una familia que tiene la náutica en su genética. Ella lo sabe y, aunque lo intenta, no consigue descubrir ese gusto por el mar que le encuentran los Borbones. Y parece que tanto Leonor como Sofía saldrán a su madre. A pesar de que practicarán la vela en los dos años que acuden al campamento de verano en Estados Unidos, por sus venas no corre el amor por la navegación. En deportes son más Ortiz que Borbón y eso que el rey tratará de influirles llevándolas a conocer las tripas de su barco de competición.

—Si les gusta o no —me reconoce—, ya se verá con el tiempo, pero no se puede forzar.

Tampoco tiene puntería porque nunca ha ido de caza ni ha tirado al plato. Ocasionalmente acompaña a Felipe en alguna montería, pero más por la parte social que implica. Desde luego Letizia no disfruta «matando patos, osos o ciervos». Eso sí, recibe alguna escopeta de regalo de bodas.

Del esquí, sin embargo, «vuelve entusiasmada». Habrá esquiado dos o tres veces en su vida y fue con el colegio. En Baqueira Beret la familia real tiene un par de casas a pie de pista que han utilizado muchísimo, pero cada vez es más raro verlos por allí. En los dieciocho años que lleva en la familia, han ido también a estaciones extranjeras, pero tampoco es algo que haya enganchado a la actual reina. Con gimnasio y piscina de verano y de invierno en casa es más fácil hacer deporte e incluso excursiones por el monte de El Pardo. Prefiere un ejercicio físico que le permita sentirse bien y tonifique su musculatura para conseguir un cuerpo lo más perfecto posible. En muchas fotos se puede ver el ensayo de musculatura que es su cuerpo, cuando da la mano y se tensan sus fibras o cuando en un acto solidario de la Cruz Roja, en primavera de 2022, aprovecha para hacer públicos sus abdominales con un vestido que los deja al aire.

Letizia es más de leer y de fomentar la cultura en el tiempo libre que de practicar deporte. Zumba, spinning y yoga son actividades más de su gusto que subir y bajar velas en un campo de regatas o deslizarse por la nieve. Prefiere un ejercicio que complemente su vida sana más que el de competir.

Si su prometido está de viaje o en un acto oficial, aprovecha para quedar a comer con amigos o ir de compras. En esos casos avisa de su salida y seguridad le monta el operativo correspondiente para el desplazamiento, con el consiguiente chequeo a la lista de personas con las que se verá en esos encuentros fuera del recinto de la Zarzuela. No vive secuestrada en palacio, ella entra y sale sin problemas, eso sí, con una escolta discreta.

Sigue quedando con sus amistades, ya con libertad para hablar porque no tiene que ocultarles quién es su chico, e incluso en algunas de esas citas para ir al cine o a cenar también le acompaña Felipe que, como es lógico, cae fenomenal. En las distancias cortas gana mucho, tiene sentido del humor y es hipereducado. Y según sus amigas ella tampoco ha cambiado. Continúa queriendo saber todo. No se ha encerrado en palacio, al contrario. Lo único que ahora no dispone del tiempo y de la facilidad que tenía antes; digamos que es más complicado y aparatoso quedar con ella. Pero qué van a decir las amigas, pues como Julio Iglesias, que la vida sigue igual. Hay alguna que manifiesta la dificultad que tiene para seguir invitándola a su casa:

—Ahora tengo que contratar a alguien que nos ayude a servir la mesa porque ya no viene mi amiga, viene ella sí, pero es la novia del príncipe y el príncipe.

De regreso al palacio siempre hay algún regalo de boda que abrir, porque fue anunciar el compromiso y comenzar a recibir atenciones de todo tipo, desde un burro hasta múltiples vajillas, vinos o lencería. De eso también se encarga Letizia, que envía los alimentos a las cocinas de palacio o a los comedores sociales del padre Ángel, las flores se distribuyen por las estancias y por las iglesias de los alrededores, como las de El Pardo, y los objetos más repetidos y voluminosos van a la bodega de la casa del príncipe.

Lo de los regalos de boda es una locura. Menos mal que tiene ayuda para ir clasificando lo que se recibe y se busca acomodo, porque es un no parar. ¿Qué hacer con todos los obsequios? Ya no son solo los amigos, es que las diecisiete comunidades autónomas, más Ceuta y Melilla, los Ayuntamientos de toda España, empresas de todo tipo, agencias de comunicación, diseñadores, bodegas, diplomáticos, asociaciones…, todos quieren agasajar a los novios. Evidentemente, los juegos de café, las vajillas, las cristalerías, los pañitos bordados, los libros, los vinos, las velas, los bolsos o los zapatos son un aluvión. Y cuando se envían las mil setecientas invitaciones, la locura se incrementa y las donaciones también.

Siempre con discreción y con la lógica de no herir a nadie por no quedarse con el presente, hay regalos que son imposibles de tener en casa, como la novilla de raza morucha, Admirada, que les regala la Asociación Nacional de Criadores de Ganado Vacuno de Raza Morucha. Ellos aceptan el presente, pero el jefe de la Secretaría del príncipe les hace una petición:

—En cuanto al cuidado y alojamiento de la novilla les sugiero que quede en depósito y custodia en sus instalaciones por carecer en este palacio de las instalaciones adecuadas para el efecto.

El ofrecimiento de ponerle el nombre de Letizia a la mandíbula más antigua hallada en Atapuerca, un cerezo de seis años del Jerte —este sí pueden plantarlo en el jardín de la residencia de Felipe, y allí lo tienen desde entonces dando sus cerezas de la variedad Pico Negro—, una liga azul bordada a mano con pedrería llegada desde San Sebastián —que no hace falta usar en la boda, ya que Pertegaz, el autor de su traje, le cose un lacito azul en la falda—, el Juan Sebastián Elcano a escala realizado con encaje de bolillos de Camariñas y, como los españoles conocen la afición del novio por los relojes, pues qué mejor que enviarles uno artesanal con arena de las playas gallegas, o un par de burros de Rute, Ruiseñor y Calandria, que también piden que se queden en Córdoba por carecer de instalaciones adecuadas para ellos, y eso que en el recinto existen las cuadras que el rey Juan Carlos manda levantar para los caballos que monta su hija Elena.

Abriendo cajas se le hace de noche. Tiene que prepararse porque, aunque la consideran una más de la familia, hay costumbres que ella respeta. Para cenar, el segundo día de estar en la Zarzuela, toma nota de que todos se cambian de ropa, y según van llegando, se van sentando en el comedor privado de la primera planta. Allí dos camareros, siguiendo las instrucciones del jefe de camareros, comienzan a servir a los reyes, a ella, a su prometido y a la princesa Irene. Y así un día tras otro, los casi cuatro meses que está adaptándose a su nueva vida dentro del palacio donde «encuentra sosiego».

Solo Máxima, Mary, Mette-Marit o Letizia conocen el coste personal de la decisión y el precio emocional de la metamorfosis. Todas ellas mujeres que no nacieron princesas son ahora reinas (o proyecto para serlo) y encargadas de dotar de un sentido a su estatus y que el cuento real siga teniendo eslabones. Ese es su cometido oficial: ser reinas consortes y parir la descendencia. Y no es por machismo, porque eso le ocurrirá también al marido de la futura reina Victoria de Suecia, aunque en el caso de los hombres —y esto puede ser discriminatorio— ellos no adquieren el rango de rey consorte, ellos se quedan en príncipes. Le ocurrió a Felipe de Edimburgo en Inglaterra y a Enrique de Laborde, esposo de la reina Margarita II de Dinamarca.

CAPÍTULO 2

NO NACE REINA

 

 

 

 

 

Las comentadas repeticiones de vestuario, sus interrupciones y gesticulaciones, sus inagotables preguntas, la preparación de las reuniones y su aportación en ellas, el cariz de los discursos de la reina y del rey en los que se implican, la hoja de ruta que traza con sus hijas, además del aporte de realidad y la mejora de la oratoria que le ha proporcionado a su marido, todos estos movimientos son producto de sus años en un mundo más real que regio donde vive desde hace casi dos décadas. Y esto lo advierte la reina Sofía cuando le abre las puertas de la Zarzuela para que vaya acostumbrándose a su nueva vida.

Para celebrar el nacimiento de la primogénita de los reyes de Grecia, se concede una amnistía y se disparan veintiuna salvas de honor. Mientras que estas suenan, los griegos corean el nombre de Sofía. Sus padres quieren ponerle Olga, en honor a su bisabuela, nacida gran duquesa rusa y posterior reina de Grecia. Dado el fervor popular, que la madre de la criatura, Federica de Hannover, califica de «muchedumbre», acceden a que sea como el pueblo les pide: Sofía.

La niña nace con su hoja de ruta marcada. Algún día ese bebé será reina. Desde ese momento su cometido será reinar, y para ello la preparan, desde el mismo instante en el que abre los ojos el 2 de noviembre de 1938. Años más tarde, en 2004, esa hoja de ruta natal será a sus sesenta y seis años el ejemplo impagable para una nuera plebeya y descreída, hasta ese día, de las lides de reinas y princesas.

Cuando Letizia nace un viernes 15 de septiembre de 1972, en el hoy desaparecido sanatorio Miñor de Oviedo, en España no existe la ley del divorcio que hubiera trastocado el curso de este libro y de la historia. En televisión triunfa Un, dos, tres con la calabaza Ruperta de protagonista, y aunque se viviese en el reino de España, no hay rey, la Jefatura del Estado la ocupa el generalísimo de todos los Ejércitos, Francisco Franco. Un militar que para entonces tiene decidido que su heredero sea Juan Carlos de Borbón, al que llama príncipe de España, un título que él se inventa, y al que está formando, y lo hace saltándose el orden dinástico, algo en lo que, el hoy emérito, está convencido de que es la única forma de instaurar una monarquía en nuestro país. Estas cuitas se libran entre Estoril, el palacio de El Pardo y el de la Zarzuela, donde Felipe tiene seis años y es el pequeño de la casa.

Una problemática muy alejada de la realidad que se vive en el hogar de los Ortiz en Asturias, donde están más ocupados del nacimiento de la primogénita que de lo que ocurre en la Jefatura del Estado, un lugar tan alejado de ellos como la luna.

Ese bebé ovetense que llega al mundo no tiene su futuro marcado más allá de recoger las enseñanzas de una abuela radiofonista, un abuelo taxista, otro empleado en la compañía de máquinas de escribir Olivetti y, en el momento del parto, un padre estudiante —así consta en la partida oficial de nacimiento del bebé Letizia— y una madre enfermera. Desde luego, cualquier campo y profesión estaban abiertos a la pequeña. Todos, excepto el de reina, para el que no hay oposiciones ni elecciones. Solo hay un príncipe entre cuarenta y siete millones de españoles y las probabilidades de ser elegida por la varita mágica son de 0,01 %. Aunque su abuela materna, Enriqueta Rodríguez, años más tarde admitiese:

—Letizia ha tenido la cabeza muy bien amueblada y desde que nació parecía que iba a mandar en el mundo.

Aun así, en 1972, para una familia modesta asturiana ese destino era impensable e ideológicamente disparatado, y más si pensamos que tiene que elegirte el único hombre que es príncipe.