Los césares de la Patagonia - Ciro Bayo - E-Book

Los césares de la Patagonia E-Book

Ciro Bayo

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Novelización por parte del escritor y aventurero Ciro Bayo de una de las leyendas más populares de Argentina y Chile, la de los Césares de la Patagonia, un supuesto grupo de exploradores y conquistadores españoles que acabó perdido en la Patagonia y fundó su propio imperio. En la novela de Bayo, un grupo de aventureros se lanza a encontrar a los Césares, viviendo mil aventuras y no menos desventuras en el proceso.

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Seitenzahl: 211

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Ciro Bayo

Los césares de la Patagonia

DE LA PATAGONIA (Leyenda áurea del Nuevo Mundo).

Saga

Los césares de la Patagonia

 

Copyright © 1913, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726687323

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Prólogo

Consecuente al plan que sigo en mis Leyendas áureas del Nuevo Mundo, procuro hacerlo con la mayor amenidad posible para que el lector se interese por el asunto.

Esto, que parece sencillo, es de tan difícil ejecución tratándose de estudios históricos, que si he de decir la verdad, cada una de esas Leyendas me cuesta más trabajo que una obra original, de imaginación; pero me doy por satisfecho con la aprobación que en América dan á estos modestos arreglos. Algo se leen en España, según me dicen los libreros; digo los libreros, porque hasta ahora ningún crítico español parece haberse enterado de estas lucubraciones, y nada ha dicho ni en bien ni en mal. Bien es verdad que á los que ahora actúan de oficiantes, les vendrá muy cuesta arriba dictaminar sobre cosas deAmérica, de las que están ayunos; y que los “americanistas“ que saben, no pueden, es decir, no pueden poner el paño al púlpito como les es concedido á los críticos de alquilón. Como me costeo la edición, yo solo sufriré las consecuencias de este boycotage que, de seguro, me impondrán estos úliimos. Pero no importa; el buen paño en el arca se vende, y si el público gusta de él, lo comprará.

Pero, volviendo á las Leyendas, y en particular á esta deLos Césares . Las bases de información son muchas, tantas, que se estorban y aun se contradicen las unas á las otras. Como no pretendo hacer obra de erudición, sino de vulgarización, tomo los fundamentos históricos que me parecen más sólidos y sobre ellos encumbro la leyenda, adornándola con mis impresiones personales de los lugares donde se desenvolvió.

Esta deLos Césares fué flor de las latitudes patagónicas. No conozco la Patagonia, pero me formo de ella una idea, porque he vivido en Bahía Blanca, que es el límite Norte, y he cruzado el Estrecho en viaje á Valparaíso. De aquí á Santiago, y de esta ciudad á Mendoza, por el paso de Uspallata, cuando no había ferrocarril transandino. Antes de todos estos viajes estuve en plena Pampa, nada más que tres años, de preceptor rural, como me llamaban los gauchos; demaestro de escuela de aldea, como se dice en España, ó de más ínfima categoría, porque mi escuela gauchesca estaba en despoblado. El caso es que yo enseñaba á hacer palotes y silabear á los hijos de los gauchos, y que éstos me enseñaron á su vez á ser jinete de la Pampa y á gustar la soledad y la independencia del hijo del desierto. Tan pagado estoy de mi magisterio pampeano, que no lo cambio por una cátedra de Buenos Aires; porque catedrático puede serlo un pedante—no digo que lo sea—, mientras que maestro de gauchitos sólo puede serlo el sabio que canta Luis de León en su Vida del Campo.

Todo lo cual converge á un propósito, que es: asegurar á quien me leyere que no he pedido prestada á nadie la decoración escénica en que se muevenLos Césares , si quier el argumento lo sea.

En lo demás, el asunto de la leyenda es interesantisimo. Es el mito de una ciudad encantada de españoles perdidos en no se sabe qué punto de la Patagonia, y para cuya búsqueda y rescate se emprenden aventureros viajes. Su historia constituye uno de los temas más curiosos y más amenos del folklore argentino y chileno.

CAPÍTULO PRIMERO

La gobernación del Estrecho.

Los Fúcares; Simón de Alcazaba; la Armada del obispo de Plasencia.

A principios del siglo xvi , época en que ya se habían conquistado los imperios de México y del Perú, la dominación hispana se extendía de un extremo á otro de las Indias occidentales. En cuanto á la América meridional, el rey de España la tenía repartida del modo siguiente:

Gobernacion de don Francisco Pizarro, ó sea provincia de la Nueva Castilla (Perú), cuya extensión era de 270 leguas Norte-Sur, desde grado y medio al Norte de la línea equinoccial hasta el grado 14 de L. Sur. Gobernación de don Diego de Almagro, ó provincia de Nuevo Toledo; su extensión, de 200 leguas Norte-Sur, desde donde terminaba la gobernación de Pizarro hasta el grado 25. Gobernación de don Pedro de Mendoza, ó provincia del Rio de la Plata, de 200 leguas Norte-Sur, desde el grado 25 hasta el 36 inclusive, de mar á mar. Gobernación del Estrecho, que se extendía desde donde terminaba la anterior, en el mar del Sur (Océano Pacífico), hasta el Estrecho de Magallanes; y dando vuelta por esta vía, remontaba por el Atlántico hasta encontrar el grado correspondiente que señalaba el otro límite de la gobernación de La Plata.

Esa región de la “provincia del Estrecho“, imperfectamente conocida en aquella época, era entonces estimada en más de lo que realmente vale. La imaginación de los conquistadores creía descubrir en aquellas latitudes espacio para nuevos imperios, y de ahí que muchos pretensores la solicitaran de la corona de Castilla.

El rey la concedió primeramente á Sebastián de Alcazaba, célebre marino portugués al servicio de España, como Magallanes y Ruiz Falero; y diósela en resarcimiento de una expedición que el Alcazaba tenía aparejada “para navegar hacia el Oriente por la vía de Occidente“ en busca de las Molucas, y que á última hora se destinó al transporte de la comitiva española que fué á Italia á la coronación del emperador Carlos V en Bolonia en 1530. Diéronsele tres años de plazo para poner su empresa en ejecución, y como Alcazaba los dejara pasar sin realizarla, fué suplantado por los Fúcares ( 1 ).

Los Fúcares.

Eran éstos Antonio, Jerónimo y Raimundo, tres hermanos y socios de banca, especie de Rothschild de nuestros días, prestamistas de reyes. Como el emperador Carlos V estaba entrampado con ellos, llevó su condescendencia hasta el punto de firmar las capitulaciones en la forma que ellos tuvieron por conveniente.

Lo que los Fúcares pidieron y fuéles otorgado en gobernación por tres vidas, comprendía casi toda la América meridional: lo que hoy constituye la parte meridional del Perú, Bolivia, Chile y gran parte de la República Argentina. No satisfechos con esta concesión monstruosa, los banqueros de Amberes aumentaron sus exigencias: pretendían que se extendiera su jurisdicción á todas las islas que se hallaran entre la costa de América y las Molucas, y entre otras condiciones pecuniarias, sumamente onerosas, descendían al detalle de reservarse el quinto real por veinte años y la posesión de los tesoros que se hallaran en las “guacas“ ó sepulturas de los indios.

A todo accedió Carlos V, oponiendo muy raras excepciones, acaso las estrictamente necesarias para evitar que los Fúcares se erigieran en reyes de los países que iban á conquistar. Estas escasas reservas fueron, sin embargo, suficientes para que los flamencos abandonasen el proyecto. — No habiendo sido servido Su Majestad de concederles los capítulos originales—decia el apoderado de los Fúcares—, no eran contentos de entender en la negociación.

Canceladas, pues, las concesiones hechas á los Fúcares, pudo la Corona disponer á su arbitrio de aquellas comarcas de Sud-América, y en un mismo día (21 de Mayo de 1534) extendiéronse y signáronse capitulaciones para el reparto de las tierras comprendidas entre el límite austral de la gobernación de Almagro y el Estrecho, con D. Pedro de Mendoza, caballero de Guadix, y con Simón de Alcazaba, este último, recomendado y ayudado eficazmente ahora por los Fúcares y los Belzars de Augsburgo.

La gobernación de Alcazaba se restringió á los territorios que se extendían al Sur de las 200 leguas concedidas en gobernación á Mendoza, y en principio se llamó Nueva León.

Expedición de Alcazaba.

La expedición de Alcazaba fué desgraciadisima. Llegó, efectivamente, al Estrecho (descubierto en el 1520 por Magallanes) y aun pasó buena parte de él; pero dos capitanes que desembarcaron para explorar la tierra, viendo la pobreza del terreno, acordaron matar á Alcazaba con el propósito de alzarse con las naves y hacerse corsarios

Como lo pensaron, lo hicieron. A media noche, cuando estaba durmiendo á bordo el gobernador, le cosieron á puñaladas y arrojaron el cadáver al mar. Con esto estalló el odio á bordo entre leales y traidores, hasta que un buen día los leales trincaron á cuantos fueron en la muerte de Alcazaba, hicieron justicia de los principales y á los demás dejaron abandonados en la costa, mientras las naves partían para la lejana isla de Santo Domingo á dar parte á la Real Audiencia allí establecida. De 280 hombres que se habían enrolado en San Lucas, sólo llegaron á salvamento 80; los demás murieron ó quedaron perdidos en el Estrecho.

De esta expedición hay copiosa bibliografía en crónicas y archivos ( 2 ), y en el de Indias existe una real cédula, á manera de inri, de todo el sumario. Va endosada á la abadesa de Santa Ana en Avila, y dice así:

“La Reina.—Ilustre priora tía: Sabed que Simón „de Alcazaba, caballero de la Orden de Santiago, „fué por nuestro mandado á conquistar y poblar la „provincia de León, que es en las nuestras Indias, „en la cual jornada murió, donde gastó toda su ha- „cienda y de su mujer, de manera que ella y sus „hijos no tienen con qué se sustentar. Agora doña „Isabel de Sotomayor su hija me ha hecho relación „que está muy pobre y tiene voluntad y devoción „de servir á Nuestro Señor y permanecer en esa „casa, y me suplicó os escribiese la mandásedes re- „cibir por monja en alguna de las principales filia- „ciones de esa casa, y yo, considerando todo lo su- „sodicho, lo he habido por bien; por ende yo vos „ruego y encargo mucho proveáis como en alguno „de los principales monesterios que son filiaciones „de esa casa, donde hubiese más disposición, sea „recibida por monja, que en ello recibiré de vos „acepto placer y servicio. — De Valladolid á 30 días „de Enero de 1538 años.—Yo la Reina.„

La Armada del obispo de Plasencia.

A raíz del desastre de Alcazaba figuraba entre los cortesanos un prelado joven y de noble cuna, llamado don Gutierre Vargas de Carvajal, natural de Madrid, que á la temprana edad de diez y ocho años, en 1524, fué consagrado obispo de Plasencia.

En este personaje concurren varias circunstancias á cual más curiosas. Era hijo de aquel Vargas del Consejo de Castilla, á quien sus colegas encargaban la decisión de los asuntos más arduos, con la muletilla Averigüelo Vargas, que ha quedado como dicho vulgar. Fué el fundador de la suntuosa “capilla del Obispo“ en la parroquia de San Andrés, de Madrid, que es lo poco bueno que en este género ofrece el Madrid antiguo. Fué, por último, favorecido por Carlos I con el encargo de acompañar el cuerpo de Felipe “el Hermoso“ hasta darle sepultura en Granada, poniendo punto á las románticas peregrinaciones que con los amados despojos hacía doña Juana “la Loca“. Debía ser este D Gutierre Vargas de Carvajal hombre de empresa cuando solicitó, aunque en nombre de su hermano Francisco de Camargo, gentilhombre de boca del emperador, lo que ha sobrado de continente, ó sea la Patagonia y el Estrecho, de los que se tenía vaga noticia por los viajes de Magallanes, Loaisa y Alcazaba, por más que ninguno de los tres llegara á penetrar la tierra.

El emperador accedió á la demanda y el caballero Camargo, á costa de su hermano el obispo de Plasencia, empezó á aderezar los navíos y reclutar gente en Vizcaya. Las naos vizcaínas fueron á completar su avío á Sevilla. Por ciertos impedimentos Camargo se desentendió del negocio é hízose cargo de la Armada del Obispo un comendador de Burgos, frey Francisco de la Rivera, tan pobre, que antes de darse á la mar, pidió real permiso para dejar en un convento de damas nobles á una hermana y dos sobrinas, para que las sustentaran mientras durase la conquista.

El viaje de la armada del obispo de Plasencia, no menos que sus resultados, constituye uno de los episodios más novelescos de los anales de Indias.

Salió la armada para su destino á fines de 1539. Iban cuatro naos: la capitana con el general y gobernador electo Frey Francisco de la Rivera, y tres naves más comandadas, respectivamente, por Alonso de Camargo, deudo del obispo, habilitador de la flota; el capitán Gonzalo de Alvarado y el maestre de derrota Miguel de Arogoces, piloto portugués que cuatro años antes había llevado al Río de la Plata al adelantado Mendoza ( 3 ).

La navegación se hizo con rumbo directo al Estrecho, y para el 20 de Enero de 1540, la flotilla había embocado por el Cabo de las Vírgenes. Dos días después, un temporal deshecho hizo varar la capitana en la costa, salvándose los tripulantes. La nave de Alvarado trató de recoger los náufragos, pero vientos y corrientes contrarias estorbaron sus esfuerzos, arrastrándole á las ensenadas orientales de la Tierra de Fuego. En esta deriva forzosa, la nave de Alvarado llegó al límite austral no alcanzado hasta entonces; pasó el Estrecho que hoy llaman de Lemaire, el canal de la Beagle y tomó puerto en la isla grande de la Tierra de Fuego. Alvarado y su gente quedaron seis meses en el puerto de las Zorras; allí pasaron mucho frío, pero hallaron mucha leña y lobos marinos y pescados, así como remos, jarcias y cables de otras naves. Esto prueba que, mucho antes que Lemaire, los nautas españoles abordaron á aquellas latitudes australes. Calafateada la nave, Alvarado emprendió regreso á España; pero erró la derrota y vino á parar nada menos que al Cabo de Buena Esperanza. Aquí le sobrecogió una tempestad tan de repente, que dejando en tierra cinco hombres que había puesto en tierra para saber qué costa era, voló la nave hasta la isla de Santo Tomé, en la Guinea, y de aquí á Lisboa.

El capitán Gonzalo Alvarado es famoso, aparte estos detalles, porque figuró como tesorero de la expedición de Mendoza al Río de la Plata, años antes. Fué también de los que acompañó á Ayolas en la subida al Paraguay cuando este capitán remontó el río buscando salida al Perú, quedando Alvarado de comandante del fuerte Corpus Christi. Trató tan mal á los indios en esta ocasión, que cercaron el campamento español, y le hubieran tomado sin el oportuno auxilio del capitán Abreu. Después de esto fué comisionado á España para dar cuenta al rey del Estado de la tierra, y ahora le vemos figurar en la expedición al Estrecho.

Explicada la odisea de Alvarado y su nave, veamos qué fué de las otras.

* * *

Perdida la capitana, aunque salvados en tierra el comendador Rivera y demás gente, quedaban otras dos de las cuatro de que se componía la armada. De una de ellas no se supo más; la otra, la de Camargo, logró pasar el Estrecho, entrar en el Pacífico, y arrimada á la costa poner la proa al Perú. El capitán Valdivia y sus compañeros, que por este tiempo andaban empeñados en la conquista de Arauco, la verían siguiendo á velas desplegadas hacia el Norte, mientras ellos adelantaban por tierra hacia el Sur.

La tripulación de Camargo iba tan necesitada, que al llegar á una ensenada en una punta de la costa chilena, que estaba muy poblada de indios, compraron, entre otras cosas, un carnero de la tierra (llama), por el cual llamaron á aquel paraje “Punta del Carnero“. El regalo que los españoles hicieron en esta recalada, fué traer los ratones, que muy pronto se convirtieron en plaga.

La nave llegó tan destrozada á Arequipa, que se vendió en pública almoneda. Un mástil de este buque sirvió de asta de bandera por muchos años en la plaza de Lima, para memoria de haber sido la primera nave que llegó al Perú por el Estrecho; y de las tablas de la misma embarcación se fabricaron puertas para la casa de los Pizarro.

Por su parte, Almagro el mozo, se aprovechó de los falconetes y de un barril de pólvora que á bordo venían.

* * *

¿Qué había sido en tanto del comendador frey Rivera y compañeros? Por la relación de la gente de Alvarado y Camargo se sabía que quedaban vivos en el Estrecho y con elementos de subsistencia; pero como no se les recogió ni parecieron por ninguna parte, nunca más se volvió á saber de ellos. Las noticias fantásticas acumuladas acerca de su paradero, fueron la base fundamental de los Césares del Estrecho.

De este modo, los tripulantes de la armada del obispo de Plasencia, quedaron diseminados por medio mundo. De la gente de Alvarado, cinco en el Cabo de Buena Esperanza, el resto en Portugal y España; la de Camargo, en el Perú; y Hernando de Rivera con 150 hombres en la Patagonia.

CAPÍTULO II

Minucias históricas que hacen al caso.

Corría el mes de Diciembre de 1539, y el marqués Francisco Pizarro, conquistador del Perú, se ocupaba en remunerar los servicios de los que le habían servido bien en su reciente contienda con Diego de Almagro. A Pedro de Valdivia, antiguo soldado de los tercios de Italia, capitán de á caballo del marqués de Pescara en Milán, y, por último, maestre de campo de Pizarro durante la campaña que terminó con la batalla de las Salinas, cupo en suerte, cuando sólo tenía treinta y siete años de edad, el descubrimiento y conquista de Chile, para lizada desde el desastroso fin de la expedición de Almagro en 1535.

A punto de aprestarse Valdivia para su conquista, he aquí parece ante Pizarro un Pero Sancho de la Hoz con reales provisiones para el descubrimiento y conquista de las tierras que se extendían al Sur del Estrecho de Magallanes y las islas adyacentes que descubriera navegando aquellos mares; la gobernación, en suma, vaca por la frustrada empresa de la armada del obispo.

El tal Sancho de la Hoz era un perulero vuelto á España con un buen botín que le cupo en el reparto de los tesoros de Atahuallpa, y era casado en Toledo con doña Guiomar de Aragón. Como buen advenedizo de Indias, había disipado su caudal, y para rehacerse, creyó lo más acertado tentar por segunda vez el camino que tan bien le había probado primero. A este fin, solicitó y obtuvo del monarca la concesión del gobierno de la Patagonia; pero en vez de entrar navegando por el Estrecho de Magallanes, con armada propia, hizo el camino ordinario por el istmo de Panamá, hasta llegar al Cuzco á presentar á Pizarro su real capitulación y nombramiento.

De esta suerte, Pero Sancho de la Hoz aparecía como un temible rival de Valdivia, pues le segregaba el territorio de la conquista, desde el Bío Bío hasta el Estrecho, entre los dos mares del Sur y del Norte (Pacífico y Atlántico). Por vía de acomodo, el marqués Pizarro les convidó á comer en su casa del Cuzco, y á los postres concertó á los dos pretensores. Según ese concierto, Valdivia partiría en el acto para su conquista, mientras Pero Sancho iría á Lima por naves, bastimentos, caballos y corazas para alcanzar á su aliado en el camino.

Sancho la Hoz no logró reunir los recursos que se comprometió aportar. En su exasperación, apeló á un medio reprobado. Acompañado de cuatro almagristas, enemigos de Valdivia, llegó al real de éste, á la entrada del despoblado de Atacama, con ánimo de sorprender á Valdivia y proclamarse en su lugar con la ayuda de las reales provisiones que llevaba.

Falló el intento, porque Valdivia no estaba en el real cuando los conspiradores llegaron; mas cuando vino y se enteró del plan abortado, hizo prender á Pero Sancho y sus cómplices. Perdonóles la vida á condición que Sancho hiciera dejación de todos los derechos que pudieran pertenecerle por las capitulaciones reales. Arbitro del campo, Valdivia se armó de todas armas, y estando todos sus soldados puestos en escuadra, mandó venir un escribano y le dijo en alta voz: “Escribano, estad atento á lo que dijere é hiciere y dadme por fe y testimonio en manera que haga fe á mí: Pedro de Valdivia, capitán general que soy de este ejército, como en nombre de la majestad del emperador Carlos V, rey de España, y mi señor natural, y por la real corona de Castilla, tomo la posesión de esta provincia y valles de Chile, por sí y por las demás provincias, reinos y tierras que más descubriere, conquistare y ganare, y las que en esta demarcación adelante ó por cualquiera parte quedaren por descubrir y conquistar.“

Y diciendo estas palabras, puso mano á la espada y comenzó con ella en señal de posesión, á cortar árboles y ramas, á pasearse y á arrancar hierbas y mudar piedras de una parte á otra. Esto acabado, así armado de punta en blanco como estaba y con su espada desnuda, se apartó un poco más de su gente, y volvió á decir: “Si la posesión que aquí he tomado, alguna persona, por sí ó por algún príncipe ó señorío del mundo, me la quisiere contradecir, aquí le espero en este campo, armado para la defender y combatir hasta le rendir ó matar ó echar del campo.“

Para asegurarse de La Hoz, Valdivia lo llevó por fuerza á Chile; hasta que un día el buen Sancho, que guardaba religiosamente la real provisión de su nombramiento, trató de hacerla efectiva, noticioso que Valdivia se embarcaba para el Perú; descubrióse la conspiración é hízose justicia cortando la cabeza á Pero Sancho, estando aún en la rada de Valparaíso el gobernador Valdivia.

Digna de contarse es esta escapada de Valdivia.

Es el caso que Gonzalo Pizarro, en armas contra el rey, había nombrado nuevo gobernador de Chile, y sabiéndolo Valdivia y que el presidente La Gasca le llamaba á defender los derechos de la Corona, halló más acertado ir al Perú y asegurar su Gobierno.

A este fin, fingió enviar á su maestre de campo Villagra, á quien acompañó á Valparaíso. Aquí se le presentaron unos mercaderes pidiéndole licencia para abandonar la tierra. Valdivia se la dió, mostrándose penoso porque se iban de Chile; pero tras la despedida, se metió en un batel con sus amigos de más confianza y se pasó al navío que tenían aparejado los mercaderes y en el que iban 90.000 pesos en oro. El trompeta de Valdivia, viendo que el navío se daba á la vela, conociendo el engaño, tocó el clarín y siguió con este cantar, principio de algún romance:

Cátalo vá, Juanica, cátalo vá;

el oro se lleva, tarde volverá. ¡Cátalo vá!

Para consolar á los mercaderes, les dejó Valdivia un papel escrito, en que les decía que tuviesen paciencia hasta que volviese; que aquel oro era necesario para el servicio del rey, y que pues eran tan servidores de su majestad, pasaran por el despojo. Con este oro y otro poco que llevaba suyo, hizo Valdivia clavos y herraduras para sus caballos, para hacer ostentación en el Perú de las riquezas de Chile y aficionar á muchos á seguirle; como lo logró, porque por su decisiva influencia en la batalla de Jaquijuana, habiéndole premiado La Gasca con el Gobierno efectivo de Chile, prosiguió la conquista en 1548, reclutando los mismos secuaces de Pizarro condenados al destierro por delito de rebelión.

Todas estas minucias ( 4 ), aunque se antojen digresiones del asunto principal de este libro vienen muy al caso, pues forman el ambiente histórico de la época.

* * *

El conquistador de Chile era, como él decía, “amigo de mucho“, para significar sus levantadas aspiraciones; así que no cesaba de dirigirse á la Corte y Consejo de Indias en solicitud de la ampliación de su gobernación. Para ganarse al rey le decía “que haría que se labrase oro en Chile, como hierro en Vizcaya“. Mientras sus agentes presentaban memoriales y solicitaban nuevas concesiones, el capitán extremeño, adelantándose á las autorizaciones reales, continuaba audazmente sus descubrimientos y conquistas hacia el Atlántico, por el Oriente, y hacia el Estrecho, por el Sur. Al mismo tiempo que él y su teniente Villagrán avanzaban por tierra, iban el genovés Pastene y Ulloa con barcos á explorar el Estrecho.

Las aspiraciones de Valdivia quedaron cortadas con su desastrosa muerte en Tucapel, á manos de los indios purenes (1553); confirmándose así lo que un adivino le pronosticó en el saco de Roma; que había de morir á manos de sus vasallos;