Examen de próceres americanos; los libertadores - Ciro Bayo - E-Book

Examen de próceres americanos; los libertadores E-Book

Ciro Bayo

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Repaso a medio camino entre el ensayo y la novelización de las figuras más importantes en los procesos políticos del continente latinoamericano, según la visión del escritor y aventurero Ciro Bayo. Revolucionarios, políticos, exploradores, conquistadores, virreyes y militares pasan por la afilada pluma del autor, que analiza tanto sus vidas como su contribución al mosaico político internacional en la América Latina de su época.

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Seitenzahl: 487

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Ciro Bayo

Examen de próceres americanos; los libertadores

 

Saga

Examen de próceres americanos; los libertadores

 

Copyright © 1916, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726687385

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PRÓLOGO

La Historia patria de todo país americano, señala dos períodos bien marcados antes de llegar á la Independencia nacional: el de la Conquista y el del Coloniaje.

La Conquista es aquel verdadero milagro de la Historia en virtud del cual algunos centenares de aventureros dieron cima á la épica empresa de incorporar al dominio español un imperio que abarcaba de mar á mar, desde el norte de California hasta la Tierra de Fuego.—A las fabulosas hazañas de aquellos invasores y conquistadores del Nuevo Mundo, sucedió la obra pacifica, lenta, pero constante, de misioneros, sabios, ingenieros, artífices, comerciantes y agricultores, los cuales aportaron el conjunto de la civilización de la metrópoli de donde procedían, y con ellos se instauró el Coloniaje.

Las tierras nuevas imprimen en los hombres que á ellas aportan rasgos autóctonos y diferenciales.—El ambiente social de América se hispanizaba, pero á la vez se iba operando la indianización del colono español; el amor á la provincia, á la región, pasa al hijo del padre blanco, por la madre india, y de este modo surge el ideal de la autonomía americana. Queda, pues, establecida la pugna entre el criollo (el nativo, de sangre europea) y el peninsular ó el español europeo llegado á América como empleado ó como colono nuevo; el lazo patriótico subsiste aún, pero los hijos del país aspiran á romperlo. Realizada esta separación moral entre los dos elementos dirigentes de la colonia, una contingencia cualquiera bastará á determinar la guerra civil y, á la postre, la separación, la Independencia.

Tal fué lo que pasó en las colonias españolas americanas. Con la invasión de la metrópoli por las tropas de Napoleón, en 1808, los criollos vieron una ocasión favorable para realizar una revolución separatista. En su primer período las Juntas de Caracas, de Santa Fe, de Cartagena de Indias y de Buenos Aires, aparecen con la máscara de conservarse fieles á Fernando VII, al rey cautivo, pero en seguida, se va abiertamente á la independencia

Tres centros principales de insurrección hubo en la América española, á contar del año 1810: Mévico, Venezuela y Buenos Aires. Los mejicanos atendieron sólo á libertarse á sí mismos; en cambio, las revoluciones venezolana y argentina tuvieron un carácter más amplio. Bolívar no se limitó á libertar á Venezuela, sino que libertó además á Nueva Granada (Colombia), Ecuador y Perú; la revolución de Buenos Aires difundió su espíritu por el Paraguay, Uruguay, Chile y Perú, al norte del cual llegaron simultáneamente las armas de San Martín y de Bolívar.

Esta guerra de la Independencia, que duró quince años largos, fué promovida y dirigida en sus comienzos por los criollos más distinguidos en ilustración ó en fortuna, porque lo que se buscaba ante todo eran hombres que se impusieran por su prestigio; sólo después, en el curso de los acontecimientos fueron dándose á conocer, y alternaron con ellos, hombres de origen plebeyo, mestizos, indios y negros. Estos lograron imponerse á fuer de caudillos de sus congéneres, y lo que empezó por una revolución aristocrática ó de magnates de provincias, acabó siendo una dictadura de carácter plebeyo, en casi todas las repúblicas. ¿Quién le había de decir al hijo del marqués de Aragua, al linajudo Simón Bolívar, que el primer presidente de su Venezuela libre sería el llanero Páez, un hombre que en 1818 no sabia leer ni escribir y aprendió todo esto siendo general?

En las demás localidades, tal vez á excepción de Chile, pasó lo mismo; los hombres inteligentes y cultos, las clases aristocráticas que iniciaron la independencia, viéronse suplantados por tipos completamente bárbaros, por generales analfabetos, que han desacreditado la democracia americana.

Es toda una exposición histórica, ajena á nuestro propósito, el cual sólo ha de limitarse al examen de los primeros, de los que figuran como padres de la patria ó héroes de la independencia.

Lo original de nuestro estudio es que no lo haremos desde el punto de vista criollo, es decir no al modo idolátrico á que nos tienen acostumbrados los historiadores americanos, sino con el desenfado de quien repasa una mitología nacional. En el escenario político y guerre o de la América de aquellos días hay figuras y figurones; hombres y hechos históricos que han venido mostrándose con una falsa aureola de leyenda, y que deben reducirse á su justo límite.

No pretendemos con esto quebrar pedestales y derribar estatuas; las naciones americanas están justamente orgullosas de sus antepasados y de sus grandes hechos, y por esto los inmortalizan en mármoles y bronces. La extranjería no da derecho á ridiculizar estas glorias nacionales, todo lo más á humanarlas, á discurrir sobre ellas con crítica histórica, y esto es lo que vamos á hacer; pero con toda libertad, sin apelar á este eterno balancín que, bajo el pretexto de imparcialidad, usan algunos historiadores.

De todos modos al lector imparcial le han de ser de gran atractivo los retratos de los principales personajes de la Indepencia sur-americana con las nuevas tintas con que se los vamos á presentar.

Este período de la Historia de América es uno de los menos estudiados, sobre todo desde el punto de vista español, tal vez porque los Archivos de España han estado cerrados casi por completo á toda investigación hasta el último tercio del sigloxix . Ahora ya es otra cosa. La Sociedad de Publicaciones Históricas, de Madrid, ha emprendido la publicación del Catálogo de documentos relativos á la Independencia de América, contenidos en el Archivo General de Indias de Sevilla, y ha reunido en una primera serie ocho mil documentos, concienzudamente revisados y resumidos lo bastante para darnos una idea del estado de la América española al comenzar la guerra de la Independencia: los movimientos precursores de la misma; el carácter distintivo que tuvo en cada territorio y, lo que es más interesante por lo mismo que ofrece más novedad, las noticias que de los sucesos comunicaban nuestros gobernantes, cómo se recibían en la Península, consultas y dictámenes del Consejo, Congreso y hombres distinguidos á que daban lugar, resoluciones que se adoptaban, nombramientos é instrucciones que se dieron á los comisionados para la pacificación, resultados que produjeron y todo lo que puede constituir el “aspecto español“; en lo que se comprende también lo que atañe á las relaciones de algunas potencias con los insurgentes, á la mediación de éstas para la pacificación de América ó para el reconocimiento de la Independencia. De la simple lectura de los extractos que el Catálogo contiene, se echa de ver el diferente aspecto que en cada una de las provincias de América revistió la lucha por la independencia, si bien no sirven por su parquedad para formar un juicio exacto por tener que limitarse á la pauta de un índice.

Si dijéramos que nosotros los habíamos consultado todos en el examen que damos á luz, mentiríamos, porque este caudal de documentos sobrepasa á la potencialidad de un solo investigador; nos hemos limitado á hacerlo tan sólo con aquellos que nos han parecido más á propósito para el restablecimiento fehaciente de tal cual punto histórico. Pero queda trazado el camino de investigación á la gran legión de aficionados á las cosas de América que, faltos de medios para investigar directamente en los Archivos, ó imposibilitados por el desconocimiento de lo contenido en ellos, desisten de proseguir trabajos que pudieran ser muy fructíferos. De esa labor depende el que España reivindique el sagrado derecho de un fallo justo, pues sabido es que la Historia de América, en su aspecto total, ha sido compuesta por quienes, no disponiendo de todos los necesarios elementos para formar juício acertado, han tenido que incurrir en error, sentenciando un pleito al que ha dejado de aportarse esa riqueza documental poseída por nuestra patria y no presentada como prueba justificativa de su conducta.

En este examen de próceres americanos , damos preferencia al aspecto novelesco del asunto, y en tal sentido, tomamos como fuentes de información las Memorias que dejaron escritas americanos, españoles y extranjeros, actores de los sucesos que narran, muchas en número y de un valor inmenso para la Historia de la Independencia. Desde este punto de vista merece plácemes el erudito don Rufino Blanco Fombona, que aquí en Madrid ha editado é ilustrado con valiosas notas una serie de aquellas Memorias, que hasta ahora eran sólo patrimonio de bibliófilos, por la rareza de los ejemplares ó por su subido precio. Por nuestra parte, no vacilamos en declarar que el fácil cotejo de esas Memorias, algunas de las cuales habíamos repasado en América, nos inspiraron el pensamiento de este Examen .

FRANCISCO MIRANDA

I.—El ayudante de Cagigal.

Miranda es el precursor y protomártir de la emancipación de las colonias hispano-americanas.

Nació en Caracas, á 9 de Junio de 1756, y á los veintiséis años de edad figura como capitán del regimiento de infantería de Navarra, de guarnición en Cuba y la Florida.—Por entonces era la guerra de la independencia de los Estados Unidos. Los norteamericanos llevaban ya cinco años luchando por ella, ayudados por Francia y España, que, habiendo reconocido la independencia de la nueva república, enviaron dos ejércitos para afianzarla, mandados, respectivamente, por Rochambeau y Gálvez. En 1780 partió otra división española del puerto de la Habana, al mando del general Juan Manuel Cagigal, cubano de nacimiento, emparentado con los Cagigales de Venezuela. Por recomendación de estos últimos el cubano hizo su edecán ó ayudante al oficial caraqueño, y así empieza la carrera militar de Miranda.

Inglaterra tuvo que luchar en esta guerra contra Francia y España y los insurrectos americanos, y lo hizo con gran valor y en muchos casos con fortuna; pero los patriotas americanos no desesperaban nunca y perseveraban en su insurrección, confiando en que acabarían por agotar los recursos de la Gran Bretaña. Esto contribuyó mucho al buen exito que la guerra tuvo para los independientes, quienes, por otra parte, cuidaron de enviar á Europa dos delegados, uno de ellos Benjamín Franklin, para interesar á los pueblos en la causa de la emancipación americana. Debido á esta noble propaganda, al lado de Washington pelearon el joven marqués de Lafayette, que aún no tenía veinte años, y al que el congreso de Baltimore le dió el grado de mayor general; Saint Simon, que se distinguió más tarde como filósofo socialista, y Kosciusko, el héroe infortunado de la independencia polaca. Miranda conocería á éstos y otros amadores de la libertad, y en su trato con ellos maduraría el noble propósito de emancipar á su patria.

La guerra entre Inglaterra y los Estados Unidos se terminó por el tratado de paz del 3 de Septiembre de 1783 (el mismo año en que nació Bolívar), y Miranda se volvió á Cuba con su general Cagigal, ascendido á capitán general de la isla por su brillante conducta en la campaña anterior. Menores fueron los medros de su edecán, á quien en la misma fecha vemos de sólo capitán graduado de teniente coronel, si bien Cagigal lo tenía propuesto para coronel efectivo; promoción que estaba estancada en Madrid por malquerencia del ministro de Indias, D. José Gálvez, marqués de la Sonora, hermano del otro Gálvez, general en jefe del ejército español en la guerra de los Estados Unidos. Algo sabía éste último de las ideas que bullían en la mente del oficial venezolado cuando lo hizo inscribir en Madrid en el registro de sospechosos. Es el máximo favor que se puede hacer á Miranda, porque, según otros documentos, su postergación fué debida á un negocio sucio, el que fué delatado á la corte por el intendente de Hacienda de Cuba.

Así resulta por el testimonio de un historiador cubano D. Jacobo de la Pezuela. Al hacer este autor el elogio de Cagigal por sus triunfos sobre los ingleses en Las Bahamas, en 1782, agrega: “... Se había apoderado de toda su confianza un capitán graduado de teniente coronel del regimiento de Navarra, llamado D. Francisco Miranda, natural de Venezuela. Prendado de su valor y despejo, lo autorizó para que en su nombre despachase algunos asuntos que no fueran de absoluta competencia de la primera autoridad. Pasó como parlamentario á Jamaica, para negociar un canje de prisioneros; y no fué este el solo asunto que ocupó á Miranda cuando estuvo en Kingston. Habiéndose puesto de acuerdo con varios especuladores de la Habana, cargó de géneros de contrabando la goleta en que fué á desempeñar su comisión, y los desembarcó en Batabanó, sin dejárselos reconocer á un puesto de aduaneros, que comunicaron de oficio esta anomalía al intendente Urriza. Cagigal, sin considerar la gravedad del hecho, procuró en vano que Urriza lo atenuase; pero lo denunció á la Corte el intendente, y Miranda se escapó, dejando comprometida la opinión de su general, después de haber obrado sin acuerdo suyo.“ ( 1 )

Según esto, aparece Miranda como un contrabandista vulgar y un oficial fugitivo que deja comprometida la honra de su superior; pero ya veremos que una sentencia lo absuelve, cuando lleguemos al célebre proceso que por la misma causa se le instruyó á Cagigal, y que no terminó hasta 1798, al cabo de diez y ocho años; pero, de todos modos, Miranda intervino en el alijo de la Jamaica, y hubo de comprometerse hasta el punto que sin volver á la Habana, se despidió de su general con ánimo de dirigirse á Europa, pasando por los Estados Unidos.—¿Fué una fuga inconsiderada por la que agravó su acusación, ó es que tenía puesta ya la mirada en su plan de emancipación americana? Ambas cosas á la vez, según se desprende de esta carta de Cagigal:

“Siga usted, en hora buena, el plan de su idea (escribe á Miranda); pero merézcale mi amistad y mi cariño el único favor de que ínterin yo le aviso desde Madrid las resultas de estos particulares, usted no debe de tomar partido ni variar sus promesas en un punto.

„Yo, por obligación y en justicia, debo manifestar al rey el distinguido mérito de sus servicios de usted, como testigo que soy de ellos, y asimismo las ventajas que al Estado pueden resultar de sus conocimientos y constante aplicación. La emulación es constitutivo del mérito, como del cuerpo la sombra, y así no es extraño lo que á usted sucede, pues proporcionalmente todos los que sobresalen en el mundo pasan por la misma senda; bien que de todos modos es injusto y sensible.

„Usted es joven aún, y se halla como sabe propuesto ya en dos ocasiones para coronel con sueldo; espero qué con mi llegada á la corte se dé curso á esta instancia, y que informado S. M. mejor de los servicios y carácter de su persona de usted, logre mayores satisfacciones; teniendo sus amigos la de verle en nuestro país con gusto general, y yo satisfacer el cariño paternal con que siempre he mirado su persona.“

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Apenas dejó Miranda las aguas de Cuba, cuando se procesó á Cagigal. Este, para defenderse, se trasladó á España, donde fué arrestado, y durante cuatro años sostuvo porfiadas polémicas con los consejeros y el ministro de Indias. Desaparece el rígido Gálvez de este ministerio, el proceso de Cagigal duerme el sueño de los justos y, por fin, en 1798, se le absuelve de todo cargo y asimismo á su antiguo edecán Francisco Miranda:

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

“Asimismo declaraban los jueces y declararon por libre de todo cargo en el ejercicio de la referi da comisión y sus incidencias al teniente coronel graduado D. Francisco de Miranda, y por legítima y exenta de todo vicio la introducción de los tres barcos titulados Puercoespín, Tres Amigos y el Aguila“, con los esclavos, géneros y efectos que vinieron en ellos de la isla de Jamaica; y revocaban en esta parte la sentencia del juez comisionado en que declaró caídos en la pena de comiso los referidos barcos, esclavos, géneros y efectos, y condenó á Miranda á que pagase su importe á la Real Hacienda, con más el valor de las tres carretas, siete yuntas de bueyes y cinco caballos en que se condujo parte de aquellos efectos desde el surgidero de Batabanó hasta la Habana; en privación de su empleo y en diez años de presidio á la plaza de Orán; “y declaraban y declararon á dicho oficial, por el contrario por fiel vasallo de S. M. y acreedor á las reales gracias, en premio y remuneración del mérito contraído en la delicada comisión que puso á su cuidado el gobernador Cagigal; resultando por otra parte, como resulta justificado que no tuvo parte (ni aun noticia) del hecho de haber registrado ó visto las fortificaciones de la plaza de la Habana el mayor general inglés Juan Campbell, como falsamente se informó á S. M , etc., etc., etc. 2 1)

***

¿Qué era del emigrado Miranda en todo este tiempo? Errante por las cortes de Inglaterra, Alemania, Rusia y Turquía, al fin vino á ofrecer su espada á la Revolución francesa, mientras por una singular coincidencia, su antiguo general, el veterano Cagigal, rehabilitado por Carlos IV, mandaba el ejército de los Pirineos enviado para amenazar á la Convención y salvar la vida de Luis XVI.

La actuación de Miranda él mismo nos la dirá en esta carta á Cagigal, fechada en Londres á 9 de Abril de 1800.

“Mi general y muy estimado amigo:

„Con mucho gusto he recibido ayer su apreciable carta fecha en Valencia á 10 de Diciembre último, y doy á usted mil gracias per el aviso y extractos de la sentencia recientemente pronunciada en el Supremo Consejo de Indias á favor nuestro. Mas, ¿qué satisfacción quiere usted reciba yo en saber más y más las iniquidades de D. José de Gálvez y sus agentes, que en parte aún ignoraba, cuyas infamias se han tolerado por el gobierno español, á lo menos por lo que á nosotros toca, el espacio de diez y ocho años consecutivos, y que la reparación que por tan graves injurias se nos ofrece ahora, es la facultad de perseguir los hijos y viudas de aquellos, sobre una parte del caudal y honores que á costa nuestra adquieren sus perversos maridos? ¡No, amigo mío; lo que por ello debe conjeturarse, en mi opinión, es que la situación del hombre de bien en ese país siempre será muy precaria; y el perverso, por lo común, goza impunemente del fruto de sus maldades!

„¡Pero lo que realmente me da gran satisfacción, es el saber que mi antiguo y querido amigo don Juan Manuel de Cagigal es aún mi verdadero y fiel amigo; sin embargo, de las vicisitudes que han podido ocurrir en tan largo y singular período de tiempo!... Nada, por consecuencia, me sería tan gustoso como el verlo y darle un abrazo; pero las presentes circunstancias lo impiden absolutamente.

„El estado de guerra y agitación en que casi toda la Europa se halla actualmente, hacen que una persona algo conocida en el mundo político y militar, apenas pueda moverse de un lugar á otro sin alarma é inconvenientes; y así más vale estarse quedo que inquietar á los demás, á menos que una evidente necesidad no lo exigiese por el bien de nuestros semejantes.

„Por este propio motivo me habrá usted visto desde nuestra separación, ya viajando y atentamente examinando una gran porción del civilizado mundo, ya encargado de los ejércitos de la Francia protectriz de la libertad pública; ya traducido por la anarquía ante el famoso Tribunal Revolucionario, ya rehusando funciones públicas en dicha confusa República, y ya por esta causa proscripto el 18 fructidor del año V (1797), forzándome por ello á tomar refugio en este país, donde hallé acogida favorable por cierto tiempo, y, sobre todo, un inestimable amigo antiguo, cuya hospitalidad me ha soportado y soporta aún hoy.

„¡Cuál sea el resultado de los graves eventos que se preparan, Dios lo sabe!... mas su amigo de usted, ciertamente no abandonará aquella justa regla y principios honrosos que hasta aquí le han merecido la estimación de usted, y que probablemente han forzado al gobierno español á revocar sus injustos procedimientos para devolverle (por manos de la justicia santa), su honor y su caudal intactos.

O magna vis veritatis! quæ contra hominum ingenia, Calliditatem, solertiam, contraque fictas omnium insidias Facile se per seipsam defendat.

Cic. pro Cœlio.

„Cosa singular es por cierto, que al mismo tiempo que la España me hacía tan atroces injurias, yo fuese el único en Francia que, ayudado del preponderante influjo de mis amigos (por la convicción íntima en que estábamos de que la justicia y la moderación solamente podían con prosperidad y gloria llevar adelante la noble causa de la libertad) combatía con suceso la tentativa formal de revolucionar la España, á tiempo que se me confería para ello el mando de un poderoso ejército en Noviembre de 1792, y luego, después, nombrándoseme al gobierno y comandancia general de Santo Domingo con ejército de 22.000 hombres y una fuerte escuadra, á fin de proclamar la libertad é independencia de las Colonias hispano-americanas?... en cuyos acontecimientos me debería la España, por lo menos, el reconocimiento de haberle procurado un gran bien negativo; pues vine á ser causa de que no se le hiciese mucho mal en Europa y de que las inocentes Américas no sufriesen tal vez perjuicios incalculables é irreparables!

„Veo con suma pena, sin embargo, que los agentes del gobierno español en el Nuevo Mundo, se obstinan á tratar mal á los americanos, y que el gobernador recientemente llegado á Caracas comienza á derramar sangre con particular ferocidad y audacia. Quiera Dios que semejantes violencias no traigan reatos más funestos para la corte de Madrid, y que aquellos buenos, sencillos y desgraciados pueblos no sean largo tiempo víctimas de la injusticia y perfidias europeas.

„Adiós, amigo y querido dueño mío; sírvase usted dar mis expresiones á mi señora doña Angela; al señor D. Juanito, al amigo D. Felipe Cagigal, al Cab. Mata, etc.; estimaría me enviase usted copia formal de la sentencia consabida y que también la comunicase usted á la Habana y Caracas.

De usted siempre fiel amigo y seguro servidor,

(Firmado) F. de Miranda

II. El segundo de Dumouriez.

La variedad de sucesos á que se alude en la carta anterior nos obliga á detallarlos históricamente.

En 1792 Miranda había trabado relaciones de amistad con dos personajes de la Revolución francesa: Brissot y Petion, y por la influencia de ambos obtuvo el empleo de general, haciendo la campaña de Bélgica como segundo de Dumouriez. Era el tiempo de los jacobinos y girondinos; apóstoles los segundos de los principios de la Revolución, fanáticos y terroristas los primeros. Petion y Brissot, igual que los demás girondinos, no miraban con buenos ojos á Dumouriez al frente del ejército y trataban de reemplazarlo por Miranda; pero tropezaban con el obstáculo de que éste era extranjero y poco conocido en Francia. Para colmo de desdicha, la vez que el general americano, por ausencia de Dumouriez, se encargó del mando en jefe, perdió la batalla de Nerwinde (1793).

Por el testimonio del generalísimo Dumouriez, Miranda en esta ocasión fué inhábil y cobarde; sin embargo, Michelet y Luis Blanc, en sus respectivas Historias de la Revolución francesa, defienden á Miranda, alegando que éste obró por órdenes escritas que le dejó el mismo Dumouriez. Aunque así fuera, se ve que le faltó á Miranda esa iniciativa que en momentos críticos se sobrepone á todo y cambia un plan por otro.

Aprovechándose de esa derrota de su teniente, Dumouriez acusó ante la Convención al amigo de Petion, al general favorito de la Gironda, y Miranda entró en la Consergería y fué sometido á un consejo de guerra. Tuvo por defensor al abogado de María Antonieta y Carlota Corday, el célebre Cha veau-Lagarde El populacho de París, que al empezar el proceso había pedido la cabeza de Miranda, sacó á éste en triunfo el día de su absolución, siendo de notar que los girondinos habían ya caído y ninguna influencia terció en favor del acusado.

Apenas libre de la Consergería, nuestro biografiado se vió envuelto en la persecución contra los girondinos y encerrado en la Force, donde tuvo por compañeros á Vergniaud y Valacé, á Daunou, Chastelain, Duchatelet y Champagneux. Los siete formaban grupo inseparable, unidos por el infortunio y una común simpatía. Duchatelet había logrado que se le permitiera traer á la cárcel una parte de su biblioteca, y cuando la reunión exigía que alguien leyera en voz alta, el lector favorito era Miranda. Si uno faltaba entre los siete, la inquietud se transparentaba en el rostro de los demás, porque todos ellos tenían la mirada fija en la guillotina. Los primeros en ausentarse fueron Valacé, que con estoico valor se mató ante el tribunal revolucionario, y Vergniaud, que subió sereno las gradas del cadalso, juntamente con sus otros veinte compañeros de la Gironda. A los pocos días Duchatelet se envenenó con una fuerte dosis de opio, y en su testamento dejaba á Miranda su rica biblioteca y los muebles de su casa. De los presos de la Force compañeros de Miranda sólo sobrevivieron Daunou, que había de ilustrar su nombre como historiador; Champagneux, que á su vez escribió la Introducción á las Memorias de Mad. Rolland, donde relata los curiosos pormenores antes citados, y el convencionalista Chastelain, que murió miserable y desconocido. Todos ellos, lo mismo que Miranda, se libraron de la guillotina á consecuencia del termidor, que trajo la prisión y condena de Robespierre.

Este es el historial del inciso de la carta de Mi randa á Cagigal cuando escribe á lo galicano: “7 raducido (quiere decir entregado) por la anarquía al tribunal revolucionario. Lo que sigue en seguida:...Ya rehusando funciones públicas en dicha confusa república y ya por esta causa proscripto el 18 fructidor del año V (1797)... tiene un sabroso comentario; quien comunicó á Miranda la orden ministerial del Directorio para que abandonara el territorio francés fué aquel mismo Champagneux, su ex compañero de la Force, y que ahora navegaba viento en popa.

Miranda ya no volvió más á Francia; de aquí pasó á Inglaterra y á América, donde volveremos á encontrarle. ¿Cómo se explica, pues, que su nombre figure en el Arco de Triunfo de la Estrella, que en París conmemora las glorias militares de la Francia republicana y napoleónica? Napoleón I había decretado la erección de este Arco de Triunfo á la gloria del Grande Ejército; pero cuando el monumento fué concluído en 1836, reinaba en Francia Luis Felipe, y éste decretó que á los nombres imperiales se añadieran los de los generales de la Revolución. Como Luis Felipe había militado á las órdenes de Miranda, le rindió póstumo homenaje haciéndole inscribir en el Arco Triunfal, no por su gloria militar, que fué bien escasa, sino porque como general de la Convención, Miranda se había negado á secundar los planes de Dumouriez, que pretendía dar un golpe de Estado.

III.—El laborante.

De París pasó Miranda á Londres á preparar la revolución de Venezuela, su patria, contra el yugo español. Púsose al habla con Pitt, Sheridan y Fox y otros hombres influyentes en la política inglesa, á fin de que le ayudaran en su nuevo plan; pero no consiguiéndolo, fué á los Estados Unidos y planteó el problema á lo yanqui, es decir, hacer la revolución americana con su cuenta y razón, á ganancias y pérdidas. Entablado el negocio, ciertos negociantes procuraron una escuadrilla, y al frente de 200 aventureros, Miranda dió vista al suelo patrio en Abril de 1806. Llegó la expedición á las costas de Ocumare; pero las autoridades españolas estaban ya prevenidas, y dos bergantines de guerra apresaron dos naves filibusteras, Bee y Bacchus, con 60 hombres, logrando fugarse los demás con Miranda. Diez de los tripulantes presos fueron ahorcados en Puerto Cabello y enterrados tres de ellos en sagrado, porque eran católicos, y los otros siete, por ser protestantes, en una fosa en la playa del mar. Las cabezas de los reos, en jaulas de hierro, fueron exhibidas en un tablado en la plaza mayor de Caracas, y el retrato del cabecilla Miranda pisoteado por el verdugo y después quemado. Era la justicia que entonces se mandaba hacer contra los piratas ó filibusteros, pues por tales se tomó á Miranda y los suyos.

Siete días después de esta macabra ceremonia, el 11 de Agosto, se supo que Miranda había desembarcado en Coro. Caracas se alarma, se apresta á la guerra, y ya había salido el capitán general Vasconcelos con gente armada cuando hubo de regresar por haberse reembarcado el invasor.

Miranda se había engañado lastimosamente, creyendo que el grito de independencia que él lanzara en Venezuela sería secundado por sus paisanos; su proclama libertadora, en vez de levantar prosélitos, le concitó insultos y anatemas. El ayuntamiento de Caracas, al saber los sucesos del Ocumare, dejó consignada en un acta del 5 de Mayo su opinión en los siguientes términos: “Que nadie había llamado á Miranda y nadie era capaz de hacerlo; que nadie trataba de sacudir el yugo de la obediencia á su rey, en que ha cifrado y cifra su mayor gloria el pueblo de Venezuela, y que agraviados estaban con un borrón que sólo debe vengarlo y satisfacerlo la destrucción y total ruina de un reo tan inicuo y de todos sus aliados, como único medio y el más á propósito para expiar unos delitos tan enormes y en cuya memoria la posteridad tenga un monumento que sirva de antemural á cualquiera otro.“

Y en la del 9, después de anatematizar á Miranda con cuantos dictados pudo, acordó que se levantara en todos los pueblos de la provincia un donativo voluntario, como remuneración y premio á la persona ó personas, de cualquier nacimiento, que aprehendiesen al traidor Miranda, vivo ó muerto, y lo entregase en Caracas. En virtud de este acuerdo, que fué publicado por bando y comunicado á todas las autoridades civiles y eclesiásticas; se puso precio á la cabeza de Miranda en treinta mil pesos.

A estas manifestaciones del ayuntamiento correspondieron las del cabildo eclesiástico, que consistieron en rogativas y fiesta solemne á la Virgen del Carmen, por cuya intercesión pudo salvarse Venezuela de las ideas del infame Miranda. En acta del cabildo eclesiástico de 12 de Mayo está el edicto del arzobispo Ibarra, por el cual excita el prelado á los fieles á rendir gracias al Todopoderoso por la intercesión de la Virgen del Carmen por el beneficio recibido en el descubrimiento del enemigo, del traidor y seductor. Y ordénase traer el 16 de Julio, día de la fiesta del Carmen, la imagen de esta Virgen desde el convento de las Carmelitas á la Metropolitana. Por otra parte, el buen arzobispo, satisfe cho del triunfo, alcanzó del Papa que la fiesta del Carmen ascendiese á fiesta de segundo orden, mérito sobresaliente en la jerarquía del rito católico y del que disfrutan todavía los caraqueños, tal vez sin darse cuenta del por qué.

No menos entusiasta fué la voluntad con que el pueblo caraqueño, ricos y pobres, contribuyó al pensamiento del gobernador Vasconcellos de poner precio á la cabeza de Miranda por la suma de treinta mil pesos. En la lista de suscriptores figuran donativos desde un real hasta quinientos pesos. La cantidad reunida en Caracas, Valencia y Puerto Cabello alcanzó á 19.850 pesos, que fueron enviados á la madre patria como socorro en la crítica situación por la que ésta pasaba entonces ( 3 ).

Miranda se retiró á la isla de Trinidad, disolvió aquí sus fuerzas y se embarcó para Inglaterra en espera de mejor ocasión para reanudar su tentativa.

Entretanto, se limitó á fundar una Logia secreta para la libertad é independencia de Sur-américa, y á la que se afiliaron cuantos criollos iban pasando por Londres. En sus redes fueron cayendo sucesivamente Bolívar, O’Higgins, San Martín y Alvear, por no citar otros próceres americanos.

IV.—El caudillo de Venezuela.

A poco llegaron los días de 1808, época en que comienza el fermento revolucionario en las colonias hispano-americanas. La invasión de España por los franceses proporcionó á los separatistas la ocasión deseada, y la misma Caracas, que había anatematizado y puesto precio á la cabeza de Miranda, da como por encanto el grito revolucionario el 19 de Abril de 1810. Los paisanos de Miranda, al menos los aristócratas, prefirieron obrar á la sombra y sobre seguro, en vez de aventurarse heroicamente como el paladín que por dos veces había llamado á su puerta y que ahora estaba exiliado en Londres.

En 1810 era capitán general de Caracas el vasco D. Vicente Emparán. Al saberse el 19 de Abril del citado año que los franceses habían entrado en Sevilla, donde estaba la Junta del Reino que gobernaba durante el cautiverio de Fernando VII, se reunió el cabildo de Caracas con pretexto de asistir á los oficios del Jueves Santo en la catedral y esperó la llegada del general. Invitóse á éste á que ilustrara á la corporación sobre los acontecimientos de la Península, y Emparán manifestó que, en efecto, la Junta de Sevilla había quedado disuelta; pero que en su reemplazo se acababa de nombrar un Consejo de Regencia, que residía en Cádiz, y que simbolizaba el principio de autoridad. Los elementos conservadores del cabildo aplaudieron estas manifestaciones y los revolucionarios no se atrevieron á objetarlas; todos acompañaron á Emparán á la iglesia. Pero en el camino, un grupo de patriotas, acaudillado por el doctor José Cortés Madariaga, chileno de nacimiento y canónigo de la catedral, con un arrojo que sólo se explica por la connivencia de las tropas que cubrían la carrera y que pertenecían al batallón de milicianos de Aragua, del cual era coronel el marqués de Toro, tío de la que fué esposa de Bolívar, cerró el paso á la comitiva y exigió á Emparán la vuelta al cabildo. El gobernador, sin medios para defenderse, hubo de plegarse á esta intimación, y se reanudó la sesión con los llamados “diputados del pueblo“. Se acordó crear una junta de gobierno bajo la presidencia del mismo Emparán. Entonces, el canónigo Madariaga reprochó á los revolucionarios el error que cometían dejando al capitán general árbitro de la junta recién creada; los ánimos reaccionaron y se pronunció la destitución de Emparán, y éste, á quien faltó talento y astucia para defenderse, no tuvo más remedio que dejarse arrebatar el mando. Inmediatamente el cabildo se constituyó en junta de gobierno, deportó al ex capitán general á los Estados Unidos y en seguida mandó á Inglaterra como agente á don Simón Bolívar, agregándole D. Luis López Méndez, y como secretario, Andrés Bello.

El mensaje de la junta al gobierno británico reducíase á solicitar la protección de Inglaterra contra el rey intruso de España José Bonaparte, y su mediación entre la Regencia de Cádiz y las provincias de Venezuela. Nada se decía en él de independencia, por más que los negociadores propendieran á ella. El marqués de Wellesley, hermano del que fué después duque de Wellington, era el ministro de Estado inglés, y entretuvo á los agentes caraqueños con buenas palabras, pero sin soltar prenda, de lo que se indemnizó Bolívar poniéndose al habla con Miranda, emigrado en Londres, describiéndole la situación de Venezuela como la más favorable para encender la revolución.

Creyéndolo así Miranda, aceptó de buen grado y sin vacilar, la ocasión que se le brindaba de repetir su intentona en Venezuela.

Un presentimiento le asaltó, sin embargo, al viejo luchador; hacía más de cuarenta años que faltaba de su país: ya no tenía amigos allí; ignoraban sus compatriotas los servicios que había prestado á la libertad en la América del Norte y en Francia; sus relaciones con grandes personajes; todo, en fin, cuanto sobre sus servicios y demás condiciones sociales había publicado la prensa de ambos mundos. Para dar á conocer á sus paisanos su “hoja de servicios“, encargó á un hijo de Guayaquil, el señor Antepara, residente en Londres, un libro de documentos escritos en español, francés é inglés, en el que figurasen cartas y recomendaciones de reyes y hombres célebres; apreciaciones de historiadores, ministros y hombres de Estado, recortes de periódicos, en fin, un nutrido acopio de documentos, desde el estreno de Miranda en el ejército español de los Estados Unidos, hasta los sucesos de Venezuela. Todo este fárrago documental, agravado con el inconveniente de no cuidar el orden cronológico, apareció en Londres en 1810, en grueso volumen, bajo este complicadísimo título:

South american emancipation : documents, historical and explanatory, shewing the desings wich have been in progress and the exertions made by general Miranda for the attainment of that object during the last twenty-five years, by J. M. Antepara. London, 1810 ( 4 ).

El noble Miranda, como un gladiador de circo que necesita ser presentado á un público, lanzó á los cuatro vientos su “hoja de servicios“ y se puso á disposición de su empresario, Simón Bolívar, yéndose con él á Venezuela. Miranda tenía á la sazón cincuenta y cuatro años, y Bolívar veintiséis. Estaban invertidos los papeles: el joven llevaba al viejo, y lo presentaba á sus paisanos el 5 de Diciembre de 1810

La junta recibió al veterano con frialdad, y casi como hombre peligroso, en vista de lo cual Miranda envainó la espada que venía dispuesto á esgrimir y fundó una Sociedad Patriótica, tanto para hacerse de un núcleo de partidarios, cuanto para obligar al gobierno de Caracas á seguir el camino de una franca revolución. Consiguió de este modo que se cifraran todas las esperanzas en el generalMiranda, como todos le llamaban, pues había fracasado el marqués de Toro, pariente de Bolívar, general improvisado, que al frente de las fuerzas revolucionarias no hacía nada de provecho. En su lugar la junta nombró á Miranda generalísimo del ejército patriota, es decir, de una masas indisciplinadas, compuestas de mestizos y negros, esclavos en su mayor parte, y que costó no poco trabajo el organizarlas en un ejército regular. Por de contado, que á Bolívar, á quien la revolución había atraído con el despacho de coronel de milicias, fué ascendido de golpe y porrazo á coronel de ejército.—¿Qué pensaría de esto el veterano Miranda, acostumbrado á la rígida disciplina de los ejércitos europeos, sobre todo del español, en el que á pesar de dos propuestas de un protector no había conseguido una coronelía en tres años de operaciones? Lo que sí es innegable que el antiguo aliado de Washington, el amigo de los girondinos, no halló entre sus nuevos camaradas “ni la igualdad, ni la libertad y fraternidad de los principios republicanos que proclamaban“. Esto lo dice el alsaciano Ducoudry-Holstein, conmilitón de Bolívar más adelante, en las Memorias sobre éste que publicó en inglés (Londres, 1825). Bien es verdad que Holstein llegó á tener motivos de resentimiento con los patriotas de Venezuela y los denigra cuanto puede.

Sin embargo, el espíritu republicano flotaba por encima de estas divergencias, y de común acuerdo, reunido en Caracas el primer Congreso venezolano compuesto de cuarenta y cuatro miembros, optó, aunque no por unanimidad, por el medio radical de proclamar la independencia, cuya acta se extendió en la sesión del 5 de Julio de 1811. Entre las razones de peso que para justificar la emancipación se alegan en este documento, figura en primer término ésta: Que América, por su extensión y población, no debía depender y estar sujeta á un ángulo peninsular del continente europeo; flamante máxima de Derecho político que contradice la historia de la civilización desde Roma y Grecia hasta la Inglaterra de nuestros días; que no por ser naciones pequeñas han dejado de ser tutoras y educadoras de vastas colonias.

Como bandera nacional se adoptó la amarilla, azul y roja que había usado Miranda en su desgraciada campaña de 1806, es decir, los colores españoles cruzados por el celeste de los cabildos, divisa esta última que era general en América.

La actitud del Congreso exasperó á los españoles, que hasta entonces habían apoyado á la Junta por creerla establecida contra el rey intruso de España, José Bonaparte, y en favor de Fernando VII. Los canarios, que eran en general agricultores y formaban un núcleo importante, se creyeron con la fuerza necesaria para disolver el gobierno revolucionario y se juntaron en son de guerra en El Teque, cerca de Caracas.

Como sesenta individuos, montados en mulas, armados de pies á cabeza, cubiertos los pechos con armaduras de hoja de lata, gritaron “viva el rey y mueran los traidores“. Tremolaban, entre ufanos y medrosos, como escribe Baralt, una bandera en la cual estaban pintados una imagen de la Virgen del Rosario y el retrato del rey Fernando VII. Pocas horas más tarde todos estaban presos, porque el sargento que había de entregarles el parque de la ciudad descubrió el plan y dió la voz de alarma. Diez y siete de ellos fueron fusilados y colgados los cadáveres de la horca, y luego descuartizados y puestos los miembros en las picotas de los caminos, según disponía la antigua ley española. Este primer castigo impuesto por la República, trajo por consecuencia las represalias de Monteverde, que también era canario y que vino después á combatir á Miranda.

***

Por este tiempo empiezan á resfriarse las relaciones entre Miranda y Bolívar ,y el resentimiento estalla en ocasión de tener que salir el ejército patriota contra los españoles de Valencia, alzados también contra la Junta revolucionaria. Miranda puso por condición para salir á campaña que se separase al coronel Bolívar porque no convenía su presencia en ella, porque lo juzgaba un joven peligroso. La Junta accedió; pero al hacerse público el incidente, Bolívar, justamente excitado, prorrumpe en improperios contra Miranda diciendo que era un militar cansado, que no conocía á Venezuela ni como nación ni como centro social; que era un pretencioso que se juzgaba digno de todos los honores, y de una vanidad insaciable. Joven peligroso—agregaba Bolívar.—Así me llama porque me opongo á su política errónea, insegura, que nos llevará al precipicio. Él no conoce á los venezolanos, ni á los españoles, ni los hombres ni las cosas de esta tierra, que no necesita de celebridades europeas, sinode esfuerzos viriles y de voluntad inquebrantable.

Así hablando á sus amigos, Bolívar entra en la casa de gobierno y propone la alternativa de revocar la orden ó de que se le juzgue por un consejo de guerra.—¿Qué dirán de mí—pregunta—viendo que mi batallón sale á campaña y que su coronel se queda por uno ú otro pretexto? Que soy un cobarde ó un criminal.—El marqués de Toro zanjó la cuestión haciendo á Bolívar su ayudante de campo y llevándoselo á la guerra de Valencia.

Dícese que desde un principio Miranda tenía celos del señor de Aragua, porque columbraba en él al futuro libertador; pero esto es mucho suponer, por cuanto Bolívar, sin antecedentes militares, como que tan siquiera había recibido el bautismo de fuego, no podía parangonarse con el general de la Gironda, radiante de honores y nombradía. Hay que atribuir, pues, la malquerencia de ambos personajes al peculiar carácter de cada uno; Bolívar, todo ímpetu, todo vehemencia; mientras Miranda, militar científico, pero sin llamaradas de genio. ¿Dónde están—había exclamado al encargarse del mando—dónde están los ejércitos que un general de mi posición puede mandar sin comprometer su dignidad y su reputación?

A Miranda le costó más de mil hombres la toma de Valencia, y á esta ciudad se trasladó el congreso venezolano porque los realistas se habían adueñado de Caracas. Por cierto que en esta ciudad se echaron á volar las campanas al recibirse la noticia de la batalla de Bailén; victoria que asimismo fué saludada por Andrés Bello con este españolísimo soneto:

Rompe el León soberbio la cadena

con que atarle pensó la felonía,

y sacude con noble bizarria,

sobre el robusto cuello la melena.

La espuma del furor sus labios llena

y á los rugidos que indignado envía,

el tigre tiembla en la caverna umbría,

y todo el bosque atónito resuena.

El León despertó: temblad, traidores;

lo que vejez creisteis, fué descanso:

las juveniles fuerzas guarda enteras,

Perseguid, alevosos cazadores,

á la timida liebre; al ciervo manso;

no insultéis al monarca de las fieras.

Habida cuenta que el gran poeta venezolano formó parte de la embajada de Bolívar á Londres, podrá juzgarse de la volubilidad del criterio reinante entre los directores de la revolución. Esta, sin embargo, había ido más aprisa de lo que sus mismos autores se imaginaron, y tan adelantada la creían, que tras la jura de la independencia se dieron una constitución federal, si bien con el voto contrario de Miranda, concebido en estos términos: Considerando que en la presente constitución los poderes no se hallan en justo equilibrio, ni la estructura y organización general suficientemente sencilla y clara para que pueda ser permanente; que, por otra parte, no está ajustada con la población, usos y costumbres de estos países, de que puede resultar que en lugar de reumrnos en una masa general ó cuerpo social, nos divida ó separe en perjuicio de la seguridad común y de nuestra independencia, pongo estos reparos en cumplimiento de mi deber. A partir de este instante, la política absorbe la atención de Miranda y se revela, no el hombre impulsivo y emprendedor que organiza la guerra, sino el girondino de antaño, el convencionalista á la francesa que perora en clubs, se muestra intransigente é inflexible como hombre público, quiere intervenir en los negocios del Estado y de la Iglesia y al fin se hace demagogo; todo esto, agravado con una vanidad insufrible por su historia europea. Convertido en orador, olvida el ejército. Llega la noticia de que una columna española hace correrías por el Orinoco, y Miranda vuelve al frente de sus tropas, dando más pruebas de valor que de estrategia.

En estas circunstancias, un obscuro oficial de la Marina española, D. Domingo Monteverde, se ofre ce á derrocar el gobierno independiente con solo doscientos treinta hombres. Partiendo de Coro, donde había desembarcado, procedente de Puerto Rico, el gobernador Ceballos que allí mandaba en nombre de la Regencia de Cádiz, le facilita recursos de guerra, y aumentando su partida con algunos reclutas en el camino, inflige la primera derrota á Miranda, el 23 de Marzo de 1812. Cunde el desaliento entre los patriotas, y el terremoto, en otro Jueves Santo, aniversario de la revolución del año X, que destruye Caracas, Barquisimeto y otras localidades ocupadas por los patriotas, en tanto que queda indemne la zona que se mantuvo realista, presenta al pueblo como un castigo de Dios el alzamiento contra la autoridad real. Agrava el fracaso de la causa patriota la captura de la escuadrilla republicana en aguas del Orinoco. Mientras Monteverde avanza á marchas forzadas, Miranda demuestra ser el buen soldado de Valmy y Jemmapes, cuando la Revolución francesa, pero también el irresoluto general de Nerwinde. Perseguido en los valles de Aragua por el jefe español, emprende una vergonzosa retirada, eso que contaba con fuerzas muy superiores á las del adversario, y al fin capitula lastimosamente en San Mateo. Casi al mismo tiempo, el castillo de Puerto Cabello, cuyo gobernador era el flamante coronel Simón Bolívar, se sublevó á impulso de los prisioneros españoles, y Bolívar se ve precisado á huir á la Guayra.

Aquí se juntan los jefes más comprometidos en la insurrección, con ánimo de embarcarse y huir de Venezuela, y á ellos se juntó en seguida el vencido Miranda, no fiándose sin duda en la capitulación con Monteverde, que aseguraba la libre salida del país de cuantos quisieran emigrar. Al tiempo, pues, que Monteverde entraba triunfalmente en Caracas, el 29 de Julio de 1812, Miranda iba á la Guayra á juntarse con sus compañeros de desgracia y concertar la común huída. Pero entre los oficiales venezolanos circulaban los rumores más calumniosos contra su general: decían de él que se había vendido á Monteverde, y, en consecuencia, véase lo que hicieron con él.

Mandaban en La Guayra, donde acudiera el fugitivo para embarcarse, Casas, como gobernador militar, y Peña, como jefe político, ambos amigos de confianza de Miranda y como á tales nombrados para dichos cargos El general se había hospedado en casa del comandante y recibió la visita del capitán del buque inglés donde tenía ya el equipaje, y que le instó á embarcarse la misma noche, aprovechando la brisa de tierra en la madrugada. Casas, Peña y Bolívar que estaba con ellos, y que tenían su plan, se adelantaron á contestar que el general estaba muy fatigado para embarcarse—había llegado á la ciudad á puesta del sol—y que la brisa no se movía hasta las diez de la mañana, lo que daba tiempo harto suficiente para que el viajero durmiera plácidamente en tierra. Pasó por esto Miranda, retiróse al marino, y los cuatro camaradas se sentaron á cenar. En la mesa, Bolívar provocó algunas explicaciones sobre la capitulación de San Mateo, y Miranda las esquivó, retirándose á dormir á una habitación que con toda intención no tenía tranca ni cerradura por dentro, y en lo que no hizo hincapié Miranda, fiado en las leyes de la hospitalidad. Mientras él dormía, sus tres camaradas, reunidos á otros jefes que en la Guayra estaban, también de huída, resolvieron prenderle, acusándole de haber traicionado la causa, recibiendo dinero por la capitulación, y huir él dejándoles á ellos en la estacada. Bolívar, más vehemente que todos y que tenía agravios que vengar de Miranda, se ofreció á arrestarle en persona. Hízolo, sin embargo, de una manera solapada, entrando como ladrón furtivo en la alcoba del durmiente, y apoderándose de la espada y las pistolas que estaban en la cabecera Tras esto lo despertó bruscamente y le intimó á que le si guiera. Miranda se dió cuenta de la traición de que había sido víctima y obedeció resignado. La escena tuvo lugar á la madrugada, y entre dos luces los conjurados sacaron á su víctima á la calle y lo trasladaron al castillo, reduciéndolo á prisión, con el propósito de formarle consejo de guerra y fusilarlo. Aplazóse al fin, por entregarlo á Monteverde, para que su cabeza respondiese de la suya.

El general español mandó cerrar el puerto para que no saliese ninguno de los asilados, y Casas ayudó cañoneando á los buques que, con los más comprometidos, intentaban darse á la vela. Luego Monteverde, juzgando que aquel atajo de pillos no merecía los honores de una capitulación, los retuvo á todos y envió á Miranda á Puerto Cabello, de donde fué trasladado al presidio de Puerto Rico, y de éste á la Carraca de Cádiz.

V.—El mártir de la Carraea.

Seis prisiones, pues, soportó Miranda en su agitada vida, aquende y allende el Atlántico: la Consergería y la Force, en París; los castillos de la Guayra y Puerto Cabello, en Venezuela; el Morro de Puerto Rico, y por último, la Carraca, de Cádiz. En este presidio pasó aherrojado cerca de tres años, hasta que murió de muerte lenta el 14 de Julio de 1816, y como Mirabeau, en un aniversario de la toma de la Bastilla.

Aquel Chauveau-Lagarde, el defensor de Miranda en 1793, decía de éste ante los jueces que habían de juzgarle: —“¡Extraño destino el del hombre que en toda Europa es conocido por su filosofía, principios y carácter como uno de los más celosos partidarios de la libertad; que en las dos naciones más libres, antes de la Revolución francesa: Inglaterra y América, se ha granjeado la amistad de los hombres más conspicuos por sus virtudes, talento y trabajo en favor de la libertad; que á causa de ésta ha sido perseguido por el despotismo del uno al otro polo; que durante su vida no ha discurrido, respirado y combatido sino por ella, habiéndole ofrendado fortuna, aspiraciones y hasta amor propio.“ Esta es la apología que mejor cuadra al desgraciado Miranda, pues en ella se expresan sus méritos y su mala estrella.

Su entusiasmo nunca entibiado, su abnegación y perseverancia ennoblecen la figura de este insigne aventurero, al que sólo faltó el éxito para ser héroe. Para serlo, le faltó también un ideal fijo que encauzara sus propósitos y energías. El ideal es un motor que conduce la voluntad á lo heroico; pero si esta potencia formidable se sangra, se reparte en muchos raudales, la voluntad fluctúa y el ideal no toma carne. Miranda, campeón de la libertad, condottiero de ejércitos republicanos en Norteamérica y Francia, sería hoy desconocido de la posteridad, á pesar de estar grabado su nombre en el Arco de la Estrella, si no hubiera sido el adalid de la emancipación suramericana. En lo último de su agitada carrera se redujo al propósito de libertar á su patria, y su actuación en Venezuela es la base de su celebridad; pero los sucesos revolucionarios estaban más adelantados que sus ideas políticas, y como además llegó cansado y viejo, su corona de laureles pronto se cambió en corona de ciprés El mártir de la Carraca le llaman los historiadores criollos, y en verdad que este título corresponde al de apóstol de la libertad, con que también se designa el gran americano. De él hizo Michelet esta ve rídica semblanza: —Con aquella su trigueña faz española, tenía el garbo altanero y sombrío, el trágico aspecto de un hombre predestinado más bien al martirio que á la gloria; había nacido desgraciado.

SIMÓN BOLIVAR

I. —El Currutaco.

Corría el año 1805. Napoleón I había llegado al apogeo de su gloria. Persuadido de que á los hombres se les atrae hiriéndoles la imaginación, el año antes se había hecho coronar emperador de los franceses y ahora se disponía á ceñirse en Milán la corona de hierro de los reyes lombardos. Para presenciar esta ceremonia, que prometía ser no menos brillante que la consagración imperial en París, caravanas de extranjeros distinguidos afluían á la capital de Lombardía, viniendo de todas direcciones. Por la parte de los Alpes suizos hacían con el mismo rumbo su jornada á pie un joven, pequeño, delgado y pálido, y un hombre ya de edad madura. Cargaban en un maletín con lo más indispensable, y el resto del equipaje, consistente en baúles de ropa y de libros, lo reexpedían á los hoteles escogidos de antemano en cada población de su itinerario.

—¿Quién serán?—se preguntaban los empleados del hotel, admirados de tanto equipaje, de la esplendidez de los huéspedes y de su peregrino modo de viajar. Por fin, alguno más atrevido interrogaba al joven ó al viejo:

—¡Ah!—respondía el primero si le preguntaba por su compañero—; es un sabio americano de los que hay pocos.

—¡Oh!—contestaba á su vez el segundo—; es un americano español que tiene cien mil duros de renta.

Y correspondiendo á estas declaraciones se hacían inscribir en el registro de viajeros con estos nombres: Su excelencia don Samuel Robinsón y Su excelencia don Simón Bolívar.

Eran pedagogo y discípulo. El primero, un ente estrafalario, de facciones toscas, de habla pedantesca, de ideas reconcentradas y enemigo jurado de toda autoridad divina y humana. Allá en Caracas, donde naciera, había tomado parte en una conspiración que allí estalló en 1797 contra la autoridad colonial, y temiendo la persecución que se le venía encima al ser aquélla descubierta, huyó de Venezuela, cambiando su nombre, que era Simón Rodríguez, por el de Samuel Robinsón, extraño alias que manifiesta la chifladura del personaje. Un hombre así sólo podía estar á sus anchas en la republicana Francia y en la capital regicida que había levantado altares á la diosa Razón. Se estableció, pues, en París, y aquí es donde le encontró Simón Bolívar, del cual fuera preceptor y ayo en el país natal.

***

Simón Bolivar vino al mundo en Caracas á 24 de Julio de 1783.

Mucho se ha fantaseado sobre su nombre de pila. Panegiristas hay que aseguran como le bautizaron así á instancias ó por inspiración de un tío materno, arcediano de la catedral, el cual vaticinó al vástago de su señora hermana el destino de Simón Macabeo, el libertador de Judea; pero ello cae de su base sin más que repasar la genealogía de los Bolívares.

El primer Bolívar que fundó casa y solar en Venezuela fué un Simón Bolívar, en 1588, hidalgo originario de Rentería, en Guipúzcoa, ó, como antes se decía, del “Señorío de Vizcaya“. Había desempeñado empleos de importancia en la isla de Santo Domingo, y de aquí pasó á Caracas, donde por sus buenos servicios como colonizador y administrador del procomún fué nombrado procurador general de la ciudad. Su apellido se perpetúa durante dos siglos en Caracas, y el último vástago de la dinastía lleva el nombre del fundador, porque el héroe americano no tuvo descendencia y él corona la ilustre serie de los Bolívares, que desempeñaron altos puestos civiles y militares en la colonia.