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Repaso académico del escritor y aventurero español Ciro Bayo al género del romancero tradicional argentino, también llamado romancerillo rioplatense, un género popular folclórico argentino de transmisión oral-cantada muy popular por si época. En él, el autor analiza tanto orígenes como distintas versiones de los temas más emblemáticos del género.
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Seitenzahl: 147
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Ciro Bayo
Contribución al estudio del ROMANCERO RÍO PLATENSE
Saga
Romancillero del Plata
Copyright © 2023 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726687231
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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Viajes. El Peregrino en Indias (en el corazón de la América del Sur); en 8.º, 5 ptas.
Lazarillo Español, guía de vagos en tierra de España; 3,50 ptas.
Chuquisaca ó La Plata Perulera. Cuadros históricos, tipos y costumbres del alto Perú (Bolivia). Madrid, 1912; en 8.º, 3,50 ptas.
Con Dorregaray una correría por el Maestrazgo. Leyendas; 3 ptas.
La Colombiada; encuadernado en tela, 3 ptas.
Los Marañones. Leyendas áureas del Nuevo Mundo; 3 ptas.
Orfeo en el Infierno. Novela; 3,50 ptas.
El Capitán Nuflo de Chaves y la Provincia de Chiquitos. Estudio histórico y viaje contemporáneo de Santa Cruz de la Sierra al Río Paraguay.
Poesía popular Hispano-Americana
INTELIGENTE BIBLIÓFILO AMERICANISTA Y CÓNSUL DE HONDURAS EN MADRID.
Flores silvestres son las poesías populares que nacen sin cultivo, y no pocas veces de más valia que las de cultivado jardín. Tal sucede con estas florecillas del Plata, mucho más frescas, más lozanas y primorosas que tantas flores exóticas, trasplantadas a la Argentina. No obstante, sin un editor ilustrado que se interesara por ellas, Dios sabe hasta cuando seguirían inéditas.
A la iniciativa de usted deben ahora su exhibición en España, y por esto se las dedica gustosamente, el colector,
Ciro Bayo.
Madrid, Mayo de 1913.
La lectura del bellísimo estudio, como todos los suyos, que D. Marcelino Menéndez y Pelayo consagró a los romances populares en el tomo x de la Antología de poetas líricos castellanos, me hizo ver cuanta negligencia han mostrado los folkloristas americanos en publicar los romances llevados al Nuevo Mundo por los españoles y que todavía allí se recitan; motivo que me ha impulsado a dar a luz los pocos que recogí en aquellas tierras.
«No ha merecido la atención de nuestros literatos esta abundante fuente de poesía popular—dice José M. Vergara—, y el que se toma el trabajo de recoger romances llaneros y cantares de los negros, entraría en ellos en la literatura española, como entra el Meta en el Orinoco, y llevaría una grandeza a otra grandeza.» (Historia de la Literatura de Nueva Granada.)
Estos romances, lo mismo que los cantares que apunto después, los he recogido en su mayoría en ranchos y pulperías de la campaña argentina. No sé hasta qué punto pueden llamar la atención de quien los leyere; yo de mí puedo decir que más de una vez lloré de emoción al oir en tan apartados lugares estos tiernos recuerdos y reminiscencias de la madre España.
* * *
Rama y muy frondosa del folklorismo español es la poesía popular americana, sobre la que pudieran escribirse muchas páginas, no ya atendiendo a todas las Repúblicas de habla española, sino refiriéndose a una sola o a determinada provincia de cualquiera de aquéllas.
Aunque esto debe referirse a las coplas y cantares, porque en cuanto a los romances son tan escasos que pueden contarse con los dedos los de cada país. La mayor parte se perdieron irremisiblemente. No tuvieron arraigo en la tradición popular y se fraccionaron en coplas que se cantan aparte.
Así aligerados, mutilados, trastocados en su mayor parte, son muchos de los romances o romancillos americanos, si bien nadie los llama allí por este nombre, sino por el de corridos o relaciones. Los romances genuinamente castellanos hanse falseado con retoques criollos, por la suprema razón que el vulgo americano no los entendió nunca. De ahí esas estropeadísimas versiones de algunos romances peninsulares en América: decir en la cancha de los turcos por en la plaza de los turcos, y godos por moros, porque como turcos y moros nunca los padecieron los criollos, han de referirse necesariamente a los españoles llamados godos por los patriotas sud-americanos. De ahí también el quid pro quo de atribuir a un gaucho valiente las hazañas de Roldán y de componer romances suyos, para celebrar las proezas de los héroes de la independencia, tomando el metro y la idea de los romances moriscos y caballerescos españoles.
El paisanaje americano sólo sabe décimas y octavillas, sus relaciones favoritas. Los cielitos que improvisaban los bardos de la independencia en el Río de la Plata, de versos ajustados a los sucesos del día, dieron el golpe de muerte a los romances de la colonia; ahora, los payadores y milongueros, de los que hablaré después, son los peores enemigos del romance tradicional.
Con todo, el folklorista paciente todavía puede registrar tal cual romance clásico, de fondo altamente poético, de raigambre castiza, a pesar de las rudezas de forma y de las enmiendas y variantes de los recitadores criollos. Son legítimas remembranzas del popular Romancero llevado al Nuevo Mundo por los conquistadores, como recuerdo de la infancia que reverdecía en ellos para endulzar la nostalgia de la madre patria.
«Esos primeros colonizadores—escribe D. Ramón Menéndez Pidal salieron de España a fines del siglo xv y principios del xvi , en la época precisa en que el romance estaba más en boga entre todas las clases sociales de la Península. Todos lo recordaban y tenían muy presente en la memoria» (1).
Los diálogos, las alusiones a versos de romances viejos, de que están salpicadas las relaciones de la conquista de América, prueban cuán presente estaba el Romancero en la memoria de los capitanes y soldados aventureros.
— Acuérdome — dice Bernal Díaz del Castillo (2)—que llegó un caballero que se decía Alonso Hernández Puertocarrero, y dijo a Cortés: «Paréceme, señor, que os han venido diciendo estos caballeros que han venido otras dos veces a esta tierra:
Cata Francia, Montesinos,
cata París la ciudad,
cata las aguas del Duero
do van a dar a la mar;
yo digo que miréis las tierras ricas y sabréis bien gobernar.» Luego Cortés bien entendió a qué fin fueron aquellas palabras dichas y respondió:
«Dénos Dios ventura en armas
como al Paladín Roldán,
que en lo demás, teniendo a vuestra merced y a otros caballeros por señores, bien me sabré entender.»
Cabe multiplicar citas así.
Del mismo Cortés refiere Gomara (Historia de las Indias, primera parte), que envió de la Nueva España el año 1528, a Alvaro de Saavedra a buscar las Molucas, y por hacer camino para ir y venir de aquellas islas a México, solía decir poresto:
De aquí, aquí, me lo encordonedes,
de aquí, aquí, me lo encordonad.
El supradicho Bernal Díaz trae este párrafo que hace también al caso: «En este instante suspiró Cortés con una muy gran tristeza por los hombres que le mataron . . . y desde entonces dijeron un cantar o romance:
En Tacuba está Cortés
con su escuadrón esforzado,
triste estaba y muy penoso,
triste y con gran cuidado,
la una mano en la mejilla
y la otra en el costado.
Et cætera, agrega el historiador, dejándonoscon la miel en los labios (Capítulo 145, op. cit.).
Más explícito es en estotra cita (Capítulo 174): «Yendo por sus jornadas el factor Gonzalo de Sandoval y el veedor, íbanle haciendo mil servicios a Cortés, en especial el factor que cuando con Cortés hablaba estaba la gorra quitada hasta el suelo, y con muy grande reverencia y palabras delicadas y de grande amistad, y con retórica muy subida, le iba diciendo que se volviese a México y no se pusiera en tan largo y trabajoso camino; y poniéndole por delante muchos inconvenientes y aun algunas veces por le complacer, iba cantando por el camino junto a Cortés y decía en los cantares:
¡Ay! tío, volvámonos,
¡ay! tío, volvámonos.
y respondió Cortés cantando:
Adelante, mi sobrino,
adelante, mi sobrino,
y no creais en agüeros,
que será lo que Dios quisiere;
adelante, mi sobrino.
Hasta al grave y empecatado virey del Perú, Blasco Núñez de Vela, se le escapaban romances o principios de romance. Así, dícenos Cieza de León, que cuando los oidores prendieron al virey y mandaron que fuese llevado a la isla de Gaura, «allí oyó hartas feas palabras de los que le guardaban, y a cabo de algunos días mandaron al licenciado Rodrigo Niño que se fuese a Gaura e que llevase al visorrey e que le tuviese a buen recaudo hasta que fuese el licenciado Alvarez, y ansí lo hizo e anduvieron con el visorrey hasta llegar a aquel puerto, y saltados en tierra halló el visorrey al licenciado Vaca de Castro, y como le vido le dijo:
Tales fuist é is como nos,
tales somos como vos» ( 3).
Cuenta Herrera también (4) que estando Gonzalo Pizarro embarcado con fuerzas considerables para apoderarse del mariscal Almagro, cuando la conferencia de éste con Francisco Pizarro en Mala, tuvo Almagro aviso del peligro por un honrado caballero del opuesto bando que repitió el dístico de un antiguo romance:
Tiempo es, el caballero
tiempo es de andar de aquí,
por lo que, montando a caballo, se volvió a galope a sus cuarteles de Chincha.
Francisco Carvajal, «el demonio de los Andes», que para todo tenía preparado un chiste, aun para los sucesos más desagradables, gustaba sobremanera de citar romances. De él cuenta este lance el Palentino (Historia del Perú): En una ocasión cayó con pulmonía en Andaguaylas. Le importunaron para que se confesase. Mandó llamar a un clérigo y se encerró con él. En vez de santiguarse, le preguntó si sabía el romance de Gaijeros, y bromeando una hora por el estilo, guardó las apariencias hasta que el otro se retiró.
En peor ocasión, cuando supo la deserción de sus compañeros al bando de La Gasca, se entretuvo en cantar este estribillo:
Estos mis cabellicos, madre,
dos á dos se los lleva el aire ( 5).
Estos ejemplos valen por mil. Ellos demuestran cumplidamente que el romance andaba en boca de los hidalgos del siglo xvi , con tanta o más frecuencia que los refranes en la de Sancho.
Después, andando los tiempos, humildes polizontes o emigrantes furtivos aportarían también a América romances de aquí y de acullá. «Un emigrante de los escondidos valles de la montaña asturo-leonesa fué quien llevó a las estribaciones del gigantesco Aconcagua el romance del Galán y la calavera». (Menéndez Pidal, loc. cit.)
¿Quién importaría este otro con que doy principio a mi recopilación?
Se levanta el conde Nuño
la mañana de San Juan
a dar agua a su caballo
en la ribera del mar.
Mientras el caballo bebe
Nuño se pone a cantar;
la reina le está escuchando
dentro su palacio real.
—Despierta dice a su hija,
si acaso durmiendo estás,
oirás lo bien que canta
una sirena en el mar.
—Parece que no es sirena
en el modo de cantar,
sino que es el conde Nuño
que me viene a demandar.
—No te dé cuidado, hija,
que lo mandaré matar.
—No lo mandes matar, madre,
que con él me enterrarás.
Más la reina, de envidiosa
al punto lo hizo matar.
Le alzan en andas de oro,
a ella en andas de cristal
y los fueron abajando
al contrapié de un altar.
Dos arbolitos nacieron
en una llana amistad;
de los gajos que se alcanzan
besos y abrazos se dan,
y la reina de envidiosa
luego los mandó cortar.
Ella se volvió paloma,
él se volvió gavilán.
Hállanse inspirados en el mismo asunto que este romance dos que publica Menéndez Pelayo (obra citada, pág. 72 á 75) y cuyo protagonista es llamado el conde Oluños: y uno que se conserva entre los judíos españoles del Oriente, donde el conde lleva el nombre de Alimán. En los dos primeros se halla el episodio de los amantes convertidos en árboles, elemento poético de los más universales que se conocen:
La reina mora los vió
y ambos los mandó cortar,
del uno nació una oliva
y del otro un olivar.
Cuando hacía viento fuerte
los dos se iban a juntar.
. . . . . . . . . . . . . . .
De ella nació verde oliva,
de él nació verde olivar;
crece el uno, crece el otro,
ambos iban a la par.
Cuando hacía aire de arriba
ambos se iban à abrigar;
cuando hacia aire de abajo
ambos se iban a besar.
De otro conde Nuño oí recitar este romance a un capataz paraguayo, empleado en una estancia de Tapalqué (Buenos Aires).
El conde don Nuño
madrugando está
porque a su casita
quiere ya llegar.
Al Perú se fu é
dos años hará;
del Perú ya es vuelto
aquí al Paraguay.
Plata y oro trae
y perlas del mar,
diez pares de ovejas,
de cabros un par.
Las ovejas balan
balan sin cesar.
Pregunta don Nuño:
—¿Por qué balarán?
Llévenlas al rio
quizá sed tendrán.
Las ovejas balan
balan sin cesar.
Responde don Nuño
—¿Por qué balarán?
Llévenlas al pasto
quizá hambre tendrán.
Las ovejas balan
balan sin cesar.
Vaya, soldaditos
échenmelas sal.
—No puede ser esto,
señor capitán,
que laten los perros
allá en el palmeral.
Don Nuño y los suyos
acuden allá;
los indios los matan,
murió el capitán.
Tristes las ovejas
balan sin cesar.
Este romance reza con Ñuflo de Chaves (como le llama el historiador Ruy Díaz), caballero de Trujillo que fundó la ciudad de Santa Cruz de la Sierra en el Alto Perú (hoy Bolivia) en 1560, estableciendo un punto de contacto entre las gobernaciones del Paraguay y de Lima.
En la descripción de la República Argentina, por Martín de Moussy, hay un atlas en el que se señalan las rutas que siguieron los expedicionarios Ayolas, Irala Chaves y otros más de la Asunción a la Audiencia de Charcas, aventura que hoy parece imposible, como que nadie la intenta por miedo á las tobas del Gran Chaco. Pues esto hizo Chaves, no una, sino dos veces.
El año 1548 Irala le mandó por primera vez al Perú para cumplimentar al Presidente La Gasca, y a su vuelta Chaves trajo a La Asunción las primeras cabras y ovejas. Ruy Díaz de Guzmán refiere que una noche los indios se aproximaban para caer de sorpresa sobre el campamento de los españoles, y al oir el balido de aquellos animales creyeron que eran señales de alerta de los centinelas y se retiraron, mostrándose a la mañana siguiente a lo lejos. Años después, en 1564, de vuelta de la gobernación de Santa Cruz de la Sierra, el desgraciado capitán fué muerto traidoramente por un cacique guaraní que de un golpe de maza le aplastó los sesos al quitarse Chaves el casco para orear las sienes.
El romance precitado ofrece una curiosa muestra del romance histórico, puramente americano, del que daré otros ejemplares, copiados que haya los de abolengo español.
* * *
Español y caballeresco es este, tomado en Córdoba (Argentina).
—¿A dónde va el caballero
de punta en blanco y galán?
—A las justas de Zamora
por las fiestas de San Juan.
De allí partí hace diez años;
ya no me conocerán.
¿Conocéis vos, por ventura,
las hijas del conde Illán?
—Las conozco. Ellas son tres:
Elvira, Isabela y Paz;
una rubia, otra morena,
otra buena como el pan.
—¿Casaron, están solteras,
o prometidas están?
—De doña Paz se publica
que a desposarse ahora va.
—¡Válgame la Virgen santa!. . .
pero yo lo he de estorbar.
—Mirad, señor caballero,
que es un rey vuestro rival.
—Ni que fuese el preste de Indias,
ni el emperador del mar.
—Sabed que es con Jesucristo
con quien se va a desposar.
—Ante adversario tan alto
digo amén, y vuelvo atrás;
y a doña Paz le decid
a él me quiero encomendar.
Y estotros que cantan las niñas en el corro, en muchas localidades americanas, si bien daré las versiónes alto-peruanas recogidas en Chuquisaca y Santa Cruz de la Sierra.
—¿Ha visto usted a mi marido
en la guerra alguna vez?
—Si acaso lo hubiera visto
deme las señas de él.
—Mi marido es un buen mozo,
alto, rubio, aragonés,
con los pobres obsequioso
y con los demás cortés.
En la punta de la lanza,
lleva un pañuelo bordés,
que cuando yo era chotita ( 6)
en la escuela le bordé.
Mi marido fué a la guerra
con don Cañete el virey,
tres años le he esperado,
otros tres le esperaré.
Si a los tres años no viene
monjita me meteré
en las monjitas del Cármen
ó en las de Santa Inés.
Tres hijas me han quedado,
dos las repartiré:
una en casa doña Juana
otra en casa doña Inés,
y la más chiquirritita
conmigo le quedaré
para que me barra y friegue
y me guise de comer.
Mi marido es un buen mozo,
alto, rubio, aragonés,
a quien de él nuevas me traiga
en albricias le daré:
si por vivo cien ducados,
si por muerto ¡ay de mé!
A la cinta, cinta de oro
a la cinta de un marqués,
que me ha dicho mi señora
¿cuántas hijas tiene usted?
—De las tres hijas que tengo
una de ellas para usté.
—Esta no la quiero
porque es pelona;
esta me la llevo
por linda y hermosa,
parece una rosa,
parece un clavel acabado de nacer.
—Téngala usté bien guardada.
—Bien guardada la tendré,
sentadita en silla de oro
bordando paños al rey;
una perita en la boca
a las horas de comer,
y azotitos en el culo
cuando sea menester.
Es el antiguo romance:
De Francia vengo señora
de por hilo portugués,
y en el camino me han dicho
cuantas hijas tiene usté.
—Que tenga las que tuviese
nada se le importa á usté.
Con un pan que Dios me ha dado
y otro que yo ganaré.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . ( 7)
Un rey tenía tres hijas
más hermosas que la plata,
y la más chiquitita
Delgadina se llamaba.
Un día estando comiendo
su padre le remiraba.
—¿Qué me miras padre mío,
qué me miras a la cara?
—¿Qué quieres que mire hija?
que has de ser tu mi mandada ( 8).
—No lo quiera el Dios del cielo
ni la Virgen soberana.
—Corran, corran mis criados
a Delgadina a encerrarla,
en el cuarto más oscuro
que en este palacio haya.
Se pasaron siete meses,
ya pasaron tres semana,