Los hombres de mi vida - Paula Cardone - E-Book

Los hombres de mi vida E-Book

Paula Cardone

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Beschreibung

Fui víctima de abuso sexual y guardé silencio por varios años. En algún momento entendí que hablar de lo que me había pasado era una cuestión de supervivencia, entonces empecé a escribir. Escribí todo lo que podía recordar de ese suceso, las sensaciones, los colores, los olores. Pero con contarlo no me alcanzaba, todavía me paralizaba no entender cómo había llegado a esa situación. Entonces seguí escribiendo muchos otros relatos de diferentes situaciones y reflexiones sobre los hombres que habían marcado de alguna u otra forma mi vida…, sobre las situaciones que me convirtieron en esa chica que llegó a esa situación. Escribo sobre los hombres que marcaron mi vida por su amor o por el dolor que causaron, para invitarte a pensar en los tuyos y contar tus historias, a quien quieras, como puedas… Porque hablar nos hace ver que no estamos solas, y compartir las vivencias construye redes que nos hacen crecer individual y colectivamente, que impulsan el cambio social y cultural que tanto necesitamos.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Corrección de interior: Rocío Cabral.

Cardone, Paula

Los hombres de mi vida / Paula Cardone. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2024.

132 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-923-0

1. Autobiografías. 2. Biografías. I. Título.

CDD 808.8035

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2024. Cardone, Paula

© 2024. Tinta Libre Ediciones

Para todas las mujeres y disidencias feministas que tuve y tendré el honor de cruzar en este camino sin retorno.

LOS HOMBRES DE MI VIDA

PREFACIO

Solo sé que, cuando atravesé cada una de las violenciasque las mujeres sufrimos en nuestras vidas, todas las palabras y emociones que no pudieron salir imaginaban algún día volcarse en papel.

María Florencia Freijo

Soy una mujer privilegiada. Nací en una familia trabajadora, de clase media. Nací caucásica, con cabello castaño y ojos claros.

Soy una mujer privilegiada. Crecí con una mamá y un papá que siempre me trataron bien, estuvieron presentes, se esforzaron para que pueda acceder a una buena educación y para que pueda tener pasatiempos como la danza, el patín y la pintura, y siempre pude acceder a los elementos necesarios para poder disfrutar de esas actividades: desde un par de zapatillas de puntas nuevas para una presentación hasta un bastidor de un tamaño específico para algún proyecto. Crecí con un cuerpo que se ajusta lo suficiente a los estándares de belleza hegemónicos para no padecer burlas ni maltratos y no tener dificultades para comprar ropa.

Soy una mujer privilegiada. Llegué a la adultez con la posibilidad de acceder a estudios universitarios y pude trabajar de lo que estudié. Llegué a la adultez y pude viajar y conocer varios países, con mi familia, con amigas y sola.

Soy una mujer privilegiada, por eso puedo escribir este libro.

Comparto mi historia lo más fiel a mis sensaciones que la memoria me permite; lo más honestamente que puedo. Comparto mi historia porque la acepto, porque abrazo mis “grietas y cicatrices como prueba de la imperfección y la fragilidad, pero también de la resiliencia y la capacidad infinita de recuperarnos”.1

Comparto mi historia porque creo que cualquier mujer o disidencia que la lea se va a identificar con al menos uno de mis relatos, porque todes sufrimos la violencia machista de una forma u otra; porque “lo que nos mantiene solas y angustiadas es lo desconectadas que estamos, lo poco que sabemos unas de otras”2.

Comparto mi historia que no tiene nada de especial para invitarles a hablar, a contar la suya, de la manera que puedan, a quien quieran, porque hablar sana y compartir construye redes, y son esas redes la que van generando cambios, las que nos hacen crecer individual y colectivamente, las que impulsan el cambio social y cultural que tanto necesitamos.

Capítulo 1

MI PAPÁ

Una vez que nos cansamos de buscar aprobación, nos damos cuenta de que es más fácil ganarse el respeto.

Gloria Steinem

Arranquemos con la figura masculina más importante en la vida de una niña de una familia tradicional como la mía, el padre: papá es un hombre que siempre trabajó mucho para que a su familia no le falte nada, un hombre de valores firmes. Justo, correcto, generoso, solidario. Siempre lo admiré mucho, tal vez demasiado, y algunas veces se me hizo difícil querer seguir sus ejemplos, o querer estar a la altura de lo que pensaba que eran sus expectativas.

Me acuerdo de una noche en particular, cuando tenía cinco años. Había escuchado a mi mamá y a mi papá discutir y él durmió conmigo esa noche, me parece que en la cama grande, pero me acuerdo que mi mamá me había dicho que dormíamos juntos porque él se iba a ir de la abuela un tiempo. No entendí que estaba pasando en ese momento, pero me acuerdo de lo mal que me sentí esa noche. Me despertaba a cada rato y lo miraba, para asegurarme de que todavía estuviera ahí, y me acuerdo de pensar en qué miedo me iba a dar esa casa, que en ese momento me parecía tan grande, si él dejara de estar ahí cada noche cuando me fuera a dormir.

Lo anecdótico de la historia es que resultó ser que me despertaba a cada rato porque había levantado fiebre: tenía varicela. Mi primo había tenido y, como pasábamos mucho tiempo juntes, me había contagiado, después le tocó a mi hermanito también. Lo mejor de la varicela fue que papá no se iba a ir si yo no estaba bien, me acuerdo de querer que la varicela durara para siempre, aunque fuera horriblemente incómodo no poder rascarse. Por suerte, resolvieron las cosas durante mi semana de encierro y picazón, y fue como si nunca hubiera pasado nada, salvo por la marca que me quedó en la frente y por ese recuerdo de tener miedo de qué podría pasar si él no estaba cerca, que se me grabó para siempre.

No tengo mucho que decir sobre cómo fue crecer con él durante los años de la escuela primaria. Puedo decir que trabajaba mucho pero nunca sentí que no nos dedicara el tiempo necesario: recuerdo desayunos y cenas, meriendas a veces, fines de semana en lo de alguna abuela, tardes enteras en la que se dedicaba a sacarme los piojos, porque aparentemente me traía los de toda la escuela; verlo en el patio cortando el pasto o jugando con nuestro primer perro que él nos ayudó a conseguir porque a mamá no le gustaba mucho la idea. También recuerdo que me sentó en una silla en el comedor el día que se me ocurrió cortarme el pelo sola, e hizo lo imposible por emparejarlo para que vaya a la escuela prolija al día siguiente. Lo recuerdo ayudando a mi mamá a hacer mis trajes de patín y limpiándome las ruedas la noche antes del festival, lo recuerdo en cada uno de ellos y recuerdo enojarme porque a veces estaba haciendo otra cosa, ayudando en el buffet o con algo de la escenografía, en lugar de verme cuando me tocaba a mí, pero nunca se perdió ningún festival.

También recuerdo sentir celos de que jugaba más con mi hermano que conmigo, porque hacían cosas de hombres, o de que ellos charlaban y yo no sabía de qué hablar con él. No estoy segura, pero creo que eso fue en parte el motivo por el cual empecé a esforzarme más en la escuela, para contarle a él que me había sacado una buena nota o que me habían felicitado por alguna tarea, o cosas del estilo. Quizás la exigencia ya venía genéticamente, tal vez la construí creciendo con su ejemplo, probablemente fue un poco de las dos, pero sin dudas, él fue fundamental en la construcción de mi persona, siempre cambiante y errante, pero con algunos modus operandi fijos, legado suyo.

En el video de mis quince años hay dos momentos que son mis preferidos y cuyas imágenes están grabadas en mi memoria como si estuviera viendo la grabación cada vez que pienso en ello. En uno de esos momentos está él, transpirado, chino de tanto sonreír, con la corbata corrida, agachándose medio raro y con los brazos en alto, pocas veces lo vi tan feliz: estaba bailando el baile de la botella conmigo en el centro de una ronda de familiares y amigos. El calor de un sábado a la madrugada en verano, el salón lleno de gente, la música fuerte, las luces y el cotillón… su sonrisa, idéntica a la de su mamá, con los ojos casi cerrados y las arruguitas en la sien. Pienso en ese momento ahora y entiendo lo que significaba: había trabajado un montón, había ahorrado un montón, le había hecho realidad el sueño a su hija.

El otro momento yo no lo viví en carne propia, fue una sorpresa que encontré cuando recibimos el video semanas después de esa noche tan esperada. En el medio de la fiesta, entre los mensajes de la gente que grita sobre la música, está él encandilado por la luz de la cámara, diciéndome “te quiero mucho”. Es el único recuerdo que tengo de él diciéndomelo, diciéndoselo a una cámara en realidad.

Durante la adolescencia la cosa se puso más complicada, yo quería más libertad y discutíamos porque yo me emborrachaba cuando salía con mis amigas, las peores fueron: una vez no me dirigió la palabra por semanas y otra que me culpó a mí por una borrachera de mi hermano. En ese momento, a mí me parecía un hombre demasiado estricto, ahora veo que cuando me llevaba y me traía a todos lados era porque me quería cuidar, como lo hizo siempre: no dejándome juntar los vidrios rotos; arreglando, pintando, poniendo cortinas, haciendo agujeritos en todos los departamentos en los que viví y haciendo todas las mudanzas; estando conmigo cada vez que tuve alguna cuestión de salud, por más pequeña que sea; haciéndome las hamburguesas para familia y amigues en cada cumpleaños; apoyándome cuando quise viajar, cuando quise cambiar de carrera… siempre ahí, siempre presente, aunque no estuviera de acuerdo con mis decisiones.

Ya de adulta, comencé a batallar con trastornos de ansiedad, pero lo oculté de la mayoría de las personas, durante el tiempo que me fue posible, familia incluida obviamente. Tenía muchísimo miedo de que se entere mi papá, sentía que le había fallado, que él se había esforzado toda la vida para que a nosotros no nos falte nada, y a mí no me faltaba nada material, pero me faltaba algo más importante y que él no podía darme: ganas de seguir adelante. Había crecido viendo a mi mamá y a mi papá juntos y siempre saliendo adelante, y yo no tenía ninguna dificultad real, e igualmente sentía que no podía con nada. Me sentía un fracaso total, les había fallado y los iba a decepcionar cuando lo supieran.

Durante uno de mis peores episodios de angustia, una de las veces que de tanto llorar sentía que no podía respirar, sin siquiera pensarlo, llamé a mi papá. Yo no podía hablar de tanto llorar y, aunque hubiese podido, no hubiese sido capaz de explicarme. Su respuesta a mis balbuceos sin sentido fue: “quedate quieta ahí, te voy a buscar”. Ese día tuvo que pedir permiso en el trabajo y manejar dos horas para recorrer los ciento sesenta kilómetros que separaban su casa de la mía, pero el simple hecho de haberlo escuchado decir que venía, bastó para calmarme, porque sabía que si lo había dicho lo iba a hacer, porque jamás faltó a su palabra y porque todo da menos miedo y parece más sencillo cuando papá está cerca.

Un hombre serio, y callado, mi papá. Algunas veces, de más chica, especialmente cuando discutíamos o no estábamos de acuerdo, dudé de su amor; me pregunté si me querría, si se arrepentiría de haber sido padre tan joven… ¿Por qué mi papá no podía decirme “te quiero” todos los días como mi mamá?, ¿por qué era ella siempre la de los abrazos y no él?, ¿algo estaba mal con él?, ¿algo estaba mal conmigo?, ¿me pasaba solo a mí o también a mis compañeras?, ¿era simplemente que las madres son las que dan afecto y los padres protección?

Un hombre de acciones, del presente mi papá. Me pregunté por su pasado, por todo lo que no nos había contado. Me pregunté si se podría armar la historia completa, juntar las piezas del rompecabezas entre las historias que me habían contado mi abuela o mi tía, las conversaciones con mis primas y sus otros fragmentos de historia familiar… ¿Cómo fue su infancia?, ¿su papá le habría demostrado cariño alguna vez?, ¿hubo lugar para demostrar emociones en su infancia?, ¿con qué concepto de masculinidad creció?

Con los años fui descubriendo muchas de las respuestas a las preguntas relacionadas conmigo y acepté que otras no tenían sentido. También acepté que mi curiosidad sobre su vida es mía, y suya la elección de no compartir su historia, o qué, cómo y cuándo hacerlo.

Hoy, con los lentes violeta, entiendo que así como la sociedad me formó a mí para necesitar la validación del hombre más importante en mi vida, lo formó a él para proveer y no mostrar sus emociones, para proteger y no dejar ver debilidad, para decirle a mi hermanito que “los hombres no lloran” y no haber dejado jamás que sus hijos lo veamos llorar.

Mi papá y yo siempre vamos a tener visiones distintas del mundo, porque su mundo y el mío siempre van a ser distintos, pero se fusionan en algunos rincones en los que podemos compartirnos. Ya no necesito intentar que no se dé cuenta o no se entere de lo que me pasa, porque vi quebrarse en sus ojos todos los prejuicios sobre las cuestiones de salud mental cuando entendió que su hija estaba enferma. Ya no necesito discutir de política e intentar convencerlo de la importancia del feminismo, porque lo vi aceptar que él me crio para luchar por lo que creo justo, y eso es lo que intento hacer cada día. Y, cuando me siento sola, siempre puedo poner un poco de rock nacional e imaginarlo en casa, limpiando o cortando el pasto, cantando Los Redondos.

Siempre es lindo que te digan que te quieren, pero creo que una de las enseñanzas más importantes para la vida que me dio mi papá es que los gestos dicen más que mil palabras y que son las acciones las que realmente importan.

Y yo sé que fui difícil,

que no paro de cambiar,

que tuviste que amoldarte y escuchar.

Y es que no hay nadie en este mundo

que me quiera tanto.3

Capítulo 2

MI HERMANO

La hermandad es la más valiosa de todas las formas de amistad.

Bell Hooks

Él tiene tres años y medio menos que yo, y siempre le dije hermanito aunque ahora es un hombre alto y grandote, sus brazos tienen casi el mismo perímetro que mis piernas, tiene la cabeza y la barba llenas de rulos despeinados, y los pies sorprendentemente chicos considerando su altura.

Compartimos una infancia hermosa, crecimos juntes, fuimos de vacaciones muchas veces y lo seguimos haciendo, jugamos y nos peleamos, nos siguen molestando las mismas cosas a une de le otre, pero siempre permanecimos juntes.

Si le preguntan a él, les va a contar que le rompí su taza favorita o que le rompí la cabeza. Memorioso y un poco rencoroso a veces, tiene valores muy firmes y no se olvida nunca de nada (salvo de los nombres de nuestros familiares, no pega una si lo sacás de abueles, tíes y primes). Voy a hacer un paréntesis del relato principal para explicar la situación de romper la cabeza, no porque sea del todo inocente, pero sí para no ser acusada de intento de homicidio: yo tenía seis años y él solo dos, corríamos juntes por una plaza de cemento, por una cuestión de edades, yo corría más rápido, él se cayó y yo no lo solté enseguida. El chichón era casi más grande que su frente. Hasta el día de hoy me siento culpable cuando veo las fotos y videos de ese viaje, y hasta el día de hoy él me dice: “¿Y si jugamos a correr ahora a ver quién se cae?” cada vez que viajamos juntos y estamos en alguna explanada de cemento.

Fuimos dos niñes felices que crecieron peleando y jugando en un hogar maravilloso y lleno de amor. Fuimos dos adolescentes como todes, haciendo enojar a nuestros mapadres cuando salíamos y tomábamos de más, desafiando los límites de papá y volviendo loca a mamá con mis caídas de patín y sus golpes jugando al rugby. Nos convertimos en dos adultes que disfrutan de caminar al lado en silencio tomando mates, que pueden hablar por horas con empatía y sin filtros, que pueden entenderse con una sola mirada y resolver cualquier situación juntes, pero que también pueden jugar juntes en el mar o en cualquier plaza en cualquier rincón del mundo.

Podría contar mil historias que él contaría de forma diferente y diría que soy una pesada, pero yo sigo teniendo una notita que él le pegó a un libro que trajo de un viaje y dice: “Para la mejor hermana. Si hubiese podido elegir, te elegiría hoy y siempre”.Siendo un hombre de pocas palabras, como su papá, creo que esa notita fue uno de los mejores regalos que me hizo en la vida, después de su mera existencia.

Hoy, con los lentes violeta, puedo observar su infancia y la mía, con tantas similitudes y diferencias tan marcadas por haber nacido en cuerpos biológicamente diferentes. Recuerdo que mi papá le decía “María Rosa” o “María Laura” cuando lloraba, porque “los hombres no lloran”… pero también recuerdo que él siempre quería jugar a las barbies conmigo y con mi prima, y que nunca le pareció raro que yo quisiera jugar con sus juguetes o andar en bici con él y con los demás chicos del barrio (yo era la única nena de ese grupo). Nos hemos odiado, nos hemos amado, nos hemos pegado, nos hemos defendido a muerte, nos hemos echado la culpa de cosas y hemos mentido para cubrirnos une al otre…

A medida que fue creciendo, pasó de ser un nene bueno y tranquilo al que yo molestaba, a ser un hombre maravilloso, muy parecido a su papá en los mejores aspectos. Criado siendo servido por mi mamá o por mí desde siempre, se bancó los cuestionamientos a sus privilegios, escuchó, entendió y aprendió no solo a dividir las tareas del hogar, sino a hacerse cargo de la carga mental4que conllevan, no hace falta pedirle que ayude… él ve los detalles, él hace.

A mí hermanito lo vi desaprender micromachismos incorporados y volver a construir desde la empatía, lo vi aceptar y valorar las luchas con las que no estaba del todo de acuerdo. Lo vi esforzarse por aprender a comunicarse asertivamente y compartir sus emociones. Ser testigo de verlo imitar a papá de chico y convertirse en un hombre muy parecido a él en muchos aspectos, pero sin dejar de crecer en empatía y cuestionarse todo, es uno de los privilegios más grandes de mi vida. Tal vez por eso la sensación de seguridad que siempre me transmitió mi papá se repartió un poco con él con el paso de los años. Mi hermanito es y será siempre una de mis personas favoritas del mundo mundial.

Capítulo 3

MIS ABUELOS

¿Qué? ¿Piensas que el feminismo significa odiar a los hombres?

Cindy Lauper

Tuve la suerte de conocer a mis dos abuelos, uno de ellos todavía está conmigo.