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Si bien es cierto que la mayor parte de los textos que forman la Biblia contienen sólo referencias indirectas a la riqueza mitológica perdida, el Génesis incluye todavía relatos de dioses y diosas antiguos revestidos de la apariencia de hombres, mujeres, ángeles, monstruos o demonios. Escrito por Robert Graves en colaboración con Raphael Patai -destacado antropólogo, folclorista y especialista en temas bíblicos- y complementario del magno trabajo dedicado por Graves al otro gran ámbito mitológico occidental integrado por Los mitos griegos, cuya estructura conserva, Los mitos hebreos analiza los relatos de la Creación, la caída de Lucifer, el nacimiento de Adán y Eva, la caída, el Diluvio o la Torre de Babel, que adquieren pleno sentido a la luz de la comparación con las diversas tradiciones de Grecia, Mesopotamia, Egipto o Persia.
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Seitenzahl: 613
Veröffentlichungsjahr: 2024
Robert GravesRaphael Patai
Los mitos hebreos
Traducción de Javier Sánchez García-Gutiérrez
Introducción
1. La Creación según el Génesis
2. La Creación según otros textos bíblicos
3. Cosmología mítica
4. Glosas sobre el relato de la Creación
5. Creaciones anteriores
6. Descripción de los monstruos primitivos
7. El reem y el ziz
8. La caída de Lucifer
9. El nacimiento de Adán
10. Compañeras de Adán
11. El Paraíso
12. La caída del hombre
13. La rebelión de Samael
14. Los nacimientos de Caín y Abel
15. El acto de amor
16. El fratricidio
17. El nacimiento de Set
18. Los hijos de Dios y las hijas de los hombres
19. El nacimiento de Noé
20. El Diluvio
21. La embriaguez de Noé
22. La Torre de Babel
23. Ascendencia de Abraham
24. Nacimiento de Abraham
25. Abraham y los ídolos
26. Abraham en Egipto
27. La liberación de Lot por Abraham
28. Los cadáveres de animales partidos
29. Ismael
30. Abraham en Guerar
31. Nacimiento de Isaac
32. Lot en Sodoma
33. Lot en Soar
34. El sacrificio de Isaac
35. Abraham y Queturá
36. Casamiento de Isaac
37. Isaac en Guerar
38. Los nacimientos de Esaú y Jacob
39. Muerte de Abraham
40. El trueque de la primogenitura
41. La bendición robada
42. Casamientos de Esaú
43. Jacob en Betel
44. Casamientos de Jacob
45. Nacimiento de los doce patriarcas
46. Regreso de Jacob a Canaán
47. Jacob en Penuel
48. Reconciliación de Jacob y Esaú
49. El rapto de Dina
50. Rubén y Bilhá
51. Judá y Tamar
52. Muerte de Isaac, Lía y Esaú
53. José en el pozo
54. José y Zuleika
55. José en prisión
56. José se convierte en virrey
57. El hambre
58. El regreso de los hermanos
59. Jacob en Egipto
60. Muerte de Jacob
61. Muerte de José
Abreviaturas, fuentes y bibliografía comentada
Créditos
Los mitos son relatos dramáticos que forman una carta constitucional sagrada por la que se autoriza la continuidad de instituciones, costumbres, creencias y ritos antiguos, allí donde son comunes, o se aprueban sus modificaciones. La palabra mito es griega, la mitología es un concepto griego y su estudio se basa en ejemplos griegos. Los intérpretes literales de la Escritura que niegan que la Biblia contenga mito alguno están, en cierto sentido, justificados. La mayoría de los mitos tratan de dioses y diosas que intervienen en asuntos humanos, cada uno favoreciendo a héroes rivales, mientras que la Biblia sólo reconoce un único Dios universal.
Todos los documentos sagrados anteriores a la Biblia escritos en hebreo se han perdido o han sido suprimidos de manera deliberada. Entre ellos figuraban el Libro de las Guerras de Yahveh y el Libro del Justo, relatos épicos sobre la marcha de los israelitas por el desierto y su invasión de Canaán. A partir de los breves fragmentos citados en Números 21, 14, Josué 10, 13 y 2 Samuel 1, 18 se puede comprobar que esos libros estaban escritos en el antiguo estilo poético hebreo. Un tercer libro, compilado, según se cree, en siete partes por orden de Josué, describía Canaán y sus ciudades (Josué 18, 9). El Libro de la Descendencia de Adán (Génesis 5, 1) propone un relato detallado de las diez primeras generaciones, desde Adán hasta Noé. El Libro de Yahveh (Isaías 34, 16) parece haber sido un bestiario mitológico. Algunos otros libros perdidos mencionados en la Biblia, como los Hechos de Salomón, el Libro de la Genealogía, las Crónicas de los reyes de Judá, de los reyes de Israel, de los hijos de Leví, debían de contener numerosas referencias míticas.
Los documentos sagrados posteriores a la Biblia abundan. Durante los mil años transcurridos tras la primera sanción de la Biblia como obra canónica, los judíos de Europa, Asia y África escribieron de manera prolífica. Esos escritos eran ora intentos por explicar la ley mosaica, ora comentarios históricos, moralistas, anecdóticos y homiléticos sobre pasajes bíblicos. En ambos casos, los autores incluyeron abundante material mítico, pues el mito siempre ha servido para validar, de modo claro y conciso, leyes enigmáticas, ritos y costumbres sociales.
Ahora bien, aunque los libros canónicos se consideraban escritos por inspiración divina y, por tanto, había que eliminar de ellos el menor indicio de politeísmo, los libros apócrifos fueron tratados con más indulgencia. Asimismo, se permitió que muchos de los mitos suprimidos reaparecieran en el contexto indiscutiblemente ortodoxo de los midrasim posbíblicos. En el Éxodo, por ejemplo, leemos que los caballos y los carros con los guerreros del faraón persiguieron a los Hijos de Israel entrando tras ellos en medio del mar (Éxodo 14, 23). Según un midrás (Mekhilta diR. Shimon 51, 54; Mid. Wayosha 52), Dios adoptó la forma de una yegua y atrajo a los encelados sementales egipcios hasta el agua. Si la diosa Deméter, con cabeza de yegua, hubiera sido descrita hundiendo en el río Alfeo los carros de los guerreros del rey Pélope mediante tal artimaña, éste habría sido un mito griego aceptable; pero para el piadoso lector del midrás no era más que una metáfora fantástica de los extremos a los que Dios podía llegar para proteger a su Pueblo Elegido.
La propia Biblia sólo nos ofrece breves muestras de sus riquezas mitológicas perdidas. Con frecuencia la alusión es tan concisa que pasa inadvertida. Pocos de quienes leen, por ejemplo, «Después de él vino Šamgar, hijo de Anat. Derrotó a los filisteos, que eran seiscientos hombres, con una aguijada de bueyes; él también salvó a Israel» (Jueces 3, 31) relacionan a la madre de Šamgar con la sanguinaria diosa del Amor ugarítica, la doncella Anat, en cuyo honor la ciudad sacerdotal de Jeremías recibió el nombre de Anatot. El mito de Šamgar es irrecuperable, aunque el protagonista debió de heredar el ánimo guerrero de su madre virgen; y la aguijada de bueyes con la que derrotó a los filisteos fue sin duda un obsequio del padre de Anat, el dios-toro El.
El Génesis, no obstante, contiene fragmentos de relatos acerca de dioses y diosas antiguos –disfrazados de hombres, mujeres, ángeles, monstruos o demonios–. Eva, descrita en el Génesis como mujer de Adán, es identificada por algunos historiadores con la diosa Heba, esposa de un dios hitita de la tempestad, que cabalgó desnuda a lomos de un león y, entre los griegos, se convirtió en la diosa Hebe, la esposa de Heracles (véase 10.10). Un príncipe de Jerusalén del período de Tell-el-Amarna (siglo XIV a.C.) se llamó a sí mismo Abdu-Heba, ‘siervo de Eva’ (véase 27.6). Lilit, predecesora de Eva, ha sido excluida por completo de la Sagrada Escritura, aunque Isaías la recuerda como habitante de unas ruinas desoladas (véase 10.5). A juzgar por los relatos midrásicos sobre su promiscuidad sexual, parece haber sido una diosa de la fertilidad, y aparece como Lillake en un texto religioso sumerio, Gilgamesh y el sauce (véase 10.3-6).
Existen referencias prebíblicas al ángel Samael, alias ‘Satán’. Aparece por primera vez en la historia como el dios patrono de Samal, un pequeño reino hitita-arameo situado al este de Jarán (véase 13.1). Otro dios desaparecido del mito hebreo es Ráhab, Príncipe del Mar, que desafió sin éxito a Jehová (‘Yahveh’), Dios de Israel, del mismo modo que el dios griego Posidón desafió a su hermano, Zeus Omnipotente. Según Isaías, Jehová dio muerte a Ráhab con una espada (véase 6.a). Una deidad ugarítica venerada como Baal-Zebub, o Zebul, fue consultada por el Rey Ocozías en Ecrón (2 Reyes 1, 2 ss.), y siglos después los galileos acusaron a Jesús de tener tratos con ese «Príncipe de los Demonios».
Siete divinidades planetarias, tomadas de Babilonia y Egipto, son conmemoradas en los siete brazos de la Menorá o candelabro sagrado (véase 1.6). Las siete fueron combinadas en una sola deidad trascendental en Jerusalén, del mismo modo que entre los heliopolitanos, los biblianos, los druidas galos y los iberos de Tortosa. Alusiones despreciativas a dioses de tribus enemigas humillados por Jehová aparecen en todos los libros históricos de la Biblia, como el filisteo Dagón, Kemóš de Moab y Milkom de Ammón. Sabemos por Filón de Biblos que Dagón era un poder planetario. Pero el Dios del Génesis, en los primeros pasajes, es todavía indistinguible de cualquier pequeña deidad tribal (véase 28.1).
Los dioses y las diosas griegos podían desempeñar papeles divertidos o dramáticos mientras intrigaban en beneficio de sus héroes preferidos, porque los mitos surgieron en ciudades-estado diferentes que fluctuaban entre la amistad y la enemistad. Pero entre los hebreos, tras la destrucción del Reino del Norte por los asirios, los mitos se hicieron monolíticos y se concentraron en Jerusalén casi de manera exclusiva.
En el mito bíblico los héroes a veces representan reyes, a veces dinastías y a veces tribus. Los doce «hijos» de Jacob, por ejemplo, parecen haber sido en un tiempo tribus independientes que se agruparon para formar la anfictionía o federación israelita. Sus dioses locales y sus poblaciones no eran necesariamente de raza aramea, aunque las gobernaba un sacerdocio arameo. Solamente José puede ser identificado, en parte, con un personaje histórico. El hecho de que cada uno de esos «hijos», excepto José, se casara, según se dice, con una hermana gemela (véase 45.f), sugiere que las tierras se heredaban a través de la madre aunque el gobierno fuera patriarcal. A Dina, la única hija de Jacob nacida sin hermana gemela, hay que entenderla como una tribu semimatriarcal incluida en la confederación de Israel. El relato del Génesis sobre su rapto por Siquem y el midrás sobre su inmediato casamiento con Simeón deben interpretarse en un sentido político y no personal (véase 29.1-3).
En el Génesis aparecen otros indicios de una antigua cultura matriarcal. Por ejemplo, el derecho de una madre a dar nombre a sus hijos, ejercido todavía entre los árabes, y el matrimonio matrilocal, en el que la pareja vive con la familia de la mujer: «Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer» (Génesis 2, 24). Esta costumbre palestina está confirmada por el relato de la unión de Sansón y Dalila en el libro de los Jueces; y explica por qué Abraham, el patriarca arameo que entró en Palestina con las hordas de los hicsos a comienzos del segundo milenio antes de Cristo, ordenó a su siervo Eliezer que tomara una mujer para Isaac de la casa de sus parientes paternos en Jarán en vez de dejar que se casara con una mujer cananea y fuera adoptado en su clan. Abraham ya había despedido a los hijos que le habían dado sus concubinas para que no heredaran juntamente con Isaac (véase 35.b). Este tipo de matrimonio también es la norma en el mito griego primitivo: un mitógrafo señala que el primero que rompió esa tradición fue Odiseo, que llevó a Penélope de Esparta a Ítaca; y añade que ella regresó a Esparta tras su divorcio.
Se puede ver cuán poderosas eran las diosas durante la monarquía judía a partir de la condena que Jeremías hace de sus correligionarios, que atribuían la caída de Judá a su falta de fidelidad a Anat y exclamaban: «¡Adoremos una vez más a la Reina de los Cielos, como hicieron nuestros padres antes de nosotros!».
Todo gobernante que reforma las instituciones nacionales o, como el rey Josías, se ve obligado a aceptar reformas debe redactar un codicilo para la antigua constitución religiosa o crear una nueva; y ello implica una manipulación o total reelaboración de los mitos. Era evidente que si Judea, un pequeño estado colchón entre Egipto y Asiria, quería mantener su independencia política, había que inculcar al pueblo una disciplina religiosa más severa y adiestrarle en el manejo de las armas. Hasta entonces, la mayoría de los israelitas habían abrazado el tolerante culto cananeo en el que las diosas desempeñaban el papel principal y los reyes eran sus consortes. Eso estaba muy bien en tiempos de paz, mas no servía para fortalecer la resistencia de los judíos frente a los ejércitos invasores de Egipto y Asiria. Una minoría israelita, pequeña pero fuerte, era liderada por el gremio de los profetas, cuyos miembros acostumbraban a vestirse como pastores y vaqueros en honor de su bucólico Dios. Esos profetas se dieron cuenta de que la única esperanza de independencia nacional para Israel se encontraba en un monoteísmo autoritario y protestaban incesantemente contra el culto a las diosas en los bosquecillos sagrados cananeos. El libro del Deuteronomio, publicado en tiempos del rey Josías, prohíbe numerosos ritos cananeos, entre ellos la prostitución y la sodomía rituales y todas las formas de idolatría. La subsiguiente transmisión de la corona de David hizo que todos los exilados babilónicos llegaran a compartir esa opinión. Cuando Zorobabel reconstruyó el templo de Yahveh, éste ya no tuvo ningún competidor. Para los naturales de Judea que regresaban del destierro, Baal, Astarté, Anat y el resto de las viejas deidades cananeas habían muerto. El Génesis –relacionado con el repertorio de mitos griegos, fenicios, hititas, ugaríticos y sumerios, entre otros, de manera mucho más estrecha de lo que la mayoría de los judíos y cristianos piadosos están dispuestos a admitir– fue revisado y vuelto a revisar a partir de entonces, desde quizá el siglo VI a.C. en adelante, con fines moralistas. El mito de Cam fue, en un tiempo, idéntico al de la conspiración llevada a cabo contra el desvergonzado dios Crono por parte de sus hijos Zeus, Posidón y Hades: Zeus, el más joven, fue el único que se atrevió a castrarle y, en consecuencia, se convirtió en Rey del Cielo. Pero la castración de Noé por Cam (o Canaán) ha sido suprimida del Génesis precisamente antes de esta línea: «Cuando despertó Noé de su embriaguez supo lo que había hecho con él su hijo menor». La versión revisada, una lección moral sobre el respeto filial, condena a Cam a ser siervo perpetuo de sus hermanos mayores sólo por el delito de haber visto la desnudez de su padre (véase 21.1-4).
Pero los correctores bíblicos no se habían cuidado de expurgar toda mención favorable al sacrificio humano (véase 47.11) y al culto idólatra de los terafim (véase 46.2). La fiesta de los tabernáculos, una celebración cananea de la vendimia, no podía ser suprimida sino sólo purgada de su desenfreno sexual y transformada en el culto festivo a un Dios Supremo, asociándola al uso de tiendas de campaña por los israelitas en el desierto; aun así, la ligereza de las mujeres devotas siguió preocupando a los sabios fariseos. De modo semejante, la fiesta cananea del pan ázimo fue convertida en una conmemoración del éxodo israelita desde Egipto.
Uno de los temas esenciales del mito griego es la degradación progresiva de las mujeres, que de seres sagrados pasan a convertirse en bienes personales. De un modo similar, Jehová castiga a Eva por haber causado la Caída del Hombre. Para disfrazar aún más la esencia divina original de Eva –su título de «madre de todos los vivientes» pervive en el Génesis–, los mitógrafos la describieron como formada a partir de una costilla de Adán, una anécdota basada, al parecer, en la palabra tsela, que significa ‘costilla’ y ‘tropiezo’. Mitógrafos posteriores insistieron en que había sido formada a partir del rabo con púas de Adán... (véase 10.9). Los griegos también hicieron a la mujer responsable de la infeliz suerte del hombre, adoptando la fábula de Hesíodo sobre la caja de Pandora, de la que la atolondrada esposa de un Titán dejó escapar los males combinados de la enfermedad, la vejez y el vicio. Hay que observar que «Pandora» –‘todos los dones’– fue en un tiempo un título de la Creadora.
Los mitos griegos explican maldiciones y tabúes todavía en vigor después de mil años; y el infierno griego contenía ejemplos de advertencia sobre delincuentes castigados por haber comido alimentos prohibidos (Tántalo), dado muerte a sus maridos (las Danaides) o tratado de seducir a una diosa (Pirítoo). Pero los griegos nunca glosaron sus mitos con comentarios afectadamente religiosos como el que señala que el intento de sacrificar a Isaac por parte de Abraham tuvo lugar el primer día del mes de Tišrí, cuando todo Israel hace sonar un cuerno de carnero para recordar la piedad del Dios de Abraham e implorar el perdón de sus pecados. O el que indica que el sacrificio del chivo en la fiesta de la Expiación conmemora el engaño de Jacob por los patriarcas cuando salpicaron la túnica de manga larga de José (o «manto de muchos colores») con la sangre de un cabrito (véase 53.3). Aunque el mito de Isaac tiene su paralelo en el relato griego de la tentativa de Atamante de sacrificar su hijo Frixo a Zeus –sacrificio interrumpido por la llegada de Heracles y la aparición divina de un carnero–, la ocasión sólo se recordaba porque el carnero proporcionó el Vellocino de Oro en busca del cual partirían, con el tiempo, los argonautas de Jasón. El Génesis lo presenta como el episodio fundamental de la historia hebrea (véase 34.9).
Los mitos griegos tampoco fueron utilizados como textos para la proclama política. La narración del maltrato de Esaú por Jacob fue completada con posterioridad por la profecía de que un día partiría el yugo de Jacob de sobre su cerviz –un elemento añadido claramente para justificar una rebelión edomita contra Judea durante el reinado de Joram (véase 40.3)–. Este texto adquirió un nuevo significado cuando los invasores romanos coronaron a Herodes el Malvado, un edomita, rey de los judíos: Edom se convirtió entonces en un sinónimo de «Roma» y los fariseos aconsejaron a los judíos que no se levantaran en armas y expiaran el maltrato de Esaú por parte de su antepasado con paciencia y tolerancia (véase 40.4). Se atribuía a los héroes israelitas una presciencia histórica completa e incluso un conocimiento previo de la ley mosaica; y se entiende que quien realiza un acto solemne en las Escrituras determina, por medio de él, el destino de sus descendientes para toda la eternidad. Así, cuando Jacob prepara su encuentro con Esaú y reparte sus gentes y su ganado en tres manadas, enviando regalos con cada una y dejando espacio entre ellas, está advirtiendo a sus descendientes que siempre deben guardarse prudentemente contra lo peor. Según el midrás, Jacob oró: «Señor, cuando las aflicciones desciendan sobre mis hijos, te ruego que dejes un espacio entre ellas como he hecho yo» (véase 47.2). Y los Testamentos de los Doce Patriarcas (apócrifos) atribuyen a éstos un conocimiento preciso de la historia posterior.
El mito de Jacob ilustra otra diferencia entre las actitudes religiosas griegas y hebreas. Jacob roba a su pariente rebaños de ovejas y reses alterando su color; el héroe griego Autólico hace lo mismo. Y estos dos mitos parecen proceder de la misma fuente palestina. Autólico es un ladrón astuto y nada más; pero como Jacob, con el nuevo nombre de Israel, debía convertirse en el virtuoso antepasado de todos los judíos, su engaño ha sido justificado sobre la base de que Labán le había engañado dos veces. Y en lugar de aplicar una magia vulgar sobre animales que pertenecen a otros, como hace Autólico, Jacob condiciona su color y determina su propiedad mediante una estudiada utilización de las influencias prenatales. La lección es que los judíos pueden defenderse contra sus opresores sólo a través de medios legítimos (véase 46.1).
De las hazañas de los héroes griegos no se extraían conclusiones morales, a menos que fuera una advertencia contra la veleidad de la fortuna. Mientras que la destrucción de Troya sólo acarreó mala suerte a todos los líderes griegos importantes –y algunos guerreros célebres de una generación anterior, como Teseo y Belerofontes, tuvieron como destino un fin miserable, víctimas de una némesis divina–, Abraham, Isaac, Jacob y José murieron cumplidos sus años y se reunieron honorablemente con sus antepasados. Este contraste se acentúa cuando recordamos que el relato de José y Zuleika, la esposa de Putifar, es idéntico al de Belerofontes y su madrastra Antea (véase 54.1). Los principales profetas hebreos fueron igualmente afortunados: Henoc y Elías ascendieron directamente al Cielo; pero el adivino griego Tiresias previó el terrible destino de Tebas y murió mientras huía de manera innoble. Y aunque Moisés, que salvó a su pueblo de la Esfinge egipcia –es decir, del poder del faraón–, tuvo que expiar una falta particular en el monte Pisgah, fue llorado con honores por todo Israel y enterrado por el propio Dios; en contraste, Edipo, que salvó a su pueblo de la Esfinge tebana y cuyo nacimiento se asemejaba mucho al de Moisés, murió en el infeliz destierro perseguido por las Furias del Derecho Materno.
La diferencia principal entre los mitos griegos y hebreos –aparte de ese evidente contraste en cuanto a la recompensa de la virtud– consiste en que los griegos eran regios y aristocráticos, lo que explica la existencia de ciertas instituciones religiosas en determinadas ciudades-estado, presididas por sacerdotes que pretendían descender de los dioses o héroes correspondientes. Sólo el héroe, o sus descendientes, podían esperar una existencia posterior agradable en las Islas Afortunadas o los Campos Elíseos. Las almas de los esclavos y extranjeros, por muy ejemplares que hubieran sido sus vidas, estaban condenadas a un Tártaro lúgubre por el que volaban a ciegas agitándose como murciélagos. Entre los judíos de la sinagoga, por el contrario, todos los que obedecieran la ley mosaica, cualquiera que fuese su nacimiento o posición social, podrían gozar de un Reino Celestial que surgiría de las cenizas del mundo actual. Los griegos nunca dieron un paso tan democrático: aunque excluían de los Misterios (garantía del Paraíso para los iniciados) a todas las personas con antecedentes criminales, la admisión quedaba limitada a quienes nacían libres.
Los mitos griegos son cartas constitucionales que permitían a ciertos clanes –descendientes de Perseo, Pélope, Cadmo o cualquier otro– gobernar determinados territorios siempre que aplacasen a los dioses locales con sacrificios, danzas y procesiones. La celebración anual de tales ritos reforzaba su autoridad. Los mitos hebreos son principalmente cartas constitucionales de índole nacional: el mito de Abraham para confirmar la posesión de Canaán y el matrimonio patrilocal, el mito de Jacob para sancionar la posición de Israel como pueblo elegido y el mito de Cam para legitimar la propiedad de esclavos cananeos. Otros mitos sostienen la santidad suprema del monte Sión frente a los santuarios rivales de Hebrón y Siquem (véanse 27.6 y 43.2). Algunos posteriores se escribieron para resolver serios problemas teológicos como el origen del mal en el hombre, cuyo antecesor –Adán– fue creado por Dios a Su propia imagen y animado por Su propio espíritu. Adán anduvo errante por la ignorancia, Caín pecó deliberadamente y un mito tardío le convierte por ello en un bastardo engendrado por Satán y Eva (véase 14.a).
En los mitos griegos a veces no se tiene en cuenta el elemento temporal. Así, algunos decían que la reina Helena, que conservó su belleza durante los diez años del sitio de Troya y los diez años siguientes, había dado una hija al rey Teseo una generación antes de que el asedio comenzara. Pero como los dos relatos no son contados por el mismo autor, los eruditos griegos podían suponer que hubo dos reinas llamadas Helena o que uno de los mitógrafos se había equivocado. En los mitos bíblicos, sin embargo, Sara se conserva irresistiblemente bella después de haber cumplido noventa años, concibe, da a luz a Isaac y amamanta a todos los hijos de sus vecinos igual que a él. Los patriarcas, los héroes y los primeros reyes viven cerca de mil años. El gigante Og sobrevive al diluvio de Noé, tiene una vida más larga que Abraham y es destruido finalmente por Moisés. El tiempo se condensa. Adán ve a todas las futuras generaciones de la humanidad colgando de su cuerpo gigantesco; Isaac estudia la ley mosaica (revelada diez generaciones más tarde) en la academia de Sem, que vivió diez generaciones antes que él. En realidad, al héroe del mito hebreo no sólo le influyen de manera decisiva los hechos, las palabras y los pensamientos de sus antepasados y es consciente de su propia influencia en el destino de sus descendientes; el comportamiento de éstos también le influye, y él influye a su vez en el de sus ascendientes. Así, el rey Jeroboam erigió un becerro de oro en Dan, y ese acto pecaminoso socavó las fuerzas de Abraham cuando éste persiguió a sus enemigos hasta esa misma región mil años antes.
Durante la Edad Media se siguieron haciendo caprichosas ampliaciones rabínicas de los relatos del Génesis; se trataba de respuestas a preguntas realizadas por estudiantes inteligentes, por ejemplo: «¿Cómo fue iluminada el Arca? ¿Cómo se alimentaba a los animales? ¿Había un fénix a bordo?» (véase 20.i-j).
Los mitos griegos no muestran ningún sentido del destino nacional, ni tampoco los mitos romanos hasta que los sagaces propagandistas de la época de Augusto –Virgilio, Tito Livio y los demás– lo introdujeron. El profesor Hadas de la Universidad de Columbia señala estrechas correspondencias entre la Eneida y el Éxodo –la marcha de los refugiados hacia la Tierra Prometida dirigida por Dios– y saca la conclusión de que Virgilio se inspiró en los judíos. Es posible asimismo que las anécdotas morales de la Antigua Roma relatadas por Tito Livio, cuyo tono no es nada mítico, fueran influidas por la sinagoga. Evidentemente, la moral romana difería por completo de la judía: Tito Livio colocaba el altruismo denodado por encima de la verdad y la misericordia, y los ignominiosos habitantes del Olimpo siguieron siendo los dioses oficiales de Roma. Éstos no fueron desterrados hasta que los mitos hebreos, adoptados por los cristianos, ofrecieron al pueblo sometido el mismo derecho a la salvación. Es verdad que algunos de esos dioses regresaron al poder disfrazados de santos y perpetuaron sus ritos en forma de festividades de la Iglesia; pero el principio aristocrático había sido derrocado. También es cierto que los mitos griegos se siguieron estudiando, pues la Iglesia se hizo cargo de las escuelas y universidades que exigían la lectura de los clásicos; y los nombres de las constelaciones que ilustraban esos mitos estaban demasiado arraigados para poder ser alterados. A pesar de todo, el mito hebreo monoteísta y patriarcal había establecido firmemente los principios éticos de la vida occidental.
Nuestra colaboración ha sido fructífera. Aunque el mayor de nosotros fue educado como protestante estricto y el más joven como judío riguroso, nunca discrepamos en ninguna cuestión de hecho o de valoración histórica; y cada uno se ha sometido a los conocimientos del otro en diferentes campos. Un problema importante ha sido determinar la cantidad de referencias eruditas que se podían incluir sin aburrir al lector culto no especializado. Este libro podría haber alcanzado fácilmente el doble de su extensión actual si hubiéramos incluido material seudomítico reciente –que puede ser tan tedioso como las Guerras de los hijos de la Luz y los hijos de la Oscuridad, encontrado entre los manuscritos del mar Muerto– y citas de comentarios eruditos sobre aspectos menores controvertidos. Queremos expresar nuestra gratitud a Abraham Berger y Francis Paar de la Biblioteca Pública de Nueva York por su asesoramiento bibliográfico y a Kenneth Gay por la ayuda prestada en la preparación del libro para la imprenta. Aunque su autoría es dual, Los mitos hebreos sirve de volumen compañero de Los mitos griegos (Graves)*1, pues su material está organizado de manera similar.
R. G. y R. P.
1 Alianza Editorial, 2011 (en dos volúmenes).
a. Cuando Dios se dispuso a crear los cielos y la tierra no encontró nada a Su alrededor, sólo Tohu y Bohu, es decir, el Caos y el Vacío. La faz del abismo, sobre el que se cernía Su Espíritu, se hallaba envuelta en la oscuridad.
El primer día de la Creación dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz.
El segundo día hizo Dios el firmamento para separar las aguas de arriba de las aguas de abajo, y lo llamó cielos.
El tercer día acumuló las aguas por debajo del firmamento en un solo conjunto y dejó emerger el terreno seco. Después de llamar tierra a lo seco y mares al conjunto de las aguas, Dios ordenó a la tierra producir vegetación, hierbas y árboles.
El cuarto día Dios creó el sol, la luna y las estrellas.
El quinto día, los monstruos marinos, los peces y las aves.
El sexto día, las bestias terrestres, las sierpes y el ser humano.
El séptimo día, satisfecho con Su obra, descansó2.
b. Pero algunos dicen que después de crear la tierra y los cielos Dios hizo que un manantial brotase de la tierra para que los pastos y las hierbas pudieran germinar. Después creó un jardín en Edén, y también un hombre llamado Adán para que lo cuidase, y plantó árboles en él. Luego creó todas las bestias, las aves, las sierpes; y por último, la mujer3.
1. Durante muchos siglos los teólogos judíos y cristianos coincidieron en que los relatos sobre el origen del mundo ofrecidos en el Génesis no sólo estaban inspirados por Dios, sino que además no debían nada a otras escrituras. Esta opinión extrema ha sido actualmente abandonada por todos salvo por los fundamentalistas. Desde 1876 se han desenterrado y publicado varias versiones del Poema de la Creación acadio (es decir, babilónico y asirio). La más extensa de ellas, conocida como Enuma Elish por sus dos palabras iniciales –que significan ‘cuando en lo alto’–, se supone que fue escrita en la primera parte del segundo milenio a.C. Se ha conservado casi completa en siete tablillas cuneiformes que contienen un promedio de 156 líneas cada una. El descubrimiento no sorprendió del todo a unos investigadores familiarizados con el resumen de Beroso acerca de los mitos de la Creación, citado por el obispo Eusebio de Cesarea, porque Beroso, nacido en el siglo IV a.C., había sido sacerdote de Bel en Babilonia.
2. Otra versión del mismo poema, escrita en babilonio y sumerio como prólogo a un ritual de purificación de un templo, fue descubierta en Sippar sobre una tablilla que data del siglo VI a.C. La parte que nos ha llegado dice así:
La santa casa, morada de los dioses, (todavía) no estaba edificada en un lugar santo;
la caña no había crecido, el árbol no había sido creado,
ningún fundamento estaba en su lugar, (su) molde no había sido creado,
la casa no había sido construida, la ciudad no estaba fundada,
la ciudad no había sido edificada, los seres vivientes no existían (todavía).
Nippur no estaba edificada, el Ekur no había sido creado,
Uruk no estaba edificada, el Eanna no se había creado,
el Apsu no estaba hecho, Eridu no había sido creada,
de la santa casa, morada de los dioses, el lugar (de residencia) no había sido hecho.
La totalidad de los países era mar,
lo que entonces existía estaba sumergido en el mar;
entonces Eridu fue edificada, el Esagila fue creado,
el Esagila que Lugaldukuga fundó en el seno del Apsu;
Babilonia fue edificada, el Esagila (fue) allí acabado;
los Anunnaki que él creó en número equilibrado
la nombraron solemnemente ciudad santa, morada agradable a su corazón.
Marduk en la superficie de las aguas ensambló un cañizo,
creó el polvo y con el cañizo lo mezcló.
Para instalar a los dioses en una morada agradable a su corazón
creó la humanidad.
La diosa Aruru creó con él la raza de los hombres;
él creó sobre la tierra desierta el ganado de Shakkan, dotado de vida,
creó y puso en su lugar el Tigris y el Éufrates,
a los que dio el nombre adecuado.
Creó la hierba, los sembrados, los cañaverales y la madera,
creó la vegetación de la estepa,
las tierras firmes, los marjales y las cañas,
la vaca salvaje y su cría, el ternero salvaje, la oveja y su cría, el cordero del redil,
también los jardines y los bosques,
el carnero salvaje, la cabra montés [...]
El Señor Marduk en los confines del mar hizo un terraplén,
[...] cañaverales y juncos instaló,
[...] hizo existir [...];
creó cañaverales, creó árboles,
(hizo fundamentos), creó el molde,
(construyó la casa, fundó la ciudad,
edificó la ciudad, puso en su lugar a los seres vivientes,
edificó Nippur, creó el Ekur,
edificó Uruk, creó el Eanna)4.
3. La versión más extensa del Poema de la Creación comienza diciendo: «cuando en lo alto el cielo aún no había sido nombrado», Apsu el Procreador y la Madre Tiamat se mezclaron caóticamente y parieron una prole de monstruos parecidos a dragones. Transcurrió muchísimo tiempo antes de que surgiera una generación de dioses más joven. Uno de ellos, Ea, dios de la Sabiduría, desafió y mató a Apsu. Tiamat se casó entonces con su propio hijo Kingu, engendró monstruos con él y se dispuso a vengarse de Ea.
El único dios que se atrevió a enfrentarse a Tiamat fue el hijo de Ea, Marduk. Los aliados de Tiamat eran sus once monstruos. Marduk confiaba en los siete vientos, su arco y su flecha, su carro de asalto y una coraza terrorífica. Se había untado los labios con una pasta roja profiláctica y atado a la muñeca una hierba que le hacía invulnerable al veneno; las llamas coronaban su cabeza. Antes del combate, Tiamat y Marduk intercambiaron burlas, maldiciones y conjuros. Cuando se enzarzaron en un cuerpo a cuerpo, Marduk atrapó enseguida a Tiamat en su red, hizo penetrar en su vientre uno de sus vientos para que le arrancara las entrañas y luego le aplastó la cabeza y le disparó todas sus flechas. Ató el cadáver con cadenas y se irguió victorioso sobre él. Después de encadenar a los once monstruos y encerrarles en prisión –donde se convirtieron en dioses de los infiernos– arrancó la «Tablilla de los Destinos» del pecho de Kingu y, afianzándola sobre el suyo, partió a Tiamat por la mitad como una concha. Una de las partes la utilizó como firmamento para impedir que las Aguas de Arriba inundaran la tierra; y la otra como base rocosa para el mar y la tierra. También creó el sol, la luna, los cinco planetas menores y las constelaciones, encomendando a sus parientes su custodia; y finalmente creó al hombre con la sangre de Kingu, a quien había condenado a muerte por haber instigado a Tiamat a la rebelión.
4. Un relato semejante aparece en el resumen de Beroso, si bien en este caso el héroe divino es Bel y no Marduk. En el mito griego correspondiente, quizá de origen hitita, la Madre Tierra crea al gigante Tifón, tras cuyo advenimiento todos los dioses huyen a Egipto hasta que Zeus mata con valentía al gigante y a su monstruosa hermana, Delfine, con un rayo.
5. El primer relato de la Creación (Génesis 1, 1-2, 3) fue compuesto en Jerusalén poco después del regreso del exilio babilónico. Aquí se da a Dios el nombre de «Elohim». El segundo relato (Génesis 2, 4-22) también procede de Judea, posiblemente de origen edomita y anterior al exilio. En un principio, en él se llama a Dios «Yahveh», pero el revisor sacerdotal lo ha cambiado por «Yahveh Elohim» (traducido habitualmente como ‘el Señor Dios’), identificando de ese modo al Dios de Génesis 1 con el de Génesis 2, y dando a las versiones una apariencia de uniformidad. Sin embargo, el revisor no eliminó ciertos detalles contradictorios en el orden de la Creación, como se verá en las siguientes tablas:
Génesis 1
Génesis 2
Cielo
Tierra
Tierra
Cielo
Luz
Manantial
Firmamento
Hombre
Tierra seca
Árboles
Hierbas y árboles
Ríos
Astros
Bestias y ganado
Monstruos marinos
Aves
Aves
Mujer
Ganado, sierpes, bestias
Hombre y mujer
A los judíos y a los cristianos siempre les han desconcertado estas contradicciones y han tratado de buscar explicaciones satisfactorias para ellas. El plan de siete días del primer relato proporciona la carta constitucional mítica para la observancia del Sábado por el hombre, pues Dios, que descansó el séptimo día, lo bendijo y santificó. Así se indica de manera expresa en una versión de los Diez Mandamientos (Éxodo 20, 8-11). Algunos de los primeros comentaristas rabínicos observan que los elementos principales fueron creados en los tres primeros días y embellecidos en los otros tres; y que se puede percibir una simetría estrecha entre el primer y el cuarto días, el segundo y el quinto y el tercero y el sexto.
Primer día
Cuarto día
Creación de la luz y
Creación de los astros –sol, luna
su separación de la
y estrellas– para separar el día de
oscuridad.
la noche y una estación de otra.
Segundo día
Quinto día
Creación de los cielos y
Creación de las aves que vuelan
separación de las aguas
por los cielos y de los peces que
superiores de las inferiores.
nadan por las aguas inferiores.
Tercer día
Sexto día
Creación de la tierra seca y
Creación de las bestias, hombres
establecimiento de sus
y sierpes que caminan por la
bosques y hierbas inmóviles.
tierra seca.
6. Este esquema, y otros semejantes, demuestra el deseo de los rabinos de atribuir a Dios un pensamiento sistemático. Sin embargo, sus esfuerzos no habrían sido necesarios si se les hubiera ocurrido que el orden de la Creación estaba ligado al orden de los dioses planetarios en la semana babilónica y, por consiguiente, a los siete brazos de la Menorá o candelabro sagrado –tanto Zacarías en su visión (4, 10) como Flavio Josefo (Guerra v. 5.5) realizan esta identificación de la Menorá con los siete planetas– y que Dios reclamaba todos esos poderes planetarios para Él mismo. Como Nergal, un dios pastoril, ocupaba el tercer lugar en la semana, mientras que Nabu, dios de la astronomía, ocupaba el cuarto, los pastos tuvieron precedencia sobre las estrellas en el orden de la Creación. El Enuma Elish presenta el siguiente orden: separación del cielo de la tierra y el mar, creación de los planetas y las estrellas, creación de los árboles y las hierbas, creación de los animales y los peces (aunque la quinta y la sexta tablillas están incompletas), creación del hombre por Marduk con la sangre de Kingu.
7. El segundo relato de la Creación es más impreciso que el primero, ofrece menos información sobre el universo antes de la Creación y no tiene una estructura comparable a la de Génesis 1. En realidad, da a entender que la obra de la Creación ocupó un solo día. La manifestación inicial recuerda varias cosmogonías del Cercano Oriente al describir el universo anterior a la Creación en función de las diversas cosas que hasta entonces no existían. No había aún en la tierra arbusto alguno ni había germinado ninguna hierba todavía, pues Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrara el suelo (Génesis 2, 5). Entonces llegó el gran día en el que Dios creó los orígenes de los cielos y la tierra (Génesis 2, 4a): un manantial brotó de la tierra (se supone que a una orden Suya) y regó toda la superficie del suelo. El suelo (adama) ya estaba en condiciones para formar al hombre (adam) con él. Dios insufló en las narices del hombre aliento de vida y le dio alma viviente. Después plantó un jardín en Edén, al oriente, y ordenó al hombre que lo labrase y cuidase (Génesis 2, 6-9, 15).
8. Génesis 1 se parece a las cosmogonías babilónicas, que comienzan con el surgimiento de la tierra a partir de un caos acuoso primitivo y son metáforas de cómo el terreno seco emerge de las inundaciones invernales del Tigris y el Éufrates cada año. La Creación es así representada como el florecimiento inicial del mundo después del caos acuoso primitivo: una estación primaveral en la que las bestias y aves se aparean. Por otra parte, Génesis 2 refleja las condiciones geográficas y climáticas de Canaán. El universo anterior a la Creación está abrasado por el sol, reseco y árido, como tras un largo verano. Cuando por fin se aproxima el otoño, el primer signo de lluvia es la niebla matutina que se eleva densa y blanca desde los valles. Tal como aparece descrita en Génesis 2, 4 ss., la Creación tuvo lugar en un día de otoño semejante. La versión babilónica, que hacía de la primavera la estación creadora, fue adoptada durante el Destierro, y el primer día del mes de Nisán se convirtió en el día de Año Nuevo de los judíos. La anterior versión otoñal, sin embargo, exigía que el primer día del mes de Tišrí fuera observado como el verdadero día de Año Nuevo.
9. A partir del siglo I d.C., algunas escuelas judías rivales mantuvieron opiniones irreconciliables en lo referente a la estación en la que tuvo lugar la Creación. Filón de Alejandría sostenía, con los estoicos griegos, que el universo había sido creado en primavera, y su opinión fue seguida por el rabino Jehoshua entre otros. Pero rabí Eliezer prefería la Creación otoñal y su parecer se impuso entre los ortodoxos; se decidió que el primer día del mes de Tišrí había sido el día de Año Nuevo de Dios. Otros, aun coincidiendo en una Creación otoñal, sostenían que el Año Nuevo de Dios caía en el día veinticinco del mes de Elul, y que el primero de Tišrí, cinco días después, celebraba el nacimiento de Adán.
10. Siendo la Creación originariamente entendida como procreación, y no como fabricación, su figura principal era una matriarca. Así, en el mito griego, Eurínome, diosa de todas las cosas, surgió desnuda del Caos, separó el mar del cielo, bailó sobre las olas, excitó al viento, fue fecundada por él adoptando la forma de una gran serpiente llamada Ofión u Ofioneo y puso el Huevo del Mundo. Un relato similar es narrado en los Fragmentos Órficos 60, 61, 70 y 89: la Noche, la Creadora, engendra un huevo de plata del que nace Amor para poner el universo en movimiento. La Noche habita en una cueva y se despliega en una tríada como Noche, Orden y Justicia.
11. Pero la mayoría de los mitos del Cercano Oriente provienen de una época en la que las prerrogativas divinas de la matriarca, al menos en parte, habían sido delegadas en su acompañante guerrero masculino. Esa etapa aparece reflejada en el relato del Enuma Elish que explica que el universo procede de una unión entre Apsu el Procreador y la Madre Tiamat; y en la narración de Beroso acerca de la Creación –resumida por Alejandro Polihistor–, donde tras la victoria de El sobre Tiamat, la diosa Aruru formó al hombre con la propia sangre de El amasada con barro.
12. El filósofo sirio Damascio (comienzos del siglo VI d.C.) resume una versión primitiva del mito del Enuma Elish, que se corresponde con la unión de la diosa egipcia del Cielo, Nut, con el dios de la Tierra, Geb, y con la unión del dios griego del Cielo, Urano, con la diosa de la Tierra, Gea. Damascio nombra a Tiamat antes que a Apsu, y concede la misma precedencia al elemento femenino de cada una de las parejas divinas que menciona.
13. De no ser por la correspondencia Tehom-Tiamat, nunca imaginaríamos que Tehom representa la formidable diosa-Madre babilónica que parió a los dioses, fue víctima de su rebeldía y finalmente entregó su propio cuerpo con objeto de servir como material de construcción para el universo. Ni siquiera el género femenino del nombre hebreo «Tehom» puede considerarse significativo a este respecto, pues en hebreo todos los nombres deben ser masculinos o femeninos, y muchos términos cósmicos son femeninos, aunque carezcan del sufijo ah, o de género ambivalente.
14. Sin embargo, las diosas eran muy conocidas para los hebreos de la época bíblica que mostraban su devoción en los bosquecillos de la diosa Ašerá (Jueces 3, 7; 6, 25-26, 30; 1 Reyes 16, 33; 18, 19) y se inclinaban ante sus imágenes (2 Reyes 21, 7; 2 Crónicas 17, 6, etc.). También adoraban a Astarté, la diosa de los fenicios y los filisteos (Jueces 2, 13; 10, 6; 1 Samuel 31, 10; 1 Reyes 11, 5, 33; 2 Reyes 23, 13, etc.). Poco antes de la destrucción del reino de Judea por Nabucodonosor (586 a.C.), las mujeres judías le ofrecían tortas como «Reina de los Cielos» (Jeremías 7, 18), alias Anat, cuyo apelativo sobrevive en la Biblia como nombre de la madre de Šamgar (Jueces 3, 31; 5, 6) y de la aldea sacerdotal de Anatot, patria de Jeremías, la actual Anata, al norte de Jerusalén. Había llegado a ser tan querida para los judíos de ambos sexos que quienes huían a Egipto prometían rendirle culto con libaciones y pasteles hechos con su efigie (Jeremías 44, 15-19).
15. Aunque Astarté y Ašerá fueron veneradas por todas las clases sociales hasta el final de la monarquía de Judea, no se encuentra en la Biblia ningún indicio de su relación con El o Elohim –a no ser que el repudio de Dios, en Ezequiel 23, de las lujuriosas Oholá y Oholibá esté dirigido contra esas diosas en vez de contra Jerusalén y Samaria, principales sedes de su culto–. Y ninguna tradición hebrea asigna a ninguna de las dos diosas el papel de Creadora. Sin embargo, la paloma de Astarté sugiere que en un tiempo así se la había considerado.
16. El revisor monoteísta de la cosmogonía en Génesis 1 y 2 no podía atribuir a nadie que no fuera Dios participación alguna en la Creación, y por ello omitió todos los elementos o seres preexistentes que podían ser considerados divinos. Abstracciones como el Caos (tohu wa-bohu), la Oscuridad (hoshekh) y el Océano (tehom) no tentarían, no obstante, a ningún devoto y, en consecuencia, ocuparon el lugar de las antiguas divinidades matriarcales.
17. Aunque el concepto revolucionario de un Dios eterno, absoluto, omnipotente y único fue propuesto por primera vez por el faraón Akenatón (véase 56.1-4), y después adoptado por los hebreos –a los que según parece protegió– o reinventado por ellos, el nombre «Elohim» (traducido habitualmente como ‘Dios’) que se menciona en Génesis 1 es la variante hebrea de una antigua forma nominal semita para un dios único que tenía muchos nombres: Ilu entre los asirios y los babilonios, El entre los hititas y en los textos ugaríticos, Il o Ilum entre los árabes del sur. El encabezaba el panteón fenicio y aparece citado a menudo en poemas ugaríticos (procedentes del siglo XIV a.C.) como «Toro El», que trae a la memoria los becerros de oro hechos por Aarón (Éxodo 32, 1-6, 24, 35) y Jeroboam (1 Reyes 12, 28-29) como emblemas de Dios y la personificación de Dios por parte de Sedecías como un toro con cuernos de hierro (1 Reyes 12, 11).
18. En Génesis 2, el nombre «Elohim» se combina con un segundo nombre divino pronunciado Yahveh (transcrito habitualmente como Jehová y traducido como ‘Señor’) y considerado como una abreviatura del nombre completo Yahveh asher yilweh, ‘Él es el que es’ (Éxodo 3, 14). En los nombres personales fue abreviado aun más en Yeho (v. g. Yehonathan o «Jonatán»), o Yo (v. g. Yonathan o «Jonatán»), o Yahu (v. g. Yirm’yahu o «Jeremías»), o Yah (v. g. «Ajías»). El hecho de que a Yahveh se le dé el sobrenombre divino de Elohim en el Génesis demuestra que se convirtió en un Dios trascendental al que se le atribuían todas las grandes obras de la Creación.
Los títulos y atributos de muchas otras deidades del Cercano Oriente fueron concedidos a Yahveh Elohim de modo sucesivo. En los poemas ugaríticos, por ejemplo, un epíteto constante del Dios Baal, hijo de Dagón, es «el que cabalga en las nubes». El Salmo 68, 5 lo otorga al Dios de Israel que, como Baal «El Dios de Safón», tiene un palacio en el «extremo norte» (yark’the saphon), imaginado como un monte de gallarda esbeltez (Isaías 14, 13; Salmos 48, 3).
19. Además, muchos de los actos atribuidos a la sanguinaria diosa Anat en la mitología ugarítica son atribuidos a Yahveh Elohim en la Biblia. La descripción ugarítica de cómo Anat masacra a sus enemigos:
[...] las rodillas hundía en la sangre de los guerreros,
los miembros, en el mondongo de los combatientes.
Hasta la saciedad se peleó en su casa [...]5
recuerda la segunda visión de Isaías de la venganza de Dios sobre los enemigos de Israel (Isaías 63, 3):
Los pisé con ira,
los pateé con furia,
y salpicó su sangre mis vestidos,
y toda mi vestimenta he manchado.
Los profetas y salmistas se preocupaban tan poco por los orígenes paganos de las imágenes religiosas que tomaban prestadas como los sacerdotes por la adaptación de los ritos de expiación gentiles al servicio de Dios. La cuestión esencial era en honor de quién debían entonarse ahora esas profecías o himnos o realizarse esos ritos. Si se ensalzaba a Yahveh Elohim, y no a Anat, Baal o Tammuz, todo era adecuado y piadoso.
a. Según otros, Dios creó el firmamento completo, el Sol, la Luna y las estrellas, con una sola voz de mando. Después, arropado de luz como de un manto glorioso, desplegó los cielos lo mismo que una tienda redonda, cortada a medida para cubrir el Océano. Tras retener las aguas de arriba en un pliegue de Su manto, estableció Su secreto pabellón sobre los cielos, poniéndole un cerco de densas tinieblas como de sayal, lo alfombró del mismo modo y asentó sus vigas sobre las aguas de arriba. Allí erigió Su trono divino6.
b. Mientras ejecutaba la obra de la Creación, Dios cabalgó por el Océano sobre nubes, o querubes, o las alas de la tormenta; o atrapó los vientos que pasaban y los tomó por Sus mensajeros. Asentó la Tierra sobre bases inamovibles, pesando cuidadosamente los montes, hundiendo algunos como pilares en las aguas del Océano, arqueando la Tierra sobre ellos y cerrando el arco con una clave formada por otros montes7.
c. Las aguas rugientes del Océano se levantaron y Tehom, su Reina, amenazó con inundar la obra de Dios. Pero Él cabalgó las olas en Su carro flameante y arrojó contra ella grandes descargas de granizo, rayos y truenos. Machacó a su monstruoso aliado Leviatán de un golpe en el cráneo; y al monstruo Ráhab le atravesó el corazón con una espada. Al increparlas con Su voz, las aguas de Tehom emprendieron la huida. Los ríos retrocedieron por las colinas y descendieron por los valles más allá. Tehom, temblando, reconoció su derrota. Dios lanzó un grito de victoria y secó las aguas hasta que el fondo del mar quedó a la vista. Entonces midió con el cuenco de Su mano el agua restante, la derramó en el lecho del mar y puso a éste dunas de arena por límite eterno; al mismo tiempo dictó un decreto que Tehom no podría infringir jamás, por muy violentas que mugiesen sus olas saladas, pues estaba, por decirlo así, encerrada tras unas puertas a las cuales se había echado el cerrojo8.
d. Luego tiró Dios el cordel sobre la tierra seca, fijando sus medidas. Permitió que las aguas dulces de Tehom manasen en los valles y que la lluvia cayese suavemente sobre las cumbres de los montes desde Su morada en las alturas. Así hizo brotar la hierba y el pasto para el ganado; también el grano y la uva para uso del hombre, y los grandes cedros del Líbano para que dieran sombra. Ordenó a la Luna que marcara las estaciones y al Sol que separara el día de la noche y el verano del invierno; y a las estrellas que alumbraran la noche. Llenó la tierra de animales, aves y sierpes; y el mar de peces, bestias marinas y monstruos. Dejó rebullir a todos los animales de la selva después del ocaso; pero cuando el Sol salía debían recogerse e ir a echarse a sus guaridas9.
Las estrellas del alba, mientras observaban, prorrumpieron en un canto de alabanza; y todos los Hijos de Dios le aclamaron10.
e. Habiendo completado así la obra de la Creación, Dios se retiró a un santuario en el monte Parán, en la Tierra de Temán. Siempre que Él abandona esta morada, la tierra tiembla y los montes echan humo11.
1. Este tercer relato de la Creación, construido a partir de referencias bíblicas distintas de las del Génesis, recuerda cosmogonías no sólo babilónicas sino también ugaríticas y cananeas; y amplía de manera notable la breve alusión a Tohu, Bohu y el Océano. Un Creador como El, Marduk, Baal o Jehová debe luchar, en primer lugar, contra el agua, personificada por los Profetas como Leviatán, Ráhab o el Gran Dragón, no sólo porque la Creadora a la que desplaza es una diosa de la fertilidad, y por tanto del agua, sino porque el matriarcado puede ser descrito en el mito como una mezcla caótica de los dos sexos que retrasa el establecimiento de un orden social patriarcal –como la lluvia que cae con abundancia al mar retrasa la aparición de la tierra seca–. Así, los principios masculino y femenino deben ser, ante todo, separados de forma decorosa, como cuando el cosmócrata egipcio Shu apartó a la diosa del Cielo Nut del abrazo del dios de la Tierra Geb; o cuando Yahveh Elohim arrancó las Aguas Masculinas de Arriba del abrazo de las Aguas Femeninas de Abajo (véase 4.e). El Marduk babilónico, cuando partió en dos a Tiamat, en realidad estaba separándola de Apsu, dios de las Aguas de Arriba.
2. En la mitología ugarítica, Baal establece el lecho marino como morada del agua vencida, a la que se trata como una deidad y un elemento:
¡Oh ‘pescador’ [...]!
Coge una red en tu mano [...]
una barredera con ambas manos [...];
sobre el amado de Ilu, Yammu, échala,
en el mar de Ilu, el Benigno,
en el Océano de Ilu [...]
3. Se discute lo que «Tohu» y «Bohu» significaban originariamente. Pero si se añade el sufijo m a Tohu (thw) se convierte en Tehom (thwm), el nombre bíblico de un monstruo marino primitivo. Tehom, en plural, se convierte en Tehomot (thwmwt). Con los mismos sufijos, Bohu se convierte en Behom y Behomot (bhwmwt), una forma variante del Behemot de Job, equivalente en tierra firme del monstruo marino Leviatán. Leviatán no puede distinguirse con facilidad de Ráhab, Tannin, Nahash o cualquier otra de las criaturas míticas que personifican el agua. El relato que sustenta Génesis 1, 2 puede ser, por tanto, que el mundo en su estado primitivo consistía en un monstruo marino llamado Tohu y un monstruo terrestre llamado Bohu. De ser así, la identificación de Tohu con Tehomot y de Bohu con Behemot (véase 6.n-q) ha sido eliminada por razones doctrinales (véase 1.13-16). Tohu y Bohu son entonces interpretados como estados no personificados del vacío o el caos; y a Dios se le hace responsable de la subsiguiente creación de Tehomot (o Leviatán) y Behemot.
4. El monstruo marino babilónico correspondiente al hebreo Tehomot aparece como Tiamat, Tamtu, Tamdu o Taawatu; y en los Primeros Principios de Damascio como Tahute. Por consiguiente, la raíz es taw, que guarda la misma relación con Tiamat que Tohu con Tehom y Tehomot. Además, el hecho de que tehom nunca tome el artículo definido en hebreo demuestra que en un tiempo fue un nombre propio, como Tiamat. Tehomot, pues, es el equivalente hebreo de la Madre Tiamat, amada por el dios Apsu, cuyo nombre derivó del sumerio Abzu, más antiguo; y Abzu era el imaginario abismo de agua dulce del que emergió Enki, dios de la Sabiduría. Ráhab (‘arrogancia’) es un sinónimo de Tehomot; en Job 26, 12 aparece el versículo:
Con su poder hendió la mar,
con su destreza quebró a Ráhab.
5. El aleteo del Espíritu de Dios sobre la amplia extensión de las aguas en Génesis 1, 2 evoca un ave, y en un poema bíblico primitivo se compara a Dios con «un águila que revolotea sobre sus polluelos» (Deuteronomio 32, 11). Pero la palabra ruah, traducida habitualmente como ‘espíritu’, en su origen significa ‘viento’, lo que recuerda el mito de la creación fenicia citado por Filón de Biblos: sobre el caos primitivo obró el Viento, que se enamoró de sus propios elementos. Otro cosmogonista bíblico hace que Baou, el principio femenino, sea fecundado por el viento. La diosa Baou, esposa del dios del viento Colpia, era identificada también con la diosa griega Nicte (‘Noche’), a quien Hesíodo considera Madre de Todas las Cosas. En Grecia era Eurínome, que tomó como amante a la serpiente Ofioneo.
6. Los ofitas heréticos del siglo I d.C. creían que el mundo había sido engendrado por una serpiente. La serpiente de bronce, que según la tradición hebrea fue hecha por Moisés por orden de Dios (Números 21, 8-9) y venerada en el santuario del Templo hasta que el reformista rey Ezequías la destruyó (2 Reyes 18, 4), sugiere que Yahveh había sido identificado en un tiempo con un dios serpiente, como Zeus en el arte órfico. El recuerdo de Yahveh como una serpiente sobrevivió en un midrás tardío según el cual Dios adoptó la forma de una serpiente enorme y se tragó a Moisés hasta los riñones cuando le atacó en el lugar desierto donde pasaba la noche (Éxodo 4, 24 ss.). La costumbre de inmolar a las víctimas propiciatorias en el lado septentrional del altar (Levítico 1, 11; M. Zebahim v. 1-5), habitual en Jerusalén, indica la existencia de un antiguo culto del Septentrión, semejante al practicado en Atenas. En el mito original, al parecer, la Gran Madre surgía del Caos y el viento producido por su venida se convertía en serpiente y la fecundaba; ella se transformaba entonces en ave (una paloma o un águila) y ponía el huevo del mundo, alrededor del cual la serpiente se enrollaba para incubarlo.
7. Según un salmo galileo (89), Dios creó el Cielo y la Tierra, el norte y el mediodía, el Tabor y el Hermón, sólo después de machacar a Ráhab y dispersar al resto de Sus enemigos. Y según Job 9, 8-13, cuando Dios despliega los Cielos y holla la espalda de la Mar, «bajo Él quedan postrados los esbirros de Ráhab». Estos esbirros recuerdan los aliados de Tiamat en su lucha contra Marduk, cuando éste la «sometió» con una imprecación sagrada.
8. Las alusiones bíblicas a Leviatán como monstruo marino de múltiples cabezas, o como serpiente «huidiza» (nahash bariah) o serpiente «tortuosa» (nahash aqalaton), traen a la mente los textos ugaríticos: «Si destruyes a Lotán [...] la serpiente tortuosa, la poderosa con siete cabezas [...]» y «Baal hundirá su lanza, como hizo con Lotán, la serpiente tortuosa de siete cabezas». El lenguaje se aproxima al hebreo bíblico: Leviatán (lwytn) aparece como lotan; nhsh brh como bthn (= hebreo pthn, ‘serpiente’) brh; y nhsh ‘qltwn, como bthn ‘qltn en ugarítico (ANET, 138b).
9. Gunkel y otros han establecido una correlación entre el cónyuge de Tiamat, Apsu, personificación de las Aguas de Arriba, y el término hebreo ephes, que significa ‘confín, nada’. La palabra suele aparecer de dos formas: aphsayim o aphse eres, ‘los confines de la tierra’ (Deuteronomio 33, 17; Miqueas 5, 3; Salmos 2, 8, etc.). Su connotación acuosa sobrevive en una profecía bíblica (Zacarías 9, 10): «Su dominio irá de mar a mar y desde el río hasta los confines de la tierra», donde la convención poética exige que «los confines de la tierra» signifique también «río», probablemente el río Océano. Del mismo modo, en Proverbios 30, 4, aphsayim se corresponde con «aguas»:
¿Quién retuvo las aguas en su manto?,
¿quién estableció los aphsayim de la tierra?
El hecho de que el Creador tome los elementos cósmicos en su puño, o en sus manos, es uno de los temas preferidos en el mito del Cercano Oriente. La victoria de Dios sobre ephes o aphsayim ha sido registrada en Salmos 67, 8 y en 1 Samuel 2, 10. Isaías (45, 22), tras declarar que Dios solo creó la tierra, se dirige a los aphsayim en Su nombre: «Volveos a mí y seréis salvados, aphsayim todos de la tierra».
10. Aunque los profetas hebreos disfrazaron los nombres de Apsu, Tiamat y Baou como abstracciones vacías, Isaías 40, 17:
Todas las naciones son como nada ante Él,
como Ephes y Tohu son estimadas por Él,
sigue a un pasaje que recuerda los actos de Dios en los días de la Creación. Y en Isaías 34, 11-12, Tohu, Bohu y Ephes se utilizan en clara relación con su significado mitológico, cuando el profeta anuncia la destrucción de Edom:
Tenderá Yahveh sobre ella la plomada de Tohu
y el nivel de Bohu [...]
y todos sus príncipes serán Ephes.
11. «Encerró a Tehom con un cerrojo y dos puertas» alude a una doble puerta y al cerrojo echado entre sus hojas. La misma imagen se encuentra en el Enuma Elish: después que Marduk mató a Tiamat y formó los Cielos con la mitad de su cuerpo, «echó un cerrojo y apostó vigilantes para impedir que Tiamat dejara escapar sus aguas». El texto del Enuma Elish sugiere que nahash bariah, la expresión que aparece en Isaías 27, 1 y Job 26, 13 para describir a Leviatán, podría significar también ‘la serpiente encerrada’. Bariah, sin ningún cambio en la vocalización, significa ‘encerrada, confinada’ además de ‘huidiza’.
12.El monte Parán, sobre el que Dios estableció su morada según Habacuc 3, 3, es una de las diversas montañas de Temán («la tierra del sur») a la que Él, según se dice, honró de ese modo; las otras son Horeb, Sinaí y Seír (Éxodo 3, 1; Deuteronomio 33, 2). Desde Parán, Yahveh avanzaba vengativo en los torbellinos del sur (Zacarías 9, 14). El desierto montañoso de Parán, Sin y Cadés, por el que los israelitas vagaron durante cuarenta años y donde Dios se les apareció en el fuego (Éxodo 19, 1-3 y 16-20), se asociaba no sólo con Moisés, sino también con Elías (1 Reyes 19, 8) y Abraham (véase 29.g).
a.
