Los profetas, mensajeros de Dios - Nuria Calduch-Benages - E-Book

Los profetas, mensajeros de Dios E-Book

Nuria Calduch-Benages

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Beschreibung

¿Quiénes eran los profetas? La autora de este libro los define como mensajeros de Dios. Pero... ¿qué hacían? ¿qué tipo de vida llevaban? ¿en qué circunstancias históricas vivieron? ¿qué mensajes transmitían? ¿cómo influyeron en la historia del Antiguo Testamento? Y... ¿qué mensaje nos transmiten a nosotros? A lo largo de estas páginas, de una forma muy sencilla, este libro nos va respondiendo a estas preguntas. En primer lugar, explicándonos el significado de la misión profética, y después acercándonos a cada uno de los profetas. Para descubrir, aunque sea tan sólo como una pequeña cata, todo lo que, a través de ellos, Dios quiso manifestar a su pueblo de Israel y sigue manifestándonos a nosotros.

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La colección Emaús ofrece libros de lectura

asequible para ayudar a vivir el camino cristiano en el momento actual.

Por eso lleva el nombre de aquella aldea hacia la que se dirigían dos discípulos desesperanzados cuando se encontraron con Jesús,

que se puso a caminar junto a ellos,

y les hizo entender y vivir

la novedad de su Evangelio.

Nuria Calduch-Benages

Los profetas, mensajeros de Dios

Colección Emaús 98

Centre de Pastoral Litúrgica

CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA

Calle Nápoles 346,7. 08025 Barcelona

www.cpl.es

Diseño de la cubierta: Mercè Solé

No está permitida la reproducción total o parcial de esta obra por

cualquier procedimiento sin la autorización escrita de la editorial.

Primera edición: febrero de 2020

ISBN: 978-84-9165-300-4

Introducción

El rabino Abraham Joshua Heschel (1907-1972), filósofo, teólogo y defensor del diálogo entre judíos y cristianos, plasmó su pensamiento en muchos libros entre los que destaca uno que lleva por título Los profetas, vol. I-III (Buenos Aires: Paidós, 1973; original del 1962). En estos tres volúmenes, el autor nos ofrece unos de los mejores compendios sobre el profetismo escrito en los últimos cincuenta años. Es una obra penetrante e intuitiva que se ha convertido en un clásico en los estudios bíblicos. Entresaco algunos pasajes significativos a modo de introducción:

«Los profetas no tenían ni ‘teorías’ ni ‘ideas’ sobre Dios. Lo que tenían era una comprensión. Su comprensión de Dios no era el resultado de un estudio teórico, de avanzar a tientas entre alternativas sobre la esencia y los atributos de Dios. Para los profetas Dios era real de forma arrolladora y su presencia era aplastante. Nunca hablan de Él con indiferencia. Vivieron como testimonios, impresionados por las palabras de Dios, más que como investigadores comprometidos en averiguar la naturaleza de Dios; sus discursos constituían una liberación de un peso, más que barruntos percibidos en la niebla de la incertidumbre (…).

Para los profetas los atributos de Dios eran impulsos, desafíos, mandamientos, más que nociones fuera del tiempo separadas de su ser. Ellos no ofrecieron una interpretación de la naturaleza de Dios, sino una interpretación de la presencia de Dios en el ser humano, de su preocupación por el ser humano. Revelaron actitudes de Dios más que ideas sobre Dios (…).

Para los profetas el conocimiento de Dios era comunión con Él, una comunión que conseguían no mediante silogismos, análisis o inducción, sino viviendo junto a Él».

En sintonía con las ideas de A. J. Heschel, el objetivo de estas páginas es introducir a los lectores y lectoras en el conocimiento interior de los profetas bíblicos y sus libros, para que de este modo puedan ahondar en su comprensión de Dios y de su palabra. Lo haremos de forma sencilla, insistiendo en lo esencial y sin pretensiones de erudición. En primer lugar, abordaremos una serie de cuestiones básicas como las diferentes clasificaciones de los profetas, la definición de profeta, la profecía pre-clásica, los fenómenos proféticos en el medio oriente antiguo, las profetisas del Antiguo Testamento, la formación de los libros proféticos y los géneros literarios proféticos. Luego haremos una breve presentación de cada profeta y de su obra, situándola en su contexto histórico e ilustrándola con algunos de sus textos más importantes. Por último, ofreceremos una pequeña selección bibliográfica para que todas aquellas personas interesadas puedan ampliar su conocimiento de los profetas y sus libros mediante ulteriores lecturas. Algunas obras son de carácter más científico y otras, como se puede apreciar en sus títulos, más pastorales. Sea como sea, todas pretenden el mismo objetivo: que los lectores y lectoras se familiaricen con los textos proféticos y que aumente su interés por ellos; que la lectura de estos textos, a veces extraños e incomprensibles, les abra a una dimensión de la fe más dinámica y más comprometida con la vida.

El criterio que hemos escogido para dicha presentación es cronológico, es decir, empezaremos con los profetas del siglo VIII a.C. (Amós, Oseas, Isaías y Miqueas), luego seguiremos con los del siglo VII a.C. e inicios del siglo VI a.C., es decir los del tiempo del exilio en Babilonia (Sofonías, Nahum, Habacuc, Jeremías, Ezequiel y Deuteroisaías), y los del postexilio (Ageo, Zacarías, Malaquías, Tritoisaías, Jonás, Joel y Abdías), para terminar con Daniel en el período helenístico (siglo II a.C.). Por obvias cuestiones de espacio, algunos profetas los trataremos por separado (Amós, Oseas, Isaías, Miqueas, Jeremías, Ezequiel, Deuteroisaías, Tritoisaías y Daniel) y otros, todos profetas menores, en grupos de tres (Sofonías, Nahum y Habacuc; Ageo, Zacarías y Malaquías; Jonás, Joel y Abdías). De este modo, intentaremos ofrecer una visión panorámica de la literatura profética del Antiguo Testamento sin descuidar a ninguno de sus protagonistas.

El profetismo bíblico

Primera parte

1. Los profetas y sus clasificaciones

Vamos a presentar tres clasificaciones diversas respecto a los profetas. La primera distingue entre profetas anteriores y profetas posteriores. Para entender esta clasificación hay que recurrir a la tradición hebrea, según la cual los profetas anteriores se refieren a los libros siguientes: Josué, Jueces, primer y segundo libro de Samuel, primer y segundo libro de los Reyes. Ahora bien, ¿cómo es que estos libros son considerados como proféticos? ¿es que fueron escritos por profetas? o ¿contienen profecías? o quizás ¿cuentan historias sobre algunos profetas? Todas estas son preguntas legítimas que merecen una respuesta. Vamos a intentarlo.

Según la antigua tradición hebrea, estos libros se llaman proféticos porque han sido escritos por profetas como Josué, Samuel y Jeremías. Seguramente nos sorprende que Josué sea considerado como un profeta, cuando la idea que tenemos de él es la de un jefe militar relacionado con la conquista de la tierra prometida. Sin embargo, así nos lo presenta el autor del libro de Ben Sira, conocido también como Eclesiástico o Sirácida: “Josué, hijo de Nun, fue fuerte en la guerra y sucedió a Moisés en el oficio profético” (Sir 46,1). Ahora bien, ésta no es la única respuesta posible. Consideremos otras. Los libros mencionados son proféticos porque en sus narraciones aparecen muchos personajes proféticos como, por ejemplo, Débora, Natán, Elías o Eliseo; o bien, son proféticos porque uno de los principios teológicos que orienta su lectura es el esquema “anuncio profético – realización en la historia”, como se puede ver en los siguientes ejemplos: en 2 Sam 7,13 se anuncia el nacimiento de Salomón y en 1 Re 8,20 se cumple la promesa; en 1 Re 13,2 se anuncia la destrucción de Betel y en 2 Re 23,15-16 se cumple la profecía. Recordemos que para los cristianos estos libros corresponden a los llamados “libros históricos”, o según una terminología más moderna, a la historiografía deuteronomística.

Pasemos ahora a los profetas posteriores. En la tradición hebrea la designación “profetas posteriores” se refiere a cuatro libros: Isaías, Jeremías, Ezequiel, y a los Doce Profetas, entendidos como un único libro (Joel, Oseas, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías). Parece que esta agrupación y este orden en los libros era corriente en el siglo II a.C., como lo atestigua el libro de Ben Sira escrito aproximadamente el año 185 a.C. en Jerusalén. Los textos que en dicha obra hablan de los profetas forman parte de Sir 44–50, una sección dedicada a los hombres ilustres de Israel y conocida como «el Elogio de los antepasados o de los padres», donde no se menciona a ningún nombre de mujer! Veamos estos textos más detenidamente:

“Porque Ezequías hizo lo que agrada al Señor

y se mantuvo firme en los caminos de David su padre,

como se lo ordenaba el profeta Isaías.

En tiempo de Isaías el sol retrocedió,

y se prolongó la vida del rey.

Con gran inspiración vio el fin de los tiempos,

y consoló a los afligidos de Sión.

Reveló el futuro hasta la eternidad

y las cosas ocultas antes que sucedieran” (Sir 48,22-25).

“Incendiaron la ciudad elegida del santuario

y dejaron desiertas sus calles,

según la palabra de Jeremías, a quien maltrataron,

consagrado profeta desde el seno de su madre,

para arrancar, destruir y derribar

y también para construir y plantar” (Sir 49,6-7).

“Ezequiel tuvo la visión de la gloria

que Dios le reveló en el carro de querubines,

porque se acordó de sus enemigos en la tempestad

y favoreció a los que seguían el camino recto” (Sir 49,8-9).

“En cuanto a los doce profetas:

¡que sus huesos revivan en sus tumbas,

porque ellos consolaron a Jacob

y lo salvaron con esperanza confiada!” (Sir 49,10).

La segunda clasificación distingue entre los profetas pre-clásicos y los profetas clásicos. Si antes, en la primera clasificación, nos hemos referido a los libros proféticos, ahora nos centramos más bien en los personajes proféticos. Los “profetas clásicos” son aquellos cuyos oráculos se encuentran en los libros llamados “profetas posteriores”. El más antiguo es Amós, que ha desempeñado su ministerio profético poco antes del 750 a.C. Así pues, los “profetas pre-clásicos” son aquellos anteriores a Amós (por ejemplo, Débora, Natán, Elías, Eliseo…), que aparecen sobre todo en los libros de Samuel y Reyes y no tienen un libro correspondiente. La distinción no es cualitativa sino de orden temporal. De entre los profetas pre-clásicos sobresale Elías quien, sin haber escrito ningún libro, aparece como el representante de los profetas en la escena de la transfiguración en el Nuevo Testamento junto a Moisés y Jesús.

Pasemos ahora a la última clasificación: profetas mayores y profetas menores. Se llaman profetas mayores Isaías, Jeremías (con Lamentaciones y Baruc), Ezequiel y Daniel, mientras los profetas menores son los que forman el grupo de los Doce. En este caso la distinción no es cualitativa sino que se refiere a la extensión de los libros.

2. Definición de profeta

En el lenguaje actual, un profeta o una profetisa, es un anunciador de cosas futuras, una especie de adivino. La misma connotación tienen los términos profetizar, profecía, profético, proféticamente. Ahora bien, en la Biblia el profeta (en hebreo, nabí) no es uno que adivina el futuro sino una persona inmersa en el presente y comprometida con su pueblo. Por eso, denuncia las injusticias sociales y conspiraciones políticas, lucha contra la corrupción religiosa y defiende a los oprimidos, manteniéndose siempre fiel a los designios de Dios. A decir verdad, algunos textos bíblicos presentan al profeta como una persona capaz de revelar misterios ocultos y adivinar el futuro. Podemos mencionar algunos ejemplos: Samuel consigue encontrar las borricas extraviadas de su padre Saúl (1 Sam 9,6–7,20); Ajías de Siló, estando ciego, sabe que la mujer disfrazada que va a visitarlo es la esposa del rey Jeroboán y le predice el futuro de su hijo enfermo (1 Re 14,1-16); Elías predice la muerte inminente del rey Acazías (2 Re,1,16-17); Eliseo sabe que su siervo ha aceptado en secreto dinero del ministro sirio Naamán, sabe dónde se encuentra el campamento de los arameos (2 Re 6,8-9) y sabe que el rey ha decidido matarlo (2 Re 6,30-31). Todos estos ejemplos, sin embargo, pertenecen a la primera época del profetismo bíblico, es decir, antes del siglo VIII a.C. Aunque en determinados momentos, los profetas hayan revelado cosas ocultas o hecho predicciones sobre acontecimientos futuros, su principal misión siempre ha sido la de iluminar el presente con la palabra de Dios y orientar a sus contemporáneos para que sigan el camino recto.

Vamos a intentar ser más concretos y ofrecer una definición de profeta más completa y detallada. Lo haremos mediante cuatro afirmaciones que explicamos seguidamente.

El profeta es una persona inspirada en el sentido más riguroso de la palabra. Su inspiración deriva de un contacto personal con Dios que inicia en el momento de su llamada o vocación. Por este motivo, cuando habla o escribe, el profeta no recurre a archivos o documentos, como los autores de las obras historiográficas, ni tampoco se apoya en la experiencia humana, como los sabios. Su único punto de apoyo, su fuerza y su debilidad, es la palabra de Dios. Esa palabra que Dios le transmite cuando quiere y como quiere, una palabra que se impone, una palabra que no admite ni rechazo ni retraso.

El profeta es un personaje público. Su deber de transmitir la palabra de Dios lo pone en contacto con los demás. No puede retirarse en un lugar solitario y tranquilo, idóneo para el estudio o la reflexión; tampoco puede limitarse a actuar en el recinto del templo, protegido por una estructura majestuosa y solemne. Su lugar está en la calle, en la plaza pública, allí donde la gente se encuentra, se reúne, allí donde el mensaje es más necesario y la problemática más urgente. El profeta tiene que estar en contacto con el mundo que le rodea. No puede ignorar las maquinaciones de los políticos, las intenciones del rey, el descontento de los pobres campesinos, el lujo desenfrenado de los poderosos, la despreocupación y desidia de muchos sacerdotes. Ningún ámbito de la vida humana le es indiferente, porque en definitiva nada es indiferente para Dios.

El profeta es una persona amenazada, que a veces experimentará en carne propia lo que Dios dijo a Ezequiel en una ocasión:

“Han venido a ti en masa. Mi pueblo se sentará frente a ti, escucharán tus palabras, pero no las pondrán en práctica, porque me halagan con sus labios, pero después solo buscan su provecho. Eres para ellos como un cantor apasionado, de buena voz y que sabe acompañarse con las cuerdas. Escuchan tus palabras, pero no las practican” (Ez 33,31-32).

Se trata de la amenaza que representa fracasar en la misión: los esfuerzos del profeta no encuentran eco en la gente a quien dirige su mensaje. De todos modos, éste es el mal menor, pues muchas veces los profetas tienen que enfrentarse con situaciones mucho más duras. Elías tiene que huir del rey en numerosas ocasiones. A Oseas le llaman loco y estúpido, y a Amós lo expulsan del reino del norte. A Jeremías no solo lo consideran un traidor de la patria sino que lo persiguen, lo encarcelan durante varios meses y buscan su muerte. Zacarías muere lapidado en el atrio del templo. Estos ejemplos bastan. Ahora bien, la persecución no es obra exclusiva de reyes y poderosos, también participan en ella sacerdotes y falsos profetas; incluso el pueblo llano se rebela contra los profetas: los critica, los desprecia, los persigue. En la persecución que sufren los profetas se prefigura el destino de Jesús de Nazaret.