Los Ungidos - Elena G. de White - E-Book

Los Ungidos E-Book

Elena G. De White

0,0

Beschreibung

El único Rey y Profeta que no pecó fue Jesús, el Cordero de Dios. Y solamente él puede llevar los pecados del mundo, nuestros pecados. Sin embargo, podemos aprender de los éxitos y los fracasos de los ungidos de Dios, conforme está registrado en la Biblia. Los relatos de su vida revelan el gran amor y la paciencia que Dios tiene por todos nosotros, y su deseo de perdonarnos y darnos un nuevo corazón y una mente renovada, para que podamos vivir una vida mejor en este mundo y alcanzar la vida eterna en el mundo por venir.Resalta las grandes lecciones morales que deben aprenderse de los triunfos, las derrotas, las apostasías, el cautiverio y las reformas de Israel.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 571

Veröffentlichungsjahr: 2019

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Los Ungidos

Elena G. de White

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Los Ungidos

Serie Conflicto

Elena G. de White

Título del original: From Splendor to Shadow,Pacific Press Publishing Association, Nampa, ID, E.U.A., 1984.

Dirección: Natalia Jonas

Traducción: Claudia Blath

Diseño del interior: Nelson Espinoza

Diseño de tapa: Marisa Ferreira, Levi Gruber, Nelson Espinoza

Ilustración de tapa: Thiago Lobo

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Printed in Argentina

Primera edición, e–Book

MMXIX

Es propiedad. © Pacific Press Publ. Assn. (1984).

© ACES (2018).

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-701-828-8 (Obra completa)

ISBN 978-987-798-023-3

White, Elena G. de

Los Ungidos / Elena G. de White. – 1ª ed . – Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2019.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

Traducción de: Claudia Blath.

ISBN 978-987-798-023-3

1. Religión. I. Blath, Claudia, trad. II. Título.

CDD 289.92

Publicado el 30 de octubre de 2019 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: [email protected]

Web site: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Índice de contenido
Los Ungidos
Prefacio
Introducción
Capítulo 1
El comienzo espectacular de Salomón
El sueño que Dios le dio a Salomón
Cómo triunfar como líder
El éxito fenomenal de Salomón
Capítulo 2
El Templo magnífico de Salomón
La belleza incomparable del Templo
La gloria de Dios llena el Templo en su dedicación
La oración de Salomón
La mayor gloria de Israel
Capítulo 3
La prosperidad y el orgullo acarrean desastre
La advertencia y el primer desacierto de Salomón
La riqueza y la fama acarrean una maldición
Las mujeres atractivas resultan ser una trampa
Ninguno de nosotros es más sabio que Salomón
Capítulo 4
Salomón perdió su oportunidad
Los pasos que llevaron a la apostasía
Visita de la reina de Sabá
Otra enorme perversión del plan de Dios
Capítulo 5
El profundo arrepentimiento de Salomón
Una advertencia profética sobresalta a Salomón
Salomón reconoce su pecado
Consejos para los jóvenes
Solo la obediencia nos mantiene alejados de la apostasía
Los efectos de la apostasía de Salomón
Capítulo 6
La arrogancia de Roboán: el reino despedazado
El error que nunca se pudo enmendar
Roboán fracasa
Las secuelas de la apostasía de Roboán
Capítulo 7
Jeroboán lleva de vuelta a Israel a la adoración de ídolos
La rebeldía del rey es reprendida
Un profeta es engañado para que desobedezca
El juicio de Dios sobre Jeroboán
Capítulo 8
La apostasía nacional lleva a la ruina nacional
La buena regla del rey Asá
Una victoria extraordinaria ganada por confiar en Dios
Comienza el malvado reinado de Acab
Capítulo 9
Elías confronta al rey Acab
Los sacerdotes de Baal engañaban al pueblo
Sequía y hambruna durante dos años
Capítulo 10
La voz de la reprensión severa
Hospitalidad recompensada
Tres años de sequía
El pueblo finalmente está listo para la reforma
Profeta valiente, rey culpable
Necesidad de reforma hoy
Capítulo 11
Dios es reivindicado en el Monte Carmelo
Nadie tiene el coraje de apoyar a Elías
Los profetas de Baal se rinden
Fuego del cielo responde la sencilla oración de Elías
Los impenitentes sacerdotes de Baal
Capítulo 12
El profeta pierde la fe y se deja llevar por el pánico
Jezabel pone en peligro la vida de Elías
La falta de fe de Elías
El total abatimiento de Elías
Capítulo 13
“¿Qué haces aquí?”
Hay muchos hoy que no se han inclinado ante Baal
En tiempos de debilidad, confíen en Dios
Capítulo 14
El llamado de Dios a los apóstatas modernos
Cristo exaltó el sábado
¡Se necesitan Elías hoy!
La prueba vendrá sobre todos
Capítulo 15
Josafat, el rey que creyó en Dios
Josafat comete un error
Ejércitos que amenazan con destruir Judá
Una batalla ganada por un coro
Capítulo 16
La caída de la casa de Acab
Ocozías sigue los caminos de su padre y su madre
Formas satánicas modernas de adoración
Jehú asume el reinado
Capítulo 17
El llamamiento de Eliseo para suceder a Elías
Un joven que rechazó el llamado de Cristo para servir
Los extraordinarios resultados de la obra de Elías
Muchos serán trasladados sin probar la muerte
Capítulo 18
La purificación de las aguas
El Señor todavía sana los manantiales amargos
Capítulo 19
Eliseo, el profeta apacible
La hospitalidad de una familia es recompensada
El guiso envenenado se vuelve comestible
Capítulo 20
El capitán Naamán fue sanado de la lepra
Una niña cautiva anima a Naamán a buscar curación
El siervo de Eliseo tiene el espíritu de Judas
Capítulo 21
Termina el ministerio de Eliseo
Dios honra la profecía de Eliseo
El mensaje de Eliseo llegó a los de corazón honesto
Sean valientes y tengan esperanza
Los últimos días Eliseo
Eliseo es fiel hasta el final
Capítulo 22
Jonás, el profeta que huyó
Jonás es arrojado por la borda
Los días de Jonás y los nuestros
Capítulo 23
La decadencia y caída de Israel
Las apelaciones misericordiosas de Oseas
Los juicios son refrenados por un tiempo
El fin llegó rápidamente
Capítulo 24
Una nación “destruida por falta de conocimiento”
Israel sería “errante entre las naciones”
Capítulo 25
Profeta con un mensaje de esperanza
Isaías es enviado cuando los planes de Dios parecían fracasar
El éxito final está asegurado
Capítulo 26
El mensaje de Isaías: “¡He aquí vuestro Dios!”
El evangelio a todo el mundo
Dios aceptará a los pecadores indignos
El Señor los recibirá
Capítulo 27
Acaz casi acaba con el reino
Gran peligro para la nación escogida
Capítulo 28
El rey Ezequías repara el daño
La celebración de la Pascua
La reforma se expande
Capítulo 29
Visitantes de Babilonia ven las cosas equivocadas
El trágico orgullo de Ezequías
Nuestras palabras pueden ayudar a otros
Capítulo 30
Un ángel destruye al ejército asirio
La fe inspira fe
Los líderes de Judá oran contritos
Las provocaciones del enemigo
El Señor responde los ruegos de Judá
Llega la liberación
Lecciones del orgulloso imperio asirio
Capítulo 31
Las “buenas nuevas” de Isaías para todas las naciones
La cautividad trajo “buenas nuevas” a muchos
La iglesia lleva las “buenas nuevas” al mundo
Capítulo 32
Manasés y Josías: lo peor y lo mejor
Josías resuelve ser fiel a su fe
Habacuc se inclina en sumisión al Señor
La fe sostendrá al pueblo de Dios hoy
Capítulo 33
Se descubre el libro de la Ley perdido por mucho tiempo
El joven Josías hace todo lo posible
El rey consulta a la profetisa de Dios
Se cumple una profecía de trescientos años
Capítulo 34
Jeremías, el hombre que sintió la angustia de Dios
Un profeta verdadero siempre “construye”
La maravillosa misericordia de Dios
El coraje de Jeremías le salva la vida
La disposición pacífica de Jeremías
Capítulo 35
La asombrosa terquedad de Judá
Los jóvenes fieles fueron alentados
La perversidad del rey Joacim
Dios trata de salvarnos
El segundo libro de Jeremías
Capítulo 36
Sedequías, el último rey de Judá
Por qué era tan importante la sumisión
Jeremías se enfrenta a falsos profetas arrogantes
Se le muestran abominaciones en el Templo a Ezequiel
Capítulo 37
Sedequías pierde su última oportunidad
Cita secreta de un rey vacilante
Un etíope le salva la vida a Jeremías
Sedequías no tiene resistencia moral
Los babilonios respetan a Jeremías
Capítulo 38
¡No estaba todo perdido!
Jeremías se siente abrumado con la tentación de dudar
Aliento cuando todo parecía perdido
La iglesia de Dios es consolada
El nuevo pacto resolverá el problema de la apostasía
Capítulo 39
Daniel, un cautivo en Babilonia
La idolatría y la tentación seductora
Daniel apela a otra autoridad
Resultados extraordinarios de la verdadera reforma pro salud
El secreto del éxito de Daniel
Capítulo 40
El sueño de Nabucodonosor de los imperios mundiales
Llegó la oportunidad de Daniel
La reconfortante honestidad de Daniel
El rey es humillado
Por qué caen las naciones y los imperios
Capítulo 41
Tres hebreos en el horno de fuego
La imagen de oro: la gloria eterna de Babilonia
El rey intenta presuadir a los hebreos
Dios en el horno de fuego
Un tiempo de prueba cual nunca hubo
Capítulo 42
Los siete años de locura de Nabucodonosor
Descubriendo el significado
El efímero arrepentimiento de Nabucodonosor
Capítulo 43
La fiesta de Belsasar: la última noche de Babilonia
Una señal de condenación
Daniel le presenta al rey su pecado
Interpretación de la escritura en la pared
Se retira la mano refrenadora de Dios
Profecía cumplida
Un poder invalida los asuntos humanos
Capítulo 44
Daniel en el foso de los leones
El remordimiento de un rey vanidoso
Daniel es arrojado al foso de los leones
Dios puede librar
Daniel es el mismo en la adversidad o la prosperidad
Capítulo 45
Ciro libera a los exiliados
La profecía de tiempo se revela
El fiel Daniel se identifica con el Israel infiel
Un remanente de la incredulidad del antiguo Israel
Capítulo 46
Fracasa la terrible oposición
Por qué rechazaron la ayuda de los samaritanos
El pueblo de Dios debe evitar las influencias sutiles
Dios envía un mensaje consolador
La promesa de prosperidad temporal
Las alentadoras visiones de Zacarías
Capítulo 47
Satanás, el acusador; Cristo, el defensor
Cómo obra Satanás
Satanás trata de desanimar al pueblo de Dios
Los pecados son borrados
Capítulo 48
El secreto del éxito en la obra de Dios
Los caminos humanos contrastados con los caminos de Dios
La verdadera gloria del segundo Templo
Capítulo 49
Ester, la niña hebrea que llegó a ser reina
El decreto de muerte contra el pueblo de Dios
La gran reunión de oración
Capítulo 50
Esdras, el amigo de confianza del rey
Esdras estudia para presentarse aprobado
Esdras se convierte en el portavoz del Señor
El tercer decreto hace provisión completa
La dirección de Dios es evidente en el decreto de Artajerjes
Solo los dignos de confianza son escogidos
Capítulo 51
Esdras inicia un reavivamiento espiritual
El comienzo de la reforma
La causa de la corrupción: dejar de lado la Ley de Dios
Estamos entrando en la última batalla del Conflicto
Capítulo 52
Nehemías, hombre de oración y de acción
Nehemías espera la oportunidad de Dios
Dios le dio valor a Nehemías
Capítulo 53
Nehemías logra lo “imposible”
Cómo obtuvo apoyo Nehemías
El ejemplo de Nehemías prevalece
Construir con una mano, luchar con la otra
Capítulo 54
Nehemías valientemente reprende el egoísmo
El evangelio puede curar la injusticia económica moderna
Capítulo 55
La unión con el mundo entorpece la causa de Dios
El sirvo de Dios ve a través del complot
Capítulo 56
El gozo del perdón y la sanidad
Capítulo 57
La difícil obra de reforma de Nehemías
Los líderes habían favorecido a las personas equivocadas
Lucha constante con elementos contrarios
Los “Nehemías” de hoy lideran la reforma sabática
Capítulo 58
La oscuridad precede al amanecer
Cómo revelaban al Salvador los servicios del Santuario
El verdadero carácter del Mesías revelado
La obra importante: la liberación del pecado
Se especifica el tiempo de la primera venida de Cristo
Capítulo 59
¿Dónde está el verdadero Israel de Dios?
Malaquías revela el secreto de la prosperidad
Cómo se pervirtieron los servicios del Santuario
Israel rechaza a su Mesías
Una autoaplicación
La tarea del Israel espiritual
La luz penetrará la oscuridad del mundo
Capítulo 60
Visiones de un futuro glorioso
El orgullo humano será humillado
La resurrección de los muertos
Cómo será la vida en la Tierra Nueva

Prefacio

Este libro es una traducción y adaptación del libro From Splendor to Shadow, la edición condensada del clásico de Elena de White Profetas y reyes. El libro condensado incluía todos los capítulos del original, y utilizaba las palabras de Elena de White, pero con un texto reducido.

Esta adaptación, Los Ungidos, da un paso más en ese sentido, y utiliza algunas palabras, expresiones y estructuras más familiares para los lectores del siglo XXI. El libro, sin embargo, no es una paráfrasis. Sigue el texto de la edición condensada frase por frase, y mantiene la fuerza de la composición literaria de Elena de White. Esperamos que los lectores que se acercan por primera vez a los escritos de Elena de White disfruten de esta adaptación y desarrollen el deseo de leer otros libros de su autoría.

Salvo que se indique lo contrario, los textos bíblicos fueron extraídos de la Nueva Versión Internacional. Otras versiones utilizadas son la Reina-Valera, revisión de 1960 (RVR); la Reina-Valera Antigua (RVA); la Biblia de Jerusalén (BJ); y la Versión Moderna (VM).

Muchos de los capítulos están basados en textos bíblicos, explicitados al comienzo. Las citas bíblicas que están dentro de esos textos se detallan solo con número de capítulo y de versículo.

Los Ungidos comienza con el relato del glorioso reinado de Salomón sobre Israel. Aquí repasamos la historia de un pueblo favorecido y escogido, que oscilaba entre la lealtad a Dios y a los dioses de las naciones limítrofes. Lo más importante es que en el fascinante estudio de personajes de reyes, líderes y profetas de una era turbulenta, encontramos evidencias dramáticas del conflicto furioso entre Cristo y Satanás por el corazón de hombres y mujeres. Los capítulos finales del libro hablan de la venida de Cristo a la nación judía, y al mundo, como su verdadera Realeza, y de su Reino, que finalmente deshará toda la ruina que la humanidad –regia o no– ha acarreado sobre la Tierra mediante el pecado.

Es nuestro deseo y oración que muchos más lectores puedan acercarse a Dios por medio de estos libros y su presentación de temas bíblicos.

LOS EDITORES.

Introducción

El destino glorioso que Israel podría haber tenido

Cuando Dios llamó a Abraham para que saliera de entre su parentela idólatra, y lo invitó a que morase en la Tierra de Canaán, lo hizo con el fin de otorgar los más ricos dones del Cielo a todos los pueblos de la Tierra. “Haré de ti –le dijo– una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición” (Gén. 12:2). Abraham recibió la alta distinción de ser padre del pueblo que durante siglos habría de conservar la verdad de Dios para el mundo, el pueblo por medio del cual todas las naciones iban a ser bendecidas en el advenimiento del Mesías prometido.

Los hombres casi habían perdido el conocimiento del Dios verdadero. Sus mentes estaban entenebrecidas por la idolatría. Sin embargo, en su misericordia, Dios no les quitaba la existencia. Quería que los principios revelados por su pueblo fuesen el medio de restaurar la imagen moral de Dios en el hombre.

La Ley de Dios debía ser exaltada, y esta obra grande fue confiada a la casa de Israel. Dios la separó del mundo, y quiso conservar por su medio el conocimiento de sí mismo entre los hombres. Así debía oírse una voz que suplicara a todos los pueblos que se apartasen de la idolatría para servir al Dios vivo.

Dios sacó a su pueblo elegido de la Tierra de Egipto para así llevarlos a una Tierra buena, una Tierra que había preparado para que les sirviese de refugio contra sus enemigos. En reconocimiento de su bondad y misericordia, ellos debían exaltar su nombre y hacerlo glorioso en la Tierra. Milagrosamente protegidos de los peligros que toleraron en su peregrinación por el desierto, quedaron finalmente establecidos en la Tierra Prometida como nación favorecida.

Isaías relató patéticamente cómo Dios llamó y preparó a Israel: “Mi amigo querido tenía una viña en una ladera fértil. La cavó, la limpió de piedras y la plantó con las mejores cepas. Edificó una torre en medio de ella y además preparó un lagar. Él esperaba que diera buenas uvas, pero acabó dando uvas agrias” (Isa. 51:1, 2).

El profeta declaró: “La viña del Señor Todopoderoso es el pueblo de Israel; los hombres de Judá son su huerto preferido” (vers. 7).

Estaba cercado por los preceptos de su Ley, los principios eternos de verdad, justicia y pureza. La obediencia a estos principios debía ser su protección, porque le impediría destruirse a sí mismo por causa de prácticas pecaminosas. Como torre del viñedo, Dios puso su santo Templo en medio de la Tierra. Cristo era su instructor, su maestro y guía. En el Templo, su gloria moraba en la santa Shekina sobre el propiciatorio. El propósito de Dios les fue manifestado por medio de Moisés y fueron aclaradas las condiciones de su prosperidad. “Porque para el Señor tu Dios tú eres un pueblo santo; él te eligió para que fueras su posesión exclusiva entre todos los pueblos de la Tierra. [...] Hoy has declarado que el Señor es tu Dios y que andarás en sus caminos, que prestarás oído a su voz y que cumplirás sus preceptos, Mandamientos y normas. Por su parte, hoy mismo el Señor ha declarado que tú eres su pueblo, su posesión preciosa, tal como lo prometió. Obedece, pues, todos sus Mandamientos. El Señor ha declarado que te pondrá por encima de todas las naciones que ha formado, para que seas alabado y recibas fama y honra. Serás una nación consagrada al Señor tu Dios” (Deut. 7:6; 26:17-19).

Dios quería que mediante la revelación de su carácter por parte de Israel, los hombres fuesen atraídos a él. La invitación del evangelio debía ser dada a todo el mundo. Por medio de la enseñanza del sistema de sacrificios, Cristo debía ser elevado, y todos los que mirasen a él se unirían con su pueblo escogido. A medida que aumentase el número de los israelitas, debían ensanchar sus términos hasta que su reino abarcase el mundo.

Pero el Israel antiguo no cumplió el propósito de Dios. El Señor declaró: “Yo te planté, como vid selecta, con semilla genuina. ¿Cómo es que te has convertido en una vid degenerada y extraña?” “Yo esperaba que diera buenas uvas; ¿por qué dio uvas agrias? Voy a decirles lo que haré con mi viña: Le quitaré su cerco, y será destruida; derribaré su muro, y será pisoteada. [...] Él esperaba justicia, pero encontró ríos de sangre; esperaba rectitud, pero encontró gritos de angustia” (Jer. 2:21; Isa. 5:3-7).

Al negarse a cumplir su pacto, se separaría de la bendición de él. A veces, en su historia se olvidaron de Dios y lo privaron del servicio que él requería de ellos, y privaron a sus semejantes del liderazgo religioso y el ejemplo santo. Su codicia los hizo ser despreciados aun por los paganos; y el mundo se vio así inducido a interpretar erróneamente el carácter de Dios y las Leyes de su Reino.

Con corazón paternal, Dios le señaló sus pecados, y esperó su reconocimiento. Envió profetas y mensajeros para instarlos a aceptar los derechos de su Señor; pero en vez de ser bienvenidos, esos hombres de discernimiento y poder espirituales fueron tratados como enemigos. Dios mandó a otros mensajeros, pero también fueron odiados y perseguidos.

El hecho de que el favor divino les fuera retirado durante el destierro indujo a muchos a arrepentirse. Sin embargo, después de regresar a la Tierra Prometida, el pueblo judío repitió los errores de generaciones anteriores, y se puso en conflicto político con las naciones circundantes. Los profetas a quienes Dios envió para corregir los males prevalecientes, fueron recibidos con suspicacia y desprecio. Así, de siglo en siglo, los guardianes de la viña fueron aumentando su culpabilidad.

La buena cepa plantada por el Labrador divino en las colinas de Palestina fue despreciada por los hombres de Israel, y finalmente fue arrojada por encima de la cerca. El Viñatero sacó la vid, y volvió a plantarla, pero al otro lado de la cerca, de modo que la cepa ya no fuese visible. Las ramas colgaban por encima de la cerca, y podían unírseles injertos, pero el tronco mismo fue puesto donde el poder de los hombres no pudiese alcanzarlo ni dañarlo.

Para la iglesia de Dios hoy, que custodia su viña en la Tierra, resultan de un valor especial los mensajes de consejo y reprensión dados por los profetas. En las enseñanzas de los profetas, el amor de Dios hacia la raza perdida y el plan que trazó para salvarla quedan claramente revelados. El tema de los mensajeros que Dios envió a su iglesia a través de los siglos transcurridos fue la historia del llamamiento dirigido a Israel, sus éxitos y fracasos, cómo recobró el favor divino, cómo rechazó al Señor de la viña, y un remanente que lleva adelante su plan.

El Señor de la viña está ahora mismo juntando de entre los hombres de todas las naciones y todos los pueblos los preciosos frutos que ha estado aguardando desde hace mucho. Pronto vendrá por ellos; y en aquel alegre día se habrá cumplido finalmente su eterno propósito. “Días vendrán en que Jacob echará raíces, en que Israel retoñará y florecerá, y llenará el mundo con sus frutos” (Isa. 27:6).

Capítulo 1

El comienzo espectacular de Salomón

Durante el reinado de David y de Salomón, Israel tuvo muchas oportunidades de ejercer una influencia poderosa en favor de la verdad y la justicia. El nombre de Jehová fue ensalzado y honrado. Los paganos que buscaban la verdad no eran despedidos insatisfechos. Se producían conversiones, y la iglesia de Dios en la Tierra prosperaba.

Salomón fue ungido y proclamado rey durante los últimos años de su padre David. La primera parte de su vida fue muy promisoria, y Dios quería que progresase cada vez más a semejanza del carácter de Dios. De este modo inspiraría en el pueblo el deseo de desempeñar su cometido sagrado como depositario de la verdad divina. David sabía que para desempeñar el cometido con el cual Dios se había complacido en honrar a su hijo Salomón, era necesario que el joven gobernante no fuese simplemente un guerrero, un estadista y un soberano, sino un hombre fuerte y bueno, un maestro de justicia, un ejemplo de fidelidad. Con fervor, David instó a Salomón a que fuese noble, a mostrar misericordia hacia sus súbditos, y a que en su trato con las naciones de la Tierra honrase el nombre de Dios y manifestase la belleza de la santidad. “Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios” (2 Sam. 23:3, 4, RVR).

En su juventud Salomón tomó la misma decisión que David, y por muchos años rindió estricta obediencia a los Mandamientos de Dios. Al principio de su reinado fue a Gabaón, donde todavía estaba el tabernáculo construido en el desierto, y con los consejeros que había escogido y “los jefes de mil y de cien [...] los gobernantes y [...] todos los jefes de las familias patriarcales de Israel” (2 Crón. 1:2), participó en el ofrecimiento de sacrificios para adorar a Dios y para consagrarse plenamente a su servicio. Salomón sabía que quienes llevan pesadas responsabilidades deben recurrir a la Fuente de sabiduría para obtener dirección. Esto lo indujo a alentar a sus consejeros para que se aseguraran la aceptación de Dios.

El sueño que Dios le dio a Salomón

Sobre todos los bienes terrenales, el rey deseaba sabiduría y entendimiento, un corazón grande y un espíritu tierno. Esa noche el Señor apareció a Salomón en un sueño y le dijo: “Pídeme lo que quieras”. En respuesta, el joven e inexperto gobernante expresó su sentimiento de incapacidad y su deseo de ayuda. Dijo: “Ahora, Señor mi Dios, me has hecho rey en lugar de mi padre David. No soy más que un muchacho, y apenas sé cómo comportarme. [...] Yo te ruego que le des a tu siervo discernimiento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién podrá gobernar a este gran pueblo tuyo?

“Al Señor le agradó que Salomón hubiera hecho esa petición.

“Como has pedido esto –dijo Dios a Salomón–, y no larga vida ni riquezas para ti, ni has pedido la muerte de tus enemigos, sino discernimiento para administrar justicia, voy a concederte lo que has pedido. Te daré un corazón sabio y prudente, como nadie antes de ti lo ha tenido ni lo tendrá después.Además, aunque no me lo has pedido, te daré tantas riquezas y esplendor que en toda tu vida ningún rey podrá compararse contigo.

“Si andas por mis sendas y obedeces mis decretos y Mandamientos, como lo hizo tu padre David, te daré una larga vida” (1 Rey. 3:5-14; 2 Crón. 1:7-12).

El lenguaje de Salomón al orar a Dios ante el antiguo altar de Gabaón revela su humildad y su intenso deseo de honrar a Dios. No había en su corazón aspiración egoísta por un conocimiento que lo ensalzase sobre los demás. Eligió el don por medio del cual su reinado habría de glorificar a Dios. Salomón no tuvo nunca más riqueza ni más sabiduría o verdadera grandeza que cuando confesó: “No soy más que un muchacho, y apenas sé cómo comportarme” (1 Rey. 3:7).

Cuanto más elevado sea el cargo que ocupe un hombre y mayor sea la responsabilidad que ha de llevar, tanto mayor será su necesidad de depender de Dios. Debe conservar delante de Dios la actitud del que aprende. Los cargos no dan santidad de carácter. Honrar a Dios y obedecer sus Mandamientos es lo que hace a alguien realmente grande.

El Dios que dio a Salomón el espíritu de sabio discernimiento está dispuesto a impartir la misma bendición a sus hijos hoy. Su palabra declara: “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie” (Sant. 1:5). Cuando el que lleva responsabilidades desee sabiduría más que riqueza, poder o fama, no será chasqueado.

Cómo triunfar como líder

Mientras permanezca consagrado, el hombre a quien Dios dotó de discernimiento y capacidad no manifestará avidez por los cargos elevados ni procurará gobernar o dominar. En vez de contender por la supremacía, el verdadero conductor pedirá en oración un corazón comprensivo, para discernir entre el bien y el mal. La senda de los líderes no es fácil. Pero verán en cada dificultad una invitación a orar. Fortalecidos e iluminados por el Artífice maestro, se verán capacitados para resistir firmemente las influencias profanas y para discernir entre lo correcto y lo erróneo.

Dios le dio a Salomón la sabiduría que él deseaba más que las riquezas, los honores o la larga vida. “Dios le dio a Salomón sabiduría e inteligencia extraordinarias; sus conocimientos eran tan vastos como la arena que está a la orilla del mar. [...] En efecto, fue más sabio que nadie [...]. Por eso la fama de Salomón se difundió por todas las naciones vecinas” (1 Rey. 4:29-31).

Todos los israelitas “sintieron un gran respeto por él, pues vieron que tenía sabiduría de Dios para administrar justicia” (1 Rey. 3:28). Los corazones del pueblo se volvieron hacia Salomón. “Salomón hijo de David consolidó su reino, pues el Señor su Dios estaba con él y lo hizo muy poderoso” (2 Crón. 1:1).

El éxito fenomenal de Salomón

Durante muchos años Salomón mantuvo una clara devoción a Dios y una estricta obediencia a sus Mandamientos. Manejaba sabiamente los negocios relacionados con el reino. Los magníficos edificios y obras públicas que construyó durante los primeros años de su reinado; la piedad, la justicia y la magnanimidad que manifestaba en sus palabras y hechos, le conquistaron la lealtad de sus súbditos y la admiración y el homenaje de los gobernantes de muchas Tierras. Durante un tiempo Israel fue como la luz del mundo, y puso de manifiesto la grandeza de Jehová.

A medida que transcurrían los años y aumentaba la fama de Salomón, él procuró honrar a Dios incrementando su fortaleza mental y espiritual e impartiendo de continuo a otros las bendiciones que recibía. Nadie comprendía mejor que él que era gracias al favor de Jehová que había entrado en posesión de poder, sabiduría y comprensión, y que esos dones le habían sido otorgados para que pudiese comunicar al mundo el conocimiento del Rey de reyes.

Salomón se interesó especialmente en la historia natural. Mediante un estudio diligente de todas las cosas creadas, tanto animadas como inanimadas, obtuvo un concepto claro del Creador. En las fuerzas de la naturaleza, en el mundo mineral y animal, y en todo árbol, arbusto y flor, veía una revelación de la sabiduría de Dios; y a medida que se esforzaba por aprender más y más, su conocimiento de Dios y su amor por él se incrementaban.

La sabiduría divinamente inspirada de Salomón halló expresión en cantos y en muchos proverbios. “Compuso tres mil proverbios y mil cinco canciones. Disertó acerca de las plantas, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que crece en los muros. También enseñó acerca de las bestias y las aves, los reptiles y los peces” (1 Rey. 4:32, 33).

Los proverbios expresan principios de una vida santa y ambiciones elevadas. Fue la amplia difusión de estos principios, y el reconocimiento de Dios como aquel a quien pertenece toda alabanza y honor, lo que hizo de los comienzos del reinado de Salomón una época de elevación moral tanto como de prosperidad material.

Él escribió: “Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que obtiene la inteligencia; porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino. Más preciosa es que las piedras preciosas; y todo lo que puedes desear, no se puede comparar a ella. Largura de días está en su mano derecha; en su izquierda, riquezas y honra” (Prov. 3:13-18, RVR). “El principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Sal. 111:10). “Quien teme al Señor aborrece lo malo; yo aborrezco el orgullo y la arrogancia, la mala conducta y el lenguaje perverso” (Prov. 8:13).

¡Ojalá que en sus años ulteriores Salomón hubiese prestado atención a esas maravillosas palabras de sabiduría! El que había enseñado a los reyes de la Tierra a tributar alabanza al Rey de reyes, con “boca perversa” y con “orgullo y [...] arrogancia” tomó para sí la gloria que pertenece solo a Dios.

Capítulo 2

El Templo magnífico de Salomón

Durante siete años Jerusalén se vio llena de obreros activamente ocupados en nivelar el sitio escogido, construir vastos muros de contención, echar amplios cimientos, dar forma a las pesadas maderas traídas de los bosques del Líbano y erigir el magnífico Santuario (ver 1 Rey. 5:17). Al mismo tiempo, progresaba la elaboración de los muebles para el Templo bajo el liderazgo de Hiram de Tiro, “hombre sabio e inteligente [...]. Sabe trabajar el oro y la plata, el bronce y el hierro, la piedra y la madera, el carmesí y la púrpura, el lino y la escarlata” (2 Crón. 2:13, 14).

El edificio se levantaba silenciosamente sobre el Monte Moriah con “piedras de cantera ya labradas, así que durante las obras no se oyó el ruido de martillos ni de piquetas, ni de ninguna otra herramienta” (1 Rey. 6:7; 2 Crón. 4:19, 21). Los hermosos muebles incluían el altar del incienso, la mesa para los panes de la proposición, el candelabro y sus lámparas, así como los vasos e instrumentos relacionados con el ministerio de los sacerdotes en el Lugar Santo, todo de oro finísimo. El altar de los holocaustos, la gran fuente sostenida por doce bueyes, los muchos otros vasos “el rey los hizo fundir en moldes de arcilla en la llanura del Jordán” (vers. 17).

La belleza incomparable del Templo

De una belleza insuperable y esplendor sin rival era el palacio que Salomón erigió para Dios y su culto. Adornado con piedras preciosas, rodeado por atrios espaciosos y recintos magníficos, forrado de cedro tallado y de oro pulido, la estructura del Templo, con sus cortinas bordadas y muebles preciosos, era un emblema adecuado de la iglesia viva de Dios en la Tierra, que a través de los siglos ha estado formándose de acuerdo con el modelo divino, con materiales comparados con “oro, plata y piedras preciosas”, “esculpidas para adornar un palacio” (1 Cor. 3:12; Sal. 144:12). De este Templo espiritual es “Cristo Jesús mismo la piedra angular. En él todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un Templo santo en el Señor” (Efe. 2:20, 21).

Por fin Salomón terminó el Templo, “llevando a feliz término todo lo que se había propuesto hacer en ellos” (2 Crón. 7:11). Entonces, con el fin de que el palacio que coronaba las alturas del Monte Moriah fuese en verdad, como tanto lo había deseado David, una morada no destinada para el “hombre, sino para Dios el Señor” (1 Crón. 29:1), quedaba por realizar la solemne ceremonia de dedicarlo.

El sitio en que se construyó el Templo se venía considerando desde largo tiempo atrás como lugar consagrado. Fue allí donde Abraham se había demostrado dispuesto a sacrificar a su hijo en obediencia a la orden de Jehová. Allí Dios había renovado la gloriosa promesa mesiánica de liberación gracias al sacrificio del Hijo del Altísimo (ver Gén. 22:9, 16-18). Allí fue donde, por medio del fuego celestial, Dios contestó a David cuando este ofreciera holocaustos y sacrificios pacíficos con el fin de detener la espada vengadora del ángel destructor (ver 1 Crón. 21). Y una vez más los adoradores de Jehová estaban delante de su Dios para repetir sus votos de fidelidad a él.

La gloria de Dios llena el Templo en su dedicación

Salomón escogió la Fiesta de las Cabañas para la dedicación. Esta fiesta era preeminentemente una ocasión de regocijo. Las labores de la cosecha habían terminado, y la gente estaba libre de cuidados y podía entregarse a las influencias sagradas y placenteras del momento.

Las huestes de Israel, con representantes ricamente ataviados de muchas naciones extranjeras, se congregaron en los atrios del Templo. La escena era de un esplendor inusual. Salomón, con los ancianos de Israel y los hombres más influyentes, había regresado de otra parte de la ciudad, de donde habían traído el arca del testamento. De las alturas de Gabaón había sido transferido el antiguo “tabernáculo de reunión, y todos los utensilios del santuario que estaban en el tabernáculo” (2 Crón. 5:5); y esos preciosos recuerdos de los tiempos en que los hijos de Israel habían peregrinado en el desierto y conquistado Canaán, hallaron albergue permanente en el magnífico edificio.

Con cantos, música y gran pompa, “los sacerdotes llevaron el arca del pacto del Señor a su lugar en el santuario interior del Templo” (vers. 7). Los cantores, ataviados de lino blanco y equipados con címbalos y arpas, se hallaban en el extremo situado al este del altar con 120 sacerdotes que tocaban las trompetas (vers. 12).

“Los trompetistas y los cantores alababan y daban gracias al Señor al son de trompetas, címbalos y otros instrumentos musicales. Y, cuando tocaron y cantaron al unísono [...] una nube cubrió el Templo del Señor. Por causa de la nube, los sacerdotes no pudieron celebrar el culto, pues la gloria del Señor había llenado el Templo” (vers. 13, 14).

La oración de Salomón

“En medio del atrio” del Templo se había erigido “un estrado de bronce”. Sobre esta plataforma se hallaba Salomón, quien, con las manos alzadas, bendecía a la vasta multitud delante de él. “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que con su mano ha cumplido ahora lo que con su boca le había prometido a mi padre David cuando le dijo [...] elegí a Jerusalén para habitar en ella” (vers. 4, 6).

Luego Salomón se arrodilló sobre la plataforma, alzó las manos hacia el cielo y oró: “Si los cielos, por altos que sean, no pueden contenerte, ¡mucho menos este Templo que he construido! […] Oye las súplicas de tu siervo y de tu pueblo Israel cuando oren en este lugar. Oye desde el cielo, donde habitas; ¡escucha y perdona! […]

“Si tu pueblo Israel es derrotado por el enemigo por haber pecado contra ti, y luego se vuelve a ti para honrar tu nombre, y ora y te suplica en este Templo, óyelo tú desde el cielo, y perdona su pecado […].

“Cuando tu pueblo peque contra ti y tú lo aflijas cerrando el cielo para que no llueva, si luego ellos oran en este lugar y honran tu nombre y se arrepienten de su pecado, óyelos tú desde el cielo y perdona el pecado de tus siervos […].

“Cuando en el país haya hambre, peste, sequía, o plagas de langostas o saltamontes en los sembrados, o cuando el enemigo sitie alguna de nuestras ciudades; en fin, cuando venga cualquier calamidad o enfermedad, si luego en su dolor cada israelita, consciente de su culpa, extiende sus manos hacia este Templo, y ora y te suplica, óyelo tú desde el cielo, donde habitas, y perdónalo. […] Así todos tendrán temor de ti y andarán en tus caminos mientras vivan en la Tierra que les diste a nuestros antepasados.

“Trata de igual manera al extranjero que no pertenece a tu pueblo Israel, pero que atraído por tu gran fama y por tus despliegues de fuerza y poder ha venido de lejanas Tierras. Cuando ese extranjero venga y ore en este Templo, óyelo tú desde el cielo, donde habitas, y concédele cualquier petición que te haga. Así todos los pueblos de la Tierra conocerán tu nombre y, al igual que tu pueblo Israel, tendrán temor de ti […].

“No hay ser humano que no peque. Si tu pueblo peca contra ti y tú te enojas con ellos y los entregas al enemigo para que se los lleven cautivos a otro país, lejano o cercano; y si en el destierro, en el país de los vencedores, se arrepienten y se vuelven a ti, y oran a ti diciendo: ‘Somos culpables, hemos pecado, hemos hecho lo malo’; y si en la Tierra de sus captores se vuelven a ti de todo corazón […] oye tú sus oraciones y súplicas desde el cielo, donde habitas, y defiende su causa. ¡Perdona a tu pueblo que ha pecado contra ti!

“Ahora, Dios mío, te ruego que tus ojos se mantengan abiertos, y atentos tus oídos a las oraciones que se eleven en este lugar.

“Levántate, Señor y Dios; ven a descansar, tú y tu arca poderosa. Señor y Dios, ¡que tus sacerdotes se revistan de salvación! ¡Que tus fieles se regocijen en tu bondad!” (vers. 14-42).

Cuando Salomón terminó su oración, “descendió fuego del cielo y consumió el holocausto y los sacrificios”. Los sacerdotes no podían entrar en el lugar, porque “la gloria del Señor llenó el Templo”. Entonces el rey y el pueblo ofrecieron sacrificios. “Así fue como el rey y todo el pueblo dedicaron el Templo de Dios” (7:1-5). Durante siete días las multitudes celebraron un alegre festín. La muchedumbre feliz dedicó la semana siguiente a observar la Fiesta de las Cabañas. Al final del plazo, todos regresaron a sus hogares, “contentos y llenos de alegría por el bien que el Señor había hecho en favor de David, de Salomón y de su pueblo Israel” (vers. 8, 10).

Y nuevamente, como sucediera en Gabaón al principio del reinado de Salomón, Dios le dio una evidencia de la aceptación divina. En una visión nocturna, el Señor se le apareció y le dio este mensaje: “He escuchado tu oración, y he escogido este Templo para que en él se me ofrezcan sacrificios. Cuando yo cierre los cielos para que no llueva, o le ordene a la langosta que devore la Tierra, o envíe pestes sobre mi pueblo, si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su Tierra. [...] Desde ahora y para siempre escojo y consagro este Templo para habitar en él. Mis ojos y mi corazón siempre estarán allí” (vers. 12-16).

Si Israel hubiese permanecido fiel a Dios, aquel edificio glorioso habría perdurado para siempre, una señal perpetua del favor especial de Dios. “Y a los extranjeros que se han unido al Señor para servirle, para amar el nombre del Señor y adorarlo, a todos los que observan el sábado sin profanarlo [...] los llevaré a mi monte santo; ¡los llenaré de alegría en mi casa de oración! [...] porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Isa. 56:6, 7).

El Señor indicó claramente el deber que le incumbía al rey. “En cuanto a ti, si me sigues como lo hizo tu padre David, y me obedeces en todo lo que yo te ordene y cumples mis decretos y Leyes, yo afirmaré tu trono real, como pacté con tu padre David cuando le dije: ‘Nunca te faltará un descendiente en el trono de Israel’ ” (2 Crón. 7:17, 18).

Si Salomón hubiese continuado sirviendo al Señor con humildad, todo su reinado habría ejercido una poderosa influencia para el bien sobre las naciones circundantes. Previendo las terribles tentaciones que acompañarían la prosperidad y los honores mundanales, Dios advirtió a Salomón contra el mal de la apostasía. Le dijo que aun el hermoso Templo que acababa de dedicarse llegaría a ser “el hazmerreír de todos los pueblos” si los israelitas dejaban “al Señor, Dios de sus antepasados” (vers. 20, 22) y persistían en la idolatría.

La mayor gloria de Israel

Fortalecido en su corazón y muy alentado por el aviso celestial, Salomón inició el período más glorioso de su reinado. Todos los reyes de la Tierra procuraban acercársele para “oír la sabiduría que Dios le había dado” (9:23). Salomón les enseñaba lo referente al Dios Creador, y regresaban con un concepto más claro del Dios de Israel y de su amor por la familia humana. En las obras de la naturaleza contemplaban una revelación de su carácter; y muchos eran inducidos a adorarlo como Dios suyo.

La humildad de Salomón al reconocer delante de Dios: “Yo soy un niño pequeño” (1 Rey. 3:7, BJ); su notable reverencia por las cosas divinas, su desconfianza de sí mismo y su ensalzamiento del Creador infinito, todos estos rasgos de carácter se revelaron cuando al elevar su oración dedicatoria lo hizo de rodillas, en la humilde posición de quien ofrece una petición. Los seguidores de Cristo hoy deben precaverse contra la tendencia a perder el espíritu de reverencia y temor piadoso. Deben acercarse a su Hacedor con reverencia, por medio de un Mediador divino. El salmista declaró:

“Vengan, postrémonos reverentes,

doblemos la rodilla

ante el Señor nuestro Hacedor” (Sal. 95:3, 6).

Tanto en el culto público como en el privado, es nuestro privilegio arrodillarnos delante de Dios cuando le dirigimos nuestras peticiones. Jesús, nuestro ejemplo, “se arrodilló y empezó a orar” (Luc. 22:41). Acerca de sus discípulos quedó registrado que también Pedro “se puso de rodillas y oró” (Hech. 9:40). Pablo declaró: “Por esta razón me arrodillo delante del Padre” (Efe. 3:14). Daniel “tenía por costumbre orar tres veces al día” (Dan. 6:10).

La verdadera reverencia hacia Dios está inspirada por un sentido de su infinita grandeza y un reconocimiento de su presencia. La presencia de Dios hace que tanto el lugar como la hora de la oración sean sagrados. “Su nombre es santo e imponente” (Sal. 111:9). Los ángeles velan sus rostros cuando pronuncian ese nombre. ¡Con qué reverencia debieran pronunciarlo nuestros labios!

Jacob, después de contemplar la visión del ángel, exclamó: “En realidad, el Señor está en este lugar, y yo no me había dado cuenta. [...] Es nada menos que la casa de Dios; ¡es la puerta del cielo!” (Gén. 28:16, 17).

En lo que dijo durante el servicio de dedicación, Salomón había procurado eliminar las supersticiones relativas al Creador que habían confundido a los paganos. El Dios del cielo no queda encerrado en Templos hechos por manos humanas; sin embargo, puede reunirse con sus hijos por medio de su Espíritu cuando ellos se congregan en la casa dedicada a su culto.

“Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová,

el pueblo que él escogió como heredad para sí.

“Santos, oh Dios, son tus caminos [...] Tú eres el Dios que realiza maravillas;

el que despliega su poder entre los pueblos” (Sal. 33:12-14, RVR; 103:19; 77:13, 14).

Dios honra con su presencia las asambleas de su pueblo. Prometió que cuando se reuniesen para reconocer sus pecados y orar unos por otros, él los acompañaría por medio de su Espíritu. Pero los que se congregan para adorarlo deben desechar todo lo malo. A menos que lo adoren en espíritu y en verdad, así como en hermosura de santidad, de nada valdrá que se congreguen. Los que adoran a Dios deben adorarlo “en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4:23).

Capítulo 3

La prosperidad y el orgullo acarrean desastre

Al principio, aun cuando obtenía riquezas y honores mundanales, Salomón permaneció humilde. “Salomón gobernaba sobre todos los reinos desde el río Éufrates hasta la Tierra de los filisteos y la frontera con Egipto. [...] y vivieron seguros” (1 Rey. 4:21, 24, 25).

Pero después de un amanecer muy prometedor, su vida quedó oscurecida por la apostasía. Había sido honrado por Dios con manifestaciones de favor divino tan notables que su sabiduría e integridad le dieron fama mundial. Había inducido a otros a loar al Dios de Israel. Ahora se desvió del culto a Jehová para inclinarse ante los ídolos de los paganos.

Previendo los peligros que asediarían a quienes fuesen escogidos príncipes de Israel, el Señor dio a Moisés instrucciones para guiarlos. Las leerán todos los días de su vida. Así aprenderán a temer al Señor su Dios, cumplirán fielmente todas las palabras de esta Ley y sus preceptos; no se creerán superiores a sus hermanos ni se apartarán de la Ley en el más mínimo detalle, y junto con su descendencia reinarán por mucho tiempo sobre Israel.

La advertencia y el primer desacierto de Salomón

El Señor previno en forma especial al que fue ungido rey: “El rey no tomará para sí muchas mujeres, no sea que se extravíe su corazón, ni tampoco acumulará enormes cantidades de oro y plata” (Deut. 17:18-20, 17).

Durante cierto tiempo Salomón obedeció estas advertencias. Su mayor deseo era vivir y gobernar de acuerdo con los estatutos dados en el Sinaí. Su manera de dirigir los asuntos del reino contrastaba en forma sorprendente con las costumbres de las naciones de su tiempo: naciones que no temían a Dios y cuyos gobernantes pisoteaban su santa Ley.

Al procurar fortalecer sus relaciones con el poderoso reino situado al sur de Israel, Salomón se aventuró en terreno prohibido. Satanás conocía los resultados que acompañarían a la obediencia, y procuró minar la lealtad de Salomón a los buenos principios e inducirlo a separarse de Dios. “Salomón entró en alianza con el faraón, rey de Egipto, casándose con su hija, a la cual llevó a la Ciudad de David” (1 Rey. 3:1).

Desde un punto de vista humano, este casamiento pareció resultar en una bendición; porque la esposa pagana de Salomón fortaleció aparentemente su reino a lo largo de la costa del Mediterráneo. Pero al formar alianza con una nación pagana, y al sellar esa alianza por su casamiento con una princesa idólatra, Salomón despreció temerariamente la sabia provisión hecha por Dios para conservar la pureza de su pueblo. La esperanza de que su esposa egipcia se convirtiese era una excusa muy débil para pecar.

Por un tiempo, Dios, en su misericordia compasiva, pasó por alto esa terrible equivocación; y el rey, por medio de una conducta prudente, podría haber mantenido en jaque, al menos en gran medida, las fuerzas malignas que su imprudencia había desatado. Pero Salomón había comenzado a perder de vista la Fuente de su poder y gloria. Aumentaba su confianza propia, y procuraba cumplir a su manera el propósito del Señor. Razonaba que las alianzas políticas y comerciales con las naciones circundantes comunicarían a esas naciones un conocimiento del verdadero Dios. Con frecuencia estas alianzas quedaban selladas por casamientos con princesas paganas.

Salomón se había congratulado de que su sabiduría y el poder de su ejemplo desviarían a sus esposas de la idolatría al culto del verdadero Dios, y que las alianzas así contraídas atraerían a las naciones de alrededor a la órbita de Israel. ¡Vana esperanza! El error cometido por Salomón al considerarse bastante fuerte para resistir la influencia de asociaciones paganas, fue fatal. Las alianzas y las relaciones comerciales del rey con las naciones paganas le reportaron fama, honores y riquezas de este mundo. “El rey hizo que la plata y el oro fueran en Jerusalén tan comunes como las piedras, y que el cedro abundara como las higueras en la llanura” (2 Crón. 1:15). En el tiempo de Salomón era cada vez mayor el número de personas que obtenían riquezas; pero el oro fino del carácter quedaba contaminado.

La riqueza y la fama acarrean una maldición

Antes de que Salomón se diera cuenta de ello, se había extraviado lejos de Dios. Comenzó a confiar cada vez menos en la dirección y la bendición divinas, y cada vez más en su propia fuerza. Poco a poco, fue rehusando a Dios la obediencia inquebrantable y conformándose cada vez más estrechamente a las costumbres de las naciones circundantes. Cediendo a las tentaciones que acompañaban sus éxitos y sus honores, se olvidó de la Fuente de su prosperidad. El dinero que debería haber considerado como un cometido sagrado para beneficiar a los pobres dignos de ayuda y para difundir en todo el mundo los principios del santo vivir, se gastó egoístamente en proyectos ambiciosos.

Al glorificarse delante del mundo, perdió su honor e integridad. Las enormes rentas adquiridas al comerciar con muchos países fueron suplementadas por gravosas contribuciones. Así el orgullo, la ambición, el desperdicio y la complacencia dieron frutos de crueldad y exacciones. Después de haber sido el gobernante más sabio y más misericordioso, degeneró en un tirano. El guardián del pueblo compasivo y temeroso de Dios llegó a ser opresor y déspota. Cobraba al pueblo un impuesto tras otro, con el fin de que hubiese recursos con qué sostener una corte lujosa. El respeto y la admiración que antes tributaran a su rey se trocaron en desafecto y aborrecimiento.

Las mujeres atractivas resultan ser una trampa

Cada vez más el rey llegó a considerar los lujos, el desenfreno y el favor del mundo como indicios de grandeza. Hizo traer cientos de mujeres hermosas y atractivas de Egipto, Fenicia, Edom, Moab y muchos otros lugares. Su religión se basaba en el culto a los ídolos, y se les había enseñado a practicar ritos crueles y degradantes. Hechizado por su belleza, el rey descuidaba sus deberes hacia Dios y su Reino.

Sus mujeres gradualmente lo indujeron a participar de su culto a los dioses falsos. “En efecto, cuando Salomón llegó a viejo, sus mujeres le pervirtieron el corazón de modo que él siguió a otros dioses, y no siempre fue fiel al Señor su Dios como lo había sido su padre David. Por el contrario, Salomón siguió a Astarté, diosa de los sidonios, y a Moloc, el detestable dios de los amonitas” (1 Rey. 11:4, 5).

Frente al Monte Moriah, Salomón erigió edificios imponentes como centros de idolatría. Con el fin de agradar a sus esposas, colocó enormes ídolos entre los huertos. Allí, delante de los altares de las divinidades paganas, los adoradores practicaban los ritos más degradantes del paganismo.

Al separarse Salomón de Dios para relacionarse con los idólatras, se acarreó la ruina. Perdió el dominio propio. Desapareció su eficiencia moral. Sus sensibilidades delicadas se embotaron, su conciencia se cauterizó. Durante la primera parte de su reinado había manifestado mucha sabiduría y simpatía al devolver un niño desamparado a su madre desafortunada (ver 3:16-28). Posteriormente degeneró, al punto de consentir en que se erigiese un ídolo al cual se sacrificaban niños vivos. En sus últimos años se apartó tanto de la pureza que toleraba los ritos licenciosos y repugnantes conectados con el culto a Quemos y Astarot, o Astarté. Consideró erróneamente la libertad como licencia. Procuró, pero ¡a qué costo!, unir la luz con las tinieblas, el bien con el mal, la pureza con la impureza; a Cristo con Belial.

Salomón se transformó en licencioso, un instrumento y esclavo de otros. Su carácter se volvió afeminado. Su fe en el Dios viviente quedó suplantada por dudas ateas. La incredulidad debilitaba sus principios y degradaba su vida. La justicia y grandeza de la primera parte de su reinado se transformaron en despotismo y tiranía. Poco puede hacer Dios en favor de los hombres que pierden el sentido de cuánto dependen de él.

Durante aquellos años de apostasía, el enemigo obraba para confundir a los israelitas acerca del culto verdadero y del falso. Se amortiguó su agudo sentido del carácter elevado y santo de Dios. Los israelitas transfirieron su reconocimiento al enemigo de la justicia. Vino a ser práctica común el casamiento entre idólatras e israelitas, y estos pronto perdieron su aborrecimiento por el culto a los ídolos. Se toleraba la poligamia. En algunas vidas, una idolatría de la peor índole reemplazó al servicio religioso puro instituido por Dios.

Dios tiene pleno poder para guardarnos mientras estamos en el mundo, pero no debemos formar parte de él. Él vela siempre sobre sus hijos con un cuidado inconmensurable, pero requiere una fidelidad indivisa. “Nadie puede servir a dos señores [...]. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas [Mamón]” (Mat. 6:24).

Los hombres de hoy no son más fuertes que Salomón; son tan proclives como él a ceder a las influencias que ocasionaron su caída. Dios hoy amonesta a sus hijos para que no pongan sus almas en peligro por la afinidad con el mundo. Les ruega: “Salgan de en medio de ellos y apártense. No toquen nada impuro, y yo los recibiré. Yo seré un padre para ustedes, y ustedes serán mis hijos y mis hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Cor. 6:17, 18).

Ninguno de nosotros es más sabio que Salomón

A través de los siglos, las riquezas y los honores han hecho peligrar la humildad y la espiritualidad. No es la copa vacía la que nos cuesta llevar; es la que rebosa la que debe ser llevada con cuidado. La aflicción y la adversidad pueden ocasionar pesar; pero la prosperidad es más peligrosa para la vida espiritual. En el valle de la humillación, donde los hombres dependen de que Dios les enseñe y guíe cada uno de sus pasos, están comparativamente seguros. Pero los hombres que están, por así decirlo, en un alto pináculo, y quienes a causa de su posición son considerados como poseedores de gran sabiduría, estos son los que arrostran el peligro mayor.

El orgulloso, por no sentir necesidad alguna, cierra su corazón a las bendiciones infinitas del Cielo. El que procura glorificarse a sí mismo se encontrará destituido de la gracia de Dios, mediante cuya eficiencia se adquieren las riquezas más reales y los goces más satisfactorios. Pero el que lo da todo y lo hace todo para Cristo, conocerá el cumplimiento de la promesa: “La bendición del Señor trae riquezas, y nada se gana con preocuparse” (Prov. 10:22). El Salvador destierra del alma la inquietud y la ambición profanas, y transforma la enemistad en amor y la incredulidad en confianza. Cuando habla al alma diciendo: “Sígueme”, queda roto el hechizo del mundo. Al sonido de su voz, el espíritu de codicia y ambición huye del corazón, y los hombres, emancipados, se levantan para seguirlo.

Capítulo 4

Salomón perdió su oportunidad

Parte de lo que llevó a Salomón a oprimir a su pueblo fue que dejó de conservar el espíritu de abnegación. En el Sinaí, Moisés habló al pueblo de la orden divina: “Me harán un santuario, para que yo habite entre ustedes”, “y todos los que en su interior se sintieron movidos a hacerlo llevaron una ofrenda al Señor” (Éxo. 25:8; 35:21). Para la construcción del Santuario se necesitaban grandes cantidades de materiales preciosos, pero el Señor aceptó tan solo las ofrendas voluntarias. El mandato para la congregación fue: “Traigan una ofrenda. La deben presentar todos los que sientan deseos de traérmela” (25:2).

Otra invitación similar a manifestar abnegación fue hecha cuando David entregó a Salomón la responsabilidad de construir el Templo. “¿Quién de ustedes quiere hoy dar una ofrenda al Señor?” (1 Crón. 29:5).Debían siempre recordar esta invitación a consagrarse y prestar un servicio voluntario los que tenían algo que ver con la edificación del Templo.

Para la construcción del Tabernáculo en el desierto, ciertos hombres escogidos fueron dotados por Dios de una habilidad y sabiduría especiales. “El Señor ha escogido expresamente a Bezalel [...]de la tribu de Judá, y lo ha llenado del Espíritu de Dios, de sabiduría, inteligencia y capacidad creativa [...] para realizar toda clase de diseños artísticos y artesanías. [...] Dios les ha dado a él y a Aholiab hijo de Ajisamac, de la tribu de Dan, la habilidad de enseñar a otros” (Éxo. 35:30-36:1). Los seres celestiales cooperaron con los obreros a quienes Dios mismo eligiera.

Los descendientes de estos obreros heredaron en gran medida los talentos conferidos a sus antepasados. Pero gradual y casi imperceptiblemente dejaron de estar relacionados con Dios, y perdieron su deseo de servirlo desinteresadamente. Basándose en su habilidad superior como artesanos, pedían salarios más elevados por sus servicios. Con frecuencia hallaban empleo entre las naciones circundantes. En lugar del noble espíritu de abnegación de sus ilustres antecesores, albergaron un espíritu de codicia y fueron cada vez más exigentes. Con el fin de ver complacidos sus deseos egoístas, pusieron al servicio de los reyes paganos la habilidad que Dios les había dado, y dedicaron sus talentos a la ejecución de obras que deshonraban a su Hacedor.

Entre esos hombres buscó Salomón al artífice maestro que debía dirigir la construcción del Templo. Se le habían confiado al rey especificaciones minuciosas acerca de toda porción de la estructura sagrada; y él podría haber solicitado a Dios con fe que le diese ayudantes consagrados, a quienes se habría dotado de habilidad especial para hacer con exactitud el trabajo requerido. Pero Salomón no percibió esta oportunidad de ejercer la fe en Dios. Solicitó al rey de Tiro “un experto para trabajar el oro y la plata, el bronce y el hierro, el carmesí, la escarlata y la púrpura, y que sepa hacer grabados, para que trabaje junto con los expertos que yo tengo en Judá y en Jerusalén” (2 Crón. 2:7).

El rey fenicio contestó enviando a Hiram, “hijo de una mujer oriunda de Dan y de un nativo de Tiro” (vers. 14). Hiram era por parte de su madre descendiente de Aholiab, a quien, centenares de años antes, Dios había dado sabiduría especial para la construcción del Tabernáculo. De manera que Salomón puso a la cabeza de los obreros a un hombre cuyos esfuerzos no eran impulsados por un deseo abnegado de servir a Dios. Los principios del egoísmo estaban entretejidos en las mismas fibras de su ser.

Considerando su habilidad extraordinaria, Hiram exigió un salario elevado. Gradualmente, los principios erróneos que él seguía llegaron a ser aceptados por sus asociados. Mientras trabajaban día tras día con él, hacían comparaciones entre el salario que él recibía y el propio, y empezaron a olvidar el carácter santo de su trabajo. Perdieron el espíritu de abnegación. Pidieron salarios mayores, y les fue concedido.

Los pasos que llevaron a la apostasía

Las influencias funestas así creadas se extendieron por todo el reino. Los altos salarios daban a muchos la oportunidad de vivir en el lujo y el despilfarro. Los ricos oprimían a los pobres; casi se perdió el espíritu de altruismo. En los efectos abarcantes de estas influencias puede encontrarse una de las causas principales de la terrible apostasía de Salomón.