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"Si alguien aspira al cargo de presidir la comunidad, a un buen trabajo aspira. Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible. Debe ser esposo de una sola mujer y llevar una vida seria, juiciosa y respetable. […] También debe ser respetado entre los no creyentes, para que no caiga en deshonra y en alguna trampa del diablo" (1 Timoteo 3:1-7, DHH). "Deseo hablar con mis hermanos que ocupan puestos de confianza. [...] Los dirigentes deben tener autoridad, pero nunca han de usarla como un poder que les permita negar la ayuda a los necesitados y desamparados. Nunca debe ejercerse para desalentar o deprimir a un alma en apuros. Recuerden siempre quienes han recibido cargos influyentes que Dios desea que manifiesten la mente de Cristo quien, como Creador y Redentor, es el dueño de todos los seres humanos" (p. 84).
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Seitenzahl: 455
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Elena G. de White
Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.
Principios para líderes cristianos
Elena G. de White
Título del original: Principles for Christian Leaders
Dirección: Claudia Blath
Traducción: Juan Fernando Sánchez
Diseño: Carlos Schefer
Ilustración de la tapa: Shutterstock (Banco de imágenes)
Primera edición, e - Book
MMXX
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Printed in Argentina
Es propiedad. © The Ellen White Estate, Inc. (2018). © ACES (2020).
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
ISBN 978-987-798-188-9
White, Elena G. de
Principios para líderes cristianos / Elena G. de White / Dirigido por Claudia Blath. - 1ª ed.- Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo digital: Online
Traducción de: Juan Fernando Sánchez.
ISBN 978-987-798-188-9
1. Vida cristiana. 2. Líderes religiosos. I. Blath, Claudia, dir. II. Sánchez, Juan Fernando, trad. III. Título.
CDD 253.5
Publicado el 28 de mayo de 2020 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).
Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)
E-mail: [email protected]
Web site: editorialaces.com
Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.
El gran movimiento llamado la iglesia es el vehículo principal de Dios para impartir a los perdidos el gran mensaje del evangelio de salvación en Jesucristo. Mucho más que una mera colección de hermosos edificios o de individuos con ideas afines, se trata de un instrumento de Dios para la proclamación de la verdad y para compartir el amor de Cristo con el mundo. Elena de White lo captó bien cuando escribió: “Una iglesia, separada y diferenciada del mundo, es a ojos del Cielo el objeto supremo en toda la tierra” (Carta 26, 1900).
Con el paso de los siglos, fieles testigos han esparcido el evangelio entre la humanidad por todos los rincones del globo. Desde sus humildes comienzos en la década de 1840, la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha abrazado el llamado profético a proclamar al mundo el evangelio eterno de los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14; solemne responsabilidad de amor y preocupación, única en la cristiandad. Esta misión sagrada ha supuesto un desafío para los miembros y los dirigentes por igual. En los primeros días del movimiento, los pioneros se esforzaron por conseguir recursos y disponer de métodos para la difusión del mensaje. Primitivas imprentas y ministros itinerantes estaban a la orden del día, pero más adelante llegarían tiempos mejores.
En la década de 1860, las presiones internas y externas, junto con el crecimiento de las diferentes áreas del ministerio, condujeron a la primera gran organización de la Iglesia Adventista. También en ese contexto se le puso nombre y se estableció su estructura general. La expansión numérica, geográfica e institucional forzó a una amplia reorganización entre 1901 y 1903. Aquellos fueron momentos delicados para una iglesia en proceso de maduración, pero Dios la guiaba a ella y a sus dirigentes por medio de los principios bíblicos revelados a través de los escritos y percepciones proféticas de Elena de White.
Los consejos de Elena de White para líderes cristianos abarcan todo el espectro de la experiencia y la práctica. En ellos, se muestra preocupada por el carácter, la familia, el compromiso y la competencia del dirigente. Escribió de manera convincente acerca de la sólida gestión y de los peligros de emular las prácticas administrativas del mundo. Su visión de la misión de la iglesia era de alcance internacional pero de aplicación local. Escribió a presidentes y pastores, directores y supervisores, llamando siempre a los dirigentes a cumplir la norma divina de fidelidad y de orden para su iglesia remanente.
El volumen que estás a punto de leer contiene algunos pasajes que los ávidos lectores de Elena de White ya conocerán, pero hasta ahora no existía un compendio tan exhaustivo de los consejos y principios por los cuales Dios trató de desarrollar y guiar a la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Se han provisto fechas para cada cita a fin de ayudar al lector a situar los consejos en su contexto histórico para su adecuada aplicación. Esperamos que Principios para líderes cristianos refuerce la labor de quienes tratan de adelantar el día en que venga Cristo a recoger a sus redimidos.
Junta de Fideicomisarios del
Patrimonio White
Silver Spring, Maryland
La vida de diligencia y cuidado del pastor, y su tierna compasión por las criaturas desvalidas confiadas a su custodia, han servido a los escritores inspirados para ilustrar algunas de las verdades más preciosas del evangelio. Así se compara a Cristo, en su relación con su pueblo, con un pastor. Después de la caída del hombre él vio a sus ovejas condenadas a perecer en las sendas tenebrosas del pecado. Para salvar a esas descarriadas, dejó los honores y la gloria de la casa de su Padre. Dice: “Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada, vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil... Yo salvaré a mis ovejas, y nunca más serán para rapiña... ni las fieras de la tierra las devorarán”. Se oye su voz que las llama a su redil: “Y habrá un abrigo para sombra contra el calor del día, para refugio y escondedero contra el turbión y contra el aguacero”. Su cuidado por el rebaño es incansable. Fortalece a las ovejas débiles, libra a las que sufren, reúne los corderos en sus brazos, y los lleva en su seno. Sus ovejas le aman. “Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Eze. 34:16, 22, 28; Isa. 4:6; Juan 10:5).
Cristo dice: “El buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Juan 10:11-14).
Cristo, el Pastor jefe, ha confiado el rebaño a sus ministros como subpastores; y les manda que tengan el mismo interés que él manifestó, y que sientan la misma santa responsabilidad por el cargo que les ha confiado. Les ha mandado solemnemente ser fieles, apacentar el rebaño, fortalecer a los débiles, animar a los que desfallecen y protegerlos de los lobos rapaces.–Patriarcas y profetas, pp. 188, 189 (1890)1.
Testifico a mis hermanos y hermanas que la iglesia de Cristo, por más debilitada y defectuosa que pueda ser, es el único objeto en la Tierra al cual él concede su suprema consideración. Mientras el Señor extiende a todo el mundo su invitación de ir a él y ser salvo, comisiona a sus ángeles para prestar ayuda divina a toda alma que acude a él con arrepentimiento y contrición, y él se manifiesta personalmente a través de su Espíritu Santo en medio de su iglesia.–General Conference Daily Bulletin, 17 de febrero de 1893; Testimonios para los ministros, p. 37.
Una iglesia separada y distinta del mundo es, en la estima del Cielo, el objeto de más valor en toda la Tierra.–Carta 26, 15 de febrero de 1900; Mensajes selectos, t. 3, p. 19.
La iglesia es propiedad de Dios, y Dios la recuerda constantemente mientras está en el mundo, sujeta a las tentaciones de Satanás. […] No olvida a su pueblo que lo representa, que está luchando para exaltar su ley pisoteada. […]
Jesús ve su iglesia verdadera en la Tierra, cuya mayor ambición es cooperar con él en la grandiosa obra de salvar almas. Oye sus oraciones presentadas con contrición y poder, y la Omnipotencia no puede resistir sus ruegos por la salvación de cualquier miembro probado y tentado del cuerpo de Cristo. […] Jesús vive siempre para interceder por nosotros. ¿Qué bendiciones no recibirá, a través de nuestro Redentor, el creyente verdadero? La iglesia, que está por entrar en su más severo conflicto, será el objeto más querido por Dios en la Tierra. La confederación del mal será agitada con un poder infernal, y Satanás arrojará todo el oprobio posible sobre los escogidos a quienes no puede engañar ni alucinar con sus invenciones y falsedades satánicas. Pero el exaltado “por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” [Hech. 5: 31] –Cristo, nuestro representante y nuestra cabeza–, ¿cerrará su corazón, o retirará su mano, o frustrará su promesa? No; nunca, jamás.–Review and Herald, 17 de octubre de 1893; Testimonios para los ministros, pp. 41, 42.
No nos preocupamos. La causa es del Señor; él está a bordo de la nave como Capitán, y guiará nuestra embarcación hasta el puerto. Nuestro Señor puede dominar los vientos y las olas. Nosotros solo somos sus obreros, para obedecer sus órdenes; lo que él diga, eso haremos. No tenemos por qué estar ansiosos ni preocupados. Nuestra confianza está en Dios. El Señor envía sus más ricos dones de raciocinio y buen juicio a quienes lo aman y guardan sus mandamientos. De ninguna manera ha abandonado a su pueblo que trabaja en sus filas.–Carta 121, 13 de agosto de 1900.
No es el poder que emana del hombre el que da éxito a la obra, sino que el poder de los seres celestiales que cooperan con los agentes humanos lleva la obra a la perfección. Un Pablo puede plantar y un Apolo regar, pero es Dios el que da el crecimiento. El hombre no puede hacer la parte de Dios ni la obra. Como agente humano, puede cooperar con los seres celestiales, y con sencillez y humildad hacer lo mejor que pueda, comprendiendo que Dios es el gran Artífice Maestro. Aunque los obreros mueran, la obra no cesará, sino que será llevada a su terminación.–Review and Herald, 14 de noviembre de 1893; Servicio cristiano, p. 322.
El sistema más completo que los hombres hayan concebido jamás, si está privado del poder y la sabiduría de Dios, resultará en fracaso, pero tendrán éxito los métodos menos promisorios cuando sean divinamente ordenados, y ejecutados con fe y humildad. […] Todo el cielo espera que pidamos sabiduría y fortaleza. Dios “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Efe. 3:20).–Patriarcas y profetas, p. 596 (1890).
¿Por qué los creyentes se constituyen como iglesia? Porque por este medio Cristo quiere aumentar su utilidad en el mundo y fortalecer su influencia personal para el bien.–Carta 26, 15 de febrero de 1900; Mensajes selectos, t. 3, p. 18.
La iglesia es el medio señalado por Dios para la salvación de los hombres. Fue organizada para servir, y su misión es la de anunciar el evangelio al mundo. Desde el principio fue el plan de Dios que su iglesia reflejase al mundo su plenitud y suficiencia. Los miembros de la iglesia, los que han sido llamados de las tinieblas a su luz admirable, han de revelar su gloria. La iglesia es la depositaria de las riquezas de la gracia de Cristo; y mediante la iglesia se manifestará con el tiempo, aún a “los principados y potestades en los cielos” (Efe. 3:10), el despliegue final y pleno del amor de Dios.–Los hechos de los apóstoles, p. 9 (1911).
Los miembros son una familia.–Los creyentes deben brillar como luces en el mundo. Una ciudad asentada sobre una colina no se puede esconder. Una iglesia separada y distinta del mundo es, en la estima del Cielo, el objeto de más valor en toda la Tierra. Los miembros deben comprometerse a estar separados del mundo, consagrándose al servicio de un solo maestro, Cristo Jesús. Deben revelar que han escogido a Cristo como su director... La iglesia debe ser lo que Dios ordenó que fuera: un representante de la familia de Dios en otro mundo.–Carta 26, 15 de febrero de 1900; Mensajes selectos, t. 3, p. 19.
La iglesia es la sociedad cristiana formada por los miembros que la componen, para que cada uno goce de la ayuda de todas las gracias y talentos de los demás miembros, y también de la operación de Dios en su favor, de acuerdo con los diversos dones y habilidades que Dios les concedió. La iglesia está unida en los sagrados vínculos del compañerismo con el fin de que cada miembro se beneficie de la influencia de los demás. Todos deben unirse al pacto de amor y armonía que existe. Los principios y las gracias cristianas de toda la sociedad de creyentes han de comunicar fortaleza y poder en una acción armoniosa. Cada creyente debe beneficiarse y progresar por la influencia refinadora y transformadora de las variadas capacidades de otros miembros, para que las cosas que falten en uno puedan ser más abundantemente desplegadas en otro. Todos los miembros deben acercarse el uno al otro, para que la iglesia llegue a ser un espectáculo ante el mundo, ante los ángeles y ante los hombres.–Carta 26, 15 de febrero de 1900; ibíd., pp. 17, 18.
El cuerpo del Señor.–Dios está tratando de hacer de su iglesia la prolongación de la encarnación de Cristo. Los ministros del evangelio son los pastores adjuntos, Cristo es el Pastor divino. Los miembros de la iglesia son los instrumentos por medio de los cuales obra Dios. Su iglesia se alzará destacadamente. Es el cuerpo del Señor.–Carta 121, 13 de agosto de 1900.
El Señor ha provisto a su iglesia de talentos y bendiciones para que pueda presentar ante el mundo una imagen de la suficiencia de Dios, para que su iglesia sea completa en él, una constante ejemplificación de otro mundo, el mundo eterno, [un mundo] de leyes superiores a las leyes terrenas. Su iglesia ha de ser un templo erigido a la semejanza divina, y el arquitecto angelical ha traído del Cielo su áurea vara de medir, para que cada piedra pueda ser labrada y escuadrada según la medida divina y pulida para brillar como un emblema del Cielo, irradiando en todas direcciones los rayos brillantes y claros del Sol de Justicia. La iglesia debe ser alimentada con el maná celestial y guardada bajo la exclusiva custodia de su gracia, y entrar en su conflicto final vestida con la completa armadura de luz y justicia. [Entonces] la escoria, el material inútil, será consumida, y la influencia de la verdad testificará ante el mundo de su carácter santificador y ennoblecedor.–General Conference Daily Bulletin, 27 de febrero de 1893; Testimonios para los ministros, pp. 39, 40.
Reflejar el amor de Cristo.–La persona que cree en Jesucristo como su Salvador personal debe ser un obrero colaborador suyo, ligado a su corazón de amor infinito, trabajando con él en acciones de abnegación y benevolencia. […]
Cristo se ha separado de la tierra, pero sus seguidores todavía quedan en el mundo. Su iglesia, constituida por los que lo aman, debe ser en palabra y acción, en su amor desinteresado y benevolencia, una representación del amor de Cristo. Al practicar la abnegación y llevar la cruz, han de ser el medio para implantar el principio del amor en el corazón de aquellos que no están relacionados con el Salvador por un conocimiento experimental.–Manuscrito 32, 16 de abril de 1901; El ministerio médico, p. 431.
Cristo ha dado a su iglesia abundantes medios con el fin de poder recibir ingente rédito de gloria de su posesión comprada y redimida. La iglesia, dotada con la justicia de Cristo, es su depositaria, en la cual las riquezas de su misericordia, su amor y su gracia han de aparecer en su manifestación plena y final. –General Conference Daily Bulletin, 27 de febrero de 1893; Testimonios para los ministros, p. 40.
Vindicar la ley de Dios.–Dios tiene agentes designados divinamente: hombres a quienes está guiando, que han soportado el calor y la carga del día, que están cooperando con los instrumentos celestiales en hacer progresar el reino de Dios en nuestro mundo. Únanse todos a estos agentes escogidos, y sean hallados al fin entre quienes poseen la paciencia de los santos, guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe de Jesús.–Review and Herald, 12 de septiembre de 1893; ibíd., p. 76.
Proclamar la verdad al mundo.–Dios ha llamado a su iglesia en este tiempo, como llamó al antiguo Israel, para que se destaque como luz en la tierra. Por la poderosa cuña de la verdad –los mensajes de los ángeles primero, segundo y tercero–, la ha separado de las iglesias y del mundo para colocarla en sagrada proximidad a sí mismo. La ha hecho depositaria de su ley, y le ha confiado las grandes verdades de la profecía para este tiempo. Como los santos oráculos confinados al antiguo Israel, son un sagrado cometido que ha de ser comunicado al mundo.–Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 431 (1885).
La iglesia de Cristo es la agencia de Dios para la proclamación de la verdad y recibe el poder de él para llevar a cabo una obra especial; y si ella es fiel al Señor y obediente a sus mandamientos, morará en ella la excelencia del poder divino. Si ella honra al Señor Dios de Israel, no hay poder que pueda ponerse en su contra. Si ella es fiel a su cometido, las fuerzas del enemigo serán incapaces de vencerla, así como el tamo no puede resistir al torbellino.–Ibíd., t. 8, p. 18 (1904).
Todos los que aceptan a Cristo deben disponerse a trabajar por quienes están muertos en sus delitos y pecados. Dondequiera se haya proclamado la verdad y despertado y convertido a la gente, los creyentes deben unirse sin demora para practicar la caridad. Dondequiera se haya presentado la verdad bíblica, debe establecerse la obra de la piedad práctica. En todos los lugares donde se haya establecido una iglesia, debe hacerse obra misionera para los desamparados y sufrientes. –Ibíd., t. 6, p. 91 (1900).
Vivimos actualmente en las escenas finales de la historia de este mundo. Que los hombres tiemblen al percatarse de la responsabilidad de conocer la verdad. El mundo está llegando a su fin. La consideración correcta de todas estas cosas inducirá a todos a consagrar a su Dios cuanto tienen y cuanto son... Recae sobre nosotros la grave responsabilidad de amonestar a un mundo con respecto a su condenación venidera. De todas partes, de lejos y de cerca, nos llegan pedidos de ayuda. La iglesia, piadosamente consagrada a la obra, debe llevar este mensaje al mundo: “Vengan al banquete del evangelio; la cena está preparada, vengan”.–Review and Herald, 23 de julio de 1895; El evangelismo, p. 16.
La iglesia tiene por delante el amanecer de un día esplendoroso y glorioso, siempre y cuando se vista con la cota de la justicia de Cristo, apartándose de toda alianza con el mundo. –Testimonios para la iglesia, t. 8, p. 19 (1904).
Vuelvan al Señor, prisioneros de la esperanza. Busquen fortaleza en Dios, en el Dios viviente. Muestren una fe humilde e inquebrantable en su poder y en su voluntad de salvar. […] Cuando con fe nos aferremos a su poder, él cambiará, de manera maravillosa, las perspectivas más desesperadas y desalentadoras. Así lo hará para gloria de su nombre.
Dios pide a sus fieles, a los que creen en él, que dirijan palabras de ánimo a las personas afectadas por la falta de fe y la desesperación.–Carta 199, 8 de septiembre de 1903.
Cuidar de niños y jóvenes.–Dedique la iglesia un cuidado especial a los corderos del rebaño, ejerciendo toda influencia de que sea capaz para conquistar el amor de los niños y vincularlos con la verdad. Los pastores y los miembros de la iglesia deben secundar los esfuerzos que hacen los padres para conducir a los niños por sendas seguras. El Señor está llamando a los jóvenes, porque quiere hacer de ellos auxiliadores suyos que presten buen servicio bajo su bandera.–Review and Herald, 25 de octubre de 1892; El hogar cristiano, pp. 310, 311.
Las iglesias de diferentes localidades deben sentir que pesa sobre ellas una solemne responsabilidad referente a la preparación de jóvenes talentosos que se dediquen a la obra misionera. Cuando se vea que hay en la iglesia personas promisorias que pudieran desarrollarse como obreros de provecho, pero que no pueden sufragar sus gastos escolares, se debería asumir la responsabilidad de enviarlos a alguna de nuestras escuelas preparatorias. Existen en las iglesias excelentes talentos que es necesario aprovechar. Hay personas que prestarían un buen servicio en la viña del Señor, pero que son demasiado pobres para obtener, sin ninguna ayuda, la educación que necesitan. Las iglesias debieran considerar un privilegio contribuir a costear los gastos de tales personas.–Testimonios para la iglesia, t. 6, pp. 216, 217 (1900).
Compartir la literatura que contiene la verdad.–Si hay una tarea más importante que otra es la de presentar al público nuestras publicaciones, induciendo así a las personas para que investiguen en las Escrituras. La labor misionera –la presentación de nuestras publicaciones a las familias, la conversación y la oración con y por ellas– es una buena tarea que educará a los hombres y las mujeres para la labor pastoral. –Ibíd., t. 4, p. 383 (1880).
Cuando los miembros de la iglesia comprendan la importancia de la difusión de nuestras publicaciones, dedicarán más tiempo a esta tarea. Introducirán periódicos, folletos y libros en los hogares de la gente para predicar el evangelio de maneras diversas. […] La iglesia debe prestar atención a la obra de colportaje. Esta es una de las maneras en que ha de brillar en el mundo. Entonces aparecerá “hermosa como la luna, radiante como el sol, imponente como ejércitos en orden de batalla” (Cant. 6:10).–Manuscrito 113, 4 de noviembre de 1901.
Apoyar la obra misionera.–El manifestar un espíritu generoso y abnegado para con el éxito de las misiones en el extranjero es una manera segura de hacer progresar la obra misionera en el país propio; porque la prosperidad de la obra que se haga en él depende en gran parte, después de Dios, de la influencia refleja que tiene la obra evangélica hecha en los países lejanos. Es al trabajar para suplir las necesidades de otros como ponemos nuestras almas en contacto con la Fuente de todo poder. El Señor ha tomado nota de toda fase del celo misionero manifestado por su pueblo en favor de los campos extranjeros. Él quiere que en todo hogar, en toda iglesia, en todos los centros de la obra, se manifieste un espíritu de generosidad mandando ayuda a los campos extranjeros, donde los obreros están luchando contra grandes dificultades para dar la luz a los que moran en tinieblas.–Obreros evangélicos, p. 478 (1915).
Atención a los pobres.–Se nos ordena que “hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gál. 6:10). En nuestra obra de benevolencia debiera ofrecerse ayuda especial a los que, por la presentación de la verdad, estén convencidos y convertidos. Debemos preocuparnos de las personas que tienen el valor de aceptar la verdad, de quienes pierden sus ocupaciones y se les niega trabajo para sostener a sus familias. Se debe hacer provisión para ayudar al pobre digno y proveer empleo para aquellos que aman a Dios y guardan sus mandamientos. No hay que dejarlos desamparados ni que lleguen a la conclusión de que deben trabajar en sábado o morir de hambre. Los que se ponen de parte del Señor deben ver en los adventistas del séptimo día a un pueblo generoso, abnegado y sacrificado, que alegremente y de buen agrado presta servicio a sus hermanos en necesidad. El Señor se refiere especialmente a esta clase de gente cuando dice “que a los pobres errantes albergues en casa” (Isa. 58:7).–Testimonios para la iglesia, t. 6, p. 91 (1900).
Dondequiera que se establezca una iglesia, sus miembros deben hacer una obra fiel por los creyentes menesterosos. Pero no deben parar ahí. Deben ayudar también a otros, sin tener en cuenta su fe. Como resultado de un esfuerzo tal, algunos de estos recibirán las verdades especiales para este tiempo.–Ibíd., t. 6, p. 273 (1900).
Buscar la guía del Espíritu Santo.–Justamente antes que Jesús dejara a sus discípulos para ir a las mansiones celestiales, los animó con la promesa del Espíritu Santo. Esta promesa nos pertenece a nosotros tanto como a ellos y, sin embargo, ¡cuán raramente se presenta ante el pueblo o se habla de su recepción en la iglesia! Como consecuencia del silencio sobre este importantísimo asunto, ¿de qué promesa sabemos menos, por su cumplimiento real, que acerca de esta rica promesa del don del Espíritu Santo, mediante el cual será eficaz toda nuestra labor espiritual? La promesa del Espíritu Santo es mencionada por casualidad en nuestros discursos, es tocada en forma incidental, y eso es todo. Las profecías han sido tratadas exhaustivamente, las doctrinas han sido expuestas; pero lo que es esencial para la iglesia a fin de que crezca en fortaleza y eficiencia espiritual, para que la predicación sea acompañada por la convicción, y las almas sean convertidas a Dios, ha sido mayormente excluido del esfuerzo ministerial. Este tema ha sido puesto a un lado, como si algún tiempo futuro hubiera sido reservado para su consideración. Otras bendiciones y privilegios han sido presentados ante nuestro pueblo hasta despertar en la iglesia el deseo de conseguir la bendición prometida por Dios; pero ha quedado la impresión de que el don del Espíritu Santo no es para la iglesia ahora, sino que en algún tiempo futuro sería necesario que la iglesia lo recibiera.
Esta bendición prometida, reclamada por la fe, traería todas las demás bendiciones en su estela, y ha de ser dada liberalmente al pueblo de Dios. Por medio de los astutos engaños del enemigo las mentes de los hijos de Dios parecen incapaces de comprender las promesas divinas y de apropiarse de ellas. Parecen pensar que únicamente los más pequeños chaparrones de la gracia han de caer sobre el alma sedienta. El pueblo de Dios se ha acostumbrado a pensar que debe confiar en sus propios esfuerzos, que poca ayuda ha de recibirse del cielo; y el resultado es que tiene poca luz para comunicar a otras almas que mueren en el error y la oscuridad. La iglesia por mucho tiempo se ha contentado con una mínima medida de la bendición de Dios; no ha sentido la necesidad de reclamar los elevados privilegios comprados para ella a un costo infinito. Su fuerza espiritual ha sido escasa; su experiencia, restringida y mutilada; y se halla inhabilitada para la obra que el Señor quiere que haga. No está en condiciones de presentar las grandes y valiosas verdades de la santa Palabra de Dios que convencerían y convertirían a las almas mediante la intervención del Espíritu Santo. Dios espera que la iglesia pida y reciba su poder. Recogerán una cosecha de gozo los que siembran la santa semilla de la verdad. “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla, pero al volver vendrá con regocijo trayendo sus gavillas” (Sal. 126:6).–Special Testimony to Our Ministers, nº 2, pp. 23, 24 (1892).
Cuando el mensaje del tercer ángel se presente en voz alta [y] toda la tierra sea iluminada con la gloria [de Dios], el Espíritu Santo será derramado sobre su pueblo. El depósito de gloria se ha estado acumulando para esta obra final del mensaje del tercer ángel. De las oraciones que se han elevado para el cumplimiento de la promesa –la del descenso del Espíritu Santo–, ni una sola se ha perdido. Se han guardado todas ellas, listas para desbordarse y verter por todo el mundo un torrente sanador de influencia celestial y de luz acumulada.–Carta 96a, 19 de julio de 1899.
La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debiera ser nuestra primera obra. Debe haber esfuerzos fervientes para obtener las bendiciones del Señor, no porque Dios no esté dispuesto a conferirnos sus bendiciones, sino porque no estamos preparados para recibirlas. Nuestro Padre celestial está más dispuesto a dar su Espíritu Santo a los que se lo piden que los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos. Sin embargo, mediante la confesión, la humillación, el arrepentimiento y la oración ferviente nos corresponde cumplir con las condiciones en virtud de las cuales ha prometido Dios concedernos su bendición. Solo en respuesta a la oración debe esperarse un reavivamiento.–Review and Herald, 22 de marzo de 1887; Mensajes selectos, t. 1, p. 147.
Pero cerca del fin de la siega de la tierra se promete una concesión especial de gracia espiritual, para preparar a la iglesia para la venida del Hijo del hombre. Este derramamiento del Espíritu se compara con la caída de la lluvia tardía; y en procura de este poder adicional, los cristianos han de elevar sus peticiones al Señor de la mies “en la sazón tardía”. En respuesta, “Jehová hará relámpagos, y les dará lluvia abundante” (Zac. 10:1).–Los hechos de los apóstoles, p. 45 (1911).
1 Para una mejor contextualización de los textos del Espíritu de Profecía, la fecha ofrecida en la referencia de cada cita es la del original en inglés, aunque la versión en español aquí reproducida o traducida sea de fecha posterior.
Son solemnes las responsabilidades que descansan sobre quienes son llamados a actuar como dirigentes de la iglesia de Dios en la tierra. En los días de la teocracia, cuando Moisés estaba empeñado en llevar solo cargas tan gravosas que pronto lo agotarían bajo su peso, Jetro le aconsejó que planeara una sabia distribución de las responsabilidades. “Está tú por el pueblo delante de Dios –le aconsejó Jetro–, y somete tú los negocios a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde anden, y lo que han de hacer”. Jetro aconsejó además que se escogieran hombres para que actuaran como “caporales sobre mil, sobre ciento, sobre cincuenta y sobre diez”. Estos habían de ser “varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia”. Ellos habían de juzgar “al pueblo en todo tiempo”, aliviando así a Moisés de la agotadora responsabilidad de prestar atención a muchos asuntos menores que podían ser tratados con sabiduría por ayudantes consagrados.
El tiempo y la fuerza de quienes en la Providencia de Dios han sido colocados en los principales puestos de responsabilidad en la iglesia deben dedicarse a tratar los asuntos más graves que demandan especial sabiduría y grandeza de ánimo. No es plan de Dios que a tales hombres se les pida que resuelvan los asuntos menores que otros están bien capacitados para tratar. […]
De acuerdo con este plan, “escogió Moisés varones de virtud del pueblo de Israel, y los puso por cabezas sobre el pueblo, caporales sobre mil, sobre ciento, sobre cincuenta, y sobre diez. Y juzgaban al pueblo en todo tiempo: el negocio arduo lo traían a Moisés, y ellos juzgaban todo negocio pequeño” (Éxo. 18:19-26).
Más tarde, al escoger setenta ancianos para que compartieran con él las responsabilidades de la dirección, Moisés tuvo cuidado de escoger como ayudantes suyos hombres de dignidad, de sano juicio y de experiencia. […]
El rey David, hacia el fin de su reinado, hizo un solemne encargo a quienes dirigían la obra de Dios en su tiempo. Convocando en Jerusalén “a todos los principales de Israel, los príncipes de las tribus, y los jefes de las divisiones que servían al rey, los tribunos y centuriones, con los superintendentes de toda la hacienda y posesión del rey, y sus hijos, con los eunucos, los poderosos, y todos sus hombres valientes”, el anciano rey les ordenó solemnemente, “delante de los ojos de todo Israel, congregación de Jehová, y en oídos de nuestro Dios... Guarden e inquieran todos los preceptos de Jehová vuestro Dios” (1 Crón. 28:1, 8).–Los hechos de los apóstoles, pp. 77-79 (1911).
Los mismos principios de piedad y justicia que debían guiar a los gobernantes del pueblo de Dios en el tiempo de Moisés y de David, habían de seguir también aquellos a quienes se les encomendó la vigilancia de la recién organizada iglesia de Dios en la dispensación evangélica. En la obra de poner en orden las cosas en todas las iglesias, y de consagrar hombres capaces para que actuaran como oficiales, los apóstoles mantenían las altas normas de dirección bosquejadas en los escritos del Antiguo Testamento. Sostenían que aquel que es llamado a ocupar un puesto de gran responsabilidad en la iglesia, debe ser “sin crimen, como dispensador de Dios; no soberbio, no iracundo, no amador del vino, no heridor, no codicioso de torpes ganancias; sino hospedador, amador de lo bueno, templado, justo, santo, continente; retenedor de la fiel palabra que es conforme a la doctrina: para que también pueda exhortar con sana doctrina, y convencer a los que contradijeren” (Tito 1:7-9 ).–Ibíd., pp. 79, 80 (1911).
La organización de la iglesia de Jerusalén debía servir de modelo para la de las iglesias que se establecieran en muchos otros puntos donde los mensajeros de la verdad trabajasen para ganar conversos al evangelio. Los que tenían la responsabilidad del gobierno general de la iglesia, no habían de enseñorearse de la heredad de Dios, sino que, como prudentes pastores, habían de “apacentar la grey de Dios... siendo dechados de la grey” (1 Ped. 5:2, 3), y los diáconos debían ser “varones de buen testimonio llenos de Espíritu Santo y de sabiduría”. Estos hombres debían colocarse unidamente de parte de la justicia y mantenerse firmes y decididos. Así tendrían unificadora influencia en la grey entera.
Más adelante en la historia de la iglesia primitiva, una vez constituidos en iglesias muchos grupos de creyentes en diversas partes del mundo, se perfeccionó aun más la organización con el fin de mantener el orden y la acción concertada. Se exhortaba a cada uno de los miembros a que desempeñase bien su cometido, empleando útilmente los talentos que se le hubiesen confiado. Algunos estaban dotados por el Espíritu Santo con dones especiales: “Primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero doctores; luego facultades; luego dones de sanidades, ayudas, gobernaciones, géneros de lenguas” (1 Cor. 12:28). Pero todas estas clases de obreros tenían que trabajar concertadamente.–Ibíd., pp. 76, 77 (1911).
Hace casi cuarenta años que entre nosotros como pueblo se introdujo la organización. Yo fui una de las personas que tuvieron la experiencia de establecerla desde el comienzo. Conozco las dificultades que hubo que afrontar, los males que dicha organización estaba llamada a corregir, y he vigilado su influencia con respecto al crecimiento de la causa. En la primera etapa de la obra, Dios nos dio luz especial sobre este punto, y esa luz, junto con las lecciones que la experiencia nos ha enseñado, debe ser considerada cuidadosamente.
Desde el comienzo nuestra obra fue agresiva. Éramos pocos, y mayormente de la clase más pobre. Nuestras creencias eran casi desconocidas para el mundo. Para llevar adelante nuestra obra no teníamos casas de culto, salvo unas pocas publicaciones y recursos muy limitados. Las ovejas estaban esparcidas por caminos y vallados, en ciudades, en pueblos y en bosques. Los mandamientos de Dios y la fe de Jesús eran nuestro mensaje. […]
A medida que aumentaba nuestra feligresía, resultó evidente que sin alguna forma de organización habría gran confusión y la obra no se realizaría con éxito. La organización era indispensable para proporcionar sostén al ministerio, para llevar la obra a nuevos territorios, para proteger tanto a las iglesias como al ministerio de los miembros indignos, para retener las propiedades de la iglesia, para publicar la verdad por medio de la prensa y para muchos otros objetivos.
Sin embargo, en medio de nuestro pueblo había un fuerte sentimiento en contra de ella. Los adventistas del primer día eran enemigos de la organización, y la mayoría de los adventistas del séptimo día acariciaban las mismas ideas. [Entonces] buscamos al Señor con oración fervorosa para poder entender su voluntad, y se nos dio luz por medio de su Espíritu en el sentido de que debía haber orden y disciplina cabal en la iglesia; la organización era esencial. El sistema y el orden se manifiestan en todas las obras de Dios en todo el universo. El orden es la ley del Cielo, y debe ser la ley del pueblo de Dios en la Tierra.
Tuvimos una dura lucha para establecer la organización. A pesar de que el Señor dio testimonio tras testimonio sobre este punto, la oposición era fuerte, y hubo que hacerle frente una y otra vez. Pero sabíamos que el Señor Dios de Israel estaba conduciéndonos y guiándonos por medio de su providencia. Nos empeñamos en la obra de la organización, y una señalada prosperidad caracterizó a este movimiento de avanzada. […]
Que nadie albergue el pensamiento de que podemos prescindir de la organización. Erigir esta estructura nos ha costado mucho estudio y muchas oraciones en demanda de sabiduría, las cuales sabemos que Dios ha contestado. Ha sido edificada según su dirección, a través de mucho sacrificio y conflicto. Que ninguno de nuestros hermanos esté tan engañado como para intentar derribarla, porque así crearían una situación en la que ni siquiera sueñan. En el nombre del Señor les declaro que la organización ha de permanecer, fortalecida, establecida y fijada. A la orden de Dios –“Avancen”– hemos avanzado cuando las dificultades que debían superarse hacían que el avance pareciera imposible. Sabemos cuánto ha costado poner por obra los planes de Dios en lo pasado, los planes que han hecho de nosotros como pueblo lo que somos. Sea, pues, cada uno de nosotros sumamente cuidadoso en no confundir las mentes con respecto a las cosas que Dios ha ordenado para nuestra prosperidad y éxito en el avance de su causa.–General Conference Daily Bulletin, 29 de enero de 1893; Testimonios para los ministros, pp. 45-50.
Los ángeles trabajan en forma armoniosa. Un orden perfecto caracteriza todos sus movimientos. Cuanto más de cerca imitemos la armonía y el orden de la hueste angelical, más éxito tendrán los esfuerzos de esos agentes celestiales en favor de nosotros. Si no vemos ninguna necesidad de acción armoniosa, y somos desordenados, indisciplinados y desorganizados en nuestra forma de obrar, los ángeles, que están cabalmente organizados y se mueven en perfecto orden, no pueden trabajar por nosotros con éxito. Se apartan apesadumbrados, porque no están autorizados para bendecir la confusión, la distracción y la desorganización. Todos los que deseen la cooperación de los mensajeros celestiales deben trabajar al unísono con ellos. Los que tienen la unción de lo alto estimularán el orden, la disciplina y la unidad de acción en todo lo que emprendan, y entonces los ángeles de Dios podrán cooperar con ellos. Pero nunca, jamás estos mensajeros celestiales respaldarán la irregularidad, la desorganización y el desorden. Todos estos males son el resultado de los esfuerzos de Satanás para debilitar nuestras fuerzas, destruir nuestro valor e impedir la acción exitosa.–Ibíd., p. 50 (1868).
Les digo, hermanos míos, el Señor tiene un cuerpo organizado por medio del cual él trabaja. Puede haber más de una veintena de Judas entre ellos; puede haber un Pedro áspero, que en circunstancias difíciles niegue a su Señor. Puede haber personas representadas por Juan a quien Jesús amaba, pero que pueden tener un celo que destruiría las vidas de los hombres pidiendo fuego del Cielo sobre ellos para vengar un insulto inferido a Cristo y a la verdad. Pero el gran Maestro trata de dar lecciones de instrucción para corregir estos males existentes. Él está haciendo hoy lo mismo con su iglesia. Está señalando sus peligros. Está presentando delante de ellos el mensaje a Laodicea.–Manuscrito 21, 12 de junio de 1893; Mensajes selectos, t. 3, pp. 19, 20.
El remanente no es Babilonia.–Dios tiene una iglesia en la Tierra que es su pueblo escogido, los que guardan sus mandamientos. Él no está conduciendo ramas extraviadas, no uno aquí y otro allá, sino un pueblo. La verdad es un poder santificador; pero la iglesia militante no es la iglesia triunfante. Hay cizaña entre el trigo. “¿Quieres que vayamos y la arranquemos?”, fue la pregunta de los siervos; pero el patrón les contestó: “No, porque al arrancar la cizaña podrían también arrancar el trigo”. La red del evangelio no prende únicamente peces buenos, sino también peces malos, y solo el Señor conoce quiénes son los suyos.
Es nuestro deber individual caminar humildemente con Dios. No debemos buscar algún mensaje nuevo y extraño. No debemos pensar que los escogidos de Dios, que están tratando de andar en la luz, constituyen Babilonia. Las caídas iglesias denominacionales son Babilonia.–Carta 57, 22 de marzo de 1893; Testimonios para los ministros, pp. 77, 78.
Jesús desea entrar para proporcionar las bendiciones más ricas a cada uno de los miembros de la iglesia, si ellos quieren abrirle la puerta. No los llama ni una sola vez Babilonia, ni les pide que salgan de ella. […]
Quiero decir, en el temor y el amor de Dios, que sé que el Señor tiene pensamientos de amor y de misericordia para restaurar y curar a aquellos que se han apartado. Él tiene una obra que debe ser hecha por su iglesia. No debe decirse que sus miembros son Babilonia, sino que son la sal de la tierra y la luz del mundo. Deben ser mensajeros vivientes que han de proclamar un mensaje vital en estos últimos días. […]
Nuevamente digo: El Señor no ha hablado mediante ningún mensajero que llame Babilonia a la iglesia que guarda los mandamientos de Dios. Es verdad que hay cizaña junto con el trigo, pero Cristo dijo que enviaría a sus ángeles a reunir primero la cizaña en atados para quemarla, y a poner el trigo en el granero.–Carta 16, 11 de junio de 1893; Mensajes selectos, t. 2, pp. 81-84.
Cuidado con quienes se alzan proclamando que tienen la gran responsabilidad de denunciar a la iglesia.
Los escogidos que resisten y hacen frente a la tormenta de oposición del mundo, y enarbolan los pisoteados mandamientos de Dios para exaltarlos como santos y honorables, ciertamente son la luz del mundo. ¿Cómo puede mortal alguno emitir un juicio contra ellos y llamar a la iglesia “ramera”, “Babilonia”, “cueva de ladrones”, o “jaula de toda clase de aves inmundas y odiosas”? […]
Suponiendo que en este tiempo todos deban oír de manera espuria el mensaje “¡Salid de ella, pueblo mío!” (Apoc. 18:4), ¿adónde iremos? ¿Dónde hallaremos la pureza, bondad y santidad que nos permita sentirnos seguros? ¿Dónde está el redil en el que no entre ningún lobo?–Manuscrito 21, 12 de junio de 1893.
Apartándose.–En lugar de usar las armas de guerra dentro de nuestras propias filas, sean estas utilizadas contra los enemigos de Dios y de la verdad. Háganse eco de la oración de Cristo con todo su corazón: “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (Juan 17:11). […]
Cuando alguien se está apartando del cuerpo organizado del pueblo que guarda los mandamientos de Dios, cuando comienza a pesar la iglesia en sus balanzas humanas y a pronunciar juicios contra ella, pueden saber que Dios no lo está dirigiendo. Está en el camino equivocado.–Manuscrito 21, 12 de junio de 1893; Mensajes selectos, t. 3, pp. 20, 21.
Independencia errónea.–Dios está enseñando, conduciendo y guiando a su pueblo para que este pueda enseñar, conducir y guiar a otros. En el seno del remanente de estos últimos días, habrá quienes, como en el antiguo Israel, deseen actuar de manera independiente, sin querer someterse a las enseñanzas del Espíritu de Dios ni escuchar consejos o advertencias. Tengan en cuenta esas personas que Dios tiene una iglesia en la tierra en la que ha delegado autoridad. Los humanos quieren seguir su propio juicio independiente, despreciando el consejo y la reprensión; pero, en la medida en que hagan esto, se alejarán de la fe y, como fruto de ello, sobrevendrán el desastre y la perdición de las almas. Quienes ahora se congregan para apoyar y exaltar la verdad se alinean en un lado, permaneciendo unidos en corazón, mente y voz en defensa de ella; en cambio, quienes no trabajan en armonía de propósito y acción, y escogen su propio juicio no santificado como si fuera un proceder perfecto, se alinean en el bando de Satanás y defienden su causa. El diablo se convierte en su líder y ellos se unen a él en su constante empeño por derribar lo que Dios está edificando.
Ninguno de estos elementos discordantes podrá finalmente frustrar los planes de Dios para la preparación de un pueblo que resista en el gran día y para la consumación del plan de salvación. […]
Es un engaño del enemigo que cualquiera crea que puede desconectarse de los instrumentos que Dios ha designado y trabajar por su cuenta de manera independiente, con su propia y supuesta sabiduría, y no obstante tener éxito. Aunque esa persona se haga la ilusión de estar haciendo la obra de Dios, finalmente no prosperará. Somos un solo cuerpo, y todos los miembros deben encontrarse unidos a él, con cada persona trabajando de acuerdo con su propia capacidad. Hemos de tener una mente similar a la de Dios: pura, santa y sincera. Nadie debe encerrarse en sí mismo ni vivir para sí.–Carta 33a, 21 de marzo de 1888.
La Palabra de Dios no da licencia a ningún hombre para oponer su juicio al de la iglesia, ni le permite insistir en sus opiniones contrarias a las de la misma. Si no hubiera disciplina ni gobierno de la iglesia, esta se reduciría a fragmentos; no podría mantenerse unida como un cuerpo. Siempre hubo seres humanos de espíritu independiente, que aseveraron que estaban en lo correcto, que Dios los había instruido, impresionado y conducido en forma especial. Cada uno tiene una teoría propia, opiniones que le son peculiares, y cada uno sostiene que sus opiniones están de acuerdo con la Palabra de Dios. Cada cual sustenta diferente teoría y fe, aunque todos aseguran tener una luz especial de Dios. Apartan a los demás del cuerpo y cada uno es en sí mismo una iglesia separada. Todos no pueden estar en lo cierto y, sin embargo, se declaran conducidos por el Señor. La palabra de la inspiración no es “sí” y “no”, sino “sí” y “amén” en Cristo Jesús.–Testimonios para la iglesia, t. 3, p. 471 (1875).
Los movimientos espasmódicos y nerviosos de algunos que aseveran ser cristianos pueden compararse al trabajo de caballos fuertes, pero no amaestrados. Cuando el uno tira hacia adelante, el otro se echa hacia atrás; y a la voz del amo, uno se precipita hacia adelante y el otro permanece inconmovible. Si los hombres no quieren obrar en concierto en la magna y grandiosa obra para este tiempo, habrá confusión. No es buena señal cuando los hombres se niegan a unirse con sus hermanos y prefieren actuar solos. Que los obreros hagan confidentes suyos a los hombres que se sienten libres para señalar toda desviación de los principios correctos. Los que llevan el yugo de Cristo no pueden tirar por separado, sino que obrarán con Cristo.
Algunos obreros tiran con toda la fuerza que Dios les ha dado, pero no han aprendido todavía que no deben tirar solos. En vez de aislarse, tiren en armonía con sus colaboradores. A menos que lo hagan así, su actividad se producirá en el momento inoportuno y en forma errónea. Con frecuencia contrarrestarán aquello que Dios quisiera que se hiciese, y así su trabajo se habrá malgastado.–Ibíd., t. 9, p. 207 (1909).
Muchos no se dan cuenta del carácter sagrado de la relación con la iglesia, y les cuesta someterse a la restricción y disciplina. Su conducta demuestra que exaltan su propio juicio por encima del de la iglesia unida y no evitan cuidadosamente el estimular un espíritu de oposición a su voz. Los que ocupan puestos de responsabilidad en la iglesia pueden tener faltas como los demás y pueden errar en sus decisiones; pero, a pesar de eso, la iglesia de Cristo en la tierra les ha dado una autoridad que no puede ser considerada con liviandad. Después de su resurrección, Cristo delegó el poder en su iglesia diciendo: “A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengáis, les serán retenidos” (Juan 20:23). […]
La incredulidad sugiere que la independencia individual aumenta nuestra importancia, que es señal de debilidad renunciar a nuestras ideas de lo que es correcto y propio, para acatar el veredicto de la iglesia; pero es peligroso seguir tales sentimientos y opiniones, y nos llevará a la anarquía y confusión. Cristo vio que la unidad y la comunión cristianas eran necesarias para la causa de Dios y, por lo tanto, las ordenó a sus discípulos. Y la historia del cristianismo desde aquel tiempo hasta ahora demuestra en forma concluyente que tan solo en la unión hay fuerza. Sométase el juicio individual a la autoridad de la iglesia. –Ibíd., t. 4, pp. 21-23 (1876).
Usted [hermano A] está constantemente inclinado a la independencia individual. No comprende que la independencia es pobre cuando lo conduce a tener demasiada confianza propia y a actuar conforme a su propio juicio antes que respetar el consejo y estimar altamente el juicio de sus hermanos, especialmente de aquellos que están en los cargos que Dios ha designado para la salvación de su pueblo. Dios ha investido a su iglesia con autoridad y poder especiales que nadie puede sentirse justificado para desatender y menospreciar, porque al hacerlo menosprecia la voz de Dios.–Ibíd., t. 3, pp. 458, 459 (1875).
No existe una motivación en el corazón que el Señor no lea. Él lee todo propósito, todo pensamiento de la mente. No es luz adicional lo que se necesita; es la entrega del alma a Dios, para que el poder de su gracia consiga que la luz que él ha hecho brillar en el corazón sea un principio vivo de acción. Cuando una persona que tiene gran luz, y de quien se espera que se deje guiar y enseñar por el Señor, se aparta del camino por causa de su autoconfianza, prepara caminos erróneos para sus pies. Sigue prácticas corruptas, y muchos que han admirado la supuesta nobleza e integridad de su carácter siguen su ejemplo, pensando que el Señor la está guiando. El paso en falso que dio esa persona da lugar a miles de pasos en falso.–Carta 201, 5 de diciembre de 1899.
Destino de los dirigentes que siguen su propia voluntad.–El Señor ha enviado una y otra vez testimonios de advertencia, reprensión e instrucción a su pueblo; pero, mientras los dirigentes continúen resistiendo al Espíritu de Dios y sigan decididamente sus propios caminos y su voluntad sin santificar, como se manifestó en Mineápolis y desde entonces; mientras persistan en dominar a quienes trabajan con ellos, confiriendo así un estilo a la obra que es perjudicial para su crecimiento saludable, y en introducir en todo el funcionamiento de la causa de Dios métodos y principios que el Señor ha testificado que no deben existir, el Señor echará todo por tierra una y mil veces, hasta que queden limpios los lugares santos de su contaminación moral. Él ha declarado que no brindará su ayuda mientras prevalezcan esos pecados. Aunque profesan conocer las cosas divinas, revelan que no tienen conexión vital con la savia de la cepa madre. El resultado es que la sabiduría humana toma el lugar de la divina.
El destino de estas personas será la definitiva separación de Cristo, tan completa como la de la rama muerta que se ha cortado de la vid. En su corazón se separaron de Jesús hace años y han llegado a ser como el árbol estéril del cual el Amo de la viña dijo: “ ‘Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo hallo. ¡Córtala! ¿Para qué inutilizar también la tierra?’. Él [el viñador] entonces, respondiendo, le dijo: ‘Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella y la abone. Si da fruto, bien; y si no, la cortarás después’ ” [Luc. 13:7-9].
“Después”. ¿Qué sentido tiene esta palabra? En ella hay una lección para quienes están involucrados en la obra de Dios. Se le ha concedido un periodo de prueba al árbol que no daba fruto. Igualmente el Señor soporta largo tiempo a su pueblo. Pero a quienes han recibido grandes ventajas y desempeñan puestos de responsabilidad alta y sagrada, Cristo les dice: “¡Córtala! ¿Para qué inutilizar también la tierra?”. Debe haber una obra que se corresponda con el carácter sagrado de la verdad que se les ha asignado. Las viejas cosas deben pasar; todo ha de hacerse nuevo.–Manuscrito 7, enero de 1897.
Siempre ha habido en la iglesia quienes se inclinan constantemente a la independencia individual. Parecen incapaces de comprender que la independencia de espíritu puede inducir al agente humano a tener demasiada confianza en sí mismo, y a confiar en su propio juicio más bien que respetar el consejo y estimar debidamente el juicio de sus hermanos, especialmente de quienes ocupan los puestos que Dios ha señalado para la dirección de su pueblo. Dios ha investido a su iglesia con especial autoridad y poder, que nadie tiene derecho de desatender y despreciar; porque el que lo hace desprecia la voz de Dios.
Los que se inclinan a considerar su juicio individual como supremo están en grave peligro. Es un plan estudiado de Satanás separarlos de quienes son canales de luz y por medio de quienes Dios ha obrado para unificar y extender su obra en la tierra. Descuidar o despreciar a quienes Dios ha señalado para llevar las responsabilidades de la dirección en relación con el avance de la verdad, es rechazar los medios que ha dispuesto para ayudar, animar y fortalecer a su pueblo. El que cualquier obrero de la causa de Dios pase por alto a los tales y piense que la luz divina no puede venir por ningún otro medio que directamente de Dios, es colocarse en una posición donde está expuesto a ser engañado y vencido por el enemigo.–Los hechos de los apóstoles, p. 135 (1911).
Inexperiencia.–