Mágico González - Marco Marsullo - E-Book

Mágico González E-Book

Marco Marsullo

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Beschreibung

San Salvador es una ciudad tan grande como una ballena. Y dentro de su tripa hay un taxi en perpetuo movimiento conducido por un hombre de voz grave y rizos canosos, un tal Jorge González, que en su vida anterior se dedicaba a regalar sueños en un campo de fútbol. Pero ¿quién es realmente ese anónimo taxista trasnochado que en la cancha era conocido como "El Mágico"? Uno de los jugadores más talentosos de siempre, el mejor goleador de la historia de la selección de El Salvador, un genio olvidado por muchos pero admirado por nada menos que su majestad Diego Armando Maradona, un fuera de serie que echó al traste su fichaje por el Barça el día en que el entrenador blaugrana lo sorprendió en la cama en dulce compañía durante una concentración de pretemporada; alguien que siempre prefirió al dorsal 10 el más prosaico número 11, y a los clubs más ricos de Europa, el modesto Cádiz, donde "la paga era decente, podía comprarme todas las raciones de calamares que quisiera" y todas las noches se convertían en una fiesta al son de la voz de su amigo Camarón de la Isla. O puede que fuera solo un charlatán, un pícaro, un Don Juan entregado a la juerga y al flamenco, un vividor y, a la vez, un sabio que prefería usar la cabeza para pensar que para golpear la pelota. Quizá Jorge fue todo esto, y su vida una fulgurante excepción en el mundo del fútbol. En estas páginas, sueño y realidad, fantasía e historia, leyenda y crónica se funden para relatar la trayectoria deportiva y humana del Maradona de Cádiz.

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Primera edición en esta colección: septiembre de 2019

Título original: Il tassista di Maradona

© 2016-2017 Rizzoli Libri S.p.A. / Rizzoli, Milan

© 2018 Mondadori Libri S.p.A. / Rizzoli, Milan

© de la presente edición: Altamarea Ediciones C.B.

altamarea.es

[email protected]

© de la traducción: 2019 Giulia Bucciarelli Mateos

Diseño de la colección: Ricardo Juárez

Corrección: Carlos Clavería Laguarda y Belén Nasini

Maquetación: J. Domingo Encinas

eISBN: 978-84-121103-9-5

MARCO MARSULLO

Mágico González.

El genio que quería divertirse

Traducción deGiulia Bucciarelli Mateos

NOTA DEL AUTOR

No había oído hablar de Jorge «Mágico» González hasta que me contaron su historia.

Cuanto relato en este libro es una mezcla de hechos reales con productos de mi fantasía y con anécdotas que me narraron cuando, en septiembre de 2014, recorrí las calles de Cádiz siguiendo los pasos del Mago, como lo llamaban en El Salvador. Visité las peñas de los hinchas del Cádiz, entré en los bares, hablé con la gente que lo conoció, que compartió con él aunque fuera una sola noche. En el bar Gol, muy cerca del Carranza, un anciano, cuyo nombre he olvidado, me susurró casi llorando: «¿Maradona? No, por favor, ¡aquí se habla solo de Mágico!».

Descubrí una historia que me conmovió y me emocionó, y he querido contarla en esta novela.

Y si te vas me voy por los tejadoscomo un gato sin dueño.

JOAQUÍN SABINA, Y sin embargo

Tabla de contenidos

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capítulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Capítulo XVI

Capítulo XVII

Capítulo XVIII

I

—Los goles son todos iguales y todos diferentes, pero nunca idénticos. Son como los copos de nieve: pueden encontrarse dos que se parezcan, pero que tengan idénticas características es imposible.

El taxista tiene una voz grave, rauca. Hace el turno de noche y el sonido de sus cuerdas vocales llena el habitáculo del taxi como lo haría un violín destartalado y desafinado.

La radio con el frontal extraíble está encendida, aunque con el volumen al mínimo. En el taxi se habla de fútbol.

—¿Está bien aquí? —añade el taxista tras un momento de silencio. Solo se oía el intermitente.

—¡Aquí está bien! —contesta en un castellano impecable, sin acento, el hombre que está sentado en la parte de atrás. Lleva unas grandes gafas de sol, aunque todavía quedan dos horas hasta el amanecer.

—Dígame una cosa… —añade.

El taxista apoya las manos sobre el volante, no las mueve, clava los ojos en el retrovisor. El pelo canoso es como hiedra que le cubre la frente hasta las cejas.

—¿Es usted?

Los ojos negros que se asoman de entre los rizos alborotados no se alteran.

—Quiero decir, ¿es usted de verdad?

Los dedos de la mano izquierda del taxista empiezan a tamborilear sobre el volante como si fuera un piano.

—Perdone si insisto, pero ¿es usted el Mago?

—Los magos hacen magia, yo conduzco un taxi.

—Ya, pero yo he leído su historia, y al parecer cuando dejó de jugar se hizo taxista aquí, en San Salvador.

—Tonterías.

—¿Cómo dice?

—Son veinte dólares.

Sus ojos negros, en ese momento, parecen colonias de hormigas capaces de levantar el mundo entero.

—Una pregunta, solo una, se lo ruego.

—La propina es opcional.

—Solo una.

—Es tarde, quisiera irme a dormir, este era mi último servicio.

—¿Por qué jugaba con el número once y no con el diez?

Al instante, los dedos del taxista dejan de tamborilear sobre el volante, en la radio dicen algo sobre la calle El Progreso, el intermitente, de repente, calla. Los ojos negros dispersan las hormigas amontonadas, abandonan el retrovisor, se detienen en una pegatina medio arrancada en el salpicadero. Se intuye el perfil de una Virgen, entre sus brazos el Niño, y, debajo, se lee a duras penas: «Señora del Rosario, Cádiz, España». El taxista gira ligeramente la cabeza, mira por la ventanilla, un gato callejero camina sobre un muro, anda con cuidado, no tiene prisa.

—¿Por qué jugaba con el número once y no con el diez? Las olas del mar de Cádiz rompen furiosas. El ruido del agua espumosa que estalla en las rocas es el latido de su corazón. Un mago nunca revela sus trucos.

Ni siquiera a sí mismo.

II

Los Ángeles, California, principios del verano de 1984. Todo el equipo estaba en el hall del hotel Hilton. Algunos tuvieron tiempo de ponerse los pantalones del chándal con el escudo del Barça bien visible en el muslo; otros seguían todavía en calzoncillos, en pijama o con una camisa desabrochada. Los españoles tenían caras de preocupación, los brasileños exhibían enormes crucifijos sobre el pecho y los argentinos mascullaban alguna que otra imprecación. La alarma de incendios había sonado de madrugada, las habitaciones se habían vaciado con la urgencia del pánico y, entre gritos, las escaleras se habían llenado de gente como las calles en los días de Navidad. Se rumoreaba que el segundo piso estaba en llamas, pero nadie lo sabía con certeza. Los futbolistas estaban mezclados con los otros clientes, que aprovechaban la situación para pedir un autógrafo, hacerse una foto o preguntar tonterías a las que los jugadores contesaban con respuestas que ya se sabían de memoria.