Memoria del Rey Soldado - Daniel Vizh - E-Book

Memoria del Rey Soldado E-Book

Daniel Vizh

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Beschreibung

La autobiografía expone un diálogo íntimo con Dios y una búsqueda de su Rostro en la experiencia cotidiana. Además, a partir de una integración teórica, muestra el camino a seguir utilizando como apoyaturas la psicología, la filosofía y la Escritura. Por último, su novedoso enfoque da lugar a un examen abierto a las opiniones de quienes gustan de la reflexión acerca del hombre y del Misterio de Dios.

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DANIEL VIZH

Memoria del Rey Soldado

Daniel Vizh Memoria del Rey Soldado / Daniel Vizh. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3664-8

1. Autobiografías. I. Título. CDD 808.8035

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

DEDICATORIA

CAPÍTULO 1

SINOPSIS

A mis hijos Agustín y Milena

Tú eres grande, Dios todopoderoso y eterno, que pusiste el mundo en nuestros corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que hiciste de principio a fin(Qo 3, 11)1.

Hazme saber, Maestro bueno, la razón de mis padecimientos, de los ultrajes despiadados, de las acusaciones sin motivo y, de las bofetadas recibidas previas a mi nacimiento, puesto que nací crucificado. Responde ahora, Señor, Consuelo mío, ya que mis familiares iban preparando el lugar de mi cruz: ¿es a mí a quién juzgan, o se oponen a una imagen tuya grabada en mi interior?

Buscaba entre lágrimas la causa del primordial rechazo dirigido hacia mí y, cuanto más reflexionaba, atraía un doloroso y funesto juego: …cubriéndole con un velo le preguntaban: ¡Adivina! ¿Quién es el que te ha golpeado?(Lc 22, 64).

El 18 abril de 1962, Dulzura mía, al octavo mes de gestación fui arrojado a la existencia pesando un 1,450 gramos. Mi semblante no deleitaba a las miradas, ni la tierna imagen de mi cuerpo rememoraba una pintura angelical,por ende te solicitaban que aceptases una urgente devolución. No escuches los ruegos de tal demanda, Señor, ¡ayúdame! ¿Por qué hostigaban a tu pequeño monstruito en riesgo de muerte?

Levantándome en sus brazos mi abuela paterna suplicaba a la Virgen, en beneficio mío su cuidado y mi descanso eterno, decía: —Mejor es que te lo lleves, ¿cómo podrá sobrevivir una cosa tan fea? Pero, una enfermera del sanatorio en mi auxilio la increpó con firmeza: —¡No diga eso, va a ser un chico muy lindo!

Oro, mirra e incienso resultaron los desvelos maternos, pues con esmero debía bajar mis testículos a su lugar, separar los dedos de mis pies con algodones y, ofrecerme sustento cada tres horas. En la calidez de su pecho ella me agitaba y yo me nutría, mas vuelto a la cuna ya mareado, me inducía al sueño a través de un leve zarandeo. Maquillado y con mucho abrigo salía por el barrio en un bello cochecito, los ruidosos juguetes y mi figurada corpulencia no silenciaban las opiniones de los vecinos informados acerca de la separación matrimonial.

Sujeto al madero, desnudo y friolento se aproximaba mi muerte, algunos deseaban que la fortuna extendiera mis horas, pero Tú, Padre divino, me ofrecías un: ¡Vive!, incondicional.

Niño crucificado, soportaba ante mis ojos las discusiones entre mi madre y mi abuela paterna, luchando por una silla vacía más cercana al espectáculo.

Ubicados en una posición dominante la familia pretendía el derecho sobre mí comparándose a Ti, y a semejanza de un látigo sobre mi carne, afirmaban: —Si no fuera por nosotros... De modo que, naturalizaban mi apropiación rivalizando entre ellos, y reanudando el afán por ocultar sus verdades era yo invisibilizado por la culpa adquirida. Me observan y me miran, repártanse entre sí mis vestiduras y sorteen mi túnica(Sal 22, 18-19).

Ahí donde ellos focalizaban su vista, ¿qué aguardaban percibir? ¿Cómo podría resignificar mi pérdida en la ceguera de sus ojos? Mi lugar era el resultado de la verdad única fantaseada por ellos, el efecto de sus explicaciones consensuadas e injustificadas y, de las motivaciones secretas anidadas en sus corazones. ¿No revelaban sus mandatos proféticos una condena prefijada? Sus gritos de lamento y sus risas confundían mi entendimiento, además los deseos de muerte me encandilaban. Entonces, como si fuera yo el reverso de sus imágenes, un sigiloso eco perdonavidas en mi alma despojada irrumpía: Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!... ¿No eres tú el Cristo? Pues, ¡sálvate a ti y a nosotros! (Lc 23, 37. 39).En otras palabras, expresaban: —Complácenos si eres, cumple nuestros anhelosy, haremos por ti duelo de hijo único, reconociéndote a la vez como un rey muerto.

Reflejaban en mi patética dolencia sus experiencias pasadas y la falsa tristeza contenida para liberarse de sus desgracias, hallando en mi figura el bálsamo mediático para sus agresiones. Esto perforaba mi alma condicionando mi futuro.

Sus voces repetían la herencia de un mensaje parental recurrentemente desplazado, pues temían a ser alcanzados por una falta que buscaban suturar y enmendar gracias a un sacrificio corrector. ¿Serían capaces de blanquear sus inclinaciones, y de alcanzar una fallida salvación? ¿Pretendían contrarrestar esa falta borrando tu Santo Nombre? ¿Para qué le habría de servira mi padre juntar innumerables alabanzas, si el costo habría de ser el de mantener viva la imagen de su hijo muerto?

No quería, Protector mío, sostener la indecible exigencia de ocupar el vacío que los conservaba adheridos a sus palabras, ni avalar una coartada que explicase mi aflicción. ¿Se apoyarían en mis “buenas intenciones” para justificar el desatino de sus ciegas acciones? Apuntaban: —Elige, muere ahora o después, pero no te aflijas estamos sincerando una pesada herencia.

Asumía yo el retorno de las exteriorizaciones que daban cuenta de sus dolores, acreditando un saldo por la carga que debería pagar, mientras ellos sentían un gran alivio en las repetidas veces. ¿Buscaban en mí, Señor, un resto idóneo en quien depositar con éxito un gesto de malestar? Verificaba dicho valor impuesto a mi reflejo al considerar yo la imagen sangrienta preanunciada, mas a todas luces la patente negación acusatoria los aguijoneaba indicando: Él es quien debe ser, algo habrá hecho. ¿Era yo una amenaza, un escándalo, una maldición y, por eso me cuestionaban? ¿Legitimaron ellos, Señor, la tortura en sus reinos? ¿Por qué se reían de mi desgracia y de las injusticias que iba sufriendo? ¿Había en mi alma algo cómico y trágico que yo desconocía? ¿Era factible para mí retomar sus perversas inclinaciones y sopesarlas, en tanto colgado me desvanecía? Una garantía creíble era yo, dado que proyectaban ellos el deseo meritorio de verse libres de toda impureza. No obstante, la libertad que fractura a los condicionamientos era mi certeza y mi único apoyo, puesto que no establecía un cierre.

Guárdame, Señor, y sea yo precavido en mi deseo, no sea que venga a morir en cada intento al encontrar una justificación. ¿Cómo habría de resolver en mí aquello que por la existencia está abierto?

A diario regresaban para echarme un vistazo, y sobre mi cabeza una inscripción señalaba: Por enfermo, tonto, pobrecito e, ingenuo fue clavado. Se confió en Yahveh, ¡pues que él le libre, que le salve, puesto que le ama! (Sal 22, 9).

Desde mi cruz seguía con atención sus cordiales saludos y presentaciones, elegantes dueños de la palabra que avanzaban en acotaciones hasta demostrar sus razones pseudoiluminadas. Exponían brillantemente las tendenciosas conclusiones a las que habían llegado, fingiendo con seriedad y benevolencia ante su público, el arduo camino que habían atravesado en sus preconcebidos sondeos. Así, a causa de sus transfiguraciones se desprendía una simulada evidencia, una repetida invitación al engaño. La imaginaria solución retenía para mí una aparente expectativa de emancipación, sin embargo no hacía otra cosa más que ajustar el nudo sacrificial. Esa pasión, esterilizada en la dilatada explicación consentida por todos descubría una falta, y yo al indagarme hipotecaba mi alma incluyéndome en sus deseos.

Necesitaban ellos un espacio en donde soportar la violencia reprimida, entonces sus miradas elevándose apuntaban hacia mi cruz. Así pues, un golpe de efecto yo sufría, y en un indecible vacío sumaba en contra: —Vos no sos como nosotros, arreglate solo, porque rechazás nuestra ayuda. No entregues a la bestia el alma de tu tórtola, la vida de tus pobres no olvides para siempre (Sal 74, 19).

He aquí, Señor, a mis famosos bienhechores creyendo existir en el seno de la pantalla: La imagen estaba en la pantalla, y la imagen era dios. Nada se hizo sin ella, porque en ella habitaba la luz que da vida a los hombres.

Al ser el golpe un intento irreductible sobre la nada, enviaban hacia atrás el tumulto de sus acciones, generando en mí la expectativa de un futuro salvador capaz de atravesar la pantalla, remover los contenidos y, limpiar la imagen viniendo desde un pasado externo. ¿Qué decir, Señor mío, en el principio era la palabra o la imagen?

En sus almas debía permanecer eternamente una clara y sólida apariencia, el costo era mi sangre. De este modo, con el objetivo de sofocar la tendencia agresiva creaban ellos una ilusión, y en beneficio del grupo ensayaron un falso cierre. ¿Era yo el origen de un conflicto y un obstáculo? Argumentaban mis familiares: —Vamos a probarlo y veremos qué hace, finalicemos con él cuanto antes, no sea que recaiga sobre nosotros el mal que hicimos, basta que piense: —Es mi destino, unos nacen con estrella y otros estrellados. Luego, en su fe morirá. Y Yahveh dijo al Satán: “Ahí le tienes en tus manos, pero respeta su vida” (Jb 2, 6). Aumentan mis enemigos sin razón, muchos son los que sin causa me odian, los que me devuelven mal por bien, y me acusan cuando yo el bien busco (Sal 38, 20-21).

¿Por qué adelantaban las intrigas? ¿Qué peligro veían en mí? ¿Conservaba yo un anhelo de usurpación? ¿Alentaban un relato vengador para tapar sus conductas fraudulentas? ¿Era una disputa entre buenos y malos? Juntaban escándalos para no investigarse, ni sentirse arrinconados fijando una víctima en donde reescribir una historia noble y perpetua día tras día. Casi textualmente cito el párrafo de un diario girando su sentido: El sueño de los justos dormido en las profundidades del escenario social es visto como el fantasma de una amenaza de usurpación, una tribulación conspirativa referida al temor sobre el dominio de la construcción del relato, siendo de alguna manera el inicio de un apetito sobre los contenidos.

Arrancado estoy de la tierra y mi cabeza no toca el cielo, ¿dónde estás, mi Amado? Mis rasgos se confunden con el polvo, toqué fondo y aún existo, Señor, cuida a mi niño interior. ¿Quién vendrá hasta mi cruz a descolgarme? ¿Tú lo harías? ¿Recibiré de tu mano una caricia lastimosa? ¿Contestarás a mi desolación con una omnipotente explicación?

Los viejos principios parentales expresaban una insuficiencia directiva ejerciendo una autoridad de contenido absoluto, sus prédicas llenas de información falsa actualizaba yo a partir de la demanda. Entonces, me arrojaban hacia adelante mensajes de muerte, y escuchaba a mis espaldas el ruido de las cadenas; pero, ¿adónde estaban atadas, sino a mi vanidosa ceguera que buscaba el origen de su condena? ¿Qué mal hice? Se tensiona mi alma. ¿De qué se me acusa? Junta penas. ¿Qué fuerza impersonal me tomó de rehén al igual que una arcana mujer vestida de negro? Tengo miedo. Pregunto, Señor, ¿qué autoridad posee esta fuerza? ¿Requiere de alguna autonomía? ¿Mi racionalidad podrá vencerla? Y si una potencia maléfica dominara en ella desde un principio, ¿colgaría en la cruz hasta el último suspiro?

Transmitían sus voceros la primicia de un caos final siendo ellos mismos quienes agitaban el temor actuando con violencia. Cuando digo: “Vacila mi pie”, tu amor, Yahveh, me sostiene; en el colmo de mis cuitas interiores, tus consuelos recrean mi alma. ¿Eres aliado tú de un tribunal de perdición, que erige en ley la tiranía? Se atropella la vida del justo, la sangre inocente se condena (Sal 94, 18-21). En un país sujeto al poder de un malvado, él pone un velo en el rostro de sus jueces: si no es él, ¿quién puede ser? (Jb 9, 24).

Venidos en jueces imparciales de moral bien informada reivindicaban mis familiares una pureza imaginaria, dichos censores extorsionaban mi alma prometiéndome un lugar en la monarquía de sus deseos, siempre y cuando a sus ídolos alabara.

Tú eres, Padre bueno, un juez ecuánime sólo a Ti rindo culto, no a ellos, porque una ficción es para el hombre instituirse como un juezneutral, creyéndose portador de una justicia independientey, de una verdad póstuma. ¿No sería la consecuencia de una negociación tributaria con el espejo? Vale decir: La imagen te condena, yo controlo tu vida y, la justicia reside en mí. De ninguna forma, alzaría yo mi resentimiento en contra de Ti, ¿quién soy para arrogarme la verdad, el derecho y, la justicia? ¿Acaso de rebote no me cegaría el impulso sacrificial?

En mi necedad he ido transcurriendo, Dios mío, y al considerar alegremente cada imagen ante mis ojos, creía surgir desde un comienzo. ¿Acaso no pierdo mi visión al agradarme, queriendo salvar a esa imagen reflexiva? ¿Cómo podía yo confiar en mí, negando la oscuridad y, especulando mi progreso en base a una ilusión? ¿Mi exteriorización imaginaria tranquilizaba una culpa virtual? Dicha culpa conserva una supuesta seguridad en la imagen, avalando ésta el cumplimiento de sus predicciones en su afán de llegar a ser. ¡Cuántos engañadores se instalaban como mesías de la palabra discurriendo sin vacilar! Escrito está en los Salmos de Salomón acerca del Mesías de Israel: Golpeará la tierra con la palabra de su boca para siempre. ¿Por qué sentía miedo de caerme del paraíso de la pantalla? ¡Ay de los oráculos y de las consultoras de riesgo! ¿Conocían el peso de la verdad?

¿Señor, fuiste víctima de una criminalización mediática? ¿Idearon una razón para que a través de la imagen te condenen? ¿Fuiste hallado culpable en un juicio exprés? ¿Quién fue tu abogado? ¿Colocaste por encima de Ti mismo la rigidez de la ley? ¿Por qué tu Padre no interpuso una medida cautelar? ¿No provocaría serios incidentes tu muerte en Jerusalén? Indudablemente, quien es capaz de suspender, o de acelerar un juicio tiene en sus manos un gran poder y un buen negocio, ya que la manipulación del tiempo hace olvidar al hombre su debilidad.

Digería yo, mi Señor, la insatisfacción materna en un revoltijo de banana, huevo y, una sustancia muy azucarada que la fragilidad de mi estómago no podía contener. Unos presentes alejaban sus narices asqueados para no verse mezclados en un abuso alimenticio. Entonces, por la insistencia de mi rival yacía dormido y, muy abatido con la cuchara en la mano, evidencia secreta de que Tú eres mi alimento interior. Veneno me han dado por comida, en mi sed me han abrevado con vinagre (Sal 69, 22). ¡Rescate de mi alma eres, Señor mío, tiende hacia mí tu oído!

Mi vida está bajo el resplandor de tu Gloria, Altísimo, para que vea eso que aún no conocí, y pueda distinguir aquello que habiendo sido no comprendí en Ti. Tú eres el Señor de la Historia, ¡cuán infinita es tu obra! Dios vivo, mi escenario. ¿Fuiste Tú, Palabra de Vida, quien tocando mi existencia la ampliaste, revelando un significado nuevo y luminoso? ¿Se trata de la obra de tu amor en mí y la búsqueda de mi alma en Ti? La Gracia se presentaba a mis ojos como una posibilidad abierta y esperanzadora, de manera similar al deseo de un niño por entrar en el mundo fascinante de su papá.

Voy hacia Ti, Señor, para mirarme y retorno a mí para conocerme, mas no quiera yo adueñarme de tu Luz, Hermosura mía, pues nada emerge de los esfuerzos de mi ilusión. Tampoco anhele yo poseerme en el discernimiento de mí dado por Ti, puesto que ingrato sería en mi falsa valoración. ¿Haré de mi ego un sostén para que descanse mi vanidad en su caducidad? ¿Y este ‘yo’ imaginariamente deslizado, creerá: Tengo la vida eterna ganada? Ahora, pues, cuidado, no alargue también su mano y tome del árbol de la vida, y comiendo de él viva para siempre (Sal 69, 22).

Vano es calcular: Poseo el conocimiento de Dios, ya sé quién soy. Al tiempo, engreído por un beneficio mentiroso no habría de presentarte mi queja: ¿Por qué no te acuerdas de mí y me tratas con indiferencia?

Sea mejor obviar tal presunción: Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida con un solo ojo que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna del fuego (Mt 18, 9). Como un ciego de nacimiento deseaba la vida para mis ojos. Rabí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: “Ni él pecó, ni sus padres; es para que se manifieste en él la obra de Dios”. ¿Cómo es que se te han abierto los ojos? Solo sé una cosa: que era ciego y ahora veo(Jn 9, 1-3.9).

Tú, Amado Señor, me diste a saber la visión de mi niñez, ¿y entonces qué? Por el vacío que siento dame de beber que perezco. Moja mis labios, ya no a causa de mi sedienta necesidad, hazlo porque Tú eres Suma Bondad.

¿De qué lugar sacaría fuerza mi esperanza? ¿Cómo sin ti la alcanzaría? ¡No, no me dejes solo, evoca mi finitud que en algún punto rozó tu Cruz!Dios, tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi carne, cual tierra seca, agotada, sin agua (Sal 63, 2). Pobre de mí que en el pozo de mi carencia intentaba llenar mi vasija y saciarme. Te ruego, dile a mi alma: ¡Ven! Y el que tenga sed que se acerque, y el que quiera reciba gratis agua de vida (Ap 22, 17). El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente que brota para la vida eterna (Jn 4, 14).

Suspendido en el madero recordaba algunas indicaciones: Sé perfecto, sé maravilloso. Y como un demiurgo platónico quería fabricar la mejor copia de un ideal abstracto, volviendo hacia mí un odio remanente al incumplir tal aspiración desmedida. Sin embargo, las miserias generacionales aparecían teóricamente vencidas por un relato engañoso; por ende, me identificaba yo con el adversario, dependiendo de su aceptación o de su rechazo.

Huía de Ti, Refugio mío, en pos de mí, y cautivo de un plan familiar ganaba aprobaciones en mi tarea de no hallarme.Ciertamente, ¿existía un plan? ¿O varios planes? ¿A cuántas generaciones abarcaría? ¿Querían probarme para averiguar si tales maquinaciones habrían de funcionar? ¿Eran mis familiares los precursores del rumbo fijado? ¿Imaginaban ser la causa misma? ¿Estaba predestinado y subordinado a confiar en ellos? ¿El sin sentido de tu Justicia podría darle un nuevo origen a mi vida? ¿Cómo habrían de responder mis familiares?

Por medio de una fantasmática relación causal interpretaban ellos el significado de los hechos, y desplazando el vacío resultaba mi ‘yo’ una opaca consecuencia. ¡Enjuaga mis ojos, Señor! ¡No recaiga yo sobre mí al tratar de hacer justicia con mi mano queriendo separar lo bueno de lo malo!

Mi papel estaba manchado de sangre, recortes de palabras fragmentadas esparcidas en una mezcla de complicidad discordante y, maliciosos intereses adheridos en la construcción de un relato que me invitaba a ser falseado. Al tener el papel dominaban la información, y ajustado a sus dictámenes era yo un cliente en el mercado de sus influencias; pero al desenmascararlos, ¿no perdería hasta mi nombre? El espejo me devolvía una mirada subrepticia, y automáticamente me colocaba en el rol de opositor. Aún, era yo un enigma para mis familiares, aunque sentía que un “otro” me investigaba. En esta situación, cualquier reacción personal marcaba una imposibilidad en el ser, un rebote que alcanzaba no sólo a una culpa virtual, sino que permitía el adentrase de una culpa real. En consecuencia, una ceguera vanidosa ha de resistir de aquí en más a la escucha. La culpa real constituye la falta de noción de culpabilidad, dado que se funda en la lógica de las corporaciones.

¿Cuál sería mi ganancia al cumplir los deseos de mi familia y obtener un ideal? Sin embargo, al no visualizarse en mí, ¿comenzaría a desaparecer? ¿Debería entregarme a un sacrificio para dar testimonio de ese “otro”? ¿No quedaría expuesto en la pantalla omnipotente, como un reportero enviado a narrar su propia muerte? ¿Esperaban salvarse revisando mi historia? ¿Era yo una señal desestabilizadora que debían erradicar? En verdad, adoraban el status quo.

Ellos habían tramado una cesta con sus acciones, pero al dudar de mi amor cerraban la tapa con fuerza. En la oscuridad perversa me encuentro, al oído rumorean: —Un bien hacemos por nosotros reprimiendo la sombra, junto a él no desconfiará de su tenebrosa maldad, el inocente es pequeño todavía jamás se dará cuenta. Un maléfico pacto se revela; Sombra, ¿acaso serás mi amiga?

Tal como el oro reluce el mimbre, y a sus ojos seduce; así pues, en sus corazones decían: —¿Quién sabe cuándo el mal dará su fruto?

De pronto, escuchando sus intrigas, la sombra ve la luz: Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo (Mt 2, 16).

Padre, buscan mi alma, no tardes, que la violencia de Herodes no me toque y su espada no me alcance. Soy un niño, ¿intentan abolirme por la inmediatez y anularme por la fe? ¿Habían proyectado e identificado sobre mí lo negativo como un mal? ¿Querían eliminarme para conservar sus designios? ¿Deseaban ajusticiarme a fin de superarse? ¡Recóbrame por tu justicia, líbrame, tiende hacia mí tu oído, date prisa! Sácame de la red que me han tendido, que tú eres mi refugio, en tus manos mi espíritu encomiendo, tú, Yahveh, me rescatas (Sal 31, 2-3.5-6). Dijiste Tú, Amado mío: Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo (Jn 15, 19). Tú eres, Creador mío, en quien confío y la causa externa a mí, en el vacío en donde no soy del todo, edifícame en la fe.

Líbrame por tu amor, Señor, extrae de mi mente los recuerdos de muerte, porque si las heridas evolucionando calladamente se trasforman en móviles, ¿alzaré la espada en contra de mí? ¿Cederán dichos mensajes al probar cortarlos y anularlos? Y en mi defensa, ¿no acrecentaré el odio agigantando mi temor? En cada golpe de mi hoja afilada, ¿los deseos multiplicados no recordarán en sí, a los padecimientos contenidos? ¿No desplazarían en razón de su accionar una ambivalencia afectiva hacia un poder tiránico? La amenazante culpa regresaba en cada pensamiento. Ahora bien, si buscando nuestra justificación en Cristo, resulta que también nosotros somos pecadores, ¿estará Cristo al servicio del pecado?... Pues si vuelvo a edificar lo que una vez destruí, a mí mismo me declaro transgresor (Ga 2, 17-18).

El fantasma recogía sus obras avivando más sacrificios, ¿hartará su voracidad consumiendo un mayor número de adeptos? Teniendo en cuenta que la justicia humana adora el bronce y amenaza al barro, gozaba aquel en su peligroso retorno. ¿Mi sangre derramada habría de garantizar los emprendimientos familiares en el culto a sus ídolos? ¿Y mi prepago será suficiente, o necesitaré un tanto más para emblanquecer el altar de mi sacrificio?

Reprimido lo sagrado, la dictadura de la ley se impuso, esta ley y sus mandatos contienen experiencia humana heredada y, débilmente espiritualizada. Mas, exigiendo conscientemente personalizarse ensaya su trascendencia ideal en la posibilidad de hacerse en un ‘yo’ carente de existencia en sí. Por ende, rebusca ausente omitiendo la culpa y, negando la ceguera la mentira se instala en el decir: Si fuerais ciegos, no tendrías pecado; pero como decís: “Vemos” vuestro pecado permanece (Jn 9, 41). ¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi Palabra (Jn 8, 4). Cuando dice la mentira, dice lo que le sale de adentro, porque es mentiroso y padre de la mentira. Pero a mí, como os digo la verdad, no me creéis (Jn 8, 44). La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció (Jn 1, 9-10).

¡Quiero habitar en la Palabra, Señor, vivificarme en tu Lenguaje! Pero, continuaba yo, informándome a través de los móviles y de sus medios, participando del juego en esa ley hueca de bien y escasa de amor. Entonces, haciéndome en vano sobre mí resbalaba y, sin Ti desvanecía. ¡Dios mío, no disponga la mentira sus ejércitos fantasmales en mi contra! ¿Instalarán a un otro necesario, a un enemigo interno para afirmarse? No sea yo, mi Señor, el espejo sobre el cual mis familiares intenten salvar sus apariencias, al proyectar la culpabilidad inconsciente en mí. Pues, ¿la urgencia del imperio no crea sus adversarios y también sus deudos?

Colocando sobre mí sus mentiras pasaban luego a felicitarse por el éxito de haber impedido las desdeñosas conductas que jamás especulé hacer. Así, validando el rol de salvadores controlaban en sueños un desorden imaginario. Sus predicciones remitían a hechos ya consumados, o bien a un voluntarismo necio y desgarrador, todo cuanto decían era para generar pesimismo y temblor. También, me acusaban abiertamente de las maldades que celosamente guardaban en su interior, como si fuera un extraño para ellos.

¿Era la oscuridad el producto de un decir primero que anhelaba apoderarse de mí? ¿En ese contexto desesperaba yo intentando resolver un conflicto imaginario con la idea de ponerle un fin? ¿No habría ya en mis adentros un apocalipsis prefijado? Pero él dijo: ¡Ay también de vosotros, los legistas, que imponéis a los hombres cargas intolerables, y vosotros no las tocáis ni con uno de vuestros dedos! (Lc 11, 46).

Yo resistía, aunque en mi cuerpo irrefutables heridas podían leerse. Observando mi agonizante estado, mis familiares elegían una explicación culposa antes que una respuesta amorosa y vital, sumandoevasiones, ninguneos y, descalificaciones. Asuntos inconclusos grabados en sus mentes se enraizaban amis deseos de una futura armonía, logrando seducirme la expectativa de un milenarismo familiar, a la par el reino de mi corazón era devastado y colonizado.

Ignoraba la razón avasallante del imperialismo, aunque debido a un sueño me di cuenta de algo extraordinario: Las buenas motivaciones de mi niñez iban siendo capturadas por Ti, en un vacío sin obstrucción, ni agitación de repetición.

¿Quién, mi Señor, es capaz de sujetar la vida a una ilusión, conservando al mismo tiempo su imagen? Por más que los pulmones se inflen, y el hombre con todas sus fuerza sople, ¿no será efímera su alegría y perdurable su tristeza? Bien conocí yo el paso del júbilo al llanto, cuando una pequeña brisa se llevó el globo que sostenía, dejándome sin imagen al huir de mí.

El 27 de mayo de 1962 fui bautizado en la Iglesia de Nuestra Señora de Pompeya, y unos años después revalidaba mi fe soportando los golpes de un primo huérfano de padre y de mayor edad. Bajo los amadísimos cuidados de mi abuela materna crecíamos juntos, pues nuestras madres trabajaban. ¡Cuántas palizas y machucones, Dios mío! ¡Se hacía de noche y mi madre tardaba! Alzando mi corona de espinas, ella reconfortaba mi alma: —No es nada, lo hace porque tiene envidia. Pero, ¿cuál bien poseía yo? ¿Y qué razón ocultaba la tristeza de mi represor? No hallaba en mi primo un costado humanitario, y a la copa de un árbol subía para continuar llorando. Discurría ingenuamente: Una vez que pasen estos dolores bajaré de la cruz y seré feliz. En tanto, bebía de mi sufrimiento en el vaso de mi pensamiento, el cual me servía de vano consuelo para seguir postergándome.

Alrededor de los diez años, me operaron de nariz y de garganta. Todo un hombrecito pretendía salvar a mi madre para encontrar en ella mi salvación hasta que un día, hacia la misma edad, fui echado de su cama y, alejado de su mano. ¡Cuántas noches habiéndome despertado de repente veía a mi abuela en su lugar! Entonces gritaba: ¡A dónde está mi mamá! Secos mi ojos volvía a mis sueños falto de saber. ¿De qué me había servido agarrarla de la mano como siempre lo hacía?

Inútiles fueron los ataques maternales para que asistiera al colegio, Celador mío, pues nada logró ella tirando de las sábanas, o arrojándome agua fría con una taza en pleno invierno. Sujeto al colchón aguantaba inmóvil esperando el arranque del micro escolar. Una celestial melodía me envolvía al oír el entrecortado sonido del motor alejándose, un doméstico triunfo era para mí.

Al día siguiente, en el aula me invadían retortijones de panza, eran como irascibles jinetes salidos de una hoguera, entonces yo bañado en sudor caminaba por el desierto hacia la Dirección. Las autoridades permanecían muy ocupadas, así pues reflexionaba: Están por llegar, falta poco pasarán a buscarme, pero enseguida regresaba a clase.

Mayúsculos pesares sobre minúscula edad, y un suplicio para mí tan dignos actos; sin embargo, no aprobé lengua, ni matemáticas ni, otras asignaturas de quinto grado. Un mensaje insistía: No termines lo que empieces.

Descalificando la orden fui a una maestra particular en el verano de 1972. Responsablemente asistía a las clases de mi profesora, y fijaba mi atención no en mi cuaderno rayado, sino en sus minifaldas a cuadros. Un día, ella me preguntó: —¿Cuándo das lo exámenes? —No sé —respondí, las fechas habían pasado...

En cierta ocasión, mirando las nubes en el patio de mi casa irrumpió una crítica hacia Ti, Señor, pensé: ¿Esto es vivir? Era un pan mojado hinchado de tristeza por muchas lágrimas contenidas, deseaba tu paz. Son lágrimas mi pan, de día y de noche, mientras me dicen todo el día: ¿En dónde está tu Dios? (Sal 42, 4).Os dejo la paz, mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde (Jn 14, 27). Y de súbito, la Sombra me alentó: —¿Y por qué no a vos?

Mi madre había puesto en tela de juicio la fidelidad de mi abuela paterna y, a continuación descubrió el engaño de mi padre. Los miércoles y los sábados iba a la casa de mi abuela con la esperanza de ver a mi padre, aunque no siempre estaba. Dicha conducta indignaba a mi madre, quien sabía por una empleada de la familia que “la otra” se escondía en el baño hasta mi partida.

Recuerdo con entrañable dolor una circunstancia humillante. Una noche salimos con mi madre hacia un lugar en donde a mi “tía” habría de esperar. Pero, casi al llegar me solté de su mano y crucé la avenida rápidamente con osadía y sin mirar. Afortunadamente, no pudo verla. De repente, comencé a sentir miedo y ansiedad, luego culpa y vergüenza. ¿Por qué mi madre había dicho: —Está bien, no voy a verla, mientras de gala se vestía para ir? De este modo, fue dilapidando mi credibilidad.

Mi padre llegó a mi casa de forma inesperada, pues había sido invitado a una sagrada reunión familiar, en verdad no recuerdo otro acontecimiento tan maravilloso. Ante mí expuso: —Hijo, ahí están tu madre y su pareja, irás a vivir con ellos. ¿Era necesaria la autorización de mi papá? ¿No sabía yo del candidato? ¿Buscaba ella simular el visto bueno, rubricando aquel por medio de su presencia la legitimidad del hecho? ¿Acaso no era para él un llegar, besar el santo y, despedirse?

Creía yo en la motivación de unificar y pacificar, de orientar y reconducir el esfuerzo a modo de un traspaso. Y el intercambio de miradas me daba cierto aire de confianza, pero sentía algo dentro de mí asomando. ¿No vislumbraban en el centro de mi cruz, la aparición de un agujero? La precaria autenticidad del evento llenó mi alma de una indecible rabia mortificante.

Mi mamá entusiasmaba a mi corazón predicando las virtudes de la nueva casa tendría mi habitación, un placard y, un balcón al más allá. En cuanto a mí, Señor, la mudanza significaba el adiós a mi primo.

La ceremonia fue dignamente representada, aunque a mi padre no le importaba el relato, sino la tercerización material del abastecimiento. ¿Desecharía el peso de la función paterna? Gran paradoja, Dios Santo, ¿cómo borrará mi nombre de su memoria? ¿Me enviará al anonimato incorporando el mío?

Poco antes de que yo naciera mi padre ya tenía un negocio de calzados que llevaba mi nombre. Ciertas personas, incluida la que sería su futura y actual mujer, pensaban que era el propio, y él no lo desmentía, por lo cual fue renombrado.

La separación debió marcarle una herida profunda que ligó a una intención desconocida, imaginándose repudiado por la vida. ¿Justificó la tendencia agresiva? Y ante la sospecha de haber sufrido un acto de violación, ¿fue impulsado a elegirse a sí mismo encontra de su voluntad, y ahora va lanzado en pos de su destino? Usando mi nombre a fin de tapar su angustia, fundamentaría: La vida me pegó, ella me engañó. ¿Salvó su niño interno arrojando el mío a la deriva? ¿Escogió no entregarse a la verdad negando la culpa para sí? ¿Qué falso motivo acaeció en él? ¿Reprimió la paternidad al desoír sus autorreproches? ¿Omitió su debilidad y calló la falta? ¿Será capaz de no experimentar su ausencia y mi presencia? ¿Llenará su alma de cuantiosas explicaciones? ¿Habilitó mi sacrificio? ¿A quién obedeció inhibiendo su función espiritual, exaltando la propia ley, haciendo justicia con su mano?

¡Digna ha sido la fe de Abraham, pues él mismo en Isaac moría y, aún desesperando confiaba en Ti! Dijo Isaac a su padre Abraham: “¡Padre!”. Respondió: “¿Qué hay, hijo?” “Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?” Dijo Abraham: “Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío”. Y siguieron andando los dos juntos. Llegados al lugar que le había dicho Dios, construyó allí Abraham el altar, y dispuso la leña; luego ató a Isaac, su hijo, y le puso sobre el ara encima de la leña. Alargó Abraham la mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Entonces le llamó el Ángel de Yahveh desde los cielos diciendo: “¡Abraham, Abraham!” Él dijo: “Heme aquí”. Dijo el Ángel: “No alargues la mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único”(Gn 22, 7-11).

¿Por qué mi abuela paterna me ofrecía en sacrificio, y mi padre alargaba el cuchillo descalificando el llamado? ¿Para qué mi madre forzaba mi voluntad sin comprenderme, y mi primo sin razón me pegaba? ¿Por qué no morí cuando salí del seno o no expiré al salir del vientre?(Jb 3, 11). ¿Y por qué no fui yo, Dios mío, la niña que perdió mi madre antes de que naciera, o seguí el derrotero del niño que abortó mi abuela paterna? ¿Deseaban sepultar mi espíritu y darme por muerto? ¿Para qué sondeaban mi alma queriendo extraer la huella paterna situada en mi nombre? ¿De qué manera voy a internalizar esas conductas heredadas en mi mente, sino como algo terrible y temible? Áspera era la dureza afectiva que me hundía en el polvo, ¿hasta cuándo pesará sobre mí? ¿Qué ley era ésta que no se apiadaba de mi nada, y se convertía en mi lápida? ¿No distinguía mi padre el abandono? ¿Se acongojaba al verme vacilar? ¿Quién oía mis problemas y confortaba mis penas? Nadie ocupaba ese lugar. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas (Ez 36, 26-27). Pues la letra mata, mas el Espíritu da vida (II Co 3, 6).

Un hombre le preguntó a mi padre su nombre y dijo: —Daniel. Entonces, aquel replicó: —¡Ah, le puso el mismo nombre a su hijo! Oscuro momento abrazó mi alma, Señor, pues sentí un vacío inquietante y, esa falta me dejó paralizado; una fría escucha de muerte recorrió mi cuerpo, la vista era mi única voz y, no podía creer eso que veía. ¿Concurría yo a mi propio funeral? Imaginé a unos familiares explicando: —Ahí va tan buena persona, quien frente a la pérdida de su hijo hace dueloportando su nombre. ¿Por qué sostuvo esa respuesta fuera de su entorno familiar? ¿Era la garantía de un pasaje hacia el porvenir? El poder de nombrarse a sí mismo y la consecuente aceptación, ¿no me arrojaban hacia una vida imaginaria y llena de tropiezos? Yo, Espíritu Santo, era absorbido por la tendencia ciega de un poder sin límite que secuestraba mi ánimo en el pleno ejercicio de su autodeterminación vanidosa dejándome sin palabra y sin aliento.

Ahora mi debilidad está a la mirada expuesta, y dentro de mí sentía la imposibilidad de encender la falta que mi ojo no era capaz de ver. ¿Acaso, Lucero de mi alma, no dejo de ver una y otra vez mi ceguera y su doblez? Fragmentada vida en la que pensándome ahí, deseaba yo sujetar a mi reflejo y, despojarlo de su sombra. ¿Cuál sería mi ganancia? En el fondo de mi corazón apilaba un sinnúmero de miserias, y buscando mi heredad fuera de Ti ocultaba la verdad para mí. Así pues, arrojando tierra sobre mis pasados anhelos fui alcanzado por el desconocimiento en razón de vano mi esfuerzo, de tal modo llegué a la creencia de poseer una esencia luminosa simplemente por verter.

¿Quién en su sano juicio puede alegrarse de esta ocurrente labor? ¿He construido, Señor, una monumental fosa en donde sepultar mi nombre? El nombre de mi padre, ¿adónde quedó? Ese nombre no dicho brillaba por su ausencia, ¿tal privación eximía a mi padre de su responsabilidad? ¿Buscará reposo y sin encontrarlo, llamará a la puerta de mi confianza para olvidar su engaño? ¿Al ver su fracaso recurrente habría de volver con más poder a colonizar mi subjetividad? ¿La mención de mi nombre en la boca de mi padre aplacaba su violencia, hallando en mí una explicación? ¿Y anunciando mi muerte anticipada, el no desesperaba?

Ningún avance acontecía en la transmisión reiterada de lo imaginario, y el falso nombre de mi padre era el esbozo de una creencia. Yo, Señor mío, me negaba, pero mi vista corría hacia él y, dado el apego asociado a mis oídos una rara necesidad me sujetaba a un sentimiento previo. Extraño saber de mí, Jesús, viendo los intentos de mi padre queriendo burlar el hurto.

¿El nombre mío incorporado a mi padre fue el resultado de una graciosa transferencia? Sin embargo, encontraba yo un punto de inflexión, esto es la evidente dificultad de mi voz para comunicar algo, el vaciamiento de la palabra. ¿El carácter repentino del robo selló en la intimidad de mi espíritu una vivencia amenazante? ¿Cuál era el motivo de esta apropiación? ¿Fue una venganza de mi padre ya que entreveía su nombre a modo de un castigo? Por cierto, ¿no tenía un apodo? ¿Dirá: Yo no soy yo? ¿Confiaba en alargar su vida reubicando este dominio? ¿Era mi nombre una forma de atemperar y disimular la violencia para sí? En su interior, mi nombre encerraba un enigma: —Mi hijo no está, él está por venir. Ineludiblemente, mi nombre denunciaba a mi padre y, frente al menor movimiento surgía una evocación: El duelo no cesa. ¿Moría yo en él, Señor, cada vez que era nombrado? Y la frecuencia, ¿marcaba la falta de mi paradero convirtiendo en ley su deseo de ser? En ese dar y quitar mi nombre, la función paterna regresaba con las manos vacías, entonces procuraba la muerte justificar el robo moralizándolo.

Falsamente, Dios mío, anunciaban las sombras un destino prometedor, una vida colmada de grandes hazañas, pero Tú, Maestro de mi alma, no ignorabas sus lazos y sus muchas trampas. ¡Desdichado, expuesto y, desvalido yo me encuentro! ¡Y pobre criatura tuya, Señor, si ha de venir en defensa mía, el mercader de pruebas, el astuto Adversario a resolver incidentes y, a verificar mi suerte!

Apuntalado en la idea de mi no regreso y para salvar el semblante, gozaba mi padre de su encubrimiento al decir: —Me alejé de vos para que no sufras.

Una y otra vez quedaba plasmado en la cruz, sintiendo cómo a través de mi alma perforada circulaba el espiral de un relato que iba sujetando las hojas de mi vida. Un decir tenebroso producto de los arrestos humanoscontenidos en una amarga lectura, mas todos los agujeros eran uno frente a la repetición del mismo destino. ¿Estos virajes no organizaban un retorno de carencia, y una madeja de oscuros recuerdos? ¿Me negaban mis familiares al examinar sus pensamientos, al haber sido mi nombre la causa de un mirar hacia atrás? Toda vez sentía un avanzar de ellos en sus explicaciones y un retroceder en mí, como si al dar vuelta las páginas el viento ingresara dentro de mí. Una tenebrosa lectura de mi vida el “otro” hacía, ¿llegará hasta la memoria de mi padre en donde fui sepultado y en quien aparecía reflejado? Era imperioso rellenar estéticamente el espacio con información actualizada para que el muerto no piense en volver. La imagen y el recuerdo, ¿dirán más de mí? ¿Archivarán mi historia y agitarán mi vida? ¿Callará para siempre mi voz? ¿Acaso la fuerza del mortal obrar iba desplegándose y retorciéndose en igual medida que a su vez sacralizaba el contexto? Así pues, tal impulso dejando en nulidad la función paterna exacerbaba el sufrimiento. Mi padre exhibiendo mi nombre con dolor podría afirmar: —Él ha resucitado en mí.

Por mi parte, reviviendo mi ceguera y descubriendo mi carencia, desde la oscuridad veía a mis familiares como en un sueño, sacudiendo con alivio de sus lutos el vestigio del horror.

Mi abuelo paterno había expirado súbitamentea raíz de un trastorno cardíaco unos meses antes de mi nacimiento, en febrero de 1962. Su añoranza estremecía a mi padre sobre todo en Nochebuena, y el duelo de mi abuelo recreaba, sin embargo ¿no habría de cesar de una vea al obsequiarle la memoria de su hijo muerto? Mas, si he de considerar la identificación, el afecto y, un sentido del deber hacia su progenitor, ¿extraía mi padre algún usufructo al duplicar mi nombre? ¿Y en tanto “hijo” rememoraba el peso de mi evocación como si fuera yo una estampa que habiendo sido, él se comprometía en guardar y donar para llegar a ser? ¡Ay, de mí, Señor, no sea yo el carnero trabado en el zarzal tomado por Abraham en reemplazo de Isaac! Por ende, mi padre eligiéndose a sí mismo, devino en juez y parte, ¿se adhirió a una justicia corporativa a fin de salvar su prestigio avalando su impunidad, no sin antes haberme entregado a una condena neutral, y a una razón objetiva?

Intuyo, Señor, a una Bestia feroz presta a devorarnos a todos, por encima de los principados, dominios y, potestades del mundo se halla, como bien señala el hijo de Santa Mónica: En las riquezas ha puesto lazos; en la pobreza lazos,… y en todo cuanto hacemos hay lazos (Soliloquios, cap. 16).

La nulidad de la función paterna servía a los intereses de la fantasmal entrega que hizo mi papá hacia su madre, pues al cederme a ella alivianaba su carga como hijo y, en tanto padre velaba su responsabilidad en gran parte. ¿Era yo para mi abuela un sustituto? ¿Por qué el “padre de su niño interior” no revitalizó la función? ¿Tal vez fui cosificado?

La mano invisible para conservar sus rentas buscaba un poder a fin de garantizar la seguridad jurídica de sus bienes y, a dicho lugar denominó mercado; en él todo sacrificio parecía estar bien legalizado por el azar. Esa ley iba desplazando su carencia proclamándose en la historia dueña y señora y, para ganar más espacio avasallaba el derecho anulando lo humano. Sin límites naturalizaba sus pulcros designios y avanzando en el cumplimiento del orden consagraba la privatización del espacio desalojando a los pobres de la calle. De hecho, a causa de su arbitrariedad manifiesta verificaba un mérito para sí: El éxito en las sangrientas represiones.

El imperio es un hacedor de percepciones virtuales y globales, entonces ubica una mentira por encima de los hechos utilizando la desinformación como estrategia. Su imaginación exaltada requiere de una ficción ampulosa y, también de una propaganda eficaz basada en falsas promesas. Ciertamente, ejecuta un poder que adiestra o aniquila con el objetivo de dividir para reinar. De tal forma, sitúa en su lógica un destino cruel, y simulando desconocer su rol en la obra, alienta los preparativos de una inminente catástrofe.

Yo, Señor, comprendía el lenguaje del imperio en mi vivencia familiar. ¿Acaso mi padre no se arrogó el deber de terminar con mi sufrimiento? ¿Y conociendo mi necesidad histórica, no dejó a su paso tierra desolada? ¿Cómo habría de reconstruir del daño producido?

Muy acorde a las potencias del mundo es valerse del enemigo externo, en caso de no hallar uno interno, y revelando los escondrijos de una imaginaria fatalidad opresora sugiere la conveniencia de una invasión piadosa. Fundamentan las dominaciones: —Dios nos llama a corregir el mundo, a trasformar las sociedades colonizando sus inteligencias y, a usar nuestros principios divinos.

En otras palabras, el reenvío de sus ejércitos, de la paranoia, la justificación por medio de ideas irracionales y, un sistema de valores por encima de ellas.

Líbrame, Todopoderoso, de la “santa voluntad” del poder real, ya que haciendo las veces de policía del orbe negocia desde un más allá, planeando bloqueos, levantando centros de detención y de tortura y, endiosando a la muerte.

El imperio guarda la ilusión conservadora de poder frenar y enderezar el rumbo de la historia, estructurando así un delirio, voces acusadoras alucina: —¿Por qué nos reprochan y nos agreden? ¿No traemos la buena noticia y la nueva moral? —responde.

Conforme a su doble moral expresa una gran sensibilidad como víctimas, y una indiferencia brutal a la hora de perseguir o de matar. La confianza prevista en la observación ciega de su venida futura en relación a la suprema potestad que despliega, es confirmada por el retorno de un lugar “otro” en donde el recuerdo actual para sí resignifica y, celebra gracias a la pureza de su buen origen.

Ni siquiera la comicidad de un actor en el ejercicio de la función pública lograría disfrazar la tragedia de la escena. El imperio con su “lucidez” mediatiza el ‘yo’ haciéndole creer que la violencia y la muerte no habrían de afectarlo en absoluto, a lo sumo un poco y de manera circunstancial. Y si por azar una guerra ocurriese, añadiría: —A todos nos puede pasar, ahora se trata de una realidad más cierta.

Mi padre cayó en la tentación asumiendo la vocación de ser un dios para sí, y a cambio de mi nombre me dio el certificado de su “des-función”. Perseguido por la culpa, ¿huirá hasta juzgarse libre? ¿No te niega a Ti en mí? ¿Dónde dispuso su confianza? ¿Canjeará mi vida por alguna ganancia y, de tal forma comprará tu Gracia? La culpa se opone a la libertad.

La descalificación del Espíritu es motivo de padecimientos, y lleva a la desorientación, mas quien no escucha la Palabra de lo alto finge hacerlo. Contrariamente obró tu siervo: El Ángel de Yahveh llamó a Abraham: por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido tú mi voz (Gn 22, 15.18).

No se confunda mi niño interior imaginando que fue arrojado a las tinieblas por haber perpetrado alguna incorrección, no sea que reflexionando en su tierno corazón quisiera adivinar: ¿Adónde está mi ‘yo’ que ha matado a mi padre? ¿Buscará esperanzado hallarlo idealmente en su mortalidad? ¿Cómo introducirá la idealidad en la realidad? ¿La ley otorga vida? ¿Qué decir, entonces? ¿Que la ley es pecado? ¡De ningún modo! Sin embargo yo no conocí el pecado sino por la ley. De suerte que yo hubiera ignorado la concupiscencia si la ley no dijera: ¡No te des a la concupiscencia! (Rm 7, 7). La ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el delito sobreabundó la gracia (Rm 5, 20). Y así antes que llegara la fe, estábamos encerrados bajo la vigilancia de la ley, en espera de la fe que debía manifestarse. De manera que la ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo, para ser justificados por la fe. Mas, una vez llegada la fe, ya no estamos bajo el pedagogo (Ga 3, 23-25).

¿Acaso la ausencia de mi padre significaba una falta en el “padre interno de mi niño interior”? No, puesto que no existía padre, sino fugacidad, movimiento, acechanza, peligro y, vida fantaseada. ¿Será que en el “padre de mi niño interno” había una dinámica incipiente que arremetía y prefiguraba el contenido de un temor fantasmal, una tristeza reactiva, una ira fugaz y, un cansancio frustrante?

¿Quizás mi nacimiento prematuro haya sido visto por mis bienhechores como un golpe lanzado en contra de sus apariencias? Y si tomara sus dictados sin llevarlos a la práctica, ¿me acusarán de un robo a la propiedad intelectual? ¿Y a semejanza de un “cibercriminal”, diré: —No hay justicia? ¿Van a perseguirme queriendo borrar mi nombre? Una regresión temprana podría accionar mi sacrificio a efectos de mantener ellos sus privilegios. Los mensajes parentales verbales y no verbales archivados sin filtro en “el estado del yo niño” influían sobre mis emociones y en mis sensaciones provocando un clima de contagio en la imaginación. Entonces, al querer llevar a la práctica los modelos aprendidos, ¿no sobrevendría una fuerza inquietante y agresiva a dar cumplimiento de sus profecías? A la sazón, en virtud de hallarme fuera de contexto, el impulso habría de situarme en un lugar de exclusión relevante.

Agresor frente a Ti y adversario mío, depositaba la culpa transfigurada en el “padre interno de mi niño interior”, revirtiendo en mí la violencia heredada reprimida y reprimente. Como dice la Escritura:Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradan (Hb 10, 6). ¿No habrían cesado de ofrecerlos, al no tener ya conciencia de pecado los que ofrecen ese culto, una vez purificados? Al contrario, con ellos se renueva cada año el recuerdo de los pecados, pues es imposible que sangre de toros y machos cabríos borre pecados(Hb 10, 2-3).

¿Llevo en mi carne la prueba del delito? ¿Una muestra de sangre me devolverá la identidad? ¿La apropiación del nombre no iba encontrando justificación en la autodeterminación de la voluntad parental? ¿Puede la sangre ser limpiada con sangre, y el fuego ser quemado? ¿Una prueba intencionalmente contaminada no remite al ‘yo’ a una purificación ritual para tapar un montaje de allá y entonces? Y a la vista de una imaginación afectivizada y de un conocimiento no esclarecido, ¿buscarían la forma de contrarrestar mi vida para vengar sus rencores y, mediatizar las disputas? ¿Armarían una causa en mi contra? Así, mi temor anticipatorio reforzaba la persecución, explicando la violencia sacrificial.

Veía en el centro de la pantalla un círculo en blanco y a su alrededor imágenes difusas, mientras en la oscuridad de mi pensamiento estaba oculto, escondido de Ti por el miedo de mi corazón, puesto que di a luz la idea de futuro y, en ella la muerte me alcanzó. Sus reflexiones, el miedo de su corazón es la idea de futuro, el día de su muerte (Si 40, 2). ¿Qué ganancia en mi sangre, en que baje a la fosa? ¿Puede alabarte el polvo, anunciar tu verdad? (Sal 30, 10).

Abría y cerraba los ojos con fuerza, ¿la dinámica de mi ‘yo’ podría conservar algo? Al tiempo que parpadeaba, un salto por elevación me hacía girar hacia adelante regresando a mí vista sobre el centro de falta: …como el recuerdo del huésped de un día(Sb 5, 14). Ajeno, negado y, expulsado frente a mi ojo, recordaba: …dejado estoy de la memoria como un muerto, como un objeto de desecho (Si 31, 13). Hueca obstinación la mía, Señor, puesto que en mis intentos fallidos de resolución emergía como un ser decaído, creyendo estar ahí la razón de mi existencia. Espejo y sueño son cosas semejantes, frente a un rostro una imagen de rostro. De los impuros, ¿qué pureza puede resultar? De la mentira, ¿qué verdad puede surgir? (Si 34, 3-4).

En tanto, malgastaba mi vida en un continuo abrir y cerrar de ojos, presentía un avance al sumar en mi apariencia, aunque en el estirarse ocurría un retroceso, siendo un más aún menos. Era yo, Señor, como el punto de una línea que pretendía añadirse por detrás y, a su vez esperaba alargarse un milímetro a la vista. Ciego en mi ceguera, deseaba la vida para mis ojos. Todo aquello pasó como una sombra, como una noticia que va corriendo (Sb 5, 8-9). Paso de una sombra es el tiempo que vivimos, no hay retorno en nuestra muerte; porque se ha puesto sello y nadie regresa (Sb 2, 5).

¿Hacia a dónde me llevaba este anhelo en el que viendo no veía? ¿Qué original ‘yo’ vendría a librarme? ¿De una serie cuantitativa podría irrumpir una cualidad nueva? Lejos de Ti estoy, Dios mío, abstraído en la imagen de mi pensamiento, reflejado en el espejo de mi reminiscencia y, sustraído de Ti. Escucha la vaciedad en la que de Ti, Señor, me olvido, proyectando mi recuerdo sobre mi nada y, observando mi ojo no vidente. Era eso, la imagen en un círculo de carencia, una línea que pasa sin avanzar, un punto que no deja marca y, un giro que retorna a su vacío. ¿Cualquier reflexión sin Ti, Gloria del Altísimo, no es ausencia de interioridad, negación de lo eterno y, angustia de eternidad? Comprendo que cuanto hace Dios es duradero. Nada hay que añadir ni nada que quitar. Y así hace Dios que se le tema. Lo que es, ya antes fue; lo que será ya es, y Dios restaura lo pasado (Qo 3, 13-15). He observado cuanto ocurre bajo el sol y he visto que todo es vanidad, y atrapar vientos. Lo torcido no puede enderezarse, lo que falta no se puede contar (Qo 1, 14-15). Restaura mi pasado aquí y ahora, Señor, a fin de que mi ‘yo’ no prosiga sumando en falso, dado que ni corregidor, ni guarda ha de sacarme de mi desmayo. ¡Ay de mí, Señor, pues todavía conservo alguna esperanza, pero ante mis ojos se enciende, y en mi interior se apaga! ¡Ay de mí, Señor, por tu intersección abre un paso!

Si deseara yo impedir el recuerdo de los pecados que van surgiendo, ¿la conciencia que practica la interrupción y la conciencia detenida no habrían de provocar una mente dividida? Por tanto, la imaginación exaltada, Señor, proveía otro golpe de espada sobre mi cabeza y, al levantar el pensamiento dejándolo ahí en suspenso, ¿la incertidumbre no vendría a de solicitar otro ejemplarpara reprimir la multiplicación de los deseos? ¿El pensamiento es capaz de suspender el mal? ¿El sacrificio tiene poder sobre la muerte? Parece una falsa creencia. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: “Pídeme lo que quieras y te lo daré”. Y le juró: “Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino”. Salió la muchacha y preguntó a su madre: “¿Qué voy a pedir?” Y ella le dijo: “La cabeza de Juan el Bautista”. Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: “Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista” (Mc 6, 22-25).

¿A cuánto cotiza un sacrificio? ¿Cuál es la ganancia per cápita? ¿Y si uno dijere: —Por qué lo están matando; no habría de responder el siguiente: —No sabemos? Todos los demonios sin límite alguno ensayan un goce sangriento. ¡Alabo a mi Señor, Mediador Santo, sin necesidad de ser purificado con sangre ajena!

Redoblo mi esfuerzo en llegar a Ti, Señor, cual débil corderito subiendo una montaña en círculos. Espera y alégrate al verme, ya que a pesar de mi dilación habrás de encontrarme íntegro. No obstante, si el padre de las tinieblas colocara un abismo en mí durante la noche, no podría yo ascender, ni pasar a Ti. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras (Jn 14, 11). Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí, y yo en vosotros (Jn 14, 20). Él creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra fijando los tiempos determinados y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros: “Porque somos también de su linaje” (Hch 17, 26-28). ¿La función paterna estructura mi alma? ¿Cómo interaccionan mis “estados del yo” en relación al saber hacer del Hijo?

Había tomado ya el Sacramento de la Primera Comunión, y dichoso me sentía guarecido en Ti, en la estampita decía: “Señor, mi corazón te pide en este santo día que bendigas a los que amo, y concedas una paz perpetua al mundo”. Luego: “Efectuado en la Parroquia de San Ramón Nonato, el 8 de diciembre de 1971. Por ventura, ese mismo día mi abuela paterna cumplió cincuenta y cinco años, ella fue quien me acompañó cada miércoles al curso de preparación.

Frecuentemente narraba su historia lamentando el fallecimiento de su madre a poco de haber nacido y, previamente el de su padre quedando al cuidado de sus abuelos maternos. En su adolescencia nació mi padre fruto de la relación con mi abuelo, hombre de jovial carácter a quien le gustaba la música. De joven fue cocinera en la estancia de un Presidente de la Nación, después vino a la ciudad y, trabajó como pantalonera fina. Ya viuda, se unió afectivamente a una persona italiana, quien en su pueblo había dejado a su mujer embarazaday, a una hija de tres años. Después mi abuelo ganó la lotería.

Hacía 1965 poseían bastante dinero que invertían en la compra y venta de papel, ascendiendo a una clase social media alta. En contraposición, a la digna austeridad que vivía yo en mi casa, maximizada por la falta de la cuota alimentaria por parte de mi progenitor.

Una tarde mi abuela consiguió fascinarme sacando mágicamente de una cartera, rollos y más rollos de dinero sujetos con una banda elástica. Eran, Señor, como anaranjados pimpollos lanzados sobre la cama pasando a la altura de mis ojos. Fijándome en su mirada veía el resplandor de un jugoso aroma, Dios Piadoso, entonces ella dijo: —¿Ves esto? Es tuyo. ¿Qué goce imaginario era capaz de seducir y digerir con falsas promesas a sus víctimas haciéndolas deslizar suavemente y tan bajamente que sea poco menos que imposible desconfiar de él? ¿Tal vez la causa se apoya en el hecho de haber arrancado y probado del fruto sugestivo? ¿Y ahora un cierto arrastre del sabor habría de perdurar gustoso en el deseo interior y en la memoria del paladar de la serpiente? ¿Alucinación de una vida trivial y de una dulce ansiedad? Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: “Todo esto te lo daré si postrándote me adoras”. Dísele entonces Jesús: “Apártate, Satanás, porque está escrito: «Al Señor tu Dios adorarás y solo a él darás culto»” (Mt 4, 8-10).

Un día a la salida del colegio entré con mi abuelastro a un negocio para comprar un autito de colección. Mirándome, dijo: —No me alcanza. Por tanto, saliendo de mi boca una espuma rabiosa le di para que tenga un fuerte pisotón: ¿No era nuestro dinero? Ya es hora de actuar, Yahveh, se ha violado tu ley. Por eso amo yo tus mandamientos más que el oro, más que el oro fino. Por eso me guío por todas tus ordenanzas y odio toda senda de mentiras (Sal 119, 126-128). He hecho del oro mi confianza, o he dicho al oro fino “Tú mi seguridad” (Jb 31, 24).

El dios oro ensanchaba su autoridad y su eficacia persuasiva recibía yo con los brazos abiertos. En ocasiones, no deseaba volver a mi casa y, luego entre muchos regalos mi corazón rompía en llanto al sentirme engañado por mi abuela, ella expresaba: —Vamos a comprar algo. Aún siendo de noche, reconocía el trayecto de vuelta, pero mis gritos no lograban modificar el rumbo.

¡Cuántas veces debajo de la mesa en la cocina de mi abuela un torrente de lágrimas me asaltaba y, sirviéndome de un mantel florido no quería ser visto! Sin consuelo y angustiado repetía: —¡Estoy solo, estoy solo! De rodillas sujetando mi brazo, queriéndome sacar refutaba ella: —No, papito, estamos nosotros.

Superada mi vergonzante flaqueza valiente era mi Señor, de cara a los interrogatorios familiares. Con gran habilidad eludía silenciosamente el motivo oscuro de legalizar a partir de mi boca desconfianzas ya sabidas. Peores consecuencias atraerían mis inocentes palabras sacadas de contexto, y usadas a favor de un poder reivindicatorio. En medio de una discusión, ¿no sería yo el acusado?Ningún dato aportaba a mi familia luego de haber pasado por los sótanos húmedos de sus intenciones. Tú los escondes en el secreto de tu rostro, lejos de las intrigas de los hombres; bajo techo los pones a cubierto de la querella de las lenguas (Sal 31, 20-21). ¿De qué manera habría podido yo estar verdaderamente bien, si los demás se presentaban mentirosamente mal? ¿A quién confesarle mi dolor? ¡Una fortuna invisible es la escucha del sabio! Yo te invocaba, Señor, y mientras acongojado hablaba te veía reflejado en la oblicua mirada de mi loro Pepe. Todas las mañanas escalaba un cubrecama de hilo despertándome con el suave roce de su pico, mas no podía abrazarme ya que tenía sus alas cortadas. Un día no vino más, nunca supe qué le sucedió. En la casa de mi abuela paterna jugaba con mi perro Pichín, de buenas a primeras lo trasladaron a un depósito y, más tarde en una riña callejera murió. Él había crecido en familia, ¿por qué fue separado? ¡Cuánta insensibilidad, arbitrariedad e, indiferencia, Dios mío, veía yo en sus rostros humanos! ¡Ay, de mis tiernos años! ¿Cómo hará mi lengua para romper su mudez?

Hacia 1974 nuevos aires soplaban en el paisaje doméstico, en los anales de la historia quedaban las peleas organizadas por mi primo ante rivales de la otra cuadra, extraña coincidencia, Señor, él y mi padre llevan igual apodo: Cacho.