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Memorias de un olvido. Etapa fundacional de la televisión cubana (1950 – 1962) es un texto que va dirigido diversos públicos. El autor escribiría: Si el lector, es de los jóvenes trabajadores de la televisión, podrá fijar los hitos más importantes por lo que esta atravesó y el porqué la televisión en Cuba fue así, tanto en su etapa comercial, como bajo los primeros años del triunfo revolucionario, interiorizando errores y aciertos; y si ello mueve a reflexión o simplemente sirve para ampliar sus perspectivas, nos sentiremos satisfechos. A los especialistas en medios de comunicación o en general de la actividad, si las informaciones aportadas motivaran su interés y aún más, le resultaran útiles para alguno de sus propósitos, sería un logro. A los lectores en general, que muestren interés por esta obra, si lograran al menos, aumentar el nivel de comprensión de los problemas que enfrenta y genera este coloso de los medios masivos, o al menos los sensibilizaran con elementos esenciales que lo caracterizan o simplemente como una vía de acercamiento a él, validaría uno de sus propósitos.
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Seitenzahl: 406
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Edición:
Miryorly García Prieto
Edición y corrección:
Mario Naito López
Diseño y diagramación:
Alejandro F. Romero Ávila
Epub:
Valentín Frómeta de la Rosa y Ana Irma Gómez Ferral
© Sobre la presente edición:
© José Raúl Estol Román, 2021
© Editorial enVivo, 2023
ISBN:
9789597268543
9789597268550
Instituto Cubano de Radio y Televisión
Ediciones enVivo
Edificio N, piso 6, Calle N, no. 266, entre 21 y 23
Vedado. Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba
CP 10400
Teléfono: +53 7 838 4070
www.envivo.icrt.cu
www.tvcubana.icrt.cu
Actualmente en Cuba abundan los textos sobre la historia del cine cubano y también sobre la historia de la radio de la isla. No solo circulan en el país varias historias omnicomprensivas y totales de dichos medios, sino que además se pueden encontrar textos que enfocan con lente de aumento géneros, formatos y aspectos puntuales del desarrollo del cine y de la radio. Se podría debatir si el vocablo abundan que he utilizado aquí es el apropiado para el caso de las publicaciones sobre el cine y la radio nacionales, pero si se tiene en cuenta el volumen de público interesado en estos temas, no me queda duda de que podemos hablar de una rica biblioteca de textos sobre radio y cine, y en especial, sobre sus respectivas historias, a pesar de que ello todavía pueda saberle a poco a algunos.
Sin embargo, hay otros dos medios en Cuba que no gozan del mismo favor que el cine y la radio. Estos son la prensa plana y la televisión. La prensa plana está quizá más favorecida que la televisión en relación con la cantidad de estudios diacrónicos y sincrónicos presentes en librerías, bibliotecas y otros centros de información; aunque curiosamente la mayoría de esos estudios se concentra en las publicaciones (periódicos y revistas) que ya no circulan entre nosotros. La televisión cubana, por su parte, carece del caudal de estudios que acompañan al cine, la radio y hasta la prensa plana del país.
Cierto es que la televisión es el medio más joven de los antes mencionados y por tanto tiene “menos historia”. Cierto es también que se han realizado algunos programas habituales (“60 y más”, “TV en TV”, “Imagen y sonido”) y hasta una célebre serie (“Hasta el último aliento”, dirigida por Vicente González Castro) que han abordado el tema de la práctica televisiva y del devenir de la televisión en Cuba; pero no ha sido así en el ámbito de las publicaciones, tanto en papel, como en soportes digitales. En el campo de las publicaciones se pueden mencionar libros como Técnica artística de televisión. Nociones (Arnoldo Tauler López, Editorial Científico Técnica, La Habana, 1984), varios trabajos del Dr. Vicente González Castro, entre ellos su ensayo Para entender la televisión (1995 y edición digital de 2004), La ilusión perpetua (Dra. Sahily Tabares, Ediciones EnVivo, ICRT, La Habana, 2011), Orfebres de un sueño (Mayra Cué, Ediciones EnVivo, ICRT, La Habana, 2019); Temas básicos de realización audiovisual (Jorge Alonso Padilla, Ediciones EnVivo, ICRT, La Habana, 2017); Los enigmas de la pantalla (Dra. Maribel Acosta Damas, Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, 2015), y Televisión, lenguaje y dramaturgia (Reinerio Flores Corbelle, Ediciones EnVivo, ICRT, La Habana, 2019), entre los más sobresalientes. A esta lista deben sumarse el espacio de crítica de televisión que la periodista Dra. Sahily Tabares ha tenido como tribuna fija en la revista Bohemia durante años, así como la extensa (e intensa) lista de artículos sobre el tema que la periodista Paquita de Armas ha venido publicando desde la década de los años ochenta del pasado siglo en El Caimán Barbudo, y recientemente en sitios web como Cubadebate y el portal del ICRT, espacio este último donde además otras voces comparten de forma esporádica sus ideas sobre la televisión. Vicente González Castro (1948-2009) es tal vez el investigador y profesor ―además de realizador audiovisual― que más ha trabajado y divulgado entre nosotros textos, en un sentido amplio de la palabra, sobre teoría, crítica e historia de la televisión en el mundo y de la TV cubana en particular. Muchos de sus trabajos audiovisuales y de sus ensayos, artículos de prensa y libros versan sobre los medios de enseñanza y la televisión educativa y en ese particular ha sido sin dudas la mayor autoridad en Cuba. No quiero dejar de mencionar en estas líneas la sostenida labor de Ediciones EnVivo durante esta última década (2010-2020) para lograr la edición y publicación de textos de autores cubanos sobre radio y televisión, varios de ellos mencionados más arriba en este prólogo.
No obstante el loable trabajo en el campo de dichos estudios realizado por los autores mencionados y otros que mi memoria no rescata ahora, queda aún mucha información por recuperar y sistematizar sobre la televisión cubana y mucha reflexión teórica y crítica que desarrollar sobre este medio de comunicación en la isla. Por fortuna, el profesor José Raúl Estol Román (1928-2020) nos ha sorprendido con la presentación de su Memorias de un olvido. Etapa fundacional de la televisión cubana 1950-1962,con el que se suma ―al menos para el gran público― al grupo de investigadores y teóricos de este tema en nuestro país, casi todos provenientes de la práctica televisiva. Su texto contribuye notablemente a incrementar el fondo de información sobre la historia de la televisión en Cuba.
José R. Estol Román tal vez no haya sido una figura muy conocida por ese gran público que arriba se menciona, pero sí lo fue, y mucho, para el gremio audiovisual. Estol era muy admirado, respetado y querido por varias generaciones de artistas, técnicos, directivos, asesores, etc., que han laborado en los medios cubanos desde la fundación de nuestra televisión hace setenta años. Este ingeniero en Telecomunicaciones tuvo una larga y brillante hoja de servicios en la televisión cubana, institución de la que fue fundador y a la cual consagró su vida. Merecedor del Premio Nacional de la Televisión en 2012, también fue uno de los fundadores de la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA) de la Universidad de las Artes de Cuba (ISA), en la cual laboró como profesor titular adjunto e impartió la disciplina Historia de la Televisión por espacio de dieciséis años.
Personalmente recuerdo que cuando comencé a impartir clases como novel profesor en la FAMCA en 1993, me admiró el hecho de que el profesor Estol fuera una figura venerada por sus colegas y sus estudiantes como gran amauta de los medios. Era la época en que la FAMCA estaba dirigida por Jesús “Chucho” Cabrera ―el decano por antonomasia de dicha facultad― y en su claustro se podían encontrar nombres como Caridad Martínez, Orieta Cordeiro, Enrique Domínguez Sosa, Oscar Luis López, José Massip, Rogelio París, Octavio Cortázar, Enrique Colina, Jorge Fuentes, Eduardo de la Torre, Humberto Hernández, Eliseo Altunaga, Rolando Vilasuso, Rini Cruz, Anabel Leal, Belkis Vega, Juana García Abás, Esther Ma. Hernández, Gustavo Pita, Julio Cid, Magda González Grau y Charly Medina, entre otras destacadas figuras del audiovisual cubano.
Toda la experiencia y los conocimientos adquiridos a través de sus largos años de trabajo, Estol los sistematizó y vertió en los innumerables cursos y conferencias que sobre la televisión y su historia impartió en Cuba, los EE.UU., Canadá, Hungría, Italia, Japón, y Rusia, entre otros países más. De modo que ahora presentamos aquí una obra muy sedimentada y revisada, que se ha estado pensando, escribiendo, expandiendo y actualizando a través de setenta años de labor técnico-profesional, investigativa y docente. Tamaño caudal de información no cabe en solo un libro y por eso tal experiencia y tanto saber se extienden a tres volúmenes ahora publicados. En estos, Estol se concentra exclusivamente en los primeros doce años de la televisión cubana, período al que denomina “etapa fundacional” y del cual hasta hoy ha existido más testimonio oral que documentos a la mano. Cada uno de los tres tomos de Memorias… se centra en un objetivo. El primer tomo aborda desde una perspectiva historicista el período comprendido entre 1950 y 1958 y en él relata, sobre todo, el surgimiento de las primeras telemisoras cubanas así como el marco legal que acompañó estos procesos. Ubicado en este mismo período, el segundo tomo profundiza en el tema de la programación televisiva de cada telemisora. Y, por último, el tercer tomo se ubica en el período 1959-1962 para indagar en la relación de la televisión con los procesos de cambio promovidos por la Revolución cubana.
No creo que exista una obra sobre la televisión en Cuba tan detallada y preciosista en datos y a la vez tan pantagruélica en su conjunto como Memorias de un olvido. Ninguno de los textos existentes sobre cine cubano, ni ninguno de los libros sobre la radio nacional, incluyendo el célebre La radio en Cubade Oscar Luis López, se comparan, hasta el presente, con esta trilogía de Estol en lo referente a la diversidad de temas y aristas abordados, al volumen de información compilado, el nivel de detalles y la amplitud de la información presentada, y en la narración clara, objetiva y sin afeites de los acontecimientos trascendentales y de las anécdotas puntuales. No es un libro de chismes de la farándula. Estol evita caer en el facilismo comercial del gossip típico de muchas publicaciones de radio, cine y televisión anteriores a 1959. Memorias… es un trabajo profesional, serio y confiable.
Sobresale a la vista el hecho de que el autor hace un aparte especial para el período 1959-1962 y quizá llame la atención que Estol no haya detenido su estudio en el año 1959, que es un natural parteaguas en la Historia de Cuba. Pero resulta que no todas las historias o los historiadores periodizan de la misma manera. Estol parte de la lógica y la dinámica interna de la televisión para segmentar la etapa fundacional sin obviar, claro está, el entramado económico, político y social en que el medio está inmerso. Por ello dedica el último tomo de su obra al arco temporal 1959-1962, cerrando con el año en que se unen todos los canales televisivos y todas las emisoras de radio del país en una sola empresa estatal, el Instituto Cubano de Radiodifusión. Fue ese último tramo tan convulso y rico en acontecimientos en la historia de la nación, y consecuentemente en la historia de la televisión cubana, el que trajo como resultado un cambio radical en la manera de pensar y de realizar la televisión. Por eso Estol ha destacado, con sabiduría y buen tino, ese espacio de tiempo del resto de los años fundacionales investigados en esta obra.
Hoy resulta difícil encontrar protagonistas o testigos de aquella etapa, pues el tiempo ha hecho su trabajo. Súmese a este natural proceso de la vida, la carencia casi total de estudios históricos y críticos, bien ordenados y sistematizados, de aquellos momentos fundacionales. Buena parte de esa historia había quedado preservada en la tradición oral. Suerte que José Estol se ocupó, a la par de su trabajo técnico-profesional, de ir registrando los hechos que luego serían historia, aunque no solo anotó sus experiencias. Valga apuntar que Memorias... no es una nostalgia personal de la televisión cubana de aquellos años, ni la biografía cuasi novelada de uno de sus protagonistas. Memorias… es un documento que registra y analiza objetivamente ―hasta donde la objetividad le es permitida a los seres humanos― no solo los acontecimientos vividos por el autor, sino la información obtenida de diversas publicaciones, documentos oficiales y legales, contratos de servicios, reportes de trabajos, cuentas de pagos, demandas judiciales, proyectos presentados, guiones, escaletas, cartas, notas manuscritas, material visual (fotográfico y televisivo), reseñas radiales, revistas de farándula, la prensa plana ―en especial, sus secciones y artículos dedicados a la televisión―, entrevistas a colegas, expertos y personalidades en general. También se deben incluir en esa enumeración de fuentes las muchas horas de conversaciones y fructíferos intercambios informales con familiares, amigos y gente afín al gremio que contribuyeron a precisar y darle forma a estos tres volúmenes que constituyen Memorias de un olvido.
Debe resaltarse aquí la lógica de composición de estos tres volúmenes. Memorias… presenta una disposición de los acontecimientos, sus protagonistas o actores, las formas de organización, la tecnología… que sigue naturalmente la línea del tiempo del período histórico seleccionado. Su estructura es sencilla, lo que facilita el rápido acceso a datos e informaciones concretas. El autor dedica secciones a la historia de la fundación y los comienzos de la televisión en Cuba e incluso, sus antecedentes inmediatos. Describe y narra cómo se desarrolló la programación televisiva, en general y canal por canal. Otra importante sección de esta investigación es la dedicada a la técnica utilizada por el nuevo medio de comunicación en esos doce años. En este acápite se expone con detalles (origen, tipo, marcas, uso, ventajas y desventajas) cada equipo de audio, cada cámara de televisión, cada sistema de iluminación, cada equipo de edición, las condiciones y evolución de los estudios de televisión, la historia de los equipos de control remoto, en fin, se describe y explica prácticamente cada cable y cada plug que se utilizó en el medio. Dicha sección puede ser un tanto agobiante para el lector neófito en asuntos de tecnología de televisión ―justo el tema más afín a la especialidad del autor―, pero sin dudas resultará apasionante para los conocedores y profesionales de estas tecnologías.
Memorias… nos descubre y describe cómo se fue extendiendo la señal televisiva hacia el este de la capital hasta casi llegar al extremo más oriental de la isla, y también narra cómo quedaron olvidadas la provincia de Pinar del Río y la entonces Isla de Pinos. Presenta las rivalidades y la dura ―a menudo desleal― competencia entre los canales televisivos de la época. En esta obra se presentan y revisan las legislaciones que normaron y regularon el trabajo en el nuevo medio de comunicación y se relatan los debates que se generaron alrededor de la censura y las penalizaciones durante el período estudiado, con lo que el lector podrá apreciar cómo, en el tema de regulaciones, censura y penalizaciones, para sorpresa nuestra, no se ha evolucionado mucho hasta el sol de hoy.
No quedan fuera de este estudio las relaciones extratelevisivas con el entorno político, social y económico de Cuba en esos años. Estol logra apartarse del manido discurso político sobre la televisión cubana en tiempos de la influencia norteamericana y en particular de la dictadura batistiana, y busca un enfoque más descriptivo y objetivo de la liaison TV-sociedad, aunque en algún que otro momento de su narración aflore, inevitable, su posición personal ante ciertos hechos o personajes de la época. No es este un libro apologético, nostálgico, biográfico, ni es un panfleto político, aunque tampoco es apolítico. Con una prosa clara, que elude tanto el barroquismo sensiblero, como el discurso académico hermético y excluyente del lector promedio no especialista, Estol nos regala una fuente inestimable de información desde una perspectiva analítica y crítica, y con una vocación de objetividad que se agradecerá en los años por venir.
También mucho debemos agradecer a la Editorial EnVivo su acertada decisión y empeño por publicar esta necesaria obra. Merece mención especial el trabajo editorial de estos tres tomos, que tuvo el buen tino de recabar la colaboración del investigador y conocedor de cine, y de medios en general, Mario Naito, actualmente especialista de la Cinemateca de Cuba, quien realizó un minucioso trabajo de revisión, verificación y actualización de los datos contenidos en esta obra junto con su autor. Una obra de esta índole requiere, por supuesto, de un fact checker; es una norma del trabajo editorial en casi todas las latitudes. Las editoriales científicas de prestigio ―sean de publicaciones periódicas o de libros― cuentan con un equipo de expertos contratados como árbitros o peer readers que analizan y escudriñan cada texto que se vaya a publicar, y ello es una marca de alta responsabilidad y profesionalismo para cualquier casa editorial. Que Ediciones EnVivo del ICRT tenga instaurada esta práctica es sin dudas un signo de madurez y rigor. De modo que no hubo periódico, revista, ni recorte de prensa que Naito no revisara en esta asistencia técnica, lo que le hizo seguir los pasos de Estol en la creación y conformación de su obra. De su trabajo se derivó el índice onomástico que acompaña a cada tomo y que resulta de gran auxilio para el lector/investigador que se acerque a esta montaña de luz que es Memorias de un olvido.
Gracias al profesor José Estol el vocablo olvido ya puede ser borrado del título de su propia obra. Esperamos que este estudio que ahora comentamos sirva de inspiración y guía a los presentes y futuros investigadores y estudiosos del audiovisual en su labor, no solo como fuente de datos, sino también como modelo de sistematización y de presentación de los resultados de una investigación como la realizada por un profesional de la talla del maestro José Raúl Estol.
Mario Masvidal Saavedra
Santa Fe, 2020 y octubre
Sería lógico suponer que los hombres que iniciaron los primeros servicios televisivos en Cuba y que consagraron gran parte de sus vidas a sostenerlos y fortalecerlos, contaran las vivencias de aquellos momentos iniciales, su posterior evolución, en fin, los acontecimientos más importantes en que participaron en esos años. Habrían podido rememorar incluso los detalles y la frescura de su época, complementados por el conjunto de valiosas experiencias adquiridas, al mismo tiempo que se rescataba del olvido esa parte de la historia que el tiempo implacable irá cada vez más oscureciendo tras el velo de los recuerdos. Lo cierto es que ese precioso legado no existe. Por ello, se emprendió la difícil y compleja tarea de investigación sobre los inicios, evolución y desarrollo de la televisión en Cuba, en la etapa comprendida desde 1950 hasta 1962, y la obra presentada es el fruto de esa labor.
La carencia de bibliografía especializada sobre el particular obligó a convocar a los pioneros de la televisión para, en un ejercicio de memorias, compartir extensas jornadas de trabajo; pero en todos los casos, al retomar el presente, quedaba la sensación de que solo minutos habían trascurrido, tal vez por lo maravilloso que resultaban los recuerdos de aquellos albores de la televisión cubana. Las informaciones obtenidas por esa vía y las guardadas con riguroso celo en el modesto archivo del autor sirvieron de base para iniciar la investigación propuesta.
El criterio de búsqueda utilizado descansó en la selección de las informaciones más cercanas en el tiempo a los hechos, para luego corroborar la exactitud de los datos, fechas y acontecimientos en las publicaciones disponibles de esos años, en los archivos personales de los entrevistados y, en particular, en los de CMQ-TV, que se encuentran depositados en el Centro de Documentación del Instituto Cubano de Radio y Televisión. Los análisis, así como los estudios específicos que se presentan, están avalados por toda la información, datos y estadísticas en los cuales se ha apoyado el autor, que además se encuentran reflejados en esta obra, fundamentalmente como anexos.
Otra premisa impuesta para que el trabajo de investigación tuviera el máximo de objetividad estuvo dada por la trascripción de los datos, comentarios, textos importantes, etc., obtenidos de las fuentes referenciales; solo en casos determinados y por necesidad circunstancial no fue realizado de esa forma, pero el tratamiento dado a la información mantuvo ese rigor.
Por otra parte, y en un contexto muy general, sabemos que de la televisión a nivel mundial se han descrito muchas de sus particularidades, entre las que se incluyen el mundo mágico de los creadores, la leyenda de la técnica, la selva de aparatos de un estudio, sus relaciones con otros medios masivos, sus efectos en el televidente y viceversa. Todo ese universo ha facilitado la creación del mito o leyenda con que la han orlado.
En esta obra se estudia una etapa que va quedando olvidada en el recuerdo y que abarca desde sus inicios en 1950 hasta la constitución del Instituto Cubano de Radiodifusión, el 24 de mayo de 1962. Se aportan, además, un conjunto de elementos que obran a favor de la desmitificación de la televisión y la muestran sin su ropaje mágico, para propiciar así su descarnado reflejo, donde junto a no pocos elogios recibidos, también aparecen las más acerbas críticas.
No obstante los diversos y numerosos cuestionamientos que se le han hecho a la televisión en Cuba y en el mundo, esta ha sido capaz de crear, según sus detractores, una subcultura; según otros, una cultura diferente, una cultura nueva. Pero lo que nadie pondrá en duda es que ha emergido de su seno un poder cuya dimensión nos inquieta, aunque muchos expresan el deseo, hasta hoy insatisfecho, de que sea canalizado en función de la elevación del bienestar del hombre.
Por su amplitud, la obra está dividida en tres tomos. El primero de ellos refleja los antecedentes que propiciaron la aceleración de la introducción de la televisión en Cuba y su desarrollo, así como el comportamiento de los primeros servicios televisivos en nuestro país y la expansión de las áreas de cobertura desde la capital hacia el resto de las provincias. Describe, además, la infraestructura técnica utilizada en los años fundacionales y comenta el impacto del sistema legal que reguló las teletrasmisiones y la radiodifusión en aquella etapa. El segundo tomo fue dedicado fundamentalmente a la programación televisiva en Cuba en el período comprendido entre 1950 y 1958, sin dejar de mencionar la incidencia de los mecanismos de las agencias publicitarias y, en especial, el dispositivo de investigación de teleaudiencia como elemento rector y guía de la actividad. Modulando ese acontecer siempre aparece la incidencia del contexto histórico-social en la televisión y viceversa. Al triunfar la Revolución el primero de enero de 1959, el sistema televisivo fue compulsado por el conmocionado proceso político y social que vivía el país. Por ello, en el tercer y último tomo se refleja el acontecer nacional como resultado de un franco proceso de transformación social, al igual que la destacada participación de la televisión en los primeros momentos del proceso revolucionario, como amplificador nacional e internacional de los acontecimientos que se producían, y su comportamiento posterior dentro de aquel campo de luchas definitorias para la nación y su futuro. Esta situación marcó el sendero por el que transitó desde entonces la televisión cubana.
El contexto histórico-social que vivió Cuba desde el establecimiento de la mayor parte de los servicios televisivos hasta el triunfo de la Revolución estuvo caracterizado por los horrores de la feroz tiranía de Fulgencio Batista, a la que el nuevo proceso político puso fin. Los años siguientes también fueron de lucha tenaz y el pueblo cubano fue su gran protagonista. Consideramos finalizada la etapa fundacional en 1962, cuando todas las telemisoras se integraron en un subsistema nacional regido por un órgano gubernamental, el Instituto Cubano de Radiodifusión.
Si el lector es de los jóvenes trabajadores de la televisión, podrá fijar los hitos más importantes por los que esta atravesó en los años cincuenta y descubrir sus principales rasgos distintivos, tanto en su etapa comercial, como durante los primeros años del triunfo revolucionario; interiorizará errores y aciertos, y si ello mueve a reflexión o simplemente sirve para ampliar sus perspectivas, nos sentiremos satisfechos.
A los especialistas en medios de comunicación, si las informaciones aportadas motivaran su interés y, aún más, le resultaran útiles para alguno de sus propósitos, sería un logro.
A los lectores, en general, que muestren interés por esta obra, si consiguieran al menos aumentar el nivel de comprensión de los problemas que enfrenta y genera este coloso de los medios masivos, y se sensibilizaran con elementos esenciales que lo caracterizan, este libro validaría uno de sus propósitos.
No por últimos han sido olvidados aquellos que hoy peinan canas y que tuvieron la oportunidad de vivir intensamente esa etapa; es una aspiración que la lectura de estas líneas les sirva para reactivar los recuerdos, y que tal vez, como nubes pasajeras, les proporcionen un alto en el bregar diario.
Generalmente, todo autor deja constancia de su agradecimiento a familiares, amigos o personas que, en alguna medida, lo estimularon y apoyaron en tan difícil tarea y a tan alto empeño. En nuestro caso, la gratitud la hacemos extensiva como justo reconocimiento a todos los trabajadores de la televisión, por el protagonismo asumido en esta historia, derivado de los esfuerzos extraordinarios realizados fundamentalmente durante el tránsito por la segunda etapa, debido a los tiempos difíciles vividos y por vivir.
Se ha dicho en incontables ocasiones que los protagonistas hacen la historia y los escritores la escriben. En esta ocasión, el autor, ni protagonista ni escritor, es solo un modesto actor de reparto, empeñado en una misión compleja, pero con marcada intención de reflejar los hechos como fueron y tratar de borrar de la memoria aquellas inexactitudes repetidas en lo poco que se ha reflejado de esta etapa, pues de sostenerse llegarían a convertirse en verdades. Nos anima aquella frase que el tribuno Cicerón expresara en ocasión solemne: “La primera ley del historiador es no atreverse a mentir, la segunda no tener miedo para decir la verdad”.
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, la industria norteamericana volvió a la normalidad. La recuperación y desarrollo del medio televisivo no se hizo esperar. En sus inicios, fue vital el perfeccionamiento de la producción de equipos en forma seriada, lo que incluía retomar algunas innovaciones que se habían desarrollado en el período de la guerra; inmediatamente los fabricantes norteamericanos emprendieron la búsqueda de nuevos mercados. Cuba, comprador tradicional de sus producciones, estuvo entre los primeros países de América Latina y el mundo que obtuvieron esa tecnología.
La palabra Televisión había sido cintillo periodístico en nuestro país en fecha tan lejana como el año 1928. En el Central Tuinicú (luego llamado Melanio Hernández), el ingeniero eléctrico norteamericano Frank Jones, quien sobresalía como radioaficionado, logró construir un receptor de televisión del tipo de disco escudriñador, auxiliado por el técnico cubano Eladio Serrano, con el que pudieron captar la señal de televisión de la WGY de Schenectady, New York, propiedad de la General Electric, que en febrero de ese año había comenzado sus trasmisiones experimentales mediante el llamado sistema mecánico o de baja definición, en una norma de 24 líneas.[1]
Este sueño con la televisión resurgió en Cuba, de manera más significativa, cuando la Cuban American Television and Hotel Chain, Inc., auspició una exposición denominada “Television Show”, que según la publicidad impresa desplegada (ver Fig. 1) tendría lugar del 3 al 10 de diciembre de 1946 en el Show-Room de la agencia Dodge-De Soto instalada en los bajos del cabaret Montmartre, en La Habana. Sobre este acontecimiento, el ingeniero Carlos Estrada[2] nos relata que el presidente de la empresa Majestic J. Ricardo Planas, con oficina en la calle Infanta No. 308, frente a la Iglesia del Carmen en La Habana, contactó con él para viajar a Estados Unidos y analizar con la firma Dumont la posibilidad de exponer en Cuba sus equipos de televisión, teniendo en cuenta que ellos estaban promoviéndolos en ciudades norteamericanas, y precisó que el 10 de octubre de ese año habían montado una exposición en el famoso hotel Waldorf Astoria de Nueva York, con la cual televisaron un gran espectáculo artístico en circuito cerrado. Su gestión logró el resultado esperado y accedieron a montarla en La Habana, pero solamente por varios días debido al compromiso contraído anteriormente de exponerla en una tournée por América del Sur.
En esta exposición, concebida a modo de espectáculo artístico, fueron utilizadas dos cámaras de televisión de la firma Dumont y su señal era distribuida a varios monitores, adecuadamente situados en el interior del local, que poseían un sistema de audio asociado. Fue presenciada en el lugar de su realización por el cuerpo diplomático acreditado en Cuba, autoridades, empresarios radiales y personalidades de la prensa escrita. Los asistentes acudían en grupos de cincuenta mediante reservaciones, a un precio de dos pesos por persona. El espectáculo comenzaba a las 6:00 p.m. y terminaba pasadas las 12:00 a.m.
El empresario Edelberto Carrerá fue el encargado de la producción artística del espectáculo, en el que intervinieron la vedette cubana María de los Ángeles Santana, la cantante mexicana Marta Fernández, el actor de cine norteamericano Neil Fontaine y los ciclistas equilibristas cómicos Paige, Jewet y Kiki. La parte musical fue amenizada por la orquesta de los Hermanos Palau. La dirección del montaje de los equipos de televisión estuvo a cargo de Otis S. Freeman, quien contó además con el ingeniero principal de la firma Scott Helt, y el ingeniero Carlos Estrada fue la contrapartida cubana, quien recibió el apoyo del ingeniero Liborio Egea y el técnico Jorge Hurtado.
También Carlos Estrada explica que, por razones económicas, fue utilizado de inmediato el Estudio Teatro de la emisora Radio Progreso, radicado en los bajos del edificio del Centro Gallego de La Habana, sito en San José No. 104, a un costado del Capitolio Nacional. Para llevar la señal de video hasta ese lugar se utilizó un trasmisor en la banda alta de VHF (Very High Frecuency) de baja potencia y antena direccional, mientras que el sonido se envió por línea telefónica. Con la señal de televisión en el Estudio, el video se distribuyó a varios monitores ubicados convenientemente y el audio a un sistema de amplificación.
Fig. 1 Impreso publicitario de la exposición espectáculo de TV.
El tiempo de permanencia de la exposición fue extendido por dos días más de lo programado y el precio de la entrada en ese local fue de cincuenta centavos. Los asistentes disfrutaron del novedoso espectáculo televisivo; sin embargo, la exposición no tuvo eco en el empresariado cubano y en particular los dueños de emisoras radiales no mostraron interés alguno en la nueva tecnología.
Una vez finalizada la exposición y todo el equipo embalado y listo para su reembarque, inexplicablemente desaparece y nadie parece saber qué ha pasado. Los ingenieros de la Dumont dan cuenta del hecho a su embajada, que inmediatamente traslada la queja al gobierno cubano; entonces, como por arte de magia, aparecieron los equipos. Sobre este lamentable hecho no llegó ninguna información a la prensa en su momento y tampoco fue posible conocer más de lo expresado por Carlos Estrada debido a la discreción mantenida por las partes involucradas.
En algún que otro intento de historiar la televisión en Cuba se ha afirmado que por la infraestructura técnica utilizada en esta exposición se podía considerar esta como un servicio televisivo con todas las de la ley, mientras otros aseguran que se había realizado el primer control remoto de la televisión cubana, porque el espectáculo televisivo se produjo en un local y su recepción en otro a distancia. Sin duda alguna, para un simple conocedor del sistema televisivo resulta fácil detectar que ni por analogía estaban dadas las condiciones técnicas en el primer caso y, en el segundo caso, se desconoce qué se entiende como control remoto para emitir tales afirmaciones. En realidad, se trataba de un circuito cerrado de televisión y nada más. No obstante, este hecho constituye el antecedente más relevante con anterioridad a la inauguración del primer servicio televisivo en Cuba.
En 1948, una noticia sorprende a todos: Amado Trinidad Velasco, presidente de la emisora radial RHC Cadena Azul, anuncia que será el primero en traer la televisión a Cuba a fines de 1948. Para investigar las causas de ese anuncio inusitado debemos conocer la situación en que se encontraba la radiodifusión entonces. Hurgando en los inicios de la trayectoria de Amado Trinidad como empresario radial, resulta evidente su intención de aplastar a la CMQ.[3] Sin embargo, en el momento de tal anuncio, Trinidad había transitado por la cúspide del éxito radial, hasta el punto que consiguió desplazar a su competidor en el favor de la audiencia nacional. Para ello, había atraído a las principales figuras del elenco de CMQ y en general del sector artístico, con jugosos contratos que duplicaban y triplicaban sus salarios. Vale signar que esos niveles salariales se mantuvieron en ese régimen de competencia. Paralelamente, una campaña de imagen personal desbordaba las columnas especializadas de la radio, así como las sociales. En ellas se destacaban los dones de este nuevo Mesías en todas las actividades inherentes a la producción radial, además de resaltar sus frecuentes actos de beneficencia. Ya en el sitial de honor de la radio, Trinidad inicia un proceso de transformación de su personalidad, caracterizado por una vida desordenada, de derroche, de desatención a su empresa, conquistado por las frivolidades de la farándula; lo que deriva en un descenso por la ladera del éxito, embadurnado con el lodo del desprestigio.
Por otra parte, Goar Mestre en la dirección de CMQ (competidor de Trinidad desde 1943) comienza un reordenamiento de la emisora mediante una reforma publicitaria. Mestre, para ganar tiempo en las menciones comerciales insertadas en los programas, redujo a solo dos horas, de las diecinueve de trasmisiones, un contenido publicitario que antes abarcaba siete horas, y ello sin afectar el factor económico; además, añadió un sistema de su invención, las Menciones Rotatorias, utilizadas posteriormente en toda Latinoamérica y EE.UU.[4]
A partir de entonces, su emisora se destacó por su organización, disciplina y un elemento poco abordado por los investigadores, el adecentamiento de su radio: eliminó aquellos programas donde la manipulación, arbitrariedades y rasgos nada morales se habían entronizado. Todo ello le restó gran audiencia a su competidor y le aportó excelentes dividendos que mejoraron la salud económica de la emisora, lo que le permitió ampliar su radio de acción con dos emisoras: Radio Reloj y CMBF, la primera informativa y la segunda, “de música y solo música”.
Ya para entonces (1947), un sueño se comenzó a convertir en realidad: el edificio Radiocentro, caso único en Latinoamérica y comparable solamente a Radio City en Estados Unidos.
Es precisamente en 1948, durante el proceso de esos acontecimientos en pleno desarrollo, que Amado Trinidad, sin cejar en su empeño de desacelerar el avance incontenible de CMQ, toma conciencia de la imbatibilidad de su competidor y se lanza con todas sus fuerzas a convertirse en el fundador de la televisión en Cuba. Ante tal anuncio, Goar Mestre, como en otras ocasiones, no perdió oportunidad de irritar a Trinidad y ante los requerimientos de la prensa expresó:
Como entendemos que no nos conviene meternos en la televisión ahora, no lo vamos a hacer, pero sí hemos visto con mucho gusto y con gran interés —ironiza— que el señor Trinidad pretenda iniciar trasmisiones de televisión en Cuba, pues sería él quien afronte los enormes gastos iniciales que hay que hacer mientras el público adquiere receptores de televisión en número suficiente como para que los anunciantes se dispongan a patrocinar programas de televisión.[5]
No fue necesario esperar mucho tiempo para que la prensa divulgara los lamentos de Trinidad al no poder lograr su propósito, quien acusaba a Goar Mestre y a compañías norteamericanas de sabotearle su proyecto. Eso fue una invención. Trinidad se había asociado en esa aventura con Edmond A. Chester, en aquellos momentos designado director de Noticias, Acontecimientos Especiales y Deportes de la Red de Televisión de la Columbia Broadcasting System (CBS), personaje que escribió el libro biográfico “A Sergeant Named Batista”.[6] Chester quiso acaparar el negocio y Trinidad se negó, con lo cual finalizó la aventura.
En aquellos momentos, Goar Mestre, al informar a la prensa, anunciaba que en 1952 tenía pensado instalar un servicio experimental de televisión en Cuba. Algunos periodistas dedujeron que las inversiones recientemente realizadas en CMQ Radio, aunque en constante y rápida recuperación de su protagonismo debido a la preferencia de los grandes anunciantes, lo obligaban a esperar un tiempo prudencial antes de lanzarse al negocio televisivo.
Sin embargo, el 12 de marzo de 1949, en el aniversario xvi de la fundación de CMQ, Goar Mestre promete sorpresivamente que antes de terminarse el año 1950 pondrá en funcionamiento un servicio televisivo.
También en ese año, el propietario de la emisora radial Unión Radio, Gaspar Pumarejo, a pesar de presentar su empresa un estado financiero en rojo, recurre a un golpe de audacia apelando a los representantes de la RCA en Cuba, Miguel Humara y Julián Lastra; a Julio Blanco Herrera, dueño de la cervecería La Tropical, y a los dueños de la fábrica de cigarrillos Competidora Gaditana, para que aporten el capital necesario para el establecimiento de un servicio televisivo. Además, persuade a la familia de su esposa Marta Mestre para utilizar la casa de sus suegros en Mazón 52 como centro televisivo. En general, consigue con ese rasgo de ingenio que lo acompañen en la nueva aventura.
Goar Mestre, conocedor de ese posible golpe de su exempleado, decide acelerar sus planes. En realidad, ya se conocía el proyecto de lo que se tenía que realizar, así como el monto de la inversión y la aprobación de la junta directiva. Sin embargo, tiene que enfrentar una dificultad no prevista: su socio Ángel Cambó, a esa altura de los acontecimientos con un proceder más que conservador, temeroso, no comparte la idea y propone como solución que le compren sus acciones y las cotiza por todo lo alto. Los hermanos Mestre aceptan y quedan dueños absolutos de la empresa.
Por otra parte, la prensa desde entonces fue creando una atmósfera de rivalidad, más allá de la derivada naturalmente de la competencia, debido al conocimiento público de las diferencias surgidas con anterioridad entre Goar Mestre y Gaspar Pumarejo, cuando este último laboraba para CMQ, y que dieron como resultado su alejamiento de la organización.
Con un potencial económico mayor que Pumarejo, Goar Mestre —apoyado en su empresa radial CMQ, poseedora de un nuevo modelo de organización muy sólida y flexible— indiscutiblemente tenía ventajas sobre su competidor, que en gran medida lo supeditó todo al logro de la primacía de la salida al aire de su canal televisivo. De ahí, la improvisación de sus instalaciones y de su organización, esta última no adecuada para hacer frente a tamaña empresa, elementos importantes que desde esos inicios incidieron negativamente en el desarrollo exitoso del proyecto. Desde diciembre de 1949, Pumarejo ordenó la adaptación de la casa familiar, ubicada en la esquina de Mazón y San Miguel en La Habana, para instalar los equipos y acondicionar otras áreas que serían dedicadas a la producción de programas.
En Radiocentro, Goar Mestre llevaba a cabo un proyecto más ambicioso y con perspectivas de más largo alcance. La obra proyectada y en vías de ejecución comprendía cuatro estudios de televisión, con amplias áreas para equipamiento y para otros servicios afines. La inversión fue estimada en 750 000 pesos. La primera licencia expedida por el Ministerio de Comunicaciones para establecer un canal de televisión le fue otorgada al Circuito CMQ en enero de 1950, lo que le permitía operar el Canal 6 en la ciudad de La Habana. Ese mismo año, pero el 30 de septiembre, Unión Radio Televisión recibe, por el puerto de La Habana, una unidad móvil de control remoto, importación muy destacada en la prensa, como fue también la llegada por vía aérea desde Filadelfia del trasmisor TT-5 de la firma RCA. Era la primera vez en el mundo que por esa vía se transportaba una planta de televisión, decía un comentario de la prensa escrita. Sin embargo, desde el 4 de septiembre, CMQ-TV comenzó a trasmitir programas en circuito cerrado y miles de habaneros, convenientemente situados ante treinta televisores, instalados en la periferia de Radiocentro, disfrutaron de la novedad. Programas dramáticos, musicales y cómicos, entre otros, integraron esta programación en circuito cerrado y participaron en ellos destacadas personalidades del arte como Enrique Santisteban, Germán Pinelli, Idalberto Delgado, Luis Carbonell y Bola de Nieve.
Ya en esos momentos, los planes seguidos por las dos empresas estaban en fase de culminación, aunque en condiciones diferentes. De acuerdo con las informaciones de la prensa, la salida al aire de ambos canales estaba condicionada a la erección de sendas torres de acero, indispensables para montar sus antenas trasmisoras.
Gaspar Pumarejo, impaciente y audaz, decide salir al aire sin esperar la instalación de la torre, que sus fabricantes debían entregar el 2 de noviembre de 1950. En su lugar, fue utilizado un mástil, ubicado en la azotea de la casa de Mazón 52, que le sirvió de soporte a la antena para la inauguración y meses posteriores. Las pruebas en circuito cerrado fueron iniciadas por Unión Radio TV el 12 de octubre de 1950, pero no es hasta el 14, a las 4:00 p.m., que la señal de televisión es puesta al aire y se pudo escuchar solamente la voz de Gaspar Pumarejo leyendo un texto alusivo al acontecimiento. A partir de las siete de la noche fue posible captar el patrón de pruebas que se emitía y se retiraba periódicamente, hasta que a las nueve, apareció la identificación de la planta: UNIÓN RADIO TELEVISIÓN CANAL 4, LA HABANA.
El lunes 16 de octubre, desde la una de la tarde hasta pasadas las ocho de la noche, se trasmitieron vistas fijas, y Pumarejo habló de la próxima inauguración y felicitó a los técnicos. En ese lapso de tiempo fueron televisadas las figuras de Margarita Balboa, que apareció cantando, Adolfo Otero, Lidia Martín, Tito Hernández, el pianista Alcibiades Agüero, todos bajo la dirección de Cuqui Ponce de León. No cabía la menor duda que había que realizar ajustes en las cámaras y equipos, pues las imágenes presentaban algunas deficiencias. Ciertamente los técnicos trabajaron arduamente esa noche y el siguiente día, para que a las nueve de la noche del martes 17, la población agolpada frente a los televisores previamente instalados en bares, cafés, vidrieras de tiendas y otros establecimientos, fuera testigo del nuevo medio de comunicación. A esa hora apareció Gaspar Pumarejo y le hizo llegar un saludo al pueblo en ese trascendental momento. Después, por la pantalla desfilaron José Pardo Llada, Carlos Robreño, François Baguer, William C. Cothron, Alberto Gandero, Cuqui Ponce de León, el ingeniero Alberto Mestre, Lolita Berrio, Raquel Revuelta, Eduardo Casado, Ernesto Gallardo, Enrique Pumarejo, la India de Oriente, Oscar Luis López y Raúl Castellanos, entre otros.
El jueves 19, Felo Ramírez y René Molina realizaron entrevistas a peloteros profesionales, entre ellas al lanzador Vicente López, que el día anterior había vencido al club Habana de la Liga Cubana de Béisbol Profesional, equipo en el que militaban Pedro Formental y el veloz Jiquí Moreno, los cuales también fueron entrevistados. Todo quedaba listo para la inauguración del primer servicio televisivo cubano.[7]
En octubre de 1950, mientras se realizaban las pruebas técnicas, la dirección de Unión Radio (UR-TV) accedió a consultar con algunas personalidades la posible fecha de inauguración oficial del servicio televisivo, la que finalmente fue fijada para el 24 de octubre. Era martes, Día del Periodista, cuando en horas de la mañana el reverendo Padre Daniel de la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en La Habana, bendijo la planta y sus equipos. A las 12:30 p.m., mediante control remoto desde el Palacio Presidencial, el entonces presidente de la República Dr. Carlos Prío Socarrás, mirando a través del visor de la cámara número 1 de UR-TV (ver Fig. 2), dejó inaugurada la televisión cubana y su Canal 4.
Fig. 2 El presidente de la República de Cuba Dr. Carlos Prío en el momento en que deja inaugurada la televisión cubana.
En ese instante, el presidente de la República expresó: “Doy por inaugurada la televisión en Cuba. Espero y confío que este nuevo y poderoso medio de progreso y divulgación sirva a los intereses de la Patria y contribuya a la felicidad y bienestar del pueblo cubano. Felicito a Unión Radio, la joven empresa cubana, por este esfuerzo.”[8]
A las 7:30 p.m. comenzó un gran show en las instalaciones de la telemisora. Participaron artistas invitados a la inauguración, entre los que se encontraban el actor mexicano Pedro Armendáriz y los cubanos Carmen Montejo, Aidita Artigas, Marion Inclán y Bobby Collazo (ver Fig. 3), entre otros.
Estuvieron presentes numerosos ejecutivos extranjeros, entre ellos Clifford W. Slaybough de la RCA International, Joseph Herold de la WOW-TV, Ray Calvin de la RCA Víctor, Marvin Kirh de Radio Daily, y Joseph Cohen de Variety. A partir de las 9:00 p.m. y hasta las 12:00 a.m., el Canal 4 estuvo de fiesta. Miles de habaneros presentes en las calles aledañas contemplaron los festejos. Ese día quedó en la historia como el inicio de la televisión en Cuba.
Fig. 3 Invitados especiales a la inauguración de Unión Radio-TV.
Hasta ese momento, solo Estados Unidos, varios países de Europa y dos de América Latina (México, cuya inauguración oficial fue el 31 de agosto, y Brasil, el 18 de septiembre de ese año) habían iniciado trasmisiones regulares. Gaspar Pumarejo fue el artífice de esta empresa. Así surgió la televisión en Cuba, como empresa privada, y la publicidad comercial sería su pilar económico fundamental.
Como presidente de UR-TV fue designado el Dr. José A. Mestre, a quien unían lazos familiares con Gaspar Pumarejo, el cual fungió como director general. El equipo trasmisor RCA de 5 kW de potencia fue instalado en el garaje de la casa, conjuntamente con el control maestro. La sala de proyecciones, ubicada en el tercer piso, tenía instalados dos proyectores de 16 mm y uno de 35 mm, asociados con una cámara de iconoscopio del tipo TK-20, todos de la firma RCA. El primer estudio de televisión fue un pequeño local de la casa; la cabina de control, más pequeña aún, se encontraba donde estuvieron situadas con anterioridad las neveras de frío de la casa, en la planta baja. El estudio disponía de dos cámaras del tipo TK-30 de la RCA, con un conmutador de video y una consola de audio. El patio de la casona, convertido en estudio-jardín al aire libre, fue denominado Estudio 1. Las cámaras fueron ubicadas en un espacio techado.
Entre las posibilidades técnicas de la nueva empresa, contaron con un total de tres cámaras del modelo TK-30 de la RCA, que podían utilizar tanto en controles remotos como en estudio, mientras el camión de remoto disponía de un generador de pulsos, una consola de audio y un link