Mi diálogo con Jesús y María. Un retorno al amor - Sebastián Blaksley - E-Book

Mi diálogo con Jesús y María. Un retorno al amor E-Book

Sebastián Blaksley

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Beschreibung

Mi diálogo con Jesús y María. Un retorno al amor es una invitación a recorrer un camino de la mano del Espíritu Santo, escuchando la voz del amor que vive en nuestros corazones. Un viaje que nos lleva de regreso a la relación directa con Dios, y al reconocimiento de la santidad que constituye nuestra verdadera identidad. Lo hace por medio de la activación de las memorias divinas de nuestra consciencia humana, para que podamos retornar al amor que no tiene principio ni fin. En otras palabras, a nuestro verdadero ser. Y de ese modo, podamos vivir en la dicha perpetua, desde ahora y para siempre, al alcanzar la plenitud del amor . . . . Amanecer es una expresión del despertar de la consciencia a la luz de la verdad acerca de la inocencia y santidad que somos. Es el final de la senda del perdón y el comienzo del camino del amor. Es este un amanecer que va creciendo cada vez más, hasta convertirse en un eterno mediodía de sabiduría y alegría perpetua, en el que el alma permanece por siempre en los brazos del amor.

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Mi Diálogo conJesús y MaríaUn retorno al Amor

Amanecer

Recibido por Sebastián Blaksley

Créditos

Mi diálogo con Jesús y María. Un retorno al Amor

Libro II: Amanecer

© de los textos: Sebastián Blaksley, 2022

© de esta edición: Editorial Tequisté, 2022

Coordinación editorial: M. Fernanda Karageorgiu

Corrección: Noelia González Gerpe

Colaboración en corrección: Coralie Pearson

Diseño gráfico y editorial: Alejandro G. Arrojo

1ª edición: diciembre de 2022

Editorial Tequisté:

[email protected]

www.tequiste.com

Instagram: @tequiste

Youtube: @tequiste

Facebook: @tequisteeditorial

WP: AR +54 9 11 6154 5552

ES +34 657 20 65 99

ISBN Obra completa: 978-987-8958-15-6

ISBN Libro I: 9789878958194

Se ha hecho el depósito que marca la ley 11.723

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su tratamiento informático, ni su distribución o transmisión de forma alguna, ya sea electrónica, mecánica, auditiva, digital, por fotocopia u otros medios, sin el permiso previo por escrito de su autor o el titular de los derechos.

LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA

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Blaksley, Sebastián

Mi diálogo con Jesús y María : un retorno al amor : Amanecer / Sebastián Blaksley.-

1a ed.- Pilar : Tequisté. TXT, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8958-19-4

1. Espiritualidad. 2. Espiritualidad Cristiana. 3. Dios. I. Título.

CDD 248.4

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Dice Jesús

Esta obra es obra de sabiduría, algunos no la comprenderán. Otros negarán su fuente por su sencillez. Otros, por su aparente incoherencia de tiempos y confirmaciones pues no comprenden que yo soy el dueño de los corazones y los conduzco a donde a mí me place sin perjuicio de su libertad. Otros, por la ausencia de aparentes revelaciones que el mundo considera extraordinarias, al no entender que no hay nada de excepcional en que un alma ame a su creador y que cada alma sea el deleite de Dios.

No juzguéis estas palabras pues no sabéis acerca de la totalidad inabarcable de la revelación dada a esta alma, ya que la manifestación es intransferible. Los que son de la verdad entenderán, porque reconocen mi voz y la siguen. Reconocerán mi voz en estas sencillas palabras y así se abrirán más sus corazones, confirmándose en su fe para con nuestra relación de intimidad, amor y verdad. Ellas reconocerán en esta alma el signo de la caridad que procede del darse. El amor de darse a conocer a uno mismo, tal como es con el solo propósito de llamarlos a todos a la unión con Cristo, que es una relación de amor divino siempre personal, única, inefable e irrepetible.

Mi palabra siempre logra su cometido porque es palabra santa y resuena en todos los corazones al unísono, sin importar qué tanto estén dispuestos a reconocerme en sus razonamientos intelectuales, los cuales no proceden de la unión del corazón y de la verdadera razón. Aún a ellos llegan las simientes de mi voz porque mi palabra es como el viento. Nadie sabe de dónde viene y a dónde va.

Mi palabra es viento y soplo. Es soplo de amor vivo. Diálogo incesante. Soplo que esparce las semillas llevándolas amorosamente al lugar sagrado del encuentro santo. Mi palabra es también como el rocío cuya agua desciende del cielo, riega la tierra y al salir el sol del amanecer retorna a lo alto habiendo hecho germinar la hierba. Es este rocío providente el que hace brotar los lirios del campo, y los nutrientes de mi amor los alimenta. Por eso es justo que todos sean llamados a ser lirios de amor plantados en una nueva tierra. Tierra de la que mana leche y miel. Tierra santa.

Entendedlo todos. Se ha abierto un portal entre la tierra y el cielo. Se han abierto los espíritus a un mayor conocimiento del amor de Dios. Se ha restablecido la comunicación directa entre Dios y el hombre y con ello han comenzado los tiempos de la plenitud del amor.

Estas palabras tienen el tinte, el sabor y el color personalísimo de un alma amorosa que ha hecho que mi palabra se haga carne en ella, alcanzando así la autenticidad del corazón, es decir, su verdadera identidad como hombre-Dios, la cual surge de encarnar a Cristo.

Tú que recibes estas palabras debes saber que todos tienen la capacidad de hacer que la palabra se haga carne, por medio de la individuación del Cristo en ti. Todos tienen la capacidad de darle un rostro único al amor. En esto radica el misterio del amor. El misterio por el que quien es uno se hace muchos. Este es el misterio de la encarnación. ¿Estás dispuesto a dejar que el amor se haga carne en ti? ¿Estás listo para dejar que se oiga tu verdadera e insustituible voz entre las muchas dentro del coro de la creación con tu timbre, tu nota y tu color?

El que pueda entender que entienda y alabe a Dios y el que no, que confíe.

A ti te digo. Entra, bendito de mi Padre.

Cómo se originó

Un lápiz en las manos de Dios

El 3 de febrero de 2013, estando en oración en casa, de forma súbita una voz que no es voz sino puro pensamiento se hizo presente en mí y dijo: “¿Estás listo para ayudarme a salvar al mundo?”. Le respondí que sí. Dos días después volvió a presentarse y dijo: “Quiero que escribas para mí”. En otra oportunidad me dijo: “Así comienza nuestra historia de amor… Serás un lápiz en las manos de Dios”. A partir de ese momento fui participe de un diálogo incesante entre Cristo y mi alma. Un diálogo de amor, sabiduría y santidad.

La voz a la que hago referencia es la voz de Cristo, la cual el alma reconoce con perfecta claridad como la voz del amor y la verdad, su fuente y su todo. De ella procede un saber que no es del mundo y llena todo de certeza y santidad. Su esencia es la Gloria del cielo. La mente queda enmudecida ante su presencia y el corazón sumergido en un éxtasis de amor y contemplación, del cual pareciera que casi nunca participa la totalidad del cuerpo. El alma sabe, sin saber cómo, que esa voz existe desde antes de que exista el tiempo, antes incluso de que exista todo.

Durante los años en que he ido recibiendo los escritos que se comparten en esta obra, la voz de Cristo —o del puro pensamiento divino que se piensa en mí— se presentó de diversas maneras. Algunas en la forma humana y gloriosa de la Santísima Virgen María y Jesús. Otras, por medio de diferentes visiones intelectuales, imaginarias, escuchas y otras formas de acceso al conocimiento. Mayormente, como pensamiento puro, el cual se experimenta como un pensar que no es mío pero se piensa en mí. Estas formas de acceso al conocimiento son ajenas al devenir del razonamiento intelectual de la mente pensante, aunque en ciertas ocasiones ella podía finalmente comprender algo. En realidad, lo que ocurría en esos casos es que esa parte de la mente se rendía ante el misterio y, cuando hacía eso, podía comenzar a comprender y formar parte del diálogo. No como partícipe activo, sino como testigo mudo de un amor que no tiene palabras y una sabiduría que está más allá de todo razonamiento. Dicho de otro modo, la mente se iba haciendo cada vez más humilde, más silenciosa, hasta ir fundiéndose con la luz de la verdad. Luz que brilla en todo lugar y cuyo fulgor es más resplandeciente que el sol.

Así es como desde ese entonces escribo lo que recibo. Y dejo que todo lo demás lo haga Aquel que es la voz del Cielo que vive en mí.

Espero que estos escritos sean recibidos con el corazón, y que no se ponga esfuerzo alguno en intentar entender, absorber conceptos o buscar acceder a un conocimiento que unos tienen y otros no. Esta obra es expresión de la relación de amor que existe entre un alma y su divino Creador, compartida con el fin de ayudarnos a recordar la belleza, pureza y santidad de nuestro primer amor; es decir de Dios, al cual el alma siempre busca retornar. Y regresando a Él, vivir desde ahora y para siempre en la realidad de un amor que no tiene principio ni fin, el amor que somos en verdad como extensión perfecta de Dios.

Algo más acerca del diálogo interior

Al inicio de las escuchas me resultaba un poco difícil sostenerme en forma continua dentro del diálogo. En efecto, pude experimentar en los comienzos una gran resistencia interior. Y, sin embargo, nunca estuve dispuesto a dejar de escuchar completamente. Algo en mí sabía que lo que estaba recibiendo provenía de más allá de este mundo y era sagrado. Una parte de mi alma estaba dispuesta a dejarse llevar por esa voz —tan dulce y llena de amor que es capaz de ablandar hasta el corazón más duro y de purificarlo todo— sin importar mucho a dónde la llevara. Con el tiempo comprendí que era el Amor que le estaba hablando al amor. Y que el alma tiene la capacidad de reconocer la voz de su divino amado sin necesidad de explicaciones intelectuales. Es el reconocimiento de esta a su fuente, del ser a su creador.

He observado que este diálogo interior está siempre disponible para el alma, aunque esta puede o no entrar en él. Si entra, entonces Dios mismo tiene sus conversaciones con ella y esta participa activamente. Si el alma decide no escuchar o, mejor dicho, no participar activamente, Dios se queda a la puerta esperando a ser invitado. En otras palabras, la llamada es universal y está activa a cada instante.

Este diálogo es en realidad la vida del alma. Es una oración de amor y contemplación permanente. Es la expresión viva de la relación directa entre el ser que somos y su fuente, entre el alma y Dios. Fuera de este diálogo no hay vida verdadera, porque la creación —y con ello la existencia— es un diálogo constante entre el Creador y el creado. Como resultado de este diálogo nacimos, y dentro de él permanecemos eternamente abrazados al amor perfecto, independientemente de que seamos plenamente conscientes de ello o no.

Existe una historia de amor entre el alma y su creador. Esa historia se desarrolla en el hondón de cada corazón, allí donde existe un lugar sagrado en el que el amor se deleita creando un nuevo amor santo. Allí se viven las delicias de Dios. Ayudarnos a recordar y permanecer en ese espacio interior —donde la fuente del amor hermoso y nuestro ser viven fundidos en la luz de la santidad, siendo ambos una unidad inseparable sin dejar de ser cada cual el que es— es el propósito central de esta obra. Estos escritos son una carta de amor del Cielo a su hijo bienamado, para que este pueda seguir creciendo en un mayor conocimiento del amor de Dios y, de ese modo, alcance la plenitud del amor.

Con amor en Cristo,

Sebastián Blaksley, un alma enamorada

Buenos Aires, Argentina

12 El camino del amor

I. Una nueva vida

01.10.2014

Estando en mi casa haciendo tareas domésticas, el pensamiento se hizo en mí súbitamente trayendo a mi interior una alegría y ganas de vivir inmensas, y se dijo del modo que a continuación describo.

Jesús: Alégrate. Hoy ha terminado tu camino del perdón y comenzarás a recorrer el camino del amor. Desde hoy comienzas a vivir tu amanecer. ¿No ves cómo despunta la aurora? Este amanecer irá iluminándose cada día más hasta que llegues a tu mediodía, cuya luz no menguará jamás. Los tiempos de la lucha han terminado. Ahora comienzan los tiempos de la paz.

Alégrate, pues por tu mérito has ganado la batalla final. Para ti ya no existirá el perdón, sino el amor. Para ti no existirá el juicio ni el purgatorio, solo existirá el cielo. Desde ahora no mendigarás más nada. Prepárate para recibir los regalos que tus méritos te han propiciado. Son los méritos de la fe y de todo tu amor por mí. Has elegido la mejor parte y no te será quitada. Verás que cumplo mis promesas, porque grande es mi fidelidad. Has hecho tu parte, de lo demás me ocupo yo. Para ti, Dios ya no será amor y misericordia sino amor. Solamente amor y nada más que amor, ahora y siempre.

Hay fiesta en el reino, y grande es el júbilo de las almas, porque una nueva estrella ha venido a ocupar el lugar que le corresponde en el firmamento de mi amor. Levántate, alaba a Dios, canta y baila porque has conquistado tu cielo para toda la eternidad. Los ángeles entonan sus trompetas en honor al triunfo del hijo de Dios, preparando tu mansión para el día de los días. El día en que toda la creación escuchará mi voz diciéndote: pasa, bendito de mi Padre y entra a gozar de los tesoros que él preparó para ti. Ese mediodía, cuya luz no cesará jamás, viene llegando y muy pronto llegará. Goza ahora de tu amanecer con la mirada puesta en aquel mediodía en que finalmente nos daremos nuestro eterno abrazo de amor.

Bendito seas, hijo de la luz.

Una reflexión de Sebastián

Inmediatamente después, me fue dado a entender que debía continuar escribiendo en una nueva sección llamada Amanecer. Y también que los años pasados, los cuales fueron varios, en que yo había experimentado tanto sufrimiento interior y destrozo, con tantas vicisitudes externas también, las cuales en ciertos momentos fueron casi intolerables para mí, fueron porque estaba reviviendo en mí la pasión redentora de Cristo.

Me fue comunicado que existen almas expiatorias, las cuales cargan con culpas ajenas, para expiar en sí lo que otras almas no podrían expiar por sí mismas. Esto es un acto de amor entre las almas, las cuales están unidas en lo que se conoce como la comunión de los santos.

Ciertamente pagan justos por pecadores. No en el sentido literal de lo que consideramos como la justicia del mundo, pero sí en el plano del espíritu. Pues las almas saben que forman parte de un cuerpo místico que es de Cristo. Es por ello que un alma puede completar en sí, lo que otras no completan y de ese modo se completa la totalidad del plan de expiación. Esto no se debe a que un alma sea mejor que otra o porque sea más castigada que otra. Ocurre simplemente porque las almas están unidas en una común unión espiritual.

Comprendí por gracia infusa que existe una analogía entre el cuerpo físico y la comunión de las almas y la función de las almas expiatorias, las cuales son muy pocas y extraordinarias y vienen al mundo a cumplir su función de cargar sobre sí lo que otras no pueden cargar.

La analogía es la siguiente: una vez que el cuerpo sufre algún tipo de infección en alguna de sus partes, esa parte del cuerpo queda debilitada. Entonces otras partes del cuerpo comienzan a actuar para generar los mecanismos de defensa y purificación del cuerpo hasta que la parte enferma se sane. Si la infección es en un pie, comenzará el cerebro a actuar enviando la información necesaria a otros órganos del cuerpo para que generen los anticuerpos necesarios, en defensa y para la sanación del pie. Muchos otros órganos, como el corazón, el riñón, e incluso el sistema linfático y los mecanismos metabólicos en general, actuarán todos ordenadamente para lograr que el pie se sane y de ese modo, el cuerpo recobre su salud integral.

De un modo similar, por decirlo de alguna manera, es cómo actúan las almas, las cuales están unidas y forman un cuerpo místico en el cual todo actúa en un perfecto plan de amor. De ese modo, cada alma cumple la función que le es encomendada dentro de un plan todo abarcador que no puede ser comprendido por la razón humana. Todo esto forma parte del misterio del dolor.

Nada acontece en nuestras vidas que no sea para el bien de uno mismo y de toda la creación. En el cielo todo esto se sabrá y comprenderemos que no ha habido un solo episodio de nuestras vidas que no tenga un sentido perfecto dentro del plan de amor perfecto de Dios, pues en efecto el amor perfecto es la expiación.

Este entendimiento me hizo comprender en mayor grado por qué no debemos juzgarnos nunca a nosotros mismos ni a los demás, pues no sabemos para qué nos pasa lo que nos pasa. Tampoco sabemos por qué sentimos lo que sentimos o por qué pasamos por lo que pasamos. En verdad, en este mundo, no sabemos nada ni comprendemos para qué es el mundo ni para qué son las cosas. En fin, no comprendemos el verdadero significado de nada. Por ello es que no debemos juzgar. Simplemente debemos confiar. Confiar y confiar. Confiar en que Dios sí sabe y que él es amor y, por ende, no dejaría jamás que nos ocurra algo que pueda hacernos daño o que no sea para un bien superior.

Dios es un Padre responsable y nada puede detenerlo en su voluntad de que regresemos a nuestro hogar, que es donde realmente queremos estar, aunque para ello sea necesario un cataclismo. Llegará el día en que agradeceremos a Dios todo lo que sucede en nuestras vidas, porque nuestra vida tiene sentido. Ella, tal y como es, es el camino perfecto que nos conduce al Padre y por este motivo debiéramos estar agradecidos por la vida que tenemos, sea la que sea. Pero normalmente nos resistimos al dolor y esto es comprensible, pues fuimos creados para la dicha y el hombre nunca dejará de resistirse al dolor, cualquiera sea la forma en que crea que éste se presente.

También me fue dado a entender que no debo sentirme culpable por mi cobardía ante el sufrimiento ni por la poca altura que tengo ante el dolor. Nada de eso importa porque el plan de Dios se cumple a pesar de nuestras flaquezas. A pesar de nuestra falta de fe. A pesar de nuestra pequeñez. Dios, en cierto modo, es como una madre que lleva a su niño pequeño al médico para curarlo y por su bien. Pero como el niño no entiende y no le gusta ir al médico, entonces grita de rabia y patalea. Y por supuesto, se enoja con la madre y no con los médicos. Se enoja con la madre porque la ama y porque la considera la causa de su protección. Y eso es lo que hacemos frente al sufrimiento. Nos quejamos contra Dios y descargamos toda nuestra rabia contra él. Pero aun así, esto es un acto de confianza del alma hacia su padre y creador.

El sufrimiento en sí no tiene ningún valor, pero dentro de un marco más amplio forma parte de un plan perfecto y por supuesto es siempre estrictamente temporal, porque todo en este mundo pasa y el dolor también, pues es efímero al ser pasajero. Todo pasa. Solo la palabra de Dios queda y su palabra es verdad.

II. Vuelo de la sabiduría

20.12.2014

Hoy al levantarme, una vez más, mi mente estaba “embotada”, cansada y ofuscada. Es ese sentimiento mental de una “resaca” psicológica o interior que deja a la mente sufriendo en soledad. Y como de costumbre, salí a caminar serenamente, dejando que la voz de la verdad vaya haciendo lo que está en su naturaleza hacer, que es sanar la mente serenándola por medio de la certeza que nos da la verdad misma. En el silencio del corazón, la mente se sana. Esto es lo que experimento y sé.

Y en este proceso de sanación permanente, he recibido una luz que necesito poner en palabras para ordenar mis pensamientos y resolver una cuestión interior existencial para mí. Y mi oración se hizo en mí de este modo:

Sebastián: Espíritu Santo, espíritu de verdad y paz, dame luz en mi entendimiento acerca de lo que está pasando en mí.

Y la luz vino a mí, dándome un mayor entendimiento acerca de lo que a continuación describo, para dar orden a mi mente y para el bien de aquel que pueda servirse con ello, sea que lea o no estas líneas, porque la luz de la verdad hace acto de presencia en todas las mentes que la buscan de todo corazón, sin importar las palabras, pues está más allá de toda forma, todo espacio, todo tiempo y, por ende, más allá de toda palabra.

Acerca de la ignorancia y la sabiduría

La verdad realiza su santo cometido siempre en todas las mentes que la están llamando, sea que estas se conozcan conscientemente en el mundo o no. Basta una sola mente que se abra completamente a la verdad, para que la verdad ilumine al mundo y lo redima en todo tiempo y lugar, pues este es el poder de la verdad. Es un poder salvífico. Y, ¿qué otra cosa puede ser la salvación sino la liberación de la ignorancia? Y, ¿qué otra cosa puede liberarnos de la ignorancia, sino la sabiduría? Y, ¿qué otra cosa es la sabiduría, sino la verdad? Más aún, ¿qué otra cosa puede ser la verdad, sino amor? Pues por amor libera y lo hace como heraldo de este, ya que nadie puede experimentar el amor perfecto si no es libre. Y nadie puede ser libre si no vive en la verdad. Y nadie puede decir que vive en la verdad mientras exista ignorancia en su mente. Esta es la razón por la que deseo ir desde mi ignorancia hacia la perfecta sabiduría. Pues para eso estoy aquí, para abandonar la ignorancia y dejarme llevar por el espíritu de sabiduría y verdad, lo cual es otra forma más de decir: dejarme llevar por Dios, o dejarme llevar por el amor, o dicho más llanamente, dejarme amar.

Dios mío, para eso es para lo cual necesito entender. Entender en ti, que eres entendimiento perfecto y que vives en mí. Y porque vives en mí, es imposible que no pueda acceder a ti, pues, ¿qué puede ser más fácil que acceder a lo que está tan cerca de mí que no existe distancia alguna entre lo que ello es y lo que yo soy? Tú, Dios mío y ser mío, estás tan cerca de mí que tú y yo somos eternamente uno. Yo no lo sabía pero ahora lo sé y entonces soy muy feliz.

Dije: quiero ir desde mi ignorancia hacia la sabiduría perfecta que vive en mí. Pero dije mal, pues no puedo ir allí a donde ya estoy. No necesito ir a ninguna parte, pues tú, espíritu de sabiduría y perfección, ya has venido a mí, desde toda la eternidad y nunca estuviste fuera de mí. Pues entonces, no es que tenga que ir a ningún lado ni recorrer ningún camino, simplemente tengo que decirte sí y darte la bienvenida a ti que eres el eterno y único huésped de mi alma. Esto lo sé porque finalmente te he encontrado. Estabas tan cerca, tan cerca de mí que no te veía.

Estabas tan dentro de mí y tan cerca de mi ser que no te vi. Pero ahora que se dónde estás, no dejaré de mirarte, pues mirarte a ti es mi gozo, mi contento y me deleite. No dejaré de mirarte pues ¿para qué otra cosa puede haber sido creada la visión verdadera sino para contemplar a la verdad, es decir a Cristo, mi ser, mi vida y mi todo?

No quiero dejar de mirarte por el simple hecho de que fuera de ti, belleza infinita, sabiduría perfecta, no hay nada. Y en ti existe todo, todo lo que es. No puedo, y nunca pude, ver otra cosa que a ti, pues he comprendido que lo único que puedo hacer, es o bien mirarte a ti con los ojos de mi espíritu o cerrar los ojos y dejar de ver, en cuyo caso no estaré viendo nada, pues la ceguera no es visión. Y yo no dejaré de mirarte, no porque no pueda, sino porque no quiero. Pues tú me creaste libre y yo hago uso de mi libertad y no quiero dejar de mirarte, pues no me gusta la oscuridad y los ojos cerrados solo muestran oscuridad y como a mí me gusta vivir en la belleza de la luz, entonces yo deseo despertar a la verdad de mi ser, que eres tú, Dios mío y creador mío.

Espíritu Santo, esta es mi fe y mi convicción: tú, Dios mío, eres uno conmigo y yo soy uno en ti. Eternamente fundidos en el amor. No existe distancia entre tú y yo, porque tú te hiciste uno en mí. Tú me buscaste, tú me encontraste, tú me creaste eternamente uno contigo y en ti. Yo soy tu hijo bien amado. Yo soy, y eternamente seré, el Cristo en mí. Ya que tú, Padre mío y mi creador, me has hecho comprender que tienes un solo hijo, pues ¿qué sentido tiene que poseas muchos hijos, si en ti no existe la idea de cantidad? ¿Qué sentido puede tener esa idea de la cantidad en ti que eres todo y uno? ¿Cuándo fue que el uno se hizo muchos? Nunca. Pues lo que es eternamente uno no puede ser muchos jamás.

Acerca de Dios como el primero

Esta es la verdad en la que creo: un solo hijo. Un solo espíritu. Un solo Dios. Un solo hijo santo, la creación perfecta del creador de la perfección. Un solo Espíritu Santo, el amor perfecto que mantiene unida y vivifica eternamente a la creación perfecta del Padre de la perfección. Un solo Dios verdadero, fuente de vida, belleza y amor perfecto. Tres realidades, una misma esencia. Tres personas y un mismo ser. De las tres realidades de tu divinidad, yo soy hijo. Y dado que no puedes dejar de ser Dios, pues no puedes dejar de ser el que eres, has hecho que yo sea uno con tu espíritu, pues espíritu soy, y al ser de la misma esencia que tú mismo, entonces soy uno y lo mismo en ti. Hijo creado por la santidad misma, que comparte con su Dios y creador un mismo Espíritu Santo, que es espíritu divino y, por ende, en tu divinidad radica mi realidad y la verdad acerca de mí y de todo ser viviente.

Somos uno en Dios y Dios es uno en nosotros. Y yo soy tu única creación espiritual, es decir, el Cristo en mí. Y no hay distancia entre tu hijo y tú, pues no hay un lugar donde termines tú y comience el hijo. Tú y yo somos todo, porque he comprendido que tú no creas propiamente dicho, sino que te extiendes. Y eso es la creación, la extensión de tu ser. Yo soy una extensión de tu ser, tal como todo ser viviente lo es: extensión de tu amor. Pues la creación es eterna extensión de Dios. Eso es lo que somos, la extensión perfecta del amor perfecto, creados para que se extienda el amor.

En esta verdad radica la razón de mi existencia: fui creado para que se extienda eternamente el amor perfecto, cuya fuente es Dios, de quien yo soy su misma extensión. Y dado que extender es compartir, es extendiendo amor como yo me hago consciente de mi función en la creación, función esta que es una y única para todo y todos. La misma función que tú tienes, Padre, extender eternamente el amor, es decir, extenderte tú eternamente, es la que tenemos todos por igual. Extenderte a ti, extendiéndonos a nosotros mismos. Es decir, dejando que el amor perfecto siga extendiéndose, ya no solamente desde ti sino desde ti a través de mí y de todo ser viviente, porque ya lo he comprendido: todo amor crea un nuevo amor, pues esa es la función del amor y, por eso, su naturaleza es crear siempre un nuevo amor. Es decir, extenderse siempre.

El amor une en sí mismo todas las cosas y se extiende eternamente más allá de sí mismo, sin dejar de ser el que es. Y en su eterna extensión, el amor va creando un nuevo amor. Por eso es que debemos considerar a toda la creación como perfecta pues así es en espíritu y verdad, aunque no en la superficialidad de lo que nuestros sentidos corporales perciben y la razón humana entiende. Pues nadie en este mundo conoce a la verdadera creación de Dios.

¡Como quisiera que pueda comprenderse bien esto que es la esencia de nuestra verdad! Tal como me ha sido dado a entender: el amor siempre crea un nuevo amor y solo el amor crea. Porque solo el amor perfecto lleva en su naturaleza el extenderse. Lo que no es amor, ni existe, ni es verdad, ni se extiende jamás pues no se puede compartir y por ende no puede formar parte de la verdadera creación perfecta, que es Cristo.

Así se expresó un diálogo interior donde algo en mí preguntaba y la verdad respondía en silencio pues lo hace en un lenguaje que no tiene palabras porque es el lenguaje del amor. Quien ha experimentado esto no necesita explicación alguna acerca de lo que significa el lenguaje del amor. Quien no lo ha experimentado aún, no podrá comprenderlo con la razón humana por lo cual no tiene sentido intentar explicarlo, pero sí tiene sentido expresarlo para que uno mismo reafirme en su consciencia la presencia del amor y la verdad y para que otros se animen a considerar al menos, que existe en nosotros un “no sé qué”, que es pura sabiduría y en todos vive.

III. Consciencia moral

Sebastián: Espíritu Santo, ¿existe realmente el pecado?

¿O es que el hombre en su proceso cultural a lo largo de generaciones ha ido estableciendo normas de conducta, valores, estructuras morales, las cuales constituyen un arbitrario sistema de creencias que define lo que es bueno y lo que es malo? ¿Qué define lo que debe ser hecho para andar por el buen camino y lo que no debe hacerse? ¿Todas las “faltas a la moral” o a la escala de valores, es algo real, es decir, con-natural a la naturaleza humana, y, en consecuencia, esencial? ¿O es simplemente un constructo mental cambiante influido por la costumbre, la época o la cultura y, por esto, falso en la perspectiva de la verdad existencial?

Espíritu Santo, sabiduría en nuestro ser. Tú lo sabes bien, durante muchos años de mi vida, más precisamente desde los 15 años, me he estado haciendo esta pregunta y no he logrado respuesta que me diera certeza y por esto he decidido buscarla por el camino de la experiencia personal. Haciendo lo que la buena moral establece como “correcto” y de ese modo, probar lo que ese camino me enseña y también recorriendo el camino de incumplir con algunas normas morales que son consideradas inadecuadas al bien, pero acerca de las cuales yo tenía serias dudas y sinceras consideraciones y necesitaba entender por qué el hombre dice que hay cosas que son contrarias a la moral y por ello a la naturaleza humana, si yo sentía que no lo eran.

Esta fue la pregunta que hice a mi confesor espiritual a los 15 años y duró en mí a lo largo de todo este tiempo hasta el día de hoy, 30 años después, en que recibí la respuesta.

¿Existe realmente el pecado? Y si existe, ¿qué es? ¿O es que hay ciertos actos que hacemos, a los que se los envuelve en un manto de culpabilidad arbitraria, definido por otros, con propósitos diversos, tales como evitar que se cometa ese acto, o por miedo a que se cometa a causa de no entenderlo, o por costumbre, o por miles de otras razones todas las cuales podrían ser no esenciales?

Espíritu Santo, sabiduría perfecta, sabes bien que esta pregunta es importante para mí puesto que, si algo no procede de Dios, según sea mi entendimiento, yo no querré hacerlo, aunque el mundo entero me diga que lo haga. Y si una norma moral procede del hombre y no de Dios, jamás la podré cumplir plenamente pues yo he vivido mi vida pensando en hacer solamente la voluntad de Dios, y lo que no procede de Dios no me interesa en absoluto, pues sé muy bien que no puede proceder de nada.

¿Acaso puede existir algo fuera de Dios? Entonces para mí es importante saber si realmente el pecado existe o no. Y si existe, ¿qué es? Para poder recorrer con certeza el camino del amor y la verdad, el cual nunca podrá estar unido al pecado. Y bien puedo caer en la confusión, de tal modo que por eso te pido luz en mi entendimiento. Pido tu luz porque necesito una luz que sea verdad. Es decir, que no responda a esta pregunta desde las estructuras de la razón humana, desprovista de la autenticidad y sinceridad de corazón. Pues si hay contradicción entre la razón y el corazón humano, entonces estaré en conflicto y eso no puede llevarme a la paz y plenitud.

¿De qué sirve decir con la boca que algo no debe hacerse, si con el corazón deseamos ardientemente hacerlo? No quiero y nunca quise vivir en la hipocresía del corazón. Por eso es importante para mí recibir respuesta a esta pregunta que me aqueja desde hace tanto tiempo. No quiero seguir pensando que debo arrepentirme por algo que hice, si lo que hice quise hacerlo. No quiero vivir en la disociación o desintegración que se experimenta cuando uno dice una cosa y hace otra. Sin importar si lo hace o no, porque he experimentado que basta con querer de todo corazón hacer algo y consentir ese querer en el interior, para que el resultado de ese deseo consentido se experimente tal como si se hubiera concretado en los actos. No hay diferencia entre un pensamiento consentido y el acto realizado. El deseo consentido de matar, mata. El deseo consentido de mentir, miente y así sucesivamente. Por eso Jesús dijo: “el que mira a la mujer del prójimo deseándola, ya ha cometido adulterio”.

Esto es simplemente la descripción de lo que todos sabemos en nuestro interior. Basta desear ciertas cosas y albergar ese deseo consintiéndolo en el corazón, para empezar a experimentar turbación y desorden interior. Ni siquiera se necesita llevarlo a la práctica, y si se lo lleva se sentirá simplemente más turbación y desorden pues los actos tienen la capacidad de fijar con más fuerza ese pensamiento en la consciencia. Pero aún en el caso de no llevarlo a la práctica, la pérdida de la paz interior ya se hace acto en la mente. Me refiero a ciertos pensamientos deliberadamente consentidos y no a los que no lo son.

Espíritu Santo, para mí es importante la sinceridad, porque Cristo es la verdad, y entonces si no soy sincero conmigo mismo, con los demás y con Dios, cómo puedo vivir en Cristo. Y si no vivo en Cristo cómo podría vivir en mí si yo soy el Cristo en mí. Y si no vivo en mí verdadero ser, dónde vivo. ¿Dónde…? Sin tener a Cristo en mi consciencia, que es lo que significa no vivir en Cristo, seguiré viviendo donde tú me has puesto eternamente, es decir en el cielo, pero estaré como dormido soñando el sueño del olvido y, por ende, creeré vivir en el infierno aunque esté en el cielo, pues si Cristo no brilla en mi consciencia, no podré ser consciente de mi ser. Por eso, creeré vivir en un estado de enajenación que me hará no solo sufrir, sino privarme de los tesoros del reino que es Dios mismo y a causa de ello no podré experimentarme a mí mismo al no poder ser consciente del amor perfecto que vive en mí y que, en consecuencia, soy. Y de este modo siempre viviré en una confusión acerca de mi verdadera identidad y con tal confusión, ¿quién puede ser feliz? ¿Acaso no es tu voluntad que seamos eternamente felices en tu amor?

Espíritu Santo, necesito saber qué soy para poder hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Y como no deseo hacer nada que considere contrario a su voluntad, es que deseo de todo corazón conocer la verdad acerca del pecado, al menos en lo que en mi entendimiento es capaz de entenderse y necesario ser entendido para vivir en paz.

Una reflexión de Sebastián

Ciertamente experimentamos culpabilidad al realizar ciertos actos que nuestra consciencia moral determina como indebidos. Y entonces yo pensé hace mucho tiempo atrás como medio para resolver este dilema existencial: ¿cuál es el camino? ¿No hacer nada que atente contra mi consciencia moral? ¿O retirar la culpabilidad de ciertos actos que uno desea hacer pero que sin embargo la estructura moral circundante, e internalizada en uno mismo, parece decir que no deben ser realizados? Donde abunda la ley abunda el pecado, dice San Pablo. ¿Es esto verdad literalmente? Los diez mandamientos son la ley natural del hombre. ¿Es esto verdad literalmente? Y más aún, ¿existe realmente una ley moral natural? ¿Si existe, cuál es?

Estas preguntas que son todas las mismas y se resumen en una simple pregunta: ¿existe realmente el pecado? Se manifestaban en mí a lo largo de todos estos años con consideraciones profundas que decían algo así: ¿por qué dicen que no debemos buscar los placeres, si nos atraen y deseamos buscarlos? ¿Por qué dicen que no debemos buscar el dinero y el éxito económico si nos atrae y deseamos hacerlo? ¿Por qué dicen que no debemos ser soberbios? ¿Por qué dicen que no debemos robar? ¿Por qué dicen que no debemos matar? ¿Por qué dicen que no debemos mentir? ¿Por qué dicen que no debemos ser perezosos y fomentar la vagancia, ya que pareciera que la pereza es la madre de todos los vicios? ¿Es acaso esto verdad? Y la lista continuaba sin tener fin.

Siempre tuve claridad en un criterio de discernimiento con respecto al pecado: no hacerle nada a los demás que a uno no le gustaría que le hagan. O hacer a los demás lo que a uno sí le gustaría que le hagan. Pero aún esto engendraba ciertos niveles de dudas en mí. Pues, ¿qué pasa con aquellos casos en que a uno le gustaría que le hagan algo que no necesariamente te hace feliz o al menos siente que no le molestaría tanto que le hagan algo que ciertamente produce infelicidad, quizá porque uno se mal acostumbró a comer bellotas de los cerdos y de tanto comerlas las apetece o que, a causa de ver tanta fealdad durante tanto tiempo, entonces uno termina naturalizando lo que es antinatural?

IV. Pecado y error

Jesús: El pecado no existe ni tiene consecuencias en el plano de la realidad del verdadero ser.

Esto debe ser entendido claramente. El pecado no existe en la creación de Dios, pues nada que proceda de Dios puede ser pecaminoso. Todo lo que procede de Dios es santo porque él es santo. No hay pecado en la creación verdadera de Dios. Pero nadie en este mundo conoce la verdadera creación de Dios, pues su creación es espiritual y es eterna, y nada en este mundo lo es.

El pecado es un error. Error que puede y debe ser corregido para que seas verdaderamente feliz al alcanzar la plenitud de lo que eres. El pecado es un error acerca de lo que crees ser.

El pecado es una falta de amor. Falta de amor que puede y debe ser suplida para que alcances tu compleción.

Acerca del pecado como insuficiencia

El pecado es una insuficiencia que procede precisamente de una falta de amor. Y esa insuficiencia es una insatisfacción profunda que se experimenta en tu interior. Esa insuficiencia puede y debe ser satisfecha, para que puedas saberte pleno. Plenitud quiere decir compleción. Lo que es pleno está completo, satisfecho. Y si existe algún espacio en ti que está insatisfecho, es porque estás incompleto, tal como te percibes a ti mismo. Ese estado de insatisfacción o insuficiencia es lo que puede llamarse como pecado. Y es esa insuficiencia la que puede y debe ser corregida. No porque sea pecado sino porque te impide ser verdaderamente feliz y, por ende, impide que se cumpla la voluntad de Dios en ti, cuya voluntad es que seas eternamente feliz.

El pecado es todo aquello que te hace infeliz a ti o a otro, lo cual es lo mismo. Todo aquello que te roba la paz, la felicidad, la alegría y el sosiego, es pecado porque es un error ya que tú fuiste creado para gozar eternamente de una dicha que no tiene principio ni fin. Fuiste creado para ser feliz en el amor de Dios.

Acerca del pecado como ignorancia

El pecado es ignorancia de tu verdadero bien. Ignorancia de tu verdadero ser. Ignorancia de qué es lo que te hace realmente feliz. Ignorancia de lo que realmente quieres y necesitas para ser plenamente dichoso. En ese estado de ignorancia no puedes reconocer la diferencia entre dicha y dolor y es por eso que es un error. Y es por ello que puede y debe ser corregido para que puedas saber plenamente, es decir conocer, qué es aquello que constituye la fuente de tu verdadera felicidad, aquello que te proporciona una dicha que no tiene fin, una paz que no tiene contrario, una felicidad que no puede menguar, un júbilo que no puede cambiar porque es Inmutable.

Acerca del pecado como confusión

El pecado es una confusión que puede y debe ser corregida para que puedas ser eternamente feliz. Es una confusión acerca de qué eres. Es una confusión de niveles. Es confundir al cuerpo con el espíritu. Es creer que tú eres un cuerpo y, por ello, que eres limitado, insignificante, mortal. Es creer que tú puedes sufrir alguna privación, algún dolor o sufrimiento, alguna pérdida, o que puedes dejar de existir. Es una confusión acerca de lo que tú eres. Es la confusión de creer que eres lo que no eres. Es la confusión de atribuirle valor a lo que no tiene ningún valor. Es la confusión de darle valor a las cosas del mundo, todas las cuales son pasajeras, y no reconocer que solo lo eterno tiene valor, precisamente porque es eterno.

Acerca del pecado como negación de la verdad

El pecado es una negación de la verdad acerca de ti mismo. Debido a esto, el pecado es simplemente una privación de tu verdadera libertad. Por eso es que debes vivir en la verdad, para que ella te haga libre. Esta es la eterna verdad acerca de ti: tú eres tal como Dios te creó. Si crees ser otra cosa, entonces simplemente cometes un error, es decir simplemente cometes un pecado. Pero ese error puede y debe ser corregido para que seas eternamente lo que Dios ha hecho de ti. No en el cielo ni en la verdad, pues allí sigues siendo inmutablemente tal como Dios te creó, sino en tu corazón. Pues esta verdad eterna acerca de lo que eres es eternamente verdad, pero acaso ¿es esto verdad para ti?

Acerca del pecado como arrogancia

El pecado es un pensamiento arrogante que puede y debe ser abandonado para que pueda brillar la luz de la verdad en tu mente y de ese modo retornes al cielo, de donde nunca te has ausentado. Una arrogancia que pretende decirle a Dios que su amado hijo es imperfecto. Que su hijo es lo que él no creó. Que su hijo es un pecador porque puede pecar. Y al decirle eso, el hijo ofende a su Padre, quien no conoce de ofensa alguna. Es una ofensa a Dios porque es un pensamiento que dice así: “tú, creador de lo perfecto, bello y santo, has creado algo que es imperfecto, feo y pecaminoso, en consecuencia, no puedes ser amor perfecto”. Es por eso que el pecado es simplemente un error. Un pensamiento equivocado. Una creencia inútil que pretende hacer de Dios lo que nunca fue, es, ni será. Es un pensamiento tan descabellado que bien podemos decir que el pecado es simplemente demencia pues solo un loco puede creer que Dios creó un ser capaz de pecar.

Dios es impecable, como impecable es su creación y tú que eres su hijo bien amado tienes que ser o bien impecable y, por ende, santo, o bien tienes que haberte creado a ti mismo sin Dios. En esto consiste la arrogancia del pecado y también su insustancialidad: el pecado es simplemente la falsa creencia de que tú puedes crearte a ti mismo, que lo deseas y que lo has hecho. Pero esto nunca será verdad y es por ello que el pecado es simplemente la mentira. Es en sí el padre de la mentira misma.

Toda falta a la verdad procede de esa falsa creencia que llamamos error o pecado. Es una gigantesca pero insignificante mentira acerca de ti, de toda la creación y de Dios mismo. Pero esa mentira, que se vive en el mundo como una ensoñación o engaño enfermizo, puede y debe ser corregida para que puedas vivir tal como Dios te creó.

Acerca del pecado como locura

El pecado es una afección demencial en la mente. Es la locura en sí. Es por ello que no puede entenderse. Porque en la demencia, nada puede ser razonable. Pues la demencia es una pérdida de la razón. Lo que es irracional es destructivo precisamente porque es demente. Al caer en la locura, la mente deja de ser creativa para pasar a ser destructiva ya que, en su demencia, la mente enferma a causa de la culpabilidad, pierde de vista al amor y se desconoce a sí misma. Esta demencia puede y debe ser sanada para que la mente retorne al espíritu del cual forma parte y de ese modo pueda ser lo que es, retornando a su origen.

Al retornar a su origen, que es el espíritu creado por Dios en eterna perfección, la mente regresa al cielo y con ello retornas tú, pues tú creerás estar donde está tu mente ya que tú eres espíritu. Desconoces esto porque has perdido la razón. Pero perdido no significa que haya desaparecido. Significa simplemente que no sabes dónde está. Para eso es que el Espíritu Santo te fue dado. Para que puedas retornar amorosamente. No a la razón, sino al reino de los cielos.

Acerca del pecado como miedo

El pecado es miedo al amor. Miedo a Dios. Miedo a sus represalias, por causa de creer que te has separado de él al ser diferente a cómo él te creó. Pues todo el mundo sabe que la criatura y el creador tienen que ser semejantes. Si tú te consideras a ti mismo de modo equivocado, como un ser capaz de pecar, entonces no puedes evitar pensar que Dios es capaz de atacar, porque el pecado es la idea del ataque. Es una idea asesina y despiadada cuya perversidad supera cualquier imaginación humana pues tiene el poder de arrancar brutalmente a tu verdadero ser de tu consciencia, y con ello pierdes la consciencia de Cristo y te exilias del cielo.

Es una idea tan ajena a Dios, que cuando le des la bienvenida a la verdad en tu corazón, cuando abraces la santa autenticidad, cuando abandones para siempre la idea del asesinato, es decir, del ataque, te reirás de esta alocada idea y la dejarás ir para siempre, al reconocer que Dios es tu fuente, tu vida, tu ser y tu todo. Pues ese reconocimiento es reconocer que Dios es el amor en el que amas, que Dios es la luz en la que brillas, que Dios es la santidad en la que perdonas. Al reconocer esto reconoces la verdad y dejas de tenerle miedo al amor ya que reconoces a Dios y le dices que sí a la vida. Tú tienes una sola vida y esa es la que vives en Dios. En la vida que vives en Dios, que es la única y verdadera que tienes, existes y eres, tú eres uno con Dios, contigo mismo y con toda la creación.

En el reconocimiento de la unicidad de tu ser con todo, reconoces que el amor es todo y, por ello, que tú eres una extensión del amor perfecto. Una vez que estés dispuesto a reconocer esto, es decir, tu eterna santidad, le das la bienvenida al amor perfecto que vive en ti desde toda la eternidad. Aquí desaparece el miedo y donde desaparece el miedo, desaparece la culpabilidad. Al desaparecer la culpabilidad desaparece el error acerca de lo que eres, de lo que es la creación de Dios y de lo que es Dios mismo. Aquí se alcanza entonces el feliz reconocimiento de que el pecado no existe ni tiene consecuencias, pues el pecado no puede llegar allí donde Cristo vive y Cristo vive en ti ya que es tu verdadero ser y el cielo, la verdad, el camino y la vida misma. Por ende, tú no puedes ser otra cosa que el Cristo en ti ya que fuiste creado por la fuente de la vida y la verdad.

Acerca de la revelación de quién soy

Dile sí a Cristo y abandonarás para siempre el pecado. No porque lo abandones literalmente hablando sino porque te darás cuenta de que el pasado pasó y con él se han ido todos tus pecados para nunca más volver.

Olvídate de lo vivido y lánzate a los brazos de Cristo, que son los brazos del amor, y deja ya de pensar en aquello que te hace sufrir, pues no procede de Dios. Recuerda que la culpa no solo no procede de Dios sino que es un ataque contra él, ya que es un ataque contra la perfecta inocencia del amor. No digas que no puedes decirle sí a Cristo, pues decirle que sí a él es decirte que sí a ti mismo. Deja que el Espíritu Santo te muestre el camino y lo recorra contigo. Él te devolverá amorosamente tu verdadera identidad alcanzando tu verdadero ser y allí podrás reconocer que ese es el ser que nunca pecó y nunca cometió error alguno, pues solo Cristo es inocente.