Mi voluntad - María Angélica Fellenberg - E-Book

Mi voluntad E-Book

María Angélica Fellenberg

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Beschreibung

"Hoy, a esta hora aproximadamente, se cumple un año exacto del accidente que me llevó hasta el borde del túnel y la luz. Tropecé con una piedra y caí pesadamente golpeando con la cara el duro suelo de mi casa, rompiendo mi nariz, la que quedó enterrada en el suelo. Cinco días después estaba siendo internado en la clínica, con fiebre que hacía sospechar de covid-19 y que, finalmente, resultó ser una bacteria alojada en la zona cervical de mi columna. Empezó un largo viaje de dos meses y medio al subconsciente más profundo de mi vida. Viví aventuras azarosas, descendí a las profundidades de la tierra, me oculté en volcanes activos, perdí mis piernas en los bosques de Chiloé, navegué en una nave fantástica, tripulada por mapuches, hasta Rapa Nui, hui por la selva peruana arrancando de los cazadores de cabezas e incluso rechacé contraer matrimonio con una hermosa japonesa ataviada con su quimono. Viví mil peripecias que, lamentablemente, no logré fija en mi memoria. Sobreviví, el 7 de julio del 2020 regresé a la vida, volví a mi casa, a mi mujer, a mi familia, absolutamente paralizado, a recuperar mi vida. Han pasado diez meses desde entonces, diez meses increíbles que Dios me ha regalado. Diez meses en que he conocido a verdaderos ángeles que con el poder de sus alas me han dado la bendición de volver a caminar. Ustedes, todos y cada uno, han aportado lo suyo: TENS, doctores, fisiatra kinesiólogos, fonoaudiólogas y personal de apoyo permanente de la clínica y de la hospitalización domiciliaria, para hacer este milagro. Yo, en ustedes, tuve legiones de ángeles azules, que son los Ángeles Sanadores. Ustedes, enfundados en sus delantales, fueron los que me levantaron y me hicieron caminar". Mensaje enviado por Germán, protagonista de esta novela, al personal de salud al cumplirse un año de su accidente."

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EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Vicerrectoría de Comunicaciones

Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

[email protected]

https://ediciones.uc.cl

MI VOLUNTAD

El deseo de volver a caminar

María Angélica Fellenberg Plaza

© Inscripción Nº 2021-A-3702

Derechos reservados

Octubre 2021

ISBN Nº 978-956-14-2886-7

ISBN digital Nº 978-956-14-2887-4

Ilustración portada: Pablo Fellenberg Ferraris

Diseño: Francisca Galilea R.

Diagramación digital: ebooks [email protected]

CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Fellenberg Plaza, María Angélica, autor.

Mi voluntad: el deseo de volver a caminar / María Angélica Fellenberg.

1. Personas con discapacidad – Rehabilitación – Chile.

2. Ancianos – Salud e higiene – Chile.

I. t.

2021 362.40983+DDC23 RDA

Obra realizada con el aporte de la Dirección de Artes y Cultura, Vicerrectoría de Investigación de la Pontificia Universidad Católica de Chile

AGRADECIMIENTOS

Quiero agradecer muy sinceramente a todo el personal médico, paramédico y de neurorrehabilitación de la clínica y de la empresa de hospitalización domiciliaria que atendió a Germán. Sin la ayuda de cada uno de ustedes, él no estaría vivo ni caminando. Este aporte muchas veces fue más allá de lo estrictamente profesional, cruzando la línea de lo “que correspondía”. Por humanidad se dieron el todo por el todo al ver que Germán tenía la garra y la fuerza de seguir adelante.

También quiero agradecer a la familia y amigos de Germán, la Ame y sus hijos, por la constante preocupación y muestras de apoyo durante su enfermedad.

Dedicado a todos los Germanes

(hombres y mujeres)

que están por ahí

y que solo necesitan apoyo

para seguir sus sueños,

a pesar de su avanzada edad.

ÍNDICE

Guatemala

Germán y la Ame

El estallido social y el covid-19

El accidente

Urgencia

La llamada

La UTI

La UCI

Por fin en pieza

De vuelta a casa

Lo que viene ahora

“Ame su mano derecha”

Los primeros avances

El gran desafío: caminar

Epílogo

~ GUATEMALA ~

Germán corría tanto como sus piernas se lo permitían. Tenía miedo de tropezarse y que cayeran sobre él los perros que sentía a lo lejos. Había tenido suerte de escapar, pero no podía pensar en eso ahora. Solo tenía que lograr llegar a un escondite, pero ¿dónde? Él no conocía estas tierras. Mientras descansaba y tomaba un leve respiro, levantó la vista y, a lo lejos, vio dos volcanes. Uno de ellos claramente estaba activo, pues se veía una gran fumarola entre gris claro y gris oscuro que se levantaba con fuerza hacia el cielo. El viento en las alturas iba desplazando el humo dibujando una gran pluma que teñía el azul del cielo con formas distintas. Al mirar hacia la izquierda, se podía observar otro volcán que no despedía humo, por lo que probablemente no estaba activo. Su forma era casi perfecta, y en sus laderas se apreciaban tupidos y verdes bosques que contrastaban con las nubes que se formaban en su parte superior. “Si pudiera llegar a la base de uno de esos volcanes, tal vez podría encontrar una cueva o algún lugar para esconderme”, pensaba esperanzado. Todo estaba en su contra, no conocía el terreno, no entendía por qué estaba ahí y menos por qué lo tenían secuestrado. Reemprendió su rumbo y siguió corriendo, no supo por cuánto tiempo, pero debe haber sido por horas. De a poco los gritos de quienes lo perseguían y los ladridos de los perros empezaron a quedar atrás y pudo tomar un poco de aire. Sí, eso es lo que necesitaba: respirar y aclarar su cabeza. Los últimos acontecimientos habían sido muy confusos y ya no podía correr más. Se detuvo por completo, se quedó en silencio tanto como pudo y trató de oír a sus perseguidores. Dio un suspiro de alivio y satisfacción cuando se percató que ya no los oía. Parece que los había perdido. ¡Qué buena noticia!, se sentó en la tierra a la sombra de un árbol y examinó su situación, la que todavía no comprendía muy bien. ¿Cómo era posible que a sus setenta y nueve años tuviera que correr para escapar? ¿Dónde estaba? No reconocía para nada el lugar. ¿Cómo había llegado ahí? Las preguntas se arremolinaban en su cabeza. Tenía que pensar y entender qué había pasado. Siguió atento a escuchar algún ruido, pero nada. Todo parecía indicar que sus captores habían desistido de perseguirlo.

Según recordaba, todo había partido hace dos días. Dormía como de costumbre y se despertó en otro lugar. Estaba en una cama, amarrado, en un galpón húmedo y caluroso. Había poca iluminación, solo algunos rayos de sol que se colaban por unas rendijas. No tenía hambre, lo que era extraño en él. Estaba sorprendido, ¿por qué estaba amarrado en esa cama? Estaba tratando de entender, cuando apareció un hombre, de unos cuarenta años y le dijo algunas cosas que no entendió. Sin comprender aún lo que le decía, lo observó con atención, era delgado, de piel blanca, pelo oscuro y tenía rasgos asiáticos. Parecía ser una persona amable, pero ¿por qué lo tenía amarrado? Estaba pensando eso cuando escuchó y entendió la última frase que dijo y se quedó atónito.

—Te vas a casar con Li Chiang.

—¿Qué?, pensó Germán ¿Cómo que me voy a casar con Li Chiang? ¿Quién es ella, preguntó casi sin aire y el hombre miró hacia la izquierda y en la puerta apareció una bella mujer, de rasgos asiáticos, ataviada con un precioso kimono y seguida por un séquito de mujeres hermosas, vestidas de igual manera.

Eso pareció contestar su pregunta. Li pareció saber qué pasaba y le sonrió cálidamente, al momento que se acercaba y lo saludaba amablemente. Entonces Germán la saludó también. Él siempre había sido muy atento con las mujeres, porque realmente a todas les encontraba su belleza, aunque objetivamente no la tuvieran. Le dijo muy galantemente: “Mucho gusto en conocerla, usted ilumina esta habitación con su presencia”, a lo que Li respondió con una sonrisa y se acercó hasta el borde de su cama y le tomó la mano. Fue entonces cuando recordó lo que había dicho el hombre. ¿Se tenía que casar con Li? Eso era imposible, porque era un hombre casado, felizmente casado hace más de cincuenta años. Probablemente esto no era más que un malentendido y cuando lo explicara, todo se iba a aclarar y solucionar.

Fue entonces cuando le dijo al hombre que no se podía casar, que él era un hombre casado, lo que hizo cambiar el semblante amable del hombre y le preguntó que si estaba rechazando a Li. Germán volvió a explicarle que no la estaba rechazando, por el contrario, la encontraba una mujer bellísima, pero que ya estaba casado y que adoraba a su mujer. Si él fuera un hombre soltero, habría accedido feliz, pero no era el caso. Sin embargo, se preguntaba por qué una mujer tan joven podría estar dispuesta a casarse con un hombre tan mayor, al que ni siquiera conocía. Y se lo preguntó. Ella no alcanzó a contestar, ya que el hombre se apuró en responder que ese era un asunto secreto y que no era relevante que él fuera un hombre casado. Qué era importante para la seguridad del país que se casaran y así sería. El hombre giró sobre sus pies y se retiró de la habitación. Quedaron solos Germán y Li.

Se produjo un silencio incómodo. Estaba junto a su “novia” y no sabía qué decir, ni qué hacer. Ella solo lo miraba amablemente y sonreía. Él la observaba y veía sus facciones, su piel tersa y su pelo negro, bella y desordenadamente tomado en un moño, hacían relucir un cuello delicado y armónico. Se atrevió finalmente a decir:

—Li, eres una mujer estupenda, pero ¿por qué te quieren casar conmigo? ¿Por qué es un asunto de seguridad nacional? Incluso se aventuró a preguntar ¿dónde estoy? y ¿cómo llegué aquí?

Esperaba respuestas, pero Li solo sonrió y no dijo ninguna palabra. Germán pensó que tal vez ella no entendía español y le preguntó en francés y en alemán, con la esperanza de que lo entendiera. Pero tampoco tuvo respuesta. Ahí fue cuando se arrepintió de no haber aprendido inglés, probablemente ese idioma le habría servido en esta oportunidad. ¿Por qué no quiso aprenderlo cuando era joven? ¿Por qué había dedicado esfuerzos en aprender esperanto, pero no inglés? En fin, no era el momento de recriminarse, probablemente luego vendría alguien que le pudiera explicar mejor. Estaba sumido en estos pensamientos cuando Li habló. Le preguntó en perfecto español si es que estaba bien. Él, sorprendido, le dijo que estaba perfectamente y que solo tenía un poco de sed. Li, le acercó un vaso con agua que había en el mueble y pudo beber. Entonces si Li hablaba español, ¿por qué no le respondió sus preguntas? Volvió a la carga e insistió. Pero Li solo sonrió.

Estaba solo nuevamente. Li se había ido sin responder. Se sentía un poco débil, no recordaba cuándo había sido la última vez que había comido, lo cual podía ser complicado para un hombre diabético como él. Esto era extraño, muy extraño. ¿Por qué estaba en una cama, amarrado y comprometido en matrimonio con una mujer asiática a la que le doblaba la edad? Estaba cansado y fue cayendo lentamente en un sueño abrazador.

Se despertó sobresaltado. Un ruido afuera lo había puesto sobre aviso. Por la puerta se colaba luz, pero claramente era de noche. Su habitación estaba sumida en la más completa oscuridad. Estaba tratando de poner sus ideas en orden, tratando de recordar las conversaciones del día anterior, cuando entró un hombre y lo saludó amablemente. Le preguntó cómo estaba. Esta vez Germán puso atención y trató de entender desde el principio, pero nuevamente no logró comprender todo lo que le decían o preguntaban. De nuevo apareció Li, quien se veía más linda que durante el día. El hombre y Li intercambiaron algunas palabras y ella se fue. Entonces a Germán le pareció que este era el momento propicio para preguntar. Se aclaró la garganta y dijo en un perfecto y modulado español que él no podía casarse con Li, porque llevaba más de 50 años casado con una mujer que no solo amaba, sino que adoraba con todo su ser. Y por muy linda que fuera Li, no la amaba, ni siquiera la conocía. El hombre no le prestó atención y solo le dijo que era su deber y que era un asunto de seguridad nacional. Nuevamente le decían lo mismo. No lo lograba entender. En fin, si estas personas lo tenían secuestrado, lo único que le quedaba era intentar una huida. Y es así como lo empezó a planear.

No durmió durante la noche e intentó aguzar al máximo el oído para escuchar cuántas personas podía haber afuera. Se escuchaban pitidos de máquinas y distintas conversaciones. Entraba gente al sector donde estaba y se hacía el dormido. Si no iban a contestar sus preguntas, no se iba a molestar en hacerlas y tampoco se mostraría amable, pensó. Se mantuvo tranquilo, pensando que el mejor momento para huir sería de madrugada, cuando ya hubiera algo de luz natural para ver mejor. Así pasó parte de la noche, imaginando su huida. Luego se quedó dormido, profundamente dormido.

Se despertó de pronto y rápidamente recordó su plan de escape. Vio que por las rendijas se colaba una tenue luz que le hizo pensar que ya estaba amaneciendo. Se llevó las manos a la cintura, luego al pecho y notó que no estaba amarrado. Se levantó cuidadosamente, para no hacer ruido y alertar a las personas que estaban afuera. Se acercó a la pared, para mirar por una de las rendijas y vio un extenso potrero. ¿Dónde estaba? Hurgaba en su memoria por recuerdos que le permitieran reconocer el lugar, pero no lo consiguió. Tocó la pared y para su sorpresa una tabla estaba floja y la pudo mover. Luego hizo lo mismo con la de al lado y con la siguiente. Rápidamente tuvo abierto un espacio suficiente para poder escapar. Debía aprovechar esta oportunidad, no tenía tiempo que perder. No lo pensó dos veces y escapó. Fue fácil. Trató de avanzar lo más rápido que pudo. Debía dejar atrás todo, antes de que se dieran cuenta de su huida.

Al principio caminó con mucho cuidado, no había suficiente luz aún y eso le impedía ver bien. Cuando ya se había alejado unos cien a ciento cincuenta metros, sintió una sirena. Germán supuso que habían detectado su huida, por lo que ahora tenía que correr. Si, correr, un hombre de setenta y nueve años que a menudo usaba bastón. Pero no tenía alternativa, no podía arriesgarse a que lo pillaran y lo obligaran a casarse con Li. Y corrió como nunca lo había hecho.

Se había quedado dormido, sin lugar a duda. Se había corrido la sombra del árbol y el sol que le daba directo en la cara y el calor lo despertaron. Se tocó las piernas, las sentía poco, pero ahí estaban. De pronto se le vinieron todos los recuerdos como una bomba que explotó en su cabeza: la cama en la que estuvo amarrado, el hombre de cuarenta años, Li Chiang, el supuesto matrimonio. Se tranquilizó cuando constató que nadie lo seguía. Afirmado del árbol se puso de pie y comenzó a caminar lentamente, muy lentamente. Las piernas le pesaban muchísimo. Había sido muy grande el esfuerzo de la huida, y eso lo había dejado profundamente cansado. Veía los volcanes a lo lejos, y su intención era llegar hasta alguno de ellos. Pero ¿cuánto tendría que caminar? ¿Unos 50 kilómetros quizás? Lo que sí tenía claro es que no conocía ese paisaje. Había un volcán adelante y otro a la izquierda. Eso lo hizo pensar en que no estaba en Chile.

Tenía temor de ser encontrado por sus captores, por lo que evitó los caminos y siguió caminando por el campo, en la medida que podía, porque cada vez sentía más y más pesadas sus piernas. Cuando ya había caminado unas tres horas y después de descansar un rato, se atrevió a salir a un camino. Supuso que sus captores, si no lo habían encontrado ya, probablemente habían perdido interés en él. Al poco andar se encontró con un lugareño al que le preguntó donde se encontraba. No fue tanta su sorpresa cuando le confirmó que no estaba en Chile, pero sí se sorprendió al enterarse que estaba en Guatemala, ¡¡¡¡sí en Guatemala!!!! ¿Cómo había llegado ahí?, era algo que trataría de descubrir, pero lo más importante por ahora era tratar de volver a su país. Estaba en estas deliberaciones, cuando oyó una voz familiar, sí tremendamente familiar. Abrió mejor los ojos y por el camino se estaba acercando una mujer que le hablaba directamente a él. Una mujer de aproximadamente 1.60 metros de estatura, probablemente de unos cincuenta años. Pelo oscuro, aunque no lo podía ver bien ya que lo tenía rigurosamente tomado en un moño. Solo veía sus ojos, ya que la nariz y boca las tenía tapadas por una doble mascarilla. Así, a pesar de no verle el rostro, esos ojos y esa voz le eran tremendamente conocidos. Sintió un calor interno al escucharla y su corazón se tranquilizó. Incluso, a pesar de todo lo que estaba viviendo, se podría decir que tuvo un momento de felicidad. Fijó su mirada en ella, tratando de escucharla mejor para tratar de entender que decía. Fue cuando escuchó nuevamente su voz: “¿Cómo estás papá?, ¿cómo te sientes? Soy la Chica, ¿me reconoces?” Por supuesto que la reconocía, cómo no la iba a reconocer, si ella era su hija mayor. Su primera hija, su pequeña, a la que desde la cuna le dedicó la canción Eres tú, de Mocedades. Con la que vibró tantos éxitos y lloró cuando a los veinte años tuvo un grave accidente. Su orgullo, la madre de cuatro de sus nietos. En eso estaba pensando cuando le quedó retumbando la pregunta que ella le hizo ¿me reconoces? ¿Por qué le preguntaba esto? ¿Acaso alguna vez no la había reconocido? No se quedó pensando en estas cosas y se apresuró a asentir con la cabeza y a pedirle agua. Ella no se acercó, le hacía señas desde los pies de la cama y le avisó a otra mujer, vestida de celeste, con mascarilla para que le diera agua. La Chica se mostraba cariñosa, pero no se acercaba. Solo se mantenía a la altura de los pies de la cama y le explicó a Germán que era por el coronavirus. Que no podía acercarse, porque no sabía si podía estar contagiada y contagiarlo.

La Chica le estuvo hablando de varias cosas, contándole cómo estaban sus perros, su parcela, que todo estaba en orden, esperándolo para cuando él pudiera volver. Hasta que preguntó: “¿Dónde estás papá?” Y es ahí cuando a Germán se le armó una confusión en la cabeza. Ahora estaba en una cama, amarrado por un ancho cinturón que le dificultaba moverse. Le molestaba estar así quería sacarse ese cinturón. Pero pensándolo mejor, él hace poco estaba en Guatemala, arrancando de sus captores. ¿Cómo había llegado a esta cama? ¿Lo habían capturado nuevamente y la Chica ¿sería parte de sus captores? No lo entendía, pero prefirió seguirle el juego. Estoy en Guatemala, le dijo, me arranqué de mis captores, quienes me querían casar con una mujer asiática llamada Li Chiang. Y se quedó esperando a ver el semblante de su hija para ver su reacción. Ella lo escuchó atentamente y le preguntó: “¿Y por qué no te quisiste casar?” ¡Qué pregunta más absurda! ¿Cómo me pregunta tamaña tontera?, pensó él.

—Porque ya estoy casado con tu mamá, se apuró en responder. Llevo más de cincuenta años casado con ella y es la mujer de mi vida.

Dijo esto y dio una mirada a la pared donde había varias fotos en tamaño grande de él con su amada Amelia.

La Chica rió y le dijo, “tienes toda la razón, no te puedes casar con otra mujer”. Entonces volvió a preguntar: “¿Dónde crees que estás papá?” Germán ya estaba demasiado confundido y trató de levantar los hombros con una expresión en su cara que decía: no lo sé, dime tú. Ella lo interpretó inmediatamente y le dijo: “Estás en la clínica, hospitalizado hace cinco semanas. Tuviste una caída, que te generó una herida que permitió el ingreso de una bacteria muy peligrosa, que se alojó en tu columna cervical y provocó una gran infección. Estuviste muy grave, pero ya estás mucho mejor. ¿Te acuerdas?” Germán la miró nuevamente con un semblante que daba a entender que no lo recordaba.

La Chica le preguntó que quién era su señora. Esa pregunta sí que le pareció absurda. La Ame, el amor de su vida, su esposa hace exactos cincuenta y dos años y su amor desde hace cincuenta y seis. Con quien había construido una familia compuesta por su hijo, dos hijas, sus respectivos maridos y esposa y once nietos, a los que sencillamente adoraba. Todos ellos eran la razón de su existencia, pero la Ame era la piedra angular. Si la Ame no estuviera, nada tendría sentido para él, absolutamente nada. La Ame es mi señora, se apuró en decir.

—¿Dónde está, por qué no viene?

—No puede venir papá, le contestó la Chica. Lo que pasa es que en estos momentos estamos con una pandemia por un virus llamado coronavirus. Empezó en China en diciembre y llegó a Chile en marzo. Por eso, yo soy la única que puede venir a verte y mi mamá tiene que estar encerrada en la casa, porque sería peligroso para ella venir a visitarte, pero la podemos llamar. ¿Quieres hablar con ella?

Germán asintió melancólicamente con la cabeza. La Chica tomó su celular y marcó rápidamente el teléfono de su madre. De pronto se escuchó la voz de la Ame que contestó la llamada. “Alo, alo…”. Entonces Germán, profundamente emocionado y sintiendo que sus fuerzas lo abandonaban trató de decir con su mejor voz: “Hola Ame, ¿cómo estás?” Con visible emoción se escuchó al otro lado del teléfono la voz temblorosa de ella que decía: “Hola mi viejo lindo, yo estoy bien, echándote de menos, extrañándote, pensando en ti todo el día, rezando para que pronto vuelvas a mi lado. Cuídate, come todo lo que te den, para que pronto te puedas venir”. Estas palabras lo emocionaron a tal nivel que no pudo seguir hablando, se le atragantaron las palabras en la garganta y le hizo una seña a su hija para que hablara ella. La Chica, le habló a su madre, le dijo que el papá estaba cansado y tenía que descansar un rato. Que luego volvían a llamar.

Germán quedó triste, quería estar al lado de su mujer, en su casa querida, en su parcela, con sus perros y todo el trabajo que tenía allá. ¿Por qué estaba amarrado a esta cama?, volvía a pensar en los eventos de Guatemala y la confusión volvía a su cabeza. La Chica se quedó esa noche con Germán. Se arrellanó en el pequeño sofá que tenía en la pieza y lo estiró para tratar de dormir.

~ GERMÁN Y LA AME ~

Germán era un hombre de setenta y nueve años, muy activo e independiente. Hace más de veinte que tenía un centro de eventos en una zona rural cerca de la capital, en el que se hacían matrimonios, paseos de oficinas, cenas de fin de año, aniversarios de matrimonio o cualquier otra actividad.

Era el tercero de nueve hermanos hombres, criado en un pueblo al sur de Santiago. Un hombre emprendedor, con la cabeza llena de sueños e ideas de hacer grandes negocios. En lo económico, siempre fue independiente, con poca aversión al riesgo. Solo al comienzo de su vida laboral trabajó para una o dos empresas, ya que en ese minuto sentía que tenía que tener algo de estabilidad económica para ofrecer a su mujer.

A la Ame, su señora, la conoció cuando ella tenía dieciocho años, había salido recién del colegio y era verano. Germán ya era mayor, tenía veinticuatro años y había decidido salir a recorrer el mundo por segunda vez. La primera vez había visitado Perú, Ecuador y se había internado un poco por el Amazonas. Había decidido volver en diciembre para pasar la última Navidad con sus padres y volvería a partir hacia el norte. Su primera parada sería Lima, en Perú y desde ahí las aventuras que su viaje le trajera. Estaba dispuesto a recorrer durante el tiempo que le tomara, otros lugares, otras ciudades, otras latitudes y quién sabe, tal vez instalarse en otra parte. Nada lo ataba realmente a su país natal. Ese era el plan, hasta que un caluroso día de enero acompañó a la piscina a uno de sus hermanos menores. Ahí la vio, descansando sobre el pasto leyendo una revista femenina. Le gustó inmediatamente, así que se le acercó y le pidió prestada la revista, solo para entablar una conversación. La Ame lo miró y ni siquiera le respondió. Humillado se volvió sobre sus pasos para pensar una mejor estrategia para conocerla, cuando vio que su hermano, conversaba con las chicas que la acompañaban. Cuando volvió Freddy a su lado, le preguntó por esas muchachas y se dio cuenta que su hermano conocía a las hermanas de la niña que quería conocer. Que excelente noticia. Por supuesto, inmediatamente le pidió a Freddy que los presentara y ahora sí pidió prestada la revista, que le sirvió de pretexto para ir a devolverla al día siguiente a la casa de ella. El plan de ir a recorrer el mundo había quedado postergado para más adelante o quizás nunca, ese día de verano había cambiado su vida.

Cuatro años pololearon. Por supuesto que tuvieron problemas, como cualquier pareja. La Ame terminó la relación con él y se puso a pololear con otro joven, pero la persistencia era algo que caracterizaba a Germán, por lo que no se dio por vencido, hasta que consiguió que ella terminara con el otro muchacho y volviera con él, ahora para casarse.

Tuvieron un hijo y dos hijas. Formaron una preciosa familia y como todos los matrimonios tuvieron altos y bajos. Germán era un soñador, un emprendedor, tenía muchas ideas, muy buenas ideas para hacer grandes negocios. También, mucha energía y empuje, pero le faltaba el dinero necesario, el financiamiento para iniciar su propio negocio. Tenía un trabajo estable en una gran empresa, pero él no se veía toda la vida trabajando ahí. Se sentía entrampado haciendo un trabajo rutinario y poco estimulante, definitivamete, eso no era para él. Juntó algo de dinero, para tener un poco de capital, renunció a su trabajo y empezó su primer gran emprendimiento, una fábrica de productos derivados del maní.