Mindfulness y las adicciones - Javier García Campayo - E-Book

Mindfulness y las adicciones E-Book

Javier García Campayo

0,0

Beschreibung

"A partir de las enseñanzas de Buddha, este maravilloso libro muestra de qué manera podemos beneficiar a los adictos mediante un entrenamiento mental y emocional que les libere de la tiranía de la compulsión, al mismo tiempo que muestra la estructura de la adicción. El programa se fundamenta en una gran variedad de enseñanzas, a la vez prácticas y profundas. A través de este libro, se ofrece un regalo de inestimable valor: la oportunidad de recuperar la mente para hallar la libertad." - Vidyamala Burch, fundadora y codirectora de Breathworks, autora de Mindfulness y Salud. Amparándose en las estrategias del mindfulness, este libro consigue potenciar la estabilidad emocional, reduciéndose así, los riesgos adictivos con el objetivo final de recuperar la libertad.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 410

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



MINDFULNESS

Y LAS ADICCIONES

 

Recuperación en ocho pasos

 

 

Valerie Mason-John y Paramabandhu Groves

 

 

Prólogo: Javier García Campayo

 

 

 

 

 

 

Siglantana

Título original: Eight Step Recovery;

Using the Buddha’s Teachings to Overcome Addiction

 

Autores: Valerie Mason-John (Vimalasara) y Paramabandhu Groves

Traducción: Óscar Franco Anaya

Windhorse Publications

 

De la versión en lengua inglesa:

© Valerie Mason-John (Vimalasara) y Paramabandhu Groves

 

Para esta edición:

© Editorial Siglantana S.L., 2015

http://www.siglantana.com

 

Ilustración de cubierta: Silvia Ospina

 

Maquetación: Carles de Gispert Núñez

Corrección: José Mª Díaz de Mendívil Pérez

 

Este libro ha tenido dos importantes premios:

Premio 2014 al mejor libro de Autoayuda de Estados Unidos: 2014 Best Book Awards

www.usabooknews.com

Premio 2015 al mejor libro de Autoayuda Internacional: 2015 International book Awards

www.internationalbookawards.com

 

Nota de los autores

Excepto los nombres de los autores, Valerie y Paramabandhu, todos los demás nombres utilizados cuando se refieren anécdotas personales son ficticios, con la intención de proteger la intimidad de las personas.

 

 

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

 

ISBN (Siglantana): 978-84-18556-72-2

Depósito legal: B-23351-2015

 

Impreso en España-Printed in Spain

¡Que quienes hayan sufrido puedan ser felices!

Por la felicidad de todos los seres,

por el beneficio de todos los seres,

con cuerpo, habla y atención consciente, a ellos dedicamos este libro.

 

(Adaptación extraída de

Puja: The Triratna Book of Buddhist Devotional Texts,

Windhorse Publications, Cambridge, 72012)

SUMARIO

 

 

Prólogo

Javier García Campayo

Prefacio

Dr. Gabor Maté

Introducción

 

Paso Uno: Aceptar que esta vida humana nos traerá sufrimiento

Paso Dos: Ver cómo creamos sufrimiento adicional en nuestra vida

Paso Tres: Abrazar la impermanencia. Se puede poner fin al sufrimiento

Paso Cuatro: Emprender el camino de la recuperación y descubrir la libertad

Paso Cinco: Transformar nuestras palabras, acciones y forma de subsistencia

Paso Seis: Situar valores positivos en el centro de nuestra vida

Paso Siete: Esforzarse para mantenerse en el camino de la recuperación

Paso Ocho: Ayudar a los demás compartiendo los beneficios que hemos obtenido

 

Herramientas para la recuperación

Anexo: Reuniones de recuperación en ocho pasos

 

Notas y referencias bibliográficas

Acerca de los autores

Agradecimientos

PRÓLOGO

 

 

Debido a su elevada prevalencia y el enorme impacto negativo que producen, tanto en la salud y en la calidad de vida de las personas que las padecen, como en la cohesión social de los países en los que tienen especial incidencia, las adicciones son uno de los principales desafíos para la salud mental a nivel internacional.

Las adicciones denominadas químicas o con sustancia, en las que existe un producto que las genera, han acompañado a la humanidad a lo largo de toda la historia. Cada cultura se ha asociado a una o varias de estas dependencias, que solían ser bien aceptadas en dichas sociedades. Así, en los países mediterráneos, la principal sustancia adictiva ha sido el alcohol mientras que, en Extremo Oriente, ha sido el opio, en el altiplano Andino, la cocaína, y en el norte de África, el cannabis. La globalización experimentada por nuestro planeta en las últimas décadas ha permitido que las diferentes adicciones se exporten a entornos culturales en los que la sustancia no tiene ningún arraigo ni función social, por lo que se han vuelto más destructivas de lo que eran en su entorno original.

En la actualidad, los informes de las autoridades internacionales sobre el consumo de drogas [1] confirman que el cannabis es la droga ilegal más consumida (3,9% de la población adulta a nivel mundial) y que el consumo de otras drogas clásicas, como la heroína o la cocaína, está disminuyendo globalmente. Sin embargo, uno de los mayores problemas en este ámbito es la continua aparición de nuevas sustancias psicotrópicas (NSP), cuyo número supera ya al de sustancias sujetas a control internacional. Estos compuestos son legales, se comercializan en internet, son baratos y tienen muy buena prensa entre los jóvenes, pero pueden tener unos efectos nocivos y adictivos incluso superiores a los de las drogas ilegales reconocidas.

Junto a las tradicionales adicciones químicas, en las últimas décadas han aparecido las denominadas adicciones conductuales o sin sustancia, entre las que destacan las nuevas adicciones a internet, a los móviles o a las redes sociales. Estas adicciones, que son extraordinariamente frecuentes, arrojan unas cifras de prevalencia sistemáticamente infravaloradas porque, muchas veces, el límite entre la adicción y la necesidad real del uso de las nuevas tecnologías por motivos laborales es imperceptible. Por ejemplo, el 6% de la población mundial padece adicción a internet, con menor incidencia en Europa y máximos en Oriente Medio. [2] Por otra parte, se sabe que la principal causa del abuso de internet es la insatisfacción general con la vida diaria, que tiende a compensarse con el desarrollo de una identidad paralela y ficticia en el mundo virtual. [3]

Vemos, pues, que las adicciones son una patología muy frecuente que está aumentando por culpa de las nuevas tecnologías y las nuevas sustancias psicotrópicas, y que se relaciona con la insatisfacción general que tenemos con nuestras vidas. Aunque la tecnología médica está desarrollando psicofármacos eficaces para las adicciones, las psicoterapias son absolutamente imprescindibles para la curación ya que se necesita, sobre todo, la motivación y la colaboración del paciente.

Este libro es una herramienta fundamental en el tratamiento de la adicciones en general. A diferencia de otros libros de autoayuda en este campo, no solo es útil para el paciente con adicciones, sino que también puede servir como fuente de recursos terapéuticos a los profesionales que abordan esta patología. También será beneficioso para el individuo «sano», supuestamente ajeno de estos problemas. Porque, en realidad, ¿quién no padece algún tipo de adicción en algún grado? Seguro que muchos de nosotros presentamos cierto nivel de dependencia al trabajo, a la comida en general o a algunos alimentos en particular (como el chocolate o los dulces), al ejercicio físico, al sexo, a espectáculos deportivos o de otro tipo, o a prácticamente cualquier actividad humana en la que podamos pensar. Los autores reflejan esta idea con una provocadora metáfora: «El Buda también se encontraba en el proceso de recuperación [de una adicción]».

El libro sigue una estructura «en ocho pasos» muy definida y fácil de aprender y llevar a la práctica. Esta estructura nos trae reminiscencias de otros modelos terapéuticos de autoayuda en adicciones, como el de los doce pasos de Alcohólicos Anónimos. Ambas terapias tienen en común una cierta base religiosa, de orientación cristiana en el caso de la terapia de Alcohólicos Anónimos, y de tradición budista en el modelo de los ocho pasos que se expone en el libro.

No obstante, independientemente del sustrato budista del modelo de los ocho pasos (y de otros protocolos terapéuticos de mindfulness y compasión), esta terapia de autoayuda es eficaz, factible y apta para cualquier tipo de paciente, así como para individuos sanos. La calidad, tanto del programa como del libro, viene avalada por algunos de los importantes premios que ha obtenido desde que se publicó. Primero fue galardonado con el premio al mejor libro de autoayuda en la categoría motivacional durante el año 2014 en Estados Unidos. Un año después, en 2015, recibió el primer premio internacional de libro de autoayuda.

En suma, nos encontramos ante uno de los mejores libros de autoayuda para recuperarse de las adicciones que se ha escrito a nivel internacional. Hay que agradecer a la Editorial Siglantana el esfuerzo por acercar este libro a los profesionales y los pacientes de habla hispana, lo que redundará en beneficio de muchas personas en los próximos años.

 

Zaragoza, 25 de julio de 2015

 

Javier GARCÍA CAMPAYO

Profesor de Psiquiatría

Hospital Universitario Miguel Servet

Director del Máster de Mindfulness

Universidad de Zaragoza

PREFACIO

 

 

«El sufrimiento es universal», señalan los autores de este libro. «Que estemos sufriendo no es un terrible error ni es un fallo personal. Sentimos dolor y eso le ocurre a todo el mundo.»

El desafío al que nos enfrentamos los humanos no es cómo evitar el sufrimiento, sino cómo hacer frente al dolor que es inherente a la existencia, además de cómo no crear más sufrimiento debido precisamente a nuestros intentos desesperados por evitar el dolor. Quizá la adicción sea la medida más desesperada que empleamos para escapar del sufrimiento. No funciona, como muchos nos hemos dado cuenta. «Todas las adicciones empiezan por el dolor y terminan por el dolor», escribió Eckhart Tolle.

Mi definición de lo que es una adicción, próxima a la que dan los autores, es: toda conducta, independientemente de que se relacione con substancias o no, que aporta un placer o un alivio temporal; una conducta que uno desea fervientemente pero que no consigue frenar a pesar de sus consecuencias negativas. Como señaló el Buda hace miles de años, casi cualquier placer humano puede volverse adictivo:

 

Algunos ascetas y brahmanes […] siguen siendo adictos a asistir a espectáculos donde hay danza, canto, música, exhibiciones, recitaciones, percusiones de címbalos y tambores y actos de magia; […] combates de elefantes, búfalos, toros, carneros; […] maniobras, desfiles militares; […] discusiones y debates; frotan su cuerpo con champús y cosméticos, brazaletes, cintas para el cabello, joyas […] conversaciones frívolas acerca de reyes, ladrones, ministros, ejércitos, peligros, guerras, comida, bebida, ropa […] héroes, especulación sobre la tierra y el mar, hablar del ser y el no ser... [1]

 

No quiere decir esto que las conductas que aquí se mencionan sean necesariamente adictivas sino que lo que definirá la adicción es la relación que establezcamos con ellas. Podemos bailar o cantar, por ejemplo, como un acto de creación y hasta de veneración divina o, como escribe Valerie (coautora del libro), «cuando algo traumático ocurría en mi vida iba a bailar toda la noche, incluso sin ingerir sustancias». La adicción se da cuando se usa una actividad para escapar de la angustia de sentirse uno mismo.

¿Por qué alguien querría huir de sí mismo? Lo hacemos cuando hemos sufrido de niños y cuando, estando solos y desesperados, no vemos la manera de quedarnos con nuestro dolor y de aprender de él. Sanar de las adicciones tiene que ver totalmente con aprender del dolor. «Hagas lo que hicieres, no apagues tu dolor», escribió Sogyal Rinpoche en El libro tibetano de la vida y la muerte.

Por muy desesperado que estés acepta tu dolor como es, porque lo cierto es que está tratando de darte un regalo muy valioso: la oportunidad de descubrir, por medio de la práctica espiritual, lo que hay detrás de la congoja. [2]

Lo que hay detrás de la congoja es liberación y alegría. Una poderosa práctica espiritual que nos puede llevar allí es la atención consciente que enseñó el Buda y que después de él han revitalizado muchos grandes maestros.

La atención consciente nos revela que no somos nuestros pensamientos, no somos nuestros cuerpos, no somos nuestras emociones; que podemos notar y observar compasivamente nuestros sentimientos, pensamientos y cuerpos sin que ellos nos controlen. La clave es la conciencia, como nos lo enseña este libro, con base en principios budistas pero sin requerir para ello que nos afiliemos o nos identifiquemos como budistas.

Los ocho pasos que se nos enseñan aquí pueden verse también como ocho principios que pueden guiar nuestra vida. Empezamos por aceptar que, sin importar todo lo que hayamos sufrido (y desde luego que algunos han sufrido más que otros), nuestro dolor no es solo nuestro, no es personal sino tan solo una forma en la que se puede manifestar la vida mientras estamos en este mundo. Los demás pasos nos conducen a alejarnos de la senda por la cual nos creamos más sufrimiento y, poco a poco, nos pone en la vía en la que podemos sentir compasión por los demás.

Se requiere práctica. En esta obra, Vimalasara (Valerie) y Paramabandhu nos introducen amablemente en la práctica de la respiración y la autoconciencia, comenzando con pequeños incrementos, hasta que la respiración y la conciencia se conviertan en las anclas que nos afiancen en todo el conjunto de los ocho pasos.

Nadie está a salvo de caer en las adicciones. Nada hay que pueda funcionar para todos sin falla. Ante el reto de volvernos adictos a alguna sustancia o una conducta que nos genere más dolor necesitamos encontrar el camino correcto para nosotros. Doce pasos, cinco pasos, ningún paso, ocho pasos... el correcto es el que funciona. Los ocho pasos que nos recomiendan aquí pueden ser el camino primario para muchos, pero también pueden ser un poderoso apoyo para cualquiera, no importa cuál sea su adicción ni qué sendero esté siguiendo.

Conciencia atenta, respiración consciente, estar presentes en el propio cuerpo, sentir compasión hacia nosotros y hacia los demás; seamos adictos o no (y lo cierto es que la mayoría de nosotros lo somos de alguna manera), estas cualidades y estas prácticas pueden servirnos a todos.

 

Que podamos todos encontrar la paz.

 

Dr. GABOR MATÉ

autor de In the Realm of Hungry Ghosts:

Close Encounters with Addiction

[En el reino de los fantasmas hambrientos:

encuentros cercanos con la adicción].

INTRODUCCIÓN

La tendencia intrínseca a la adicción está en la propia naturaleza humana. Para algunos esta tendencia puede conducir a la destrucción de sus vidas, debido a una conducta adictiva y compulsivo-obsesiva. Sin embargo, todos podemos luchar contra la naturaleza de la mente que tiende a la adicción. Podríamos decir que todos estamos en «recuperación».

En el mismo acto de pensar puede haber una calidad adictiva. Está el pensamiento que nos cuenta historias, el pensamiento que puede hacer que nos enojemos y el pensamiento que literalmente puede intoxicarnos y dañar nuestra mente. Se pueden producir accidentes y fatalidades cuando uno se encuentra bajo el influjo de este tipo de pensamiento. En Canadá, las distracciones al volante o la conducción agresiva se cuentan entre las cinco principales causas de accidentes de tráfico.

Asimismo, vivimos en un mundo en el que la mayoría se automedica para lidiar con las dificultades. Recurrimos a la comida, las drogas, el alcohol, las medicinas, el sexo, las relaciones, el trabajo, el consumismo, internet, los juegos de vídeo y muchas otras alternativas que nos ayuden a fomentar la felicidad en nuestra vida.

Incluso quienes creemos que no tenemos adicciones podríamos ser considerados como adictos a la vida: al bienestar físico o a la juventud. No queremos envejecer, enfermar ni morir. Lo cierto es que muchos nos esforzamos para evitar eso, ya sea de un modo consciente o inconsciente. ¿Y por qué no? Es natural desear seguir siendo jóvenes, tener salud y longevidad. Sin embargo, será inevitable que esos apegos nos causen sufrimiento, de tal manera que ya la misma forma en la que buscamos reducir nuestro sufrimiento no hace más que aumentarlo. A su vez, esto puede dar pie a que intentemos controlar la situación mediante otras conductas adictivas. No es sorprendente entonces que las adicciones estén tan difundidas.

Podría decirse que también los métodos para recuperarse están muy difundidos. Muchos de los que hemos caído en las garras de alguna adicción lo hicimos al tratar de recuperarnos de una experiencia dolorosa. Descubrimos que recetarnos nosotros mismos aliviaba el dolor.

Muchas de las personas que entran por la puerta de una iglesia, una mezquita, una sinagoga o un templo budista lo hacen en busca de consuelo y recuperación. De igual modo, muchos de los que no han recurrido a una tradición espiritual han encontrado la paz en tareas creativas, campañas o actividades recreativas. Las enseñanzas del Buda pueden ofrecernos una comprensión de la manera en que funciona la mente. Son herramientas que nos ayudan a tratar una mente vulnerable a la adicción. Pueden servirnos cuando queremos superar conductas adictivas y obsesivas a través de cultivar una mente tranquila y clara, sin ira ni resentimientos. Las enseñanzas del Buda pueden ofrecernos un camino a la recuperación.

UNA DEFINICIÓN DE ADICCIÓN Y DE RECUPERACIÓN

Para los fines de este libro, lo que queremos decir con adicción es todo hábito mental o corporal que tenga una calidad compulsiva y nos cause sufrimiento. Es una definición amplia. Incluye lo que podríamos considerar normalmente como adicciones, tales como la dependencia del alcohol o del juego patológico. Sin embargo, esta definición también abarca otras conductas, como comer compulsivamente o el uso incontrolado de internet, que no siempre se consideran auténticas adicciones. Un elemento clave es que uno se siente incapaz de controlar una actividad aunque le esté causando daño. Por ejemplo, en el caso del alcohol, si uno toma una copa de vino no puede dejar de beber hasta que se acaba la botella. Si se trata de la actividad sexual, no puede dejar de perseguir encuentros sexuales, aun cuando esa conducta amenace otros aspectos de su vida. La razón por la que damos una definición amplia es que las enseñanzas del Buda que presentamos en este libro nos pueden ayudar, sin importar que seamos adictos a la heroína o a un patrón de pensamiento obsesivo que nos impida llevar una vida más satisfactoria. Quizá necesitemos ayuda adicional, como tratamientos médicos que nos permitan dejar de beber de un modo más seguro, si nuestra dependencia fuese al alcohol. Sin embargo, por lo que concierne a aprender a crear una vida satisfactoria, libre de nuestras tendencias adictivas, los mismos principios o los ocho pasos que muestra este libro, son pertinentes.

Con recuperación queremos decir encontrar un sendero que nos aleje de la tribulación causada por nuestras tendencias adictivas. Consideramos que esto es algo más que detener la conducta adictiva, lo cual ya es bastante difícil. Es desenredar los impulsos compulsivos de nuestra adicción para descubrir un modo de vivir más rico y satisfactorio.

NUESTRAS HISTORIAS PERSONALES

Este libro ha surgido a partir de la conjunción de dos trayectorias muy diferentes. Los caminos de nuestra vida nos han llevado a ambos (Valerie y Paramabandhu) a emplear las enseñanzas del Buda para ayudar a las personas a superar las adicciones. Juntos compartimos nuestras experiencias personales, anécdotas de adicciones y conocimientos de las enseñanzas del Buda, las cuales creemos que pueden ayudar a cualquiera que esté listo para un cambio en el difícil camino de la recuperación de las adicciones. ¡El modo en que hemos llegado aquí es muy distinto!

La historia de Valerie

Cuando tenía 28 años comencé por accidente mi proceso de recuperación de las adicciones. No lo sabía, pero la meditación y las enseñanzas budistas estaban a punto de transformar mi vida. Una amiga me invitó a sentarme con su maestro de meditación, que venía de la India, ya que pensaba que eso me ayudaría a bajar mi nivel de estrés. Tenía razón. Entré en casa de mi amiga tensa e hiperactiva pero, dos horas después, salí flotando por la puerta. Notaba el cuerpo ligero, mi voz se había suavizado y apenas si sentía los pedales de mi bicicleta camino de casa. Nunca antes había experimentado una dicha ni una paz semejantes. «Es grandioso», pensé. «No me costó nada, no bebí ni tragué ni aspiré nada y estoy tan en lo alto como un cometa. Quiero más de eso.»

No hace falta decir que, como buena adicta, me hice adicta a aquello. Pronto aprendí que había también retiros que duraban un fin de semana o toda una semana. Hice tantos retiros como pude y llegaba a sentirme como en un gran viaje, como si saliera de mi cuerpo y mi cabeza, pues se realzaba la experiencia de mis sentidos. Dejé de estar en contacto con la tierra, como si hubiera tomado una droga alucinógena. Por fortuna, yo no era como esos principiantes que sienten brotar los traumas del pasado mientras meditan. Pensé que había encontrado una nueva droga. Sin embargo, en cuanto terminaba el retiro, por supuesto, sentía el inevitable bajón. Enseguida me dirigía al supermercado más cercano, compraba un litro entero de helado de Häagen-Dazs, me lo zampaba y luego lo vomitaba.

Me reformé en las salas de meditación. Era una anoréxica fracasada. Empecé a comer más de lo que me había permitido mi régimen, que era seis galletitas saladas cada día. La única manera que conocía para mantener el control de mi ingesta de alimentos era purgándome. Perdí el control sobre la comida y pronto me encontré comiendo en un solo día lo necesario para alimentar a cinco personas. Me volví una tragona compulsiva. Me obsesionaba pensar dónde conseguiría mi siguiente comida. Me hice adicta al azúcar y a la harina blanca. En cuanto empezaba a ingerir esos alimentos ya no podía parar y, cuando terminaba de devorar lo que estaba comiendo, necesitaba conseguir más. Era como si alguien estuviera conduciendo mi cuerpo hacia la comida. Entré en estado de trance y mi único objetivo era la comida. En medio de un atracón, muchas veces perdía la conciencia de todos mis sentidos y también todo mi equilibrio. Llegué a un espacio hipnótico surrealista muy seductor. Incluso viví verdaderos momentos de felicidad en mis primeros días de bulimia nerviosa. También disfrutaba del zumbido de la juerga. En cuanto alcanzaba el límite más incómodo en mi cuerpo, vomitaba y comenzaba todo de nuevo. Muchas veces vomitaba para tener la sensación de que todo mi cuerpo se estremecía. Atracarme y purgarme se convirtieron en mi droga secreta.

No podía pasar frente a una tienda de comida sin entrar. No podía estar en una sala en la que hubiera comida sin comer y purgarme varias veces. No podías dejarme sola delante de comida y confiar que, cuando volvieras, todavía estuviera ahí. Lo habría engullido todo y habría inventado la historia más peregrina para encubrir mi secreto. En el clímax de mi enfermedad me purgaba unas cuarenta veces al día. A veces no había comido más que una galleta y, en otras ocasiones, ya había comido dos barras de pan y una ración familiar de Kentucky Fried Chicken, además de beber tanto líquido como me hubiese sido posible. Una vez casi me mato porque la comida se metió en la tráquea mientras trataba de vomitar. Brincaba y brincaba, aterrada, con los dedos en la garganta, hasta que, de pronto, se destapó. Me desmayé al lado del inodoro. Media hora después, cuando recuperé el conocimiento, fui otra vez a llenarme de comida y volví a vomitar todo en el retrete. Mis dientes se estaban deshaciendo por efecto del ácido del estómago. El cabello dejó de crecerme y siempre estaba ronca. Contaba mentiras sobre la comida que desaparecía en las casas de mis amigos. Fallaba en cada promesa que me hacía de parar y me quedaba en la cama muchos días, deseando que hubiera una píldora mágica que me diera un respiro dentro de ese infierno de adicción.

Les cuento todo esto porque la gente suele preguntar: «¿Qué? ¿Estás llamando adicción a la bulimia?». Mi respuesta era «sí; era cuestión de vida o muerte. Es una de las peores adicciones que alguien pueda tener». Era mi secreto. A diferencia de quienes son adictos al alcohol, a las drogas, al sexo o a las compras, yo no podía decir: «¡Ya, basta! No comeré el resto de mi vida». Necesitaba comer para sobrevivir. Tenía que encontrar una relación con la comida que no me matara. Debía identificar qué alimentos eran mi droga o mi alcohol, alimentos como el azúcar y la harina blanca.

Entonces al final, ¿qué cambió? Sucedió que la meditación y las enseñanzas del Buda llegaron a mi vida. Recuerdo que cuando regresé de mi tercer retiro pensé: «Debo de estar bromeando si creo que las enseñanzas no están teniendo algún efecto». Por primera vez en mi vida sentía un alivio temporal. Iba al retiro y, milagrosamente, no me apetecía más comida. Mantenía mi alimentación «tranquila». Mi mente no se obsesionaba con comida. Mientras estaba de retiro deseaba más tener la experiencia de una meditación sublime que comer y vomitar. Sin embargo, recaía tan pronto como volvía a casa. Odiaba que terminara el retiro y trataba de mantener los sentimientos de felicidad comiendo y purgándome. Así pues, un día me dije: «¿Por qué no canto esos preceptos que aprendí en el retiro? Quizá eso me ayude». Siempre había una parte de mí que quería dejar esa adicción pero no pasaba de ser un murmullo en mi corazón. Ese susurro de recuperación no se había hecho más audible porque lo ahogaban mis pensamientos adictivos. La práctica de la moralidad me despertó. El murmullo se fue haciendo más alto y mis pensamientos de adicción empezaron a acallarse lentamente. Me inspiraron los cinco preceptos tradicionales para ayudar a entrenar la mente:

Me comprometo a abstenerme de dañar a los seres vivos.

Me comprometo a abstenerme de tomar lo que no se me haya dado libremente.

Me comprometo a abstenerme de tener una conducta sexual dañina.

Me comprometo a abstenerme de hablar con falsedad.

Me comprometo a abstenerme de tomar sustancias.

Yo no vivía de acuerdo con ninguno de esos preceptos, pero esas enseñanzas me dieron la posibilidad de cambiar mi vida. No eran mandamientos ni órdenes de algún ser todopoderoso de allá arriba y tampoco es que fuera a irme al infierno si no cumplía con ellos. Eran directrices para guiar mi vida y empecé a ver que, cuando no aplicaba los preceptos a mis actividades cotidianas, brotaba la infelicidad pero, si me esforzaba en aplicarlos, surgía más felicidad. Empecé a recitarlos todos los días en la privacidad de mi casa y poco a poco fui viendo una diferencia. Comencé a tener periodos de abstinencia en mi vida.

Asimismo, la práctica de la meditación de amor y bondad me enseñó a amarme a mí misma. Cuando entraba por la puerta de un templo de meditación, en mi cabeza zumbaba la cháchara negativa y el resentimiento. A veces resultaba difícil meditar, así que me ponía a cantar mantras, sílabas sagradas que irradian las cualidades de seres míticos en el budismo. Canté: om mani padme hum y me imaginé que me sostenían los mil brazos de Avalokiteshvara, un ser mítico que irradia compasión hacia todos los seres. Cuando entoné su mantra sentí que eso me nutría. Mis voces de odio y resentimiento hacia mí misma empezaron a callarse. Adopté yo sola la práctica de cantar varios mantras para ayudarme a transformar mi vida. En este libro compartiremos algunos de ellos.

La meditación fue crucial para que yo aprendiera a amar y apreciar mejor a mis amigos, así como para olvidar a quienes me hicieron daño e incluso para abrir mi corazón a gente que no conocía. Aprendí todo eso sentándome en un cojín y cultivando amor y bondad incondicional hacia todas esas personas. A través de la meditación había empezado a pensar diferente. Había cultivado el pensamiento positivo en mi vida. Lo que enseñó el Buda acerca de las cuatro nobles verdades fue uno de los aprendizajes más importantes para mí en mi recuperación personal. La primera vez que las oí comprendí que literalmente significaban esto:

Hay sufrimiento,

hay un camino que conduce a mayor sufrimiento,

hay una salida del sufrimiento

y hay un camino que me llevará a alejarme del sufrimiento.

Pude ver con mucha claridad que yo me encontraba en el camino que conducía a mayor sufrimiento y, cuando escuché lo que tenía que hacer para ponerme en el camino que me alejara del sufrimiento, me sentí inspirada. Sentí que tenía esperanzas de encontrar la salida a mi adicción. Supe que la única manera de hacer eso era establecer las bases que me ayudaran a transformar mi cuerpo, mi habla y mi mente. Por último, la enseñanza que me convenció del todo fue la idea de entregar mi vida a la inspiración en el Buda (despertar mi mente), a las enseñanzas del Buda y a la comunidad espiritual, colocando esos tres ideales en el centro de mi vida. Es lo que se llama ir a refugio a las Tres Joyas: el Buda, el Dharma y la sangha. Yo no era budista pero la noción de ir a refugio ya tenía una resonancia en mí. Pude ver muy claro que yo estaba yendo a refugio a la comida y que eso estaba en el centro de mi vida. Todas mis decisiones se basaban en cómo podría darme otro atracón y cómo vomitaría en secreto todo lo que había comido.

Ya no quería que la comida siguiera ocupando el sitio central en mi vida y tampoco quería esas bacanales. Comencé a ver que había estado persiguiendo la comida para protegerme de todo tipo de sensaciones incómodas y retos difíciles. Había buscado refugio en la comida como si fuera mi madre, mi amante y mi amiga. Había llegado a ser lo más importante de mi vida pero era un falso refugio porque, a la larga, solo caía por una espiral que me llevaba a un sufrimiento más profundo. Si quería abstenerme y lograr la sobriedad mental, una recuperación que pudiera conservarse, necesitaba elegir algo diferente que poner en el centro de mi vida. Escogí el ideal de despertar a la realidad (el Buda), las enseñanzas del Buda (el Dharma) y la comunidad espiritual (la sangha). Nótese que no estaba poniendo a personas en el centro de mi vida sino al ideal de comprender cómo funcionaba mi propia mente, las enseñanzas budistas y la idea de crear una comunidad a mi alrededor que quisiera cambiar, desarrollarse y crecer.

Tampoco estoy diciendo que tú tengas que poner estos tres ideales en el centro de tu vida para superar las adicciones. Lo que digo es que necesitas encontrar algo positivo y sano que ubicar en el centro de tu vida si deseas recuperarte. Eso incluye relaciones sanas que te ayuden a cambiar, desarrollarte y crecer.

Lo cierto es que me tomó varios años mantener la recuperación. La mayoría de los estimulantes en mi vida parecían decaer de manera natural pero me aferré a la bulimia como un perro se aferra a una zapatilla. Nadie iba a quitarme la comida, eso sí que no. Era lo único que no me había abandonado. De acuerdo, había tenido periodos de abstinencia pero siempre acababa recayendo y, tan pronto como lograba abstenerme de purgarme, tenía que lidiar con la compulsión de comer. Necesitaba encontrar ya la sobriedad de pensamientos y sentimientos.

Era el invierno de 1998. Acababa de terminar un tratamiento especializado de seis meses para superar mi desorden alimenticio y recuerdo con claridad que pensé: «Ya hice cinco años de terapia y ahora un tratamiento especializado. Si esto no funciona estoy acabada». Me entró el pánico. Poco después fui a Roma a visitar a unos amigos en Navidad y volví a recaer. Demasiado Prosecco y demasiada buena comida. Así que me purgaba para sobrellevar mi consumo.

Tras unas vacaciones hedónicas regresé a casa angustiada. Esa primera noche me quedé recostada en la cama, reflexionando sobre la vida que me esperaba. Tres días después estaba a punto de empezar los ensayos para mi nuevo espectáculo en solitario. Sabía que, definitivamente, no habría modo de que pudiera completar tres semanas de ensayo y otras tres semanas de actuaciones si iba a estar devorando y vomitando todos los días. Estaba aterrada. Ya se había lanzado la publicidad para el evento y no podía cancelarlo. ¿Qué iba a hacer? Daba vueltas en la cama, llena de angustia, y me decía que sería incapaz de montar el espectáculo. «Claro que puedes», susurró una voz interior y grité: «¿Cómo?». La voz solo dijo: «Deja de tragar y vomitar». La escuché con mucha nitidez. Al día siguiente desperté y eso fue todo. Había encontrado algo que me importaba mucho más que mi bulimia. Quería hacer ese espectáculo.

Mi abstinencia duró 18 meses. En ese lapso cultivé cierta sobriedad mental y luego tuve un desliz de un par de días. Nótese que dije que tuve un desliz y no que recaí. Por fortuna mi recuperación había sido lo suficientemente larga como para saber que quería mi abstinencia y mi sobriedad mucho más que a mi infernal adicción. Recuerdo con claridad que supe que tenía una alternativa. O me rescataba de ese pequeño traspié o recaía y me resbalaba por la espiral rumbo a mi adicción. Era difícil pero sabía que no deseaba revivir el infierno de mi enfermedad y que necesitaba comprometerme con una forma diferente de vivir. Fue en ese punto donde elegí alejarme de mis adicciones y avanzar hacia algo más sano en mi vida. Empecé a establecer las condiciones que me ayudaran en mi decisión.

Comencé a cultivar cinco nuevos sentidos: las cinco facultades espirituales. Agudizar mis facultades de fe, energía, atención consciente, concentración y sabiduría ha sido la columna vertebral de mi sobriedad. Mantener la abstinencia fue la parte fácil. Me costaba algo no ponerme a devorar y luego vomitar pero mi terror de vivir como anoréxica/bulímica me mantuvo abstemia.

Sin embargo, cultivar una mente sobria fue mucho más difícil. Todavía tenía conductas adictivas. Lo que pasó es que la energía de mi apetito se adherió a otras cosas, como las relaciones sexuales o ir al gimnasio de manera obsesiva. De hecho, podría decirse que mi primera adicción fue controlar mi vida, cuando tenía cuatro años. Estaba viviendo con mi cuarta familia y habría muchas más por venir. Mi segunda adicción fue aspirar el olor del betún y mi tercera fue robar en las tiendas pero, en el fondo de todo, mi adicción más grande era el ansia de que me amaran y notaran mi presencia. Es solo que esta se manifestaba por medio de diferentes disfraces.

La práctica de la meditación fue el contenedor que me sostuvo a lo largo de mis cambios radicales. Fue lo que me dio sobriedad. Abstenerme de vomitar y de comer compulsivamente fue solo la primera etapa. Sin abstinencia no tenía la posibilidad de tener una sobriedad sana. Llevar una vida siguiendo los cinco preceptos dio sobriedad a mi mente y me trajo una nueva felicidad. Las prácticas de meditación de amor y bondad y de atención consciente restauraron mi cordura.

El impulso de querer continuar con el cambio ocupó el centro de mi vida y la mayor parte de mis decisiones tenían que ver con el cambio y la transformación. Asistí a uno de los programas de recuperación en doce pasos diez años después de que empezara mi camino a la recuperación. Me mudé a un nuevo país, sin una comunidad budista que me apoyara. Una buena amiga me introdujo en el programa de los doce pasos. Es algo que le agradezco mucho. Supe lo que es estar en una sala con personas que habían sufrido y seguían sufriendo por una enfermedad similar a la mía. Trabajar con el programa de los doce pasos me dio una nueva perspectiva acerca de mi propia recuperación y me llevó a profundizar en la práctica espiritual. Hay muchas cosas que pueden apoyarnos en nuestra recuperación. Sinceramente creo que la meditación, cantar mantras, una práctica de atención consciente, recitar los cinco principios del adiestramiento y tener una comprensión de algunas de las principales enseñanzas budistas puede ayudar a cualquiera a superar las adicciones. A mí me salvó la vida. Así que continuaré relatando mi historia para ayudar a salvar la vida de otras personas. Lo que yo tengo para ofrecer es mi recuperación.

La historia de Paramabandhu

Comencé a trabajar con las adicciones en 1992 durante mi formación como psiquiatra. En aquel entonces me pareció que fue cosa del azar. Solo reconocí los patrones que me llevaron hasta allí tiempo después. Hasta donde alcanzo a recordar, siempre tuve un fuerte deseo de encontrarle sentido a la vida. No fui infeliz cuando era niño ni me golpearon grandes tragedias. No obstante, a medida que crecía anhelaba encontrarme con algo que hiciera mi vida más plena y satisfactoria. Tenía la vaga noción de que quería ayudar a la gente y, puesto que me gustaba la biología, decidí estudiar medicina.

En la universidad descubrí muchas ideas nuevas a las que no había tenido acceso cuando vivía en mi entorno rural. En particular, en mí influyeron algunos de mis mejores amigos, quienes inspirados en los pensadores existencialistas buscaron sentido a través de la creatividad. El mensaje básico parecía ser que la vida, inherentemente, carecía de sentido pero que uno podía hallar sentido si era creativo. Como estudiantes de humanidades, mis amigos daban rienda suelta a la creatividad escribiendo poesía o novelas. Mi tiempo estaba acaparado por el estudio de la anatomía, la fisiología y la bioquímica, lo cual me parecía un arduo y árido esfuerzo.

En vez de crear arte pensé que quizá el camino para mí consistiría en ser creativo en cuanto a mí mismo, en la clase de persona que era. Fue una idea que tomó fuerza a medida que iba conociendo a más compañeros que mostraban interés en el desarrollo personal. Me encontré con todo un grupo de estudiantes de medicina afín que se interesaba en áreas como la psicoterapia, la medicina complementaria, el yoga y la meditación. Tenía un amigo que estaba especialmente interesado en la meditación budista. Yo había tenido algún contacto con el budismo en Sri Lanka, pero no me impresionó tanto su filosofía tal y como la entendí entonces. Aun así, después de largas conversaciones con mi amigo, un día me apunté a una clase de introducción a la meditación en el Centro Budista de Londres.

A diferencia de lo que cuenta Valerie, mi primera experiencia con la meditación no fue maravillosa. Me decepcionó ver que yo no había nacido para meditador. Cada vez que me sentaba a meditar, mi mente parecía optar por hacer planes o por dormir un rato. Sin embargo, las ideas budistas me decían algo. Me gustaba el énfasis pragmático que se hacía en poner a prueba las enseñanzas del Buda a la luz de la propia experiencia, en lugar de seguirlas con una fe ciega. Me agradaba la forma en que el budismo presentaba su visión de un camino que iba desplegándose y que conducía a una libertad cada vez mayor. Conforme fui conociendo más profundamente el budismo, me gustó también la importancia que se le daba al altruismo: ayudar a aliviar el sufrimiento de todos los seres. De hecho, tal y como aprendí, encontrar mi propia libertad y ayudar a los demás eran dos caras de una misma experiencia que culminaba en las cualidades gemelas de la sabiduría y la compasión, que caracterizaban la mente despierta del Buda.

Pasó el tiempo y me fui comprometiendo más y más con el estudio y la práctica del budismo, a la vez que completaba mis estudios de medicina, obtenía el doctorado y empezaba mi especialidad en psiquiatría. Con el interés que fui acumulando en el estudio de la mente, gracias al budismo, fue casi obligado que me decantara por la psiquiatría. En cuanto terminé mis estudios básicos como psiquiatra, tuve que escoger el área de la psiquiatría en la que quería especializarme. Sin embargo, fue un dilema para mí decidir qué rama seguir. Durante mucho tiempo me había atraído la psicoterapia, así que aplacé la solicitud en una especialidad concreta y opté por otro puesto de residente, en el cual una mitad de la formación era de psicoterapia. La otra mitad era sobre el abuso de sustancias.

Descubrí que me gustaba trabajar con los consumidores de drogas que conocí en ese trabajo. Parte de mi labor consistía en recetar metadona pero, al mismo tiempo, estaba ayudando a la gente a cambiar su vida. La mayoría de las personas que lograron romper con el consumo de drogas ilegales encontraron nuevos caminos que hicieron sus vidas más satisfactorias. Se dedicaban a un nuevo pasatiempo, como tocar la batería, ayudar en un albergue para perros abandonados o contactar otra vez con sus viejos amigos no consumidores o con sus familiares. Aunque no yo nunca he tenido que superar ninguna dependencia a la heroína, de algún modo sentía que todos estábamos en el mismo barco. Todos intentábamos hallar algo en la vida que nos aportara el sentido suficiente como para seguir adelante cada día y para dejar atrás los hábitos que no eran útiles. Decidí pues especializarme en psiquiatría de las adicciones.

Para entonces ya estaba enseñando meditación y budismo en el Centro Budista de Londres y empezaba a sentir que el budismo podría tener algo que ofrecer a la gente que estaba recuperándose de alguna adicción. Uno de mis compañeros y yo publicamos un artículo acerca del budismo y las adicciones, esbozando ideas preliminares. [1] Sin embargo, las ideas que exploramos en ese artículo permanecieron casi todas en estado latente hasta una década más tarde, cuando se difundió algo más por todo el Reino Unido la práctica del uso de la atención consciente con un enfoque terapéutico.

Atención consciente es prestar atención de manera deliberada a nuestra experiencia momento a momento, con una actitud amigable y curiosa. Es una parte clave de la enseñanza del Buda, así que yo ya había estado practicando y enseñando atención consciente varios años. Jon Kabat-Zinn fue la primera persona que popularizó la atención consciente como método terapéutico. En su clínica para el estrés en Massachusetts, abierta a finales de la década de 1970, demostró que un curso de atención consciente podía ayudar a personas que padecían dolores crónicos y ansiedad. Hicimos referencia a su trabajo en nuestro artículo acerca del budismo y la adicción, y nos preguntábamos si la atención consciente podría ser útil también en las adicciones. Sin embargo, en ese momento no llevamos la idea más allá ya que, aun cuando la atención consciente estaba ganando terreno rápidamente en Estados Unidos, no había tenido éxito al otro lado del Atlántico.

El uso de la atención consciente para ayudar en el tratamiento de problemas de salud mental y física no se hizo popular en el Reino Unido hasta que aparecieron Mark Williams y sus colaboradores, quienes desarrollaron la terapia cognitiva con base en la atención consciente para tratar la depresión. [2] Siguiendo muy de cerca la obra de Kabat-Zinn, sus estudios indicaron que la atención consciente podía ayudar a evitar recaer en una depresión recurrente. Yo empecé a enseñar esta terapia en el Centro Budista de Londres y muy pronto vi que se podía adaptar para evitar recaídas en las adicciones. Al poco tiempo, ya estaba enseñando lo que llamé «Prevención de recaídas con base en la atención consciente» (PRBAC), tanto en el Centro Budista como en mi trabajo en el Servicio Nacional de Salud. Casualmente, más o menos al mismo tiempo, Alan Marlatt, una figura clave en la investigación y el desarrollo de la prevención de recaídas en las adicciones, ideó un curso similar al PRBAC junto con sus colaboradores en Seattle. Estaba claro que había llegado el momento de aplicar la atención consciente para ayudar en el tratamiento de las adicciones. Aunque todavía ha pasado poco tiempo desde que se utiliza la atención consciente en el caso de las adicciones, los estudios preliminares son prometedores y sugieren que puede resultar efectiva.

Cuando empecé a enseñar la atención consciente para tratar las adicciones también comencé a preguntarme: «¿Habrá en las enseñanzas del Buda algo más, aparte de la atención consciente, que pueda ayudar a las personas que padecen adicciones?». Esa interrogante fue la semilla de la que brotaron las ideas de este libro.

La experiencia antes descrita de cómo Valerie superó su adicción y nuestra práctica en la enseñanza de la «Prevención de recaídas con base en la atención consciente» (PRBAC) nos dio la pista de que en el budismo podía haber más riquezas que valía la pena conocer. De esa búsqueda por obtener más provecho de las enseñanzas del Buda surge este libro, a partir de lo que Valerie y yo hemos explorado y aprendido. Antes de empezar a describir los ocho pasos es necesario que veamos quién fue el Buda.

¿QUIÉN FUE EL BUDA?

El Buda fue un ser humano, no un dios. Vivió en el norte de la India hace unos 2500 años. Ese título, Buda, significa ‘aquél que está despierto’. El hombre que se convirtió en el Buda se llamaba Gotama. Nació en una familia que vivía en la riqueza. Aunque en lo material estaba rodeado de lujos, ya en su juventud le preocupaba profundamente la perspectiva de que algún día enfermaría, envejecería y moriría. Se dio cuenta de que la comodidad del palacio en el que vivía y la abundante riqueza que heredaría no podrían impedir que su cuerpo se deteriorara. Eso no lo mantendría seguro y feliz.

Cuenta la leyenda que Gotama salió del palacio en repetidas ocasiones y que en esas salidas vio, sucesivamente, a un enfermo, a un anciano, a un cadáver y, por último, a un asceta errante, un hombre que irradiaba santidad. Son lo que se conoce como las cuatro escenas. Las primeras tres escenas lo pusieron frente a frente con la fragilidad del cuerpo. Sin embargo, fue la cuarta escena, la de aquel vagabundo con su cuenco de mendigar, la que le dio esperanzas. De modo que renunció a todo lo que poseía, dejó a su esposa y su hijo, y «dio el paso» de la vida en el palacio a la vida errante y sin hogar, en busca del modo de terminar con el sufrimiento.

EL BUDA ESTABA EN RECUPERACIÓN

En un principio, Gotama practicó la meditación. Buscó a los maestros más destacados de su tiempo y muy pronto dominó lo que había aprendido de ellos. Conoció estados de conciencia muy refinados pero eso no le aportó la solución que buscaba.

Luego probó la autodisciplina más extrema, que incluía abstenerse de cualquier forma de indulgencia. Es decir, practicó el ascetismo. Su propia mortificación consistió, entre otras cosas, en no comer más que un grano de arroz al día y, a veces, caminar con un brazo en alto durante semanas. En su búsqueda de algo que pusiera fin al sufrimiento, Gotama se convirtió en una especie de adicto al ascetismo. Al igual que los adictos de hoy en día, aprendió la manera de dominar al dolor o, al menos, eso pensaba. Llegó a estar tan flaco como un esqueleto y no salió de su adicción. Seguía sin encontrar la solución al sufrimiento. Por fin un día se dio cuenta que no estaba encontrando nada.

Se dice que Gotama, demacrado, estaba sentado a la orilla de un río y recordó un episodio de su niñez. Había estado sentado a la sombra de un yambo, mirando cómo su padre araba el campo; quizá un ritual al inicio de la estación. De manera espontánea, el joven Gotama entró en un estado mental de gran concentración intensamente agradable. El recuerdo de ese suceso dio un completo giro a su corazón y su mente, y le permitió ser consciente de por qué sus prácticas de automortificación no lo estaban llevando a ningún lado. Pudo ver con claridad por primera vez que habían sido extremas, peligrosas e inútiles. Vio que ambos extremos, el de los placeres sensuales mundanos y el de la dolorosa automortificación, seguirían siendo causa de sufrimiento. El placer que había brotado a la sombra del yambo no había sido forzado, como la meditación que había aprendido cuando decidió dar el paso, y tampoco lo llevaba a quedarse atrapado en el cuerpo o en la avidez, como sí lo hacían los placeres sensuales ordinarios.

De hecho, era el camino de la moderación el que necesitaba descubrir; el sendero que ni estaba lleno de autoindulgencia ni de automortificación. El Buda llamó a esta vía el “Camino Medio”. Comprendió que a través de la práctica de la meditación era como podría encontrar la salida del sufrimiento, pero con una meditación que no fuera forzada y que permitiera el surgimiento en la mente de un placer natural. Hizo el voto de sentarse concentrado, atento, hasta alcanzar la iluminación y despertar a la realidad de la condición humana.

No le fue fácil soltar su comportamiento obsesivo. Hay muchas versiones de la historia que vamos a contar pero todas hacen referencia a la forma en que la mente del Buda fue presa de fuertes emociones, como el anhelo, la duda y la ansiedad. Una leyenda cuenta que, cuando el Buda decidió sentarse a meditar y quedarse quieto a la sombra del árbol Bodhi, surgieron en su mente todos los demonios que pudiera uno pensar. Se dice que apareció en su mente Mara, el señor del infortunio, la destrucción, el pecado y la muerte.

Sin embargo, el Buda lo tomó con mucha calma, sin desviarse de su objetivo. Tuvo pesadillas y lo tentaron imágenes de su pasado. Se enfrentó con el engreimiento, la arrogancia y el orgullo. Lo desafiaron la mala voluntad, el deseo sensual, la duda, la inquietud, la presunción y la ignorancia. Para colmo de males, Mara trató de seducir al Buda con sus tres hijas: Anhelo, Tedio y Pasión. No obstante, el Buda no se agitó y siguió tranquilo. Podríamos equiparar esto con que el Buda estaba desintoxicándose en lo más profundo y enfrentándose a su mente de manera directa.

La leyenda cuenta que entonces Mara ordenó a todos los espíritus malignos que atacaran al Buda, con la esperanza de desanimarlo para que abandonara su objetivo. Sin embargo, el Buda continúo imperturbable. Siguió calmado y observó a los espíritus malignos como si se tratara de algo inocuo. El Buda transformó a los espíritus malignos en flores de loto.

Por último, Mara lo amenazó con el reproche de que Gotama no tenía el derecho a aspirar a una mente iluminada; el derecho a ver las cosas tal como son en realidad. El Buda Gotama tocó la tierra y dijo: «Que la tierra sea mi testigo». En lugar de echar a Mara fuera de su mente lo incluyó, diciéndole: «Eres mi madre y mi padre. Eres mi liberación. Desde un pasado sin principio hasta un futuro sin final, tú y yo somos uno mismo».

Se cree que fue en ese momento cuando Gotama se convirtió en un buda; despertó. Gotama había llegado al final de su sendero de sufrimiento. Se había recuperado de su condición humana, de los problemas existenciales de la realidad humana, como son la vejez y la muerte. Por fin comprendió cómo funcionaba la mente y se liberó de las ataduras mentales que le habían ocasionado sufrimiento. Vio que la idea de un yo fijo era parte de la ilusión que creaba la mente. Pudo ver con claridad que, cuando se identificaba con sus percepciones, sus pensamientos, sus sentimientos y su conocimiento se estaba engañando, creando en su vida un sufrimiento innecesario. Vio también que todo lo que surge depende de condiciones, que nada existe de manera independiente y que todos estamos interconectados. Al darse cuenta de todo ello vio que nosotros, como seres humanos, creamos nuestras aflicciones y nuestras alegrías, pero vio también que era posible salir del sufrimiento. Es eso lo que se conoce como la iluminación del Buda.