Monzón: el futuro geopolítico del Océano Índico - Robert D. Kaplan - E-Book

Monzón: el futuro geopolítico del Océano Índico E-Book

Robert D. Kaplan

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Beschreibung

El desplazamiento del poder geopolítico hacia Oriente en el arranque del presente siglo ha convertido al océano Índico en una región clave. Si bien hay innumerables libros escritos sobre Oriente Próximo y cada vez más sobre China y el Pacífico, existen pocos que se atrevan a anticipar el futuro en el Índico, donde se sitúan varios de los países más poblados del planeta y con mayor crecimiento económico –entre ellos, India, Indonesia y Pakistán-. El Índico es, además, la ruta que une los países del Golfo Pérsico y su petróleo con China, un país que pese a no tener acceso directo a este océano jugará un papel clave en la región en el futuro. A través de un viaje que conjuga análisis político, entrevistas con algunas de las personalidades más influyentes de la región y un estudio del contexto histórico, Kaplan expone los efectos del crecimiento demográfico, el cambio climático y el extremismo político sobre esta inestable zona del planeta y ofrece una visión apasionante de una región poco conocida pero clave para el futuro de la política y economía internacional en el siglo XXI.“Un fascinante relato que une con maestría historia, reportaje y geoestrategia para conseguir un retrato coherente de una región ignorada cuya importancia solo puede crecer en las décadas venideras.”—Foreign Policy“Pocos libros son indispensables, pero Monzón es uno de ellos. Una introducción esencial a la compleja geopolítica del nuevo siglo.”—The Dallas Morning News“Una combinación muy especial de literatura de viaje, introducción histórica y un profundo análisis estratégico.”—The New York Times Book Review“Convincente. La amplitud de los viajes y los conocimientos de Kaplan consiguen perspectivas iluminadoras.”—The Washington Post“Kaplan tiene el don de la imaginación aplicada a la geopolítica.”—The Wall Street Journal

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Título original:Monsoon. The Indian Ocean

and the Future of American Power

Publicado originariamente por Random House, Inc., 2010

Primera edición en español: octubre de 2012

© 2011, Robert Kaplan

© de la traducción, 2012, Inga Pellisa

© Three Tuns Editions SLNE

Juan Hurtado de Mendoza 19, Madrid 28036

[email protected]

www.elhombredeltres.es

ISBN: 978-84-940161-7-2

Materias Ibic: JPSL: Geopolítica; JPS: Relaciones internacionales

Diseño de portada: Mucho

Maquetación: María O'Shea Pardo

Corrección: Laura Díaz Herrera

IMPRESO EN ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN

Tabla de contenido

Sobre el autor

Prefacio: La frontera de Eurasia

PRIMERA PARTE

1 China se expande verticalmente; la India, horizontalmente

SEGUNDA PARTE

2 Omán está en todas partes

3 Las fronteras de Curzon

4 «Las tierras de la India»

5 Baluchistán y Sind

6 El turbulento ascenso de Guyarat

7 El panorama desde Delhi

8 Bangladés: el desafío existencial

9 Kolkata: la futura ciudad global

10 De estrategia y belleza

11 Sri Lanka: la nueva geopolítica

12 Birmania: donde la India y China colisionan

13 El islam tropical de Indonesia

14 El corazón del Asia marítima

TERCERA PARTE

15 ¿Una estrategia bioceánica de China?

16 Unidad y anarquía

17 Zanzíbar: la última frontera

Epílogo a la edición de bolsillo: El orden posimperial y el Océano Índico

Agradecimientos

Glosario

Notas

Sobre el autor

Robert Kaplan es periodista norteamericano y ha sido durante 25 años corresponsal internacional para la revista Atlantic Monthly. Sus artículos se han publicado en The Washington Post, The New York Times, The New Republic, Foreign Affairs y The Wall Street Journal. Sus ensayos sobre geopolítica han tenido un gran impacto y han sido utilizados por el Departamento de Defensa y el Departamento de Estado de EE.UU. Desde 2008, Kaplan es Senior Fellow en el Center for a New American Security. En 2009, el Secretario de Defensa de los EE.UU. Robert Gates, le nombró miembro del Defense Policy Board, el principal consejo asesor del Departamento de Defensa. En 2011, Kaplan fue elegido por la revista Foreign Policy como uno de los 100 académicos más influyentes del mundo (Top 100 Global Thinkers).

Kaplan ha escrito 12 libros —entre ellos Fantasmas de los Balcanes y Rumbo a Tartaria, anticipando, en muchas ocasiones, las tensiones políticas y económicas que han definen el actual escenario geopolítico.

A Grenville Byford

Se están produciendo cambios graduales, inexorables, fundamentales en los equilibrios de poder entre civilizaciones; y el poder de Occidente en relación con el de otras civilizaciones continuará decayendo.El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Samuel P. Huntington (1996)

Prefacio: La frontera de Eurasia

El mapa de Europa definió el siglo XX: de las llanuras de Flandes a la playa de Omaha, el Muro de Berlín y las aldeas calcinadas de Kosovo; de la Larga Guerra Europea, que se prolongó desde 1914 hasta 1989, a sus sangrientos sismos posteriores, Europa fue el centro de la historia universal. Sin duda alguna, otros lugares presenciaron movimientos y sucesos capitales, pero la política de las grandes potencias, desde el hundimiento de los imperios del Viejo Mundo hasta la pugna bipolar entre Estados Unidos y la Unión Soviética, estaba más vinculada a Europa que a ningún otro sitio.

Tengo la convicción de que un Gran Océano Índico —extendiéndose hacia el este desde el Cuerno de África, cruzando la península Arábiga, la meseta iraní y el subcontinente indio, hasta más allá del archipiélago indonesio— constituirá en el nuevo siglo un mapa tan icónico como lo fue el de Europa para el siglo pasado. Con un poco de suerte, el siglo XXI no será tan violento como el XX, pero podría tener, de modo similar, una geografía reconocible. En este extremo de Eurasia —la ecúmene marítima del mundo islámico medieval, que no estuvo nunca demasiado lejos de la atenta mirada de China— podemos situar el tenso diálogo entre la civilización occidental y la musulmana, el centro neurálgico de las rutas energéticas globales, y el pausado y en apariencia inexorable auge de la India y China por tierra y por mar. Y es que el efecto resultante de la fijación estadounidense en torno a Irak y Afganistán ha sido el de acelerar el advenimiento del Siglo Asiático, no solo en los términos económicos que todos conocemos, sino también en los militares.

En los últimos tiempos, las caóticas guerras terrestres nos han impedido ver la importancia de los mares y litorales, donde se lleva a cabo la mayor parte del comercio y vive la mayor parte de la humanidad; y donde, en consecuencia, es previsible que se desarrolle en el futuro la actividad militar y económica, como ya lo hizo en el pasado. Es en las costas donde toman un aspecto vívidamente geográfico cuestiones tales como el crecimiento demográfico, el cambio climático, el ascenso del nivel del mar, la escasez de agua dulce y el extremismo político; factor este último influenciado por todos los anteriores. Aquello que el desaparecido historiador británico C. R. Boxer denominó el Asia monzónica, en la encrucijada del océano Índico y el Pacífico occidental, será el núcleo, demográfico y estratégico, del mundo del siglo XXI.1

Quinientos años atrás, Vasco de Gama desafió las tormentas y el escorbuto para rodear África, cruzar el océano Índico y alcanzar el subcontinente indio. Acerca de ese hito, escribía en el siglo XVI el poeta portugués Luís Vaz de Camões:

Esa tierra que allí la atención llama,

es la que vuestro afán tanto apetece. […]

No puede entonces contenerse Gama

de gozo, en ver que la India le aparece.2

La llegada de De Gama a la India marcó el inicio del poder occidental en Asia. El dominio marítimo portugués acabó dando paso al de otras potencias: Holanda, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, sucesivamente. Ahora, con China y la India compitiendo por los puertos y las rutas de acceso a lo largo del extremo meridional eurasiático, y con el futuro poderío de la Marina estadounidense rodeado de incertidumbre —a causa de las propias dificultades económicas del país y de la concentración de recursos que le han exigido sus guerras terrestres— es posible que el capítulo de quinientos años de preponderancia occidental esté empezando a cerrarse lentamente.

Este desplazamiento gradual del poder no podría haber llegado en un momento de mayor turbulencia para los territorios que bordean las dos mitades del océano Índico, el mar Arábigo y la bahía de Bengala: en lo alto del primero está Pakistán, en lo alto de la segunda, Birmania; ambos estados clave altamente inestables y muy poblados. Por lo común, los analistas no incluyen a estos dos países en la misma categoría, pero deberían. Y luego, por supuesto, hay que tener en cuenta todo el futuro político del mundo islámico, de Somalia a Indonesia. Además de su proximidad al océano Índico, muchas de estas regiones se caracterizan por instituciones débiles, infraestructuras tambaleantes y unas poblaciones jóvenes y descontentas tentadas por el extremismo. Y sin embargo, ellas son el futuro, mucho más que las encanecidas sociedades occidentales.

Como señaló en su día el desaparecido estudioso belga Charles Verlinden, el océano Índico «está rodeado por no menos de 37 países, que representan un tercio de la población mundial», y se extiende a lo largo de más de 80 grados de latitud y más de 100 de longitud.3 Solo puedo visitar unos pocos puntos a lo largo de la costa del Índico y ver qué está pasando actualmente con el fin de iluminar un lienzo más amplio y mostrar qué aspecto tiene sobre el terreno un mundo sin una superpotencia.

La región índica no es tan solo una geografía estimulante. Es una idea, porque proporciona una reveladora impresión visual del islam y combina la centralidad de este con las políticas energéticas globales y la importancia de las armadas mundiales, de tal modo que nos muestra un mundo multipolarizado y multiestratificado que va mucho más allá de los titulares sobre Irak y Afganistán. Y es también una idea porque nos permite ver el mundo al completo, dentro de un marco nuevo y no obstante muy antiguo, con sus propias tradiciones y características, sin tener que derivar hacia insulsas panaceas sobre la globalización.

El libro empieza con una amplia perspectiva estratégica de la región, y después me traslado a localizaciones concretas situadas a lo largo de su extenso litoral. Mi principal punto de referencia es Omán, donde analizo la historia oceánica medieval así como el legado de la primera potencia occidental, la portuguesa; también allí examino la sempiterna relación entre el mar y el desierto, y cómo uno y otro conducen a distintos caminos políticos. Tras esto, me centro en los gigantescos proyectos portuarios chinos, en el mismísimo corazón de zonas de regionalismo separatista, en el caso de Pakistán, y de rivalidad étnica, en el caso de Sri Lanka. En Bangladés, escribo acerca de la interrelación entre cambio climático, pobreza extrema y radicalismo islamista; mientras que en la India me concentro en el extremismo hindú, que está siendo superado gracias al dinamismo social y político. En Birmania, informo de la colisión entre la India y China sobre un escenario devastado y rico en recursos, y del reto que supone para potencias occidentales como Estados Unidos. En Indonesia, exploro la relación entre la democracia y un islam vibrante y sincrético, bien distinto del de Pakistán y Bangladés: porque el islam, como entendí en muchos de estos lugares, se analiza de un modo más inteligente sobre el trasfondo de una historia y un paisaje específicos. Por último, me detengo en la expansión naval china que se está produciendo en el extremo oriental del Gran Océano Índico y, en el extremo occidental, echo un vistazo a la renovación africana a través del prisma zanzibareño. En todo momento, trato de describir cómo las corrientes incesantes de cambio histórico están modelando los contornos del nuevo siglo: es el entrecruzamiento de frentes —religiosos, económicos, políticos, medioambientales— en cada uno de estos lugares, y no cada frente aislado, el que configura semejante conflicto.

El «monzón» del que hablo es más que un simple sistema tormentoso (como da la impresión a veces en el lexicón de la lengua inglesa); es también un fenómeno climático de afirmación de la vida, beneficioso y muy necesario para el comercio, la globalización, la unidad y el progreso a lo largo de los siglos. El monzón es la naturaleza en mayúsculas, un espectáculo de turbulencia que nos lleva a pensar en el efecto del medio ambiente sobre los seres humanos que viven en condiciones de hacinamiento y precariedad crecientes en lugares como Bangladés o Indonesia. En un mundo densamente interconectado, la habilidad de Estados Unidos para aprehender lo que el monzón representa en un sentido más amplio y para identificar sus múltiples implicaciones ayudará a determinar su propio futuro y el de Occidente en conjunto. Por ello, el océano Índico puede ser el lugar esencial para plantearse el futuro del poder estadounidense.

PRIMERA PARTE

1 China se expande verticalmente; la India, horizontalmente

Bahr al-Hind es como llamaban los árabes al océano en sus antiguos tratados de navegación. El Índico y sus mares tributarios conservan la impronta de aquella gran ola proselitista del islam que se propagó desde su base del mar Rojo y cruzó los meridianos hasta llegar a la India e incluso tan lejos como Indonesia y Malasia; de modo que el mapa de estas aguas es fundamental para la comprensión histórica de la fe. Se trata de una geografía que engloba, de oeste a este, el mar Rojo, el mar Arábigo, la bahía de Bengala, el mar de Java y el mar de China meridional. Aquí, en nuestros días, se encuentran las naciones asoladas por la violencia y el hambre del Cuerno de África, los desafíos geopolíticos de Irak e Irán, la resquebrajada olla a presión fundamentalista de Pakistán, la pujante economía de la India y sus vacilantes vecinos Sri Lanka y Bangladés, la despótica Birmania (sobre la que se cierne una contienda entre China y la India) y Tailandia, en la que los chinos, y también los japoneses, podrían financiar en algún momento de este siglo la construcción de un canal que inclinará a su favor el equilibrio de poder asiático. De hecho, ese canal es solo uno de los varios proyectos que hay sobre la mesa —incluyendo puentes terrestres y conductos energéticos (oleoductos y gasoductos)— con el fin de unir el océano Índico y el Pacífico occidental.

En las orillas occidentales del océano Índico tenemos las democracias emergentes y precarias del África oriental, así como la anárquica Somalia; y a más de 6.000 kilómetros de distancia, en las costas orientales, el reverso posfundamentalista de una Indonesia en plena evolución, el país musulmán con mayor número de habitantes en todo el mundo. Ninguna imagen encarna mejor el espíritu de nuestro mundo sin fronteras —con su competencia entre civilizaciones por un lado, y un intenso e inarticulado anhelo de unidad por el otro— que el mapa del océano Índico.

El agua, a diferencia de la tierra, no conserva las huellas de la historia, ningún mensaje tangible; pero el propio hecho de surcarlo y resurcarlo hace de este océano, en palabras del catedrático de Historia de Harvard Sugata Bose, un «símbolo de humanidad universal».1 Hay sistemas de comercio indios y chinos, árabes y persas, tejiendo una enorme red de vínculos comunales transoceánicos estrechados aún más a lo largo de los siglos por los vientos monzónicos y, en el caso de los árabes, persas y demás musulmanes, por el hach,2 el peregrinaje a La Meca. Es verdaderamente un océano global; sus orillas son el hogar de una aglomeración de pueblos del antiguo Tercer Mundo, ahora en desarrollo acelerado, pero no lo es de ninguna superpotencia, a diferencia del Atlántico y el Pacífico.3 Tenemos aquí el cuadrante más útil del mundo para plantearnos, con el permiso de Fareed Zakaria, un mundo postestadounidense consecuencia de la Guerra Fría y los conflictos en Afganistán e Irak.4 Aquella expresión de Rudyard Kipling, «al este de Suez» —de su poema «Mandalay» (1890), que arranca en la ciudad birmana de Moulmein, en la bahía de Bengala— está ahora más vigente que nunca, aunque puede que pocos reparen en ello.

Los mapas militares de la Guerra Fría prestaban especial aten-ción al Ártico, debido a la geografía de la Unión Soviética y a sus puertos principales. La denominada guerra contra el terrorismo del expresidente George W. Bush puso el acento en el Gran Oriente Medio, pero el mapa geopolítico del mundo sigue evolucionando. El arco de crisis se extiende por todas partes; el Ártico, cada vez más cálido, podría convertirse incluso en un escenario de contienda. Dado que el globo terráqueo es, sencillamente, un instrumento demasiado amplio para contemplarlo en detalle, lo más útil es tener en mente una imagen cartográfica específica que incluya la mayoría de los puntos conflictivos del planeta, al tiempo que nos centramos en los nexos del terrorismo, los flujos energéticos y las emergencias medioambientales como el tsunami de 2004. Del mismo modo que el lenguaje es importante, para bien o para mal —«la Guerra Fría», «el choque de civilizaciones»— también lo son los mapas. El mapa correcto nos proporciona una perspectiva espacial de la política mundial de la que se pueden deducir las tendencias futuras. Aunque los avances en el campo de las finanzas y la tecnología inviten al pensamiento global, todavía estamos a merced de la geografía, como lo atestiguan la artificialidad de Irak o de Pakistán.

Los estadounidenses en particular apenas tienen presente el océano Índico, concentrados como están, por su situación geográfica, en el Atlántico y el Pacífico. La Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría reforzaron esa predisposición, ya que tanto la Alemania nazi como el Japón Imperial, la Unión Soviética, Corea y la China comunista tenían una orientación atlántica o pacífica. Esta predisposición está integrada en la convención cartográfica: la proyección de Mercator tiende a situar el hemisferio occidental en el centro, de forma que el océano Índico queda dividido entre ambos extremos del mapa. Aun así, este es el océano al que Marco Polo dedicó prácticamente un libro entero de sus viajes hacia finales del siglo XIII desde Java y Sumatra hasta Adén y Dhofar. Aquí yace completo el arco de influencia del islam, desde el margen oriental del desierto del Sáhara hasta el archipiélago indonesio; de lo que se sigue que la lucha contra el terrorismo y la anarquía (incluyendo la piratería) se centra habitualmente en estas aguas tropicales, entre el canal de Suez y el sudeste asiático. El litoral del océano Índico, que comprende Somalia, Yemen, Arabia Saudí, Irak, Irán y Pakistán, constituye un verdadero mapa de interconexiones de Al Qaeda, así como de los grupos dispares que se dedican al contrabando de hachís y demás mercancías. De hecho, Irán ha provisto a Hamás de una ruta marítima que va del golfo Pérsico a Sudán, y desde allí, por tierra, recorre Egipto.

Aquí están también los más importantes corredores marítimos del transporte de petróleo, además de los principales cuellos de botella del comercio mundial: los estrechos de Bab el-Mandeb, Ormuz y Malaca. El 40% del crudo que se transporta por mar atraviesa el estrecho de Ormuz, a un lado del océano, mientras que en el otro, el estrecho de Malaca acoge el 50% de la capacidad de carga de la flota mercante mundial, lo que hace del océano Índico el centro interestatal más activo e importante del globo.

A lo largo de la historia, las rutas marítimas han sido más importantes que las terrestres, de acuerdo con el estudioso de la Universidad de Tufts Felipe Fernández-Armesto, porque permiten transportar más mercancía de un modo más económico.5 La ruta marítima de la seda que unía Venecia y Japón cruzando el océano Índico era tan importante en la época medieval y moderna como la ruta de la seda propiamente dicha, que recorría Asia central. «Quienquiera que sea el señor de Malaca tiene entre sus manos la garganta de Venecia», decía el dicho;6 y un proverbio aseguraba que, si el mundo era un huevo, Ormuz era su yema.7

Hoy en día, según algunos informes, el 90% del comercio intercontinental y los dos tercios de todo el suministro petrolero viajan por mar. En último término, la globalización depende de contenedores de carga, y el océano Índico responde de la mitad del tráfico mundial. Es más, el rimland índico que va de Oriente Medio al Pacífico concentra el 70% del tráfico total de derivados del petróleo.8 Las rutas oceánicas de los buques petroleros que unen el golfo Pérsico con el sur y el este de Asia están empezando a saturarse, pues cientos de millones de indios y chinos se han incorporado a la clase media global y ello supone un enorme consumo de petróleo. Las necesidades energéticas globales habrán aumentado en un 50% en el año 2030, y casi la mitad de la demanda provendrá de China y la India.9 Esta última —que en breve se convertirá en el cuarto consumidor energético mundial, por detrás de Estados Unidos, China y Japón— depende del petróleo para responder a más del 90% de sus necesidades de energía, y el 90% de ese petróleo, procedente del golfo Pérsico, pronto llegará a través del mar Arábigo.* Es más, antes de 2025, la India ocupará el lugar de Japón como tercer importador neto de petróleo, por detrás de Estados Unidos y China.10 Y puesto que el país debe satisfacer a una población que será la más numerosa del mundo antes de mediados de siglo, sus importaciones de carbón desde Mozambique, al sudoeste del océano Índico, están llamadas a incrementarse drásticamente, sumándose al que la India importa ya de países índicos como Sudáfrica, Indonesia y Australia. En el futuro, los barcos con destino a la India cargarán también con enormes cantidades de gas natural licuado, que recorrerán la mitad oeste del océano Índico en su camino desde África del sur, al tiempo que proseguirán las importaciones de gas desde Catar, Malasia e Indonesia. Así es como la pobreza africana será parcialmente mitigada: no tanto por la ayuda exterior de Occidente, como por un sólido comercio con las zonas más ricas del antiguo Tercer Mundo.

Y luego tenemos a China, cuya demanda de crudo se duplicó entre 1995 y 2005 y volverá a hacerlo a lo largo de los próximos diez o veinte años, ya que para el 2020 estará importando 7,3 millones de barriles de crudo al día, la mitad de la producción estimada de Arabia Saudí.† Más del 85% de ese petróleo rumbo a China abandonará el océano Índico a través del estrecho de Malaca: esa es la razón por la que China está desesperada por encontrar rutas energéticas alternativas hacia el Pacífico, así como rutas terrestres vía Asia central, Pakistán y Birmania.11 La sed combinada de petróleo procedente del golfo Pérsico por parte de China, Japón y Corea del Sur ya ha convertido el estrecho de Ma-laca en el punto de encuentro de la mitad de los flujos de petróleo y de cerca de una cuarta parte del comercio mundial.12

«Ningún océano está más necesitado de una estabilidad estratégica que el Índico, que tal vez sea el que más armamento nuclear posee de los siete mares», apunta el analista de defensa Thomas P. M. Barnett. «Entre las potencias nucleares cuyas armadas navegan por este océano están Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia, China, la India, Pakistán e Israel.»13

El océano Índico es donde la rivalidad entre Estados Unidos y China en el Pacífico se entrelaza con la rivalidad regional entre China y la India, y también con la lucha de Estados Unidos contra el terrorismo islamista en Oriente Medio, que incluye la tentativa estadounidense de contener a Irán. A menudo, cuando la Marina estadounidense ha bombardeado Irak o Afganistán, lo ha hecho desde el océano Índico. Las fuerzas aéreas de Estados Unidos controlan Irak y Afganistán desde bases situadas en el golfo Pérsico, y desde la isla de Diego García, en pleno centro del océano. Cualquier ataque estadounidense sobre Irán —y las sacudidas posteriores en relación al flujo de petróleo— llevarán el matasellos del océano Índico; y lo mismo para las respuestas ante cualquier agitación en Arabia Saudí o en el atestado y árido polvorín del Yemen, que aloja a 22 millones de habitantes y 80 millones de armas de fuego.

La nueva estrategia marítima de la Marina estadounidense, revelada en octubre de 2007 en la Escuela de Guerra Naval de Newport, Rhode Island, afirma tácita y explícitamente que, en adelante, la Marina procurará establecer una presencia sostenida y proactiva en el océano Índico y el Pacífico occidental adyacente, pero mucho menos en el Atlántico. El comunicado del Cuerpo de Marines presentado en junio del 2008, que lleva por título «Visión y estrategia» y cubre el periodo hasta el 2025, también concluye en lenguaje cristalino que el océano Índico y sus aguas colindantes serán un escenario central de conflictos y disputas. Junto con su continuado dominio sobre el Pacífico, Estados Unidos busca de manera manifiesta ser la potencia preeminente de Asia meridional. Esto marca un giro de trascendencia histórica que se aleja del Atlántico norte y Europa. Puede que Estados Unidos no controle los acontecimientos dentro de la gran «caja de arena» de Oriente Medio pero, como sugiere el analista militar Ralph Peters, lo compensarán tratando de controlar las puertas de entrada y de salida de esa caja de arena: los estrechos de Ormuz y Bab el-Mandeb, cuellos de botella donde la presencia naval de la India y de China se expandirá junto con la estadounidense.

Las aspiraciones de China y la India de alcanzar el estatus de gran potencia, así como su deseo de una seguridad energética, las han obligado a «redirigir su mirada de la tierra a los mares», escriben James R. Holmes y Toshi Yoshihara, profesores asociados de la Escuela de Guerra Naval estadounidense. Mientras tanto, como señalan también Holmes y Yoshihara, quedan «dudas persistentes acerca de la sostenibilidad de la primacía estadounidense en alta mar», algo que ha garantizado durante décadas la estabilidad marítima del comercio y que, por consiguiente, se ha dado por hecho y de lo que ha dependido la propia globalización.14 Si estamos adentrándonos en una etapa de la historia en la que varias naciones compartirán el dominio de alta mar —en lugar de una sola, como en el pasado reciente—, entonces el océano Índico será el escenario central de esta configuración más dinámica e inestable.

Mientras que China busca expandir su influencia verticalmente, es decir, extendiéndola hacia las cálidas aguas índicas del sur, la India trata de hacerlo horizontalmente, expandiéndose a este y oeste, hasta las fronteras de la India victoriana, en paralelo al océano Índico. Según cierta información, el presidente chino Hu Jintao se lamentaba de la vulnerabilidad de sus corredores marítimos y se refirió a este asunto como «el dilema de Malaca»: la dependencia del angosto y vulnerable estrecho de Malaca para las importaciones de petróleo de la que China debe escapar de algún modo.15 Es un miedo antiguo, ya que el mundo de la dinastía Ming quedó desbaratado en 1511, cuando los portugueses conquistaron Malaca. En el siglo XXI, escapar del dilema Malaca supone, entre otras cosas, acabar usando los puertos indios para transportar petróleo y otras mercancías energéticas por carretera y por oleoductos que condujeran al norte, al corazón de China, de modo que los buques petroleros no tuvieran que atravesar el estrecho de Malaca para llegar a su destino. Este es solo uno de los motivos por los que China desea tan desesperadamente integrar a Taiwán en sus dominios, porque desde allí podría redirigir sus fuerzas navales hacia el océano Índico.16

Esta estrategia militar china en el océano Índico, conocida como el «collar de perlas», incluye la construcción de un gran puerto y un puesto de escucha en la ciudad pakistaní de Gwadar, en el mar Arábigo, donde los chinos podrían monitorizar el tráfico naval del estrecho de Ormuz. También podrían utilizar otro puerto en Pakistán, en la ciudad de Pasni, a unos 120 kilómetros al este de Gwadar y unida a esta por una nueva autopista. En Hambantota, en la costa sur de Sri Lanka, los chinos parecen estar construyendo para sus barcos el equivalente a una estación carbonífera en la era del petróleo. En el puerto bangladesí de Chittagong, en la bahía de Bengala, algunas compañías chinas han participado activamente en el desarrollo de la terminal para contenedores de carga, a la que China podría querer tener también acceso naval. En Birmania, donde los chinos han entregado miles de millones de dólares en ayuda militar a la junta gobernante, Pekín está construyendo y modernizando bases navales y comerciales; construyendo carreteras, canales navegables, oleoductos y gasoductos que enlazan la bahía de Bengala con la provincia china de Yunnan, y operando desde instalaciones de vigilancia situadas en las islas Coco, en plena bahía de Bengala.17 Varios de estos puertos se encuentran más cerca de ciudades del centro y el oeste de China de lo que estas se encuentran de Pekín o Shanghái, y podrían, mediante carreteras norte-sur y conexiones ferroviarias, ayudar a liberar la economía de China central, sin salida al mar. China se está moviendo hacia el sur y hacia el oeste, como lo prueba el deseo de construir una vía ferroviaria aparentemente improbable que uniría —a través de algunos de los terrenos más elevados del planeta— sus provincias más occidentales con la región productora de cobre al sur de Kabul, en Afganistán.

Por descontado, hay que ser extremadamente cuidadosos a la hora de juzgar las acciones de China en esta región. Lo que los chinos tienen verdaderamente planeado para el océano Índico está todavía poco claro y abierto a debate. En Washington algunos se muestran escépticos ante la misma noción de la estrategia del collar de perlas. La creación declarada de bases no concuerda con la visión antihegemónica y benevolente que China tiene de sí misma. Los chinos raramente buscan el control directo, sino que se mantienen al margen, como en el caso de Gwadar, donde la Autoridad Portuaria de Singapur se prepara para dirigir las instalaciones a lo largo de las próximas décadas. (Aunque, como me dijo un funcionario singapurense, su país es pequeño y por tanto no representa ninguna amenaza para China en Gwadar.) Muchos de los oleoductos y gasoductos que partirían de estos puertos atravesarían zonas en la actualidad políticamente inestables, por lo que China no tiene ninguna prisa por llevar adelante algunos de estos proyectos. Es más, debido en parte a preocupaciones en torno a su seguridad, los chinos han dejado aparcada una refinería costera de miles de millones de dólares en Gwadar. En cualquier caso, a la vista de las limitaciones geográficas y de los lazos históricos que unen a China con la región índica, en los cuales profundizaré más adelante, es evidente que algo está pasando. Lo crucial no son los proyectos de construcción de puertos per se, porque todos ellos están motivados por la realidad del desarrollo local y solo de un modo secundario atañen a China. Lo que es verdaderamente interesante y merece atención es el deseo de China de acceder a los modernos puertos de aguas profundas de los países amigos situados a lo largo de toda la franja sur de la frontera eurasiática, donde se ha hecho una inversión considerable en ayudas económicas y acercamientos diplomáticos, lo que ha reforzado la presencia de Pekín en las líneas marítimas de comunicación del océano Índico. La custodia de estas rutas constituye en los círculos de poder chinos un argumento de persuasión burocrático a favor de una armada de alta mar en el océano.18 La auténtica lección aquí es la sutileza del mundo en el que estamos entrando, del cual el océano Índico proporciona un testimonio de primer orden. En lugar de las bases militares fortificadas de la Guerra Fría y épocas anteriores, habrá instalaciones de doble uso, civil y militar, en las que los acuerdos serán más implícitos que explícitos y por completo determinados por la salud de la relación bilateral en cuestión.

El objetivo a largo plazo de China de estar presente en el océano Índico con el fin de proyectar su poder y de proteger su flota mercante y energética queda patente en la fastuosa y publiquí-sima conmemoración de la figura histórica del siglo XV Zheng He, el explorador y almirante de la dinastía Ming que surcó los mares entre China y las Indias Orientales, Ceilán, el golfo Pérsico y el Cuerno de África. Zheng He, un eunuco musulmán de origen mongol —que había sido capturado y castrado de niño para servir en la Ciudad Prohibida y fue escalando rangos— llevó su Flota del Tesoro, formada por centenares de barcos y nada menos que treinta mil hombres (incluyendo médicos, intérpretes y astrólogos)— hasta las orillas de Oriente Medio para comerciar, reclamar tributos y exhibir la bandera.19 El renovado énfasis de China sobre la figura y la vida de este explorador del Índico afirma, en efecto, que estos mares han formado siempre parte de su zona de influencia.

Al mismo tiempo que China se reafirma, la India está tratando de aumentar su influencia regional desde Oriente Medio al sudeste asiático. La primera visita oficial que realizó el almirante indio Sureesh Mehta, antiguo jefe del Estado Mayor naval, fue al oeste, a los países del golfo, donde está floreciendo el comercio con la India. Y al tiempo que el país vive un boom, también lo hace el comercio con Irán y con un Irak en proceso de recuperación. Pensemos en la India e Irán, dos estados costeros, uno dominando el Asia meridional y el otro Oriente Medio. Los estadounidenses no están acostumbrados a verlos en la misma categoría pero, en un nivel crucial, lo están. Irán, como Afganistán, se ha convertido para la India en una estratégica base de retaguardia contra Pakistán, así como en un futuro socio energético. En 2005, la India e Irán firmaron un contrato billonario por el cual el segundo suministrará anualmente a la India 7,5 millones de toneladas de gas natural licuado durante 25 años.20 Aunque nunca ha sido plenamente ratificado, el acuerdo está sobre la mesa y es probable que salga adelante en un futuro cercano. De igual modo, ha habido conversaciones en torno a un conducto energético que uniría Irán y la India a través de Pakistán, un proyecto que supondría un gran paso para la estabilización de las relaciones indo-pakistaníes y también para unir estrechamente Oriente Medio y Asia meridional. La India también ha estado ayudando a Irán en el desarrollo del puerto de Chah Bahar, en el mar Arábigo. Esta es otra de las razones por las que el propósito estadounidense de aislar Irán es inalcanzable. En el pasado, el poder estadounidense se apoyaba en las divisiones en Eurasia, por lo que no pocos países tenían que recurrir a Washington para ver satisfechos sus intereses. Pero la tendencia a largo plazo ahora es la de una mayor integración, lo cual dejará a Estados Unidos hasta cierto punto fuera de juego.

A menudo se olvida que durante cientos de años la India ha disfrutado de estrechos vínculos económicos y culturales con las costas persas y árabes del golfo. Aproximadamente 3,5 millones de indios trabajan en países pertenecientes al Consejo de Cooperación del Golfo, y envían anualmente a sus hogares 4.000 millones de dólares. Uno de los estímulos principales para el refuerzo marítimo que está llevando a cabo la India en el océano Índico es la humillación que supuso la incapacidad de su armada a la hora de evacuar a los ciudadanos indios de Irak y Kuwait durante la crisis del golfo en 1990-1991.21

Paralelamente, la India está ampliando sus lazos militares y económicos con Birmania, al este. La India democrática no se puede permitir el lujo de desdeñar a la autoritaria Birmania, pues este vecino es rico en recursos naturales y amenaza con caer bajo el control absoluto de China si la India se mantiene al margen sin hacer nada. De hecho, la India espera que un entramado de carreteras este-oeste y conductos energéticos le permita ejercer cierto poder blando sobre el antiguo territorio del Raj, que comprendía Pakistán, Bangladés y Birmania. Pero la competencia entre China y la India, provocada por la expansión y el solapamiento de sus áreas de influencia política y comercial, se disputará más en la esfera naval que en la terrestre. Cuando era el director del Departamento de Logística del Estado Mayor Naval chino, Zhao Nanqi declaró: «No podemos seguir asumiendo que el océano Índico sea un océano solo para los indios».22 Esta postura se aplica particularmente a la bahía de Bengala, donde ambas naciones tendrán una presencia marítima considerable, debido a su proximidad a Birmania y a las islas Andamán y Nicobar, cerca de la entrada del estrecho de Malaca y pertenecientes a la India. Por contra, la dependencia mutua de China y la India en los mismos corredores marítimos también podría conducir a una alianza entre ellas que, en ciertas circunstancias, podría ser implícitamente hostil hacia Estados Unidos. En otras palabras, será en el océano Índico donde se revelarán las dinámicas globales de poder. Junto con el contiguo Oriente Próximo y Asia central, constituye el nuevo Gran Juego geopolítico.

La Guerra Fría impuso una dicotomía artificial en los estudios de área en los que Oriente Medio, el subcontinente indio y el cinturón del Pacífico aparecían como entidades separadas. Pero a medida que la India y China devienen más integralmente conectadas con el sudeste asiático y Oriente Medio a través del comercio, la energía y los acuerdos de seguridad, el mapa de Asia está resurgiendo como una única entidad orgánica, tal y como lo era en épocas anteriores de la historia y como queda ahora de manifiesto en un mapa del océano Índico.

Un mapa tal, en el que las regiones artificiales se disuelven, incluye también el territorio sin salida al mar de Asia central. Mientras los chinos llevan adelante un puerto de aguas profundas en Gwadar, en el Baluchistán pakistaní, a apenas 150 kilómetros al oeste, en el golfo de Omán —como ya he mencionado—, los indios hacen lo propio junto a rusos e iraníes en el de Chah Bahar, situado en el Baluchistán iraní, que es ya una base de avanzada de la armada de Irán. (Los indios también han impulsado una nueva carretera entre Chah Bahar y la provincia afgana sudoccidental de Nimruz.) Tanto Gwadar como Chah Bahar, emplazados en las más importantes rutas marítimas cercanas al golfo —y entre los cuales podría esperarse una fiera competencia— tal vez estén unidos algún día por redes secundarias y conductos energéticos con las regiones ricas en petróleo y gas natural de Azerbaiyán, Turkmenistán y demás repúblicas exsoviéticas ubicadas en el corazón de la masa continental eurasiática. Y la India, con su ayuda a la construcción de una autopista que conecta la principal carretera de circunvalación afgana y los puertos iraníes, muy posiblemente haya puesto fin a la dependencia afgana de Pakistán para acceder al mar. Es el acceso al océano Índico lo que determinará la política futura de Asia central, de acuerdo con S. Frederick Starr, un experto en la zona de Asia central de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, en Washington D. C. Sin duda alguna, parte del atractivo de Irán para la India se debe a que es un estado de paso factible hacia el gas de Asia central. Además, los puertos indios y pakistaníes han sido promocionados como «centros de evacuación» para el petróleo del mar Caspio.23 Así, el destino de países tan alejados del Índico como Kazajistán o Georgia —bien ricos en hidrocarburos, bien zonas de paso para estos— está ligado al océano.

Un país particularmente crucial a este respecto es Afganistán, por el que tal vez circule algún día el gas natural del yacimiento de Dauletabad, en Turkmenistán, en dirección a las ciudades y puertos de la India y Pakistán. Eso sin tener en cuenta el resto de rutas energéticas entre Asia Central y el subcontinente que tienen a Afganistán justo en su centro. En consecuencia, estabilizar Afganistán es un asunto que va mucho más allá de las guerras antiterroristas contra Al Qaeda y los talibanes; se trata de asegurar la prosperidad futura de todo el sur de Eurasia, como lo es encaminar a la India y Pakistán hacia una coexistencia pacífica mediante unas rutas energéticas compartidas.

La clave es que, dado que no solo la población asiática sino también la africana continúan aumentando y prosperando gracias al crecimiento de la clase media, las rutas comerciales y energéticas brotarán en todas direcciones, tanto por tierra como por mar, y darán lugar a una multiplicidad de organizaciones y alianzas. Este es el motivo por el que el mapa del océano Índico en el siglo XXI se diferencia de manera tan radical del de Europa y el Atlántico norte en el siglo XX. Este ilustraba al mismo tiempo una amenaza particular y un concepto: la Unión Soviética. El objetivo era simple: defender Europa Occidental del Ejército Rojo y mantener confinada a la armada soviética cerca del casquete polar. Puesto que la amenaza era unívoca y Estados Unidos, la potencia suprema, su Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) se convirtió en la que podría considerarse la alianza más exitosa de la historia. Por supuesto, uno podría concebir una OTAN para el océano Índico, incluyendo Sudáfrica, Omán, la India, Pakistán, Singapur y Australia, con las mismas riñas entre la India y Pakistán que tenían en la OTAN Grecia y Turquía. Pero semejante idea encarna un modelo antiguo que no acaba de aprehender el significado de todo lo que representa la imagen cartográfi-ca del océano Índico.

Aunque pueda formar una unidad histórica y cultural, en términos estratégicos el océano Índico no tiene un único punto central —como tampoco lo tiene el resto del mundo que vamos a heredar— sino muchos. El Cuerno de África, el golfo Pérsico, la bahía de Bengala, etcétera, están sometidos a amenazas particulares, con contrincantes distintos en cada ruedo. Y están además las amenazas trasnacionales del terrorismo, las catástrofes naturales, la proliferación nuclear y la anarquía. Cualquier alianza futura en el océano Índico será como la alianza de la OTAN actual: más laxa y menos unidireccional que durante los años de la Guerra Fría. Pero, teniendo en cuenta el tamaño de este océano —que se extiende a lo largo de siete husos horarios y casi la mitad de las latitudes del globo— y la relativa lentitud con la que se mueve un barco, puede resultar complicado que una armada internacional logre siquiera llegar a una zona de conflicto en un lapso adecuado. Olvidamos fácilmente que la razón principal por la que Estados Unidos tuvo un papel tan destacado en las labores de socorro de 2004 y 2005 tras el tsunami en las costas indonesias de la bahía de Bengala fue que tenía allí cerca un grupo de combate de la armada equipado con portaaviones. Si ese grupo, el Abraham Lincoln, hubiese estado en la península de Corea, adonde se dirigía, la respuesta estadounidense ante el tsunami no habría sido tan idónea. Esto es por lo que un modelo de alianza única es una forma desfasada de ver el mundo.

En su lugar, es más productivo pensar en una multiplicidad de alianzas regionales e ideológicas en diferentes áreas del océano y sus estados litorales. Ya existen muestras de ello. Las armadas de Tailandia, Singapur e Indonesia, con la ayuda de la Marina estadounidense, se han aliado para prevenir la piratería en el estrecho de Malaca. Las de la India, Japón, Australia, Singapur y Estados Unidos —todos ellos democracias— han realizado maniobras conjuntas en la costa Malabar, al sudoeste de la India: un reproche implícito hacia los planes de China para el océano; aunque las armadas de la India y China también han realizado maniobras conjuntas cerca de la ciudad china de Kunming, al sur del país. Un destacamento naval combinado, formado por estadounidenses, canadienses, franceses, holandeses, británicos, pakistaníes y australianos, patrulla permanentemente frente al Cuerno de África en un esfuerzo por contener la piratería.

El sistema estratégico del océano Índico ha sido comparado por el vicealmirante John Morgan, antiguo Jefe Adjunto de Operaciones Navales, con el sistema de taxis de la ciudad de Nueva York: no existe un controlador central —ni unas Naciones Unidas ni una OTAN—, y son las fuerzas del mercado las que dirigen la seguridad marítima; las coaliciones surgirán allí donde los corredores marítimos necesiten ser protegidos, del mismo modo que se presentan más taxis cerca de los teatros antes y después de las representaciones.

Ninguna región domina, si bien la Marina de Estados Unidos sigue siendo la hegemónica en los mares. Como me dijo un comodoro australiano: imaginemos un mundo con un sistema de bases marítimas descentralizadas y en red, sustentado por Estados Unidos, que establece diferentes alianzas para diferentes escenarios; bases que a menudo parecen plataformas petrolíferas, desperdigadas desde el Cuerno de África hasta Indonesia, a las que las fragatas y destructores de diversos países pueden conectarse como dispositivos enchufables.

Las fuerzas armadas estadounidenses, por su mero tamaño y su capacidad de desplegarse rápidamente, seguirían siendo indispensables, aun si el propio Estados Unidos tiene un rol político más modesto y otras naciones, antes pobres, crecen y se apoyan mutuamente. A fin de cuentas, este es un mundo en el que materias primas de Indonesia se manufacturan como componentes en Vietnam y son provistas de software de Singapur, con la financiación de los Emiratos Árabes Unidos: un proceso que depende de la seguridad de las rutas marítimas que defienden Estados Unidos y diversas coaliciones navales. Puede que el océano Índico no tenga un enfoque unitario, como lo tenía la amenaza soviética en el Atlántico, o el desafío de una pujante China en el Pacífico, pero ciertamente constituye una reproducción a escala del sistema global.

Y no obstante, irónicamente, dentro de este microcosmos con un sistema global interconectado de forma radical, el nacionalismo seguirá prosperando. «Nadie en Asia quiere compartir soberanía», escribe Greg Sheridan, redactor jefe de internacional de The Australian: «Los políticos asiáticos se han criado en escuelas inflexibles y rodeados de vecinos inflexibles. Valoran el poder inflexible; la posición de Estados Unidos es mucho más fuerte en Asia que en ninguna otra parte del mundo».24

En otras palabras, no confundamos este mundo con el de las Naciones Unidas, que en cualquier caso es, en parte, un viejo constructo en el que hay un asiento para Francia en el Consejo de Seguridad pero no para la India. La India, Japón, Estados Unidos y Australia enviaron barcos a toda máquina hacia las zonas afectadas por el tsunami de diciembre de 2004 en Indonesia y Sri Lanka sin informar previamente a la ONU.25 La configuración superpuesta de conductos energéticos y rutas terrestres y marítimas conducirá más bien a una política de equilibrio de poderes al estilo de Metternich que a un posnacionalismo kantiano. Un mundo no occidental con una asombrosa interdependencia, y no obstante ferozmente celoso de su soberanía, con ejércitos que crecen a la par que las economías, se está tejiendo con tensos hilos en el Gran Océano Índico. Martin Walker, director sénior del Consejo de Política Comercial Global de A. T. Kearney, escribe:

La combinación de la energía y la financiación de Oriente Medio; las materias primas y los recursos alimenticios aún por explotar de África, y las mercancías, servicios, inversiones y mercados de China y la India parece ser algo más que una mera asociación a tres bandas recíprocamente provechosa. El comercio genera riqueza, y con la riqueza vienen los medios para comprar influencia y poder. Las grandes potencias de Europa surgieron en un primer momento en torno al Mediterráneo; un comercio mayor a través del Atlántico, y del Pacífico después, produjo estados nuevos más ricos y poderosos; del mismo modo existen sólidas perspectivas de que las potencias del océano Índico crezcan a su vez en influencia y ambición.26

Así que este océano está una vez más en el corazón del mundo, como lo estaba en los tiempos antiguos y medievales. Para reflexionar sobre su historia, y explorar el océano parte por parte, empecemos con Omán.

*El golfo Pérsico alberga el 57% de las reservas mundiales de crudo.

†En enero de 2004, la Corporación Petroquímica de China (Sinopec) firmó un contrato con Arabia Saudí para la exploración y explotación de gas natural en un área de casi 40.000 km2 situada en el Cuarto Vacío, en el sur del país. La polución atmosférica se está convirtiendo en un problema cada vez más serio en China a causa de los combustibles de origen fósil, por lo que se recurrirá al gas natural, más limpio. Geoffrey Kemp, «The East Moves West», National Interest, verano 2006. En cualquier caso, el consumo de petróleo en China está creciendo a un ritmo siete veces superior al de Estados Unidos.Mohan Malik, «Energy Flows and Maritime Rivalries in the Indian Ocean Region», Asia-Pacific Center for Security Studies, Honolulu, 2008.

SEGUNDA PARTE

2 Omán está en todas partes

La costa sur de la península Arábiga está cerca de un páramo de colores ígneos, con llanuras empequeñecedoras y vertiginosas formaciones afiladas de dolomía, caliza y esquisto. Playas amplias y desiertas se suceden en toda su grandeza inmaculada a lo largo de cientos de kilómetros. La mano del hombre parece verdaderamente ausente. El mar, aun cautivador, no muestra ningún rasgo que estimule la memoria histórica, así que el intenso turquesa de las aguas sugiere poco más que una latitud tropical. Pero los vientos sí cuentan una historia. Los vientos del monzón que atraviesan el Índico, generalmente al norte del ecuador, son tan predecibles como un reloj: soplan de nordeste a sudoeste y de norte a sur, y se invierten en periodos regulares de seis meses, en abril y en octubre. Así han hecho posible desde la antigüedad que los barcos cubrieran relativamente rápido grandes distancias, con la certeza, tal vez tras una larga ausencia, de que volverían a sus hogares casi tan rápido.*

Por supuesto, no siempre es tan sencillo. Mientras que el monzón del nordeste, en palabras del avezado marino australiano e infatigable viajero del Índico Alan Villiers, «es tan amable, claro y templado como los vientos alisios [...], el del sudoeste es una estación mucho más adversa». Así que en ocasiones, en ciertas zonas del océano, los barcos tenían que utilizar el monzón del nordeste para sus trayectos en direcciones. Pero los árabes, persas e indios podían lidiar con ello, gracias a sus enormes velas latinas, tendidas a barlovento en un ángulo de entre apenas 55 y 60 grados respecto al suave viento nordeste contrario; navegando justo contra él, en otras palabras. Esto casi los iguala a los yates modernos, y constituyó un logro técnico considerable. Su importancia radicaba en que permitía alcanzar la costa Malabar del sudoeste indio desde el sur de Arabia navegando en línea recta, aunque esto implicase la incomodidad de lo que los marinos llaman «hurtar el viento».

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