No pienses tanto las decisiones - Alejandro Rozitchner - E-Book

No pienses tanto las decisiones E-Book

Alejandro Rozitchner

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Beschreibung

No pienses tanto las decisiones es un libro de filosofía no convencional. Con una prosa que es a la vez un diario de vida y pensamiento, y un ejercicio de asociación libre y humor, Alejandro Rozitchner ofrece una visión del mundo original y afirmativa. En el camino, muchas de las ideas que el sentido común asume como referencias infaltables son descartadas y suplantadas por otras, más adecuadas a la época y a las transformaciones que han dado lugar a nuestra experiencia de vida actual. En lugar de proponer una mirada severa e insatisfecha respecto de la realidad, estas páginas invitan a la valoración y al desarrollo de lo posible. No pienses tanto las decisiones es a la vez un libro inteligente y divertido, escrito con arte y sorpresa.

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Seitenzahl: 364

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Índice de contenido
Portada
Portadilla
Legales
me desperté y era miércoles
puse estanterías
la teoría debe ser clara
desayunando con el fantasma
la inocencia del sarcástico
sexo virtual
el misterio del celu olvidado
no agotar los temas
flor de catarsis
el pensamiento no conduce
es lo que hay
discurrimos
Hitoshi dónde estarás
la iniciativa
contra el prolegómeno
la batalla del gusto
la lista del método
naturaleza y cultura
no hay flagelo solito
el motorman atroz
el infinito humano
mala conciencia
escribo sentado atrás
dormía y pensaba
dejarse capturar
estaba lejos
quiero leer y leer
decir cosas sin explicar
la tromba
el solaz del calvo
el licenciado eléctrico
no hay que pensar de noche
el futuro de Inés Perado
arrójese a los hormigueros
este trabaja y ese es artista
ce que je crois (manifiesto)
seré curioso, y breve
ahorita
antes sí, ahora no
Jaimito Calamaro
viste cómo son los hombres
alimento para tu mente podrida
casamiento boliviano en el hospital
permisito
la joda que se hizo carne
tudú, el africano planificador
alcohólica humanidad
el destino del pollo
método para elegir pareja
cama gramajo
barbijos para no ser
polvos invisibles
neo hippie guau guau
lo pedís no lo tenés
Landriscina y Mesa
guiensó productions
¡Cortala Google!
el partenaire invisible
desplazo cañazo
ponete de perfil
truco y pesto
la indecisión del decidido
nosotros, que nos queremos tanto
la claridad del coso
boludos de sal y boludos de azúcar
te toco tocame
cualquier cosa no existe
el grito de las librerías
sigue, sigue, no pares, sigue, sigue…
lista de esfera
idiota sería, madre
aún no te siento
quereme, dale
el nene lacaniano
mal humor ruso
neurosis de entrenamiento
¿invadir yo? de ninguna manera…
salí de aquí (Lennon)
doctor, me duele
la loca que te agarra
filósofo lamparita
queda latam
deriva de momentos
jajaja
reiterada autofagosis de la idea
ven, te daré alimento
la difícil vida del bicho
el bolso fundamental
no puede evitarse el placer
abúrreme, oh Héctor
la dura timidez
siento la faringe
el mantra de fierro
he visto arder las nubes he visto
inmerdo
gata considerable
son cosas que pesan
estudian humanidades
lo nene
responsabilidad es hacerse cardo
las palabras demasiado
el eterno telépata
fui a la cocina y allí estaba yo
podría estar mejor
escapemos de la Norma
Agradecimientos

Rozitchner, Alejandro

No pienses tanto las decisiones / Alejandro Rozitchner. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Galerna, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-950-556-941-0

1. Ensayo Filosófico. I. Título.

CDD 199.82

© 2023, Alejandro Rozitchner

©2023, RCP S.A.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopias, sin permiso previo del editor y/o autor.

ISBN 978-950-556-941-0

Primera edición en formato digital: abril de 2023

Versión: 1.0

Digitalización: Proyecto 451

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Diseño de tapa e interior: Pablo Alarcón | Cerúleo

Foto de tapa: Luciano Menardo

A Cristina Micozzi

me desperté y era miércoles

Me desperté recién y era hoy. Siempre pasa. Miércoles. Miércoles de ceniza, de tengo cosas que hacer, de me siento bien, de se me ocurren cosas. De las voy a anotar para que no se me escapen.

Soñé que estaba en una librería nueva, hermosa, fragante, llena de libros en inglés y en francés. Tenían lo que quieras. Revistas importadas. Había un juego también, un cuadrado en el piso con cuatro esquinas. Me paré en una de ellas y dije soy el que inventa, puedo inventar lo que se me dé la gana.

Miércoles de sacapuntas y de pandemia. De no prendamos la compu todavía, de dejame escribir un poco a mano, volver a la prehistoria, ser un rato el primer hombre que hace fuego con palitos, que rasga renglones con una pluma de albaricoque. (¡¿Eh?!) Miércoles frío, de abrazo inicial, de mañana que encarna la disposición tentadora del día.

Algo gotea en el baño como gotean nuestras conciencias emitiendo las perspectivas al vivir, dando forma hora a hora. Todo es de entrecasa, vivimos en un mundo de adentros, de afueras representados en pantallas y mensajes, de whatsapps y videos, de libros y ejercicios, de café o té y de regar las plantas.

Me encanta la expresión “agarré y…”. Agarré y le dije: ¡no podés!… Y entonces el tipo agarra y se va… Me gusta también la gente que cuenta así los diálogos. Le dije me dijo le dije me dijo le dije.

Mientras escribo esto, chateo con un amigo. Me cuenta de su frustración. Pobre, ¿qué le pasa?, dirán ustedes. Nada le pasa. Le va bien en la vida, tiene mujer, hijos, los quiere, lo quieren, es inteligente, agradable, talentoso, trabaja bien. Pero tiene “frustración”. Todos tenemos. Por momentos tenemos más o tenemos menos. Se ceba consigo, se ceba, mi amigo. Mi analista lo señala: a veces el síntoma es el pensamiento, la autoconciencia. Siente que debería X o Y, pero en cambio Z. Nos pasa a todos, por momentos más y por momentos menos. Nos pasa eso o algo en esa línea. O en otra línea, pero siempre nos pasa algo.

Retomar. A veces uno no sabe por dónde retomar. Lo mejor que hay que hacer es no retomar. Dejar que el pensamiento y su decir fluyan como el agua fluye por las acequias en Mendoza. ¡Qué frescor en ese correr transparente, qué distinto el obtuso emperramiento que nos agarra con las esencias!

puse estanterías

El tema con los estantes es que si uno pone muchos está muy cómodo y muy cómodamente acumula también más cosas. El estante es un recurso para el engorde del material de vida. (Qué lindo llamarlo así, concepto para designar todas las cosas que uno usa. O que no usa, pero tiene). Es la vía Marie Kondo. También existe David Allen, gurú del orden y la productividad personal, autor de Getting things Done, título tan valioso como el Qué hacer de Lenin, que promete –como siempre la izquierda– lo que nunca da. Títulos fundamentales.

El otro día uno de mis hijos me preguntó qué era ser marqués. Uno entiende las cosas cuando las explica, y también por eso los chicos te hacen madurar, porque tenés que explicarles todo. Al trazar su camino la explicación va estableciendo puentes entre ideas, haciendo avanzar el trabajo de complejización pensada de la realidad. ¿Pero en qué quedamos? ¿Ponemos estantes o explicamos, hay que simplificar o complejizar? Ser marqués es llamarse Marcos y ser francés.

La simplificación que aporta el estante es que en vez de todo sobre la mesa y la mesa fuera de uso, todo eso lo ponemos ahí arriba y la mesa queda libre. Ok. Pero después hay que mantenerla libre. Es la lucha por la mesa, que suele ser uno de los campos de batalla de uno contra sí mismo. Puse los estantes, pero no son para acumular de nuevo cosas que corten nuevamente el flujo de los hechos. (Así como hay flujos de información, hay flujos de acontecimientos en las rutinas y bueno es hacerlos ligeros y fáciles).

La pregunta “¿esto lo guardo o lo tiro?” hace entrar en la vida del hogar la referencia a la serie “Los acumuladores”. Me veo en veinte años rescatado de un departamento abarrotado (aunque en los hechos no junto cosas, es más una fantasía de apocalipsis personal, cada uno tiene las suyas –lindo tema para una investigación creativa, las imágenes de apocalipsis personal–).

Un amigo que tenía una librería de libros usados, la mejor que conocí jamás (por su selección, porque tenía idiomas, porque hacías hallazgos), me contaba que clientes adictos que iban todos los días a llevarse alguna cosita. Una vez no sé por qué tuvo que ir a la casa de uno de ellos y descubrió que el tipo tenía todas las bolsitas sin abrir. Y otro del que me contó era un acumulador de tal nivel que en su departamento sólo quedaban caminitos para ir de un lugar a otro entre pilas de libros en el piso. Me gustaría ver una película de terror con un personaje así, tal vez de ese modo podría soportar una película de terror.

la teoría debe ser clara

A mí me gustan los pensadores que se esmeran en explicarse. Tengo el ideal de la sencillez discursiva, me gusta el arte de ser claro y dejar entrar. Hay autores con complejidades interesantes: Nietzsche, que sostenía que para entender hay que armar. Decía, un poco antipáticamente, que quien tuviera la fuerza de armar el rompecabezas de sus textos, merecía entenderlo. Por eso gustaba del aforismo, esas frases cortas medio enigmáticas que dicen sin decir. Lacan no sé, porque lo leí poco, pero se tiene la sensación de que busca ser oscuro a propósito, supone un lector devoto y amante del enrosque, o parece que incluso despreciara un poco a su lector, sometiéndolo a un destrato que a ellos extrañamente les gusta. Textos para neuróticos, podríamos decir. Textos de un amo que enseña que curarse es ir más allá del amo. Gente que aspira a una vida sin la referencia al Otro que como primer paso instaura un MegaOtro al que viven endiosando. Hay refinadas argumentaciones para justificar esa oscuridad y ese culto, pero lo que he escuchado no me resultó muy convincente. De todas maneras, veo en esa teoría una visión del mundo que valoro.

Cuesta darse cuenta de hasta qué punto lo construido en una lectura es cosa propia y no del autor. Digamos que es de a dos, como en tantas otras cosas. Jugamos al frontón con un libro y ahí surge un mundo. El nuestro, autor más lector. Mira, amorcito, lo que hemos hecho juntos, dicho con la voz de Vilma Picapiedra.

Creo que los ensayos deben ser claros, y me acuerdo de un “Manifiesto” que César Fernández Moreno escribió en su libro de Ambages, frases cortas que son juegos para decir cosas con gracia e indirectamente. Como los aforismos de Nietzsche pero en plan afirmación divertida de la vida cotidiana. Dice así, su manifiesto: los poemas deben ser cortos, las novelas largas, los ensayos que se entiendan, las películas de acción contemporánea y todas las óperas son atroces. No digo que adhiera totalmente a su parecer, pero me gusta la onda de zanjar arduas cuestiones con un solo movimiento sencillo. Le canta cuatro frescas a la cultura, para usar una expresión de esas que aparecen en uno de manera indescifrable. ¿Cómo se canta una fresca? En todo caso capto en esa desenvoltura una cosa bastante española de desenfado y ya está que me encanta. Zanjar, zanjemos.

¡Qué desenvoltura la española! ¡Qué arte del decir! Frases para sacarse de encima enredos innecesarios. La vida son tres días. Talante conclusivo y a seguir, que no puedes quedarte dándole eternas vueltas a las cosas toda la vida.

La teoría debe ser clara porque es recurso y no fin. Y porque el camino de enrarecerlo todo tiene un fundamento claro: eludir la cosa, la realidad donde debemos operar. Sí, claro que hay complejidades válidas y necesarias, pero creo que tú me entiendes, Manolillo, no te hagas… ¿No debe hacerse, el pobre Manolillo?, ¿tiene que quedarse sin hacer, como cama de perezoso? ¿Su ser debe permanecer difuso? Difuso es mucho pensamiento teórico pero se le perdona o incluso alienta en su camino de proponer tinieblas, porque a muchos les gusta meterse en una buena nube y salir trasquilado. Sí me tragué un diccionario, pero uno en donde muchas palabras se han desacomodado.

Recuerdo que en los lejanos años en los que viví en Caracas, años de una Venezuela aún democrática, circulaba el chiste que decía que habían hecho un atentado a un candidato, Lusinchi creo que era, le había tirado un diccionario en la casa…

desayunando con el fantasma

La idea del fantasma que usan los lacanianos es buenísima: tu realidad es tu fantasma, lo que ves y creés real es lo que se te arma, digamos, sin que percibas el armado. Lo creés objetivo pero no lo es: basta ver cómo otras personas en el mismo mundo viven distintas cosas. Y la diferencia no se explica por las circunstancias, es al revés, el fantasma las filtra, selecciona, impulsa y promueve.

“La gente está triste”. ¿Por qué decís eso? “Recién en el supermercado, un señor comprando un yogur, solo, tenía una carita…”. Fantasma de tristeza. Del mismo momento podrían surgir cientos de comentarios distintos. “Vi un tipo re tranquilo, en paz, relajado, feliz de no tener apuro”. Fantasma de paz. O: “Había un tipo en la cola con un yogur, qué bueno que la gente se cuide”. Fantasma de dieta.

Lo genial de la idea es que lo que uno tiende a dar por real revierte sobre sí mismo, abandonando la salvadora objetividad. No es que lo real no exista, pero es considerado con matices. Igual operación hace Nietzsche cuando dice que “no existen hechos morales”. Es decir: algo no es en sí mismo bueno o malo, siempre hay una perspectiva que instaura el valor. El juicio es necesariamente emitido por alguien o por un grupo, el valor no emana de la cosa.

Llegados a ese punto muchos podrían ponerse contentos por “el respeto a la diferencia” que parece propiciar la idea, con la tolerancia y el reconocimiento de todos y todas, cada uno su perspectiva y listo. Pues no, y nada me da más placer que este giro que da Nietzsche frustrando expectativas progres. Dice: sí, no hay moral en los hechos sino en las perspectivas, pero eso no quiere decir que todo sea lo mismo, hay perspectivas más valiosas que otras.

¡Eh! ¿Quién te creés que sos, Nietzsche, para decir cuál es el mejor bien? No lo digo yo, responde él, mirándose las uñas: es la naturaleza la que distingue valorando entre morales débiles, que niegan y quitan sentido a lo real, que lo encuentran vacío y pobre, y morales afirmativas, que valoran la vida, que no creen que la existencia de las conocidas e inevitables calamidades le quiten valor o interés. Las primeras son morales más valiosas que las segundas. No soy yo, es la naturaleza la que a través de nuestras valoraciones se afirma o se niega a sí misma.

Sí, ya sé, el Nietzsche que insinué está haciendo la cola en la caja del chino, esperando su turno, demasiado chabón, aunque su vuelo sea de alto cóndor y, desde mi punto de vista, dotado del más distinto pensamiento en el reino de las ideas.

Hablando de fantasmas, hace mucho un movilero inventó que Juan Acosta, el actor, mi amigo, tenía uno en su casa. No vi la nota, aunque creo que está en YouTube. Desde entonces le digo a Juan que tiene que hacer un video en el que diga a cámara “les voy a mostrar que en mi casa no hay ningún fantasma” mientras abre la puerta de distintas habitaciones y siempre hay uno con una sabanita haciendo cosas. “No hay nada en la cocina” y vemos al fantasma cocinando, pero él no lo ve porque nos habla a nosotros. “¿Ven?, el living está vacío” y hay un fantasma leyendo el diario. Todo así. Me causa gracia de solo contarlo, pero sé que a veces lo que hace reír a uno no hace mella en otro. Fantasma de gracia.

la inocencia del sarcástico

No sé si vieron la segunda temporada de After Life en Netflix, la serie de Ricky Gervais en la que él encarna un hombre desolado por la muerte de su esposa. Arrasado más que desolado, ahogado en un mar de dolor y al borde del suicidio. El personaje mira repetidamente los videos que ella le dejó, con todo el amor y la mejor onda, para ayudarlo a encarar la vida tras su muerte. Sí, es para llorar sin parar.

El tipo, el personaje pero también el carácter del actor –se lo ve en un stand up que también está, como la serie, disponible en Netflix–, es agrio, lleno de sorna, chocante, bestia, capaz de decir cualquier cosa que lo ayude a probar una hipótesis no explícita pero visible: que la vida es una mierda y todos nosotros unos farsantes.

La “línea editorial” de este libro, como Uds. probablemente ya lo estén percibiendo, no acuerda en lo más mínimo con esa visión desangelada del mundo, a la que creo surgida más de una cuestión personal que de una captación realista del fenómeno vital. En estas páginas adhiere más bien a la visión afirmativa de la que hablábamos antes, según la cual nos volvemos capaces de captar la perfección de lo real, aun incluyendo sus ingredientes traumáticos.

Bueno, el tema es que After life, la serie sobre la que estamos hablando, es tremenda no sólo por la historia del tipo y su duelo sino porque todos los personajes son una desgracia: feos, tontos, torpes, ridículos e incapaces. Como confirmando la visión del autor, digamos. Pero lo sorprendente, lo que hace que me salga decirles que la serie es fabulosa, es que paradójicamente todo eso tiene el efecto de una droga estimulante. No en el sentido cocaínico del término (no es que salís eyectado a comerte el mundo –y a los mundanos–) sino que te sumerge en un inframundo de percepción en donde sentís que el duelo del personaje es también tuyo (y todo te resulta arduo, difícil de abordar, entrando en una sensibilidad aguda de vulnerabilidad profunda); te sentís un imbécil vos mismo (en el fondo no soy tan distinto de estos personajes incapaces, aceptás); te volvés muy sensible a la humanidad doliente, al dolor de lo humano en vos y en quienes te rodean; te transformás en alguien capaz de valorar más al mundo y a los demás. O sea: te sumergís en una especie de sótano de espanto del que salís de alguna manera extrañamente renovado, valorando cada cosa.

Es una serie conmovedora que tiene un marcado efecto sobre la sensibilidad. Da la impresión de que Ricky Gervais, que también en otra serie llamada Derek –igualmente buena– hace un personaje desagraciado por la vida, hubiera encontrado la vuelta a su distancia sarcástica del mundo y mostrado su costado vulnerable, extremadamente vulnerable diría. Un tipo cruel que escondía un niño desamparado. Sí, dirán muchos y tal vez con razón: un caso clásico.

Supongo que Friedrich consideraría a Gervais una persona débil y decadente, pero creo que captaría también el matiz afirmativo de la solución sensible que sus personajes nos proponen y en la que por suerte nos arrastran. No sé…

Nietzsche describe a nuestra sensibilidad moderna como demasiado dispuesta a sentirse herida por todo, a hacer de cualquier rasponcito algo grave (no le digas gordo al gordo que lo estás discriminando), sensibilidad volcada a sobreactuar una hipermoral siempre afectada que es en realidad incapacidad de tratar con las cosas de la vida. Por el contrario, Nietzsche aboga por el vigor y la vitalidad, cosa que hace que al leerlo se sienta un efecto tonificante: nos volvemos capaces de vivir libremente nuestros deseos y ambiciones.

sexo virtual

¿Es tal cosa posible? No tocás a nadie más que a vos, ¿cabe llamarlo sexo? Se supone que el otro representado –sus palabras e imágenes, su excitación y su posible cercanía futura– puede sublevarte. ¿Hay alguien en esa distancia? ¿Hay satisfacción? A falta de tortas de chocolate buenas son las galletitas de agua, diet. (Mariana Nannis decía estar segura de la fidelidad de Caniggia porque “teniendo caviar en casa no va a andar comiendo mortadela por ahí”. O algo así. Después pasaron años. Creo que desconocía el valor de la mortadela).

Diríamos que si alguna vez la virtualidad puede resultar decepcionante es precisamente en la vivencia sexual. Nunca es más necesaria la carne presente y palpable. Pero también habría que reconocer que aun en presencia de los cuerpos hay siempre en el sexo una cierta virtualidad: sentidos, imágenes, versiones e interpretaciones arman la excitación. ¿Entonces? Entramos en un terreno en donde las cosas se definen individuo por individuo. Y también hay que recordar que la pornografía –que es también un juego virtual–, es poderosa y enormemente consumida, por hombres y mujeres. No creo que haya que describirla como un fenómeno negativo, como suele hacerse.

Se le ha criticado al mundo de relaciones on line el ser siempre una sombra de la relación real. Ya no me refiero al sexo. Se ha dicho “Facebook devalúa la amistad”. “Las redes sociales aíslan a las personas”. No comparto. Creo que la virtualidad está llena de recursos y que Facebook, y las redes en general, son máquinas de producir cercanía. Lo vivo en los talleres que doy. Los recursos variados (encuentros en zoom, clases en videos, uso del whatsapp directo al profesor) arman una experiencia cuya riqueza es equivalente o superior a la del trato en la clase presencial. Idealizamos la cercanía en las aulas, pero tampoco es que cuando termina la clase corramos a abrazar al profesor (aunque tal vez sí a algún compañero/a). ¡Muy buena su clase, venga ese abrazo!

Se ha criticado mucho la virtualidad también por mero automatismo de objeción. Se cree que la inteligencia se expresa siempre en reparos y críticas, es decir, mediante el vicio o tendencia de criticar cada cosa que se pone enfrente de uno. Esa pasión desacreditante es costumbre en naturalezas débiles, temerosas, incapaces de afirmación y querer. No comulgo con la valoración del pensamiento crítico como la cualidad decisiva de la inteligencia. No lo es de ninguna manera. Hay en la crítica un dogma sagrado de impotencia y resentimiento que suele pasarse por alto. La crítica es una entre muchas funciones posibles de una inteligencia en marcha, pero siempre un recurso menor, secundario, jamás su característica principal.

¿Qué es la inteligencia entonces? Conocimiento, creación y querer. Conocimiento: veamos cómo es el mundo, la realidad, el funcionamiento de las cosas, qué es ser uno mismo; creación: hacer aparecer lo nuevo, dar forma, parir tu obra y tu mundo; querer: proyección de un deseo puesto en movimiento, en acto, sentido de vivir construido personalizadamente. La crítica es siempre reactiva, reacciona en vez de mover, es resentimiento vestido de superioridad o mérito.

¿Hay que tener tanta cautela frente a cada cosa del mundo? ¿Tratarlo con sorna y distancia, sospechártelo entero, diariamente? ¿Frente a cada cosa que no conozcas te parece buen método desplegar interpretaciones que conciban amenazas y ocultas malas intenciones? ¡Qué persona inteligente, no le gusta nada! Es que está para más, el tipo, vivió en el paraíso hasta los 20 años y este degradado mundo lo desengaña a cada rato.

el misterio del celu olvidado

El otro día salí y me olvidé el celular. Les habrá pasado. Es notable lo que se siente: desamparo, pérdida, caída hacia los abismos donde están los elefantes inmensos que sostienen esta tierra plana. Tuve muchos impulsos, muchos “ahora voy a…” que me llevaban al celu que no estaba. Voy a mandar un wasap para ver si me lo olvidé en casa –no, no podés mandar nada–. Aprovecho este trayecto para hablar con Juan –no podés hablar con nadie–. Pensé: “me lo dejé en la cocina”, “se lo llevó ella sin darse cuenta”. También “debe estar caído entre los asientos del auto”: irrecuperable, el día que indaguemos ese espacio real armado de suposiciones, espacio que es pero no es, el ser humano habrá avanzado un paso importante en su lucha contra el misterio.

El misterio. ¿Hay que luchar contra el misterio? ¿Hay que aceptarlo? Podríamos decir que si uno se lleva bien con “lo que no se sabe” da lugar a una instancia dinámica que no llega a armarse como una zona densa llamada “el misterio”. En cambio, si uno se pone cabezón y cree que hay que saberlo todo (imposible), genera esa amenaza oscura a la que llamamos aterradamente “misterio”.

“Es un misterio” decía repetidamente otro escritor que había sido invitado al mismo programa de televisión que yo años atrás cuando le preguntaban sobre distintos temas. Todo es un misterio para éste, pensaba yo malignamente, o será que no puede hablar de nada… Dice Umbral que el de los escritores es un oficio navajero. Choque, competencia, envidia, desprecios, bandas, grupitos. Yo estoy fuera de rango porque como no soy progre no califico en ese ambiente lleno de presupuestos dudosos, pero aprendí a vivir de esta forma. Prefiero estar en la realidad antes de acomodarme a la impostura moral que atrofia personas y sociedades. ¿En qué estábamos?

Qué misterio… decimos, cuando se nos perdió la tijera y no aparece. La tijera se perdía mucho en mi casa cuando yo era chico. Mi mamá y mi abuela se la pasaban invocándola. Las cosas se pierden, el celular, la tijera, sobre todo las lapiceras, y a veces aparecen y a veces nunca, ¡nunca! El otro día, no sé por qué, me encontré diciendo que yo había tenido ya muchas pérdidas: mi mamá, mi papá, Luis, etc. Todo el que ha vivido algunas décadas las ha tenido, del mismo modo que (y también me gusta decirlo) todos tenemos algo, queriendo decir que cada uno de nosotros tiene “un problema”, “un temita” (me causa gracia esa expresión), una falla o dificultad o carencia que creemos nos distingue como principales protagonistas del padecimiento. Pues no. Es verdad que cada uno tiene el suyo, pero también lo es que en toda vida hay algo. Te pegaba tu papá, naciste con algún problema físico, se suicidó tu mamá, tenés una inhibición, tuviste un brote o un accidente, se murió repentinamente alguien que querías mucho, lo que sea: algo, a todos nos tocó algo. Y está bien, es lógico que uno padezca su temita propio y no el ajeno, pero también es bueno mirar las vidas de los otros sabiendo que nadie se salva de su “algo”.

Algodón. ¿Le toca a cada uno un don? Don Draper, el don que nos tocó a todos en la excelente serie Mad Men. Hay unos vinos que se llaman “Algodón” y tienen el color celeste en sus bellas etiquetas. Me gusta mucho que a un vino le hayan puesto ese nombre, ¿qué tiene que ver? No creo que las cosas tengan que tener que ver siempre, es legítimo dar con un nombre “de fantasía”, como se dice, que calza porque calza y ya está, y no me parece que haya que estar siempre mostrando el camino lógico de una construcción sensata. El “porque se me canta” da lugar a mejores hallazgos que el “le puse ese nombre porque la finca en donde se plantaron las vides es un antiguo campo de algodón”, por ejemplo. Lógica sí, pero un poco y no siempre. Que también hay que vivir, joder…

no agotar los temas

Bueno, no sé. Linda conclusión el no sé. Como soy filósofo me está permitida, lo dice el reglamento. Retomando, y hablando a favor de las conclusiones inconclusivas: no sólo es imposible saberlo todo, tampoco hay que pretender agotar los temas. Es importante renunciar a la idealista fantasía de totalidad o completud: siempre se trata de parcialidades y de algos, y es bueno saberlo para tratar mejor con todas las cosas de este mundo. Abrís un vector, indagás un poco, y lo dejás estar, se sigue elaborando solo. ¿Y vos? ¿Qué estás haciendo?

Pregunta temida por mí, que tengo dificultades para hablar de mis cosas. Suelo ocultarme en la curiosidad, siendo el que pregunta, y cuando alguien manifiesta interés por mis asuntos doy vuelta la cara y siento “no merezco esta atención”. Con unos pañuelitos perfumados me voy a un rincón y me enjugo disimuladamente la lagrimita que se me escapa. (“sob”, como dice quien llora en una historieta). Alberto Ure, el genial Ure (un director de teatro inteligente y bestial del que fui muy amigo) me decía cosas de este tipo, muy de su época de psicodrama: “estás con el osito sentado en un banco de la plaza llorando, dejate de joder y completá el ciclo biológico…”. Fue hace décadas.

Ya sé que no luzco tan atormentado ni tan escondido, pero es que en este plano no estamos tratando con la objetividad (pocas veces corresponde, voy entendiendo, usar esa categoría en la comprensión de las cosas personales) sino con unas determinaciones que arman el sentido de cada uno: fantasías, irracionalidades y todo tipo de profundas magnitudes afectivo-dramáticas. Igual es cierto que me genera cierta incomodidad decir en qué estoy trabajando, como si nada de lo mío tuviera en realidad mucho interés o superara la desgastante prueba de la justificación (nos pasa a muchos). O será que me da fiaca y a las cosas que hago me gusta hacerlas y no tanto decirlas.

La solución para este tema, me refiero al de la auto disminución, es la contraria a la que propone el sentido común: no consiste en “creérsela”, es decir, darle gran valor a lo que uno hace para contrarrestar o eliminar la desvalorización que se padece, sino más bien en olvidarse de sí. Dos son las partes de esta actitud consistente: no pensar en sí mismo y estar en lo que uno está haciendo. Salir de la posición de auscultarse con insistencia, mirándose y mirándose, para situarse en la densidad de los hechos. Por eso creo que está mal formulada la crítica al “ego” que se hace convencionalmente. El problema no es que esté sobredimensionado el valor de sí mismo, que uno sea “egoísta” o “ególatra”. El problema es el “yo”, no por valoración sino por incorrecta identificación. Creemos ser la conciencia y manejarlo todo, pero no es así. No somos nuestro pensamiento, somos una experiencia en curso con dimensiones que escapan a este.

Volviendo a Ure, él y Alberto Scopeliti (un amigo de mi papá que heredé, quise y disfruté durante mucho tiempo) eran parte de un grupo de psicoanálisis que hacían sesiones prolongadas con ácido, en los lejanos años 60. Al parecer ambos fingían tomar el LSD que les servían pero lo descartaban y usaban su sobriedad para atormentar a sus compañeros de sesión durante la noche haciéndoles voces cuando estos intentaban dormir. Vaya uno a saber si es cierta la historia, narrada por el tal Scopeliti –narrador genial inagotable– pero en todo caso es linda (bueno, “linda” tal vez no) y nos trae un Buenos Aires extraño donde se hacían cosas raras. Mi mamá, por ejemplo, señora fallecida hace unos cuantos años, había tomado más ácidos en sesiones con Fontana que yo como rockero. Amazing!

Ahora se vuelve a usar, el ácido y otras materias alucinógenas, pero creo que con certificación científica más evolucionada. Hay investigaciones que parecen probar que una dosis de psilocibina y el efecto de la depresión retrocede. ¿Llegará la civilización a ser tan hippie? La asociación libre que en este libro (asociación libro) es convocada (oh, ven) como método válido de construcción de pensamiento, ¿llegará a ser método también en la escuela primaria? No estaría mal llegar a un sistema educativo un poco lisérgico, dentro de la salud, claro, en donde las potencias del alma humana, dotadas de toneladas de necesaria arbitrariedad (definimos lo necesario justamente como lo no arbitrario) permitieran desarrollos personales que ayudaran a formar conocimiento y sentido. De perseguir a los drogadictos se los convocaría a puestos directivos en importantes colegios tradicionales. Y las empresas, en vez de convocar a filósofos como consultores (que es algo que se dice más de lo que se hace) convocaría a personas con experiencia en ingesta de LSD para que aporten su magma. Elegimos al otro candidato porque tomó 200 ácidos más que usted, lo lamento.

Estoy leyendo una novela de Balzac que no había leído. Para quienes no lo sepan, Balzac es un autor francés clásico dotado de una penetración psicológica notable. El libro se llama Las ilusiones perdidas (según mi analista lo propio de la ilusión es conducir a la desilusión, más aún: la capacidad de desilusionarse es clave en el trato satisfactorio que buscamos tener con la compleja realidad).

Me ha pasado varias veces de escribir una frase en la que quiero poner “valores” (poner, por ejemplo, “la importancia de los valores” –planteo que huele siempre demasiado a impostura, pero ese es otro tema–) y me sale, por error, “calores”. Me gusta la corrección que el error aporta: lo importante son las excitaciones (los calores del cuerpo) y no las posiciones forzadas. Ahí donde buscamos “valores”, principios abstractos sostenidos con intención, sería mejor para todos hacer espacio a los entusiasmos y las excitaciones. Los valores son los calores, un poco al modo en que también cabría decir que el amor es vello (sí, con v corta), que no tiene nada que ver pero está íntimamente relacionado. ¿La ortografía puesta al servicio de la derivación reflexiva?

Más que la ortografía, se trata del fluir de las ideas que, como todos sabemos, sucede según la ley universal de “una cosa lleva a la otra” o la igualmente clave de “todo tiene que ver con todo”. Esto último, nunca muy convincente, podría ser reivindicado diciendo que la asociación libre es el funcionamiento mismo de la realidad, no de uno intentando representarla vía conciencia sino una propiedad de las cosas de ir a dar siempre a otras.

En el psicoanálisis la asociación libre se concibe como un modo de elaboración (el dígame cualquier cosa que se le ocurra conduce siempre a lo relevante), y creo que sería bueno entender que ella sirve también como método de conocimiento del mundo.

flor de catarsis

Pará, pensalo bien, no te precipites, se suele decir. El problema con el “pensarlo bien” antes es que hay parte de la cosa que recién se piensa haciéndola. La capacidad de anticipación es limitada, y rápidamente sus vueltas nos instalan en una nociva quietud. No se trata de lanzarse al riesgo sin mirar quien viene, sino de que no hay elaboración (y eso es el pensamiento: elaboración) sin la participación activa de la experiencia. Por eso el truco de “si lo pienso bien me salvo del error” no funciona. Nada nos salva del error ni del acierto, y es necesario el primero para el segundo y viceversa.

Por otra parte, hablando de riesgo y presentando la otra campana, en su libro Originals. How Non-Conformists Move the World, Adam Grant derriba un mito respecto de los emprendedores: tanto Gates como Jobs y muchos otros, no se lanzaron al vacío siguiendo sus proyectos sin calcular riesgos. Por el contrario, cuidaron los trabajos que les daban sustento mientras avanzaban con sus pasos innovadores. El emprendedor es osado, pero no boludo. O sea, “pensarlo bien” no es entonces un “darle bola a todo temor” sino un llamado a elaborar una estrategia de crecimiento inteligente.

Lo que me gusta de escribir es que me dirijo a un lector capaz, que busca ideas y entiende los chistes. No sucede así cuando participo en los medios de comunicación. Podríamos decir con sana malignidad que en ellos se repite hasta el cansancio una pobre y triste idea solita, porque la conversación social tiene más de repetir la oración ritual que de pensar o crear lo nuevo. Y más vale que cuides allí cada cosa que digas porque podés terminar escrachado. Me pasó varias veces. Basta de catarsis, Alejandro. Uno puede suponer lectores inteligentes o lectores boludos, todo está en ese fondo.

Interesante lo de la catarsis. Investigaciones hechas por investigadores que investigan (remacho para remedar la ingenua importancia concluyente que le damos a todo lo que huela a ciencia, aun cuando sus preguntas y respuestas bien miradas tengan a veces una precariedad evidente), investigaciones investigadas, decía, han probado que el efecto exorcizante de las catarsis es falso. No es que por putear a los gritos quedes liberado de la emoción que te aqueja (o que eso suceda tras lamentarte largamente en la intimidad –molestando además a los seres queridos–). Sucede lo contrario, dicen: que no hay descarga sino recarga, la catarsis fortalece el efecto negativo de lo “catartizado”.

Bueno, retomando cuestiones anteriores, hay que hablar lo más claro posible, ok, pero no suponer que el lector es idiota, porque –amigo mío– te llevarías una sorpresa. Hay mucho inteligente suelto.

El hacer no es lo otro del pensamiento, es parte suya. En abstinencia de mundo no vas a poder dar con lo que el movimiento revelador haría visible. Muévete y verás. Golpea la puerta. Derriba al muñeco. Acaricia al gato. (Las prescripciones abstractas son geniales: equívocos sugestivos). Sumemos una de Nietzsche que es buenísima: “Di tu palabra y rómpete”, que según entiendo quiere decir algo así como “hacé lo tuyo y aceptá la determinación que te realiza y logra, arrancándote de la ficción del todo es posible y de que tu realización puede darse sin pagar los precios”.

¿Eludimos la elaboración profunda al ponernos en marcha sin pensar todo cien veces? Al contrario, la elaboración tiene que ver con el movimiento. No se piensa en la quietud, se piensa al andar. Suplantemos la idea del pensar por la idea de elaboración, no se trata solo de palabras en la conciencia sino de una creación de formas que sucede en emociones, sensaciones, movimientos, consecuencias de los movimientos, propuestas de nuestro hacer y reacciones de la realidad. El pensamiento no es algo que hagamos nosotros “en la cabeza”, es una experiencia elaborativa creada en el movimiento de vivir.

Cuando tenemos una cuestión que nos angustia y necesita solución (los famosos ¿me separo o no me separo?, ¿me quedo aquí o me voy del país?, ¿sigo con este trabajo o me busco o armo otro?, ¿estudio literatura o ingeniería?) creemos que se trata de pensarlo hasta dar con la clave. Pues no, el pensamiento necesita que movamos las piezas, las respuestas aparecen solo en la medida en que haya relación con un hacer. No hay solución en la quietud, el pensamiento no aporta por sí solo la salida. Es más, lo que llamamos hacer es en realidad una posición existencial, una en la que el querer se derrama en acciones.

¡Cada vez que quiero hacer algo surge un problema!, escuché una vez. Sí, por supuesto, exactamente eso es hacer algo, enfrentar los lógicos y legítimos problemas que surgen cuando uno quiere hacer alguna cosa. Todo hacer es un caminar entre problemas.

La frase que denuncia a la complicación como indebida y sitúa al posible hacedor como víctima de los acontecimientos dice también: qué barbaridad, yo que tengo buenas intenciones no merezco que la cosa se complique. Che, así no se puede…

Ese reproche a la existencia por no ser lo sencilla que uno querría no es ni va a ser nunca un factor que haga que la complejidad de vivir disminuya. Tampoco es una iluminación ni una verdad revelada. Es más bien expresión de un no hacerse todavía cargo de la condición en la que las cosas ocurren.

El tema es siempre la dificultad, y está bien que lo sea, en la medida en que estemos entendiendo que lo que no funciona es parte inevitable de la experiencia de vivir. No es conformismo aceptar el mal y trabajar con él, es dar la batalla por la intensidad, es querer vivir pese a que el mundo –demasiado complejo– no obedezca. Parecemos dominados por una visión infantil según la cual la mera enunciación de un deseo u objetivo debería ir seguido de su concreción. Pues no: cada cosa que quieras tendrás que armarla, que lograrla, tejerla con un tiempo orgánico que no es el de la instantánea formulación de un deseo.

el pensamiento no conduce

¿Cómo? ¿Un filósofo que no promueve al pensamiento como el más alto valor? Creo que hay que situar al pensar en un plano más realista. La conciencia, el yo, son una capa superficial de la experiencia de vivir: es absurda la idea de que el pensamiento conduce la vida, sabemos que no es así ni debería serlo.

Hay que limpiar al pensamiento de explicaciones y llenarlo de estrategias. En general las preguntas “de pensamiento” buscan captar el origen de algo o explicarlo (¿cómo hemos llegado hasta aquí?, ¿por qué soy como soy?) pero creo que son mejores las que agarran para el otro lado. Las que dan una situación o deseo por sentado y buscan avanzar en su implementación: no “explicación” sino “estrategias”, no tanto un por qué soy así sino un cómo hago eso que quiero hacer. O aún más: cómo crezco, cómo dejo que se despliegue esta experiencia que soy, que cobre envión, que se desarrolle. Pensamientos que sean parte de un crecimiento de fuerza y de vida, propios de quien hace lo suyo en vez de ser aplastado por “las circunstancias”. Hay demasiado respeto y amor por “el aplastamiento” personal y social, basta, vayamos por otro lado.

Toda mi prédica teórica está encaminada a abrirle paso a la vida en los caminos de la muerte. El intelectual corriente (el del sentido común) predica la muerte. Hay un culto –dogma de la nada encarnado en pensar siempre en contra de lo real–. Daría la impresión de que para parecer pensador hubiera que tener siempre una visión escéptica y desolada de las cosas. Se lo quiere luego hacer pasar como algo evolutivo, a este pensar en contra, pero resulta claro que no es eso sino lo contrario: si la crítica fuera prueba de inteligencia argentina, sería un país más rico y poderoso que USA, pero como resulta bastante obvio, tenemos problemitas para crecer...

Lo que es evolutivo y valioso son las ganas de vivir, lo que se llama equivocadamente conformismo pero es muchas veces nada más que amor por lo real y valoración del deseo, desplazando el tradicionalista amor por lo irreal, por lo que no hay, por el ideal, lo que pudo haber sido o lo que hay que tratar de ser con gran sacrificio, es decir, negándose a sí mismo. Repito: esas son las causas del atraso, no los modos correctos de combatirlo.

Bueno, dejemos el tema. Hoy leí un par de cuentos de Paul Bowles. En el primero un profesor europeo se sumerge en el mundo profundo de Marruecos, es tomado prisionero, maltratado, usado de bufón y vive una metamorfosis personal tan bien contada que da escalofríos. En el segundo un huérfano le roba a un anciano una serpiente porque queda fascinado por ella, después se convierte él mismo en esa serpiente, muerde y mata a tres personas y le cortan la cabeza. Otro universo. ¿O el mismo?

Tuve que dejar el libro porque en otro cuento pasan cosas tan atroces que no me quedaron ganas de seguir. Un universo oriental que dice mucho sobre otros momentos de la humanidad, mucho más crudos que el actual, a los que no podemos imaginar y que solo toleramos en la medida en que seamos capaces de desconocerlos. En las películas o en las series que vemos recibimos un pasado vestido de hoy, pero si realmente presenciáramos la dureza y la crueldad de esas vidas, no sé si tendríamos tantas ganas de ver esas cosas. Aunque tal vez no sea tan así, de hecho, me la paso eludiendo vikingos y matanzas en Netflix.

es lo que hay

Algo que me llama mucho la atención últimamente es cómo solemos ubicar en la categoría de “accidental” muchas de las cosas que nos suceden y cómo de ese modo terminamos descartándolas, cuando la realidad entera es ella misma casual y azarosa. Ejemplos: ¿cómo se enamora uno? El abordaje racional no accidental pediría que uno tuviera las fichas de 50 candidatas/os y evaluara las opciones repasando detalles. Afinidades, conveniencias… El abordaje de la realidad es: te la encontraste de casualidad, algo pasó, te enganchaste, estás involucrado. No hay plan, no hay evaluación general objetiva, no hay selección cuidadosa de opciones, hay ¡blum! Sucedió un imprevisto y funcionó.

¿Cómo te hacés amigos? ¿Pedís en la oficina de atención al ciudadano información detallada de las personas que viven cerca y las leés, marcás dos o tres que te parezcan interesantes y armás un asado con ellos? Lo que pasa es más bien que te cruzás con alguien, en el trabajo, en una situación social, en alguna institución educativa y la relación se da, es fácil, fluida y natural. Nace una cercanía, luego una amistad. Uno podría decir: no, este no es mi amigo verdadero, lo conocí de casualidad. El verdadero surgiría de… ¿de qué? ¿De dónde?

La costumbre de descalificar lo que sucede: sí, me ofrecen ese trabajo pero es porque me conocen de una reunión en la que estuve, no es un ofrecimiento “válido”. Me decís eso porque estoy aquí, casualmente, si no fuera así no me lo dirías. Me dan ganas de seguir ese curso porque lo va a hacer mi amigo, no porque lo quiera yo “de verdad”. Conocí a Z porque me lo presentó Y, “así no vale”. Cientos de maneras de quitarle a lo que sucede peso y sentido de realidad, porque no proviene de un plan racional sino de un hecho contingente. Sucedió, pero podría no haber sucedido.

Más: me decís eso por lo que hablamos anoche, no porque lo pienses “de verdad”. ¿Cuál es esa verdad que perseguimos con tanta pasión para descartar constantemente la realidad de lo que nos sucede? Lo hacemos incluso en la más pura intimidad de uno consigo mismo. Me impactó tanto esa película que me dan ganas de hacer películas pero no es puro y verdadero mi deseo, porque surgió de ese estímulo, estoy seducido por las circunstancias. Mejor sigo embalsamando codornices que es lo que me dijo papá.