Noche de olvido - Grace Green - E-Book

Noche de olvido E-Book

Grace Green

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Beschreibung

Brodie Spencer había amado a Kendra desde la adolescencia. Ahora ella era viuda con una joven hija y Brodie anhelaba formar con ella un hogar feliz. Pero Kendra no podía dejar que ese atractivo y generoso hombre se acercara tanto a ella. ¿Qué sucedería si él se enteraba de que Kendra nunca había tenido el esposo que ella pretendía? Ella escondía un secreto: un accidente le había robado la memoria y su pasado, y Kendra ni siquiera recordaba quién era el padre de su pequeña hija Megan. Como Brodie estaba a punto de descubrir, Kendra no tenía ningún recuerdo tampoco de la pasión que ellos habían compartido hace años, nueve meses antes de que Megan naciera.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Grace Green

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Noche de olvido, n.º 1413 - noviembre 2021

Título original: His Unexpected Family

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-179-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MAMÁ, quiero entrar yo sola —dijo Megan Westmore—. Cumpliré ocho años el mes que viene, ¡Ya no soy ningún bebé!

—Pero es un colegio nuevo para ti y ya empiezas cuatro días tarde el trimestre.

—Mamá, me las puedo arreglar —dijo Megan, abrió la puerta del coche y salió—. Ya hablaremos con mi tutor el viernes. Ya sé a dónde ir, ¿de acuerdo?

Kendra Westmore miró a su hija y se maravilló como solía hacer a menudo de que realmente pudiera ser su madre. Se parecían, ya que las dos tenían el cabello rubio y los ojos castaños, pero sus personalidades eran completamente diferentes. Megan era una niña con mucha confianza en sí misma y sin miedos, mientras que ella era…

—Hasta luego, mamá —dijo la niña, echándose la mochila al hombro—. Te veré a las tres y media.

Luego cerró la puerta y echó a correr.

Kendra suspiró, sabía que se pasaba de protectora con su hija, pero no lo podía evitar. Megan era lo único que tenía en el mundo y no sabía qué haría si algo le sucediera.

La campana del colegio la sobresaltó.

De mala gana, arrancó y se dispuso a marcharse.

Pero entonces se le cruzó una furgoneta roja, pisó el freno y evitó el golpe por los pelos. Respiró profundamente y esperó a que el conductor dejara a su pasajero.

De la cabina salió una niña de la edad de Megan, pero más pequeña y morena, que dijo por encima del hombro:

—¡Adiós, papá! ¡Gracias por traerme!

El hombre hizo sonar el claxon y la furgoneta se movió, pero se detuvo en seco.

Kendra había empezado a moverse también, pero también se vio obligada a parar en seco. Se sintió bastante irritada cuando el conductor salió de la furgoneta.

—¡Hey, Jodi! —gritó—. ¿No es éste el Día del Perrito Caliente!

—¡Sí!

La niña se dio la vuelta y corrió hacia él.

El hombre se acercó a la niña y Kendra tamborileó con los dedos en el tablero mientras él se sacaba la cartera y le daba un billete. La niña echó a correr de nuevo y, un momento más tarde, se había reunido con los demás.

Su padre se dirigió de nuevo a la furgoneta y Kendra lo miró impaciente.

Era alto, con el cabello oscuro y rizado, profundamente bronceado y muy atractivo. Su cuerpo musculoso se veía destacado por la camiseta negra y los vaqueros.

Él la miró también y sus miradas se cruzaron. Entonces, el hombre la sonrió. Una sonrisa deslumbrante.

—Niños —dijo sin dejar de mirarla—. Tienen…

Pero entonces se calló de golpe. Él la había reconocido y, en el mismo instante, ella lo había reconocido también.

Tragó saliva y miró a otro lado. El aire entre ellos pareció temblar, de la misma forma en que siempre lo había hecho cuando lo había mirado en el pasado. Era algo extraño que nunca había sentido con ninguna otra persona.

Con ningún otro hombre.

Sólo que él entonces no había sido un hombre. Sino un adolescente. Malo, salvaje y que seguía un camino equivocado.

Como siempre le había dicho su abuelo, un chico que no le convenía.

Pero no había necesitado de su abuelo para darse cuenta de ello. Siempre había sido muy consciente de las diferencias que había entre ellos.

Ahora se preguntó en qué estaría pensando él. ¿En lo mismo que ella? Probablemente, ella nunca había mantenido en secreto su atracción por él.

Sí, por esa sonrisa estaba muy claro que él la recordaba.

—¡Vaya! —dijo él, acercándose con el mismo contoneo que había sido tan propio cuando era adolescente—. ¿No es esta la chica Westmore? La que ha vuelto a casa a reclamar su herencia.

—¡Vaya! —respondió ella en el mismo tono—. ¿No es este el chico malo de los Spencer? ¿Te importaría apartar ese trasto, Brodie? Tengo cosas que hacer.

Sólo eran las nueve de la mañana, pero era septiembre y ya hacía calor. Kendra era muy consciente del sudor que le corría por entre los senos bajo el top.

—Supongo que vas a vender la casa familiar y volverte a marchar. Tengo entendido que te casaste hace un tiempo. ¿Ha venido contigo tu marido?

La mirada de él bajó hasta su mano, en donde llevaba un sencillo anillo de oro. Tal vez debía haber invertido en un anillo de compromiso antes de volver. Sería más… convincente.

¡Como si tuviera que convencer de algo a ese hombre!

—¿Te importaría apartarte? —dijo fríamente—. Como te he dicho, tengo cosas que…

—¿Qué prisa tienes? ¿Qué te parece si nos tomamos un café por los buenos…?

Ella metió la marcha atrás e hizo retroceder el coche. Oyó su exclamación de asombro cuando tuvo que saltar a un lado y sintió un destello de satisfacción.

Luego condujo todo lo aprisa que pudo, sin atreverse a mirar atrás.

Pero durante todo el camino de vuelta a casa, no se pudo quitar de la cabeza ese encuentro casual..

Habían pasado más de ocho años desde que se marchó de Lakeview y, en todo ese tiempo, no había pensado en Brodie Spencer. ¿Por qué lo iba a hacer? Él nunca había significado nada para ella. Su padre, Danny, había sido el jardinero de los Westmore y ella había conocido a Brodie porque lo ayudaba los veranos.

Y además, porque él estaba dos cursos más avanzado en el instituto, pero sus caminos apenas se habían encontrado.

¡Y eso le había parecido perfecto entonces!

Y se lo seguiría pareciendo ahora, decidió.

 

 

La próspera Lakeview Construction Company, consistía en unos cuantos edificios desparramados al este del pueblo.

Brodie fue allí directamente desde el colegio y, después de aparcar, se dirigió a la entrada trasera.

Mientras recorría el corredor, oyó voces que venían de una de las oficinas.

—… Y ella firmó el contrato el viernes. Es un gran trabajo, Mitzy.

—Haré que se ocupe de él Sam Fleet.

—Sí. Sam lo podrá hacer bien. Ah, hola, jefe —dijo Pete, el perito de la empresa cuando Brodie entró.

La tal Mitzy se puso en pie, se arregló la minifalda y le dijo:

—Te traeré café, jefe.

—Mejor un té helado, Mitzy. Gracias.

Cuando su jefa de negociado se alejó, Brodie se dirigió a su mesa y tomó una carpeta.

—¿Qué estabas diciendo, Pete? Lo de ese gran trabajo.

—Es eso que tienes ahí. Para la casa de los Westmore. Rosemount. Es una enorme propiedad al oeste del lago y sobre la colina. Unas vistas fantásticas.

—Ya lo sé.

Brodie sabía que Pete sólo llevaba seis meses en el pueblo y no sabía mucho de su historia.

—El anciano propietario ha muerto recientemente. Edward Westmore. Hizo una fortuna invirtiendo en bolsa. Su hijo, Kenneth y su nuera, Sandra, murieron hará unos veinte años. Su hija, la nieta del viejo Westmore, es la que ha heredado la casa. ¿Así que ha firmado con nosotros?

—Sí. Quiere que le modernicemos la cocina y algunas cosillas más.

—¿Se va a venir a vivir en ella… o la va a vender?

—Se viene a vivir aquí. Quiere que la cocina sea industrial, ya que pretende transformar la propiedad en un pequeño hotel. Un Cama y Desayuno.

Mientras Brodie asimilaba lo que le estaba diciendo Pete, su subordinado continuó hablando.

—También quiere que le cambiemos la escalera por una de caracol.

—¿Va a quitar la escalera de caoba? —exclamó Brodie, sorprendido—. ¡Esa mujer está loca! ¡Es una obra de arte! ¡Con todas esas delicadas tallas…!

—Ya lo sé. Traté de convencerla de que no lo hiciera, pero me puso en mi sitio. Hasta entonces había sido dulce como una tarta, ¡pero luego…! Cuando insistí…

Brodie agitó la cabeza.

—He oído a Mitzi decir que le iba a encargar el trabajo a Sam.

Entonces, volvió Mitzi y le pasó un vaso de té helado.

—Eso es. Ah, antes de que se me olvide, jefe. Ha llamado Hayley. Quiere que lleves a casa unas botellas de leche después del trabajo. No os queda y ella no tiene tiempo de ir al supermercado.

—Leche. De acuerdo.

—Dijo que desnatada.

—Soy un calzonazos. ¡Pero bueno, todo el mundo sabe quién manda en mi casa!

Le dio un trago al té y lo dejó sobre la mesa de Pete.

—Mitzi, acerca de lo del trabajo ese, ¿se lo has dicho ya a Sam?

—No, todavía no.

—Entonces, no lo hagas.

Brodie se acercó a la ventana y miró afuera. Incluso a esa hora, todo aquello hervía de actividad.

—Me voy a ocupar yo personalmente —añadió.

—¡Buena suerte! —dijo Pete—. Va a ser un trabajo duro tratar con la señorita Westmore.

—Ya no lo es. Pero no sé cuál es su nombre de casada.

—Estará en el contrato —intervino Mitzi, tomando los papeles de la mano de Brodie.

Luego buscó la firma.

—¡Kendra Westmore! —dijo haciendo una mueca—. Bueno, supongo que no se cambió el apellido. Algunas mujeres lo hacen así, no sé por qué. Si quieres a un hombre, no te tiene que importar llevar su apellido. Claro que la razón por la que se separaron ella y Edward Westmore fue porque su abuelo no lo aprobaba. Por lo menos eso fue lo que se dijo por aquí. Tal vez mantuvo el apellido familiar esperando agradarlo.

Luego se dirigió a Pete y añadió:

—¿Has conocido al marido?

—No, no estaba por allí.

—¿Tiene hijos? ¿Viste alguno por allí?

—Tiene una hija —dijo Pete—. Se parece a ella.

—Bueno, pues debe ser bonita. Puede que la madre fuera un poco estirada, pero sí que era una belleza.

Y lo seguía siendo, pensó Brodie.

¡Y no podía esperar a ver la cara que iba a poner cuando lo viera aparecer en su casa a la mañana siguiente.

 

 

—¡Megan, no te has comido el almuerzo! —dijo kendra cuando sacó la bolsa de la mochila de su hija.

—Me lo comeré ahora, mamá. ¡Me muero de hambre.

—No me extraña, si no comiste a mediodía.

—Era el Día del Perrito Caliente. El tutor se olvidó de decirte el viernes que tenía que llevar dinero.

Megan abrió la bolsa y sacó lo que había dentro.

—Pero mi nueva amiga tenía dinero de sobra. Esta mañana llegó tarde y con prisas y su padre le dio mucho, así que me invitó a perrito y a un batido de chocolate. Me dijo que yo la podía invitar a ella otra vez.

Kendra se sintió aliviada cuando oyó lo de la nueva amiga de su hija. La había preocupado el que Megan tuviera que empezar en un nuevo colegio cuando la mayoría de los niños de su edad ya habían hecho amigos. Pero entonces recordó lo que su hija acababa de decirle y los nervios se le pusieron de punta.

—¿Y cómo se llama tu amiga?

—Jodi. Es de mi edad y tiene una melena negra y rizada.

Pero Kendra ya no la estaba escuchando. No tenía que hacerlo. Ya conocía el resto.

¡Ya era mala suerte que Megan tuviera que hacerse amiga de la hija de Brodie! Si se parecía en algo a su padre, aquello era una mala noticia y esa niña podía meter a su hija en toda clase de problemas.

Pero estaba siendo ridícula. Aquel era sólo su primer día de colegio y conocería a más niños.

—Mañana te daré dinero para ella —le dijo.

—Pero mamá…

—Ya sabes que no me gusta que te presten cosas. Pero Jodi ha sido muy amable al ayudarte, así que le devolverás el dinero por la mañana y se acabó. ¿De acuerdo?

Megan se encogió de hombros.

—De acuerdo. Pero espero no dañar sus sentimientos. Es una buena chica. Y ya me ha dicho que vaya a su casa el sábado por la tarde para jugar.

—Ya sabes que no puedes hacer esas cosas sin decírmelo antes a mí.

Su tono de voz debió ser desacostumbradamente agudo porque Megan la miró extrañada.

—¡Y no lo he hecho! Pero ella tiene un hermano y una hermana, un perro y piscina y su casa me parece un sitio de lo más divertido.

Kendra se sentó a la mesa.

—Querida —dijo cuidadosamente—. No te des mucha prisa en hacer amigos especiales. Es un error que comete mucha gente. Tómate tu tiempo y conoce antes a la gente. Y luego, decide lo que quieras.

—Cuando tú tenías mi edad, ¿Te elegía los amigos tu madre?

—Yo perdí a mis padres cuando tenía seis años, ya te lo he dicho muchas veces. Fue mi abuelo quien me crió. Y, a pesar de que él no me elegía los amigos, trataba de asegurarse de que mis elecciones eran… las adecuadas.

—Bueno, ¡Y por qué no invito yo entonces a Jodi a que venga el sábado? Así podrás ver por ti misma si he elegido bien.

Kendra se sintió atrapada. ¿Y no era ese un buen plan? ¿Cómo podía salir de aquella sin parecer completamente irrazonable?

—Sólo es lunes —dijo—. ¿Por qué no esperamos al final de la semana para ver cómo van las cosas? Tal vez conozcas a otro niño al que prefieras invitar.

—Claro —dijo Megan, dándole un trago a su zumo—. Vamos a esperar al viernes.

Kendra suspiró aliviada.

Pero ese alivio duró poco.

—Aunque te lo puedo decir ahora mismo —afirmó Megan—. No creo que vaya a conocer a nadie que me caiga mejor que Jodi Spencer.

Entonces sonó el teléfono y eso libró a Kendra de responder.

—Residencia Westmore.

—Buenas tardes, señora Westmore. Soy Mitzi, de Lakeview Constructions. Alguien se pasará por allí mañana por la mañana para hablar con usted de su nueva cocina. ¿Será demasiado pronto a las ocho y media?

—No, es buena hora. Gracias.

Luego colgó y le dijo a su hija:

—¿Has terminado ya?

—Sí, ya está.

—Entonces, vamos a por las bicicletas y demos una vuelta hasta el colegio. Quiero asegurarme de que conoces el camino porque no te voy a poder llevar mañana. Tengo que quedarme aquí a hablar con el hombre de la constructora.

 

 

—¡Entera! —exclamó Hayley Spencer cuando vio la leche que había llevado Brodie—. ¡Estoy tratando de perder peso y va éste y compra leche entera!

Se dejó caer en una silla, se sirvió unos cereales y llamó a Brodie, que se dirigía a la puerta.

—¡Le dije a Mitzi que te dijera que la compraras desnatada! ¿Por qué no la despides y contratas a alguien que pueda tomar un simple mensaje?

Brodie se detuvo en la puerta y la miró como disculpándose.

—Mitzi me lo dijo. La culpa ha sido mía. Supongo que ayer tenía otras cosas en la cabeza. No volverá a suceder.

Se hizo a un lado cuando Jodi y su hermano Jack entraron en la cocina. Los dos se habían aplastado los rizos todo lo que habían podido. Sabía lo mucho que Jack los odiaba. Él también los había odiado a su edad, demasiado joven como para saber que, cuando creciera, las chicas los encontrarían irresistibles.

—Buenos días, niños —dijo.

—Buenos días, papá —respondió Jack, sonriendo.

—¿Cómo es que te has vestido tan bien? —le preguntó Jodi, recorriéndolo con la mirada—. ¿No vas al trabajo esta mañana?

—Va a ir a ver la casa de los Westmore —dijo Hayley mirándolo como Jodi, pero admirando cómo le sentaba el polo verde y los bien planchados chinos.

—Si vas allí, podrías hacerme un favor, papá.

Brodie miró su reloj.

—Mira, tengo prisa…

—Hay una niña nueva en mi clase. Se me olvidó decírtelo anoche. Es Megan Westmore. No tiene hermanos, así que le dije que viniera aquí el sábado por la tarde. Me dijo que se lo diría a su madre. ¿Pero se lo puedes preguntar tú hoy?

Hayley frunció el ceño.

—Jodi, ya sabes que las tardes de los sábados son un tiempo familiar para nosotros.

—Si ya se lo has dicho, tendremos que seguir con ello —accedió Brodie.

Hayley se encogió de hombros.

—Bueno, supongo…

Pero Brodie se dio cuenta de que no le gustaba nada la idea. Miró su reloj y pensó que tenía que irse enseguida.

Le dio un beso en la punta de la nariz a Hayley.

—No te preocupes, Hayley. Probablemente su madre no la deje venir.

Mientras salía echó un vistazo a su alrededor, cosa que no hacía desde mucho tiempo atrás. La cocina era grande, luminosa y… ajada. Siempre le había gustado así, pero aquella era indudablemente una casa donde las cosas estaban empezando a descuidarse.

Él había querido contratar a un ama de llaves desde el principio, pero Hayley no había querido ni oír hablar de ello, así que se había rendido y nunca se había arrepentido de la decisión.

Pero unos minutos más tarde, se preguntó a sí mismo qué le parecería su casa a la estirada señora Westmore. Ciertamente, había que hacerle unos arreglos. Pero ya se sabe, en casa del herrero, cuchillo de palo.

Pero su decisión de mantener las cosas como eran no venía de que fuera un vago, sino del deseo de darles estabilidad a los niños, de darles un sentido de que, a pesar de que muchas cosas habían cambiado, sus raíces no lo harían nunca.

¿Serían ya lo suficientemente mayores como para aceptar los cambios?

Habían pasado mucho…

Pero tal vez ya fuera hora de ofrecerles un reto.

Tal vez, después de que terminara con la casa Westmore, se decidiera a hacer algunos cambios en su casa.

Paso a paso, para que los cambios no les afectaran mucho.

Sí, decidió mientras conducía, paso a paso.

Esa era la respuesta.

 

 

Kendra estaba detrás de la casa, preparando la bicicleta de Megan, cuando oyó acercarse un coche.

Al mismo tiempo, Megan salió por la puerta de la cocina.

—¿Lo llevas todo, cariño? —le preguntó.

—Sí.

—¿Y seguro que conoces el camino?

—Mamá, lo recorrimos ayer —dijo su hija, montándose en la bici—. Gracias. ¡Adiós, mamá! Te veré después del colegio.

Luego salió a toda velocidad, salpicándolo todo de grava.

—¡Adiós! Ten cuidado…

Pero Megan ya había desaparecido. Luego se volvió y miró la enorme mansión que llevaba allí, encima de la colina, desde hacía más de sesenta años.

Sonrió y se metió las manos en los bolsillos de los pantalones cortos mientras se dirigía a la puerta trasera. Se alegraba de haber vuelto. ¡Más que alegrarse, estaba encantada! Cuando su abuelo la había echado hacía ocho años, su corazón se había quedado en aquel lugar. Ahora estaba de vuelta y nunca más volvería a marcharse. Sin importar lo que pudiera pasar.

Atravesó la cocina y se acercó a la escalera, acariciando la barandilla.

De pequeña nunca se había sentido tentada de bajarla deslizándose, pero a Megan le resultaba irresistible, a pesar de sus advertencias.

Podría suceder un accidente…

Entonces sonó el timbre de la puerta.

Kendra se volvió y fue a abrir, preguntándose si no sería mejor posponer el arreglo de la cocina y empezar antes por la escalera. Sí, eso sería lo que hiciera, así podría dejar de preocuparse.

Contenta con su decisión, abrió la puerta.

Y se encontró cara a cara con un hombre al que había esperado no volver a ver en la vida. Iba vestido para matar y, desde donde estaba, podía oler su loción para después de afeitar.

—¡Brodie Spencer! —exclamó poniendo los brazos en jarras y mirándolo fijamente—. ¿Qué estás haciendo aquí?