Nunca nadie te amará - Nico Quindt - E-Book

Nunca nadie te amará E-Book

Nico Quindt

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Beschreibung

Leah D'angelo ha sido maltratada y abusada por su madre durante toda su infancia, pero ahora su suerte cambió y por un accidente fue a parar a la casa de la familia más adinerada de la ciudad, el hijo de esta familia: Timothy Coutier, uno de los chicos más apuestos que ha conocido es ahora su nuevo hermano, y al mismo tiempo su amor prohibido...

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Seitenzahl: 68

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Nunca nadie te amará

Quindt, Nicolás Alejandro Nunca nadie te amará / Nicolás Alejandro Quindt. - 1a ed. – Buenos Aires : Nicolás Alejandro Quindt, 2023. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-88-9457-7 1. Novelas Románticas. I. Título. CDD A863

PARTE 1

LEAH

Había decidido que esa sería la última vez que su madre la maltratara. Le regresó el golpe haciéndola trastabillar. Sacudió la mano tratando de aliviar el dolor, sintió el tabique de la mujer romperse entre los nudillos de los primeros dedos. Aún continuaba dolorida de la última noche, otra borrachera, otra golpiza. Así era su madre. Se limpió la sangre de la boca con la manga de la camisa blanca y la esperó, no iba a darle la espalda. Esa mujer era capaz de cualquier cosa.

—Vieja de... —no pudo terminar la frase. Fue enseñada para nunca insultar.

Ya no había vuelta atrás. Debía marcharse y no volver. Con dieciséis años, sus opciones no eran algo que pudiera presumir: seguir soportando golpizas y malos tratos de la persona que se suponía debía cuidarla o largarse a la calle a enfrentarse con la crueldad del mundo. Una vez que decidió defenderse, sabía que no podría quedarse, o, de allí en adelante, las palizas podrían conducirla nuevamente al hospital; como cuando era niña, todavía recordaba esa tarde en que le contestó a su madre de mala manera, conservaba cicatrices de esa vez que aun dolían en los días húmedos.

—¡Maldita desgraciada! Le pegas a tu propia madre —la tomó de los cabellos.

—Suéltame, me iré para siempre de aquí.

—¿A dónde iras? Malnacida, no tienes adónde ir, nadie va a quererte en ningún sitio, siquiera yo que soy tu madre te quiero, imagina si alguien va a poder amar a una inservible como tú —la golpeó nuevamente en la cara, la cogió de los cabellos y por poco le arranca un mechón de tanta fuerza que hizo para jalarla. Leah alcanzó a escurrirse como pudo, golpeándola nuevamente en los antebrazos, obligándola a soltarla y corrió hacia la calle, perseguida y ansiosa. Desesperada.

La barandilla de madera del hall de entrada le sirvió de trinchera para evitar más ataques y ponerse a resguardo.

—¡Ven aquí, voy a arrancarte la cabeza!

Finalmente atravesó el portón de hierros oxidados y carcomidos que daba a la vereda y se perdió doblando la esquina.

Esa señora iba a matarla si se quedaba, de eso no tenía dudas. Leah tuvo que huir con lo puesto debajo de una lluvia helada.

TIMOTHY

Fran Coutier estaba algo molesto con tener que conducir él mismo su limusina, el chofer se había enfermado esa mañana y no hubo tiempo de llamar a un reemplazo.

—Llevaré yo a Tim a la escuela y luego me voy urgente a una junta, por favor tómate un taxi, no quiero que conduzcas con esta lluvia —sugirió a su esposa mientras el joven Timothy se introducía en aquella belleza blanca. Tim era el hijo único de una de las familias más adineradas del estado. Las empresas de la familia Coutier conformaban un imperio económico cuyo valor monetario era difícil de calcular y que incrementaban su patrimonio año tras año.

Viajaba en la parte trasera de la limusina que lo llevaba a la escuela más exclusiva de la ciudad. Jugaba entretenido a su video juego portátil cuando vio subir a su padre.

—¿Padre? ¿Qué le sucedió a Oscar? —Preguntó intrigado, ciertamente prefería viajar con el chofer que se mantenía callado durante todo el viaje a tener que soportar a su padre queriéndole enseñar lecciones de la vida.

—Oscar está enfermo. Tranquilo, te haré de chofer. El año próximo aprenderás a conducir.

—Ya sé conducir, tú no me dejas hacerlo, al igual que no me dejas hacer nada... por suerte solo faltan dos años para ser adulto y luego podré hacer lo que quiera.

—Imagino lo difícil que ha de ser tu vida plagada de lujos, con chofer propio que te lleva a la escuela y sin que te falte nada —expresó Fran con sarcasmo.

—Tú y tu maldito dinero, como si fueras a gastarlo todo en cien vidas, debo permanecer preso por miedo a secuestros, ladrones, a todo lo que me rodea... tú no lo entiendes, ya estoy harto de esta cárcel...

LEAH

Toda una vida de abusos le habían hecho olvidar esa sensación suprema llamada libertad. No pudo evitar llorar. Al fin era libre, tenía miedo de lo que pudiera llegar a pasarle en las calles, pero al menos sería una desdicha diferente, una que no le rompiera tanto el corazón como la de ver a su madre castigarla peor que a un animal y todo lo otro que le había hecho que prefería sepultar en sus recuerdos.

Aunque ya había dejado la casa varias calles atrás, continuaba caminando apresurada, temerosa; como un venado que aun siente la presencia del depredador acecharlo.

TIMOTHY

—¡Me he esforzado toda mi vida para que tú tengas todo a tu alcance, para que no tuvieras que atravesar miserias, para darte todo lo que he podido y me dices estas cosas dignas de un desagradecido, se nota que nunca has tenido que esforzarte para conseguir nada! —Gritó Fran acelerando el motor y casi sin prestarle atención al camino por mirar a su hijo que no quitaba la mirada de su videojuego.

—Pues ya es tiempo de que me dejes intentarlo por mí mismo, no entiendes que no quiero todo esto, estás ciego de codicia, ya siquiera le prestas atención a mamá por estar al pendiente de tu celular todo el día, tus negocios, tus negocios, más dinero, más dinero... pierdes tu vida y todo lo que realmente importa solo por estar obsesionado con una aumentar una fortuna que ya es excesiva y desproporcionada.

—Ya no quiero oírte más...

—Pues deberás oírme, ¡cuando mueras donaré toda tu fortuna a los pobres!

Quizás si en ese momento la lluvia no se hubiera intensificado cuando Fran viró para clavar una mirada furtiva a su hijo, hubiese visto salir de la nada a aquella señorita que parecía huir de una pesadilla. Pero no fue el caso.

—¡Papá, cuidado! —Gritó Tim.

Cuando Fran volvió a dirigir la atención al volante ya era tarde, tenía a la muchacha sobre el vehículo. La embistió de frente y la dejó tendida en el suelo.

PARTE 2

TIMOTHY

—¡Papá! ¡La has matado! —Gritó Tim. Francis aun no salía del estupor—. ¡Papá! —Insistió el chico con un alarido más potente.

Fran bajó del automóvil a toda prisa, cogió a la niña en sus brazos y la levantó del suelo, mientras el gentío se acercaba. Algunos transeúntes detuvieron la marcha para observar, otros tomaban nota del número de matrícula de la limo, e incluso filmaban con sus teléfonos celulares.

—Debemos cargarla y llevarla al hospital, aun respira, no ha sido tan grave, ¡vamos ayúdame! —Apuró el padre intentando abrir la puerta con la punta del pie.

—Creo que no debemos moverla, papá... —comentó Tim bajando del vehículo.

—Anda, ayúdame a subirla, ves muchas películas.

Entre ambos la colocaron sobre el asiento trasero de la limusina. Fran tomó el volante y puso a andar el vehículo.

—Busca en la guantera detrás del asiento, hay una sirena, enciéndela y colócala arriba del techo —le dijo al joven doblando la esquina como loco y tocando cimbronazos.

—Oye! Ten más cuidado, acabaremos todos muertos —se quejó Tim. Durante el trayecto, llamó al 911 dando aviso al hospital de la situación para que los camilleros aguardasen en la misma entrada y la muchacha pudiera recibir atención cuanto antes.

En efecto, arribaron a la playa de estacionamiento de las ambulancias y fueron recibidos por dos camilleros corpulentos y un paramédico de barba emprolijada y peinado hacia atrás con gel, parecía haber tomado un baño a cada minuto del día. Tim y Fran acompañaron la camilla a corta distancia hasta que ingresaron a la paciente a una sala y tuvieron que aguardar en el pasillo principal. Era un lugar pulcro, de olores profundos y sonidos que rebotaban en el techo y las paredes sosteniendo cada palabra, risa o llanto que se haya pronunciado.

—Tú y tus impertinencias y estupideces, quién sabe ahora la demanda que nos hará pagar esta pordiosera...