Obras completas, I - sor Juana Inés de la Cruz - E-Book

Obras completas, I E-Book

Sor Juana Inés de la Cruz

0,0

Beschreibung

En Lírica personal se recogen los romances —desde los filosóficos y amorosos hasta los compuestos con motivo de algún homenaje o por simple pasatiempo—, las endechas, las redondillas, las décimas, las glosas, los sonetos, las liras, los ovillejos y las silvas. De manera especial destaca el Primero sueño , obra maestra de sor Juana y una de las producciones de más difícil lectura en nuestra lengua.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 697

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



BIBLIOTECA AMERICANAProyectada por Pedro Henríquez Ureñay publicada en su memoria

Serie deLITERATURA COLONIAL

OBRAS COMPLETASDE SOR JUANA INÉS DE LA CRUZI

OBRAS COMPLETASDESOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

ILÍRICA PERSONAL

Edición, introducción y notas deANTONIO ALATORRE

Primera edición, 1951

Segunda edición, 2009

Primera reimpresión, 2012

Primera edición electrónica, 2012

D. R. © 2009, Fondo de Cultura EconómicaCarretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected]. (55)5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-1146-8

Hecho en México - Made in Mexico

NOTA DEL EDITOR

El Fondo de Cultura Económica se enorgullece en presentar esta nueva edición de la Lírica personal de sor Juana Inés de la Cruz, preparada y anotada con mucho cuidado por Antonio Alatorre. El volumen respeta escrupulosamente el orden en que Alfonso Méndez Plancarte colocó las poesías que contiene, pero añade cinco nuevas composiciones y suprime una que falsamente se le había atribuido. Alatorre aprovecha correcciones y mejoras valiosas que otros han hecho, pero él mismo ha restaurado críticamente gran número de cosas viciadas por las imprentas. Alatorre está persuadido de haber hecho una edición más fidedigna que la de Méndez Plancarte, si bien ésta —como él mismo dice— seguirá conservando su utilidad. En otras palabras, confía en haberle dado al lector, muy a menudo, textos que se acercan a los que realmente escribió la gran monja de San Jerónimo.

INTRODUCCIÓN

El Fondo de Cultura Económica, fundado en 1934 por Daniel Cosío Villegas, ha querido celebrar a lo largo de 2009 sus 75 años de vida con una serie de ediciones especiales de libros que representan las series o secciones más significativas de su muy nutrido catálogo, y ha decidido que el representante de la serie llamada Biblioteca Americana1 sea el primero de los cuatro volúmenes de Obras completas de sor Juana Inés de la Cruz, que fue editado, anotado y prologado por el benemérito Alfonso Méndez Plancarte con el título de Lírica personal; finalmente, ha tenido a bien encomendarme a mí la elaboración de esa edición conmemorativa. Me apresuro a aclarar que no se trata de una reedición del volumen cuidado por Méndez Plancarte y publicado en 1951 (hace 58 años), sino de otra edición. Ésta, si de mí hubiera dependido, habría sido más diferente de lo que es. Por ejemplo, me hubiera gustado poner juntas todas las composiciones —romances, endechas reales, redondillas, décimas, etc.— dirigidas a la condesa de Paredes, a quien tanto debió y a quien tanto amó sor Juana; pero tuve que acatar la obligación que se me impuso de respetar el orden en que Méndez Plancarte dispuso las distintas poesías, desde el núm. 1 hasta el 216. Sin embargo, según me propongo exponer en esta Introducción, las diferencias son muchas, algunas de ellas bastante serias.

I

En las 62 páginas de su Introducción toca Méndez Plancarte muchas cosas: la vida de sor Juana, sus diferentes escritos, la literatura de sus tiempos, en la Nueva España lo mismo que en la metrópoli, etc., y hasta dedica una página y media a “la tornátil posteridad” (la reacción “neoclásica”, causante de que una autora tan alabada desde 1668 hasta 1750 cayera en el pozo de la incomprensión y el olvido). Es una Introducción “en toda forma”. La mía, en cambio, se ocupa sólo de lo relativo a los textos aquí incluidos, pues en eso consiste la diferencia más importante entre las dos ediciones.

No hace falta ponderar los muchos y variados méritos de la edición de Méndez Plancarte. En 1951 él era, sin duda posible, el hombre más idóneo, el mejor preparado para ser el editor de sor Juana.2 Pero en los últimos años se ha venido descubriendo que en su edición hay no sólo defectos, sino auténticos errores. Para estos descubrimientos ha sido de gran importancia la labor de Gabriela Eguía-Lis Ponce, a quien la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM encomendó una edición facsímil de las primeras ediciones de los tres tomos de obras de sor Juana: tomo 1 (Inundación castálida, 1689), tomo 2 (Segundo volumen, 1692) y tomo 3 (Fama y Obras pósthumas, 1700). Esta edición apareció en 1995, año del tercer centenario de la muerte de sor Juana. No sé cuántos lectores hay para quienes es una experiencia placentera leer a sor Juana en la letra de imprenta y la disposición tipográfica que se usaban en sus tiempos; lo que puedo decir es que yo soy uno de ellos. Pero el mérito de Gabriela Eguía-Lis Ponce no consiste en que esa edición conmemorativa sea facsímil (y perfectamente legible), sino en las notas que añadió al final de cada uno de los tomos; en ellas, valiéndose de varias reediciones de cada uno de los tomos, muestra diáfanamente lo que son las variantes: entre la primera edición de un tomo y su primera reedición, o entre ésta y la segunda, puede decirse que el texto nunca coincide exactamente; siempre varía, a veces poco, a veces mucho.

Vaya como ejemplo la Inundación castálida (1689). Aquí, lo último que se lee en los “preliminares” (las hojas no paginadas que preceden a la p. 1, donde comienzan los textos de la autora) es un “Prólogo al lector” que refuerza útilmente el prólogo más formal de fray Luis Tineo, impreso con título de “Aprobación”. Pues bien, ese “Prólogo al lector”, que yo atribuyo sin la menor duda a Francisco de las Heras, secretario, en México, de la condesa de Paredes, desaparece en la 2a edición (1690) para nunca reaparecer. En su lugar está el romance-prólogo de sor Juana, “Esos versos, lector mío…” (núm. 1 en la presente edición). ¿Por qué no se imprimieron los dos prólogos, el de sor Juana, que es precioso, y el del ex-secretario, tan fino y tan sensato? Preguntas como ésta pertenecen al “juego de las conjeturas”, que irremediablemente tenemos que jugar los editores de textos antiguos (y aun modernos). La conjetura, en este caso, es muy simple: la formación del volumen estaba ya completa cuando se recibió en Madrid el prólogo de sor Juana; éste, por fortuna, ocupaba el mismo espacio que el prólogo en prosa (un folio y medio); allí se puso el de sor Juana, que vino a quedar, anómalamente, entre los preliminares (la p. 1 siguió siempre ocupada por el soneto-dedicatoria a la virreina).

En la reedición de 1690 hay varias composiciones que no figuran en la Inundación, a saber: los cinco sonetos burlescos de consonantes forzados (núms. 159 a 163), el romance “Salud y gracia. Sepades…” (núm. 36), los romancillos “A Belilla pinto” y “Agrísima Gila” (núms. 71 y 72) y el soneto “La compuesta de flores maravilla” (núm. 206). He aquí mi conjetura. Los amigos madrileños de sor Juana (no sólo fray Luis Tineo y el ex-secretario, sino también el padre Diego Calleja y la propia ex-virreina) formaban una especie de “estado mayor” que hacía una labor de propaganda para atraer lectores, y a la vez tenía que aclarar que la autora era una monja. Los dos prologuistas se adelantaron a quienes hubieran podido escandalizarse: “¡Cómo! ¿Una monja haciendo versos de amor?”, y los tranquilizaron asegurándoles que todos eran decorosos. También sor Catalina de Alfaro, autora de un soneto encomiástico, dice que lo amoroso en los versos de sor Juana “cuerda es tan fina, / que no se oye rozada en lo indecente”. Ahora bien, los sonetos burlescos sí que rozan esa cuerda; había que omitirlos, lo mismo que el romance, que parece obra de una dama cortesana y frívola. Pero esta conjetura no vale para los dos romancillos, ni mucho menos para el soneto. No queda sino suponer que estas tres cosas se habían traspapelado. En cambio, es perfectamente explicable que en 1690 y en las demás reediciones, hasta 1725, se hayan suprimido unas palabras de fray Luis Tineo; viene diciendo que ha habido santos que hicieron versos, por ejemplo san Ambrosio; y continúa: “Lo mismo digo de sóror Juana, y añado (porque, como decía el gran cardenal [Roberto] Belarminio, tengo también mi poco de profeta a lo viejo) que ha de ser muy santa y muy perfecta, y que su mismo entendimiento ha de ser causa de que la celebremos por el san Agustín [!] de las mujeres”. Los miembros del estado mayor deben de haber considerado imprudente esta exageración profética; el caso es que se suprimió para nunca más reimprimirse.

Otra serie de cambios: los que hay en los epígrafes de varias composiciones. “Solicitada de amor importuno, responde con entereza tan cortés, que aun hace bienquisto el desaire”: así dice el epígrafe del núm. 85 en la Inundación castálida; pero se cambia en 1690: “Enseña modo con que la hermosura, solicitada de amor importuno, pueda quedarse fuera de él, con entereza tan cortés, que haga bienquisto hasta el mismo desaire”. El cambio se hizo, según yo, para no dar la impresión de que fue sor Juana la solicitada de amor, y aclarar que se trata de una reflexión didáctica. El segundo texto fue el que se adoptó en todas las demás reediciones, y es el que da Méndez Plancarte. — Epígrafe del núm. 135 en la Inundación: “Desmiente en la hermosura la máxima de que ha de ser el bien comunicable”. Cambio a partir de 1690: “Muestra a la hermosura el evidente riesgo de despreciada después de poseída”. Esta nueva redacción (adoptada asimismo por Méndez Plancarte) anuncia mejor la intención moral. — Epígrafe del núm. 151 en la Inundación: “Sospecha crueldad disimulada, el alivio que la esperanza da”. Cambio en 1690 y en las demás reediciones: “Condena por crueldad disimulada, el alivio que la esperanza da” (esta vez Méndez Plancarte se atiene a la versión original). La nueva versión es más enérgica, pero dice prácticamente lo mismo.3 — Epígrafe del núm. 175 en la Inundación: “Sólo con aguda ingeniosidad esfuerza el dictamen de que sea la ausencia mayor mal que los celos”. Cambio en las reediciones, desde la de 1690: “Pretende con aguda ingeniosidad esforzar el dictamen de que sea la ausencia mayor mal que los celos” (también aquí Méndez Plancarte reproduce el epígrafe original). Con estos ejemplos será suficiente. Pero debo añadir un caso distinto, y más interesante: el título mismo del volumen, Inundación castálida de la única poetisa, Musa Décima, sóror Juana Inés de la Cruz…, etc., se sustituye a partir de 1690 por este otro: Poemas de la única poetisa americana, Musa Décima…, etc. Sobre esto lancé una conjetura en 1984: el título Inundación castálida no le gustó a sor Juana por demasiado pomposo (da a entender que la fuente Castalia, la de las Musas, ha engrosado de tal modo su caudal, gracias a las poesías de sor Juana, que se ha derramado fuera de su cauce), de la misma manera que no le gustó el pomposo título que el obispo de Puebla le puso a su crítica del sermón de Vieira: ¡Carta athenagórica! (el título que ella puso fue Crisis de un sermón); y entonces, al recibir su(s) ejemplar(es) de la Inundación, escribió a Madrid pidiendo un título más modesto. Esta conjetura ha resultado claramente falsa.4 El último de los documentos burocráticos que se imprimen en los preliminares de la Inundación es de 19 de noviembre de 1689, y siete meses después se comenzó a preparar la 2a edición: siete meses eran muy poco tiempo para que los libros vinieran a México y llegara luego a Madrid la inconformidad de sor Juana en cuanto al pomposo título. Por otra parte, en ninguno de los cuatro papeles burocráticos —la aprobación, la suma del privilegio, la fe de erratas y la suma de la tasa—, fechados entre el 22 de agosto y el 19 de noviembre, se lee Inundación castálida, sino siempre Poemas; el título pomposo se puso, por lo visto, a última hora. Creo que quien lo discurrió fue fray Luis Tineo, el cual bautizó obras suyas con esa clase de títulos barrocos y esdrújulos de moda: Mercurio evangélico (sermones panegíricos) y Filomena davídica (paráfrasis poética de los siete salmos penitenciales).

II

Los textos que le ofrezco al lector presentan no pocas diferencias con respecto a los ofrecidos por Méndez Plancarte en 1951. Por eso he dicho que la presente es otra edición. Los lectores de sor Juana, naturalmente acostumbrados a la edición de 1951, podrán preguntarse con qué derecho he alterado los textos; por qué, para dar un par de ejemplos, en lugar de “ni sangre se infunde humana” (19:47),5 ahora se lee “ni sangre se efunde humana”; asimismo, ahora se leerá “sus números viendo” (48:21) en lugar de “sus murmurios viendo”. He creído oportuno dar una idea amplia de lo que son en este caso las cuestiones de crítica textual, y para ello he elegido, casi al azar, un amplio muestrario.

[1]        De la divina justicia

admiraba allí lo activo,que allí solamente suplecordel, verdugo y cuchillo.

Así se lee este pasaje (11:105-108) en Poemas, edición de 1709, y también en MP.6 Pero es errata: lo que se lee en la Inundación y en las ediciones de 1690, 91 y 92 es: “que ella [o sea la divina justicia] solamente suple…”. Lo cual da pie para dos comentarios: 1) en 1709, el segundo allí (el equivocado) se debe a que el tipógrafo repitió mecánicamente el del verso anterior; este accidente, fuente de erratas, no es raro (véanse los tres ejemplos siguientes); y 2) MP, en nota a este núm. 11, declara que lo ha tomado de la Inundación castálida, p. 59; pero este doble allí lo pone en evidencia; dicho llanamente, MP fue mentiroso; muy raras veces sus textos proceden de las ediciones originales (Inundación castálida y Segundo volumen, 1692).7 Su única disculpa (cuando no sea una culpa más) es haber trabajado con muchas prisas: le importaba muchísimo que el primer tomo de su edición viera la luz en 1951, tercer centenario del nacimiento de sor Juana. (¡Oh ironía! En la introducción de ese primer tomo reconoce, algo adolorido, que sor Juana no nació en 1651, sino en 1648.)

[2]        Mas ¡ay!, que la Abeja tiene

tan íntima dependenciasiempre con la Abeja, quedepende su vida de ella […].

La Abeja paga el rocío

de que la Rosa le engendra;y ella vuelve a retornarlecon lo mismo que le engendra.

La primera de estas cuartetas (53:25-28) se lee así en la Inundación; pero a partir de Poemas, 1690, se lee ya “siempre con la Rosa”, que es lo correcto; la otra cuarteta (53:37-40) se mantuvo igual en todas las ediciones, hasta que MP aventuró una corrección para el verso final: “con lo mismo que la alienta”. Yo acepto su conjetura.

[3]        … y aun irracional parece

este rigor, pues se infiere:si aborrezco a quien me quiere,¿qué haré con quien aborrezco?

También esta cuarteta (85:21-24) se lee así en todas las ediciones antiguas; fue MP quien restauró el sentido y a la vez la estructura de la redondilla: “¿qué haré con quien me aborrece?” Lo notable es que MP le achaca a Abreu Gómez la “errata” del cuarto verso, cuando la verdad es que Abreu hizo lo que MP no hizo: él sí vio el texto original; él se atuvo a la Inundación castálida.

[4]        … pues ambos atormentan mi sentido:

aquéste, con pedir lo que no tengo;y aquéste, con no tener lo que le pido.

Así se lee en Poemas, 1690 y en otras dos reediciones, el final del soneto núm. 167, mientras que en la Inundación el verso final es “y aquél, con no tener…”; el editor de 1609 se dio cuenta de que “y aquéste” hacía un verso de 12 sílabas; pero, evidentemente, no pudo acudir a la Inundación, y enmendó al buen tuntún: “y aquéste en no tener…” MP ofrece el texto bueno; quizá ni falta le hizo consultar la Inundación.

[5] “Esos versos, lector mío…”; así comienza el romance-prólogo, escrito por sor Juana cuando ya los originales de la Inundación estaban en España: esos indica distancia, y así se lee en todas las ediciones; pero MP, arbitrariamente, corrige: “Estos versos…” Y prosigue sor Juana: “ni disculpártelos quiero / ni quiero recomendarlos”; pero esta lección está sólo en el texto original, que es de 1690; a partir de 1691 se coló una errata: “ni disputártelos quiero”, que es como imprime MP. (Pero ¿por qué habría de “disputarle” sor Juana al lector los versos que ella misma le está ofreciendo?)

[6] El romance “Finjamos que soy feliz, / triste Pensamiento, un rato…”, tiene en todas las ediciones este final (2:142): “Aprendamos a ignorar, / pensamientos…”; pero MP, con muy buen sentido, corrige: Pensamiento… (el del verso 2).

[7] “Si es causa Amor productivo / de diversidad de afectos…” (3:1), se lee en la Inundación y en Poemas, 1690; pero a partir de 1691 se corrige la errata: “Si es causa Amor productiva…” (el amor es “causa productiva” de afectos diversos). Aquí, como en otros casos, MP atribuye a Abreu (y no a la Inundación) la errata productivo.

[8]        Al modo que aquellos que

sutilmente defendieronque de la nube los amposse visten de color negro…

[9] “Si el restituirse no puede…” (4:105) se lee en todas las ediciones, incluyendo la de Abreu; pero Abreu menciona una corrección manuscrita antigua: “Si él resistirse no puede…”, que, dado el contexto, es la justa; MP hizo muy bien en adoptarla.

[10]        No es amor correspondencia;

causas tiene superiores:que las concilian los astroso la engendran perfecciones.

Así se lee en todas las ediciones. Es obvio que las se refiere a “causas”, y la a “correspondencia” (4:117-120); MP no lo entendió, y puso lo en los dos versos.

[11] En la primera edición del Segundo volumen se lee “ejemplos mirando tantos” (7:34), y sin duda así habría impreso MP el verso si hubiera consultado esa primera edición; pero él se guió por la de 1693, donde gratuitamente (o quizá para evitar el muy innocuo hipérbaton) se imprimió “registrando ejemplos tantos”.

[12] Dice sor Juana que casi se vio a las puertas de la muerte por cierta enfermedad que tuvo; creía ver al Dios justiciero con un azote en la mano; pero, por fortuna,

del violento ardiente azote

alzó piadoso el castigo,que movió como recuerdoy conozco beneficio.

La cuarteta (11:141-144) es bien clara; pero a MP se le ocurrió alterar lo que dice sor Juana: “el azote… que me dio”. (No, no le dio: fue sólo una advertencia.)

[13] Los versos 17:57-59 dicen así en la Inundación castálida:

Y pues sabes que mi amor,

alquimista de sí mismo,quiere transmutarse en vida…

A partir de la edición de 1690 se metió una errata: “alquimista de mí mismo”, que no pasó a la de MP; pero MP, seguramente por simple descuido, imprimió “quiere transformarse en vida”: errata involuntaria.

[14] Un atrevido pincel quiso retratar la belleza de “Filis”, y no pudo (si bien fue mérito el haberlo intentado); ese fracaso, según se lee en todas las ediciones, “más causa corrió que miedo” (19:4); o sea: ‘corrió miedo, pero sobre todo corrió causa’. Esto no tiene ningún sentido. MP, se diría que heroicamente, corrigió así: “más causa ánimo que miedo”. (Véase una explicación detallada en el lugar respectivo.)

[15] En el altar de “Filis” no se quema un incienso material, “ni sangre se efunde humana” (19:47): así en las dos primeras ediciones del primer tomo; en la edición de 1691, por error, “se enfunde”; y en la de 1714, seguramente para enmendarlo, “se infunde”, que es como se lee en MP. Señal clarísima de que MP no se basó en la Inundación castálida: la sangre se efunde (‘se derrama’), no se infunde.

[16] “Filis” es el ser más hermoso que han visto los siglos; es, en verdad, un “soberano exceso” (19:174); así dice MP, siguiendo el texto que se lee en la última de las ediciones del primer tomo, en vez de “soberano excelso”, como decían erradamente todas las ediciones anteriores a 1725.

[17] En 21:78, todas las ediciones antiguas, refiriéndose al arte del canto, hablan de una voz “que es preferida”; MP corrigió el dislate: “que es proferida”.

[18] El hijito de la condesa, a los nueve días de nacido, por ser quien es, es ya lo máximo (superlativo de lo grande); a medida que aumente su edad, se verá la maravilla “de que lo máximo crezca” (24:88); pero en la 3a edición del primer tomo se metió una curiosa errata: “de que lo mexicano crezca”, verso de nueve sílabas; para enmendarlo, la edición de 1709 dice: “de que el mexicano crezca”; y así se lee en MP. (Nueva y contundente prueba de que MP se basó en ediciones tardías, no en las originales.)

[19] El verso “cantando aquellas anàdes” (26:43) está evidentemente mal en todas las ediciones antiguas (no se dice anàde, sino ánade); MP hizo bien en corregirlo: “cantando aquellas tres ánades”. (Véanse los detalles en el lugar respectivo.)

[20] A un amigo español que le pide noticias de la Nueva España, sor Juana le contesta que no hay nada de nuevo, y alude a un pasaje de los Hechos de los Apóstoles: predicó san Pablo en la Acrópolis de Atenas, pero sin éxito, pues los frívolos habitantes del Ática “no se dedicaban sino a decir u oír algo nuevo”; así, pues, el reino de la Nueva España es “malo para Ática” (39:151); en la Inundación este pasaje está viciado: África en vez de Ática; en la edición de 1690 se quiso corregir, pero resultó otra errata: África se convirtió en Átrica; así siguió leyéndose hasta que por fin MP identificó la alusión y enmendó la errata.

[21] Una de las últimas poesías que escribió sor Juana es el romance que empieza así (57:1-4):

Mientras la gracia me excita

por elevarme a la esfera,más me abate hasta el profundoel peso de mis miserias.

¿Por qué MP alteró el verso 3 imprimiendo “más me abate a lo profundo”? Yo sospecho que porque hasta el profundo sugería demasiada profundidad, algo así como los abismos del infierno.8 (Sobre este romance véase infra, p. XXXIII.)

[22] En uno de sus más desaforados poemas cortesanos dice sor Juana que la huella que la virreina deja en la tierra que pisa (“divino vestigio”) sería profanada si fuera tocada materialmente por los labios, “porque a lo sagrado, / la adoración, más que el contacto, llega” (65:11-12). Así se lee en la primera edición del Segundo volumen; pero en la de 1693, sea por capricho, sea por descuido, se imprimió más que el contacto, la adoración llega; tal es el texto que reproduce MP (aun reconociendo, como no podía ser menos, que es un “endecasílabo ingrato”).

[23] “Siempre demuestras airada”, dice un verso (89:74) en las primeras ediciones del Segundo volumen; pero la edición de 1715 corrige: “siempre te muestras airada”, que es lo justo (y lo que imprime MP).

[24] En todas las ediciones antiguas dice así el final de las décimas “Dime, vencedor rapaz…” (99:47-50):

… pues podré decir, al verme

esperar sin entregarme,que conseguiste matarmemas no pudiste vencerme.

Hay aquí una pequeña errata, sagazmente detectada por MP: el verso antepenúltimo tiene que ser “expirar sin entregarme”.

[25] En otra composición en décimas habla sor Juana con un retrato de la virreina excelentemente hecho; se sorprende de que no tenga vida, de que no haya luz en esos ojos ni voz en esa boca, y termina así en todas las ediciones (103:78-80):

podrás [. . . . . . . . . . . . ]decir que eres imposible,pero no que no eres mío.

También aquí luce la sagacidad de MP: no imposible, sino impasible.

[26] Amar por elección (querer a alguien a causa de las buenas prendas o cualidades que tiene) no es lo mismo que amar por la fuerza del destino, sin intervención de la voluntad; hay que distinguir, pues, entre el amante que obedece a los astros y “el que a las prensas se inclina” (104:51): así se lee en la Inundación castálida y en toda su descendencia, salvo en la edición de 1714, que enmienda la errata: “el que a las prendas se inclina”; y esta buena lección es la que ofrece MP.

[27] Sor Juana aplaude al licenciado Avilés, elogiador de un libro de fray Payo en celebración de la Inmaculada Concepción: Virgilio cuenta cómo Eneas salvó de las llamas del incendio de Troya la estatua de Vesta; pero Avilés es un Virgilio mejor, fray Payo un Eneas mejor, y María, por supuesto, es más que Vesta. Por lo tanto, “Cuando avista [o a vista] su valor…” (111:15), como se lee en todas las ediciones, es errata. Quien dio con la verdadera lección fue MP: “Cuando a Vesta su valor…”

[28] San José, a causa de su gran humildad, ignora “con santo recelo” (137:21) sus propias virtudes. Así dicen todas las ediciones; pero MP, quizá por simple descuido, imprime “con tanto recelo”.

[29] El final de uno de los sonetos a la rosa dice así en MP (158:12-14):

y advierta vuesarced, señora Rosa,

que le escribo, no más, este sonetoporque todo poeta aquí se roza.

Pero en la versión original (Segundo volumen) no se lee eso, sino esto otro:

y advierta vuesarced, señora Rosa,

que no le escribo más este soneto,que porque todo poeta aquí se roza.

Aquí MP “le enmendó la plana” a sor Juana: le rehizo los dos últimos versos para obligarla a decir po-e-ta en vez de poe-ta en el último verso. (En realidad, en la poesía del siglo XVII alternan po-e-ta y poe-ta, po-e-sía y poe-sía, re-al y real, etc.) La corrección de MP es in-pertinente.

[30] En el soneto “Mandas, Anarda, que sin llanto asista…”, un enamorado le explica a Anarda por qué le brotan lágrimas al verla; como él tiene el corazón ardiendo, la vista de Anarda “hace hervir la sangre allá en el pecho” (177:7); el vapor sube a los ojos y, al hallar resistencia en la “nieve” de Anarda (o sea en su frialdad, su falta de correspondencia), “lo que salió vapor, se vuelve llanto”. Aquí también metió mano MP, pero esta vez con toda justicia: en ninguna edición se lee hervir sino siempre huir, lo cual echa a perder la “explicación” del llanto.

[31] San José, padre putativo de Cristo, lo protegió en su “recio natalicio” (209:3); MP corrigió: “regio natalicio”, pero mal; recio significa ‘duro’, ‘penoso’. (Véase una explicación más detenida en el lugar respectivo.)

[32] La locución sin igual es bien conocida (“una virtud sin igual”, “un dolor sin igual”); por lo tanto, si en un verso de sor Juana hallamos unos males calificados de “son iguales” (213:45, en todas las ediciones antiguas), comprendemos que es errata por sin iguales; y esta errata fue debidamente remediada por MP.

[33] La mano derecha de Lisarda es bellísima, y “no le queda en fuga la siniestra” (214:341); este disparate está en la Inundación y en todas sus reediciones; por fin lo corrigió MP: “no le queda en zaga” (fuga por zaga es errata de imprenta muy explicable).

[34] En todas las ediciones del Segundo volumen (salvo en la de 1693) se lee que el estómago es una “centrífica oficina” (Sueño, v. 235), o sea un ‘taller central’ o ‘cocina central’ en que se elabora el alimento para todas las partes del cuerpo; en la edición de 1693, que es la que sigue MP, se lee “científica oficina”, cosa que no viene al caso.

[35] Finalmente, en un lugar alude sor Juana a la distinción escolástica entre las “partes integrantes” (Sueño, v. 492) de un objeto y las meramente “perfeccionantes”; pero en todas las ediciones se lee “partes ignorantes”; es éste un buen ejemplo de las muchas sagaces restauraciones que hizo el benemérito MP.

Los 35 números del muestrario incluyen fenómenos de diversa índole. Algunos de los textos que yo ofrezco se apartan de lo impreso en los tres tomos originales (1689, 1692, 1700) porque he aceptado las correcciones que se hicieron en alguna de las reediciones9 (tal como las aceptó y aprovechó MP), o bien porque he aprovechado las correcciones introducidas por el propio MP, pues las encuentro sumamente atinadas, y aun indispensables para entender lo que dice sor Juana.10 En otros textos, por el contrario, rechazo el texto que MP le ofrece al lector y me atengo al que se lee en las ediciones antiguas, no consultadas por él.11

Ya he dicho, en el comentario al núm. 1, por qué MP se basó casi siempre en ediciones tardías (las que tenía en su biblioteca). Trabajó a marchas forzadas. Y una de las consecuencias de la prisa es la cantidad de erratas de imprenta que afean el volumen de Lírica personal, por ejemplo vuestro ojos (124:14) y dulce luces (214:56), “ha de hablar día” (6:57) en vez de “ha de haber”, cama (43:105) en vez de fama, “es mis afectos” (91:61) por “en mis afectos”, la repetición de girando en 124, versos 11 y 12 (el segundo girando debe ser viviendo), y maltrato (214:60) en vez de maltratado. En las anotaciones, sobre todo, las erratas de imprenta son innumerables. (Hay erratas sumamente insidiosas, pero espero que esta edición mía sea distinta de la de MP también en ese renglón.)

Lo que yo le ofrezco aquí al lector es una edición basada en la crítica (o sea en un discernimiento de variantes lo más cuidadoso que me ha sido posible), pero no es propiamente una edición crítica. Para que lo fuera, necesitaría, entre otras cosas, incluir un registro exhaustivo de las variantes que hay en todas las reediciones. Para ello, debería superar la labor de Gabriela Eguía, que consultó gran número de reediciones, pero no todas. Aun con pocas probabilidades de encontrar variantes de algún interés en las que ella no pudo ver, mi obligación sería verlas todas y registrar todas las variantes. En tal caso, las páginas de mi edición asumirían un aspecto “técnico” o “científico” incompatible con el deseo de que mi edición sea leída con gusto por todos los amantes de sor Juana, en especial por quienes ya conocen su Lírica personal en la edición de MP; no quiero que quede como simple obra de consulta.

Los 35 números del muestrario que acaba de leerse tienen en común el hecho de que —salvo unas cuantas excepciones— no llevan explicaciones al pie de la página. No las he juzgado necesarias: los 35 números están ejemplificando los muchos casos en que mi fuente es alguna de las ediciones antiguas, o en que adopto una enmienda de MP. Pero en los casos, no infrecuentes, en que los textos que ofrezco no coinciden ni con el de las ediciones antiguas ni con el de la edición de MP, sino que se deben a correcciones mías, invariablemente explicaré en nota el porqué del cambio.

Para terminar esta sección, mencionaré otra diferencia entre la edición de MP y la mía. Se trata de minucias, pero también las minucias cuentan. MP suele hacer, sin ninguna explicación, cambios pequeños en las partículas gramaticales (artículos, pronombres, preposiciones, conjunciones); son cambios que a menudo no tienen razón de ser. He aquí algunos ejemplos (pongo primero la lección original, y entre paréntesis la “corrección” de MP): 4:62 la suerte (las suertes); 11:122 la cuenta (las cuentas); varias veces ese (este), como en el núm. 5 del muestrario; 46:151 un querer pagar (el querer pagar); 39:179 a mayo (al mayo); 66:4 todo mayo (todo el mayo); 89:38 seña de valor (del valor); 187:14 como sol (como el sol); Sueño, 135 guarda cálculo pequeño (guarda el cálculo); Sueño, 205 de reloj (del reloj); 3:265 al modo que (al modo de); 11:11 yo (ya), y viceversa 11:31 ya (yo); 31:20 por hacer (para hacer); 2:91 y 65:37 cuanto (cuando); 36:68 acreedores de (acreedores a); 123:3 como la merecéis (como lo merecéis); 33:2 es en mí gusto (es mi gusto); 214:205 la boca (su boca); 176:11 en celo ni en sospecha (en celo y en sospecha).

En nota a 4:107 cita MP a Pedro Henríquez Ureña, según el cual sor Juana distinguía entre el lo acusativo y el le dativo, “como se ha hecho siempre en América”.12 Normándose por este “criterio” (que es también el de Rufino José Cuervo), anuncia MP que corregirá el leísmo y el laísmo de las ediciones antiguas de sor Juana, ya que los casos de le acusativo y de la dativo “se deben a los impresores europeos”. Así lo hace en 4:107 le sujeta (lo sujeta), 4:113 quererle (quererlo) y en otros varios lugares.13 Pero a veces olvida su propósito: en el núm. 21 hay cambio en el v. 126, le intitulé (lo intitulé), pero no en los vv. 132, 133, 137 y 167, donde deja le desechan, le remito, enmendarle y le tengo (también 70:66 le llevan). Además, hay versos en que el le es indispensable para la rima asonante: 48:10 oírle, 48:86 recibirle, 49:76 enhebrarle. De la misma manera, varias veces MP cambia en le el la dativo: 10:2 la pido celos (le pido), 36:60-61 la salga (le salga), 40 epígrafe la presentó (le presentó), 50:120 la ajustó el vestido (le ajustó), 104:80 amor que la tiene (que le tiene). La atribución del leísmo a “los impresores europeos” no se sostiene, en vista de los casos en que el le acusativo es necesario para la rima. Y en cuanto al la dativo, hay que tener presente el hecho de que sor Juana trató asiduamente a muchos españoles (comenzando con la condesa de Paredes) y leyó muchos libros españoles. Por lo tanto, nada de todo esto se ha “corregido” en la presente edición; me atengo siempre a lo que dicen las ediciones antiguas.14

III

Hay en mi edición cinco composiciones de sor Juana que no aparecen en la de MP, y, naturalmente, tengo que explicar de dónde proceden.

En una de las sesiones del III Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, celebrado en México en octubre de 1968, el erudito investigador español Enrique Martínez López leyó una comunicación sobre su hallazgo, en la Biblioteca Nacional de Lisboa, de una obra desconocida de sor Juana. Esa comunicación no se incluyó en las Actas porque el autor ya la había publicado, ese mismo año, en una revista madrileña.15 Había en Portugal varias monjas en conventos de diferentes órdenes, en Lisboa y otras ciudades, que habían constituido una especie de sociedad literaria interconventual llamada a Casa do Prazer (“la Casa del Placer”), relacionada con una Casa do Respeito (“Casa del Respeto”) en que figuraban algunas damas de la aristocracia, una de ellas, seguramente, la duquesa de Aveiro, prima de la condesa de Paredes, a quien sor Juana había alabado en un largo romance (núm. 37). Seguramente por petición de alguna de estas dos damas, sor Juana escribió para las monjas literatas una serie de veinte enigmas, precedidos de una dedicatoria (romance) y de un prólogo (soneto). Ningún sorjuanista paró mientes en el hallazgo de Martínez López; yo lo mencioné en 1977 muy brevemente,16 pero creo que apenas a partir de 1994, gracias a mi edición de los Enigmas, publicada por El Colegio de México, comenzó a hablarse de esta obra, una de las últimas que escribió sor Juana.17 Como en la presente edición he tenido que ajustarme a la presentación de los poemas según su metro, no han podido estar juntas las tres partes; la dedicatoria va entre los romances (núm. 1 bis), el prólogo entre los sonetos (núm. 195 bis) y los enigmas entre las redondillas (núm. 88 bis).

Mi segunda fuente es un manuscrito verdaderamente extraordinario: el único sobreviviente de los muchos que debieron de existir con copia de poemas de sor Juana, como el mencionado por el hermano Lorenzo Ortiz, jesuita, en su elogio de la monja mexicana (preliminares del Segundo volumen): “[Hace algún tiempo] tuve la ventura de leer algunas obras de este pasmo de los ingenios […]. Después tuve la honra de que […] la condesa de Paredes, estando en el Puerto de Santa María, me permitiese repasar [o sea ‘hojear’] el volumen manuscrito [los originales de la Inundación castálida] que su Excelencia trajo de México”. Pero esas copias manuscritas desaparecieron muy pronto: sus poseedores no tenían razón para conservarlas después de que hubo ediciones impresas; un texto impreso se conserva mejor que un manuscrito, aparte de que es más fidedigno. Quizá algún día aparezcan otras copias manuscritos, pero, por ahora, la única conocida es esa que he calificado de “extraordinaria”. Se conserva en la biblioteca de la Real Academia Española, y es parte del riquísimo legado de Antonio Rodríguez-Moñino, el cual se la compró a un librero-anticuario portugués. A esa copia me referiré con la abreviatura “Ms. Moñino”. Su signatura es C – 30-2155.

El “Ms. Moñino” consta de 17 folios, aunque en algún momento tuvo 20: tres de los folios le fueron arrancados: el 14, el 15 y el 17. Tiene rastros de cola en el margen, señal de que perteneció a un manuscrito más voluminoso. El encabezado dice simplemente Poesías Humanas, sin el nombre de la autora, que probablemente constaría al frente de la porción no conservada, y ésta debe de haber comenzado con una sección de Poesías Sagradas. La letra es de finales del siglo XVII. Contiene dieciséis composiciones, quince de ellas ya conocidas, y una no impresa en las ediciones antiguas. Las poesías abundan en erratas, algunas muy gruesas: libros (en vez de bríos), Ayrecias (Tiresias), estático (itálico), pengamientos (pergaminos), hacer (a ser), etc. Recordemos lo que dice sor Juana en el romance “Esos versos, lector mío…”: las copias en limpio que se llevó la condesa de Paredes a Madrid proceden de diversos manuscritos, algunos de los cuales, hechos con letra torpe (“de muchachos”), “matan de suerte el sentido, / que es cadáver el vocablo”. No obstante, el “Ms. Moñino” conserva a veces lecciones obviamente auténticas que fueron deturpadas en las ediciones impresas.18

William Bryant, discípulo de Rodríguez-Moñino, dio noticia del manuscrito en 1964; publicó entera la pieza inédita y desconocida y registró las variantes de las otras quince (aunque sin los epígrafes, que no dejan de tener su interés). Pero ni la noticia de Bryant ni mis tres llamados de atención sobre el valioso códice han conseguido excitar la curiosidad de quienes forman la tribu sorjuanística: ninguno, que yo sepa, da señales de haberse enterado.19

La composición inédita es la que figura en la presente edición como núm. 143 bis. Las otras quince corresponden a los núms. 3 (“Si es causa Amor productiva…”), 38 (“¡Válgame Dios! ¿Quién pensara…?”), 48 (“Señor, para responderos…”), 71 (“A Belilla pinto…), 72 (“Agrísima Gila…”), 78 (“Agora que conmigo…”), 81 (“Divino dueño mío…”), 92 (“Hombres necios…”), 118 (“Tenazmente porfïado…”), 144 (“Señora, aquel primer pie…”), 146 (“En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?…”), 190-192 (tríptico de sonetos a la muerte del duque de Veraguas) y 194 (“Altísimo señor, monarca hispano…”). La lectura de las notas de los números citados hará ver diáfanamente la gran importancia del “Ms. Moñino”.20

La tercera fuente es el manuscrito 3665 de la Biblioteca Nacional de Madrid, que contiene poesías de fray Luis Tineo de Morales, maestro general de la orden de monjes premonstratenses y autor del primer prólogo, o “Aprobación”, de la Inundación castálida. Hallé la noticia de este manuscrito en el Ensayo de Gallardo, pero lo consulté directamente en Madrid.21 Hay señales de que Tineo hizo copiar en ese manuscrito, en 1693, las poesías propias que tenía guardadas; muchas de ellas datan de sus mocedades (la más antigua es de 1644: canción a la muerte de la reina Isabel, primera mujer de Felipe IV); parece que quería darlas a la imprenta, y que esto no pudo hacerse porque murió en ese mismo año de 1693. De este manuscrito procede el núm. 205 bis de la presente edición: soneto de sor Juana a Tineo, en que expresa humorísticamente su agradecimiento, y respuesta de Tineo. Para más detalles puede verse la nota inicial de ese núm. 205 bis.

IV

En cuanto a las notas que acompañan a los textos, las diferencias más visibles entre las de MP y las mías es que las mías son casi siempre más breves (pues se limitan a lo esencial) y van impresas, no al final del volumen, sino allí donde deben estar para mayor comodidad del lector: al pie de la página respectiva. Las diferencias de fondo no son muy importantes, lo cual es natural, ya que los versos de sor Juana no se prestan mucho para interpretaciones divergentes.22 (A veces hasta reproduzco las palabras mismas de MP.)

Pero sí hay algunas divergencias. Del Epinicio al conde de Galve dice MP: “Esta Oda soberbia, tan genuinamente pindárica y tan fastuosamente gongorina, resulta hoy demasiado ardua al lector común, por su continua riqueza de audaces hipérbatos y de anchos períodos y continuos incisos”. Yo admito, como sin duda todo el mundo, que el poema es de ardua lectura, pero estoy muy lejos del desbordado entusiasmo de MP. El Epinicio es un buen ejemplo de esas poesías de encargo que sor Juana, en la Respuesta a sor Filotea, contrasta con el Primero sueño, del cual se siente tan satisfecha. Lo hallo no sólo forzado, programáticamente dificultoso, sino también hecho de prisa. La noticia de la victoria española en Santo Domingo llegó a México el 15 de marzo de 1691; a Sigüenza y Góngora le urgía publicar su relación de esa victoria (Trofeo de la justicia española); y a sor Juana le urgía hacer allí “acto de presencia”, puesto que su actividad creadora estaba estrechamente ligada con la benevolencia de los virreyes. Es probable, además, que la escritura del Epinicio haya sido una interferencia y un estorbo para la del Sueño. (Indicio de ello pueden ser las coincidencias que señalo en las notas a los versos 1-2, 8, 38 y 46 del Sueño.) El tema del Epinicio, anunciado ya en el primer verso (“No cabal relación”, sino sólo “indicio breve”), se puede resumir así: “El 4 de julio de 1690 el comandante de los franceses intimó la rendición de Santiago de los Caballeros, y ese mismo día, acá en México, firmó el virrey Galve la orden de que la Armada de Barlovento se trasladara a Santo Domingo”. No parece estar documentada la fecha de la orden, pero fue eso lo que se dijo. Así, pues, una curiosa coincidencia. ¡Y para eso tanto aparato, tanto despliegue de la retórica de lo sublime! Tan desaforadas son las hipérboles, que casi resultan cómicas. Yo creo que sor Juana, así como se negó a darle a la condesa de Paredes el manuscrito del Caracol, y así como no quiso publicar la glosa de “La acción religiosa de” (núm. 143 bis), así también se abstuvo de mandarle a don Juan de Orúe el Epinicio para que se incluyera en el Segundo volumen.

Serio como es mi desacuerdo en cuanto al Epinicio, mucho más lo es en cuanto a dos romances impresos por Castorena en el volumen de Fama y Obras pósthumas: el núm. 56, “que expresa los efectos23 del amor divino y propone morir amante, a pesar de todo riesgo”, y el núm. 57, hecho “Al mismo intento”. Estos epígrafes no tienen la menor garantía: dicen sólo lo que buenamente discurrió Castorena, vocinglero promotor del mito de la santidad alcanzada por sor Juana en sus dos últimos años de vida. Yo estoy convencido de que esos epígrafes son un estorbo, y propongo prescindir completamente de ellos para entender lo que en realidad están diciendo los romances. Es lo que hice desde que comencé a interesarme en serio por sor Juana. Y el resultado fue que inmediatamente descubrí que lo que están diciendo se relaciona muy estrechamente con la Carta que sor Juana le mandó en 1682 al padre Núñez.24 Al final de esa Carta (líneas 277-280) le dice sor Juana a quien ha sido su confesor y director espiritual: “Rebosan ya en el pecho las quejas que en espacio de dos años pudiera haber dado; y, pues tomo la pluma para darlas, redarguyendo a quien tanto venero, es porque ya no puedo más”. Los romances son una impresionante exhibición de esas “quejas” acumuladas durante dos años. Tengo para mí que si ella no los dio a la imprenta fue por la misma razón por la cual nunca publicó su Carta a Núñez: son confesiones terriblemente personales e íntimas. Y, como no se conocieron sino después de su muerte, Castorena debe de haber pensado que databan de los años finales, los de la presunta “santidad”.

El núm. 57 es “psicológicamente” anterior al núm. 56. Es más llano y monocorde. Según yo, la gracia del primer verso (“Mientras la gracia me excita…”) es simplemente el padre Núñez, con sus consejos y sus exhortaciones; en el verso 5, la virtud es también Núñez, y la costumbre es la irresistible vocación literaria de sor Juana. Los versos “Hago disgusto a lo mismo / que más agradar quisiera” significan: “¡Qué diera yo por darle gusto a mi amado padre!”,25 pero me es imposible, y esta imposibilidad me tortura. El romance termina con un resignado “¡Padezca, pues Dios lo manda!”

El núm. 56 es más complejo. Comienza así: “Traigo conmigo un cuidado, / y tan esquivo…”, o sea: “Traigo en mi pecho un amor muy grande y muy huidizo”.26 A diferencia del dios Cupido, ese amor no es ciego; ve muy bien; pero “los ojos que tiene son / para dar[me] más tormento”; y a la palabra tormento siguen otras igualmente elocuentes: ansias, verdugo, matar, morir, veneno, castigo, pesar, penar, delito, culpa, dolor, tristeza. He aquí una paráfrasis del resto: “Si ese amor mío es lícito, ¿por qué me lo castiga el padre Núñez? Yo no hago sino pagar lo que debo. No es ya el amor bastardo de otros tiempos, sino que ahora está en su centro natural, de tal manera que la virtud y la razón, lejos de extinguirlo, lo avivan.27 Si el padre Núñez dice que es delito, ¡dígalo! Pero no hará que me arrepienta”. Y el final es radicalmente distinto del otro final: en vez de la aceptación resignada, lo que hay es una franca rebeldía: “Aunque muera a manos de lo que más quiero, protesto nunca dejar de amar lo que amo”. La secuela lógica no es sino esa Carta en que sor Juana se sacude el tiránico yugo del padre Núñez.

MP no sólo acepta sin discusión alguna los epígrafes que puso Castorena,28 sino que ve en los dos romances “acaso lo más puro y legítimamente místico de sor Juana” (las cursivas son de él).29 Según yo, está completamente equivocado; y encuentro mucho más atinado a Octavio Paz en su desconcierto (Las trampas de la fe, pp. 147-149 y 386-389) que a MP en su seguridad, —una seguridad que a mí me parece muy postiza. MP no ve que los dos romances expresan conflicto y angustia, y no serenidad mística. (Estamos muy lejos de san Juan de la Cruz, cuya alma se abandona dulcemente en brazos de aquel a quien ama, dejando su cuidado “entre las azucenas olvidado”.) MP no dedica ninguna nota a las expresiones de conflicto (que ciertamente dificultan la labor exegética); y las notas que pone son sumamente endebles. No dice por qué sor Juana llama esquivo al “amor divino”; si éste tiene ojos, él cree que se trata de “los de la más plena razón y la Fe”, pero guarda silencio sobre lo que sigue: “los ojos que tiene le sirven para causar más tormento”. (¡Vaya “amor divino”!) Y el verso “Si es delito, ya lo digo”, recibe este comentario: “No es delito, sino dulce obligación, el preocuparnos de que Dios nos ame”, lo cual es salirse por la tangente. Peor aún, el verso “más me abate hasta el profundo”, que sugiere abismos infernales, queda maquillado sin aviso alguno: “a lo profundo”. Finalmente, tampoco ve MP la evidente alusión al padre Núñez que hay en el núm. 56: “quien penetra / lo interior de mis secretos”.30 No podemos dudar de la sinceridad de sor Juana en cuanto a su propósito de dejarse guiar por los consejos del padre Núñez (“…he intentado sepultar, con mi nombre, mi entendimiento”: Respuesta, línea 199). Pero el hecho es que ni ella ni el confesor pudieron hacer nada contra la fuerza del destino.

Para nosotros, modernos, los libros son cosa trivial y cotidiana. Tenemos que hacer un enorme esfuerzo de imaginación para comprender lo que fueron para sor Juana. Necesitamos leer con los ojos y el corazón bien abiertos eso que se expresó con tanto énfasis y tanta insistencia. Sor Juana aprendió a leer cuando “no había cumplido los tres años de edad” (Respuesta, línea 218); “a los ocho años, porque la ofrecieron por premio un libro, riqueza de que tuvo siempre sedienta codicia, compuso una loa…” (Calleja); comprendió, en Nepantla, que le era imposible estudiar en la Universidad, “pero yo despiqué el deseo en leer muchos libros varios que tenía mi abuelo […], de manera que, cuando vine a México, se admiraban, no tanto del ingenio cuanto de la memoria y noticias que tenía” (Respuesta, 247-252); “desde que me rayó la primera luz de la razón fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones (que he tenido muchas) ni propias reflejas (que he hecho no pocas) han bastado a que deje este natural impulso que Dios puso en mí” (Respuesta, 188-193); Juana Inés decidió hacerse monja “a pesar de la contradicción que la hizo el conocer tan entrañada en sí la inclinación vehemente al estudio” (Calleja); “aunque conocía que tenía el estado [religioso] muchas cosas repugnantes a mi genio, [renuncié a] las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola, de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros” (Respuesta, 269-289); en agosto de 1667 resolvió Juana Inés, con denuedo piadoso”, deshacerse de su incipiente biblioteca al entrar en el convento de las carmelitas, “y en cada libro que abandonaba, degollarle a Dios un Isaac” (Calleja); “Pensé yo que huía de mí misma, pero […] trájeme a mí conmigo y traje mi mayor enemigo en esta inclinación que no sé determinar si por prenda o castigo me dio el Cielo, pues [lejos] de apagarse o embarazarse con tanto ejercicio que la religión tiene, reventaba como pólvora”; después, en el convento de las jerónimas, donde llegó a tener una enorme biblioteca, “su más íntimo y familiar comercio eran los libros”; allí sufrió no poco, pero “su quitapesares era su librería, donde se entraba a consolar con cuatro mil amigos, que tantos eran los libros de que la compuso” (Calleja); en una ocasión tuvo prohibida la lectura durante tres meses, pero luego “volvió a sus libros con sed de prohibida” (Calleja).31

Si hacemos un esfuerzo por entender lo que estos textos están, no diciendo, sino gritando, estaremos preparados para imaginar lo que fueron los dos últimos años (1693-1695) de vida de sor Juana, después de que el prepotente arzobispo Aguiar y Seixas le quitó sus cuatro mil libros. Si tres meses de prohibición la hicieron caer enferma, la pérdida súbita y definitiva de los cuatro mil libros fue la muerte. Despojarla de ellos fue despojarla de su vida.32

La interpretación que doy se parece mucho a la que del núm. 56 dio Martha Lilia Tenorio hace algunos años. También ella percibe en esos versos “un alma atormentada porque su pasión es, irracionalmente, perseguida”, y no un alma cautivada por el “amor divino”, y también ella siente que el amor dotado de ojos es “el amor de sor Juana por el saber”.33 Sólo hay un leve desacuerdo: según ella, el “término a quo” del verso 9 es la propia sor Juana, pero yo creo que es Dios; en la Carta a su confesor dice (líneas 34-35) que su amor a las letras le viene de Dios (el cual, por desgracia, ¡se olvidó de preguntarle a Núñez si él lo aprobaba!), y después (línea 194) vuelve a decirlo: “Dios me inclinó a eso”; y ¿acaso “no es Dios, como suma bondad, suma sabiduría?” (línea 202); así, pues, el término ad quem no puede ser sino el bien, de manera que “todo el dolor es el medio”: entre la causa y el efecto están las torturas irracionales a que la somete el confesor.

Es fácil hallar otras correspondencias entre los romances y la Carta, comenzando con esa idea de delito que Núñez ha querido plantar o “insuflar” en su hija espiritual. Ella responde (núm. 56): “Si es delito, ya lo digo; / si es culpa, ya la confieso”; y en la Carta, hablando de algunas obras que ha hecho: “Ya que en su opinión es pecado hacer versos, ¿en cuál de estas ocasiones ha sido tan grave el delito de hacerlos? Pues cuando fuera culpa…”, etc. (líneas 85-89), y también: “¿Por qué ha de ser malo que [en vez de perder mi tiempo] lo gastara en estudiar?” (líneas 189-193); “Yo tengo este genio. Si es malo, yo me hice. Nací con él y con él he de morir” (196-197). Cf. también Respuesta a sor Filotea, líneas 837 y siguientes: “Si son culpa…”

En las expresiones de tortura, las correspondencias son más abundantes. A veces se queja sor Juana de la injusticia que sufre. A la pregunta retórica “¿Por qué me han de dar castigo?” (núm. 56, v. 15) corresponde en la Carta una enumeración de los torturadores de quienes “resulta un tan extraño género de martirio cual no sé yo que otra persona haya experimentado” (líneas 104-105); hasta el aplauso que le dan los virreyes “se convierte en pungentes espinas de persecución” (líneas 123-124), queja relacionada con un par de sonetos “dolorosos”: “En perseguirme, Mundo, ¿Qué interesas?…” (núm. 146) y sobre todo “¿Tan grande, ¡ay, hado!, mi delito ha sido…?” (núm. 150). Pero otras veces no hay un “Mundo”, no hay un “ellos”: sor Juana comprende que es ella misma quien se tortura por tratar de complacer al confesor renunciando a sus inclinaciones naturales, o sea a su vida misma: “Bien ha visto” el padre Núñez —dice— “que yo misma estoy formando / los dolores que padezco” (núm. 56); o, mejor aún: “De mí mesma soy verdugo / y soy cárcel de mí mesma. / ¿Quién vio que pena y penante / una propia cosa sean?” (núm. 57).34

V

Para completar lo que he dicho sobre las diferencias entre la edición de MP y esta mía, he aquí tres minucias.

1. Ya he señalado cómo MP suele “corregir” y “hermosear” los textos; por ejemplo, si las ediciones antiguas dicen “al modo que aquellos que / defendieron…” (3:265), él enmienda la cacofonía: “al modo de aquellos que…”; varias veces “corrige” un mesmo convirtiéndolo en mismo (y lamenta no poder hacer tal “corrección” cuando mesmo es necesario para la rima). Yo no “corrijo” sino aquellos casos en que los usos de la imprenta falsean la realidad lingüística: sor Juana y sus contemporáneos no decían asumpto, augmento, demonstración, esempción, objecto, prompto, proprio y succeso, sino asunto, aumento, demostración, etc. A veces las ediciones antiguas conservan formas que MP corrigió por sentirlas demasiado “vulgares”; pero yo no me espanto de arismética, carbunco, contradición, norabuena, perfición y parasismo. También conservo formas como salistes y salistis, sin convertirlas en salisteis. Mantengo siempre la f de Josef (Joseph, el hijo de los virreyes) porque a veces hace falta para la medida del verso.

2. Una gala de versificación que sor Juana le imitó a Calderón consiste en terminar versos octosílabos con partículas átonas, las cuales, en virtud del ritmo, adquieren una especie de acento; para estos casos se me ha ocurrido usar un acento grave; véanse, ya en el núm. 1, los versos “No hay cosa más libre què / el entendimiento humano”, “espacio / que ferian al ocio làs / precisiones de mi estado”, “tan sólo pòr / obedecer un mandato”, “pues al cabo harás lo què / se te pusiere en los cascos”, “esto no es más dè / darte la muestra del paño”.

3. El Primero sueño es una silva, metro que es la negación misma de toda partición estrófica. MP lo divide en cuarenta y dos tajadas; yo lo imprimo sin ninguna solución de continuidad, tal como está en el Segundo volumen.

1 La Biblioteca Americana, a su vez, cumple 62 años en 2009. En 1947 yo era miembro del Departamento Técnico del Fondo, y recuerdo el coctel que Cosío Villegas ofreció a literatos y libreros para “presentar en sociedad” los dos primeros volúmenes de la nueva serie: el Popol Vuh y la Vida de Cristóbal Colón por su hijo Fernando.

2 Quien hubiera podido disputarle ese título en 1951 era Ermilo Abreu Gómez, en cuyo currículum había un enorme número de libros y artículos relativos a sor Juana, entre ellos varias ediciones de obras suyas. En algún momento, cuando quien manejaba el timón del Fondo de Cultura Económica era ya Arnaldo Orfila (o sea después de 1947), corrieron rumores de que éste pensaba encargarle a Abreu Gómez la edición de sor Juana destinada a la Biblioteca Americana. A reserva de que estos rumores se confirmen, observo yo que el currículum de Méndez Plancarte estaba cuantitativamente muy por debajo del de Abreu, pero cualitativamente muy por encima: había publicado una antología de Poetas novohispanos (3 tomos, 1942-1945) en que se reveló como el conocedor número uno de lo que fue la poesía en México durante la era virreinal, y una serie de artículos, aparecidos en la revista Ábside y en el periódico El Universal, en los cuales, sin menoscabo de su amistad con Abreu Gómez, exhibía ejemplos y más ejemplos de sus ignorancias y chapucerías. Méndez Plancarte pertenecía al clero de la arquidiócesis de México, mientras que Orfila era francamente un “anticlerical”. Así pues, no es poco mérito suyo el haber tomado una decisión tan racional; elegir a Abreu Gómez hubiera sido un desastre.

3 Yo prefiero sospecha