Persuasión - Margaret Mayo - E-Book

Persuasión E-Book

Margaret Mayo

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Beschreibung

Luciano Segurini había convencido a Celena para que trabajara con él por el triple de lo que estaba ganando. Sin embargo, antes de que ella se diera cuenta, Luciano la había persuadido para que se hiciera pasar por su prometida, e incluso para que se convirtiera en su esposa. A pesar de todo, aquel matrimonio resultó agridulce. La pasión ocupaba sus noches y los malentendidos los días. La convivencia no era fácil y, además, estaba Simone...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 1996 Margaret Mayo

 

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Persuasión, n.º 1180- enero 2021

Título original: Powerful Persuasion

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-120-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

AL ENTRAR en el despacho, Celena sintió como si el corazón se le paralizara. No estaba segura de cómo había esperado que fuera Luciano Segurini, pero, con toda seguridad, no tan alto ni tan imponente. Ni tan descaradamente masculino. Había anticipado una figura poderosa, que soportara bien la autoridad sobre los hombros y que tuviera una enorme seguridad en sí mismo, ya que, sin aquellas cualidades, no habría llegado a alcanzar el nivel al que se encontraba. Sin embargo, nunca se había imaginado que fuera alguien cuya mera presencia llenara la habitación de una sexualidad tan patente que fuera casi tangible.

Tenía el pelo negro, con la raya a un lado y peinado hacia atrás, una barbilla prominente y enjutas mejillas, lo que le daba un aspecto algo severo. La nariz era larga y recta, con las aletas algo anchas y un labio inferior muy carnoso. No era guapo, pero, sin embargo, la combinación de todos aquellos rasgos le confería un atractivo casi letal.

—Señorita Coulsden… —dijo él. Sus ojos marrones, oscuros como el terciopelo, la miraron mientras le apretaba la mano entre la suya con tanta fuerza que a Celena le pareció que iba a romperle todos los huesos—. Siéntese —añadió, tras alargar el saludo más de lo que a ella le pareció necesario.

Con un nombre como el de Segurini, Celena había esperado que aquel hombre tuviera un acento extranjero. Sin embargo, hablaba un inglés perfecto, con una voz profunda y grave que le seducía los oídos y le enviaba oleadas de apreciación por el cuerpo. No entendía lo que le estaba ocurriendo. Había acudido allí por una entrevista de trabajo y, en vez de lo acostumbrado en aquellos casos, estaba experimentando unas turbadoras sensaciones eróticas.

Después de que su compromiso con Andrew Holmes hubiera acabado de un modo tan desastroso, se había cuidado mucho de dejar que otro hombre la cortejara. Instintivamente, desconfiaba de todo el sexo masculino y había construido un muro a su alrededor que desconectaba automáticamente de su vida a todo el que osaba mover ni siquiera un ladrillo. Todo el mundo decía que había cambiado después de lo de Andrew, y tal vez había sido así, pero era el modo en que Celena tenía de enfrentarse a ello.

Un par de años después, cuando sus padres murieron en un accidente de esquí, Celena se había alegrado de no haberse casado con él. Su hermana pequeña, Davina, estaba en un internado y Celena tenía la intención de dejarla allí. A Andrew no le habría agradado aquella idea y hubiera considerado una pérdida de tiempo pagar dinero por su educación cuando había colegios estatales perfectamente adecuados. El hecho de que la propia Celena hubiera ido también a un internado había sido siempre motivo de roce entre ellos.

Por todo aquello, Celena no podía entender que hubiera tenido una reacción tan fuerte con respecto a aquel hombre, al que seguramente le horrorizaría saber los pensamientos que a ella le estaban pasando por la cabeza.

—Gracias —respondió ella.

Él esperó hasta que ella se acomodó y luego se sentó tras un amplio escritorio que alojaba una batería de equipamiento tecnológico. Cualquier otro hombre se hubiera visto empequeñecido por todo aquello, pero aquello era imposible en el caso de Luciano Segurini. Cuando escribió algo sobre un teclado, Celena notó que tenía las manos cuidadas pero que, a pesar de todo eran fuertes. No era de extrañar que casi la hubiera pulverizado.

—Veamos… Celena Coulsden, soltera, veintiocho años, excelentes notas, con mención especial en dibujo y en gráficos, empezó a trabajar…

—Un momento —le interrumpió Celena, sin poder creer lo que estaba escuchando—. ¿Cómo ha conseguido toda esa información?

Aquello era increíble. ¿Por qué habría considerado aquel hombre investigarla de aquella manera? ¿Qué más sabía? ¿Su talla? ¿El pie que calzaba? ¿Su perfume favorito? Celena se sentía muy intranquila. Allí estaba ocurriendo algo que ella no acaba de entender.

En primer lugar, le habían ofrecido un trabajo que ella ni siquiera había solicitado. Después, aquel hombre tan sorprendente le acababa de revelar que tenía información completa y exacta sobre ella. El corazón volvió a darle un vuelco, aunque aquella vez por una razón muy diferente. Estaba experimentando una premonición, que le advertía que aquel hombre era peligroso.

Él sonrió como para tranquilizarla, pero no lo consiguió. Parecía la sonrisa que un depredador le lanzaría a su presa.

—No hay nada que yo no pueda descubrir, señorita Coulsden, si quiero hacerlo. No hay nada que yo no pueda hacer.

Aquellas palabras la dejaron atónita. ¿Habían sido una amenaza? Entonces, Celena se levantó, irguiéndose en toda su estatura y se apartó la melena castaña rojiza de la cara, dejando bien al descubierto sus ojos grises.

—Creo que estamos haciéndonos perder el tiempo mutuamente, señor Segurini. No debería haber venido. Me encuentro muy a gusto en mi actual trabajo. Muchas gracias.

Iba vestida de rojo, un color que debería haber desentonado terriblemente con el de su pelo, pero, de algún modo, iban a la perfección. Entonces, se colgó el bolso en el hombro y se encaminó hacia la puerta. De repente, la voz imperiosa de él la detuvo.

—¡Espere!

Lentamente, Celena se volvió, con la barbilla bien alta. El corazón empezó a latirle a toda velocidad.

—¿Se ha ofendido porque ya tenga informes sobre usted?

—De hecho, sí —respondió ella, aclarándose la garganta—. Ni siquiera soy su empleada y usted tiene, a pesar de todo, un informe sobre mí. Creo que eso es totalmente inaceptable.

—Creo que estará de acuerdo conmigo en que, en estos tiempos, la mayoría de las personas están incluidas en listas de ordenador. Resulta sorprendente cuánta información de cada uno tienen toda clase de personas, como, por ejemplo, el director del banco. Probablemente sabe mucho más de usted de lo que cree.

—Tal vez —admitió ella—, pero, ¿por qué iba a tenerla usted?

—Piénselo, señorita Coulsden. No le ofrecería un trabajo, en especial uno tan importante, a una persona de la que no supiera nada.

—De acuerdo, pero ¿cómo la consiguió? No nos conocíamos de antes. ¿Cómo ha sabido todo eso sobre mí? ¿Y por qué me ha llamado a mí en particular? Estoy segura de que debe de haber muchos otros publicistas que tengan las características que usted está buscando.

—Usted se ha forjado una excelente reputación. Los anuncios de los que usted se ha encargado, han sido los que han reportado más éxitos a su agencia.

—Yo simplemente me encargo de escribirlos —respondió ella, que era muy modesta sobre sus éxitos.

—Pero qué palabras —replicó él, mirándola con aprobación. Celena intentó no prestar atención a lo que aquello provocó en sus sentidos—. Lo que no entiendo es por qué se ha concentrado en ese lado de la publicidad cuando tiene mucho talento para el diseño.

—Me gusta más.

—Y por eso la quiero en mi equipo. No hay nada que yo no pueda conseguir.

Resultaba evidente que aquel hombre tenía la intención de contratarla, tanto si ella lo aceptaba como si no. Para empezar, cuando recibió la oferta de Luciano Segurini, Celena se sintió halagada y sorprendida, pero también intrigada, aunque le gustaba que él pensara que era lo suficientemente buena como para formar parte de una de las mejores agencias publicitarias de Inglaterra. Además, le había ofrecido un sueldo mucho más alto de lo que estaba ganando en aquellos momentos, que le resultaría muy útil.

Últimamente, se había pasado muchas noches despierta, preguntándose cómo iba a pagar los gastos del internado de Davina al siguiente trimestre. El dinero que sus padres le habían dejado se había evaporado ya, aunque Davina no lo sabía. Celena hubiera sido capaz de trabajar día y noche antes que decírselo. Su hermana estaba muy contenta en aquel colegio, el mismo al que había ido Celena, y si le decía que tenía que dejarlo podría afectar seriamente a sus estudios.

Evidentemente, Celena se había preguntando por qué Luciano Segurini la había elegido a ella para aquel trabajo e incluso cómo había sabido de ella. Había llegado a la conclusión de que todas las agencias vigilan estrechamente a sus competidoras y que las personas hablaban, por lo que no resultaba extraño que hubiera oído hablar sobre ella.

Tenía razón cuando había dicho que Celena había tenido un buen número de éxitos. De hecho, Hillier y Jones estaban muy orgullosos de ella y dudaba que la dejaran marchar. Ni siquiera les había dicho que iba a acudir a aquella entrevista. Solo le había empujado la curiosidad y, por la sorprendente reacción que había tenido con respecto a aquel hombre y por todo lo que él sabía sobre ella, estaba empezando a desear no haber ido. Resultaba muy turbador saber que la habían investigado tan exhaustivamente.

—Quiero que trabaje en el proyecto más importante de toda mi vida. Usted es la persona que he estado buscando ya que tiene las características adecuadas.

—Me imagino que, con el éxito que su agencia ha alcanzado en los últimos años, ya tiene un equipo muy bien preparado.

—Siempre hay lugar para las mejoras.

—Se refiere a sangre nueva. ¿Es que alguien le ha defraudado? Tiene una vacante, ¿no es verdad?

—Sí —respondió él, con una ligera sonrisa en los labios—. Me han defraudado, y mucho, a decir verdad. ¿Va a aceptar el trabajo, Celena?

Ella casi no notó el hecho de que la había llamado por su nombre. No podía apartarle los ojos de la boca, ni de aquel labio inferior tan carnoso. Sin poder evitarlo, se preguntó que sentiría si un hombre como aquel la besaba.

—Lo siento —dijo ella, cuando se dio cuenta de que él parecía estar esperando una respuesta—, ¿qué ha dicho?

—Le ofrezco el doble de lo que esté ganando en la actualidad, sea la cifra que sea.

—Échele un vistazo a su pantalla, señor Segurini. Estoy segura de que le dirá exactamente cuál es mi sueldo actual.

—De hecho, así es. Y también me dice que no tiene novio. ¿Por qué? Es una mujer muy hermosa, Celena, es…

—Mi vida privada no tiene nada que ver con mi profesión. No tiene derecho a husmear en ella —le espetó Celena. Sin embargo, no pudo evitar preguntarse si sabría también de la existencia de su hermana pequeña y de lo mucho que le estaba costando vivir con sus propios medios.

—En realidad, era solo una conjetura. Sin embargo, creo que, por lo mal que se lo ha tomado, tengo razón. Y eso es bueno, porque esperaré de usted que trabaje muchas horas y no quiero que un novio airado esté siempre detrás de mí.

—Todavía no he dicho que vaya a aceptar el empleo —replicó Celena, molesta de que le hubiera engañado.

—Sería una locura por su parte si no lo hiciera. Su vida estaría asegurada.

—¿Vida, señor Segurini? No voy a entregarle mi vida.

—¿Pero está interesada? —peguntó él, sonriendo.

—Tengo un contrato que…

—Que puede romperse fácilmente. En cualquier caso, tengo entendido que Hillier y Jones están pasando dificultades. Se vislumbran despidos y puede que, muy pronto, usted misma se quedara sin trabajo.

—No tengo noticia de nada de eso —dijo Celena, sospechando que se lo estaba inventando.

—Pero es cierto. ¿Cuál es su respuesta?

—Ahora no puedo darle ninguna. No puedo tomar una decisión tan importante sin pensarlo bien antes.

—¿Y qué es lo que tiene que pensar?

—Muchas cosas. Por ejemplo, ¿será usted mi jefe inmediato?

—Somos un equipo, Celena. Todos trabajamos juntos —respondió él, de nuevo exhibiendo aquella sonrisa de depredador—. Siéntese, le pediré a mi secretaria que le traiga un café. Tengo que ver a alguien. Regresaré dentro de diez minutos.

¿Era aquello todo el tiempo que le estaba dando para que se lo pensara? ¿Qué iba a hacer si ella se negaba a aceptar el puesto? El suelo era demasiado alto, mucho más de lo que ella se merecía, a pesar de que no iba a protestar por ello. De hecho, aquella oferta era un salvavidas, especialmente si era cierto que Hillier y Jones estaban pasando por un mal momento. Sin embargo, la confundía no haber oído rumores al respecto.

El principal problema era el propio Luciano Segurini. Aquel hombre ponía todos sus mecanismos de autoprotección en estado de alerta. Presentía que aquel hombre podría infiltrarse entre sus defensas casi sin que ella se diera cuenta.

Tal vez se estuviera preocupando por nada. Nunca había tenido mucha relación con Howard Hillier, el director de la agencia en la que estaba trabajando, así que podría ser que tampoco la tuviera con aquel hombre. Resultaría ridículo rechazar una oferta tan excepcional simplemente porque tenía miedo de un hombre tan carismático y de lo que él podría hacer con sus sentimientos. Sin embargo, no podía dejar de pensar que había algo más, algo que él le estaba ocultando, una razón más que de la simplemente necesitar una buena publicista.

Diez minutos nunca habían pasado más rápidamente para Celena. En el instante en el que él regresó, el despacho volvió a cargarse de electricidad… y lo peor era que ella todavía no se había decidido.

—¿Qué has decidido, Celena?

Aquella fue la primera vez que él la tuteó, pero Celena no estaba segura de que le gustara aquella familiaridad. En realidad, nadie la llamaba así, ya que todos lo hacían con un diminutivo, Lena.

No volvió a sentarse en el sillón, sino que lo hizo sobre el escritorio, apoyado en él con las piernas estiradas y las manos a ambos lados. Estaba tan cerca de ella que Celena olía la loción para después del afeitado que él se había puesto, un aroma que parecía abotargarle los sentidos aún más. Ningún hombre le había afectado de aquella manera antes, tan repentinamente y en contra de su voluntad. Ni siquiera Andrew, del que había creído estar enamorada.

—Yo… No puedo aceptar este trabajo, señor Segurini.

—¿Por qué no, Celena? —preguntó él, con un gesto que revelaba el enojo que le producía aquella respuesta.

—Antes, necesito descubrir si es cierto lo que ha dicho sobre Hillier y Jones.

—Y cuando compruebes que es así, ¿qué excusa utilizarás entonces?

—Todo esto es muy irregular, señor Segurini. No puedo evitar tener sospechas.

—¿Me estás diciendo que el dinero extra no te vendría bien? —preguntó él, con una voz profunda y desconcertante, que le produjo una incómoda sensación en la boca del estómago.

—El dinero siempre es útil, pero no siempre es la respuesta.

Entonces, él se apartó del escritorio y fue a colocarse detrás del respaldo de la silla. Luego, se inclinó sobre ella, tanto que le acercó la boca a la oreja.

—Eres una mujer sorprendente, Celena Coulsden.

Aquellas palabras vibraron dentro de ella, a través de cada uno de sus nervios. Celena sabía lo que él estaba haciendo. Estaba utilizando su sensualidad, seguro de que así conseguiría hacerla ceder.

El miedo se apoderó de ella. Él no podía haber adivinado lo que ella estaba sintiendo. Estaba segura de que no había sido así. Simplemente estaba jugando con ella, seguro de que al final acabaría ganando.

—Esta es una entrevista muy poco ortodoxa, señor Segurini —dijo ella, poniéndose rápidamente de pie y apartándose de él.

—Yo soy un hombre poco ortodoxo —respondió él, con voz profunda.

—¿Utiliza siempre su sex appeal para conseguir lo que quiere? —preguntó ella, con voz fría.

Desde que había terminado con Andrew, había tenido muchas oportunidades para poner en práctica sus cualidades para apartar a los hombres. Tenía un rostro de una belleza clásica, con pómulos prominentes, ojos almendrados y una boca muy generosa. Todo aquello, combinado con su esbelta figura y la bonita melena castaña, la convertía en el blanco de las atenciones de los hombres. Se había acostumbrado a frenar sus insinuaciones con la misma mirada que le estaba lanzando en aquellos momentos a Luciano Segurini.

—¿Era eso lo que estaba yo haciendo? —preguntó él, frunciendo los labios.

—A mí me pareció que así era.

—No me había dado cuenta.

—¿De verdad?

—Creo que tienes la imaginación algo desbocada —dijo él, sentándose en la silla que ella había dejado vacía y apoyando los pies en una esquina del escritorio—. Sin embargo, si estoy consiguiendo persuadirte de que nos harías a ambos un favor, si aceptaras este trabajo, no me parece nada malo.

—No está consiguiendo convencerme —replicó Celena con frialdad—. De hecho, su comportamiento me está convenciendo de que cometería un error fatal si aceptara su oferta.

Él frunció el ceño y se puso de pie como movido por un resorte.

—Mis sinceras disculpas, señorita Coulsden. Pensé que la informalidad ayudaría. Evidentemente, me equivoqué —dijo él, volviendo rápidamente a su sitio, detrás del escritorio.

—Y también se equivocó al dar por sentado que yo me aferraría a esta oportunidad —añadió ella—. Creo que ya no tenemos nada que decir. Buenos días, señor Segurini.

A pesar de que sabía que más tarde lamentaría haber rechazado aquella oferta, Celena no cambió de opinión. Además, para su sorpresa, él la dejó marchar sin decir otra palabra. Cuando ella regresó a su despacho, hizo unas pesquisas y descubrió que todo lo que Luciano Segurini le había dicho sobre el estado de su agencia era cierto. Parecía que se iba a quedar sin trabajo y que Davina tendría que dejar el internado sin remedio. Aquel pensamiento la entristeció y la inquietó a la vez.

Aquella tarde, cuando llegó a casa, Celena tenía un enorme ramo de flores esperándola. Cuando las recogió con curiosidad del umbral de su puerta, miró con atención la tarjeta.

 

Para la mujer más sorprendente que he conocido. Si cambias de opinión, la oferta sigue en pie. Me mantendré en contacto.

 

La tarjeta no estaba firmada, pero no era necesario. A pesar de que, económicamente, Celena se sentía aliviada de que pudiera optar todavía a aquel trabajo, tenía miedo de volver a enfrentarse con el hombre más sorprendente que ella había conocido. No le había hablado a nadie de aquella entrevista, ya que había utilizado la excusa de una cita con el dentista para explicar su ausencia en el trabajo.

Tras abrir la puerta, entró en su casa. A la muerte de sus padres, Celena había vendido la casa que tenían en Norfolk y se había mudado más cerca de Londres y de su trabajo. Aquella nueva casa era perfecta para ella. Si no hubiera sido por el internado de Davina, hubiera vivido más que cómodamente.

Dejó las flores en la encimera de la cocina, pensándose muy seriamente si tirarlas o no a la basura. Si las colocaba en un jarrón, serían un recordatorio constante del hombre que había dejado una huella tan profunda en ella en un espacio de tiempo tan breve. Tras tomar una ducha, se puso un cómodo mono de seda verde.

A continuación, se preparó la cena con un poco de pollo frío y una ensalada. Las rosas seguían todavía en el lugar en el que ella las había dejado. Acababa de terminar de cenar cuando sonó el timbre. Como siempre había alguien que llamaba a la puerta, Celena sintió la tentación de no abrir. Sin embargo, al ver que el timbre volvía a sonar, fue a ver quién era. Y se quedó boquiabierta.

—¡Señor Segurini! ¿Qué está haciendo aquí?

—He venido a comprobar que mis flores han llegado sin novedad.

—Una llamada de teléfono hubiera sido más que suficiente. Y sí, han llegado. Muchas gracias, aunque no se me ocurre por qué las ha enviado.

—Espero que le gusten las rosas blancas —dijo él, mientras la examinaba de arriba abajo, subiendo la mirada lentamente. Tras detenerse brevemente sobre los pechos y la boca, volvió a mirarla a los ojos.

—Sí —susurró ella. En realidad, eran sus favoritas.

—Es una pena que uno nunca llegue a ver las flores que encarga.

—Si está buscando que le invite a mi casa, no va a conseguirlo —contestó ella, intentando desesperadamente aplacar la rebelión que se había apoderado de sus sentidos.

Él se había cambiado de ropa. Llevaba puesto un par de pantalones azules y un jersey de cachemir a juego. Aquellas ropas tan informales resaltaban la musculatura que adornaba su cuerpo, convirtiéndolo en un adversario más que peligroso. A pesar de que su mente le recordaba que no debía confiar en él, el cuerpo de Celena no parecía tener tales reservas.

—Pensé que tal vez podríamos ir a tomar una copa para conocernos mejor y charlar un poco más sobre mi oferta —dijo él, sonriendo.

—¿Es que nunca acepta un no por respuesta?

—No, si realmente deseo algo.

—¿Y me desea a mí? —preguntó ella, sonrojándose inmediatamente al darse cuenta de lo que había dicho—. Es decir, ¿desea tanto que yo trabaje para usted?

—Es perfecta para el trabajo.

—Yo creo que hay más que eso.

—¿Qué le ha hecho pensar eso?

—En primer lugar, su insistencia.

—¿Y en segundo lugar?

—Intuición femenina —replicó ella con frialdad, sintiéndose más segura.

—Ah, eso.

—Sí, eso. ¿Acaso va a negar que tengo razón?

—Resulta una teoría interesante. ¿Qué le parece que salgamos juntos a hablar de ella?

—No quiero salir —insistió ella, impaciente—. He tenido un día terrible, que usted no ha hecho que sea mejor, y había pensado en retirarme temprano.

—Todavía es temprano —replicó él, consultando la hora en su caro reloj de oro—, poco más de las ocho. Tal vez podríamos hablar aquí. Prometo no robarle más de una hora de su tiempo.

—Nunca permito que entren extraños en mi casa.

—No creo que nosotros seamos unos completos extraños. Le prometo, señorita Coulsden, que mis intenciones son estrictamente honorables. Vaya, me ha salido una frase de lo más anticuada. Permítame decírselo de otro modo. No tengo ningún plan para su cuerpo, por muy hermoso que sea. Estará perfectamente a salvo conmigo.

Sorprendentemente, Celena le creyó. A pesar de que lo encontraba tremendamente peligroso en muchos aspectos, instintivamente sabía que, en aquella ocasión, podía aceptar su palabra.

—Muy bien, a pesar de que puedo asegurarle que va a perder el tiempo. Una vez que tomo una decisión, nunca cambio de opinión.

—Y yo nunca acepto un no por respuesta. En ese caso, estamos en un callejón sin salida. Será interesante ver quién gana.

Su casa siempre había sido un lugar tranquilo y acogedor. Sin embargo, en el momento en el que él entró, el ambiente se cargó, como había pasado en el despacho. Iba a ser una reunión muy difícil.

Celena lo condujo al salón, que tenía unas agradables vistas sobre el patio, que ella había llenado con muchas plantas de gran colorido y arbustos trepadores. Las macetas daban a aquel pequeño espacio un aire casi mediterráneo.

—Por favor, siéntese —dijo ella, indicándole un sillón. Luego, ella se sentó en una silla, lo que le dejaba a él en desventaja porque el sol del atardecer le daba directamente en los ojos.

Entonces, él pareció adivinar su táctica, por lo que se levantó de nuevo y sonrió de un modo que indicaba que controlaba completamente la situación.

—Es mejor que se siente usted en el sillón —respondió él, extendiendo la mano.

A Celena no le quedó elección pero, antes de sentarse, corrió las cortinas. Sin embargo, como comprobó al sentarse, no lo suficiente.

—¿Un punto de luz? —preguntó él, al ver que Celena entornaba los ojos—. Buen truco, señorita Coulsden, pero a mí me gusta ser el que tiene el control.

—De acuerdo —dijo ella, tratando de no demostrar lo avergonzada que estaba—. Haga su oferta.

—Creo —empezó él, después de una larga pausa—, que, lo primero de todo, deberíamos analizar sus motivos para rechazar esta oferta.

—¿Analizar? No hay nada que analizar.

—¿No? —preguntó él, con escepticismo—. A nadie, excepto a los muy ricos, le importa ganar más dinero.

—Y usted se encuentra en ese grupo de élite y piensa que su dinero puede comprar cualquier cosa que a usted se le antoje. Permítame que le diga una cosa, señor Segurini. Yo no estoy en venta. ¿Es que no se lo dejé ya lo suficientemente claro?

—¿Ha comprobado su situación laboral en su actual empleo?

—Tenía razón —admitió ella, de mala gana.

—¿Y tiene una hipoteca sobre esta casa?

—No creo que eso sea asunto suyo —le espetó ella.

Probablemente, lo sabía de todos modos. La casa de sus padres no había alcanzado un precio tan alto y las casas en aquella zona eran mucho más caras, así que, efectivamente, tenía una hipoteca.

—Además, por supuesto —añadió él, muy lentamente—, están los honorarios que tiene que pagar por el internado de su hermana. Supongo que tiene que hacer maravillas con el dinero, Celena.

—Fuera de aquí, canalla —replicó ella, poniéndose inmediatamente de pie—. No tiene ningún derecho a husmear…