Psicoanálisis extramuros - Silvia Bleichmar - E-Book

Psicoanálisis extramuros E-Book

Silvia Bleichmar

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Beschreibung

Este libro tuvo su germen histórico en 1985, y verá el lector cómo se va desplegando el pensamiento de Silvia Bleichmar a lo largo del curso que dictó a un grupo de profesionales, a pedido de Unicef, en ocasión del terremoto de México acontecido aquel año.

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Seitenzahl: 343

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Psicoanálisis extramuros

Puesta a prueba frente a lo traumático

Psicoanálisis extramuros

Puesta a prueba frente a lo traumático

Silvia Bleichmar

Edición: Marcela Pereira

Índice de contenidos
Portadilla
Legales
Prefacio
Prólogo
Clase 1
Clase 2
Clase 3
Clase 4
Clase 5
Clase 6
Clase 7
Clase 8
Cierre. Final de la experiencia
Sobre la autora

Bleichmar, Silvia

Psicoanálisis extramuros : puesta a prueba frente a lo traumático / Silvia Bleichmar. - 1a ed adaptada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Entreideas, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-48327-0-2

1. Clínica Psicoanalítica. I. Título.

CDD 150.195

Psicoanálisis extramuros. Puesta a prueba frente a lo traumático.

Silvia Bleichmar

Primera edición Editorial Entreideas, agosto de 2010

ISBN edición digital (ePub): 978-987-48327-0-2

Primera edición en formato digital: noviembre de 2021

Versión: 1.0

Digitalización: Proyecto451

Dirección editorial y edición: Marcela Pereira

Diagramación: Adriana Llano

Corrección de estilo: Itatí Rolleri

© Editorial Entreideas

www.editorialentreideas.com.ar

[email protected]

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, en castellano o en cualquier otro idioma.

Prefacio

Respeto, cariño, admiración, gratitud por la ética en el psicoanálisis y por todo lo enseñado… Qué decir de los sentimientos que despierta Silvia Bleichmar que no se haya dicho ya. Aun así no puedo comenzar este prefacio sin expresar lo conmovedor que fue para mí dar forma a las ideas de una maestra querida.

Agradezco a Marina Calvo y a Carlos Schenquerman, por la confianza al haberme dado estos materiales para publicar, ya que si bien mi relación con Silvia data de muchos años, y no es el primer libro que edito de ella, este tiene un valor casi inaugural, por ser uno de los primeros libros de la editorial que dirijo.

Editar un libro nunca es tarea sencilla, y en este caso lo fue menos aún porque, entre otras razones, la autora ya no está para dar su conformidad o no al trabajo que otro realiza, de algún modo, en su lugar. Además de adaptarlo del lenguaje oral al lenguaje escrito, lo más difícil fue tomar decisiones acerca de qué dejar y qué sacar para realzar los puntos más fuertes de la teoría y la práctica que, supuse, Silvia deseaba transmitir. Esta tarea no hubiera sido posible sin la interlocución y orientación de Carlos.

Ella parecía no sólo estar dando cuenta de desarrollos, propios y ajenos, ya existentes; sino de estar pensando y repensando nuevos aportes teóricos en relación con lo traumático y nuevas articulaciones con una práctica in situ, a partir de aquella situación catastrófica que fue el terremoto de México de 1985, vivida por ella misma y por quienes participaron del Curso que transcribimos.

Este libro cubre un espacio vacante ya que aún hoy son escasos los textos que brindan herramientas teóricas para pensar la práctica en escenarios de catástrofe y en otras situaciones límites en las que no sólo el psicoanálisis, sino también el psiquismo se ponen a prueba.

Por último, y tal vez lo más importante que deseo rescatar es que al acompañar y seguir el pensamiento de Silvia, aun cuando, como en este caso, se haya desarrollado varios años atrás, este se transforma en algo novedoso en nosotros. Y esa sensación tal vez fugaz pero profunda es la misma que puede sentir cualquier profesional que trabaja, en transferencia, con el pensamiento. Esos momentos en donde el pensamiento del paciente (y el del terapeuta, en esa creación asimétrica pero compartida) se ilumina y algo se crea allí, que antes no estaba.

Eso provoca una sensación extraña, intensa, de placer del pensamiento. Creo que Silvia lograba (y sigue logrando) eso, casi a la manera de una intervención. Una intervención fecunda, también fuera de los muros del consultorio, en sus palabras, en su obra.

Marcela Pereira

Directora Editorial

Prólogo

En la Ciudad de México, el jueves 19 de septiembre de 1985, a las 7: 19 de la mañana, nos dimos cuenta de que lo que nos había despertado era un terremoto. Teníamos una sensación rara, como si la cama hubiera sido sacudida por una fuerza extraña. No era el primero que nos había tocado. Trepidatorios, ondulatorios, los habíamos vivido ya todos y se acumulaban como experiencias tranquilizantes, para ese momento. Pero, por la sensación de mareo que teníamos, este debía haber sido mucho más intenso, más fuerte, que los anteriores que nos habían tocado. El temblor duró apenas dos minutos, el nuestro mucho más. Nos levantamos, fuimos a buscar noticias encendiendo el televisor, pero no había señal; tampoco había electricidad. Buscamos una vieja radio a pilas y comenzamos a escuchar el reporte de las noticias. Sí —confirmábamos—, tuvo una magnitud de 8,1 grados en la escala de Richter (1). Durante varias horas quedamos sin luz, incomunicados con el resto de la población y del mundo. En la radio sólo hablaban de las consecuencias del terremoto y pedían que la población permaneciera en sus casas. No se escuchaba música, sólo comentarios. Desde la calle, nos llegaba el sonido de las sirenas de las ambulancias, de los carros de bomberos, de los patrulleros policiales. Las noticias eran alarmantes, ya se empezaba a hablar de una enorme cantidad de pérdidas de vidas y de cientos de edificios derrumbados.

Esto sucedía dos años después del restablecimiento de la Democracia en Argentina, tras la caída de la dictadura militar y un año antes de la fecha en que teníamos previsto con Silvia regresar a nuestro país.

Primero, con un grupo de argentinos, respondimos agrupándonos, en esa sensación quijotesca de que los caballeros velan, la noche de la batalla, juntos. Luego, comenzamos a pensar como ciudadanos, en qué podíamos ayudar. Una parte del grupo se encargó de los medicamentos; otro de las compras en supermercados; todos nos ayudábamos y estimulábamos. Y si arquitectos e ingenieros eran convocados a determinar riesgos en estructuras edilicias y apuntalarlas, por qué no podíamos nosotros hacer lo mismo con las estructuras de aparatos psíquicos afectados por el sismo. Con Silvia entendíamos esta solidaridad como un compromiso con el enorme proceso de reconstrucción necesario para atender las urgencias de la población afectada, y desde nuestro metier, proveer las herramientas no sólo para atender las necesidades más inmediatas de la supervivencia, sino asumiendo que este proceso solidario debería producir cambios sustanciales en la subjetividad de los afectados.

Se produjeron varias réplicas del fenómeno, la más significativa fue la del día siguiente (20 de septiembre de 1985) a las 19:38 hs, con una magnitud de 7.9 grados en la escala de Richter, que sumó importantes daños materiales sobre las construcciones dañadas previamente por efecto del primer sismo. Las entrañas de la tierra volvieron a convulsivar. Y, un poco en broma, un poco en serio, ya agotado por la tensión vivida y por el ensamblaje de acontecimientos históricos que determinan lo que Freud llamó seriescomplementarias, dije: “Basta, acaben con nosotros de una buena vez”.

Esa era la trama en la que se jugaba la dialéctica entre las defensas, que hasta entonces habían operado en mí, y la enorme angustia que nos desbordaba y que fracturaba los modos habituales de ejercicio de ellas, cuando lo acontencial del terremoto entraba como estímulo inelaborable porque se ligaba con el terrorismo de Estado que nos había hecho emigrar a México. Se habían unido en mi interior elementos en común entre una catástrofe natural y una catástrofe histórica; se articulaban el acontecimiento actual con otros; esa catástrofe, inevitablemente, se ligaba a otras catástrofes sufridas.

La realidad es realidad del hombre y para el hombre, es decir, imposible de ser pensada desde nuestra práctica o desde nuestro campo, si no es desde la significación que para él tiene y de las representaciones que para él pone en juego. Eso fue lo que guió nuestra práctica extramuros, lo que con Silvia nos propusimos en aquella situación que nos tocó vivir en México de 1985.

Nuestra concepción del aparato psíquico como un sistema abierto, capaz de sufrir transformaciones por las recomposiciones que los nuevos procesos históricos-vivenciales obligan —pensábamos—, y es lo que le da razón de ser al psicoanálisis y a nosotros como psicoanalistas, a la exportación extramuros de la práctica psicoanalítica. Y si hay recomposiciones, estas se deben a que las relaciones que activan los diversos y discretos elementos en conglomerados representacionales nuevos son posibles. Esto nos permitía afirmar que el inconciente es, a su vez, transformable, que sus contenidos, aunque indestructibles, son modificables.

Silvia describió en un trabajo (2) la relación entre el monto del estímulo y el umbral del sujeto, señalando que es fundamental tener en cuenta la capacidad metabólica —vale decir, simbolizante— con que cuenta el aparato psíquico para establecer redes de ligazón que puedan engarzar los elementos sobreinvestidos, que tienden a romper sus defensas habituales. Y agregaba que, si esos elementos son incapturables en el entramado yoico porque están más allá de las simbolizaciones que se han ido estableciendo a lo largo de las experiencias significantes que la vida ofrece, quedarían librados, sea a un destino de síntoma, sea a una modificación general de la vida psíquica. Al modo de una cicatriz queloide, una insensibilización de la membrana, efecto de su engrosamiento por contrainvestimientos masivos, puede establecerse residualmente y para siempre, hasta que algo venga a atravesarla.

Feliz imagen, aquella de la cicatriz. Señal que queda en los tejidos después de cerrada una herida o una llaga, huella persistente que da cuenta de una efracción acontecida anteriormente; por extensión, impresión en el ánimo de un sentimiento pasado. Si la cicatriz es plástica, es poco notoria, no deja limitaciones a la motilidad; una cicatriz queloide es algo que se nota, que todos ven; es la imagen de un funcionamiento rígido, empobrecido en los límites de su funcionalidad y, si se trata del psiquismo, la pobreza será no sólo afectiva sino intelectual.

De aquella época también nació la concepción de que, ante situaciones de catástrofe, la prevención o, posteriormente, el tratamiento, deberían generar para el sujeto las condiciones para una expansión de sus potencialidades psíquicas en el enclave de condiciones históricas determinadas, pero a su vez abiertas, en las cuales la insistencia de repetición inscripta dé paso a un reordenamiento de nuevos modos de recomposición más o menos estables, en el marco de la perspectiva vital azarosa pero no indeterminada, arrancando al sujeto de la oscilación entre la angustia y la rigidización defensiva. Y de que la escucha, desde esta concepción teórica, nos permitirá, en una lectura indiciaria, por après coup, reconstruir la génesis de la cadena traumática en la cual se juega lo histórico-vivencial, reordenando los hitos y haciendo posible que lo que era inscripción atemporal en el inconciente advenga temporalización historizante en el sujeto. Historizar simbolizando, eslabonar de un modo significante los efectos de lo acontencial-traumático que el sujeto sabe que sufre pero cuyos modos de insistencia desconoce, será la guía privilegiada para la intervención. Esta concepción fue la que nos orientó, nos dio la brújula que guiaría nuestro trabajo con los damnificados del terremoto.

Estos planteos teóricos tuvieron su germen histórico en aquel terremoto de 1985, y verá el lector de este libro, cómo se va desplegando el pensamiento de Silvia Bleichmar a lo largo del curso que dictó a un grupo de estudiantes y profesionales a pedido de UNICEF (3) y que hoy Entreideas publica.

La experiencia particular en que se basó el ciclo intentaba dar cuenta de cierto procesamiento teórico y de la práctica realizada con los damnificados. Aquella experiencia, en la que tuve el privilegio de participar, no sólo le permitió a Silvia realizar un verdadero asentamiento con relación a ciertos conceptos de la teoría y la práctica grupales, sino que nos obligó a ambos a revisar y elaborar una serie de cuestiones de exclusiva pertinencia del campo psicoanalítico. Conceptos como el de “neurosis traumática”, “neurosis de angustia” o “causa desencadenante de la neurosis” fueron repensados en el marco de un trabajo que sometía, en vivo y en caliente, los esquemas teóricos a la forja de una práctica en la cual nuestros errores no se limitaban al tête à tête de una conversación entre colegas, sino que eran revelados a la luz de una exigencia pública que definía la eficacia de nuestras acciones. No someterse pasivamente a la demanda de las instituciones estatales ni encerrarse en la imposibilidad de toda acción social fueron las premisas que rigieron nuestra búsqueda de nuevas vías de trabajo, cuando gran parte de los conceptos con los que veníamos trabajando ya habían encontrado un cierto perfil de rigurosidad pero aún no habían sido sometidos a la prueba de una experiencia tan extrema.

En circunstancias como las que vivieron los habitantes de la ciudad de México (4), se debió tener en cuenta, en la elaboración de un proyecto de trabajo, que la población afectada no era sólo aquella que había tenido pérdidas directas —la cual fue, por supuesto, especialmente considerada—, sino también aquella que, de uno u otro modo, fue o se sintió partícipe, aun a distancia, de la situación sufrida. No podemos dejar de señalar al respecto que un elemento que contribuyó, de modo decisivo al nivel de trabajo y compromiso manifestado, fue, posiblemente, el hecho de que todos quienes tuvieron a su cargo la misión de desarrollar las tareas propuestas —incluidos aquellos que tuvimos a nuestro cargo impartir y supervisar clases y grupos— compartimos la situación que asoló a la población en su conjunto. Todos fuimos “traumatizados”, en mayor o menor grado; todos nos vimos sometidos al acoso de los acontecimientos que en aquellos días se precipitaron sobre la ciudad de México. Y es en parte debido a ello, que todos nos vimos en la necesidad de salvaguardar el aparato psíquico de las víctimas, al mismo tiempo que recuperábamos el propio.

No fue la caridad lo que estuvo en juego, tampoco una “conciencia cívica” en abstracto, sino la necesidad de cada uno de reparar, rescatar, restaurar los efectos de la situación vivida, en una identificación al semejante que pone en marcha los complejos resortes psíquicos de aquello que, en nuestro lenguaje cotidiano, llamamos “solidaridad”.

El terremoto y sus consecuencias nos brindaron la oportunidad de pensar en la condición humana a través de múltiples facetas de lo sucedido. El tema del hombre frente a la tragedia: el horror, el caos, la desesperación, el pánico, la inseguridad, la vulnerabilidad, pero también ese otro aspecto más reparador y más vital: los lazos sociales solidarios, el entramado de un tejido de conjunto comunitario (5).

Vivimos en circunstancias donde, en el mundo, acontecen catástrofes a diario, por eso, a diario también, nos topamos con la banalización de las mismas; habituados a leer noticias sobre ellas, ya no asombran, ya no conflictúan. Pero, a quien le haya tocado vivirlas, sabe que es una realidad imposible de ser transformada en relato. Carlos Franz, chileno radicado en España, escribió después del reciente terremoto sufrido en Chile (6):

Ese cambio que la naturaleza puede producir en la conciencia lo experimentó el joven Darwin, en Chile. En 1835 vivió un gran sismo y maremoto que arrasó esa misma zona de Concepción. Y escribió sobre ello: “Un terremoto destruye nuestras más viejas presunciones: la tierra, el emblema mismo de la solidez, se ha movido bajo nuestros pies, como una delgada costra sobre un fluido. En segundos se crea una extraña idea de inseguridad, que horas de reflexión no habrían producido” (7).

Quiero invocar a Silvia Bleichmar para terminar este Prólogo. Ella, varios años después de aquel terremoto de 1985 en México, en un Panel en el que participó y en el que validaba la práctica extramuros del psicoanálisis, dijo:

Es un acontecimiento abrir un debate público sobre la cuestión del traumatismo (...) Probablemente uno de los problemas más graves que estamos padeciendo es la naturalización de las catástrofes sociales o históricas, su presentación como algo del orden de lo natural, como algo del orden de lo imposible de ser enfrentado; sin embargo, sabemos muy bien que muchas catástrofes naturales son efecto del descuido, negligencia o falta de responsabilidad de los gobiernos en los que se producen.

En el terremoto de México gran parte de los edificios que cayeron fueron los edificios de la corrupción. Eran los edificios que estaban peor hechos, es decir, sin la concepción antisísmica propia de zonas pasibles de sufrir terremotos. Una enorme cantidad de hospitales y edificios públicos fueron los primeros en producir víctimas.

(…) Todos sabemos también que las inundaciones en nuestra ciudad o en el interior del país, son efecto, no sólo de las lluvias, sino de descuidos de distintos tipos. De todos modos, hay una especificidad de las catástrofes sociales que es necesario pensar.

Es indudable que el concepto de catástrofe a nivel social da un marco amplio y desde el punto de vista del psicoanálisis es necesario precisar lo siguiente: el carácter general de una catástrofe se define en última instancia por los modos con los cuales abarca a sectores importantes de una población; pero el traumatismo determina el modo por el cual estas catástrofes padecidas en común, atacan la subjetividad o impactan la subjetividad de manera diferente en aquellos que la padecen.

Pero ¿son válidas las herramientas que tenemos para trabajar en procesos traumáticos?, ¿de qué modo podemos definir una metapsicología del proceso traumático? Acostumbrados los analistas a trabajar en el desmantelamiento de la defensa, en el levantamiento de la defensa, en la desarticulación de los modos defensivos del sujeto, ¿qué ocurre cuando estos estallan espontáneamente?, ¿cuál será entonces la función de un terapeuta o de un psicoanalista frente a estas cuestiones? (8)

En este Curso, dictado entre fines de 1985 y comienzos de 1986, Silvia Bleichmar intentaba dar respuesta a estas y muchas otras preguntas que ya entonces se hacía. Por eso nos pareció de un valor inestimable darlo a conocer, por su carácter precursor en un campo que aún debe seguir siendo explorado.

Carlos Schenquerman

1. Para que el lector tenga una idea de la magnitud: una de las diversas apreciaciones de los entendidos, en cuanto a la energía que se liberó en dicho movimiento, fue su equivalente a 1114 bombas atómicas de 20 kilotones cada una.

2. Publicado posteriormente como Coloquio Temporalidad-Determinación-Azar. Lo reversible y lo irreversible, Buenos Aires, Paidós, 1994.

3. Este Curso de Formación-Asistencia para terapeutas de Población en Situación de Emergencia se llevó a cabo entre los meses de octubre a febrero, fue impartido bajo nuestra guía, y para el cual Trabajo del Psicoanálisis, que era una institución que Silvia y yo creamos y dirigíamos, contó con el aval de UNICEF.

4. El gobierno reportó el fallecimiento de entre 6 y 7 mil personas. e incluso llegó a suponer que la suma final fue de 10 mil. Sin embargo, años después, con la apertura de información de varias fuentes gubernamentales, el registro aproximado se calculó en 35 mil muertos, aunque hay fuentes que aseguran que la cifra rebasó los 40 mil. Las personas rescatadas con vida de los escombros fueron aproximadamente más de 4 mil. Hubo gente que fue rescatada viva entre los derrumbes hasta diez días después de ocurrido el primer sismo. El número de estructuras destruidas en su totalidad fue de aproximadamente 30 mil y aquellas con daños parciales, de 68 mil.

5. Digno de ser mencionada es la repercusión que tuvo un grupo espontáneo de personas que se dedicaban a meterse entre los escombros a la búsqueda de algún sobreviviente. Surgidos de la nada, la fama de los “Topos de Tlatelolco” ha trascendido fronteras. Ahora son una organización preparada y especializada de rescatistas, capaz de asistir en cualquier situación de siniestro, sea en México o en cualquier parte del mundo.

6. En febrero de 2010 se registró en Chile un terremoto de 8,8 grados de intensidad medidos según la escala de Richter.

7. Carlos Franz, La inseguridad de la Tierra, en El País, Madrid, 6 de marzo de 2010 y en La Nación, Buenos Aires, 13 de marzo de 2010.

8. Luego publicado en: Bleichmar, S., Panel “Conceptualizaciones de catástrofe social. Límites y encrucijadas”, en Waisbrot, Daniel y otros (compiladores), Clínica psicoanalítica ante las catástrofes sociales. La experiencia argentina, Buenos Aires, Paidós, 2003, pág. 35-51.

Clase 1

Traumatismo: entre el estímulo y la excitación

Quiero, en primer lugar, darles la bienvenida a este curso y hacerlos partícipes de cómo siento yo esta posibilidad que se me presenta de poder brindar, por mi parte, los conocimientos que a ustedes les pueden servir para poder emprender esta tarea que vamos a llevar a cabo con los niños que han sufrido la catástrofe por la que todos acabamos de pasar.

En segundo lugar, quiero señalar que el sentido de este curso consiste, fundamentalmente, en poder ayudar a la población a transitar y tramitar este duro momento, pero también en poder recoger una experiencia que pueda ser instrumentada, aplicada en otras circunstancias. Esto es también de interés prioritario para UNICEF.

Sería de una enorme omnipotencia pensar que las treinta personas aquí presentes podamos resolver, solas, situaciones como esta. Y creo que hablar de omnipotencia en este momento ya abre uno de los problemas con los que nos vamos a encontrar cuando trabajemos con la población afectada. Lo primero a lo que convoca una situación tan dramática, tan brutal y tan sensibilizante como la que estamos viviendo, es la omnipotencia. La omnipotencia como respuesta a la impotencia personal que todos hemos sentido cuando nos tuvimos que enfrentar, el día del terremoto, a nuestra propia muerte, y de alguna manera, a la impreparación en que el terremoto nos encontró, con lo cual una circunstancia como esta nos confronta a todos.

Lo peculiar de la herramienta que manejamos es que no sólo nos enfrenta a la angustia del semejante, sino que nos remueve permanentemente nuestra propia angustia y nuestros propios fantasmas infantiles. Es por ello que otro de los sentidos de este curso, además de la transmisión de conocimientos, será el de contener con ustedes y en ustedes los efectos de estas situaciones que se vayan produciendo. Esto es fundamental para que puedan, a su vez, contener a los niños y no reproduzcan algo que estamos observando permanentemente: la paralización de los niños, por parte de los adultos, ante la ansiedad de muerte extrema que la población está viviendo.

Trabajaremos hoy algunas cuestiones relativas al problema del traumatismo y la neurosis traumática, para luego ir viendo qué pasa con estos modelos en la población que nos toque ir asistiendo.

La problemática del traumatismo pone siempre en juego la concepción de un psicoanalista sobre las relaciones entre el aparato psíquico y el mundo exterior y, a partir de ello, cómo entiende las relaciones en el interior del aparato psíquico. Es decir, entre el inconciente y el yo, y de qué manera entiende las relaciones que se establecen entre la sexualidad y los acontecimientos externos. Y digo sexualidad para empezar ya con la problemática que abre la cuestión del traumatismo; para recuperar la propuesta freudiana de sexualidad, que no tiene nada que ver con la genitalidad, sino que tiene que ver con todo aquello que, pasando por el par placer-displacer, abarca las problemáticas del sufrimiento psíquico y del amor y el odio.

Si ustedes han revisado el Diccionariode Psicoanálisis (9)habrán visto que el psicoanálisis ha recogido los términos de trauma y traumatismo transponiendo al plano psíquico las tres significaciones inherentes al mismo: la de un choque violento, por un lado, la de una efracción, por el otro, y las consecuencias sobre el conjunto de la organización afectada, sea física o, en este caso —la que nos atañe a nosotros—, organización psíquica. Choque y efracción son los dos elementos que definen la problemática del traumatismo. En las Conferencias de introducción al psicoanálisis de 1915 a 1917, dice Freud: “Llamamos así [se refiere al traumatismo] a una vivencia que, en un breve lapso, aporta un exceso tal en la intensidad de estímulo que su tramitación o finiquitación por las vías habituales y normales fracasa, de donde por fuerza resultan trastornos duraderos para la economía energética” (10). Hago un señalamiento de entrada, una diferencia fundamental: Freud dice “exceso de excitación”, donde Reis, que significa estímulo, es aquello que viniendo del exterior hace posible la huida. Si ustedes ven en Pulsiones y destinos de pulsión (11), ahí está definida Reis como aquello que, viniendo de afuera, permite la huida: la luz que se enciende y frente a lo cual uno puede cerrar los ojos o desviar la mirada; eso es estímulo.

Mientras que excitación es algo que proviene desde adentro y ante lo cual la huida está imposibilitada, se caracteriza por no permitir la huida. Pero Freud habla de una experiencia vivida que aporta un aumento excesivo de excitación al aparato psíquico. Tenemos tres elementos: el estímulo, la experiencia vivida y la excitación que desencadena en el interior del aparato psíquico. El otro elemento a subrayar de estas definiciones es el fracaso de tramitación o elaboración por vías habituales o normales; es decir, se trata de algo que pone en riesgo y descalifica las defensas habituales del sujeto psíquico; el sujeto no está preparado con sus defensas habituales para enfrentarse a esta situación traumática. Podríamos, entonces, en primera instancia, señalar que si el traumatismo es aflujo de excitación es porque constituye la activación de algo existente para lo cual el aparato psíquico ha perdido sus defensas habituales de control.

Voy a introducir una pequeña hipótesis para que vayamos pensando. Se tiende a pensar, mecánicamente, el traumatismo como algo externo, donde se propiciaría que a mayor distancia del hecho efectivo, hay menor traumatismo. En un texto de 1919 acerca de las neurosis de guerra (12), Freud ya se plantea por qué razón se producen neurosis de guerra en los soldados de la retaguardia y no se producen, a veces, neurosis de guerra en los sujetos que están en el frente de combate; con lo cual lo que está abriendo como problemática es la cuestión de que el efecto no puede medirse por el estímulo externo, sino por la relación que hay entre el estímulo externo y aquello que precipita en el sujeto y propicia la emergencia de patología. La pequeña hipótesis que yo les quería proporcionar es la siguiente: el efecto traumático no es el producto directo del estímulo externo, sino que es producto de la relación existente entre el impacto y el aflujo de excitación desencadenada.

Neurosis traumática

La neurosis traumática se puede definir por dos características, o mejor, podría decir yo, por dos elementos: por un lado, la etiología. Ya desde Freud —y luego, con los desarrollos de Jean Laplanche (13)— lo que se plantea respecto al traumatismo es que se trata de una situación física real (guerras, accidentes graves, accidentes de tren, catástrofes como terremotos, huracanes, deslaves, etc.). Entonces, grave situación física real que pone en peligro la vida del sujeto. Pero, por otro lado, lo relevante radica precisamente en que se trata de una situación de peligro físico donde todo se destroza alrededor del sujeto, y lo capital para que se desencadene una neurosis traumática es que no haya habido traumatismo físico. E incluso parecería, como lo revela Freud en una constatación hecha en aquella época de la guerra, que en la medida en que el sujeto sufre una herida real, se ve protegido contra la irrupción de la neurosis traumática. No lo sufren los que están en la línea de fuego, sino los que quedan en la retaguardia.

Freud describe muy esquemáticamente el hecho de las repeticiones. Vamos a ver esto en los sueños. Y un hecho interesante es la repetición en los dibujos —a veces de un mismo niño— del hecho traumático a través de una forma en la que no se evidencia la recuperación de la realidad, sino una forma peculiar con la cual el niño intenta estructurarla, del mismo modo que el sueño, porque no toma toda la situación real, sino algunos elementos de la situación real. Pretende, digamos, simbolizar aquello vivido y para lo cual no estaba preparado, la impreparación es un elemento fundamental.

Después vamos a retomar esta cuestión de la impreparación del sujeto, para ver la relación que hay entre ella y los miedos que se desencadenan a posteriori, que tienen las características de angustia señal, o señal de angustia. En el sentido de que parecería que, ante la angustia automática que se desencadenó con el acontecimiento traumático vivido por la población con el terremoto, aparece la angustia señal, ligada al miedo al terremoto como una forma de estar, ahora sí, preparados ante nuevas posibilidades de que se repita un nuevo terremoto. Se trata de un cuadro, en general, cercano a aquellos que se puedan encontrar en la histeria, particularmente en algunos momentos agudos; pero son mucho menos marcados en la histeria.

Lo que vemos en las personas que estamos tratando es que hay sufrimiento subjetivo, y esto es algo que en los cuadros agudos de histeria no se ve, porque se ha producido justamente la conversión; se dan cuadros de depresión que desembocan en un estado vecino a la melancolía o incluso a preocupaciones hipocondríacas muy importantes. Esto ya lo hemos estado viendo en la población, la aparición de elementos hipocondríacos y de estados depresivos cuasi melancólicos. Este fenómeno de sufrimiento subjetivo y de inhibición de las diferentes actividades, lo hemos observado, fundamentalmente, en la población adulta y es muy importante para que pensemos qué está pasando con las madres. Porque las madres están con una inhibición para enfrentarse, hacerse cargo de los niños, que en algunos casos pueden estar dando cuenta de un cuadro con estas características o síntomas patentes de fijación al trauma.

Esto era lo que le interesaba a Freud, en Más allá del principio del placer (14), los síntomas de repetición; en particular los recuerdos casi alucinatorios del accidente, la reaparición permanente de la situación traumática y, más aún, su repetición en sueños de forma muy estereotipada; sueños que son siempre los mismos, que una y otra vez repiten las circunstancias del momento del accidente. Estos son los elementos clásicos de la neurosis traumática. Pero, así como lo hizo Laplanche, nos preguntamos: ¿qué queda actualmente de esta descripción de la neurosis traumática? Pienso que es una realidad clínica indiscutible, pero volviendo un poco a lo que Freud ha descrito, se podrían descubrir cuadros que tienen en común el aspecto inicial. Quiero decir, reacciones en el momento del accidente, crisis ansiosa, agitación o, por el contrario, estupor que puede durar más o menos largo tiempo, confusiones.

Pero, a partir de ello, después de cierto tiempo de latencia —el tiempo que ya Charcot designaba como el tiempo de elaboración o de mediación— aparecen síntomas que se reagrupan según dos modalidades: una que sería cercana a la que da Freud, que es el cuadro de la neurosis traumática propiamente dicha; y, en el otro extremo, un cuadro mucho más banalmente neurótico, como si en el segundo caso, el traumatismo no hiciera más que revelar, desencadenar una neurosis latente preexistente. Esto es algo que nosotros vamos a encontrar fundamentalmente en esta etapa, en la medida en que por el tiempo transcurrido, salvo algunos casos que hay de neurosis traumática que han aparecido más masivamente en los primeros tiempos, lo que vamos a encontrar es este desencadenamiento de patología neurótica previa.

Estamos encontrando reaparición de cuadros de neurosis, de trastornos de aprendizaje, de dificultades para pensar, de hiperkinesis. En fin, distintos cuadros que estamos viendo aparecen como desencadenando algo que estaba latente. O, en algunos casos, que no sólo estaba latente, sino la recuperación de algunos modelos de neurosis previa que los niños tenían y que reaparecen en este momento, pero no exactamente igual —y esto es lo interesante—, sino que el traumatismo, de algún modo, ha resignificando neurosis previas. Hay un principio del psicoanálisis que es que las vías de acceso al inconciente están siempre abiertas, mientras que las vías de salida del inconciente son las que están cerradas. De manera que lo que ya estaba en el inconciente hizo de base de todo este aflujo de excitación, que activó y devino en nuevas problemáticas traumáticas previas de distintas maneras y con significaciones diversas.

Sin embargo, hablar de dos cuadros, como señala Laplanche, es de alguna manera plantear que todas las intermediaciones son posibles, y esto sería una coartada para dejar de lado el problema general del traumatismo y de la neurosis, particularmente, de saber si puede haber traumatismo psíquico, incluso en la guerra, incluso en graves accidentes que no sean en personas que estuvieran predispuestas a la neurosis. Esta es la pregunta que aparece después de elaboraciones psicoanalíticas de muchos años: si se considera que la neurosis misma tiene antecedencias traumáticas, en este caso, en el sentido del traumatismo infantil. Llegamos a un problema aparentemente ridículo, de regresión al infinito, ¿hay traumatismo?, ¿habría traumatismo si no hubiera habido un traumatismo anterior predisponente?

Pero, pese a todo, Laplanche refiere que Freud va más lejos, y su respuesta puede ser separada en dos direcciones: una dirección un tanto formal, cuando se quiere decir que en realidad entre lo actual y la predisposición hay siempre una relación complementaria —es lo que se llama “la toma en consideración de las series complementarias”—, a un grave traumatismo le bastaría un terreno relativamente poco predispuesto para desencadenar una neurosis, e inversamente, una predisposición desencadenaría una neurosis bastando sólo un traumatismo mínimo. Habría allí una especie de consideración aritmética, plantea Laplanche, que no parece ir al fondo de las cosas.

La respuesta de fondo en Freud ha sido una teoría que pueda verdaderamente llamarse dialéctica, la teoría de la resignificación, o de lo que se ha llamado del après-coup, donde más que una génesis donde lo anterior significara a lo posterior, se trata de que lo posterior resignifica lo anterior. Es decir, que si hubiera habido una situación infantil con predisposición neurótica, el traumatismo no se monta sobre ella, sino que la resignifica, la reestructura y no solamente la desencadena. Esta es la concepción del traumatismo en dos tiempos.

Si hablamos de choque y de efracción, empezamos a hablar de algo que tendremos que llamar una tópica: espacios donde algo entra y algo tiene que salir; es decir, si algo choca es porque algún tipo de cuerpo entra en choque. Hablamos de cuerpo en general en este momento, puede ser un cuerpo físico o puede ser un cuerpo psíquico, en el sentido en que Freud lo define en El yo y el ello (15) como la representación de la superficie corporal; el yo, como aquella instancia que se caracteriza por ser un terreno cercado. El traumatismo, entonces, tiene que ser de alguna manera ubicado en su relación con una tópica, con un aparato psíquico donde tiene que haber lugares en los cuales se inserte y en los cuales algo efraccione.

Este es el modelo de Másallá del principio del placer que pretende dar cuenta de un número importante de fenómenos, particularmente, de la neurosis traumática. Pero, lo curioso es que parte de la conciencia, no parte de lo inconciente. Quiero hacer la siguiente observación al respecto: operar en el aparato psíquico infantil en constitución es tener en cuenta que el inconciente no es algo que flota en el espacio, sino que es algo que se ubica en el interior de un sujeto psíquico con relaciones de conflicto intrapsíquico, donde las instancias con las cuales entra en relación van a definir qué calibre va a tener ese conflicto y de qué manera se va a resolver a partir de las defensas con las que pueda estructurarse.

Nos despedimos hasta la próxima clase en la que seguiremos trabajando en la teoría del traumatismo y también en cuestiones que hacen a la experiencia de la práctica.

9. 1 Laplanche, J. y Pontalis, J. B., Diccionario de Psicoanálisis, Labor, 1971. (En francés, Vocabulaire du Psychanalyse, París, PUF, 1968).

10. Freud, S., Conferencias de introducción al psicoanálisis, en Obras Completas, Volumen 16, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, pág. 252.

11. Freud, S., Pulsiones y destinos de pulsión, en Obras Completas, Volumen 14, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, pág. 105.

12. Freud, S., Introducción al psicoanálisis de las neurosis de guerra, en Obras Completas, Volumen 17, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, pág. 201.

13. Cf. Laplanche, J., Problématiques I, L’Angoisse, París, Presse Universitaires de France (PUF), 1980 y Problématiques IV, L’inconscient et le ça, París, PUF, 1981. Publicados en español por Amorrortu, en Buenos Aires, 1988 y 1987 respectivamente.

14. Freud, S., Más allá del principio de placer, en Obras Completas, Volumen 18, Buenos Aires, Amorrortu, 1979.

15. Freud, S., El yo y el ello, en Obras Completas, Volumen 19, Buenos Aires, Amorrortu, 1976.

Clase 2

El traumatismo, a la búsqueda de simbolización

Hoy trabajaremos con un eje que tiene uno de sus extremos en la teoría catártica y el otro en la perlaboración o en la elaboración. El método catártico es una técnica prefreudiana que abarca los años 1882 a 1895 que, por definición, consiste en una descarga adecuada de los afectos patógenos. Por este método, la cura permitiría evocar e incluso revivir los acontecimientos traumáticos, a los cuales se hayan ligados los afectos, y lograr su abreacción, es decir, su descarga.

Como ustedes ven, de entrada y aun cuando se esté hablando de técnica catártica, hay una propuesta que tiene que ver con la ligazón del afecto a la representación, en el sentido de que evocar y revivir los acontecimientos a los cuales se hallan ligados los afectos implica reunir de algún modo el acontecimiento como episodio con el afecto, para darle algún nivel de simbolización. Evocar y revivir también significa que algo está supuestamente olvidado. Tengan en cuenta que en el momento en que se trabaja con esta técnica no estaba definido el concepto de inconciente, no se ha descubierto aún la problemática del inconciente y Freud está trabajando todavía con la concepción de una segunda conciencia regida por las mismas leyes que la conciencia, que sería temporal, que no estaría regida por las leyes del proceso primario. De manera que “supuestamente olvidado” quiere decir que todavía en aquella época el recordar aparece como un patrimonio de la conciencia. Hay que evitar la confusión entre recordar y receptáculo de memoria: el recordar siempre es patrimonio de la conciencia, en la medida en que recordar es evocar algo que no está en el campo presente; mientras que el inconciente es receptáculo de huellas mnésicas, es decir, que el inconciente no recuerda nada, sino que lo que está existe en presencia; por eso, el recordar va a ser siempre patrimonio del preconciente.

La sustentación de la teoría catártica reside, entonces, en que los afectos no han logrado una vía de descarga y permanecen ejerciendo efectos patógenos. En un texto que se llama Psicoanálisis que Freud escribió para la Enciclopedia Británica (16), en 1926, decía que la cura catártica consiste en la liberación de un afecto mal guiado. Hay una diferencia entre eso que planteara Freud en 1926 y la forma en que lo había definido en los escritos sobre la histeria. El concepto de afecto retenido, mal guiado, quiere decir que está mal emplazado. ¿Qué quiere decir mal emplazado?, quiere decir que está ligado a una representación que sustituye a la representación correcta y debido a eso no logra elaborarse. El ejemplo clásico es el del sujeto que ante un duelo congelado llora con otra razón —en el cine, por ejemplo, cuando algún personaje vive una situación de pérdida— y el afecto que está ligado a ese duelo quedó ligado a una representación totalmente secundaria, totalmente arbitraria. Pero que ese afecto esté mal emplazado quiere decir que se ha ligado a una representación que no es la originalmente reprimida.

Entonces, afecto mal emplazado o mal guiado es que no ha logrado una descarga por vías normales. El tratamiento catártico, decía Freud, lograba notables resultados terapéuticos, pero estos resultados ni eran duraderos ni eran independientes del vínculo personal del enfermo con el médico. Esta es una problemática fundamental para nosotros, en la medida en que la catarsis en sí misma no produce una resolución sintomal a largo plazo, sino que produce un alivio circunstancial del síntoma. La técnica catártica, en su origen, estaba relacionada con la hipnosis, y una de sus características es el desdoblamiento del sujeto en el momento hipnótico; lo cual pone en evidencia otra cuestión: no basta con que algo emerja en la conciencia o en lo manifiesto, si el sujeto no es capaz de significar eso que emerge. Por eso, la hipnosis no garantizaba curación a largo plazo, porque el sujeto era incapaz de incorporar aquello que había aparecido porque en realidad el inconciente es otro y en la medida en que el inconciente es otro, extraño para el sujeto, este no puede reconocer como propio aquello que existe sino a través de la perlaboración.