Reencuentro con el destino - Raeanne Thayne - E-Book
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Reencuentro con el destino E-Book

Raeanne Thayne

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Beschreibung

Taft Bowman era el hombre al que todos llamaban cuando necesitaban ayuda… ¿Pero quién iba a rescatarlo a él? Diez años antes, Laura Pendleton, el amor de su vida, se había marchado de la ciudad, pero estaba de vuelta, viuda y con dos hijos. Taft ya la había dejado escapar una vez… y no iba a cometer el mismo error dos veces. Nunca había dejado de amarla y nada más ver a sus encantadores hijos se había dado cuenta de que quería pasar el resto de su vida con Laura y con ellos. Solo tenía que convencerla de que, en esa ocasión, podía contar con él.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 RaeAnne Thayne. Todos los derechos reservados.

REENCUENTRO CON EL DESTINO, Nº 1978 - mayo 2013

Título original: A Cold Creek Reunion

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3081-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Taft Bowman quería a aquellos hombres como si fuesen sus hermanos, pero en ocasiones le entraban ganas de pegarle un buen manguerazo a todo el departamento de bomberos voluntarios.

Era su segunda formación de rescate en aguas bravas de ese mes, una formación que hacía cinco años que recibían, desde que él se había convertido en jefe del cuerpo, y todavía les costaba tirar una cuerda de salvamento cerca de donde flotaba una de las tres «víctimas», en el río Cold Creek.

—Tenéis que tener en cuenta la corriente del agua y tirar la cuerda lo suficientemente lejos como para que la corriente la lleve hasta ellos —dijo por enésima vez.

Los tres bomberos voluntarios que hacían de víctimas fueron llegando a la cuerda que habían colocado para poder salir del río.

Por suerte, aunque el agua estaba bastante fría en esa época del año, todavía faltaba un mes para que llegase la primavera y aumentase el caudal, por eso estaba haciendo la formación antes.

El río Cold Creek había empezado a ganar popularidad entre los kayakeros por sus curvas y por el espectacular entorno. A él también le gustaba hacer kayak, pero entre los visitantes inexpertos que intentaban practicarlo y los ciudadanos de Pine Gulch, que paseaban demasiado cerca de la orilla, su equipo tenía que hacer varios rescates todos los años y quería que estuviese preparado.

—De acuerdo, vamos a intentarlo otra vez. Terry, Charlie, Bates, turnaos con la cuerda de salvamento. Luke, Cody, Tom, esta vez tiraos al agua uno cada cinco minutos para darnos tiempo a rescatar al que vaya delante.

El equipo se preparó y vio cómo Luke Orosco, su segundo al mando, se lanzaba al agua río arriba.

—Bien, Terry. Ya viene. ¿Estás preparado? Calcula bien. Una, dos, tres. ¡Ahora!

En esa ocasión la cuerda cayó al agua delante de Luke y Taft sonrió.

—Eso es. Perfecto. Ahora, dile que se ate la cuerda.

Por una vez, el rescate salió bien. Estaba esperando a que Cody Shepherd se tirase al agua cuando lo llamaron por la radio que llevaba en el cinturón.

—Jefe Bowman, cambio.

—¿Sí? ¿Qué pasa, Kelly?

—Me han informado de que hay un pequeño incendio en el hostal, en el trescientos veinte de Cold Creek Road.

Taft vio cómo el segundo rescate también salía bien.

—¿Seguro?

De repente, notó que se le disparaba la adrenalina, en Pine Gulch no solía haber incendios en edificios.

—Sí, señor. En estos momentos están evacuando el hostal.

Taft se maldijo en silencio. Tenía a la mitad del equipo con la ropa mojada, pero lo bueno era que estaban muy cerca del parque de bomberos.

—Hemos acabado —rugió por el megáfono—. Tenemos un incendio en Cold Creek Inn. Tomad vuestros equipos. Y no es un simulacro.

Su equipo se puso en marcha de inmediato y en cuatro minutos habían llegado al parque de bomberos e iban en dirección al hostal.

Este estaba a las afueras de Pine Gulch y era un viejo edificio de madera de dos pisos. Taft no tardó en analizar la situación. Todavía no veía las llamas, pero por una de las ventanas salía una columna de humo negro.

Vio a un par de clientes en el jardín y no pudo evitar sentir pena por la pobre señora Pendleton.

El hostal estaba muy deteriorado y el incendio no iba a ayudarla precisamente a conseguir clientes.

—Luke, ve con Pete y aseguraos de que no queda nadie dentro. Shep, ven conmigo a hacer una valoración. Ya sabéis todos lo que tenéis que hacer.

Fue con Cody Shepherd hacia la puerta más cercana a la ventana por la que salía el humo y vio que ya había estado allí alguien con un extintor. El fuego estaba casi apagado, pero todavía salía humo de las cortinas.

Al parecer, estaban renovando la habitación, porque no había cama y habían arrancado la moqueta. Todo estaba mojado y Taft pensó que el sistema antiincendios debía de haberse puesto en marcha, terminando el trabajo que había empezado el extintor.

—¿Esto es todo? —preguntó Shep decepcionado.

—Lo siento, tenía que haberte permitido hacer los honores —le dijo, pasándole el extintor que tenía en la mano—. ¿Quieres probarlo?

Shep lo aceptó y echó otra innecesaria capa de espuma sobre las cortinas.

—No ha sido nada emocionante, pero al menos no ha habido heridos. Me sorprende que este lugar no se haya quemado antes. Tendremos que quitar las cortinas y hacer que suba el equipo especializado en buscar puntos calientes.

Cuando volvió a salir, Luke se acercó a él.

—No era mucho, ¿no? Yo creo que nos podíamos haber quedado unos cuantos en el río.

—Ya terminaremos la formación la semana que viene —respondió él—. Volved a la estación todos menos el equipo de puntos calientes.

Mientras hablaba con Luke vio a Jan Pendleton a lo lejos, parecía muy disgustada. Tenía en brazos a una niña morena que debía de estar muy asustada.

A su lado había una mujer joven de la que Taft tuvo una rara impresión, era como si estuviese muy tranquila a pesar del caos que la rodeaba.

Entonces la mujer se giró y él estuvo a punto de tropezarse con una manguera que alguien tenía que haber recogido.

Laura.

Se quedó inmóvil y, por primera vez en quince años, se olvidó de cuál era su misión y de lo que estaba haciendo allí.

Laura.

Habían pasado diez años desde la última vez que la había visto, desde que, una semana antes de su boda, le había devuelto el anillo de pedida y se había marchado de la ciudad. Y del país, como si desease alejarse de él lo máximo posible.

Una parte de él quiso creer que se había confundido y que no era ella. Solo era otra mujer esbelta, con un largo pelo rubio y unos grandes ojos azules, inolvidables. Pero no, no se había equivocado. Era Laura la que estaba al lado de su madre.

La dulce y encantadora Laura.

Que ya no era suya.

—Jefe, no hemos encontrado ningún punto caliente —le dijo Luke, acercándose a él.

—¿Estás seguro?

—Por el momento, Tom y Nate están terminando de comprobar todos los muros internos.

—Bien. Excelente trabajo.

Su ayudante lo miró fijamente.

—¿Estás bien, jefe? Pareces disgustado.

—Es un incendio, Luke. Podría haber terminado muy mal. Teniendo en cuenta lo viejo que es el edificio, me extraña que no haya ardido entero.

—Lo mismo pienso yo —admitió Luke.

Iba a tener que ir a hablar con la señora Pendleton y, por extensión, con Laura. No quería. Quería quedarse allí y fingir que no la había visto, pero era el jefe de bomberos y no podía esconderse porque hubiese tenido una dolorosa historia con la hija de la dueña.

Había veces que odiaba su trabajo.

Se acercó a las mujeres con el corazón acelerado.

Laura se puso tensa, pero no lo miró. Su madre sí, estaba asustada y abrazaba con fuerza a la niña que tenía en brazos.

A pesar de todo, su principal trabajo era tranquilizarla.

—Señora Pendleton, le alegrará saber que el fuego está controlado.

—Por supuesto que está controlado —dijo Laura, mirándolo con frialdad—. Estaba controlado antes de que llegaseis, diez minutos después de que llamásemos a emergencias, por cierto.

—Según mis cálculos hemos tardado siete minutos en llegar, y habría sido la mitad si no hubiésemos estado metidos en el río, en medio de un rescate.

—En ese caso, habríais estado preparados si alguno de los huéspedes del hostal hubiese decidido saltar al río para huir del fuego.

Taft pensó que no la recordaba tan ácida cuando habían estado prometidos. La recordaba dulce y alegre. Hasta que él lo había estropeado todo.

—Jefe Bowman, ¿cuándo podrán volver nuestros huéspedes a sus habitaciones? —preguntó Jan Pendleton con voz temblorosa.

La niña que llevaba en brazos, que tenía los mismos ojos que Laura, le acarició la mejilla.

—No llores, abuela.

Jan hizo un visible esfuerzo por controlarse y sonrió a la niña.

—Pueden volver a por sus pertenencias siempre y cuando no estén en las habitaciones contiguas a la del incendio. Mis hombres todavía tardarán alrededor de una hora en comprobar que no quedan puntos calientes.

Hizo una pausa antes de darle la mala noticia.

—La decisión de si quiere que sus huéspedes pasen la noche aquí tendrá que tomarla usted, pero tengo que admitir que no sé si es seguro. Por mucho cuidado que tengamos, a veces las llamas se reavivan varias horas después de un incendio.

—Tenemos una docena de personas alojadas —le dijo Laura en tono hostil—. ¿Qué se supone que vamos a hacer con ellas?

Él se dijo que su pasado no importaba en esos momentos, que solo debía pensar en las personas que necesitaban su ayuda.

—Podemos hablar con la Cruz Roja, a ver si pueden habilitar un albergue, o podemos buscar otros alojamientos en la ciudad, tal vez las cabañas de los Cavazo estén libres.

—Qué desastre —gimió la señora Pendleton, cerrando los ojos.

—Se puede arreglar, mamá. Algo se nos ocurrirá —la animó Laura.

—¿Alguna idea de lo que ha podido provocar el incendio? —les preguntó él.

Laura frunció el ceño.

—No sé qué exactamente, pero creo saber quién.

—¿Sí?

—Alexandro Santiago. Ven aquí, jovencito.

Taft siguió su mirada y vio a un chico moreno de seis o siete años que estaba sentado en el suelo, mirando fascinado cómo trabajaban los bomberos. El niño tenía los ojos marrones, pero también se parecía a Laura.

Se levantó despacio y se acercó a ellos.

—Alex, dile al señor bombero quién ha provocado el incendio.

El chico evitó mirarlos a los ojos y suspiró.

—Está bien. Encontré un mechero en una de las habitaciones vacías, las que están en obras —empezó—. Era la primera vez que tenía un mechero y solo quería ver cómo funcionaba, pero las cortinas se prendieron y entonces llegó mi madre con el extintor.

Taft odió tener que ponerse duro con el niño, pero debía hacerle entender la gravedad de sus actos.

—Eso es muy peligroso. Alguien podría haber resultado gravemente herido. Si tu madre no hubiese llegado con el extintor, las llamas podrían haberse extendido por todo el hostal y podrían haberlo quemado todo.

El niño lo miró por fin, parecía avergonzado.

—Lo sé. Y lo siento mucho.

—Lo peor es que siempre te he advertido que no se juega con mecheros ni con cerillas —lo reprendió Laura.

—Solo quería ver cómo funcionaba —respondió el niño con un hilo de voz.

—No volverás a hacerlo, ¿verdad? —le preguntó Taft.

—Nunca. Nunca jamás.

—Bien, porque aquí somos muy estrictos con estas cosas. La próxima vez irás a la cárcel.

El niño abrió mucho los ojos, pero luego suspiró aliviado al ver que Taft sonreía de medio lado.

—No volveré a hacerlo, lo prometo.

—Estupendo.

—Eh, jefe —lo llamó Lee Randall desde el camión—. Se ha vuelto a atascar la manguera otra vez, ¿nos puedes echar una mano?

—Sí, ahora mismo voy —respondió él, agradecido por tener una excusa para marcharse de allí—. Disculpadme.

—Por supuesto —le dijo Jan Pendleton—. Diles a tus hombres que se lo agradecemos mucho, ¿verdad, Laura?

—Sí, mucho —dijo esta sin mirarlo a los ojos.

—Adiós, jefe —añadió la niña que Jan tenía en brazos sonriéndole.

—Hasta luego.

Y Taft se alejó pensando que era real. Laura estaba allí, con sus bonitos ojos y con dos hijos.

La había querido con todo su corazón y ella lo había dejado sin mirar atrás.

Pero había vuelto y no tendría manera de evitarla en una ciudad tan pequeña como Pine Gulch.

De repente, los recuerdos lo invadieron y no supo qué hacer con ellos.

Había vuelto. Y allí estaba él, que hasta hacía poco se había sentido afortunado por ser el jefe de bomberos de una pequeña ciudad de tan solo seis mil habitantes en la que casi nunca ocurría nada malo.

Taft Bowman.

Laura lo vio volver a la acción, a pesar de que no había mucha acción, dado que el fuego ya había estado apagado cuando los bomberos habían llegado.

No era la primera vez que lo veía trabajar. Cuando salían juntos lo había acompañado en ocasiones para no separarse de él. Siempre lo había visto cómodo y seguro en cualquier situación, ya fuese al responder a una emergencia médica o a un incendio.

Y eso no había cambiado en los diez años que habían estado sin verse. Seguía teniendo aquella manera de andar tan sexy. Se quedó observándolo un momento y después se obligó a apartar la vista. Volvía a sentir deseo por él, pero sabía que no debía dejarse llevar por él.

Después de tantos años, tanto dolor y tantos sueños destrozados, ¿cómo era posible que siguiera afectándole? Se mantendría fría e inmune a él.

Cuando había decidido volver a casa después de la muerte de Javier, había sabido que se encontraría con Taft. Pine Gulch era una ciudad pequeña, en la que no se podía evitar a nadie eternamente.

Lo había pensado, porque no podía negar que lo había pensado, y se había imaginado saludándolo solo con una sonrisa amable y un «me alegro de verte», imperturbable.

Había pasado mucho tiempo de lo suyo. Casi una vida. Por aquel entonces, ella había tomado la única decisión posible y había continuado con su vida, se había casado con otro hombre, había tenido dos hijos y había dejado atrás Pine Gulch.

Por mucho que lo hubiese amado, Taft era solo un capítulo de su vida. O eso se decía a sí misma. Había pensado que era una herida cicatrizada desde hacía tiempo.

Tal vez hubiese debido asegurarse de ello antes de volver a la ciudad con sus hijos, pero los seis meses anteriores habían pasado como en una nube. Al principio, intentando aceptar el estado de Javier y las deudas que este había dejado, después, teniendo que hacer malabarismos para mantener a sus dos hijos en Madrid, una ciudad muy cara, y por último, aceptando que su única opción era volver con su madre.

Solo había pensado en sobrevivir, en hacer lo mejor para sus hijos. Suponía que no había querido enfrentarse a la realidad de que volver también significaría tener que tratar con Taft otra vez, hasta que se había dado de bruces con él gracias a su hijo y su facilidad para meterse en líos.

—¿Qué vamos a hacer? —dijo su madre a su lado.

Dejó a Maya en el suelo y la niña fue a darle la mano a su hermano para observar cómo trabajaban los bomberos.

—¡Esto nos va a arruinar! —añadió Jan.

Laura la abrazó por los hombros. Se sentía culpable por no haber vigilado a su hijo más de cerca. Sabía que no lo podía dejar solo, pero se había distraído con unos huéspedes y Alex había aprovechado para salir del despacho e ir a la zona del hostal que estaban renovando. Todavía no se podía creer que hubiese encontrado un mechero.

Era un milagro que a su hijo no le hubiese pasado nada y que no se hubiese quemado el hotel entero.

—Ya has oído al jefe de bomberos, el fuego y los daños se han quedado en una sola habitación. Es una buena noticia.

—¿Cómo va a ser una buena noticia?

De repente, Laura vio a su madre mayor y se dio cuenta de que le temblaban las manos. A pesar de Taft y de los recuerdos que este le había despertado, no se arrepentía de haber vuelto a Pine Gulch. La ironía era que había vuelto a casa porque necesitaba la ayuda de su madre y se había dado cuenta de lo mucho que esta la necesitaba también a ella.

La gestión y el mantenimiento del hostal la tenían agotada y había agradecido poder pasarle algunas de sus responsabilidades.

—Podría haber sido mucho peor, mamá. Tenemos que pensar eso. Nadie ha resultado herido. Es lo importante. Y el sistema antiincendios ha funcionado a pesar de ser antiguo. Además, ahora el seguro cubrirá parte de la reforma planeada.

—Supongo que sí, pero ¿qué vamos a hacer con los huéspedes? —preguntó su madre con gesto de derrota, abrumada.

Laura la volvió a abrazar.

—No te preocupes por nada. De hecho, ¿por qué no llevas a los niños a casa? Yo creo que ya han tenido bastantes emociones por hoy.

—¿Crees que al jefe de bomberos Bowman le parecerá seguro?

Laura miró hacia la casa de tres dormitorios que había justo detrás del hostal, en la que ella misma había crecido.

—Está lo suficientemente lejos del lugar del incendio. No creo que haya ningún problema. Mientras tanto, yo empezaré a hacer llamadas. Realojaremos a todo el mundo hasta que pase el peligro. Superaremos esto como hemos superado todo lo demás.

—Me alegro mucho de que estés aquí, cariño. No sé qué haría sin ti.

Si ella no hubiese estado allí, con sus hijos, nada de aquello habría ocurrido.

—Yo también, mamá —respondió.

Era la verdad, a pesar de tener que enfrentarse al sexy jefe de bomberos.

—Ah, debería ir a hablar con el pobre señor Baktiri. Es probable que no comprenda lo que está pasando.

El señor Baktiri era uno de sus huéspedes de larga duración, al que Laura recordaba de su niñez porque había regentado un bar de carretera. En esos momentos estaba en el centro del jardín, confundido. Su esposa había fallecido y él había ido a vivir con su hijo a Idaho Falls, pero al parecer no le gustaba la vida allí y todos los meses iba a visitar la tumba de su esposa.

Su madre le hacía un buen precio y se quedaba una o dos semanas en la habitación más pequeña del hostal hasta que su hijo iba a recogerlo. Económicamente no era muy rentable, pero Laura no podía criticar la bondad de su madre.

Tenía la sensación de que el señor Baktiri sufría una ligera demencia y que se sentía seguro estando en un lugar que conocía tan bien.

—Mamá, luces —dijo Maya, abrazándose a sus piernas mientras las luces del camión de bomberos se reflejaban en sus gruesas gafas.

—Lo sé, cariño. Brillan mucho, ¿verdad?

—Son bonitas.

—Supongo que en cierto modo, sí.

Maya siempre encontraba algo bueno en cualquier situación y Laura se alegraba de ello.

Tenía miles de cosas que hacer, pero por un momento tomó a su hija en brazos.

Por el rabillo del ojo, vio a Alex un tanto asustado.

—Ven aquí, niño —murmuró.

Él se acercó y Laura lo abrazó también. Aquello era lo importante. Tal y como le había dicho a su madre, lo superarían. Era una superviviente. Había sobrevivido a pesar de que le habían roto el corazón y de que su matrimonio había fracasado.

Así que superaría un pequeño incendio sin ningún problema.

Capítulo 2

A que no sabes a quién vi en la ciudad el otro día?

Taft tomó uno de los deliciosos bollitos de pan de su hermana y le guiñó un ojo a Caidy.

—Probablemente a mí, haciendo algo increíblemente heroico como apagar un incendio, salvarle la vida a alguien. No sé. Podría ser cualquier cosa.

Su sobrina, Destry, y Gabrielle Parsons, cuya madre se iba a casar con el hermano gemelo de Taft, Trace, en un par de meses, se echaron a reír, pero Caidy puso los ojos en blanco.

—Las noticias vuelan. Y no todo gira en torno a ti, Taft. Aunque en este caso, sí.

—¿A quién viste? —preguntó él, anticipando la respuesta.

—No tuve la oportunidad de hablar con ella. La vi cuando iba en el coche —añadió Caidy.

—¿A quién? —insistió él.

—A Laura Pendleton —anunció Caidy.

—Ya no se apellida Pendleton —la corrigió Ridge, su hermano mayor y padre de Destry.

—Es cierto —dijo Trace desde el otro lado de la mesa, donde le estaba dando la mano a Becca.

Taft se preguntó cómo podían comer sin dejar de tocarse todo el tiempo.

—Se casó con un tipo en España y tuvieron dos hijos —continuó Trace—. He oído que uno de ellos fue el que causó todo el lío del otro día en el hostal.

Taft volvió a ver al niño prometiéndole muy serio que no volvería a jugar con fuego.

—Sí. Al parecer fue el mayor, Alex, que encontró un mechero en una habitación vacía, sintió curiosidad y, sin querer, prendió las cortinas.

—¿Y tuviste que acudir tú al rescate? —preguntó Caidy—. Vaya, me imagino que tuvo que ser muy incómodo para ambos.

Taft se sirvió más puré de patatas con la esperanza de que atribuyesen el rubor de su rostro al calor del puré.

—No sé por qué. Todo fue bien —murmuró.

No era cierto, pero su familia no tenía por qué saber que nunca había dejado de pensar en Laura. Siempre que había tenido un momento de tranquilidad había recordado sus ojos azules y sus delicadas facciones, así como algún recuerdo del tiempo que habían pasado juntos.

No poder evitarlo lo molestaba. Se había esforzado mucho en hacerlo. ¿Cómo se las iba a arreglar con ella en la ciudad?

—Vais a tener que ponerme al día —comentó Becca, la prometida de Trace—. ¿Quién es Laura Pendleton? ¿Y por qué debía sentirse Taft incómodo?

—En realidad, no hay ningún motivo —comentó Caidy mirándolo—. Es solo que Taft y Laura estuvieron prometidos hace mucho tiempo.

Él jugó con el puré de patatas y se preguntó cómo había podido disfrutar en el pasado de aquellas cenas de los domingos.

—¿Prometido? ¿Taft? —preguntó su futura cuñada sorprendida.

—Lo sé —comentó su gemelo—. Es difícil de creer, ¿verdad?

El comentario lo molestó. Sabía que en la ciudad tenía fama de mujeriego, pero no todo lo que se decía era verdad.

—¿Y cuándo fue eso? —preguntó Becca con interés.

—Hace años —le contó Ridge—. Laura y él empezaron a salir en el instituto.

—Ella estaba en la universidad —lo corrigió Taft en un murmullo.

En primer año, eso era cierto, pero no habían salido juntos en el instituto.

—Eran inseparables —intervino Trace.

—Y Taft le pidió que se casase con él en cuanto Laura terminó sus estudios —continuó Ridge.

—¿Qué ocurrió? —quiso saber Becca.

Taft no quería hablar de aquello. Deseó que lo llamasen de urgencia en ese mismo momento. Que no hubiese pasado nada grave, pero que lo llamasen.

—Se terminó —dijo.

—Una semana antes de la boda —añadió Caidy.

—Fue una decisión de ambos —mintió él.

Laura le había rogado que contase aquello. Que habían tomado la decisión los dos.