¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres? - Arwen Grey - E-Book

¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres? E-Book

Arwen Grey

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Beschreibung

Nada une más que compartir un placer secreto. Reuben, periodista de deportes, llega a una revista "femenina", donde se siente como un pulpo en un garaje. Sus compañeros son unas víboras de mucho cuidado y lo reciben con los puñales por delante. Además, se enamora a primera vista de la encargada de la sección de alta costura, Victoria. ¿O no es amor? Puede que sea una enfermedad a la que todos llaman Victoritis. Porque ella es perfecta, pero simpática y buena persona no es, precisamente. Aún se siente más desubicado cuando le obligan a apuntarse a un gimnasio para grabar unos vídeos tontos sobre vida sana y ejercicio con Joanne, una de sus compañeras más excéntricas. Joanne tampoco se siente muy feliz de estar allí, pero ambos descubren algo juntos: saltarse la dieta en secreto es divertido... y también descubren algo más. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Macarena Sánchez Ferro

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres?, n.º 290 - marzo 2021

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-296-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1. Carta de la directora: un nuevo rumbo

Capítulo 2. Índice: en este número…

Capítulo 3. ¿Nuevo en la oficina?: no dejes que nadie huela tu miedo

Capítulo 4. ¡Muévete!: que el desánimo no te venza

Capítulo 5. Pesas o running: ponte guapo sin morir en el intento

Capítulo 6. Jardinería: que las malas energías no acaben con tu jardín

Capítulo 7. Trabajo: cuerpo y alma, el conjunto perfecto

Capítulo 8. Psicología: que cumplir años siempre sea una fiesta

Capítulo 9. Belleza: un esfuerzo más. La recompensa está solo a un paso

Capítulo 10. Nuevas amistades: cómo acercarte sin que te arranquen la cabeza

Capítulo 11. Tauro: hoy es tu día. El amor de tu vida se acercará inesperadamente

Capítulo 12. Salud y equilibrio: dieta y ejercicio, los mejores aliados para tu bienestar

Capítulo 13. Prepárate para la fiesta: los complementos para el triunfo o para la desgracia

Capítulo 14. Menú de batalla: platos ligeros para antes de ir a la guerra

Capítulo 15. Fuerza de voluntad: la mente es tu aliada

Capítulo 16. El esfuerzo final: prevén las lesiones con un buen calentamiento

Capítulo 17. Planes de victoria: el primer paso es el ataque

Capítulo 18. Trajes de noche: escoge el modelo que te hará triunfar

Capítulo 19. Planificación perfecta: que las sorpresas no alteren tu vida

Capítulo 20. Apocalipsis: que el fin del mundo no te pille desprevenida ni despeinada

Capítulo 21. Cambio de parejas: la compatibilidad lo es todo

Capítulo 22. Recompensas: caprichos ligeros y saludables

Capítulo 23. Nueva vida: empieza con buen pie

Capítulo 24. Sábado de fiesta: trucos para triunfar

Capítulo 25. Tips para ser un triunfador: camina como un triunfador, habla como un triunfador, tropieza como un triunfador

Capítulo 26. ¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres?

Capítulo 27. Estrategia para sobrevivir al día después: analgésicos y una maleta

Capítulo 28. Tres horizontal, ocho letras: alteración emocional causada por algo imprevisto o inesperado

Capítulo 29. Convivencia: impón reglas precisas a tu nuevo compañero de piso

Capítulo 30. Cuéntaselo a Enna: consejos sentimentales para inútiles

Capítulo 31. Cocina: platos para triunfar en pareja

Capítulo 32. Asalto a la fama: actitud, actitud, actitud

Capítulo 33. ¡Muévete!: el triunfo está al alcance de tu mano

Epílogo. Editorial: un nuevo comienzo… otra vez

Agradecimientos

Capítulo 1 Carta de la directora: un nuevo rumbo

 

 

 

 

 

Hace unos meses nos dirigíamos a nuestros lectores para preguntarles qué echaban de menos, qué añoraban, qué demandaban de nosotros.

Tras un exhaustivo estudio de las peticiones, os anunciamos la nueva Oh! La mode…: más fresca, más actual, pero, sobre todo, más pegada a la realidad de nuestros lectores.

Por y para vosotros, en este primer número de esta nueva etapa, que se avecina apasionante, presentaremos secciones que estamos seguros os encantarán.

Porque nos gusta escucharos, como a vosotros os gusta leernos…

 

—Un poco… sentimental.

Lola Godrick clavó en el nuevo miembro de su equipo una mirada que en un tiempo no demasiado lejano le hubiera hecho temblar. Sin embargo, tal vez porque Reuben Barton provenía de la prensa deportiva y era evidente que no tenía ni idea de quién era ella, fue compasiva y sonrió. Esa sonrisa casaba, además, con su nueva imagen de accesibilidad.

La accesibilidad, ya se lo había dicho su terapeuta, era algo que apreciaba la gente de la calle. Y atraería ventas, según ese estudio de mercado que tanto dinero y lágrimas le había costado.

—No te he pedido tu opinión, querido.

Reuben sintió por primera vez el peso de su gélida sonrisa y Lola se sintió complacida al ver que se erguía en la silla, se alisaba el pantalón del traje, de pésima calidad y de un tono gris demasiado claro para su tono de piel, y comprobaba los botones de la chaqueta. Uno de ellos estaba flojo y no tardaría en caer, sobre todo si seguía tirando de él por los nervios.

Era agradable poder soltar zarpazos de vez en cuando para que a una no le perdieran el respeto. Una cosa era pretender parecer moderna y buena persona, y otra que de verdad lo fuera.

El hombre que le habían recomendado para que ayudara a revitalizar, cual ave fénix, su revista moribunda llevaba un corte de pelo que delataba poca atención hacia su nuevo puesto y hacia sí mismo, demasiado largo y despeinado. Hacía horas que se había afeitado por última vez y llevaba la corbata torcida y arrugada, por no hablar de que era de un tejido sintético y con un estampado ridículo, con escudos con animales rugientes. Tuvo que apartar la mirada al ver que llevaba los calcetines a juego con la corbata. Un hombre con su atractivo debería haber aprendido a vestirse solo a su edad. Tal y como se había presentado, cualquiera diría que su madre todavía le escogía la ropa interior, en paquetes de ahorro y de oferta.

Reuben podía ser un genio del periodismo, o eso le habían asegurado, quizás con cierta ironía, pero no tenía ni idea de cómo vestirse. Durante unos segundos, trató de imaginárselo en el papel que ejercería en Oh! La mode…, pero desistió, porque estuvo a punto de sufrir un aneurisma, y ella quería morir de algo espectacular y a la altura de su importancia en el mundo de la moda, como una bomba nuclear. Tendrían mucho trabajo con él. Por suerte, podría delegarlo en otros.

El pobre hombre desentonaba tanto en su despacho decorado con estilo minimalista, pero con pequeños destellos de color, como rebeldes pinceladas que delataban su gusto por salirse de las normas establecidas, que Lola se preguntó por un instante si no se equivocaba al dar ese paso. La situación era mala en la revista, pero siempre había otras decisiones que se podían tomar, medidas desesperadas que no exigieran meter a tipos que vestían calcetines con leones rampantes en el equipo. Cambiar el rumbo de una manera radical podía salir bien, pero también podía acabar con Oh! La mode… para siempre. Y eso podía ser… Prefería no planteárselo siquiera.

—Tim —dijo, sacudiendo la cabeza de un pelo negro de un tono tan oscuro que parecía absorber la luz reinante en la habitación y abriendo un cuaderno de tapas de un violento tono morado. Ante el sonido de su voz, su asistente, un joven de piel irritada y aspecto nervioso, se irguió en la silla hasta que pareció que estaba a punto de saltar—. Acompaña a Reuben a la sala de reuniones y diles que iré en unos minutos. Y comprueba que estén todos, no me gustaría tener que esperar para la presentación.

Tim se puso en pie y se colocó junto a Reuben, que lo miró desde su asiento, como si esperase una señal. Sin embargo, el joven se limitó a esperar, apretando su agenda de modo espasmódico. Con un suspiro, Reuben se puso en pie.

—Pensaba que iba usted a explicarme qué iba a hacer aquí. Porque yo no sé nada de… —señaló a su alrededor, con cierto aire de desprecio que no pudo evitar; fue una suerte que ella no lo estuviera mirando— moda.

Lola parpadeó y levantó los ojos de su libreta, sorprendida de que todavía estuviera allí y esperase su atención.

—Lo hablaremos en la reunión. —Su tono fue tan seco que él tuvo la sensación de que estaban hablando de su castigo por haber robado un pan y no de su nuevo trabajo—. Hasta luego, Reuben. Y suerte.

 

 

Los pasillos que llevaban a la sala de reuniones eran tan fríos como el despacho de Lola. La única decoración eran las portadas de los números más famosos de la revista, flores solitarias en jarrones de cristal tan frágiles que parecían a punto de deshacerse ante la más mínima vibración fuera de onda sobre mesitas de metacrilato transparente, todo a juego con una música apenas perceptible, pero irritante.

A pesar de que el ambiente era lo que Reuben consideraría femenino de un modo casi opresivo, no había nada de dulce o acogedor en ese lugar. Era como la consulta de un dentista o como se imaginaba que sería una clínica de fertilidad para gente muy rica, lleno de luces brillantes y aterradoras, donde todo el mundo parecía tenso e infeliz.

—Antes de que te atrevas a pedirme nada, te diré que solo ella y algunos escogidos me llaman Tim. Nadie más. Por supuesto, tú no estás entre ellos. Para ti seré Timothy. Cada vez que escucho Tim es como si alguien hiciera sonar una campana en mi oído y lo odio.

Reuben se preguntó si debería reír ante esas palabras, pero Tim… Timothy no parecía considerarlas un chiste, a juzgar por su expresión seria e incluso amenazadora. Visto de cerca, pudo ver que su rostro no solo parecía irritado, sino que su piel estaba descamada y se desprendía a la altura de la frente y las mejillas, como si se hubiera escaldado. Todo el resto lucía enrojecido y con una pinta horrible.

—Tú puedes llamarme Reuben.

Timothy se detuvo, como si no esperase su respuesta o la considerase un ataque. Lo miró con los ojos entrecerrados hasta que el picor de la cara le hizo frotársela con fuerza, haciéndole perder la pose imponente.

—La gente aquí es muy profesional, Reuben, y se toma muy en serio su trabajo. —Lo miró de arriba abajo antes de volver a caminar—. Te recomiendo un cambio de armario si no quieres que te despellejen el primer día. Victoria en particular es muy especial en cuanto a la etiqueta en todas las ocasiones y, quieras o no, esto es una revista de moda, y una de prestigio. Tendrás que vestir de modo apropiado durante el tiempo que dures. Que no se note que te han contratado porque conoces a alguien que conoce a alguien. —La mirada de Tim al decir esto fue tan venenosa que Reuben sintió deseos de soplarle en la cara para que le picase todavía más, por víbora.

Sin embargo, lo que más le molestó de todo lo que había dicho el muy idiota fue que, en efecto, estaba allí por enchufe y que no tenía ni idea de moda ni de lo que iba a hacer. Aunque, si lo pensaba bien, ahora se preguntaba si la recomendación era un favor o un castigo. Una cosa era que estuviera pasando una temporada de necesidad, pero aquello tal vez fuera caer demasiado bajo.

Joder, qué iban a decir sus colegas cuando se enterasen de que había terminado en una revista de tías.

Incómodo, pensó que no se había planteado nada de todo eso cuando había recibido la llamada de Lola ni al entrar allí. Más bien al contrario. Un trabajo era un trabajo. Un periodista tenía que estar dispuesto a hacer lo que fuera, sobre todo si era uno de los buenos como él.

Solo cuando había hablado con la jefa y con ese mequetrefe de Tim sobre su aspecto, que a él no le parecía tan malo, había visto ese lugar, y le habían empezado a asustar con lo de desearle suerte, había empezado a preocuparse. Cualquiera diría que se dirigía al matadero.

Intentando parecer elegante y guapo, Reuben se sacudió la chaqueta con nerviosismo y, al hacerlo, el botón que bailaba saltó al suelo, rodando hasta los pies de Timothy, que sonrió con algo cercano al desprecio.

La expresión «muy profesional» le había sonado a insulto, por no hablar de la sonrisa de ese joven que parecía a punto de perder la piel de la cara con solo suspirar. ¿Qué tenía de malo su traje? Le había servido durante años en su anterior redacción, en entrevistas, en giras, en ruedas de prensa, y jamás ningún jefe se había quejado. Solo faltaba que le dijera que su corbata no era adecuada.

—Y esa corbata… —añadió Timothy, como si escuchara sus pensamientos, levantando un dedo largo y esquelético para apuntar a uno de los escudos con león rampante que pululaban por el poliéster rojo.

—Oye, Tim… —Reuben le apartó el dedo de un golpe, con ganas de metérselo en un sitio donde no le haría tanta gracia—. Que sepas que esta corbata es el símbolo de uno de los equipos más antiguos y dignos de este país, así que no se te ocurra decir nada de lo que puedas arrepentirte.

Un carraspeo hizo que los dos se girasen hacia la puerta de la sala de reuniones.

Reuben sintió que lo que fuera que estaba a punto de decir moría en sus labios. Junto a la puerta, lo más cercano a un ángel caído en la Tierra lo recorría de arriba abajo con una mirada llena de curiosidad y cierta irritación, deteniéndose en la parte baja de su chaqueta, abierta por culpa del botón desaparecido.

Llevaba un traje de color claro que él no sabría nombrar y que solo podía calificar de elegante, con una falda hasta la rodilla, sin mostrar ni un centímetro más de lo debido, y con una chaqueta ceñida, pero sin llegar a lo indecoroso. Sus pies calzaban unos tacones de al menos diez centímetros. Sin ellos, seguiría siendo una mujer alta y esbelta. Su cabello era oscuro y largo, de la longitud justa para rozar los hombros, de una forma de seguro tan estudiada como todo el resto de su aspecto. Y sus ojos… en su vida había visto unos ojos como aquellos: azul oscuro, grandes, espectaculares. Y en ese momento estaban llenos de desaprobación.

Solo en ese instante fue consciente de que tal vez su traje ya no fuera tan adecuado como había creído instantes antes.

—Victoria —dijo Tim, dando un paso hacia ella, con la voz llena de ansiedad—. Este es el nuevo chico de los deportes, Reuben Barton —añadió, haciendo en su dirección un gesto que le hizo pensar que le presentaba como una maldición egipcia—. Viene recomendado.

Ella esbozó una sonrisa tirante y exenta de humor, como si eso lo explicara todo. Se agachó y recogió algo del suelo. Tendió una mano y lo depositó en la palma sudorosa de Reuben.

—Creo que esto es suyo —dijo, antes de dejarlos para volver a entrar en la sala, de la que salía un coro de voces y risas digno de cualquier pub.

Reuben se miró la mano y sonrió al comprobar que se trataba del botón que se le había caído.

Mientras Tim lo dejaba solo en el pasillo, dándolo por imposible, Reuben se sintió optimista ante su futuro.

Al fin y al cabo, acababa de enamorarse.

 

Capítulo 2 Índice: en este número…

 

 

 

 

 

Reuben se removió en su silla mientras trataba de tomar todas las notas posibles, al mismo tiempo que intentaba no dar la imagen, totalmente cierta, por otra parte, de que no entendía nada de lo que se contaba en esa sala.

Al entrar casi había suspirado de alivio al ver que se trataba de una sala de reuniones normal, con una cafetera, un hervidor eléctrico, algo para picar, sillas alrededor de una mesa llena de papeles y carpetas a rebosar. Hasta ahí todo era como en el resto de redacciones donde había trabajado, solo que con una apabullante abundancia de tonos blancos y luz estridente. Lo que ya no lo era tanto era la gente que lo miraba como si fuera un infiltrado.

A Victoria ya la conocía. Le dio un vuelco el corazón al ver que lo miraba, aunque solo fuera para olvidarlo al instante. Timothy lo dejó también en cuanto se encontró rodeado de sus iguales, solo junto a la puerta y mirando a su alrededor como el niño nuevo de clase.

Nadie más se presentó, siguieron hablando como si ni siquiera hubieran notado su presencia. Al principio lo agradeció. No mucho después se sintió avergonzado y al final irritado. ¿Acaso no sabían quién era? ¡Era su nuevo compañero! ¿No deberían fingir que era bienvenido?

—Buenos días, señores. ¿Qué tenemos? —preguntó, como había hecho cada mañana al entrar en salas de reuniones como esa en sus anteriores puestos.

Pero si quería causar miradas de reconocimiento o siquiera de sorpresa, fracasó estrepitosamente. Solo Tim (en adelante sería Tim para él, con campanas sonando en su cabeza o no) se dignó alzar la vista de lo que hacía para ignorarlo unas décimas de segundo después.

Ahogando un gruñido de frustración, Reuben traspasó el umbral, decidido a actuar como lo que era, el único redactor de aquella revista que vivía en el mundo real y que escribiría sobre cosas que les importaban a las personas normales.

Estaba a punto de sentarse en la silla libre, que era la que presidía la mesa cuando, entonces sí, se escuchó un grito unísono y aterrador, que lo dejó paralizado con el trasero rozando el asiento.

—¡Ahí no!

—Es la silla de Lola —se dignó explicarle una mujer de edad indefinida, como congelada entre los treinta y los cuarenta años, de sonrisa dulce—. No le gusta que nadie se siente ahí.

Reuben se irguió, sintiéndose el centro de todas las miradas por primera vez desde que había llegado. Desde luego, su aterrizaje estaba siendo de todo menos tranquilo.

—Puedes sentarte ahí, Reuben —dijo Tim, señalando una silla plegable colocada contra la pared, bien lejos de la directora y editora, y de la acción, dejando en evidencia que nadie consideraba que tuviera ningún derecho a estar ahí.

Hizo un esfuerzo por sonreír e hizo un gesto magnánimo en dirección al asistente de Lola, mientras se acercaba a la silla señalada, la abría, la arrastraba, haciendo que las patas chirriasen contra el suelo, y la colocaba junto a la que había estado a punto de usar, desplazándola.

Todos los presentes lo miraron como si no pudieran creer lo que acababan de ver.

Podían mirarlo como quisieran, pero lo habían contratado diciéndole que tendría un estatus especial en la revista y que sería un colaborador cercano a la jefatura. En ningún momento se lo había creído. Había escuchado eso mismo un montón de veces y jamás había sido verdad, pero por ver esas caras merecía la pena hacer un alarde de fuerza. Por lo pronto, se sentaría al lado de la señora Godrick, le pesara a quien le pesara.

—En fin, trabajemos —declaró Reuben, uniendo las manos ante la barbilla, fingiendo una serenidad que no sentía en absoluto.

Una a una, todas las miradas se desplazaron de su cara y su inapropiada corbata hasta las carpetas llenas de documentos y fotos que tenían ante ellos. Reuben, que no tenía carpeta, sacó una libreta y un bolígrafo de un bolsillo interior de la chaqueta y comenzó a apuntar todo aquello que le pareció interesante, así como dudas que preguntaría más adelante a la mujer rubia de edad indefinida que le había hablado antes, que parecía la más simpática de todos en aquel lugar. Pocos minutos después, sudaba tinta para seguir el ritmo de las charlas. No era solo que hablaran rápido, además lo hacían en idiomas extraños.

—Todo ese artículo es tan demodé que no me extrañaría que Aristóteles Onassis se levantase de su tumba para posar para tus fotos —dijo con acidez un caballero con cabellos plateados e impecable pajarita con lunares blancos sobre fondo azul marino—. Además, sería lo más moderno de todo el conjunto.

Victoria se retorció en su silla, haciendo asomar una ligera arruga de disgusto a su perfecto rostro.

—Querrás decir que es vintage, querido Ambrose. Demodé es tu aroma a polvo de talco.

Ambrose emitió una risa sarcástica que hizo que Reuben sintiera simpatía por lo que fuera que había escrito Victoria. ¿Qué podía saber ese carcamal de moda y elegancia si vestía como un mamarracho?

—A todo lo que huele a naftalina de la abuela lo llaman vintage ahora.

—Seguro que tú de naftalina sabes un poco…

Ambrose no pareció afectado por la puñalada, sino que miró a la joven casi con cariño.

Reuben se preguntó si todas esas reuniones eran así o solo había llegado en el mejor momento.

¿Sería de mala educación salir para comprobar el correo electrónico? Esa sala podía ser muy moderna, pero la cobertura telefónica era horrible. Se aburría entre tanto duelo dialéctico en el que no le dejaban meter baza.

Apuntó con aire diligente un par de nuevas palabras en su libreta: demodé y, sobre todo, vintage. Si la habían usado tantas veces, debía de ser importante. No estaba seguro de cómo se escribían, pero lo comprobaría en cuanto saliera de allí y tuviera acceso a Internet.

A esas horas ya debería haber recibido alguna respuesta a los currículums que había enviado. Estaba claro que aquel no era su lugar.

Justo cuando estaba a punto de disculparse para salir, alguien más entró en la sala, maldiciendo por lo bajo.

Una nube de tejido azul brillante y dorado pasó junto a él, arrastró una silla y se dejó caer en el asiento, justo a su lado, sin disculparse por interrumpir.

—¿Eso que llevas es un chándal?

La mujer que llevaba la prenda deportiva se giró hacia Victoria, que la miraba de arriba abajo, a medio camino entre la estupefacción y el dolor.

—Es un Stella McCartney. Madonna tiene uno igual.

La boca perfecta de Victoria se estiró apenas en una sonrisa de desprecio.

—Eso no quiere decir que no sea horrible.

La recién llegada colocó la cabeza sobre la mano y miró a su crítica con ironía. Al hacerlo, una coleta larga y pesada cayó sobre el brazo de Reuben, que lo apartó con nerviosismo, como si cualquier contacto con una persona que le llevara la contraria a su adorada Victoria pudiera ser considerado por esta como una traición.

—Puedes decírselo a ella la próxima vez que la veas.

—Joanne, tarde otra vez. Que sea la última, sabes muy bien que, en este momento, tal y como van las cosas, no me importaría prescindir de un sueldo.

Todos se giraron hacia Lola, que acababa de entrar, acaparando toda la atención al instante. El silencio que se hizo fue tan pesado que Reuben escuchó el tictac del reloj que le habían regalado cuando ganó el Premio al Mejor Reportaje Deportivo del Año en 2015.

Joanne tuvo la decencia de avergonzarse, aunque muy pronto se repuso, sobre todo al notar a su lado la presencia de alguien desconocido y todavía peor vestido que ella.

—¿Y tú quién eres?

En otras circunstancias, a Reuben le habría hecho gracia la situación, porque ella era la única que se había dado cuenta de que ni siquiera le habían dejado presentarse, pero en ese momento lo único que quería era pasar desapercibido. O salir corriendo para no volver. Lo que doliera menos a su orgullo.

Se giró hacia ella, dispuesto a responder, y se encontró con que ella se había acercado tanto que tenía su rostro casi pegado al suyo. De cerca, sus ojos pintados con unas sombras tan estrafalarias como los tonos de su ropa, eran grandes y curiosos, de un verde oscuro que, estaba seguro, solo se podía apreciar a una distancia tan corta. Además, su boca pintada con un brillo de un rosa tan profundo que casi dolía verlo, tenía una forma extraña, como si estuviera del revés, con el labio inferior un poco más grueso que el superior, dándole un aspecto enfurruñado.

No era guapa, ni fea, o tal vez sí, era imposible saberlo con aquella cantidad de maquillaje.

—Soy… —comenzó a decir, pero lo interrumpió un carraspeo proveniente de Lola, que miró lo que hasta ese momento había sido su lugar incontestable y se sentó sin decir una palabra acerca de la silla que ahora había junto a la suya.

Con ese solo gesto, el ambiente general se relajó al instante. Reuben pensó, de un modo demasiado inocente, que Lola le había abierto las puertas de la revista de par en par y que ya nadie cuestionaría su presencia en esa sala, e incluso en ese lugar de la mesa.

—Chicos, os presento a nuestro nuevo redactor de deportes, o lo más parecido a una sección de deportes que podemos tener en una revista de moda —dijo, sin levantar la vista hacia los demás, como era evidente que era su costumbre—. En la encuesta que hicimos, y que nos costó un riñón, por cierto, la gente nos expresó su absurdo deseo de tener una sección donde ponerse en forma y mostrar las nuevas técnicas de eso… cómo se llama… como sea… Por eso decidí traer a alguien experto en deportes. Pregunté por ahí quién podría hacerlo y me recomendaron a Reuben. —Lola dio una palmada y señaló a Reuben, como si los deseos de los lectores fueran bobadas y todos se rieron con ella. Por unos segundos, se sintió como un memo allí, sentado, mientras todos lo miraban casi con lástima. Esa mujer lo hacía sonar como que lo había comprado de rebajas—. Seguro que él encuentra cosas que contar a esa gente preocupada por la licra y las mallas. Es nuevo en nuestro sector, pero estoy segura de que tiene muchas ganas de empaparse del ambiente de Oh! La mode…, ¿verdad, querido? —terminó, alzando la vista hacia él, con una sonrisa que Reuben consideró a medio camino entre la burla y el ánimo.

Reuben entrecerró los ojos y se preguntó si alguna vez se había sentido tan insultado, pero supuso que, teniendo en cuenta que llevaba tres meses sin trabajo y que tenía que comer y pagar su casa, quedaría feo levantarse y mandarlos a todos al carajo.

Se ajustó aquella corbata que todos odiaban, sonrió y se levantó.

—Estoy encantado de estar en… —de pronto pensó que sus conocimientos de la lengua francesa solo lo dejarían en ridículo si trataba de pronunciar el nombre de la revista tal y como ella lo había hecho. Afianzó su sonrisa, de un modo que sabía que sus hoyuelos se profundizaban, generando un aura de simpatía instantánea en sus interlocutores— en este maravilloso lugar. Estoy seguro de que vamos a trabajar mucho para sacar la revista adelante.

Al instante notó que el viejo truco de los hoyuelos no había funcionado. Las miradas se habían apartado de él con incomodidad, dejándolo con una sensación de abandono total. Al parecer, Tim no era el único que no lo quería allí.

—Espero que los vídeos se te den mejor, muchacho —dijo el tal Ambrose, con un tono cruel que no disimuló en ningún instante.

—¿Vídeos?

—Veamos, ¿qué tenemos para el mes que viene? —preguntó Lola, cortando toda posible reacción a sus palabras, si es que iba a haberla, tal vez fingiendo que no había notado el aura hostil de sus trabajadores hacia el nuevo redactor.

Si ya había pensado que aquello sería un infierno, Reuben supo que se había metido en la boca del averno cuando se enteró de en qué consistía su labor exactamente, y comprendió por qué Lola no se lo había querido decir a solas. Vídeos. En su cabeza, podía verse grabando estupideces, poniendo acento de tipo del centro de Londres, vestido con ropas de diseño, con mechas rubias y patrocinando bebidas energéticas.

¿Sección de deportes? ¡Ja!

Maldita vieja revenida y seca.

Ah, pero aquello no quedaría así. Llamaría a George, que le había ofrecido aquel puesto como si se tratase de la mismísima panacea y le… le… Dios, ni siquiera se le ocurría qué sonaba peor que decirle que lo hiciera él mismo, joder.

Y ni siquiera podía escapar de esa maldita sala de reuniones, sino que tenía que estar ahí, escuchando miles de bobadas sobre trapos y cremas antiacné y remedios para las arrugas, sin entender ni la décima parte de lo que decían. Por suerte, nadie esperaba ninguna aportación por su parte. Aliviado al saberse ignorado, retomó su libreta y, durante dos horas eternas, se limitó a tomar notas y más notas con letra apenas legible. Cualquier cosa con tal de no volver a sentir la mirada de franco menosprecio de Victoria sobre él.

 

 

—Ni hablar. Otra vez no.

Joanne se levantó de golpe, haciendo que las patas de su silla rechinaran contra el brillante suelo de linóleo que imitaba el mármol con bastante acierto. Vio cómo todos apretaban las mandíbulas en un gesto de franco desagrado, pero le dio igual. Se apartó la molesta coleta de un manotazo y plantó las manos en la mesa.

—Ya perdí dos páginas en el número pasado. Y ahora me quieres quitar cinco. ¡Cinco! ¿Cómo quieres que haga una sección entera con solo cuatro páginas? Tendría que eliminar al menos diez fotos para poder comprimir toda la información en ese espacio.

Lola colocó sus palmas juntas ante el rostro y observó a la persona que osaba enfrentarse a ella.

—Podría serte sincera y decir que nadie notaría la ausencia de tu sección. Ni la de Victoria, ni la de Ambrose, ni ninguna —añadió, para suavizar sus palabras, aunque Joanne había acusado el golpe de tal manera que había vuelto a sentarse, abatida—. He recortado todas las secciones para poder dar cabida a las nuevas, aunque cada uno solo sea capaz de ver el enorme daño que he infligido a su orgullo.

Joanne adelantó la mandíbula y miró al nuevo redactor de la sección de deportes, que no había dicho una sola palabra en toda la reunión. Si no había ido a trabajar, no sabía qué diablos pintaba allí. Sin duda, llamaba la atención. Vestía un traje de baratillo, de un color de esos que no combinaban absolutamente con nada que no fuera blanco o negro, y mal, además. Y luego llevaba una corbata que podría haber usado su padre en los años 70. Su pelo de color arena mojada necesitaba un buen corte y tenía los ojos oscuros y asustados de un niño que está pasando el peor examen de toda su vida. En general, los cachorros abandonados le daban pena, pero en ese momento ella también necesitaba ayuda, y ella misma era su prioridad, así que lo lamentaba por el nuevo.

—Necesito ese espacio.

Reuben notó por primera vez que era a él a quien le hablaba. Dejó de escribir y miró a Lola, que no dijo una sola palabra.

Joanne sonrió al verlo tan desconcertado. Ese hombre podía ser muy bueno allí de donde venía, pero estaba perdido desde el mismo instante en que había cruzado el umbral de la revista.

—Cuéntame por qué debería recortar mi sección para darte mis páginas —dijo él de pronto, sorprendiéndola. Tenía el aire de alguien que no tiene ni idea de lo que está hablando y, de repente, suelta la solución perfecta a un problema matemático—. ¿Es la más popular, la más leída, la que más influencia tiene, la más copiada? Solo en ese caso renunciaré a mi espacio por ti.

Joanne sintió que la rabia la obligaba a enmudecer. ¿Cómo defender su trabajo de años, la sección que le quitaba horas de vida y de sueño, la que la obligaba a hacer cosas impensables? Y todo ante alguien que no tenía ni idea de lo que suponía llevarlo a cabo cada mes, un año tras otro. Desde que había llegado a ese lugar, hacía cinco años, había pasado por todas las fases posibles en un puesto de trabajo, desde la ilusión, pasando por la rutina, al desencanto. Ahora solo quería hacer algo digno, al menos, ya que no le permitían hacer nada nuevo ni personal. Pero ¿cómo podía hacerlo si no tenía espacio para ello?

Y encima lo decía con esa tranquilidad, como si fuera la cosa más normal del mundo.

Reuben se levantó y dejó su libreta a un lado. Comenzó a caminar por la sala de reuniones, sabiendo muy bien que era el centro de atención desde el instante en que había hablado. Había pasado de ser un convidado de piedra a ser el centro de todas las miradas. Cierto que sus miradas no eran amables, sino más bien de desconcierto, pero al fin le prestaban atención.

—Veamos, usted —dijo, señalando a Ambrose— se encarga de la sección de belleza y salud. ¿Cree que es indispensable?

Ambrose Price se llevó una mano a la pajarita, ya impecable, y lo miró, como si no supiera muy bien qué se proponía. Joanne sabía muy bien que ese era un gesto destinado a ocultar su nerviosismo, aunque él siempre procuraba mostrarse impávido.

—No me hagas hablar, jovencito. Lo que vendemos en esta revista es tan vacío que a veces creo que deberían encerrarnos por estafa.

—¡Ambrose! —exclamó Victoria, negando con la cabeza, haciendo que su cabello oscuro perdiese su perfecta forma por unos instantes—. No puedes estar hablando en serio. Nuestros lectores nos buscan para tener una guía en la que basarse a la hora de saber vestir con estilo en ocasiones especiales, al menos en mi sección. Aunque no me preguntes qué buscan al leer a Miss Trapos, porque jamás lo entenderé —añadió, con una mirada ácida en dirección a Joanne.

—Ya habló lady Perfecta, que, según se rumorea, duerme en un ataúd de cristal —replicó Joanne con una sonrisa sin humor.

Reuben se detuvo y contempló la lluvia de reproches con asombro, como si no pudiera imaginar que en esa sala aquello era algo habitual. Joanne casi sintió compasión de él, al ver que levantaba las manos para instaurar la paz.

—Pues yo creo que todas las secciones son maravillosas e indispensables para cualquiera con buen gusto.

Todos se giraron hacia Enna McBride, sorprendidos. Esa mujer rubia y callada que acababa de llegar para encargarse de las nuevas secciones de hogar y familia, más pegadas «al mundo real», como decía Lola, era tan tímida que a veces olvidaban su presencia. De hecho, nadie sabía muy bien qué era lo que iba a hacer en su sección, pero alguien tan dulce solo podía hacer algo entrañable y familiar. Según decían, provenía del mundo de las redes sociales y los blogs, pero todos fingían no tener ni idea de qué era todo aquello, así que la ignoraban con todas sus fuerzas, aunque ella no parecía tenerles ningún rencor por ello y sonreía siempre con una dulzura que empezaba a resultar incómoda.

Un par de aplausos secos interrumpieron la escena. Lola, sentada en su silla, los contemplaba con serena frialdad. Parecía cansada y un poco aburrida, pero en absoluto acabada, como decían las malas lenguas.

—Bonito espectáculo. Espero que estés encantada, querida —dijo, dirigiéndose a Joanne, que se sintió avergonzada al instante por su infantil arrebato—, pero supongo que sabes que no podemos permitirnos esto ahora mismo. Reuben no puede decidir si renuncia o no a su sección para cedérsela a nadie. Él es un redactor como los demás y tendrá suerte si no le recorto páginas como a todos. Además, recordad que, además de lo que escribáis, tendréis que grabar algún tipo de contenido para las redes sociales y que tendrá que vender una imagen fresca y acorde con el espíritu de la revista y de la sección que representáis. Eso es lo que nos piden los lectores y, por desgracia, es lo que tenemos que hacer para sobrevivir. ¡No matéis al mensajero! —exclamó, levantando las manos—. No tengo que deciros que, si queremos seguir adelante, todos, y quiero decir todos —añadió, mirándolos uno a uno—, tendremos que aprender a sacrificar cosas que creíamos intocables, ya sea el número de páginas o espacios privilegiados. Incluso nuestra vida privada.

—¡Pero, Lola! —exclamó Victoria, que se había dado por aludida con sus últimas palabras.

La expresión de la directora se cerró de golpe al sentirse cuestionada. Comenzó a recoger sus cosas sin decir una sola palabra y se puso en pie.

—Hasta hace muy poco yo tenía la última palabra en esta sala —dijo, con mirada altiva, aunque voz ligeramente temblorosa—. Si creéis que tenéis una solución mejor, tal vez sea hora de que vosotros mismos la llevéis a cabo.

—Todo esto es ridículo —masculló Ambrose, pasándose una mano por el cabello plateado. Se lo veía incómodo e incapaz de mantener las manos quietas. Cuando acabó de atusarse el pelo, volvió a comprobar el lazo de la pajarita, aunque lo dejó en cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo.

—No, no lo es —dijo Enna, levantándose y poniéndose junto a Lola. Le pasó una mano por el hombro, acercándola a sí, haciendo evidente que la poderosa Lola no le llegaba más que hasta el hombro—. Lola tiene razón, tenemos que ser un equipo para salir de la crisis en la que estamos. ¡Vamos, chicos, podemos conseguirlo!

Lola miró la mano que la sostenía con algo cercano a la repugnancia, pero Enna no se dio por enterada, como no fuera para acercarla más a sí.

Joanne la miró, asombrada ante tanto optimismo. No podía haber nadie tan positivo en el mundo. Si la situación no fuera terrible, sería digna de una comedia.

Sin embargo, a su alrededor pudo ver que el resto se rendía a su sencillez y su sonrisa inquebrantable. Incluso el nuevo redactor parecía tranquilo por primera vez desde que había llegado.

Miró a Victoria, que no parecía tan satisfecha como su sonrisa podía dar a entender. La conocía, y sabía que no cedería con tanta facilidad ni sus páginas ni sus ventajas como favorita en la revista. Incluso dudaba de que hiciera esos vídeos que le pedían. No, no la princesa de la revista, la mismísima lady Perfecta, que meaba Chanel Nº5. Ambrose tampoco se lo pondría fácil a Lola, por mucho que el viejo periodista siempre dijera que odiaba su trabajo, la revista, y todo lo que significaba.

En cuanto a ella, su sección sobre moda urbana había sido su vida durante los últimos cinco años, y no estaba dispuesta a rendirse sin luchar.

Tenía que haber una forma de salvar la revista sin cambiar su espíritu. Que los lectores pidieran algo en masa, no tenía que significar por fuerza que tuvieran razón.

 

Capítulo 3 ¿Nuevo en la oficina?: no dejes que nadie huela tu miedo

 

 

 

 

 

La reunión acabó en cuanto Lola afianzó su poder sobre todos los presentes, dejando bien claro que, si era dura, era por el bien de los demás, como si de una madre o un dictador se tratase.

Abatidos y sabiéndose derrotados, los miembros de la revista dejaron uno a uno la sala, sin intercambiar palabra entre ellos. A solas de repente, Reuben se encontró con que no sabía qué hacer. Tenía notas que analizar y, sobre todo, un suelo sobre el que aterrizar, pero para eso tenía que averiguar antes dónde se suponía que iba a trabajar.

Volvió a atravesar el frío y desolador pasillo, esta vez en sentido inverso, hasta la recepción, donde había varias puertas sin rotular. Una, la más grande e impresionante, era la de Lola, así que la descartó al instante. Tim, que se había sentado tras un escritorio de aspecto moderno e incómodo, lo ignoró deliberadamente, a pesar de que, estaba muy seguro de ello, sabía lo que necesitaba.

Dio un par de vueltas por el vestíbulo, fingiendo no estar acechando detrás de cada puerta que se abría, hasta que Tim levantó uno de sus dedos finos y de aspecto huesudo y le señaló el pasillo por el que había venido.

—Pregunta por ahí, alguien te asignará una mesa y un ordenador. No esperes olor a rancio ni a testosterona, esto es una redacción moderna y limpia. De este siglo, digamos.

—Gracias, Tim.

Solo entonces salió el asistente de su apatía, mirándolo con los ojos entrecerrados y llenos de cruel ironía.

—Te crees muy gracioso, pero no durarás más que el anterior, que venía de sucesos. Lola pensó que tendría un lugar entre nosotros, y él también se creía listo e imprescindible, pero salió de aquí con el rabo entre las piernas.

Reuben sintió que, por primera vez, algo le estimulaba desde que había llegado. Les demostraría a aquellos estirados que podía levantar aquella revista llena de superficialidad de la nada y convertirla en algo que una persona inteligente podía leer sin sentir arcadas.

—Seguro que lo asustasteis en la primera y acogedora reunión de trabajo —replicó Reuben, con una sonrisa llena de encantadores hoyuelos que hizo rechinar los dientes al asistente perfecto—. Pero tranquilo, yo no me asusto con tanta facilidad, fui corresponsal de la sección de tiro de martillo femenina en los principios de mi carrera y una vez intentaron usarme de blanco. Cuando me fui, lloramos todos de pena. Si sobreviví a eso, esto será coser y cantar.

Pudo ver cómo un nervio palpitaba en uno de los párpados de Tim, mientras fingía no escuchar nada de lo que decía. Volvió a lo que fuera que estaba haciendo y lo ignoró hasta que Reuben decidió seguir por el pasillo en busca de alguien que lo ayudara.

 

 

—Bonito discurso, pero prepárate para el grupo de alimañas más terrible desde que existe la palabra escrita.

Reuben frunció el ceño al ver a un hombre vestido con una camisa como recién salida del tinte y una corbata negra aflojada con elegancia, todo ello completado con un traje que parecía salido del ropero de Beckham. Su corte de pelo demostraba que era del tipo que es capaz de perder dos horas de su vida hasta que cada mechón queda despeinado de la manera perfecta. Y esa persona estaba acechando tras él, casi oliendo su champú, esperando a que se alejara de Tim para saltar sobre su espalda. Nunca había tenido fobia por el contacto, pero le molestó de igual manera. ¿Acaso allí nadie lo respetaba?

—No pueden ser tan terribles —masculló, acercándose y rozándole con el hombro para pasar, dejándole claro que aquel era su territorio y que debía dejarle paso franco.

El desconocido se dio por aludido y lo siguió con una sonrisa divertida, al parecer, nada impresionado por su despliegue de carácter.

—Soy Donald Bergen, oficialmente el corrector de esta publicación de cuarta categoría, pero también me encargo de otras cosas, como el consultorio sentimental, o lo hacía hasta que ha llegado la rubia que siempre sonríe como si el mundo fuera bonito y estuviera lleno de globos, o el horóscopo. Ojo, porque si te descuidas, Lola te pondrá a crear crucigramas.

Reuben emitió una sonrisa cascada y se paró al llegar a una intersección entre dos corredores. Miró hacia ambos lados. Odiaba la idea de preguntarle a aquel