Ser como ellos y otros artículos - Eduardo H. Galeano - E-Book

Ser como ellos y otros artículos E-Book

Eduardo H. Galeano

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Me pregunto: ¿Tendrá todavía destino la literatura, en este mundo donde todos los niños de cinco años son ingenieros electrónicos? Y quisiera responderme: Quizá el modo de vida de nuestro tiempo no resulte demasiado bueno para la gente, ni para la naturaleza; pero es sin duda muy bueno para la industria farmacéutica. ¿Por qué no podría ser también muy bueno para la industria literaria? Todo depende del producto que se ofrezca, que ha de ser tranquilizante como el valium y brilloso y light como un show de la tele: que ayuda a no pensar con riesgo ni a sentir con locura, que evite los sueños peligrosos y que sobre todo evite la tentación de vivirlos. Pero ocurre que ésa es exactamente la literatura que no soy capaz de escribir ni de leer. Eduardo Galeano.

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Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes magnéticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor.

Primera edición para Argentina, 1992 Primera edición de bolsillo, 2006

© Eduardo Galeano © SIGLO XXI DE ESPAÑA EDITORES S.A.     C / Menéndez Pidal, 3 bis 28036 Madrid, España     www.sigloxxieditores.comSitio del libro

Diseño de cubierta: Sebastián y Alejandro García Schnetzer Diseño interior: Mari Suárez Corrección: Raquel Villagra Edición digital: Grammata.es

I.S.B.N. digital: 978-84-323-1528-2

A Y E R

Apuntes sobre la memoria y sobre el fuego

El asombro de un angelito

Un día de éstos, Dios señala nuestras tierras con el dedo y encarga a un ángel del alto cielo que le prepare un informe sobre América Latina. No lo hace por curiosidad, ni por aburrimiento. Dios está preocupado: le han dicho que aquí muere la gente de a miles, por hambre o bala, y que se le atribuye la orden. Le han dicho que se dice que Él lo quiere así. El asombro de un angelito Un día de éstos, Dios señala nuestras tierras con el dedo y encarga a un ángel del alto cielo que le prepare un informe sobre América Latina. No lo hace por curiosidad, ni por aburrimiento. Dios está preocupado: le han dicho que aquí muere la gente de a miles, por hambre o bala, y que se le atribuye la orden. Le han dicho que se dice que Él lo quiere así.

El angelito, funcionario del Más Allá, empieza por consultar el mapa del Más Acá. En el mapa, América Latina ocupa menos espacio que Europa, y mucho menos que Estados Unidos y Canadá. Entonces el alado funcionario descubre que el mapa no coincide para nada con lo que él está viendo en el espacio. Y cuando consulta la historia oficial, descubre que no coincide para nada con lo que él está viendo en el tiempo.

América Latina está achicada en la historia, como en el mapa.

El asombro de un escritor

Ésta es una región del mundo gravemente enferma de bobería y copianditis. Desde hace cinco siglos, está entrenada para escupir al espejo: para ignorar y despreciar lo mejor de sí misma.

La historia real de América Latina, y de América toda, es una asombrosa fuente de dignidad y de belleza; pero la dignidad y la belleza, hermanas siamesas de la humillación y el horror, rara vez asoman en la historia oficial. Los vencedores, que justifican sus privilegios por el derecho de herencia, imponen su propia memoria como memoria única y obligatoria. La historia oficial, vitrina donde el sistema exhibe sus viejos disfraces, miente por lo que dice y más miente por lo que calla. Este desfile de héroes enmascarados reduce nuestra deslumbrante realidad al enano espectáculo de la victoria de los ricos, los blancos, los machos y los militares.

Un cazador de voces

Yo, blanco y macho pero no militar ni rico, escribí Memoria del fuego contra la amnesia de las cosas que vale la pena recordar.

No soy historiador. Soy un escritor, que se siente desafiado por el enigma y la mentira, que quisiera que el presente deje de ser una dolorosa expiación del pasado y que quisiera imaginar el futuro en vez de aceptarlo: un cazador de voces, perdidas y verdaderas voces que andan desparramadas por ahí.

La memoria que merece rescate está pulverizada. Ha estallado en pedazos.

El elefante

Cuando era niño, mi abuela me contó la fábula de los ciegos y el elefante.

Estaban los tres ciegos ante el elefante. Uno de ellos le palpó el rabo y dijo:

–Es una cuerda. Otro ciego acarició una pata del elefante y opinó: –Es una columna. Y el tercer ciego apoyó la mano en el cuerpo del elefante y adivinó: –Es una pared.

Así estamos: ciegos de nosotros, ciegos del mundo. Desde que nacemos, nos entrenan para no ver más que pedacitos. La cultura dominante, cultura del desvínculo, rompe la historia pasada como rompe la realidad presente; y prohiíbe armar el rompecabezas.

Ventanas

Los breves capítulos de Memoria del fuego son ventanas para una casa que cada lector construye a partir de la lectura; y hay tantas casas posibles como posibles lectores. Las ventanas, espacios abiertos al tiempo, ayudan a mirar. Eso, al menos, quisiera el autor: ayudar a mirar. Que el lector vea y descubra el tiempo que fue, como si el tiempo que fue estuviera siendo, pasado que se hace presente, a través de las historias-ventanas que la trilogía cuenta.

«La rama tiene sus pájaros fieles», escribió el poeta Salinas, «porque no ata: ofrece». Esta obra nació para realizarse en el lector, no para encadenarlo. El lector entra y sale de la casa de palabras como quiere, cuando quiere y por donde quiere, leyéndola del principio al fin o del fin al principio, de corrido o salteado o al azar o como se le ocurra. La libertad prueba que la casa es de veras suya: en el lector, y por el lector, existe y crece.

Ayer y hoy

Memoria del fuego está escrita en tiempo presente, como si el pasado estuviera ocurriendo. Porque el pasado está vivo, aunque haya sido enterrado por error o infamia, y porque el divorcio del pasado y el presente es tan jodido como el divorcio del alma y el cuerpo, la conciencia y el acto, la razón y el corazón.

El tormento y la fiesta

Me llevó ocho años largos de trabajo. Memoria del fuego fue un tormento del culo y una fiesta de la mano. He sufrido ocho años largos clavado a una silla en varias bibliotecas del mundo, y he gozado ocho años largos de creación garabateando papeles.

La trilogía proviene de más de mil fuentes documentales. En ellas se apoya y desde ellas vuela, libremente, a su modo y manera. Las historias de Memoria del fuego ocurrieron en la realidad y no en mi imaginación; pero yo bien sé que quien copia a la realidad le traiciona los misterios. El lenguaje, que quiso ser desnudo y contagioso de electricidades, nació de la necesidad de decir la memoria de América y devolverla viva a sus hijos de ahora.

Por eso la obra no pertenece a ningún género literario, aunque le gustaría pertenecer a todos, y alegremente viola las fronteras que separan el ensayo y la narrativa, el documento y la poesía. ¿Por qué la necesidad de saber ha de ser enemiga del placer de leer? ¿Y por qué la voz humana ha de ser clasificada como si fuera un insecto?

La incesante metáfora

Lo descubrí en algún libro: Cuando las esclavas negras huían de las plantaciones de Surinam, en el siglo XVII, llenaban de semillas sus frondosas cabelleras. Al llegar a los refugios de los cimarrones, en la selva, sacudían la cabeza y fecundaban, así, la tierra libre.

Memoria del fuego cuenta mil momentitos de la historia. Momentitos como éste, reveladores de la maravilla o el espanto de la aventura humana en América. Porque toda situación es el símbolo de muchas, lo grande habla a través de lo chiquito y el universo se ve por el ojo de la cerradura. La realidad, insuperable poeta de sí misma, habla un lenguaje de símbolos.

Yo empecé a escribir la trilogía el día que me di cuenta de algo que me resulta, ahora, evidente de toda evidencia: la historia es una metáfora incesante.

Vaivén de los mitos

Los mitos, metáforas colectivas, actos colectivos de creación, ofrecen respuesta a los desafíos de la naturaleza y a los misterios de la experiencia humana. A través de ellos, la memoria permanece, se reconoce y actúa.

Todo a lo largo de la trilogía, la experiencia histórica se entrecruza con los mitos en una misma urdimbre, tal como ocurre en la realidad; pero la primera parte de Memoria del fuego está construida exclusivamente sobre la base de mitos indígenas transmitidos de padres a hijos por la tradición oral. Yo no encontré mejor manera de asomarme a la América anterior a Colón. Al fin y al cabo, casi toda la documentación de la época acabó en las hogueras de los conquistadores.

Los mitos indígenas, claves de identidad de la más antigua memoria americana, perpetúan los sueños de los vencidos, perdidos sueños, sueños despreciados, y los devuelven a la historia viva: vienen de la historia, y a la historia van.

En 1572, cuando los españoles cortaron la cabeza de Túpac Amaru, último rey de la dinastía de los incas, nació un mito entre los indios del Perú. El mito anunciaba que la cabeza se juntaría con el cuerpo. Dos siglos después, el mito volvió a la realidad de la que provenía y la profecía se hizo historia: José Gabriel Condorcanqui tomó el nombre de Túpac Amaru y encabezó la mayor sublevación indígena de todos los tiempos.

La cabeza cortada se encontró con el cuerpo.

¿Voces o ecos?

Pronto se celebrarán los quinientos años de la llegada de Colón y ya va siendo hora de que América empiece a descubrirse a sí misma.

El rescate del pasado forma parte de esta urgente necesidad de revelación. ¿Y dónde resuenan, porfiadamente vivas, las voces que nos ayudan a ser? ¿Arriba y afuera, o abajo y adentro? ¿En la «civilización» o en la «barbarie»?

Allá por 1867, el Ecuador envió una selección de cuadros de sus mejores pintores a la Exposición Universal de París. Esos cuadros eran copias exactas de algunas obras maestras de la pintura europea. El catálogo oficial exaltaba el talento de los artistas ecuatorianos en el arte de la reproducción.

El coro

Los de arriba, copiones de los de afuera, desprecian a los de abajo y adentro: el pueblo es el coro del héroe. Los «ignorantes» no hacen la historia: la reciben hecha.

Poco o ningún espacio ocupan, en los textos que enseñan el pasado americano, las rebeliones indígenas, que fueron continuas desde 1493, y las rebeliones negras, también continuas desde que Europa realizó la hazaña de establecer la esclavitud hereditaria en América.

Para los usurpadores de la memoria, para los ladrones de la palabra, esta larga historia de la dignidad no es más que una sucesión de actos de mala conducta. La lucha por la libertad empezó el día que alzaron su espada los próceres de la independencia; y esa lucha concluyó cuando los doctores redactaron, en cada país recién nacido, una bella Constitución que negaba todos los derechos al pueblo que había puesto los muertos en el campo de batalla.

Ellas

«Detrás de todo gran hombre, hay una mujer.» Frecuente homenaje, dudoso elogio: reduce a la mujer a la condición de respaldo de silla.

La función tradicional: la mujer es hija devota, abnegada esposa, madre sacrificada, viuda ejemplar. Ella obedece, decora, consuela y calla. En la historia oficial, esta sombra fiel sólo merece silencio. A lo sumo, se otorga una que otra mención a las señoras de los próceres. Pero en la historia real, otra mujer asoma por entre los barrotes de la jaula. A veces, no hay más remedio que reconocer su existencia. Es el caso de sor Juana Inés de la Cruz, que ni ella misma pudo evitarse tan alto y perturbador talento, o Manuela Sáenz y su vida fulgurante. Pero eso sí: nada se dice, ni al pasar, de las capitanas negras o indias que propinaron tremendas palizas a las tropas coloniales antes de las guerras de independencia. En honrosa excepción a esta ley del silencio, Jamaica ha reconocido a Nanny como heroína nacional: Nanny, la esclava bravía, mitad mujer y mitad diosa, que queriendo libertad encabezó a los cimarrones de Barlovento y humilló al ejército inglés, hace dos siglos y medio.

El piadoso y el loco

Cuando yo era niño de escuela, aprendí a venerar a Francisco Antonio Maciel, «el padre de los pobres», fundador del Hospital de Caridad de Montevideo. Años después, descubrí que aquel piadoso señor se ganaba la vida vendiendo carne humana: era traficante de esclavos.

Las estatuas que sobran son casi tantas como las estatuas que faltan. Mucha infamia descubrí, trabajando para Memoria del fuego. Pero más descubrí maravillas que yo no conocía, o conocía mal.

Simón Rodríguez fue una de las revelaciones deslumbrantes. Pocos saben de él, en Venezuela, donde nació; casi nadie en los demás países latinoamericanos. En todo caso, se lo recuerda vagamente por haber sido el maestro de infancia de Simón Bolívar. Pero él fue el pensador más audaz de su tiempo en nuestras tierras, y un siglo y medio después sus palabras y sus actos parecen de la semana pasada.

Don Simón anduvo a lomo de mula por los caminos, predicando en el desierto. Lo tenían por loco, lo llamaban «el loco». Él increpaba a los dueños del poder, incapaces de creación, sólo capaces de importar ideas y mercancías de Europa y de EE.UU.: «¡Imiten la originalidad!», exhortaba, acusaba don Simón: «¡Imiten la originalidad, ya que tratan de imitar todo!». Y ése fue uno de sus dos imperdonables pecados: ser original. El otro: no ser militar.

El Nobel y el nadie

La historia pasada está patas arriba porque la realidad presente anda cabeza abajo. Y no sólo al sur de América: también al norte.

¿Quién no conoce, en los Estados Unidos, a Teddy Roosevelt? Este héroe nacional predicó la guerra, y la practicó contra los débiles: la guerra, proclamaba Roosevelt, purifica el alma y mejora la raza. Por tanto, recibió el Premio Nobel de la Paz.

En cambio, ¿quién conoce, en los Estados Unidos, a Charles Drew? No es que la historia lo haya olvidado: simplemente, nunca lo conoció. Sin embargo, este científico salvó muchos millones de vidas humanas, desde que sus investigaciones hicieron posible la conservación y transfusión del plasma. Drew era director de la Cruz Roja de los Estados Unidos. En 1942, la Cruz Roja prohibió la transfusión de sangre de negros. Entonces Drew renunció. Drew era negro.

El mundo como un plato

La amnesia no es el triste privilegio de los países pobres. Los países ricos también aprenden a ignorar. La historia oficial no les cuenta, entre muchas cosas que no les cuenta, el origen de su riqueza. Esa riqueza, que no es inocente, proviene en gran medida de la pobreza ajena, y de ella se alimenta más y más. Impunemente, sin que le duela la conciencia ni le arda la memoria, Europa puede confirmar, cada día, que la tierra no es redonda. Razón tenían los antepasados: el mundo es un plato, y más allá se abre el abismo. Al fondo de ese abismo, yace América Latina, y todo el resto del Tercer Mundo.

Hierba seca, hierba húmeda

Un proverbio africano abre Memoria del fuego, y explica el título. Los esclavos trajeron a las Américas esas palabras que anuncian: «La hierba seca incendiará la hierba húmeda». Los esclavos también trajeron, desde el África, la antigua certeza de que todos tenemos dos memorias. Una memoria, la memoria individual, vulnerable al tiempo y a la pasión, condenada, como nosotros, a morir; y otra memoria, la memoria colectiva, destinada, como nosotros, a sobrevivir.

De espaldas a la vida

Los dueños del poder se refugian en el pasado, creyéndolo quieto, creyéndolo muerto, para negar el presente, que se mueve, que cambia; y también para conjurar el futuro. La historia oficial nos invita a visitar un museo de momias. Así, no hay peligro: se puede estudiar a los indios que murieron hace siglos y a la vez se puede despreciar o ignorar a los indios que viven ahora. Se puede admirar las ruinas portentosas de los templos de la antigüedad, mientras se asiste de brazos cruzados al envenenamiento de los ríos y el arrasamiento de los bosques donde los indios tienen morada en la actualidad.

La conquista continúa, en toda América, de norte a sur, y contra los indios vivos continúan los desalojos, los saqueos y las matanzas. Y continúa el desprecio: los medios modernos de comunicación, que difunden el desprecio, enseñan el autodesprecio a los vencidos: en plena época de la televisión, los niños indios juegan a los cowboys, y es raro encontrar quien quiera hacer el papel de indio.

Voces de ayer y de mañana

El pasado mudo me aburre. Memoria del fuego quisiera ayudar a que se multipliquen las volanderas voces que vienen del pasado, pero suenan como de ahora y hablan a los tiempos por venir.

Y ocurre que las antiguas culturas indias son las más futuras de todas. Al fin y al cabo, ellas han sido capaces, milagrosamente capaces, de perpetuar la identidad del hombre con la naturaleza, mientras el mundo entero persiste en suicidarse. Esas culturas, que la cultura dominante considera inculturas, se niegan a violar a la tierra: no la reducen a mercancía, no la convierten en objeto de uso y abuso: la tierra, sagrada, no es una cosa.